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Perricholi la dicen en esta tierra, y el virrey que la adora se despepita cuando canta con gracia mazamorrera la canción del «Milagro» y «La tapadita» «La Perricholi,» vals de Luciano Huambachano
NO ES NINGUNA exageración afirmar que después de Santa Rosa de Lima, la Perricholi es la mujer más recordada del Perú virreinal. Aun cuando sabemos que otras mujeres de la colonia enriquecieron el mundo literario peruano con composiciones como el Discurso en loor de la poesía (1608) y la Epistoh a Behrdo (c. 1619), atribuidos a las anónimas Clarinda y Amarilis,1 sin lugar a dudas Micaela Villegas, conocida como la Perricholi (1748-1819), se distingue de otros personajes femeninos porque con sus transgresiones se impone en la colectividad de su entorno histórico, adquiere nuevas interpretaciones a lo largo de dos siglos, y sigue transformándose en la actualidad. Su figura, como bien señala Sara Castro-Klarén, no es una más del archivo histórico sino la de la amante del virrey don Manuel de Amat y Junient, la cómica que vive del teatro y de hacer teatro con su vida, la mujer atrevida y altanera que, pese a ser iletrada y provenir de un ambiente poco ventajoso en un cerrado ámbito colonial, emerge «entre los espacios reservados a la aristocracia y los destinados a constituir la plebe» (1996: 88, énfasis en el original). Su estampa estí hecha de mitos y leyendas, elude precisiones e invita a imaginarla de muchas maneras. Si bien sabemos de su bautizo en Lima un «primero de diciembre de mil setecientos cuarenta y ocho», como hija legítima de «don Joseph Villegas y de Da. Theresa Hurtado» (1977: 1 15), su lugar de nacimiento es improbable.2 En su testamento firmado en Lima, la Perricholi se declara «natural de esta ciudad» (1977: 130).3 No obstante, la memoria colectiva registra su origen en Huánuco;4 promueve su aparente mestizaje como hija de padre arequipeño y madre limeña;5 y la enaltece como actriz extravagante de la comedia virreinal.
Pensando en estas mismas particularidades, a principios del siglo pasado Luis Alberto Sánchez la retrata como una «actricilla pizpireta», la única mujer del virreinato peruano que hace de las tablas su trono, con un donaire e insolencia que encandilan al sesentón virrey catalán y despiertan las habladurías, los chismes,...