RESUMEN: Salvador Allende, con ingenio autoirónico, se retrató verbalmente como caricatura y monumento. Su propia muerte física, proyectándose en la inmortalidad, era el argumento de un chiste que tenía a su cuerpo como soporte: "carne de estatua" se decía, bromeando sobre la trascendencia histórica del personaje que veía en sí mismo. Por otra parte, la oposición, que buscaba el derrocamiento de su gobierno, utilizó la caricatura denostativa en la construcción de una atmósfera funcional al derrocamiento violento del gobierno que contemplaba la muerte del presidente Allende. El artículo se propone evidenciar la presencia de la imagen de la muerte de Allende, tanto en sus propios dichos como en las caricaturas que utilizaron los medios que participaron en su derrocamiento; así como señalar la trascendencia simbólica del presidente convertido en mito y monumento.
Palabras clave: Salvador Allende, sátira política, humor gráfico, imaginario, Unidad Popular.
sALvADOR ALLENDE: cARTOON AND MONUMENT
ABSTRACT: Salvador Allende, with self-ironical genius, made a verbal selfportrait that worked both as a cartoon and as a monument. His own physical death, projecting itself into immortality, was the argument of a joke that had his body as a support: "Flesh of a statue" it was jokingly said, referring to the historical transcendence Allende saw in himself. On the other hand, the political opposition, that was aiming to overthrow his government, used the malicious cartoon to build up an atmosphere that was functional to this overthrow that involved President Aliende's death. This article proposes to put into evidence the wide-reaching presence of the image of Allende's death, both in his own speech and in the cartoons used by the media that participated in his overthrow. The paper also aims to show the symbolical transcendence of the President turned into myth and monument.
KEYWORDS: Salvador Allende, political satire, graphic humour, imaginary, Unidad Popular.
La figura de Salvador Allende, por su trayectoria y trascendencia, ha sido representada como caricatura y monumento. Dos expresiones que, por ridiculización o enaltecimiento, deforman al modelo de referencia. En ambas está la imitación, la búsqueda del símil, que se plasma en una ficción gráfica y plástica, en la que se enfatizan ciertos rasgos del retratado. La persona de Allende está registrada en estas dos modalidades de representación. Entre estos extremos de la exaltación, tanto de los defectos como de las virtudes, estaría como referente el ser humano: el sujeto que deviene personaje público, representable, objeto de chistes o carne de estatua, degradado o enaltecido, beneficiario y víctima de las subjetividades. En el ejercicio de esta mirada no olvidamos que la palabra persona quiere decir máscara en latín. Es decir, siempre nos estamos enfrentando a una representación y a un relato, a la resonancia del quehacer y la voz, que en este caso se encarnan en las apariencias y comportamientos de Salvador Allende.
En las posibilidades acotadas de este artículo nos centraremos en los momentos postreros de la persona de Allende, transfigurada en caricatura, principalmente, y luego en monumento. También priorizaremos, más que un análisis visual o de estilo de los dibujantes, la develación de los contenidos asignados por los emisores, en lo primordial políticos y de oposición, al proceso encabezado por el Presidente. Más allá de la calidad estética, humorística y ética de las caricaturas referidas a Allende, su materialidad, narrativa y expresión gráfica hacen de ellas, en buena medida, documentos que constituyen un aporte a la iconografía de una época. Adicionalmente, situamos las caricaturas basadas en Salvador Allende específicamente en la sátira política. Intentando una definición, hemos dicho que la sátira es una representación crítica, irreverente y burlesca de la realidad. Crítica, porque manifiesta una opinión, generalmente disconforme, respecto de lo representado. Irreverente, porque desacraliza; resta formalidad a situaciones consagradas como dignas de un trato solemne. Esta irreverencia rompe o disminuye las jerarquías (se niega a la reverencia) haciendo el diálogo más horizontal. Burlesca, porque detecta y revela los aspectos cómicos que encierra la situación -producida sin intención humorística- y los expone a la risa pública con mordacidad. Por último, la sátira es una representación de la realidad, porque tiene un anclaje en ella y propone asociaciones pertinentes con dichos o hechos que participan de su construcción social.
La iconografía humorística de Salvador Allende es amplia. La justifica su larga y destacada vida pública: dirigente estudiantil, ministro de Salubridad y Previsión Social, fundador de partido y parlamentario. Cuatro veces candidato presidencial. Nunca fue un político del montón, sino un agitador y líder republicano con un innato sentido de la historia. Siempre fue un personaje público, para cuya historicidad es ineludible considerar sus representaciones gráficas. Entre estas, la caricatura política, intencionada, busca concitar la risa en torno a su argumento, cuyo efecto cómico puede ser desvalorizador o estimulante, integrador o disociador, conservador o excéntrico, despectivo o enaltecedor. La risa, agreguemos, puede expresarse sonoramente; pero también hay una (son)risa interior. En su obra La Psicología del Humor, Rod Martin asevera esto al afirmar que el humor, debido a su ambigüedad inherente, puede emplearse para una variedad de propósitos contradictorios: "Para unir a las personas o para excluirlas, para violar normas sociales o para reforzarlas, para dominar y manipular a la gente o para congraciarse con otros. El humor también puede emplearse para reforzar estereotipos o destruir prejuicios, para resolver conflictos en las relaciones o para eludir temas problemáticos, para transmitir sentimientos de afecto y tolerancia, o para denigrar y expresar hostilidad" (248).
En el caso de Allende, él mismo recurrió principalmente a un sentido autoirónico tanto para seducir como para asumir las derrotas. También para referirse, con humor negro, a su propia muerte. Así, numerosas veces bromeó entre sus amigos diciéndoles que cuando muriera su lápida debía llevar como epitafio: "Aquí yace Salvador Allende, futuro presidente de Chile". Él mismo enfrentó en más de una oportunidad la especulación sobre su muerte -que sus enemigos políticos mantuvieron como una instigación latente-, a veces con sarcasmo. En tono airado, respondiendo a una de las embestidas de la derecha, el Presidente declaró que saldría del palacio de La Moneda solamente cuando terminara su mandato constitucional, o lo haría "con los pies por delante en un pijama de madera", innovando sobre una expresión que le escuchara a Pedro Aguirre Cerda1. Entregaba en esa frase una representación icónica de sí mismo que, junto con ser un autosarcasmo y el insumo para un chiste macabro, reiteraba una actitud que dignificaba y le daba trascendencia al cargo. Situado en el ámbito de la comparación, se trataba también de un destino personal probable.
El tema de la propia muerte se hace presente. Estaba en el aire y en la galería de los presidentes, sus remotos colegas. Entre ellos, la figura más perturbadora es la de Balmaceda, sugiriendo un paralelo funesto e inevitable: Allende "también se enfrentaría al capital extranjero, esta vez el imperialismo norteamericano, y no transaría en el patriótico propósito de recuperar para Chile su principal riqueza, que ahora ya no era el salitre sino el cobre" (Corvalán 54). El trágico final de Balmaceda también propone la ineludible evocación del suicidio y su fantasma se introduce en los discursos del presidente Allende. Así, a raíz de la acusación constitucional que destituyó al ministrojosé Tohá, se dirige a sus partidarios recordando el desenlace de la Guerra Civil de 1891:
Balmaceda, acorralado y perseguido por los grupos oligárquicos, vio al país sumergido en una guerra fratricida, y puso fin a su existencia legando a los chilenos un ejemplo profundo y hondo de sentido nacional y de responsabilidad. Recogemos esa herencia, pero decimos que los tiempos han cambiado. Ochenta años no pasan en vano en ningún país. No se va a repetir lo de ayer. No habrá aquí una guerra fratricida, porque la vamos a impedir, y no habrá un Presidente que tenga que suicidarse porque no lo haré. No habrá un Presidente arrastrado al suicidio, porque el pueblo sabrá responder (...) Ello no significa que estemos dispuestos a claudicar, a comerciar el programa y el mandato que nos dio el pueblo. No habrá un Presidente que se suicide, porque tiene la obligación emanada de la voluntad revolucionaria del pueblo de hacer posible el cumplimiento integral del programa de la Unidad Popular2.
El ejemplo de sus antecesores comprometía al Presidente. Además de José Manuel Balmaceda, su otro referente era Pedro Aguirre Cerda. Cercano a este último, Allende fue testigo del "ariostazo", nombre con el que se conoce la sublevación del general Ariosto Herrera en Santiago en el año 1939. Cuando el edecán le avisó a Aguirre Cerda que las tropas avanzaban hacia la Moneda, dice Allende:
Y yo oí y aprendí y nunca olvidaré lo que es la firmeza serena de la dignidad hecha hombre. Don Pedro Aguirre Cerda le dijo: "Usted está formado para luchar, use los autos. Yo soy un hombre de derecho. Saldré de aquí con los pies hacia delante, pero jamás abandonaré este cargo que el pueblo me entregó" (citado en Rocha 35).
El golpista no llegó a La Moneda. Lo detuvo la actitud de don Pedro, que en la memoria de Allende constituyó un legado al que debía hacerle honor. Al contar el episodio, Allende hacía suyo el discurso de Aguirre Cerda, cuya figura era recordada en el palacio presidencial. Hasta el último momento, el presidente Allende estuvo consciente de ello. "En medio del combate [reflexiona Beatriz Allende sobre las acciones de su padre en La Moneda], creo que también hizo una valoración simbólica del proceso histórico chileno, cuando pide que todos esos bustos de los ex Presidentes de la República, sean destruidos, menos dos: el de Pedro Aguirre Cerda y el de Balmaceda". Allende, como si se desapegara de él -de ese natural, ordinario, y pareciera ineludible, instinto de supervivencia física- se ocupa de los símbolos, sabiéndose ya parte de ese imaginario. Al comenzar la jornada, en sus primeras palabras que transmite Radio Corporación a las 07:55 horas, Allende habla en tercera persona para decir quién habla: la primera autoridad de la nación. Alguna vez había dicho que encontraba que "hablar de uno mismo en tercera persona" era el colmo de la vanidad (citado en Vexler). No obstante, como desdoblándose, se presenta a sí mismo delineando en pocas palabras un retrato oficial que instalaba en la audiencia una imagen institucional que podía visualizarse: no era él, era la institución: "Habla el Presidente de la República desde el Palacio de La Moneda". Poco antes de salir de su residencia, cuenta Joan Garcés, "se detuvo a fijar en la solapa de su chaqueta la piocha de O'Higgins" (12). Investido así, con su título y símbolo, estaba donde debía estar, coherente con su rol y su discurso personal de toda una vida. Cumplía con su deber, fundiendo congruentemente la esencia y la máscara del personaje. De ahí en adelante, esa sería la persona-institución que se dirigiría al país y que actúa ya no en la cotidianidad sino "colocado en un trance histórico". En la magnitud de la situación cada gesto es significativo, como la silenciosa épica tras el intento por salvar el acta de la Independencia3; y su propio sacrificio -ahí, en el palacio en llamas, con toda la dignidad del cargo- es un mensaje en sí mismo que ya lo ve con una perspectiva de futuro.
EL PIJAMA DE MADERA
La muerte del Presidente (carne de estatua, el pijama de madera, el epitafio autoirónico) es un tópico que el mismo Allende deja en el aire. La sátira de la derecha toma esa característica y la administra, principalmente en los meses previos al golpe de Estado, en función de su estrategia destinada a eliminar simbólica y materialmente a Salvador Allende. En ese contexto, las revistas PEC y SEPA publican sistemáticamente caricaturas que lo atacan situándolo en "situaciones de muerte". Los dibujos de humor macabro se publican en sincronía con las noticias de corte policial (descuartizamientos y otros crímenes de sangre) destacadas por la "prensa seria"; la suma de imágenes contribuye a la creación, reforzamiento o saturación de una atmósfera de violencia, induciendo a la conexión subliminal de esa violencia 3 con la información contigua referida al gobierno, como se consigna en los estudios de Dooner, Sunkel y Landis sobre la prensa del período.
Es inevitable, con la abundante información que se ha acumulado respecto de la intervención de los servicios de inteligencia en el golpe, no mirar con suspicacia la insistencia en un tema que el propio Allende verbalizó ("De aquí, al cementerio, yo no soy hombre de exilio", dijo a sus ministros en La Moneda) y que la derecha recogió y administró comunicacionalmente, en un marco de mayor amenaza. La sugerencia gráfica del pijama de madera -entregada por el mismo Allende- fue recogida sin vacilar, y con especial inquina, por la sátira política: un nuevo insumo para un chiste macabro. Es pertinente recordar la arenga diaria en La Segunda -"[JUNTEN RABIA CHILENOS!"- y las declaraciones de parlamentarios de derecha postulando que "el mejor marxista es el marxista muerto" y que anunciaban que "iYakarta va!", recordando la matanza de comunistas en Indonesia de 1965. Una de las portadas de SEPA ocupa dos tercios de la plana con el título "MUERTE DE ALLENDE". En su interior hace referencias a las menciones que el Presidente había hecho al suicidio de Balmaceda. Al final de la nota, que remite a la opinión de "eminentes siquiatras" anónimos, el director de SEPA concluye:
Nadie podrá afirmar que Salvador Allende posee un "seguro" contra el suicidio o su intento y menos contra la forma más débil destinada a obtener el mismo resultado de "llamar forzadamente la atención": el anuncio reiterado de que será asesinado. Mientras se mantenga el fuerte narcicismo del ilustre analizado, la posibilidad del suicidio es lejana, pero no puede descartarse (Otero, "Preocupación de la UP").
Por su lado, Tribuna publica un artículo titulado "La renuncia y el suicidio" (citado en Dooner 29), presentado como un análisis astrológico, que predice que la única salida de Allende es el suicidio. El mismo tabloide cita a Onofre Jarpa4 diciendo "El que quiera imitar a Balmaceda tiene que estar dispuesto a seguir su ejemplo hasta las últimas consecuencias" (citado en Dooner 47) y SEPA publica el artículo, anunciado en la portada, "La trágica comparación de Allende ¿será capaz de imitar a Balmaceda?" (SEPA, 7 al 13 de marzo 1972). Así, con mensajes verbales e icónicos se reforzó la orientación de un guión de vida que podía concluir en la muerte trágica. En el mismo ejemplar de la revista se publica una caricatura en la que Allende cuelga sostenido por la hoz comunista y abajo hay una muchedumbre esperando que caiga para lincharlo. Al dibujo se le atribuye una disyuntiva fatal: "Si me dejan colgado, me muero; y si me sueltan, ime matan!" (ver figura 1). En otra caricatura, "el otro Yo del Doctor Allendengue"5, el personaje se muestra temeroso de la masa popular y, antes de asomarse al balcón, en su fuero interno (el otro Yo) piensa que debe usar chaleco antibalas. Pero Allende no era el personaje dibujado. Ya había dicho, al enfrentar a unos contramanifestantes durante una de sus campañas: "iSi yo me tengo que cuidar del pueblo no merezco ser presidente de Chile!" (Citado en Puccio 73).
A la distancia, y observando lo que hacía (y no hacía) el resto de la prensa, este conjunto de caricaturas denostativas (incluyendo las verbales) debe ser situado en la perspectiva de una operación mayor: la deformación satírica resulta funcional, programáticamente, al derrocamiento violento del gobierno del presidente Allende... que contemplaba su muerte.
Ante la abundancia de ejemplos es pertinente deducir que hubo una práctica intencionada de manipulación, mediante la aplicación de una línea editorial compartida por estos medios, recurriendo al uso de lenguaje verbal y no verbal, sea desde la diatriba, la crónica seria o la sátira política. No se puede descartar, entonces, una estrategia que se desarrolló en una lógica de guerra. Fred Landis, en su trabajo Guerra psicológica y operaciones en los medios de comunicación en Chile 1970-1973, plantea que la guerra psicológica "es una forma de propaganda extrema, de terrorismo ideológico destinado a desorientar a la población y desintegrar a la sociedad a tal nivel, que las fuerzas de seguridad penetren la situación y se hagan cargo..." (63). En este sentido, es razonable pensar que la atmósfera creada por la prensa (iJunten rabia chilenos!) era parte de la avanzada que allanaba el camino a la intervención militar, familiarizando a la población con amenazas fatales, incluida la muerte del Presidente como un desenlace posible y hasta deseable. Sería ingenuo descartar una planificación tras la recurrencia de ciertos tópicos que se repetían también en la sátira política escrita y dibujada.
La muerte y el suicidio de Allende fueron sugeridos en más de una oportunidad, tanto desde los textos "serios" como desde las páginas humorísticas; negándolos a veces en su literalidad, pero insistiendo en la reiteración del tema. En SEPA hay imágenes de Allende, en el plano semántico e icónico, asociadas a funerarias, ataúdes, tumbas, cementerios. También al "pijama de madera", respondiéndole al Presidente (ver figura 2). Hay un dibujo que se mofa de las denuncias de atentados, en el que Allende tiene un hacha enterrada en su cabeza, está acuchillado por la espalda y además hay una bomba a su lado. En otra caricatura, está en el cielo, ya muerto, junto a un perro que representa a Augusto Olivares6 (ver figura 3). Por último, en PEC también está la sugerencia del suicidio de Allende: entre varias viñetas que muestran los diversos usos de la banda presidencial, una de ellas representa al Presidente colgando, ahorcado, con su propia banda presidencial. En el chiste, la imagen representa el uso "para casos de emergencia".
LECCIÓN MORAL
El 10 de septiembre de 1973 hubo reunión de gabinete. El presidente Allende, según el ex ministro Pedro Felipe Ramírez, terminó sus palabras diciendo: "No crean señores que si intentan sacarme de este sillón por la fuerza, yo seré como otros gobernantes de América Latina que se suben a un avión y se marchan al extranjero. iNo! Yo estaré acá. Y me defenderé hasta la última bala... perdón... hasta la penúltima... Yo sé lo que haré con la última" (15). Y efectivamente el 11 de septiembre al Presidente se le ofreció un avión para sacarlo del país. Probablemente recordando a Pedro Aguirre, con serena firmeza respondió: "Dígale al general Van Schowen que el Presidente de Chile no arranca en avión" (Arrate y Rojas 153). Antes del bombardeo reúne a los edecanes para que se retiren del palacio: "Díganles a sus comandantes en jefe que no me voy de aquí ni me entregaré. No voy a salir de aquí aunque bombardeen La Moneda. Me voy a matar. Así". Tomó el fusil, escribe Ignacio González, "se lo puso entre las piernas y se apuntó a la barbilla" (61). Así lo haría.
El episodio del avión revela el carácter de un nuevo personaje que entra en escena, encabezando el golpe de Estado, con un humor macabro que ratifica el deseo de ver muerto y de humillar al presidente Allende. Así lo evidencia la grabación en la que el general Augusto Pinochet7 se refiere, muy gráficamente, a la última traición reservada al Presidente Allende: "Se mantiene el ofrecimiento de sacarlo del país... y el avión se cae, viejo, cuando vaya volando (Risas)"8. Estaba decidido: lo mataban en La Moneda o lo asesinaban después. "No habrá un Presidente arrastrado al suicidio, porque el pueblo sabrá responder", había dicho Salvador Allende; sin embargo, su promesa tenía una premisa. Y a esas alturas, cuando los militares compartían la imagen burlesca del avión fatal, el pueblo ya estaba derrotado. Quedaba, entonces, dejar una lección moral como única respuesta con futuro; el gesto digno que no lo doblegaba a la humillación y la burla: "el compañero Presidente no abandonará a su pueblo ni su sitio de trabajo. (...) Pagaré con mi vida la defensa de los principios que son caros a esta Patria (...) Yo tenía contabilizada esta posibilidad, no la ofrezco ni la facilito".
Superarán otros hombres este momento gris y amargo en el que la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor. iViva Chile! iViva el pueblo! iVivan los trabajadores! Estas son mis últimas palabras y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano, tengo la certeza de que, por lo menos, será una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición9.
En la hora última vuelve la imagen de su autoirónica "carne de estatua", pero esta vez con una seriedad definitiva: "sin tener carne de mártir, no daré un paso atrás". El tema de su propia muerte, casi como un destino escrito, lo propuso reiteradamente en la medida en que habitar y morir en La Moneda devenía un símbolo, más que de poder, de haber alcanzado un enclave efímero de la utopía revolucionaria. Allende era la personificación de un sueño popular y de la infatigable lucha política por conseguirlo y defenderlo. Simbólicamente, el registro de que ello era posible estaba en su presencia concreta y simbólica en el palacio presidencial. Para Isabel Allende: "Quizás lo más sencillo y profundo de Salvador Allende sea haber encarnado los sueños de una mayoría débil y vulnerable, frente a una minoría fuerte y privilegiada, para poder gestar una sociedad más justa, igualitaria y con mayor libertad para todos" (122).
CROQUIS Y OJOS DEL SUICIDA
El dibujo pericial que se hace de Allende durante el silencio que se impuso tras el bombardeo del palacio presidencial es un acto de registro que da vuelta la página de esta historia (figura 4). La deformación extrema de Allende está en el croquis que hace la Policía de Investigaciones al reconstruir la escena del suicidio: en el salón Independencia de La Moneda, el cadáver del Presidente tiene el arma apoyada en sus piernas: el fusil AK47 con el cual se suicidó. Con flechitas el dibujante indica los restos de masa encefálica y el caído casco con el cual combatió. Su cabeza parece apoyada en el hombro ensangrentado de su abrigo.
Obviamente en el croquis, clasificado con el N°15253, no hay intención humorística ni se trata de un gesto satírico ni de una acción burlesca. Nos permitimos incluirlo, porque en cierto sentido es el gozne gráfico, la bisagra simbólica, el minuto de silencio en que se pasa de la caricatura al monumento. No hay exageración: es así. No hay máscara. Es, fríamente, el apunte rápido, la primera representación gráfica del Presidente muerto, realizada desde la pericia forense. El vestigio que se conserva de ese momento son las gafas tan características del presidente. Quebradas.
DERROTADO TRIUNFANTE
Después de aquel episodio -el inicio de un duelo-, Allende es un desaparecido; no solo porque fue enterrado en secreto y durante un tiempo no se sabía dónde estaba (la dictadura prohibió que se colocara una lápida con su nombre), sino porque su imagen era una imagen proscrita y peligrosa para quienes conservaran afiches, carátulas o libros con su rostro. Una imagen en la hoguera.
Al inicio de la dictadura, entre otras expresiones sospechosas, se suspende el uso de la caricatura. Tal como los partidos políticos, la sátira política también tiene un largo receso. Y en todo caso, incluso cuando se abren espacios para el humor gráfico, la figura de Allende no se hacía presente. Salvo en la revista SEPA, que reaparece en plena dictadura con la historieta del Reyecito correspondiente al 11 de septiembre, que no alcanzaron a conocer sus lectores ese día. Su director Rafael Otero, quien después del golpe fue nombrado agregado de prensa en la embajada en Washington, explicó después: "No pudo circular a causa del pronunciamiento militar" ("Reapareció SEPA"). El mismo 11, los ejemplares de la revista eran transportados a Valparaíso. "Fueron detenidos innumerables veces en el trayecto por patrullas militares y navales, pero al ver el contenido, no solamente los dejaban pasar sino que les daban salvoconducto hasta la próxima patrulla" (Otero, "Reapareció SEPA").
Es significativa esta (re)publícación en diferido, que reivindica la irreverencia del vencedor, la complicidad con los militares y connota la mantención de la odiosidad hacia Allende. El contexto: en los años ochenta, Otero retoma la edición de revistas con caricaturas de Lugoze, esta vez en apoyo a Pinochet (Negro en el Blanco, en 1986; y SEPA en 1987). En esta última, explica la historieta que se pudo conocer catorce años después y cómo se asignaba los contenidos al dibujante:
El Reyecito correspondiente al 11 de septiembre de 1973, estaba lleno de alusiones y alegorías a la caída inminente del régimen. En el primer cuadro, figura una armadura en lo alto de la escala. Pocos sabían su origen: fue una de las dos armaduras que Darío Saint Marie, alias Volpone, fundador y propietario del diario amarillo Clarín, había adquirido en Europa y tenía adornando su casa en el camino a Lagunillas, en el Cajón del Maipo. Una noche, en que Allende había sido invitado por Volpone, se fijó en las hermosas armaduras, ordenó a su fiel secretario, Augusto Olivares, subirlas a una camioneta para llevárselas a su residencia de Tomás Moro. De nada valieron las imploraciones de Saint Marie: Allende hizo con las armaduras lo mismo que antes había hecho con un elegante abrigo que Saint Marie se había mandado hacer sobre medida en Londres: el ágil presidente, se lo expropió... sin indemnización. El 11 de septiembre de 1973, los soldados que llegaron a Tomás Moro, se encontraron con las armaduras y decenas de cuadros, que el suicidado presidente había obtenido por el mismo método. Otero conoció la historia a última hora y cuando el dibujo ya estaba hecho, de modo que sólo alcanzó a ordenar al dibujante que incluyera una armadura "de cualquier modo". El resultado es el cuadro 1 de la historieta (SEPA, 14 al 20 de julio 1987).
Luego de la caprichosa publicación del Reyecito en 1987, Allende desapareció como caricatura.
Su imagen seria, en Chile, también aparecía de manera excepcional. Al cumplirse diez años de su muerte, Jorge Arrate reivindicó así la memoria del Presidente: "Contrariamente a lo que ocurre con las cosas triviales Allende, que fue toda trascendencia, será un recuerdo que en vez de borrarse por la acción del tiempo se irá agigantando, indeleble, en la conciencia del pueblo" (Arrate, La vía allendista 22). No obstante, en los años ochenta, "para muchos Allende se hizo murmullo, hubo una sordina. Su figura podía incomodar los acuerdos que se gestaban para desplazar la dictadura, mal que mal había sido el protagonista principal de la tragedia de 1973. Fue un tiempo en que, pragmáticamente, la mención de Allende adquirió en algunos círculos un tono menor. La historia, en vez de motivo de orgullo, para algunos parecía ser una carga, un lastre" (Arrate, "Allende: toda una vida" 85). La imagen de Allende reaparece paulatinamente convertida ya en una alegoría: Allende ya no es el Chicho ni el Reyecito sino la representación simbólica de un proceso y de un ejemplo de consecuencia democrática y de integridad personal, perteneciente, en palabras de Teitelboim, "a la estirpe de los derrotados triunfantes" (19). Su imagen se agiganta y deviene un ícono principalmente en el exilio, donde fue reconocida y adoptada como un emblema unificador en el movimiento de solidaridad internacional; sin dejar de ser al mismo tiempo, en la prolongación del debate de la izquierda, un ícono funcional al discurso armado (Allende con fusil en La Moneda) y al de la vía pacífica (Allende con banda saludando con un pañuelo desde el balcón del palacio presidencial).
En la alegoría seria, que es otro nivel de ficción gráfica, desaparecen los elementos propios de los dibujos realizados con intención humorística. Así, en las alegorías y caricaturas posteriores a la muerte de Allende se pierden los elementos de cotidianidad y contingencia de cuestionamiento moral (mujeriego, bebedor) o político (reformista, violentista) que eran recurrentes en la caricaturización contenciosa que marcaban negativamente al personaje.
Para su representación gráfica, entonces, se mantuvieron los rasgos de caracterización física: su elegancia, el bigote blanco, el pecho altivo -con la banda presidencial- y sus ojos capotudos detrás de las gafas. Este último elemento, los ojos y anteojos, son los elementos de iconización -la sinécdoque- con que se representa a Allende durante el centenario de su nacimiento, tanto en impresos de la Fundación Salvador Allende como en la gráfica que publicitó el concierto llamado "Cien años, mil sueños". La fuerza simbólica de las gafas, además de ser recordatorias del rostro de Allende, radica en que constituyen el vestigio material más representativo de los últimos momentos del presidente Allende. Como pieza histórica, una parte de dichos anteojos están conservados en una vitrina del Museo Histórico Nacional.
BRONCE PARA LA HISTORIA
La caricatura regresa al retrato, al menos durante el tiempo en que la irreverencia no se permitía todavía desacralizar la imagen del Allende en torno a la cual, internacionalmente, el monumento desplazó a la caricatura. En 1998 se inaugura el primer monumento al presidente Allende en Chile, escultura de Mónica Bunster, que se instaló en la comuna de La Palmilla. Relata Miguel Rojas-Mix:
Frente al monumento se plantaron corridas de álamos, para recordar su último discurso de Allende: "Mucho más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor". (...) Fue un día emocionante, porque el futuro estaba en el recuerdo y la estatua de Allende se levantaba allí como un acto emblemático, para devolverle la memoria a los chilenos...
El hito da pie a una caricaturización del momento y el monumento. En efecto, criticando la mala memoria nacional, la ceremonia de inauguración motiva un chiste gráfico dibujado por Eduardo de la Barra en el libro Puro Chile. Sátira Humorística y (anti)patriota (figura 5). Era de esperar que, con el paso del tiempo y el consiguiente desapego afectivo-personal de la persona Salvador Allende, su figura -como la de los padres de la Patria y otros próceres- es indefectiblemente alcanzada por la sátira desacralizadora que siempre se resistirá a aceptar lo canónico sin irreverencia.
En 1994, el Congreso Nacional había aprobado la realización de tres monumentos para que se erigieran en memoria del presidente Allende: en Valparaíso, Punta Arenas y en Santiago. Este último fue inaugurado por el presidente Ricardo Lagos el 26 de junio del año 2000. Ese día se cumplían 92 años del natalicio de Salvador Allende. La estatua, de tres metros y medio de alto, esculpida por Arturo Hevia, fue instalada en una esquina de la Plaza de la Constitución, frente a La Moneda, convirtiéndose en un lugar de memoria, de encuentro y discursos, donde los admiradores del Presidente depositan sus ofrendas florales. En el pedestal, Allende de cuerpo entero, de pie, con sus anteojos de marco ancho, el pañuelo en el bolsillo superior de la chaqueta, de corbata, la banda terciada, abrazado por la bandera, con su pie izquierdo adelantado como si estuviera caminando: carne de estatua. En cierto sentido era una deuda que, en Chile, merecía ser saldada oficial y solemnemente a nivel de Estado y con participación popular.
ALLENDE EN PERSONA
En el proceso de monumentalización y de consagración del mito, el tributo u homenaje póstumo revaloriza la imagen y la voz del personaje fallecido. Es el vestigio de expresiones vitales únicas donde los registros, como los filmes de Patricio Guzman, son rescatados en cuanto acto de recuperación. Además del mérito intrínseco que pudieran tener desde su origen como obras artísticas, en este caso las imágenes del líder fallecido también son consideradas como reliquias.
Sin embargo, resignados a la imposibilidad de la presencia real del personaje surge la posibilidad de su reconstrucción vía la imitación. En efecto, un formato diverso de presencia de la imagen de Allende es la representación corporal; es decir, la caracterización como personaje en la modalidad de actuación teatral, cinematográfica o en performance, sea en clave dramática o de comedia.
En el campo simbólico, el arquetipo del Cid campeador cabalgando propone la representación corporal del héroe ya muerto. En esa línea, propia de la presencia legendaria, la aparición repentina del presidente Allende -a cuarenta años de su muerte- ha sido una performance habitual en las movilizaciones sociales de los indignados chilenos. Así, en la multitud aparece Allende. De improviso. Se mezcla con otras personas que se manifiestan por reivindicaciones populares. Anónimo para la mayoría, el actor Carlos Paredes encarna la figura del presidente Allende; representa su papel, caracterizado de Chicho, como diciendo "aquí tiene que estar Allende y tiene que apersonarse". Camina serio, se abre paso saludando y recibe los aplausos con sobriedad. Se detiene y posa gentil con quienes desean tener "una foto con Allende"; su imagen se comparte en las redes sociales. Es una performance deambulante, ya reconocible por los asiduos a las marchas. En el contexto político-carnavalesco de las movilizaciones estudiantiles, la figura de Allende aparece encarnada no solo por este ciudadano. Decenas de estudiantes han personificado al Presidente reiterando y construyendo su presencia en las movilizaciones sociales. Se disfrazan de Allende, se maquillan pintando sus propios cuerpos para representarlo; con sus gafas, sus bigotes, de terno y corbata. Y la banda presidencial: símbolo sobre símbolo. Los otros manifestantes lo aplauden. Allende saluda. Y sigue caminando por la Alameda como un hombre libre, tal vez cumpliendo un deseo que alguna vez declaró ante un grupo de estudiantes universitarios: "Mi máxima aspiración personal es que, cuando termine mi período, pueda irme a pie a mi casa, rodeado del respeto de todos los chilenos" (citado en Mac Hale 227).
CONTINUARÁ
La importancia de los efectos de la caricatura política debe ser, obviamente, dimensionada, más aún en un contexto tan complejo en el que la figura de Salvador Allende fue central. Sin exagerar el papel de la sátira, tampoco podemos omitir ni subvalorar su existencia. Es un elemento que estuvo presente en la decisión que se toma -en Washington y Santiago- antes de que Allende asumiera para hacerle la vida -y la vía pacífica- imposible. El desorden de la UP no fue producto del azar ni solamente de los errores de dirección e implementación del proceso. El terror a la revolución, la psicosis del acaparamiento, los asesinatos políticos y el espectro de la guerra civil eran parte de una espiral de maniqueísmo que solamente podía favorecer a los enemigos de la vía chilena al socialismo. El sectarismo, el cuoteo, la interferencia partidista en la administración pública contribuyeron, ciertamente, a un clima ya exacerbado y fueron hábilmente utilizados por los servicios de inteligencia; así como hubo operaciones encubiertas para denigrar a Allende y la Unidad Popular. En ese contexto, el humor malhumorado, en sus formas de sarcasmo, de burla o como vehículo de ofensas y atribuciones indignantes, contribuyó a la atmósfera de intolerancia en una realidad donde cuesta diferenciar personas de personajes. Al respecto es necesario considerar lo que señala Patricio Dooner en las conclusiones de su investigación sobre los diarios de trinchera de la época:
La actitud antidemocrática de la prensa de derecha -o de algunos de sus sectores- es previa al ascenso de Allende. Lo grave de esto es que aun cuando se minimice el efecto que la prensa pudo haber tenido en el golpe, aun cuando se piense que fue un factor secundario, hubo un objetivo buscado, una finalidad antidemocrática. Después, al exacerbar las pasiones, la ironía y la ofensa agravaron el cuadro porque borraron el límite entre lo real y lo imaginario, entre lo verdadero y lo atribuido (89).
En esta línea es pertinente que, entre sus consideraciones finales respecto de las causas que explicarían las violaciones a los derechos humanos cometidas tras el golpe de Estado, la Comisión Rettig -aunque omitiendo la intervención extranjera en el incremento de la dinámica injuriosa- declare en su Informe:
Finalmente, no puede olvidarse en la descripción de la fase última de la crisis, 1970-1973, el papel jugado por los medios de comunicación. No en todos ellos, pero sí en algunos, especialmente escritos, de vasta difusión -y de ambos bandos- la destrucción de la persona moral de los adversarios alcanzó límites increíbles, y se recurrió para ello a todas las armas. Presentada así, en ambos extremos, la figura del enemigo político como despreciable, su aniquilamiento físico parecía justiciero, si no necesario, y no pocas veces se llamó a él abiertamente (38).
A cuarenta años del golpe de Estado, escribe su hija Isabel, "el nombre del presidente Allende está en calles, plazas, clubes deportivos, centros culturales, aulas universitarias, hospitales, puertos, en innumerables ciudades del país y de todo el mundo" (115)10. Y ese nombre se enfatiza con la evocación de una figura. Desde el retrato grave en una estampilla postal hasta las caricaturas que curiosamente regresan sin toda la irreverencia natural a la sátira, pero sí revelando una paradoja: la oposición de derecha al gobierno de Allende lo dibujó sarcásticamente en el cielo: lo quería ver muerto. Curiosamente, a cuarenta años de su muerte, desde la izquierda también se le dibuja en el cielo, como queriéndolo ver vivo. Sucedió a propósito de los homenajes póstumos dedicados a Hugo Chávez, en una serie de cortos de animación titulada "Chávez nuestro que estás en el cielo". Ahí el líder venezolano se encuentra con otros luchadores/as de nuestra América: Simón Bolívar, Martí, Sandino, Che Guevara, Eva Perón, Frida Kahlo, Salvador Allende. Una especie de patria eterna y simbólica, como un Parnaso donde radican los héroes memorables del continente. Es una galería más amplia que aquella pintada en los murallones del Mapocho donde Allende coexistía con Aguirre Cerda y Balmaceda. En las animaciones -que circulan por las redes sociales del siglo XXI- los héroes y heroínas están representados en caricaturas amables, de leve humor y solemnidad. El presidente Allende -de terno y corbata, con su bigote blanco y sus gafas- es un personaje que sonríe desde la inmortalidad. En esa persona autoiróníca había, finalmente, carne de estatua y bronce para la historia.
1 Pedro Aguirre Cerda, Presidente de la República en representación del Frente Popular. Gobernó entre el 24 de diciembre de 1938 y el 25 de noviembre de 1941, pues falleció antes de ter minar su mandato. Allende fue su ministro de Salubridad, Previsión y Asistencia Social entre 1939 y 1941.
2 Salvador Allende, "Discurso sobre la acusación constitucional contra el Ministro del Interiorjosé Tohá", Santiago de Chile, 8 de enero de 1972.
3 Cuenta Miguel Orellana, en cuya casa se refugió la secretaria del Presidente días después del bombardeo de La Moneda: "A la Payita le confió el Acta de la Independencia, para salvarla de la destrucción. Le dijo que la entregara al primer soldado que encontrara, explicándole de qué documento se trataba. Fue su última decisión de Estado antes de suicidarse. Pero, según ella nos contó, los soldados no le hicieron caso y rompieron el viejo papel, firmado en Talca por el Director Supremo Bernardo O'Higgins Riquelme, un siglo y medio antes, en el primer aniversario de la Batalla de Chacabuco, el 12 de febrero de 1818" (11).
4 Sergio Onofrejarpa, Presidente del Partido Nacional (producto de la fusión de los partidos Conservador, Liberal y grupos nacionalistas). El diario Tribuna era propiedad de ese partido.
5 Parodia de la tira argentina "El otro Yo del Doctor Merengue", de Divito.
6 Augusto Olivares, periodista, fue jefe de prensa en Televisión Nacional de Chile. Afectuosamente le decían "el perro Olivares". Acompañó al presidente Allende en La Moneda. Se suicidó en el palacio durante el bombardeo.
7 El personaje era conocido por Allende. En 1948, creado el campo de concentración de Pisagua, "Allende va a visitar a los compañeros allí detenidos, a pesar de la prohibición que le impusiera el teniente a cargo del campo, Augusto Pinochet Ugarte" (Nolff 163). Años más tarde, en 1973, tres semanas antes de ser derrocado por el mismo Pinochet, el presidente Allende lo nombra Comandante en Jefe del Ejército al considerarlo como un militar leal a su Gobierno.
8 Grabación de los diálogos entre el Puesto 1, de Pinochet, y el Puesto 5, del almirante Patricio Carvajal.
9 Último discurso del presidente Salvador Allende, La Moneda, Santiago de Chile, 11 de septiembre de 1973.
10 Al respecto, véase la impresionante lista de calles y otros lugares que llevan el nombre "Salvador Allende", publicado en Punto Final. También véase el artículo de Sergio Vuskovic "¿Por qué 'Allende en el mundo'?".
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