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Hace 60 años comenzó el enmarañado proceso de construcción de Europa. Diferentes tratados constitutivos labraron el sinuoso camino de la integración del Viejo Continente, que se inició con la Comunidad Europea del Carbón y el Acero, en 1952; el Tratado de Roma de 1957 creó la Comunidad Económica Europea; el Tratado de Maastricht de 1993 le dio vida a la Unión Europea e introdujo las raíces de la moneda única: el euro; y, por último, el Tratado de Lisboa de 2009 reemplazó el fallido Tratado Constitucional de 2004. Este último le otorgó identidad jurídica propia a la Unión Europea, definió el complejo reparto de competencias comunitarias, empoderó al Parlamento Europeo y apuntaló las pomposas figuras de presidente del Consejo y alto representante para Asuntos Exteriores.