GIMENO PUYOL, María Dolores. Primera memoria de José Nicolás de Azara. Zaragoza: Institución Fernando El Católico, 2014, 245 pp.
El venturoso redescubrimiento de una copia manuscrita incompleta de la Primera memoria de José Nicolás de Azara en la Biblioteca de Cataluña (BC/R. Ms. 2332), por feliz adquisición en 1963 procedente de los fondos documentales de la familia de bibliófilos anticuarios Porter-Moix, y los desvelos de la profesora María Dolores Gimeno Puyol son el origen de la presente edición junto a su esmerado análisis y documentado estudio. Se trata de un texto de muy relevante interés, que ha de ser de imprescindible y atenta lectura para todos aquellos estudiosos que deseen profundizar en la biografía del ilustre diplomático aragonés, así como en su particularmente compleja acción política mediadora desarrollada en Roma como embajador de Carlos IV, entre el Papa Pío VI y la Corte romana y los generales y comisarios franceses del Directorio y Napoleón Bonaparte.
Cercenada sin piedad la Primera memoria, y muy posiblemente a continuación consumido pasto de las llamas el manuscrito original -en consecuencia perdido para siempre-, el tándem Agustín de Azara, sobrino de don José Nicolás, y Basilio Sebastián Castellanos de Losada, polígrafo a sueldo de aquel, editaron la Primera memoria con la Segunda y Tercera en 1847, en su obra pretendidamente reivindicadora y apologética del insigne Azara, que adjetivaron de póstuma y original, ofrecida al público en dos volúmenes intitulados Revoluciones de Roma.
De las memorias Segunda y Tercera, que corrieron suerte similar a la Primera en cuanto a la lamentable poda, se ha conservado el manuscrito original en la BNE (Ms. 20121), lo que permitió al profesor Sánchez Espinosa realizar una escrupulosa revisión y edición, producto de su tesis doctoral: Las memorias de José Nicolás de Azara. Ms. 20121 de la BNE. Estudio y edición del texto (Frankfurt: Peter Lang, 1994) y Memorias del ilustrado aragonés José Nicolás de Azara (Zaragoza: Institución Fernando El Católico, 2000). Con la presente edición de María Dolores Gimeno Puyol de las sustanciales partes directamente eliminadas o intencionadamente modificadas de la Primera memoria, inéditas hasta ahora, y la reedición crítica de las subsiguientes, inevitablemente a partir del texto publicado por Castellanos-Azara, se completan todos los textos memorialísticos que legó su autor y protagonista a la posteridad, cuya oportunidad de divulgación dejó al albur de sus herederos.
La figura de Azara, revisada a la luz de la moderna historiografía a partir de los trabajos originales y de investigación de los profesores Carlos Corona Baratech y Rafael Olaechea, que abrieron las sendas por las cuales transitan hoy los estudiosos del diplomático aragonés, cobra cada día, con cada nueva aportación, un mayor interés, derivado este tanto de su influyente acción política como también de su complicada, atractiva y multifacética personalidad, más aún divisada desde nuestra perspectiva actual.
Su abundantísimo Epistolario, gran parte del mismo igualmente revisado y editado por la profesora Gimeno Puyol (José Nicolás de Azara. Epistolario 1784-1804. Madrid: Editorial Castalia, 2010, 1441 pp.), pero todavía pendiente de ver la luz la prometida reedición de las cartas cruzadas con Manuel de Roda a cargo del profesor Sánchez Espinosa (Memorias, 2000, p. 6, n. 2), así como la correspondencia y documentación de oficio conservada en los Archivos del Estado, testimonian la honrosa veracidad de sus Memorias, apuntes subjetivos que, no obstante serlo, no se apartan de la realidad objetiva percibida por el autor, redactadas en un estilo sencillo, esto es, claro y preciso, sin más adornos que los naturales, con el que se muestra más el hombre que el escritor y cuya principal elevación radica en los asuntos que toca, expuestos sin retórica ni ánimo de conmoción, simple y llanamente relatados, salpicados de brillantes razonamientos y, naturalmente, de sus propios puntos de vista.
Comienza la primera parte de la Primera Memoria con un preámbulo a modo de recorrido histórico de la Iglesia, propietaria de «las llaves del Cielo», y de su progresivo imperio, espiritual y temporal, hasta el inicio de su decadencia frente al poder civil, que coincide, según el autor, «en el principio de este siglo [...] en el Tratado de Utrech» (p. 98), en términos tan críticos que dejan traslucir las razones de su censura por los editores decimonónicos. Las páginas siguientes, así como todas las de la Introducción, se dedican al pontificado de Pío VI, a su semblanza biográficapsicológica, y la de los principales personajes de la corte papal, siempre en un tono muy crítico con la ineptitud, la corrupción y el nepotismo vaticanos; puede a su vez subdividirse esta Introducción en el antes y después de la Paz de Basilea (julio de 1795), que concluye Azara relatando las vicisitudes del viaje del Papa a Viena y sus entrevistas con José II, para aseverar ad finis, con tintes de lamentos, que: «Desde el principio de la Revolución francesa ha seguido el Papa la conducta que le ha prescrito el Gabinete de Londres» (p. 123). Pues el diplomático, inteligente conocedor de la ambición británica, secular adversaria de los legítimos intereses españoles que con acendrado patriotismo su generación (Simón de las Casas, Domingo y Bernardo de Iriarte, Bernardo del Campo, etc.) venía defendiendo desde su advenimiento al primer plano de la escena política; español leal y fiel servidor de su Rey y de su nación ante todo, previó con clarividencia el curso futuro de los acontecimientos, el devenir de la historia en detrimento de España, de Francia y de las temporalidades del Papa, que finalmente culminaron en la hegemonía anglosajona, que aún pervive.
Tras la Introducción, prosigue la Memoria con el motín romano contra los franceses y el asesinato de Hugo de Bassville el 13 de enero de 1793, acontecimientos que si bien no presenció Azara -se enteró de ellos antes de abandonar su residencia para dirigirse al Vaticano a la recepción de la princesa Sofía Albertina de Suecia-, los relata con todo lujo de detalles que acreditan su verosimilitud: aquel iniciado en el Corso por un abate al servicio del príncipe Rúspoli, y este perpetrado por un soldado napolitano de la tropa del Papa, que «yo conozco de vista [...], donde hasta pocos meses hace vivía tranquilo y ufano de su hecho y sin que nadie le haya reconvenido ni menos nombrado» (p. 129), aseveración que nos animó a cotejar y releer las notas dedicadas por Leandro Fernández de Moratín a la ciudad de Roma: «Quando no hay parte que pida, la justicia no obra, y dexa sin castigar el delito [...]. Quando yo estuve en aquella corte, oí decir que desde el principio del pontificado de Pio 62, se contaban en el estado papal diez y ocho mil muertes» (Fernández de Moratín, Leandro. Viage de Italia. Edición crítica de Belén Tejerina. Madrid: Espasa Calpe, 1991, p. 330). Estos hechos trascendentales y la conducta de Azara al respecto, percibida tanto por Roma como por la Convención francesa, determinarán sus respectivas relaciones posteriores.
Continúa la Primera Memoria, dividida en seis partes y XX capítulos, con los sucesivos acontecimientos que fueron desarrollándose a partir de la resonante victoria napoleónica de Lodi sobre la tropas austro-sardas, que abrió a Bonaparte, cual nuevo Aníbal, las puertas de la Península italiana y el sometimiento de las temporalidades del Papa, ya ganadas por la Convención en 1793 las del Aviñonés y el Condado Venesino.
En todo momento la Corte de Roma no deja de mirar, implorando protección, a la napolitana, secuaz de Inglaterra, mientras alimenta y aprovisiona a la armada británica del Mediterráneo y recibe con los brazos abiertos a los agentes y viajeros ingleses de ida y vuelta entre Nápoles y Roma, como lo eran, por ejemplo, Elizabeth Webster y su próximo esposo lord Holland, que pasaron por Roma en mayo de 1794: «I saw the Pope give his bendition to a kneeling and believing multitude. The sight was imposing. He is an excellent actor; Garrick could not have represented the part with more theatrical effect» (Elizabeth Lady Holland. The Journal of Elizabeth lady Holland 1791-1811. Edited by the earl of Ilchester. London: Longmans, Green and Co, 1908, vol. I (II), p. 125): Años después, entre los objetos personales que Napoleón conservaba en Santa Elena, se hallará a su fallecimiento, curiosamente, una elegante tabaquera de oro con un billete autógrafo en su interior por el que la legaba a la aristócrata inglesa, admiradora suya: «L'empereur Napoléon à lady Holland, témoignage de satisfaction et d'estime» (H. R. Lord Holland. Souvenirs des Coúrs de France, de Prusse et de Russie. Paris: Libreirie de Firmin Didot, 1862, pp. 141-142).
Azara media, tanto en representación de la monarquía de España como de la Corte de Roma, en un singular ejercicio de funambulismo diplomático de alto nivel, entre el Papa, los comisarios del Directorio, los generales franceses y un joven Napoleón, cuyo genio militar, juventud y determinación lo subyugan admirativamente. Su relato refiere una larga serie de hechos de trascendental importancia que presenció o protagonizó: la negociación de Bolonia con Garrau, Salicetti y Bonaparte; el desasosiego de Roma ante la incertidumbre de las gestiones; el pírrico armisticio de Bolonia de junio de 1796 que a ninguna parte satisfizo; la recepción jubilosa en Roma de dicha paz y el clamoroso recibimiento de Azara a su regreso de la negociación, en la cúspide de su celebridad y mayor gloria, y el incumplimiento del armisticio y la reacción anti-francesa del pueblo; la remoción en la Secretaría de Estado vaticana, a instancias de Azara, del cardenal Zelada por Busca; el inmediato desprestigio de Azara azuzado por los agentes anglo-napolitanos destacados en Roma; la ocupación y avance hacia Roma de los ejércitos republicanos, con el terror pánico que desató en la ciudad, y las últimas insistencias del sobrino de Pío VI, duque Braschi, y el marqués de Gnudi, para que Su Santidad se confiara de nuevo a las gestiones de Azara, su última esperanza ante Napoleón: «Al mismo tiempo que yo me mataba para salvar al Papa y a los romanos, en Roma se estaba maquinando la guerra más cruel a los franceses, fraguando diferentes alianzas para echarlos de Italia» (p. 215); y, finalmente, la firma de la Paz de Tolentino, el 19 de febrero de 1797, que supuso a la Corte de Roma, entre otras, la pérdida de las legaciones italianas que se reconvertirían a repúblicas, la contribución de 15 millones de libras tornesas y la indemnización de otras 300.000 por el impune asesinato de Bassville: «Dos horas después que fue firmado el Tratado, Bonaparte me expidió un correo [...] diciéndome que había concedido aquella paz al Papa por pura atención a la mediación del rey de España» (p. 232): Aquella mencionada tabaquera que Napoleón legó a lady Holland era precisamente... un regalo de S.S. por la paz suscrita in extremis, según se leía en el reverso del aludido billete: «Donné par le pape Pío VI à Tolentino en 1797».
Concluye la Primera Memoria con el relato del regreso de Azara a Roma desde Florencia, que coincidió con la llegada desde España de los arzobispos Múzquiz, Despuig y Lorenzana, enviados a consolar a Pío VI y alejados de la Corte por el Príncipe de la Paz, y los últimos testimonios documentales que presentó al Papa, enterándole de las intrigas y de la sibilina conducta observada por el cardenal Ignazio Busca, secretario de Estado, que había actuado con doblez con la buena fe del diplomático español, ante lo cual: «se puso a llorar amargamente S.S.» (p. 238).
El interesante texto documental va precedido de un erudito y extenso estudio preliminar estructurado en cuatro apartados: José Nicolás de Azara, representante de España en Roma; Una serie de vicisitudes textuales; El memorialista Azara; La difusión de la Primera memoria. A continuación de una breve semblanza biográfica del diplomático, se reconstruyen con pormenor las vicisitudes de escritura de sus Memorias así como las copias que se difundieron en vida o post mortem. Asimismo se revisan las circunstancias en que fue escrita esta Primera memoria, en un momento de desgracia ante el Papa y los romanos, movido Azara por la intención de justificar sus negociaciones y a la vez pasar a la historia como testigo y protagonista de unos hechos trascendentales. Así se analizan los variados recursos que el memorialista, hábil y cultivado -editor de clásicos latinos-, usa para conferir verosimilitud a su testimonio pero también sus marcas de estilo en función de los temas tratados, desde la sátira eclesiástica a la gravedad de la guerra; y de todo ello, emerge el «yo», que realiza su autorretrato como diplomático y patriota y que -según la editora- muestra también su intimidad al confesar su impotencia como negociador, su frustración al no ser comprendido o su dolor ante las desgracias bélicas. Al final, el relato autobiográfico se convierte en una manera de trascender los «desengaños» del hombre político (p. 68), un hombre del Antiguo Régimen que atisbó un mundo que se transformaba. Va acompañado de los criterios de edición observados y de un exhaustivo repertorio bibliográfico, imprescindibles para centrar debidamente el documento de fondo, que cuenta en más de dos centenares las explicativas notas reseñadas al pie y de un práctico índice onomástico al final. Por todo ello, esta nueva aportación de la profesora Gimeno habrá de ser gozosamente recibida en los ámbitos del hispanismo y leída con el interés que merece el personaje y la procelosa época que vivió y tan bien relató.
Juan José Gómiz León
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Copyright Ediciones Universidad de Salamanca 2015
Abstract
Madrid: Editorial Castalia, 2010, 1441 pp.), pero todavía pendiente de ver la luz la prometida reedición de las cartas cruzadas con Manuel de Roda a cargo del profesor Sánchez Espinosa (Memorias, 2000, p. 6, n. 2), así como la correspondencia y documentación de oficio conservada en los Archivos del Estado, testimonian la honrosa veracidad de sus Memorias, apuntes subjetivos que, no obstante serlo, no se apartan de la realidad objetiva percibida por el autor, redactadas en un estilo sencillo, esto es, claro y preciso, sin más adornos que los naturales, con el que se muestra más el hombre que el escritor y cuya principal elevación radica en los asuntos que toca, expuestos sin retórica ni ánimo de conmoción, simple y llanamente relatados, salpicados de brillantes razonamientos y, naturalmente, de sus propios puntos de vista. Tras la Introducción, prosigue la Memoria con el motín romano contra los franceses y el asesinato de Hugo de Bassville el 13 de enero de 1793, acontecimientos que si bien no presenció Azara -se enteró de ellos antes de abandonar su residencia para dirigirse al Vaticano a la recepción de la princesa Sofía Albertina de Suecia-, los relata con todo lujo de detalles que acreditan su verosimilitud: aquel iniciado en el Corso por un abate al servicio del príncipe Rúspoli, y este perpetrado por un soldado napolitano de la tropa del Papa, que «yo conozco de vista [...], donde hasta pocos meses hace vivía tranquilo y ufano de su hecho y sin que nadie le haya reconvenido ni menos nombrado» (p. 129), aseveración que nos animó a cotejar y releer las notas dedicadas por Leandro Fernández de Moratín a la ciudad de Roma: «Quando no hay parte que pida, la justicia no obra, y dexa sin castigar el delito [...] En todo momento la Corte de Roma no deja de mirar, implorando protección, a la napolitana, secuaz de Inglaterra, mientras alimenta y aprovisiona a la armada británica del Mediterráneo y recibe con los brazos abiertos a los agentes y viajeros ingleses de ida y vuelta entre Nápoles y Roma, como lo eran, por ejemplo, Elizabeth Webster y su próximo esposo lord Holland, que pasaron por Roma en mayo de 1794: «I saw the Pope give his bendition to a kneeling and believing multitude. Su relato refiere una larga serie de hechos de trascendental importancia que presenció o protagonizó: la negociación de Bolonia con Garrau, Salicetti y Bonaparte; el desasosiego de Roma ante la incertidumbre de las gestiones; el pírrico armisticio de Bolonia de junio de 1796 que a ninguna parte satisfizo; la recepción jubilosa en Roma de dicha paz y el clamoroso recibimiento de Azara a su regreso de la negociación, en la cúspide de su celebridad y mayor gloria, y el incumplimiento del armisticio y la reacción anti-francesa del pueblo; la remoción en la Secretaría de Estado vaticana, a instancias de Azara, del cardenal Zelada por Busca; el inmediato desprestigio de Azara azuzado por los agentes anglo-napolitanos destacados en Roma; la ocupación y avance hacia Roma de los ejércitos republicanos, con el terror pánico que desató en la ciudad, y las últimas insistencias del sobrino de Pío VI, duque Braschi, y el marqués de Gnudi, para que Su Santidad se confiara de nuevo a las gestiones de Azara, su última esperanza ante Napoleón: «Al mismo tiempo que yo me mataba para salvar al Papa y a los romanos, en Roma se estaba maquinando la guerra más cruel a los franceses, fraguando diferentes alianzas para echarlos de Italia» (p. 215); y, finalmente, la firma de la Paz de Tolentino, el 19 de febrero de 1797, que supuso a la Corte de Roma, entre otras, la pérdida de las legaciones italianas que se reconvertirían a repúblicas, la contribución de 15 millones de libras tornesas y la indemnización de otras 300.000 por el impune asesinato de Bassville: «Dos horas después que fue firmado el Tratado, Bonaparte me expidió un correo [...] diciéndome que había concedido aquella paz al Papa por pura atención a la mediación del rey de España» (p. 232): Aquella mencionada tabaquera que Napoleón legó a lady Holland era precisamente... un regalo de S.S. por la paz suscrita in extremis, según se leía en el reverso del aludido billete: «Donné par le pape Pío VI à Tolentino en 1797».
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