RESUMEN
En este artículo mostramos una panorámica de las prácticas médicas llevadas a cabo en la Antigua Mesopotamia, durante los períodos sumerio, paleobabilónico y asirio.
PALABRAS CLAVE:
Medicina arcaica, medicina en Mesopotamia.
ABSTRACT
In this paper we will discuss the healing practices carried out in the Ancient Mesopotamian along the Sumerian, Babylonian and Assyrian periods.
KEYWORDS:
Mesopotamian medicine, early medicine.
1. INTRODUCCIÓN
A finales del cuarto milenio antes de nuestra era, se estableció en Oriente Pró- ximo, y junto a las desembocaduras de los ríos Tigris y Eúfrates, un pueblo de ori- gen desconocido: el sumerio. Fundaron ciudades como Uruk, Ur, Isin, Larsa, La- gash, Eridu, surgidas alrededor de un templo donde se adoraba al dios local, y gobernadas por un monarca que ejercía el poder apoyándose en un consejo de an- cianos y en otro integrado por guerreros, según nos cuenta Samuel Noah Kramer1. Con el paso del tiempo, estas gentes impusieron su cultura y su lengua al resto de los grupos humanos asentados en aquel lugar.
Los sumerios inventaron la escritura, a partir de pictogramas que poco a poco fueron estilizándose hasta componer ideogramas y signos fonéticos. Escribían sobre pequeñas tablillas de arcilla, con un cálamo que deslizaban sobre la super- ficie húmeda de las mismas. Luego, las dejaban secar al sol, o bien las cocían en hornos si querían conservarlas durante mucho tiempo. El sistema de escritura cuneiforme se extendió por toda la región y fue utilizado por asirios, hititas, elami- tas y cananeos, quienes adaptaron su lengua a los signos sumerios. A mediados del tercer milenio a C., tribus amoritas avanzaron desde el Norte, mezclándose con los sumerios y absorbiendo su civilización. Sargón logró arrebatar la corona de Uruk a su rey Lugalzagesi, unificó todo el territorio y situó la capital de su reino en Acad o Agadé (2334-2112). Desde entonces, la lengua acadia, de origen semita, fue desplazando progresivamente a la sumeria, aunque ésta permaneció vigente en los templos, la corte y las escuelas. Al período acadio le sucedió un nuevo im- perio sumerio, el de la Tercera Dinastía de Ur, inaugurado por Ur-Nammu (aprox. 2144-2121), pero su esplendor sólo duró hasta que Ur cayó en manos de los ela- mitas (2004 a C.). Simultáneamente, los amoritas continuaban su avance, en ole- adas sucesivas, desde los desiertos de Siria y Arabia. La fuerte presión ejercida por todos estos pueblos, desbarató completamente la hegemonía alcanzada en la Tercera Dinastía de Ur y sus territorios fueron repartidos entre los ENSIS locales de las antiguas ciudades sumerias.
Hacia el final del siglo XIX a. C. surgieron tres potentes estados amoritas: Esh- nunna, Larsa y Babilonia, junto a otros de menor importancia sometidos, en cierta medida, a la influencia de los primeros. Cuando Hammurabi fue nombrado rey de Babilonia, el mapa político mesopotámico mostraba una creciente inestabilidad que el nuevo soberano supo contener, expandiendo su dominio por toda la región, des- de los Montes Zagros, en el Este, hasta los desiertos sirio y arábigo en Occidente.
El período comprendido entre los años 2000 y 1600 a. C. se denomina paleo- babilónico, según la datación estándar. La sociedad babilónica estaba fuertemen- te estructurada y jerarquizada: alrededor del monarca encontramos a los funcio- narios, oficiales y escribas. Las ciudades se componían, además, de comerciantes, artesanos, soldados, campesinos y esclavos. Dependiendo del templo, hallamos, no sólo a los sacerdotes y escribas, también a los astrónomos, exorcistas y médi- cos. Según parece, existía una enseñanza civil y otra religiosa, la primera imparti- da en las escuelas y la segunda en los templos y lugares de culto. En las escuelas, anexas al palacio, se enseñaba la escritura cuneiforme, ambas lenguas sumeria y acadia2, cálculo, contabilidad, agrimensura, poesía y leyes. En los templos se instruía a la casta sacerdotal y a los que ejercerían el oficio de sanadores, astró- logos y magos, casi siempre desempeñados por los miembros de una misma fa- milia. Conocemos todo esto gracias a la enorme cantidad de tablillas y fragmentos que los arqueólogos han conseguido desenterrar en los yacimientos o tells de las antiguas ciudades de Babilonia, Nippur, Uruk (Warka), Sippar, Hattusa (Bog- hazköy), etc. La mayoría de estos documentos proceden de las escuelas del período paleobabilónico. En éstas, los alumnos practicaban realizando copias de los textos más relevantes.
Entre 1363 y 627 a. C., los asirios dominaron los territorios que hoy en día co- rresponden a Irak, Siria, Líbano, Israel, Palestina y parte de Irán y Turquía. Muchos de sus monarcas protegieron las artes y las ciencias, como Senaquerib (668- 627), quien ordenó traer especies raras de animales y plantas desde todas las par- tes del mundo conocido, e importó algodón desde la India. En Nínive se ha des- cubierto lo que fue la biblioteca más antigua de la historia, perteneciente al rey asirio Asurbanipal (668-627 BC) y la cual contenía más de 20.000 tablillas, en su mayoría textos literarios, científicos y sapienciales, procedentes de los registros y archivos de las ciudades sometidas. Muchos de estos documentos eran copias de otros más antiguos y catálogos o referencias a obras más extensas. Poco después de la muerte de Asurbanipal, un jefe de estirpe caldea logró proclamarse rey de Babilonia. En el año 612 a. de C., y con la ayuda de los Medos, los babilonios eli- minaron y masacraron a los asirios, arrasando la ciudad de Nínive y destruyendo su templo. Desde entonces, los asirios apenas consiguieron conservar parte de su tradición científica.
2. TEXTOS Y PRÁCTICAS MÉDICAS
Hasta el momento, no disponemos de textos teóricos mesopotámicos3. Los ex- pertos y técnicos en matemáticas, astronomía, ingeniería y medicina, únicamente dejaron constancia de su saber práctico: series de problemas y tablas numéricas; mediciones de las posiciones relativas de las estrellas, la Luna y los planetas; con- juntos de presagios, plegarias y exorcismos; tratados médicos4. Estos podían ser de tres clases: terapéuticos, farmacológicos y series de diagnósticos y pronósticos.
El documento médico más antiguo que conservamos data del período Neosu- merio (2112-2004 a C), es un repertorio farmacológico5 que recoge conocimientos procedentes de la tradición terapéutica sumeria. Posiblemente, era un manual utilizado por el sanador o AZU. En él se incluyen remedios concretos para aliviar al- gunas dolencias, sin detallar las proporciones de los ingredientes ni su posología. Los elementos nombrados son de origen vegetal y se utilizan tanto las semillas como las raíces, tallo, corteza y hojas de esos productos. El tratado nombra sus- tancias procedentes del mirto, cedro, palmera datilera, higuera, sauce, etc. Tam- bién se mencionan alimentos procedentes de animales, como la miel y la leche. Mi- nerales: salitre, sal común, arcilla de río, aceite de mar. Algunos de estos elementos son todavía desconocidos para nosotros. Uno de los productos más re- comendados en este tipo de tratados y que actúa como excipiente es la cerveza, bebida de uso frecuente en las diversas sociedades asentadas en Mesopotamia. En ocasiones, aparecen referencias a sustancias de origen animal: piel de ser- piente, caparazón de tortuga..., pero estas se empleaban en los exorcismos y encantamientos, para ahuyentar al demonio causante del mal. Otro texto del mis- mo período, y procedente de Ebla (Siria), detalla el instrumental médico con el que contaba el AZU para llevar a cabo su oficio. Se trataba de hojas de bronce, cur- vadas o rectas, con un peso de entre 2 y 3 siclos (aproximadamente, de 16 a 24 gramos); lancetas para intervenir en las dolencias oculares; fórceps para asistir a las parturientas; un pequeño martillo con el que comprobar la calidad de los refle- jos; vidrios pulimentados para examinar la piel y los tejidos6.
Durante el período paleobabilónico, el arte de la sanación se desempeñaba de dos maneras distintas. Existían los exorcistas, llamados sipu, quienes hacía un ex- haustivo examen del paciente y de su entorno, observando cada detalle: el pulso, las secreciones, el color de la piel, el semblante, la lengua, los ojos, los olores des- prendidos... En vista de lo observado, emitían un diagnóstico de la enfermedad y su pronóstico. Recomendaban remedios y bebedizos, si el enfermo tenía cura; pero se abstenían de comenzar el tratamiento si el paciente estaba desahuciado, aunque podían recomendarle fármacos para aliviar su sufrimiento. En última ins- tancia, recurrían a la ayuda de los dioses, instigadores del mal o, al menos, tole- rantes con él, pues la causa del mismo podía ser la infracción de un tabú o norma. En ese caso, la curación dependía del arrepentimiento del infractor, y el sipu elevaba plegarias al dios responsable de la enfermedad, mientras atendía al en- fermo con sorprendentes rituales apotropaicos y hechizos.
Los terapeutas o asu, llevaban a cabo una práctica más empírica, recomen- dando terapias de origen vegetal, animal o mineral; suministrando pócimas, apli- cando bálsamos y emplastos, curando heridas y lesiones, restaurando huesos ro- tos, administrando antídotos contra las mordeduras de serpientes y las picaduras de los escorpiones. No obstante, los enfermos se dirigían a uno u otro especialis- ta, dependiendo de su mal.
A diferencia de lo que ocurría en el antiguo Egipto, en Mesopotamia no se practicaban momificaciones; tampoco se hacían autopsias ni disecciones. Tan sólo el barû o adivino, inspeccionaba el interior del cuerpo de los animales ofreci- dos a los dioses; examinaba qué órganos estaban marcados por el dedo de la di- vinidad, a modo de presagio o advertencia; anotaba malformaciones y coloraciones inusuales de los intestinos y el hígado. Scurlock y Andersen comentan que, pro- bablemente, los médicos asirios no se habrían resistido a investigar el interior de los enfermos que habían fallecido a causa de enfermedades insólitas o descono- cidas7. Pero, hasta el momento, no tenemos constancia de ello.
Los médicos babilonios disponían de tratados terapéuticos, en los que se mencionaban el remedio, la enfermedad y su tratamiento específico. Todos estos textos tienen la misma estructura en tres columnas y los hay de tres clases, según la naturaleza (sikinsu) del ingrediente recomendado sea vegetal (sammu sikinsu), mineral (abnu sikinsu) o animal (seru sikinsu). Veamos un ejemplo tomado de Eri- ca Reiner8:
- Azafrán amarillo / para la constricción de la vejiga / machacar, administrar como poción en cerveza fina.
- Kanis-bellota / para lo mismo / machacar, administrar como poción en cer- veza fina.
- Ajo / para lo mismo / machacar, administrar como poción en cerveza fina.
- Pistacho-hierba / hierba para los pulmones / machacar, administrar como poción sin comer.
Algunos de los manuales terapéuticos se ordenaban según el lugar o asiento (siknu) de la enfermedad (dimitu), generalmente, estos eran el corazón, los pul- mones, el vientre y los riñones. Así, había remedios contra la fiebre, la tos, los do- lores de cabeza, afecciones de los ojos, cólicos, entumecimiento de las extremi- dades, etc.:
«Si un hombre tose, haz cocer arnoglosa cuando está todavía verde como las judías; mézclala con leche, ajo y aceite fino; que la beba en ayunas y sanará.»
«Si el estómago de un hombre está en fuego, si no puede soportar bebida ni co- mida, machaca semillas de tamarisco, mézclalas con miel y mantequilla fundida, que el enfermo lo coma y sanará.»
«Si un hombre tiene reuma..., mezcla palomina, cantáridas, excrementos de ga- cela, en la cerveza kurunnu; extiende la mezcla en una tela, y colócala en su pecho y en la base de sus pulmones; déjala así durante tres días y él sanará.»9
Las enfermedades de la mujer y el cuidado de los recién nacidos requería pro- fesionales especializados y parteras, que hacían un seguimiento del período de gestación, prescribían recetas contra la esterilidad o practicaban pruebas de em- barazo.10
Otra clase de tratado médico es el que describe los síntomas de las enferme- dades y sus respectivos pronósticos. Conservamos un manual de estas carac- terísticas y, según se indica en el colofón, fue escrito por Esagil-kin-apli, de Borsippa, un sipu que vivió durante el mandato del rey asirio Adad-apla-iddina (1069-1046 BC), el cual recoge aquí parte de la tradición médica acumulada has- ta entonces. René Labat (en Traité Akkadien de diagnostics et pronostics médi- caux) editó en francés lo que consiguió recuperar de las 40 tablillas, con más de 5000 líneas, que componían originalmente este tratado, en cuyo incipit leemos: «Cuando el exorcista va a la casa de la persona enferma...» («en ma anta b t marsi sipu illku...»)11. En inglés recibe el nombre de Diagnostics Pronostics Series (DPS). JoAnn Scurlock y Burton Andersen han preparado una excelente versión de esta obra, con transliteraciones, traducciones, anotaciones, apéndices, biblio- grafía e índices. A partir de las sintomatologías distribuidas en este manual, los au- tores han logrado identificar muchas enfermedades; algunas, de carácter infeccioso (malaria, tuberculosis, difteria, faringitis, neumonía, tétanos, cólera, rabia, varicela, hepatitis, herpes, lepra, etc.); otras, causadas por transmisión sexual (gonorrea, sí- filis, infecciones del tracto urinario...); asimismo, patologías ocasionadas por pará- sitos, falta de higiene, contagio, heridas y malformaciones. También se describen enfermedades propias de la vejez, como el parkinson, la demencia, trastornos de la memoria. Incluye además referencias a dolencias nerviosas, problemas diges- tivos, afecciones mentales, insuficiencias respiratorias, arritmias, etc. Las dos pri- meras tablillas del manual tienen un marcado carácter mágico, pero las restantes son un ejemplo de precisión en la descripción de los síntomas, examen del enfer- mo y dictamen del pronóstico: «él morirá» o «él sanará»:
«Si un hombre sufre una ictericia grave, si tiene la cabeza, el rostro, el cuerpo y la raíz de su lengua enteramente negros, el médico no aproximará la mano; este hombre morirá; no puede sanar.»12
El Tratado de diagnósticos y pronósticos no incluye tratamientos ni recomen- daciones, a excepción de las advertencias formuladas en relación a cierto tipo de enfermedades «caídas del cielo», o que deben su aparición a la «mano de un fan- tasma, o de un dios o diosa». Los médicos asirios supieron distinguir entre los sig- nos específicos de una dolencia y los síntomas que refiere el enfermo, muchos de los cuales no coincidían a veces, como cuando el paciente afirmaba tener frío y, sin embargo, su temperatura parecía elevada:
«Si fiebre [...] una persona (y) él continuamente tiene calor y tiene frío, cuando come pan y bebe cerveza vomita (y su estómago) está continuamente alterado, la carne de arriba está fría (pero) sus huesos de abajo le arden, esta persona está quemada por s tu (fiebre) y tiene li'bu, para curarle...»13.
Asimismo, conservamos dos copias de un catálogo de esta manual. En él se registran los incipit correspondientes a las 40 tablillas, consignando además el nú- mero de líneas que contiene cada una de ellas. Es muy importante observar que su autor (probablemente, el mismo Esagil) distribuyó el manual en seis secciones. Las dos primeras tablillas del DPS, registran posibles sucesos y signos premoni- torios advertidos por el sipu cuando se dirige a la casa del enfermo. Las restantes tablillas recogen juicios clínicos de las dolencias y enfermedades conocidas en la época:
- III a XIV. Examen físico del enfermo, de la cabeza a los pies. Se hace un repaso de los males que afectan al cráneo, como la fiebre, heridas y dolor; aspecto del cabello; heridas y afecciones en los ojos, nariz, orejas, boca, dientes y lengua; temblores y rigidez en el cuello; afecciones en el pecho y la respiración; brazos, manos, dedos, muñecas y codos; abdomen, epi- gastrio, intestinos, cadera, ingles, nalgas, ano, pene, testículos, excre- mentos, orina, piernas, rodillas y pies.
- XV y XVI. Evolución de la enfermedad a lo largo de los días. Síntomas que afectan a las personas que han cumplido setenta años.
- XVII. Episodios que atraviesa la enfermedad en un mismo día.
- XVIII. Estados febriles ( s tu ).
- XIX, XX y XXI. Distinción entre las enfermedades que acusan fiebre de las que no lo hacen.
- XXII y XXIII. Enfermedades infecciosas.
- XXVI a XXX. Enfermedades que afectan al sistema nervioso.
- XXXI. Fiebres.
- XXXIII. Lesiones de la piel
- XXXVI a XL. Dolencias y cuidados de la mujer y de los niños.
Scurlock y Andersen observan cómo los médicos distribuyen las dolencias de este manual siguiendo un principio organizativo14. Así, el sipu (o el aprendiz de sipu ), una vez examinado y escuchado al paciente, acudiría al registro o conjunto de registros que describen los síntomas de la enfermedad, atendiendo, además, al número de días que duraba ésta, o a los tipos de fiebre, o a la evolución diaria de los signos de esa patología. Emitiría un diagnóstico y, si la enfermedad tenía cura, indicaría qué remedios aplicar y suministrar, seguramente, recurriendo a un texto terapéutico. Asimismo, consultando el manual, el sipu era consciente de qué fantasma, dios o diosa enviaba la dolencia, actuando entonces en consecuencia mediante prácticas rituales o namburbi.
Hemos recuperado otro texto de diagnósticos y pronósticos más antiguo que el anterior. Según el incipit: «si te acercas a un hombre enfermo...». Únicamente guardamos dos fragmentos del mismo: uno procedente de Nippur, y el otro hallado en las excavaciones de Sultantepe, un enclave asirio de Turquía15. En opinión de Scurlock y Andersen, los textos de diagnósticos y pronósticos surgieron en el período medioasirio (siglos XIV al XII a C.), cuando los conocimientos médicos eran ya tan abundantes como para necesitar repartir las tareas de los sanadores y diferenciar sus respectivos manuales técnicos16. Así, los sipu pasarían a ser los auténticos médicos, mientras los asu desempeñarían exclusivamente funciones far- macéuticas o herbarias. En una vivienda de la antigua ciudad de Assur se ha en- contrado un texto neoasirio en el que se mencionan las actividades realizadas por Kisir-Assur, hijo de Nabû-b ssunu, y por su sobrino Kisir- Nabû, hijo a su vez de Sa- mas-ibni, ambos sipu del templo dedicado al dios Assur.
Magia y curación muchas veces iban de la mano. Los babilonios creían que las propiedades curativas de los fármacos dependían del ritual con el que estos se ela- boraban y suministraban. Según explica Erica Reiner, «la medicina debía ser pre- parada bajo la influencia de las estrellas benefactoras y administrada en el mo- mento propicio». El texto aconsejaba al médico: «deja reposar (el medicamento) por la noche bajo las estrellas», o «por la noche, colócalo frente a la estrella Ca- bra» 17. Cabra es Vega, la estrella más brillante de la constelación Lira; en aquella época, la celestial manifestación de Gula, la diosa de la salud. El asu cubría su ca- beza al recolectar la hierba, y lo hacía de noche, en la oscuridad, cuando la posi- ción de los astros era favorable. También tapaba la planta con un paño y trazaba un círculo de harina a su alrededor. Así, la diosa infundía el poder curativo a la hier- ba. Otros métodos terapéuticos consistían en envolver figurillas de arcilla y col- garlas del cuello del enfermo. El asu recomendaba protegerlas de los fantas- mas:»haz una figurilla de un demonio, envuélvela en piel de león, átala y ponla alrededor de su cuello.»18
3. CLASES DE ENFERMEDADES
Los babilonios19, creían que el lugar donde se genera la actividad mental es el corazón. Por tanto, las enfermedades que hoy en día consideramos mentales o nerviosas se achacaban a este órgano. Algunos de los síntomas serían: «no en completa posesión de sus facultades», «dificultad para hablar», «él deambula (confundido)», «él no sabe dónde está»20. Por el contrario, las dolencias que aquejaban al cerebro sólo podían venir de lesiones y traumatismos producidos en esta zona. El cerebro era una parte más de la cabeza, como son los ojos, la boca, la nariz y las orejas. Uno de los males más comunes que afectan a la cabe- za es la fiebre; otros son los ojos ensangrentados, la vista nublada, la insolación, etc. Leemos: «si los ojos de un hombre están enfermos...», «si el cerebro de un hombre contiene calor...», «si las sienes de una persona le duelen...»21.
Muchas de estas enfermedades de origen neurológico iban acompañadas de temblores, entumecimiento, parálisis y ataques repentinos. Los babilonios distin- guieron un grupo de dolencias a las que nosotros identificamos con la epilepsia; es- tas son examinadas en la cuarta sección del DPS:
«Si el paciente gira continuamente su cabeza a la izquierda, sus manos y pies están inmóviles, cierra y gira sus ojos, y la baba fluye de su boca, (y) hace mucho ruido, AN.TA.SUB.BA.» 22
Así, denominaron con el término sumerio «AN.TA.SUB.BA» al ataque repenti- no «caído del cielo», mientras la enfermedad de carácter crónico se reconocía con la expresión acadia «bennu»23:
«Si su pecho le duele continuamente, deja de comer y de beber mucho, (y) está permanentemente acostado, sufre ataques continuamente, bennu aflige a esa persona. Le aflige en la puerta, en el patio o en el río»24
Pero hay otras palabras acadias relacionadas con esta clase de dolencias: «miqtu» (algo que ha caído abajo), «?ajjattu» (acceso), «sibtu» (ataque), aunque no sabemos si se refieren a diferentes estadios, modalidades o grados de intensi- dad de estas enfermedades.
La palabra sumeria «AN.TA.SUB.BA» también aparece cuando se describen males que afectan al cuello, espalda y corazón. Según se desprende de los textos, la variedad «AN.TA.SUB.BA» es mucho más grave y tiene fatales consecuencias. Lo mismo sucede cuando el «miqtu» ataca a los recién nacidos, estos dejan de mamar y mueren:
«Si un bebé tan pronto como nace (y) pasados dos o tres días, (su estómago) no acepta la leche y miqtu cae sobre él como por la mano de un dios, la mano de Istar. El ladrón le ha tocado; él morirá.»25
Bennu era una afección contemplada en el Código de Hammurabi:
«Si un hombre compra un esclavo o esclava y antes de que haya transcurrido un mes bennu cae sobre él, el comprador devolverá el esclavo a su vendedor y el comprador obtendrá la plata que hubiera pagado.»26
También se menciona en el Catálogo de estrellas, MUL.APIN: «si la estrella de Marduk mira el cuerpo de un hombre, bennu le atacará.»27
Vemos entonces cómo algunas enfermedades caían del cielo o eran provoca- das por la mano de un dios o de un demonio, aunque sus causas directas se de- bieran a heridas y traumatismos:
- «Si los músculos del cuello de una persona le duelen, la mano de un fantasma.»
- «Si está herido en la cabeza y, en consecuencia, sus ojos están nublados, la mano de Ningirsu.»
- Si su mente está alterada continuamente, la mano de Samas; él ha violado un tabú.
- «Si le duele constantemente la cabeza y no tiene fiebre, la mano de Istar .»28
Por tanto, su etiología era de naturaleza divina: caen del cielo o vienen de las estrellas; a modo de «semillas del cielo», como la ictericia, enviada en forma de llu- via por Nergal, el dios de las pestilencias. A veces, es la saliva del dios; en oca- siones, son sus lágrimas, que se derraman y esparcen sobre los seres humanos y el ganado, ocasionándoles el mal. De la modalidad más grave de epilepsia se cul- pa al «engendro de Sulpaea». Este era un dios secundario ligado a Júpiter, la es- trella del dios Marduk. Aquellos que ofendían al dios eran castigados, aunque no directamente por él, sino a través de su lacayo Sulpaea, quien vertía el mal sobre el infractor o sobre su descendencia. Algunos casos eran tan graves que el asipu recomendaba deshacerse del afectado, para evitar que el daño se extendiera a toda la familia:
- «[Si el engendro de] Sulpaea ha nacido con él, la casa de su padre se dis- persará a sus pies; [para que ésta no se disperse], arrójale vivo al río y su mal se irá. [Su signo es ese, desde] el momento de su nacimiento, él no llo- ra ni grita y está rígido...»
- «Si un mal le aflige mientras anda por la calle y cuando le aflige sus ma- nos y sus pies se retuercen contra el suelo, sus ojos se oscurecen, su na- riz se contrae, (y) muerde su ropa, el engendro de Sulpaea. Su signo (presagia) la destrucción de la casa de su padre. Su padre y su madre lle- varán el castigo. Para que esto no ocurra, entiérrale vivo en la tierra; su mal se disipará.»
En otros documentos se mencionaba al demonio LUGAL-ÙR.RA, como cau- sante de algunos de estos ataques. También se le conocía como «el señor del te- jado», porque atacaba a las personas que acudían a ese lugar durante la noche: «si un hombre se aproxima a una mujer en el tejado, un demonio le golpeará.»29 El rabisu es un diablo mirón que hostiga a sus víctimas en los lugares más recónditos y alejados:
«Si cuando sale del agua, su cuerpo se paraliza y se siente girar y cae al suelo, ha sido golpeado por el demonio del río...»30
Hoy en día, se han podido relacionar muchos de los síntomas descritos en el DPS con enfermedades conocidas. Entre ellas reconocemos las huellas del alco- holismo:
«Si sus palabras son ininteligibles y continuamente pide cerveza (y ha estado enfermo) durante diez días [...]. Si sus palabras son ininteligibles y continuamente pide vino a intervalos regulares (y él ha estado enfermo) [durante diez días...].»31
Son especialmente interesantes las referencias dedicadas a las enfermedades mentales, aquellas en las que una persona sana actúa de manera enfermiza: «si una persona está sana pero su comportamiento está enfermo»32. Entre ellas en- contramos las producidas por preocupaciones y estrés: insomnio, dolores de ca- beza, ansiedad, pesadillas, rechinar de dientes, hablar o reír entre sueños, soñar con personas fallecidas. Incluso el «mal de amores» se consideraba un trastorno mental, pues provocaba inquietud y malestar:
«Si el desaliento cae continuamente sobre él, su respiración continuamente es cortada, come pan (y) bebe agua o cerveza pero no le agrada, dice iay mi co- razón!, y está abatido, está enfermo con el mal de amores.»33
Pero el asipu describe además otras muchas dolencias que apuntan a graves al- teraciones psicosomáticas y que vienen acompañadas de trastornos en la respiración y el ritmo cardíaco, dolores intestinales, vómitos, etc. En ocasiones, culpa de ello al en- fermo, quien ha quebrantado un tabú, como vemos en el caso del incesto:
«Si una mujer permanece fuera por la noche [cuando] está sana y cuando está enferma, el hijo de su dios se ha aproximado a ella (sexualmente).»34
O se trata de males que causan cambios de humor en el paciente y que no se corresponden con su situación externa real:
«Si una persona continuamente tiene una sensación de presión en su pecho y abatimiento (y) su corazón piensa falsedades...»35
«Si se pone y se quita la ropa, continuamente grita, habla mucho, no devuelve el pan y la cerveza, de modo que puede comer pero no puede dormir, la mano de Istar se ha posado (sobre él); sanará.»36
También encontramos trastornos psicóticos, esquizofrenias y paranoias:
«Si una persona está continuamente triste, está levantada de día y de noche, sufre serias pérdidas de dinero y no consigue beneficios, la gente le calumnia, la gente que habla con él no le dice la verdad, la gente habla mal de él a sus espal- das; ellos no le ven en el lugar en el que se encuentra, sus sueños son inquietos, continuamente ve en sueños a personas muertas, una sensación de aplastamien- to se aloja en su pecho...(los dioses y las diosas están enojados con él, se ha he- cho brujería contra él, ha sido maldecido ante el dios y la diosa), sus deseos son confusos, dios, rey, patrón y príncipe le ocasionan pesar, no encuentra respuesta a sus problemas fuera del adivino o del vidente, incluso después de siete (intentos), nadie le escucha...»37
Y otras enfermedades cerebrales, como el Parkinson, síndrome de Gilles de la Tourette, corea («baile de San Vito»), demencia y autismo. Incluso, se distingue el estado comatoso de un simple desmayo y de la narcolepsia (gallû). En la mayoría de los casos, se culpa al paciente de estas dolencias, o a sus progenitores, por ha- ber violado alguna regla de convivencia; en última instancia, son los dioses quienes envían el mal.
Las últimas tablillas del Tratado de diagnósticos y pronósticos están dedicadas al cuidado de la mujer y de los niños. El asipu especialista en obstetricia y gine- cología hacia exámenes regulares de las pacientes, bien para comprobar el de- sarrollo del feto, bien para recomendar algún tipo de tratamiento para prevenir o cu- rar la esterilidad. De la lectura de los textos se desprende que disponían de un instrumento para realizar inspecciones vaginales:
«Si el útero de una mujer en edad fértil está brillante, ella está fecundada con un niño que no estará sano.»38
En algunos documentos terapéuticos, encontramos referencias que señalan casos de interrupción del embarazo; bien porque el feto muere: «durante siete me- ses había estado un niño en mi útero, (pero) desde hace un mes el niño de mi úte- ro está muerto.»39 O bien, por otras causas más mundanas. En todas esas situa- ciones, el médico recomienda utilizar ciertas plantas para hacer caer al feto40, aunque su labor principal es impedir que esto ocurra. En algunos textos se indica cómo prevenir el embarazo: «La joven sacerdotisa tendrá que realizar (su amor prohibido) el coito anal para no quedar encinta.»41 También encontramos pruebas de embarazo:
«Envuelve medio siclo de planta blanca; un cuarto de siclo de alumbre, y [...en un mechón de lana]. Ponlo [en] su vagina. [Ella lo conserva en ese lugar] toda la noche. [A la mañana siguiente...] lávalo. Si el mechón de lana está rojo o con rayas de sangre roja, [esa mujer está embarazada]. Si el mechón de lana está verde, esa mujer no está embarazada.»42
El momento del parto estaba impregnado de misterio y de magia. La coma- drona llevaba a cabo el ritual: cubría la cabeza de la parturienta con un paño y tra- zaba un círculo de harina a su alrededor; mientras, entonaba plegarias y rezos. El médico actuaba si el alumbramiento se presentaba difícil. Inmediatamente des- pués, la madre y el niño seguían recibiendo los cuidados de este especialista.
Las prácticas quirúrgicas datan del 3.000 a C. Los cirujanos ocupaban un nivel social parecido al de otras actividades manuales, por debajo de los asû y asipu. En el Código de Hammurabi se regulan los honorarios y obligaciones de los médicos y cirujanos, así como se especifican los castigos ocasionados por ejercer una mala praxis43:
- Ley 218: Si un médico hizo una operación grave con el bisturí de bronce y le ha hecho morir, o bien si le operó de una catarata en el ojo y destruyó el ojo de este hombre, se cortarán sus manos.
- Ley 219: Si un médico hizo una operación grave con el bisturí de bronce e hizo morir al esclavo de un awilum (hombre libre), dará otro esclavo equivalente.
- Ley 220: Si operó una catarata con el bisturí de bronce y ha destruido su ojo, pagará en plata la mitad de su precio.
- Ley 221: Si un médico curó un miembro quebrado de un hombre libre, y ha hecho revivir una víscera enferma, el paciente dará al médico cinco siclos de plata.
- Ley 222: Si es el hijo de un awilum , dará tres siclos de plata.
- Ley 223: Si es el esclavo de un hombre libre, el amo dará al médico dos si- clos de plata.
- Ley 226: Si un cirujano, sin autorización del dueño de un esclavo, ha sa- cado la marca de esclavo inalienable, se le cortarán las manos.
- Ley 227: Si un hombre engañó a un cirujano y si él (el cirujano) ha sacado la marca del esclavo inalienable, este hombre será muerto en su puerta y se le enterrará. El cirujano, que no ha actuado a sabiendas, jurará y será libre.
4. CONCLUSIÓN
En este trabajo hemos mostrado una semblanza de las prácticas curativas lle- vadas a cabo en la Antigua Mesopotamia. Los textos apuntan a una tradición de te- rapeutas iniciada a mediados del cuarto milenio a de C., probablemente, durante los períodos de las dinastías arcaicas de Uruk. Este conjunto de conocimientos, transmitido oralmente de padres a hijos, o enseñado a muy contados aprendices en las escuelas anexas a los templos, fue recogido sucesivamente por los sana- dores de las civilizaciones acadia, babilónica, asiria y caldea. La magia y el exor- cismo impregnaron un saber que se apoyaba en el examen clínico, la experiencia y la tradición. Los médicos de estas culturas no supieron - o no pudieron - enunciar hipótesis teóricas a las que ajustar los datos empíricos acumulados en el ejercicio de su profesión, como siglos después hicieron los asclepíadas griegos, al atribuir el origen de las enfermedades al desequilibrio humoral. Los sanadores asirios y ba- bilonios procedieron de manera más arcaica: registrando las manifestaciones y los síntomas de las enfermedades; anotando las dolencias concomitantes; escu- driñando al paciente. No conociendo la causa de la enfermedad, creyeron que los dioses enviaban el mal, a modo de represalia contra el enfermo, quien, segura- mente, habría quebrantado un juramento o violado alguna regla. Antes de nada, se hacía necesario contentar a los dioses. De ahí las plegarias y ritos, los exorcismos y las ofrendas. Nada nos sorprende: el ser humano actual todavía busca curas mi- lagrosas y achaca su enfermedad a castigos divinos y a conductas improcedentes. A veces, se conforma con lo que le ha venido (del cielo) y no busca la curación, porque ve en su dolencia el castigo impuesto por su falta.
1 KRAMER, S.N.: 2010, 65.
2 La lengua babilónica y la asiria eran dialectos del acadio. Distinguimos la escritura sumeria de la acadia de la siguiente manera: las palabras sumerias las escribimos con letras mayúsculas, mientras para las acadias utilizamos cursivas. Las frases entre corchetes indican fragmentos perdidos de los tex- tos y las que escribimos entre paréntesis son expresiones o palabras añadidas por los editores para aclarar el significado original. Acerca de la escritura cuneiforme leer a MARGUERON, J.C.: 1996 y STEMPEL, R.: 2004. Sobre la historia cultural y social de los pueblos asentados en Mesopotamia, ver, por ejemplo, KLIMA, J.: 1989; NEMET-NEJAT, K. R.: 1998; OPPENHEIM, L.: 2010; ROUX, G.: 1998; SANMARTÍN, J.: 2003. Respecto a las medicinas de la antigüedad, BROTHWELL, D.; SANDISON, A.T. (eds.): 1967 y RUIZ BREMÓN, M. Y SAN NICOLÁS, M.P.: 2008.
3 MARGUERON, J.C.:1996, 460.
4 Editados por KÖCHER, F.: 1963-1980.
5 KRAMER, S. N.: 2010, 95-104.
6 KINNIER WILSON, J. V.: 1967, 195; SCURLOK, J. & ANDERSEN, B.: 2005, 6.
7 SCURLOCK, J. & ANDERSEN, B.: 2005, 9.
8 REINER, E.: 1995, 29
9 MARCOS, F. y SANTOS, M.: 1980, p. 66.
10 REINER, E.: 1995, 41 y 1982.
11 Edición crítica a cargo de HEEBEL, N. P.: 2000. Una versión comentada de este tratado la en- contramos en SCURLOCK, J. & ANDERSEN, B.: 2005. Aquí los autores distribuyen las referencias según las respectivas etiologías y grupos de enfermedades.
12 MARCOS, F. y SANTOS, M.: 1980, p. 66.
13 BAM 146, rev. líneas 43-46 (SCURLOCK, J. & ANDERESEN, B.: 2005, xix y 27). Los médicos de Mesopotamia distinguían cinco niveles de temperatura corporal: normal (mit?aru), tibia (?a??as), caliente (ummu), muy caliente (dannu) y ardiente (sar?u). También sabían que la temperatura ascendía a lo lar- go de la tarde.
14 Ibid., p. 575.
15 STOL, M.: 1992, 91. Aquí el autor comenta que Esagil redactó su DPS a modo de rectificación de este texto.
16 SCURLOCK, J. & ANDERSEN, B.: 2005, 6.
17 REINER, E.: 1995, 48. Fragmentos como estos se han encontrado en textos hititas del siglo XIII a C., en la antigua capital de su reino: Hattusa. Fueron escritos en acadio y, seguramente, eran copias de otros más antiguos procedentes de Babilonia.
18 Ibidem.
19 GELLER, M.J.: 2004, 36.
20 Ver, por ejemplo, AOAT 43, líneas 255, 200 y 152; SCURLOCK, J. & ANDERSEN, B.: 2005, 531.
21 BAM 482 i rev. línea 64. Ibid., p. 285.
22 DPS X A anv. líneas 4-6. Ibid., p.305
23 STOL, M.: 1992, 92.
24 Tablilla STT 89, líneas 192-195. Ibid., p. 97; SCURLOCK & ANDERSEN, B.: 2005, 84.
25 DPS XL A, 26-27. SCURLOCK, J. & ANDERSEN, B.: 2005, 316.
26 Artículo 278. LARA PEINADO, F.: 1986.
27 STOL, M.: 1992, 16. MUL.APIN es la constelación del Triángulo. Los asirios escribieron este catá- logo de estrellas con fines astrológicos; data del año 1000 a de C., aunque la copia que conservamos se escribió en torno al año 687 a C. (REINER, E.: 1995).
28 DPS: X A, línea 19. III C, rev línea 15. XXII, 55 a. III C, anv. Línea 35 (SCURLOCK, J. & AN- DERSEN, B.: 2005, 285).
29 Ver STOL, M.: 1992, 16.
30 DPS: XXVII, línea 25 (SCURLOCK, J & ANDERSEN, B.: 2005, 442).
31 DPS VII B, rev. líneas 13-14 (ibid., p. 361).
32 Texto contenido en la tablilla BM 64174, 9, registrada en el Museo Británico (BAM 326 ii, rev. 7).
33 DPS XXII, líneas 8-9 ( SCURLOCK, J. ANDERSEN, B.: 2005 , 373).
34 DPS XXXVII A, anv. línea 20 (SCURLOCK, J. ANDERSEN, B.: 2005, 373).
35 BAM 316 iii, rev. líneas 23-24 (ibid., p. 382).
36 DPS XXVI, rev. líneas 78-79 (ibid., p. 383).
37 Ibid., p. 374.
38 DPS XXXVI A, línea 102 (SCURLOCK, J. ANDERSEN, B.: 2005, 259).
39 SCURLOCK, J. ANDERSEN, B.: 2005, 261.
40 STOL, M & WIGERMANN , F.A.M. 2000, 42 y ss.
41 SCURLOCK, J. ANDERSEN, B.: 2005, 261.
42 UET 7. 123, líneas 1-4 (ibid., p. 262).
43 LARA PEINADO, F.: 1986.
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PIEDAD YUSTE
UNIVERSIDAD NACIONAL DE EDUCACIÓN A DISTANCIA - UNED*
* Departamento de Filosofía de la UNED. Paseo Senda del Rey, 17. 28040 Madrid. E-mail: pyus- [email protected].
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