Resumen: El objetivo del presente trabajo consiste en reflexionar sobre el final del eurocomunismo y la situación del Partido comunista español a finales de los años setenta, ofreciendo, al mismo tiempo, una mirada comparativa con los casos de Italia y Francia. El eurocomunismo representó una tendencia de renovación interior del campo comunista, que finalmente obtuvo escasos resultados. En los años sesenta y setenta, los partidos comunistas de Francia, España e Italia empezaron a considerar la democracia como valor y medio fundamental en el camino hacia el socialismo. Su intento no dio los resultados esperados y los comunistas españoles, franceses e italianos fueron cada vez más marginales (y marginados) en cuanto fuerza política. Probablemente, el caso de España fue el más complicado e interesante, ya que fue donde la crisis del eurocomunismo tuvo su intensidad mayor. El fracaso del experimento eurocomunista produjo la implosión del partido comunista español: tras los malos resultados electorales, las divergencias internas aumentaron poniendo en peligro la supervivencia del partido.
Palabras clave: Eurocomunismo, Partido comunista español, Italia, Santiago carrillo, comunismo.
ABSTRAcT: this paper aims to analyze the end of Eurocommunism and the situation of the Spanish communist Party in the late seventies, offering at the same time, a comparative study of the cases of Italy and France. Eurocommunism represented a trend of interior renovation within the communist camp, which finally produced few results. In the sixties and seventies, the communist Parties of France, Spain and Italy began to consider democracy as a fundamental value and vehicle on the road to socialism. Its attempt did not produce the expected results and the Spanish, French and Italians communists were increasingly marginal (and marginalized) as a political force. Probably the case of Spain was the most complicated and interesting because it was where the Eurocommunism crisis was most intense. the failure of the eurocommunist project produced the implosion of the Spanish communist Party: after poor election results, the internal disagreements increased threatening the survival of the party.
Keywords: Eurocommunism, Spanish communist Party, Italy, Santiago carrillo, communism.
1.Introducción
En los años setenta, los partidos comunistas de España, Francia e Italia dieron vida a un proyecto, el eurocomunismo, que se proponía realizar «una coordinación de las iniciativas, una colaboración no episódica entre los partidos comunistas del Occidente capitalista y una relación unitaria con las demás fuerzas de la izquierda obrera y democrática interesadas en la lucha por la transformación socialista de la sociedad»1. Estos partidos comunistas estaban convencidos de que se daban las condiciones para realizar este propósito y alcanzar el poder. Según los promotores del movimiento, se trataba de una propuesta que no comportaba la creación de un nuevo centro dirigente y que tampoco pretendía la organización de un reagrupamiento intermedio cualquiera. respecto al «asalto al Palacio de Invierno», el eurocomunismo buscaba una nueva estrategia, de conquista gradual y pacífica del poder político, mucho más acorde con la complejidad de las formaciones sociales que se habían verificado a finales de los años sesenta. No obstante, el experimento duró poco, finalizando con tensiones internas y frustraciones de expectativas.
El objetivo de este artículo es reflexionar sobre la situación del PcE a finales de los años setenta, ofreciendo, al mismo tiempo, una mirada comparativa con los casos de Italia y Francia. A través de un análisis crítico, se pretende demostrar que no existe una única causa que explique la crisis y el declive de los partidos comunistas occidentales. Se pondrá el acento sobre la existencia de factores nacionales que imprimieron rasgos propios en el final de la experiencia eurocomunista y sobre la presencia de unos factores generales. la suma de causas externas e internas, interrelacionadas entre ellas, situó a estos partidos en una posición de fragilidad y debilidad, contribuyendo a su declive.
Para realizar este análisis se ha decidido elegir especialmente el año 1979 como referencia cronológica ya que, por un lado, se trata de una fecha importante electoralmente para los tres países (especialmente Italia y España); y, por otro lado, a partir de este momento la supervivencia -y vigencia- del proyecto resulta ampliamente cuestionada. la metodología que se ha utilizado a lo largo de este trabajo, se basará en diferentes tipologías de fuentes: por un lado, las fuentes primarias y documentos directos, es decir los documentos de archivo y los programáticos de los partidos integrantes del proyecto eurocomunista; por otro lado, los discursos, los Informes, las intervenciones y los escritos de los principales líderes, publicados en la década de los setenta. y, finalmente, los libros, revistas especializadas, publicaciones de partidos, intervenciones de diferentes líderes políticos y manuales.
El análisis de la trayectoria política del PcE, del Pci y del PcF no puede ser extrapolada del contexto en el que operaron, ya que la evolución teórica y las estrategias que adoptaron fueron consecuencias de la situación nacional e internacional en la que desenvolvieron su actividad política.
2. Los años setenta en general
El eurocomunismo no fue una táctica tras la cual esconder una sustancia inmutable y una inalterada relación con la Unión Soviética; tampoco fue simplemente un proceso de social-democratización de los partidos comunistas de Francia, España e Italia. El eurocomunismo surgió en medio de una crisis general, tanto en el mundo capitalista como en el socialista. Se propuso abordar el tema de la transición y llegada a un régimen socialista a través de una revolución democrática, proponiendo una trasformación de la sociedad basada en la «modificación cualitativa de las relaciones entre el consentimiento y la coacción»2.
Se gestó en una época difícil, de profunda crisis en varios sectores y ámbitos de la escena mundial. Una época, la segunda mitad de los años setenta, en la que «señales de descomposición»3 eran emitidas simultáneamente tanto por la izquierda social europea como por la derecha tradicional. Por eso, la nueva estrategia política surgió como consecuencia de una doble circunstancia: por un lado, la crisis económica que afectaba a los países de la Europa occidental tras un prolongado periodo de desarrollo económico posterior a la Segunda Guerra mundial; y, por otro lado, los límites que empezaba a evidenciar el desarrollo socio-económico de la URSS.
La crisis de los setenta ralentizó el crecimiento económico de los países capitalistas que, desde la posguerra, había sido impetuoso e imparable: la crisis energética y la creciente inflación «rompieron» el ciclo económico y político creado en Bretton Woods. Sin embargo, no cabe duda de que se trataba de una crisis nueva, que abarcaba todos los aspectos de la vida, no solo los referidos a la economía. la crisis de los setenta no era sólo económica, sino socio-política: en su dimensión mundial, interesaban los temas de la energía y el abismo entre el mundo industrializado y la miseria de los países subdesarrollados. Se planteaba la necesidad de una nueva relación entre lo privado y lo público, entre la política y la economía, mientras se levantaban voces pidiendo una transformación del Estado.
En este contexto, el eurocomunismo podía representar, desde el punto de vista político e ideológico, el punto de avance frente a la crisis del «modelo soviético», un intento de desenmascarar las contradicciones reales de la sociedad soviética en un terreno de «desestalinización del marxismo»4: parecía claro que la revolución socialista no podía triunfar ni en un solo país y menos en el más atrasado de Europa. Pero al mismo tiempo, la transición democrática al socialismo se podía interpretar como la «conclusión de otro tipo de análisis de las contradicciones internas de la sociedad capitalista», según la expresión de Pietro Ingrao5. Por eso el eurocomunismo fue el fruto de las crisis de ambos modelos: se trataba de dar una alternativa a las exigencias de las clases trabajadoras sin tener que agotar la vía parlamentaria democrática.
No cabe duda de que la crisis general de las sociedades capitalistas generaba un nuevo debate sobre la posibilidad de implementar el socialismo en estas sociedades: pero la inadecuación de la estrategia seguida en la URSS y en los países satélites para hacer la revolución, combinada con la insatisfacción por el modelo de sociedad y de estado vigente en los países que habían hecho la revolución, obligaba a los Partidos comunistas de los países capitalistas a la reflexión sobre qué tipo de socialismo podría resultar valido y eficaz.
Por lo tanto, los líderes de los Partidos comunista italiano, francés y español, se enfrentaban a una situación que requería cambios: en ningún país del capitalismo avanzado se había producido una situación revolucionaria correspondiente al modelo clásico, ni la revolución entendida como asalto al poder por una vanguardia proletaria marginada de la sociedad, ni el derrumbe del capitalismo como culminación inevitable del desarrollo de las fuerzas productivas6. Estas condiciones invitaban a los Partidos comunistas de la Europa meridional a cuestionar el sistema y proponer una nueva estrategia política para alcanzar el poder. Además, en Italia, España y Francia, la profunda crisis económica y social se combinaba también con la crisis del sistema político, democristiano, franquista o golista de que se tratase: «PcE, pci y PcF se encontraban en un momento especialmente delicado, dado que sus respectivos sistemas políticos, cada uno a su manera, estaban atravesando una fase de grandes transformaciones y los PPcc esperaban influir en estos cambios para aumentar su influencia en los nuevos equilibrios que se iban dibujando»7. Parecía posible que las fuerzas de izquierda pudiesen convertirse en las mayoritarias y hegemónicas. En estos países, el Partido comunista era el componente esencial de la izquierda, antagónica y de oposición, dotando de esa manera al entonces fenómeno eurocomunista de una candente actualidad. y eso determinó la aparición del llamado eurocomunismo.
3.El final del eurocomunismo del PCE
Tras la muerte del General Franco y la legalización del PcE, en marzo de 1977, el partido pudo participar, con mucha expectación, en las primeras elecciones democráticas. El Partido esperaba repetir las huellas del Pci8, soñando con poder contar con el mismo peso político y postularse así como partido alternativo y primera fuerza de izquierda en España. El PcE volvía a ser un partido legal tras una larga etapa de satanización y demonización: «os han dicho que éramos el demonio; podéis ver que ni huelo a azufre, ni tengo rabo o pezuñas»9. como demostración del clima de confianza que imperaba, antes de las elecciones el PcE se autoproclamaba «el principal partido de la clase obrera y del pueblo trabajador (...) todo observador objetivo lo reconoce (...). [Por lo tanto] ganar millones de votos para las candidaturas del PcE y su programa es un objetivo real dada nuestra influencia en grandes sectores del pueblo»10. No obstante, esta expectativa se vio frustrada muy prematuramente por los resultados de las elecciones del 15 de junio de 1977, donde el PcE descubrió tener una notable extensión, pero un corto porcentaje de votos. Llenaba plazas de toros, estadios, polideportivos abarrotados por multitudes, pero no llenaba las urnas. Para el PcE, los resultados de 1977, que dieron la victoria a UcD (con 34,7% de los votos) fueron muy decepcionantes, ya que el partido obtuvo un 9,24%, muy por debajo de sus expectativas y del PSOE (29,2% de los votos).
Un resultado aún más desilusorio si lo comparamos con los resultados obtenidos por el pci y el PcF en las primeras elecciones celebradas tras la derrota del fascismo. Por eso en el informe publicado tras el voto se omitió la comparación con los países donde nacieron fuertes partidos comunistas -caso italiano y francés- y se aludió al caso de Portugal donde en las primeras elecciones (25 de noviembre de 1975) se produjo un resultado parecido al de España, con una análoga correlación de fuerzas: un Partido Socialista (37,9%) más potente que el Partido comunista (12,5%). Los resultados causaron una decepción profunda en todos los comunistas, tanto en militantes como en el grupo dirigente. Además, es probable que los éxitos del PSOE, que recuperaba la hegemonía electoral en el bando de la izquierda, hicieran más sufrida la decepción del PcE: «lo que más le dolió a carrillo es que el PSOE salía como el gran vencedor en las elecciones. y que el PSUc, que era parte del PcE pero con actitudes independientes y poco disciplinadas, había obtenido el doble de votos que el PcE en conjunto: PSUc, 18,4% frente al 9% del PcE»11.
Por un lado, el resultado electoral invitaba al partido a una reflexión crítica de su actitud y, por otro, confirmaba la equivocación de los análisis hechos por el partido: «estos resultados acababan de invalidar las dos grandes esperanzas cultivadas por los comunistas a propósito del posfranquismo: no se había producido ruptura, ni el PcE había logrado afirmarse como la primera fuerza de la izquierda (...). Los deseos del PcE chocaron con la realidad»12. El resultado de las elecciones dejaba claro que el espacio político del PcE era mucho más reducido de lo que esperaba. El Partido tenía que reflexionar y cuestionarse qué hacer: ¿Endurecimiento o más concesiones? Se encontraba frente a un aut aut, un dilema: podía abogar por un «giro a la izquierda», no solo en su discurso sino también en la práctica, intentado mostrar nuevamente una actitud de «ruptura» más que de «reforma»; o insistir -e incluso acentuar- su política de concesiones y consenso, buscando un mayor entendimiento con la UcD de Suárez a fin de aislar al PSOE.
Ante este dilema, el partido decidió profundizar en la «línea moderada», asumiendo incluso una tendencia derechista, que, para muchos, perjudicó del todo al proyecto eurocomunista: «aún más grave fue otra consecuencia (de la derrota electoral) para el PcE: para aumentar nuestra influencia electoral debíamos inclinarnos hacia la derecha. con los pasos a la derecha que ya habíamos dado, el flirt con Suárez para alcanzar la legalización, ahora la conclusión que carrillo sacaba de las elecciones era la necesidad de acentuar esa orientación. Fue un gravísimo error, porque nos íbamos alejando de algunas señas de identidad que eran consustanciales a nuestra razón de ser»13. El PcE decidió situarse en posiciones más moderadas que el PSOE también porque consideraba que una línea más radical podía suponer un mayor descalabro electoral.
¿Por qué muchos votantes de izquierda prefirieron al PSOE? El PcE comentaba que los electores de izquierda consideraban el voto a los socialistas como «un voto prudente». En Nuestra Bandera, se argumentaba que «el PSOE aparecía más «respetable», tenía una actividad de partido legal durante más de un año y medio, había podido celebrar un congreso con la participación de jefes de gobierno y personalidades de Europa (...) el PSOE aparecía como un partido obrero de izquierdas, pero a la vez apoyado por los gobiernos de Europa Occidental y aceptado por el Gobierno y las instituciones del Estado español, mientras que el Partido Comunista había sido objeto de toda clase de discriminaciones que le presentaban todavía como una opción 'extremista'»14. Asimismo, dentro del mismo PCE, algunos atribuían sus decepcionantes resultados electorales al peso de la imagen autoritaria y filo-soviética que la propaganda anticomunista seguía promoviendo, intentado demostrar la existencia de un fuerte vinculo de dependencia con Moscú15.
Las reflexiones sobre los resultados electorales fueron presentadas por el secretario del PCE en el Comité Central que se celebró el 25 y 26 de junio. A pesar del gran trauma, el Informe se preocupaba de «disimularlo», tanto que Carrillo «se esforzó, en primer término, por minimizar el descalabro. Al fin y al cabo, era un 'resultado honroso', 'un poco inferior al que preveíamos en las últimas jornadas de la campaña electoral' (...). Carrillo no sólo no procede a un análisis crítico de la política del partido bajo el franquismo, sino que declara, con su característico aplomo: 'Nuestra previsión política se ha confirmado en sus líneas generales, aunque no en el detalle'»16. Esas palabras, aceptadas por gran parte del grupo dirigente, demostraban la falta de un severo análisis crítico por parte del partido y un exceso de voluntarismo que le reprocharán varios dirigentes -y ex- en diferentes escritos.
No obstante, parecía necesario profundizar la reflexión en torno a los resultados electorales, a las causas y a la futura estrategia. Por su parte, la militancia empezaba a sentirse frustrada, viendo que su sacrificio y sus expectativas no habían dados los resultados esperados: ni ruptura democrática, ni revolución política y ni siquiera éxito electoral. Los objetivos-sueños de la clandestinidad se derrumbaban chocando contra una realidad que mostraba que el PCE no era la fuerza hegemónica de la izquierda.
4. El IX Congreso y las elecciones de 1979
Frente a los resultados decepcionantes, la nueva línea política que el PCE decidió adoptar fue la llamada «concentración democrática», aprobada en el Comité Central del 25 y 26 de julio de 1977, y presentada como lógica continuación del pacto para la libertad. El objetivo era el mismo: acrecentar el peso político del partido y, a la vez, obtener mayor credibilidad democrática. Por eso, se proponía nuevamente un amplio consenso, la creación de un pacto entre las principales fuerzas políticas del país para democratizar los aparatos del Estado, elaborar una Constitución democrática y ofrecer una respuesta conjunta a la grave crisis económica. El PcE seguía abogando por el consenso, la creación de un gobierno de «concentración democrática» capaz de enfrentarse a los desafíos que el nuevo Estado planteaba y de defenderse del peligro involucionista. Aún así, guardaba la esperanza de recuperar los votos -y el espacio político- perdidos a favor del PSOE.
El período que va entre las elecciones de 1977 y 1979 se caracterizó por la política de consenso, cuyos resultados más evidentes fueron los Pactos de la moncloa y la adopción de la constitución. Los pactos de la moncloa fueron presentados con euforia: «con el Pacto de la moncloa se logró no sólo un proyecto con visos de viabilidad para superar la crisis, sino que además se consiguió, cuando aún no habían pasado cinco meses de las elecciones, la aceptación general de una buena parte de las aspiraciones contenidas en los programas electorales de la izquierda»17.
tal y como afirmó carrillo en una entrevista a Nuestra Bandera, para el PcE, los Pactos de la moncloa representaban «la cristalización de esa convergencia de que hemos hablado cuando nos hemos referido en otros momentos al Pacto para la Libertad añadiendo que «en los Acuerdos de la moncloa están previstos cambios que pueden ser considerados como estructurales y punto de partida para, avanzando en esa dirección, crear las condiciones para el advenimiento de una democracia político-económica»18. En la misma entrevista, ante las posibles críticas provenientes desde la izquierda, el secretario del PcE recordaba la importancia de estos Pactos para la consolidación de la democracia, considerando que «la democracia es el camino hacia el socialismo».
El PcE se encontraba en una etapa de cambios: el IX congreso, el primero legal tras aquel de Sevilla de 1932, se celebró del 19 al 23 de abril de 1978 y procedió a modificar los estatutos. Asimismo, se caracterizó por el abandono del leninismo, que se formalizó con la aprobación de la tesis XV. La línea argumental de carrillo para justificar una decisión de tanto calado fue, por un lado, que no significaba la renuncia a los orígenes del Partido (la revolución de Octubre) ni al espíritu del leninismo y la utilización del método marxista; por otro, se subrayaba el anacronismo de alguna idea de Lenin y la peligrosidad de «transformar la guerra imperialista en guerra civil».
Asimismo, carrillo rechazaba públicamente la dictadura del proletariado, ya que «nosotros consideramos superada esta tesis en lo que se refiere a los países en los que actuamos»19. más tarde, en su polémico libro Eurocomunismo y Estado, carrillo afirmaba: «En cambio, estoy convencido de que la dictadura del proletariado no es el camino para llegar a establecer y consolidar la hegemonía de las fuerzas trabajadoras en los países de capitalismo desarrollado (...) Estoy convencido de que en estos países el socialismo no sólo es en definitiva la ampliación y desarrollo de la democracia, la negación de toda concepción totalitaria de la sociedad, sino que el camino para llegar a él es el de la democracia, con todas las consecuencias»20.
En el IX congreso del PcE, se ratificó el reconocimiento de la monarquía, descrita como «una decisión responsable», un «acierto político del partido», mando en su resolución, «la política de reconciliación nacional»: «las características del cambio político, si bien difieren en una serie de aspectos de lo previsto por el partido, confirman el acierto de la política nacional de reconciliación nacional y el pacto para la libertad». Asimismo, el PcE declaraba «la voluntad del Partido comunista de España de desterrar de nuestro país el clima de intolerancia y fanatismo que tan frecuentemente ha conducido nuestra historia por los derroteros de la guerra civil, se ha expresado en una nueva posición de los comunistas sobre temas tan manipulados desde el punto de vista ideológico como la monarquía, la bandera, el Ejército, las relaciones con la Iglesia o con la derecha, etc.». En detalle, se afirmaba «sobre la monarquía, el Partido comunista de España, que es republicano, ha realizado un enfoque del tema en función de las coordenadas concretas de hoy. Si la monarquía favorece la consolidación de la democracia, el logro de una constitución que configure una democracia parlamentaria, el Partido comunista consideraría un grave error poner en peligro el proceso democrático, cuestionando la forma de gobierno (...). mientras la monarquía no sea obstáculo a la ejecución de lo que el pueblo democráticamente decide, el Partido comunista no cuestionará la actual forma monárquica de gobierno».
Y, en lo que concierne a la otra concesión, se afirmaba que «sobre el tema de la bandera el Partido comunista tomó en abril de 1977 la decisión de adoptar, junto a la bandera roja del Partido comunista de España, la bandera roja y gualda del Estado. Una decisión normal que ayudó a crear un nuevo clima de comprensión entre la izquierda y ciertas instituciones y que por lo demás ha sido adoptada por la inmensa mayoría de las fuerzas políticas»21. El PcE intentaba presentar estas decisiones como un nuevo acierto político del Partido y, a la vez, como una concesión táctica que debía ser enmarcada dentro de una estrategia establecida.
Respecto a las anteriores elecciones, en el IX Congreso se seguía considerando que: «para los comunistas, que tan difícilmente conquistamos nuestra presencia en las elecciones y con todos los condicionamientos históricos y actuales gravando sobre sí, el 9,24% conseguido en estas primeras elecciones democráticas constituye una importante base de partida para futuras confrontaciones electorales, en las cuales hemos de ganar la confianza de amplios sectores de nuestra sociedad. En todo caso, la votación obtenida por el PCE, el PSOE y otros partidos progresistas confirma la viabilidad de nuestras tesis sobre el avance democrático del socialismo, al tiempo que establece una presencia notable en la vida pública española de la izquierda en general y del PCE en particular»22.
El PcE seguía mostrando una inquebrantable fe en el inevitable avance hacia el socialismo, creyendo que, en razón de ello, era lícito cualquier tipo de viraje, cambios de línea política o estrategia. Sin embargo, dentro del partido se gestaban nuevos malestares y se abría el terreno a una crisis más profunda -y nefasta para la vida del partido- que las otras que se habían vivido durante la clandestinidad. Había diferentes posturas y respuestas frente al impacto decepcionante de unos resultados tan desmoralizadores.
El 1 de marzo de 1979 se celebraron las segundas elecciones generales, sin que el mapa electoral sufriera grandes alteraciones respecto al voto de 1977. Se registró un ligero avance del PcE, que, sin embargo, aumentó la decepción de los comunistas que esperaban un progreso más significativo, a razón de los sacrificios y pruebas de responsabilidad ofrecidos en los años previos al voto. las elecciones, celebradas tras la entrada en vigor de la constitución, fueron nuevamente ganadas por la Unión de centro Democrático (35,1%) de Adolfo Suárez, que se erguía como principal protagonista de la transición. El PcE obtuvo el 10,77% de los votos, mientras que el PSOE el 30,5%.
En el caso del PcE, los resultados electorales eran el reflejo de la descomposición que vivía el partido, despedazado por las luchas intestinas y una profunda crisis de los militantes23. las tensiones y divergencias que se sucedieron en los últimos años estallaron, mostrando las limitaciones del proyecto eurocomunista y el malestar de una base inquieta e insatisfecha por los insuficientes resultados electorales. las cesiones realizadas por el partido (la aceptación de la monarquía, de la bandera, el apoyo a los Pactos de la Moncloa, el respaldo a la constitución...) y la política de consenso no habían brindado al partido el protagonismo que soñaba, ni la posibilidad de jugar un papel más importante como el conjunto de la militancia esperaba. Los sacrificios realizados por la clase obrera no se veían recompensados ni en beneficios tangibles, ni en avances electorales, generando decepción y desencanto.
Tras una primera confrontación en agosto de 1980, el V congreso del PSUc (paradójicamente la parte más italiana del Partido comunista de España) adoptó posiciones claramente pro-soviéticas, rubricando el eurocomunismo del PcE, desautorizando la línea política seguida por el partido: significaba la vuelta a las viejas certezas, a una postura más favorable y menos crítica con la URSS. Además, reintroducía el leninismo que se había abandonado en el IX congreso. Pese a eso, carrillo reafirmó el eurocomunismo «como dogma ligado a una concepción comunista cerrada e identificado con su liderazgo indiscutible»24. En la diatriba entre renovadores y carrillistas, el secretario del PcE obtuvo una victoria pírrica en el X congreso, iniciando un proceso de «eliminación» y expulsiones, acompañado por muchos abandonos debidos al desencanto.
El X congreso del PcE se celebró a finales de julio de 1981 y sería el último «eurocomunista», cerrando de esa manera una etapa del partido25. las premisas de este congreso no eran favorables: ya eran evidentes los gérmenes de posibles disgregaciones del partido, así como una peligrosa fractura entre el grupo dirigente y una militancia frustrada y decepcionada.
Dato emblemático de la crisis del partido era la constante disminución de afiliados, número que se reduciría drásticamente tras las elecciones de 1982. las distintas elecciones que se celebraron entre 1979 y 198226 pusieron de manifiesto el descenso del PcE (y de UcD) y, de forma directamente proporcional, certificaron el ascenso del PSOE (y de AP). Descendía el número de afiliados proporcionalmente a la convicción de que el partido pudiera abandonar el monolitismo y sustituirlo por el pluralismo y el cambio. Aumentaba el desencanto inversamente proporcional a la esperanza de que el eurocomunismo pudiera transformar el partido. tras la grave derrota electoral de 1982, empezó un periodo de expulsiones y división del partido, con el consecuente arrinconamiento del proyecto eurocomunista.
La etapa eurocomunista se saldó con numerosas bajas, transfuguismos, escisiones y expulsiones. Los negativos resultados electorales y la patente crisis en la base llevaron al partido a cuestionar su estrategia, a arrinconar apresuradamente la experiencia eurocomunista e, incluso, a cuestionar su identidad. El eurocomunismo concluyó como un «experimento» atrevido, cuyos resultados se consideraban no solo insuficientes sino dañinos. terminaba el eurocomunismo del PcE, mientras seguían las luchas internas, expulsiones y escisiones dentro del partido27.
5. Mientras tanto en Italia y Francia. ..
En enero de 1979, el Partido comunista italiano decidió retirarse de la mayoría de Gobierno, motivando su decisión en un disenso sobre las formas y los contenidos de la participación italiana en el SME (Sistema monetario Europeo). Sin embargo, se trataba de un pretexto, ya que la decisión era el producto de una serie de divergencias, diferencias y, también, decepciones, provocadas especialmente por el rechazo de la Dc al ingreso de ministros del Pci dentro del Gobierno -como, en palabras de un militante histórico del Pci-, «fuerza orgánica»; la entrada de los comunistas en el gobierno de Italia venía pospuesta sine die.
Debido a la complejidad de la situación, esta decisión abría una crisis dentro del partido ante la necesidad de replantear la estrategia política28. Asimismo se reprochaba a la Democracia cristiana una nueva inclinación a la derecha y, cosa aún más grave, el incumplimiento de algunos puntos básicos del «programa común».
En estos momentos, el PcI reconocía el fracaso de la llamada «solidaridad nacional» y la exigencia de cambio, frente al creciente malestar de la militancia y las discrepancias en la cumbre del partido. Es probable que la tragedia de Aldo Moro acelerara la crisis de la «solidaridad nacional», aunque los gérmenes de la crisis estaban presentes al inicio de 1978. En este difícil momento se celebró el XV congreso (roma, 30 de marzo-3 de abril de 1979), bajo el lema «Unidad de las fuerzas obreras y democráticas, por una nueva dirección política del país, hacia la democracia, la paz y el socialismo», marcado por la voluntad de «recuperar la identidad»29.
Se trataba de un congreso muy importante en un momento delicado, ya que, desde el punto de vista internacional, el eurocomunismo ya parecía en crisis, mientras, en política interna, se registraba el crecimiento de los socialistas y el deterioro de las relaciones con la Democracia cristiana. Este punto tenía especial importancia: «en este momento existe una actitud muy polémica con la Dc, que ha vuelto a colocarse en una posición moderada en relación a los objetivos que el mismo Aldo Moto había dado a este partido. la crítica actual va dirigida, no tanto a negar una posibilidad de colaboración con la Dc, cuanto a cambiar los equilibrios internos de ese partido. cierto que, para cambiarlos, es también necesario disminuir su poder en la sociedad»30.
El congreso debatió «tesis» que habían sido previamente discutidas en las sedes del partido y ratificó algunas modificaciones en la estrategia y en el programa del Pci. Puede que lo más llamativo fuera el abandono de la denominación de marxista-leninista; asimismo se confirmó la idea de la necesidad de una transición gradual y pacífica al socialismo. Por otro lado, se proclamó la no injerencia en los asuntos religiosos de sus miembros, reafirmando, a la vez, la independencia y la solidaridad respecto a la Unión Soviética y los demás países socialistas. Se trataba de un congreso que se celebraba con el «eurocomunismo en crisis» en palabras de los propios dirigentes del Pci, que, además, auguraban que en el futuro próximo «las relaciones del Pci con la Dc serán más difíciles»31.
No obstante y a pesar de nuevo eslogan «o al gobierno o a la oposición», la tendencia negativa del partido no se detuvo, registrando en las elecciones de junio de 1979 -como veremos a continuación- la pérdida del 4%, un millón y medio menos de votos, sellando la vuelta del partido a la oposición y la necesidad de cambios. En el partido reinaba la preocupación y la incertidumbre acerca de la idea de que el compromiso histórico siguiese representando la estrategia idónea.
La militancia se encontraba desorientada y no sabía si el compromiso histórico era una estrategia o una táctica; no entendían si consistía en una táctica para la creación de un gobierno de izquierdas o para formar un gobierno monocolor del Pci. No obstante, con el tiempo fue aumentando el número de militantes que rechazaban el compromiso histórico como estrategia o como táctica32.
Ante esta situación de declive, la sesión del comité central del Pci de 4 de julio de 1979, se caracterizó por una «vivacidad inusitada a juicio de los dores ya que se puso de manifiesto la divergencia entre quien creía que «el Pci necesita una organización radical de un grupo dirigente» (postura de Lucío Ubertini) y quien pedía archivar definitivamente la política del «compromiso histórico». Por su parte, el secretario del Pci34, Enrico Berlinguer, reafirmó que, pese al a derrota electoral de las elecciones, la línea estrategia del partido seguía siendo válida, pero «indicó el dirigente comunista que el método de aplicarla fue en gran parte incorrecto». Se sentía la necesidad de «vitalizar» nuevamente al partido, encontrar la manera para «volver a conectar» con los electores, afianzar de nuevo la relación con una militancia que mostraba su discrepancia con las políticas propuestas.
En las elecciones de 1979 celebradas el 3 de junio, una semana antes de las elecciones europeas, el Pci, más aislado que nunca, perdió un millón y medio de votantes. Se trataba de unas elecciones anticipadas, apenas tres años después de la anterior contienda electoral. En la cámara de los Diputados, mientras la Dc registraba un pequeño descenso, obteniendo el 38,30% de los votos (0,41% menos que en 1976), la caída del Pci era de casi 4 puntos porcentuales, obteniendo el 30,38% de los votos (3,99% menos que en la anterior contienda). El tan añorado sorpasso del Pci parecía difuminarse.
Por eso, en el bienio 1979-1981, el partido empezaba a plantearse una nueva svolta, un viraje, partiendo de tres puntos fijos: la alternativa democrática, la cuestión moral y la renovación de la política. En cierta manera, se trataba de una «vuelta al pasado», criticando el nuevo gobierno, el pentapartito, formado no sobre una base programática común, sino para gestionar el poder. El partido empezaba a disgregarse, agravándose las diferencias anteriormente citadas. Aparecieron dos posturas: el ala reformista (de Giorgio Napolitano) favorable a una «apertura verso il centro-sinistra», a moverse en el terreno reformista, a evitar contraposiciones y buscar dialogo y posible cooperación; el ala tradicional, contraria al distanciamiento ideológico con la URSS. Ambas posiciones criticaban la dirigencia del partido y, especialmente a Berlinguer, «di astrattezza e di ideologismo», por su insistencia en el tema de la austeridad.
Tras una reflexión crítica sobre los tres años de la solidaridad democrática y autocritica sobre los últimos resultados electorales, en noviembre de 1980, el partido hacía pública la idea de abandonar el compromiso histórico a favor de la llamada «alternativa democrática». El partido estaba perdiendo su ímpetu, necesitaba cambios y desgancharse de la Democracia cristiana.
Se decidía abandonar el vocablo «compromiso» -que nunca le había gustado a longo ya que le daba la idea de un acuerdo, de una renuncia del partido para comprometerse- por una locución nueva: se trataba de una «alternativa» de fuerzas, no solo de izquierda, de inspiración comunista y socialista, sino también de fuerzas populares de inspiración católica para renovar a fondo la sociedad italiana: una alianza no ya con la Dc sino con las fuerzas de izquierdas, católicas, liberales y democráticas.
Las elecciones políticas de 1979, las regionales de 1980 y las administrativas de 1981 registraron un retroceso electoral del Pci: el partido se iba erosionando progresivamente y ya no representaba «aquel 'partido omnibus' que una vez sirvió de refugio a todos los descontentos de la Democracia Cristiana»35: perduraba la anomalía del PCI36, es decir que a pesar del declive político-ideológico del partido (que lo llevó a la disolución en 1991), seguía representando una fuerza relevante en el panorama político italiano, sobre todo en virtud de la crisis éticomoral de la DC y de la debilidad parlamentaria del PSI.
Terminaba el eurocomunismo del PCI: el proyecto había fracasado, su impulso iba apagándose, mientras se hacía manifiesta la dificultad para emprender un nuevo proyecto, que surgiese de las mismas cenizas eurocomunistas. El partido se enfrentaba a una grave crisis, no solo política sino de identidad. La detención de su avance electoral era consecuencia de la falta de asunción de una plena responsabilidad política de gobierno, de los límites de su estrategia, de las dificultades de tener que actuar en un mundo bipolar. la sociedad italiana exigía una profunda reforma, una transformación de la imagen del comunismo en declive y un nuevo impulso revolucionario. Además, la extrema prudencia y la ambigüedad del partido -sobre todo a la hora de expresar un juicio sobre la URSS- perjudicaron la evolución del Pci y determinaron su profunda crisis. El Pci prefirió evitar un nuevo cisma dentro del bloque comunista sin darse cuenta de que el «mancato divorzio» produjo más daños que beneficios. mientras las plazas gritaban: «È ora, è ora, è ora di cambiare, il Pci deve governare», el partido mostraba su moderación y sus límites. Los éxitos electorales de 1975-1976 ya eran un recuerdo en los ochenta y el eurocomunismo era el pasado.
En el caso de Francia, en 1977, el Partido comunista de Francia decidió romper la Unión de Izquierdas, acusando a mitterrand de haberse aliado con la derecha «para desestabilizar, desde fuera el partido comunista»37. El secretario del pcf38, George marchais, acusaba a los socialistas de haber realizado un «giro a la derecha» y, además, de «querer gobernar solos», prescindiendo del apoyo comunista. La separación fue el resultado de una serie de desentendimientos, de recelos mutuos, de recíproca desconfianza. El PcF acusaba a los socialistas de actuar «como si ellos fuesen el partido de Gobierno de la izquierda y el único partido serio»39. La fractura entre mitterrand y marchais se fue agudizando y, a pesar de que inicialmente ambos declaraban su fidelidad a la Unión, eran cada vez más evidentes las distancias y las diferencias, tal y como se vio cuando tuvieron que negociar el programa común en septiembre de 1977.
Diferente era la manera de analizar la crisis y la estrategia; diferente era la visión sobre el papel que cada partido tenía que desenvolver dentro de la alianza; diferentes eran las tácticas propuestas para alcanzar el poder. No cabe duda que la relación entre el PcF y el PSF (como la de PcE y el PSOE o la del Pci y el PSI, merecedoras de otro artículo) resulta de particular interés, ya que fue especialmente atormentada, caracterizada por rupturas y reconciliaciones. muchas fueron las razones que determinaron recíprocos celos y frecuentes distanciamientos: en primer lugar, «la teoría de la segunda plaza», es decir, el hecho de que ninguno de los dos quería ser «relegado» a ser la segunda fuerza y/o asistir al crecimiento del otro; en segundo lugar, la desconfianza mutua, sobre todo de los socialistas que siempre creyeron que, tras el Partido, estaba Moscú y el PcUS, que según el momento, ordenaba la ruptura con el PSF de Mitterrand; en tercer lugar, el miedo a perder electores, a irritar a la militancia asumiendo una política ajena a sus intereses. Se trataba así de un cálculo electoral y político que determinó que el PcF, casi como si estuviera arrepentido, prefiriera volver a una «política demagógica obrerista con la esperanza de ensanchar así su base electoral, en detrimento de los socialistas»40.
En este contexto, tiene gran importancia el XXIII congreso del Partido comunista francés, que se celebró en Saint-Ouen, del 9 al 13 de mayo 1979 en el que el PcF «propone una perspectiva a un tiempo realista y estimulante, aun cuando lógicamente esa perspectiva tenga en cuenta las dificultades inherentes a la política de crisis que lleva a cabo actualmente la burguesía. No es un camino de rosas, pero es que no hay caminos de rosas»41.
En este congreso, el partido procedió a la eliminación de la referencia al «marxismo-leninismo», abriendo una nueva polémica interna y con la militancia. y seguía viva la polémica con el PSF tras la ruptura de la Unión de Izquierdas: el PcF calificaba a los socialistas como «colaboracionistas de clase» y remarcaba la necesidad de construir la fuerza del partido haciendo campaña por la «unidad desde abajo».
En las elecciones europeas de junio de 197942 se votaba para la primera legislatura del Parlamento Europeo. El PcF obtuvo un resultado inferior no solo al de la Unión por la Democracia Francesa (UDF) -27,87%-, sino también y sobre todo inferior al Partido Socialista de François Mitterrand -que logró un 23,43%-. El PcF obtuvo 4.153.710, el 20,43% de los votos. El resultado adquiere más importancia si consideramos que en realidad las elecciones europeas en Francia se transformaron en una «indigna batalla de política interior», en palabras del propio primer ministro de entonces, Raymond Barre. tanto la campaña electoral como el voto europeo se interpretaron en clave interna y se encuadraron en la pugna para las elecciones generales de 1981.
En este contexto, el PcF mostraba sus límites: seguía representando un partido monolítico, donde las órdenes venían desde arriba y eran rigurosamente aplicadas, sin discusión por una base acostumbrada a obedecer. Los dirigentes del PcF no tuvieron el coraje para emprender una transformación real del partido: «liberalismo externo, estalinismo interno». Para el PcF, el eurocomunismo representó una ocasión para modernizar el partido, actualizarlo y adaptarlo a las nuevas condiciones, pero le faltó la convicción de base de su validez.
Los escasos resultados electorales favorecieron la división y la escisión de la unidad. El resultado de este retroceso eurocomunista del PcF fue, paradójicamente, el retorno a posiciones pro-soviéticas: «el PcF no rompió con Moscú y, entre 1978 y 1979, abandonó la frágil barcaza eurocomunista para convertirse nuevamente en una nave de la flota imperial soviética»43. El partido decidió volver a contar con el apoyo de la Unión Soviética, rectificando alguna de las críticas expresadas durante esta etapa, a sabiendas de que había podido molestar al PcUS. Se trató de una marcha atrás que llevó al partido incluso a afirmar solemnemente -aunque poco convencido- que «el balance global de los países socialistas es claramente positivo».
El fin del eurocomunismo francés llegó con la aprobación por parte del partido de la invasión soviética de Afganistán y la alineación con la URSS. A partir de este momento, el Partido comunista francés se preocupó de emprender un camino de reconciliación con Moscú, cuyo punto final, gran paso, fue la convocatoria de una conferencia de partidos comunistas filosoviéticos en París (abril de 1980), cuyo lema fue «la paz y el desarme»44. la marcha atrás encontró pronto premio: mientras en su columna el Pravda saludaba el retorno, el PcUS, desde el primer momento, se mostró dispuesto a «perdonar», declarándose dispuesto a cumplir los «esfuerzos necesarios» para ayudar el PcF a convertirse en el principal partido de la oposición en Francia.
El PcF abandonaba definitivamente el eurocomunismo procediendo a una rápida restauración, relativamente indolora ya que el acercamiento al eurocomunismo no había supuesto un gran cambio organizativo: dentro de partido, se procedió a expulsar o marginar a aquellos que habían apoyado el eurocomunismo45, mientras parte de los electores, militantes e incluso intelectuales de partido abandonaban un PcF dispuesto a volver a alinearse con las posiciones de Moscú. El PcF puso así de manifiesto la endeblez de su apoyo al proyecto eurocomunista.
6.La crisis del eurocomunismo
Como en el caso del proyecto eurocomunista, no hubo una sola causa, sino una serie de factores que determinaron el fin del PcE eurocomunista, algunos de ellos comunes a los otros PPcc eurocomunistas. Podemos destacar: en primer lugar, la excesiva moderación del partido, tanto que «abandonar el marxismo es una de las pocas cosas que no ha hecho el PcE en sus esfuerzos por mejorar su imagen política (...). Como en 1977, también en 1978 el PCE resultó ser el campeón de la moderación. Carrillo ha sido el mejor valedor de Suárez»46. Esta mode ración tuvo un precio: «el PcE ayudaba generosamente a la consolidación de un régimen liberal-democrático, pero se hundía en contradicciones que tendrían que estallar en algún momento»47.
De la misma manera, algunos críticos apuntaron las contradicciones de este proceso: «en España, durante cinco años (desde la muerte de Franco) se había intentado lo imposible: una monarquía sin monárquicos, un marxismo sin Marx, un comunismo sin Lenin, un capitalismo con el máximo intervencionismo estatal»48. moderación, frustración electoral, crisis: «el PcE se encontraba imposibilitado para avanzar hacia el socialismo, tampoco era un elemento condicionante en la vida política y, finalmente, no conseguía defender los intereses de la clase que representaba»49.
Entre los acontecimientos más criticados se encontraban los «Pactos de la Moncloa», ocasión en la que se responsabilizaba al partido de haber realizado excesivas concesiones, mostrando su aceptación de las reformas en el marco de la continuidad: «sus dirigentes políticos hicieron innumerables concesiones innecesarias, sobre todo en el momento de la legalización del PcE, en los Pactos de la Moncloa -donde el PcE decidió sobrevalorar unas contrapartidas que nunca se materializaron- y en la configuración de la nueva constitución, donde se aceptó un sistema político hermético a las demandas sociales. Además, todo eso se presentaba travestido de 'victorias democráticas' en vez de reconocer que en realidad se trataba de derrotas, de limitaciones debidas a la debilidad política relativa, lo que creó una desorientación social difícilmente descriptible además de duradera»50.
Asimismo, debido a su actitud extremadamente moderada y poco renovadora, se acusaba críticamente al partido de tirar «por la borda buena parte de la veracidad política que había en él, conquistada milímetro a milímetro por los sacrificios de sus militantes, al presentar su dirección como nuevos avances democráticos cada concesión a los intereses políticos de la derecha social»51. El exceso de moderación provocó que «las teorías eurocomunistas fueron privadas de sus elementos más dinámicos y transformadores, y desembocaron, así, en una práctica política extremadamente moderada. El PcE a nivel retorico pretendía ser un 'partido de lucha y de gobierno', sin embargo, su actuación concreta lo convirtió en un partido que ni luchaba ni gobernaba»52.
La excesiva moderación no fue una prerrogativa exclusiva del PcE ya que al Pci le pasó algo bastante análogo: su decisión de «salvar el país» del caos apoyando a veces la Dc (aun sin la presencia directa del partido en el Gobierno) significo la pérdida de confianza por parte de un electorado que exigía una actitud coherente y amenazaba con desarticularse y fraccionarse. La estrategia del compromiso histórico terminó por comprometer al partido, desvirtuando su acción y resultado excesivo en la política económica. Esta táctica moderó excesivamente los objetivos y los métodos del partido, recortó las propuestas de reformas del partido.
Finalmente, «los comunistas, más papistas que el papa, en su prisa por demostrar que eran los más firmes soportes del Estado, sacrificaron una vida [Moro] y salvaron su Némesis en vano (...)* En las elecciones de 1979, más aislado que nunca, el PCI perdió un millón y medio de votantes. El 'compromiso histórico' no le reportó otra cosa que la desilusión de sus electores y el debilitamiento de su base»53. La política del PCI se caracterizó por el excesivo gradualismo, eliminando forzosamente la perspectiva de una posible ruptura: «la 'guerra de posiciones' gramsciana había sido vertida, cada vez más, en un molde gradualista, eliminando de la perspectiva toda 'ruptura', todo 'salto cualitativo'»54. El resultado fue una espera demasiado larga, que provocó desconfianza y agotó a la base. La excesiva prudencia el PCI era consecuencia del temor, aunque, también es cierto que se sintiera más cómodo en la oposición: el PCI parecía un partido de lucha y no de poder, de oposición y no de gobierno. Al mismo tiempo se criticaba el hecho de que los avances electorales fueron inversamente proporcionales con el arraigo del partido: cuando más crecía su peso electoral, se creaba una fractura mayor entre la base y el grupo dirigente.
Volviendo a España, un segundo factor que motivó el fracaso del PCE eurocomunista fue la evidente necesidad de renovación de su dirección, de adoptar nuevos mecanismos de democracia interna. Tanto en España, como en Italia y Francia, en los setenta se escenificó la separación entre la base y la dirección ya que los militantes no compartían en pleno el cambio político-estratégico emprendido por los partidos, marcado por la moderación y las renuncias, al considerarlo útil para la estabilización democrática del país o para evitar mayores crisis, pero también un intento de incrementar el atractivo electoral del partido.
En España, la militancia seguía descontenta por la escasa democratización interna del partido y por el centralismo de Carrillo. El tema del centralismo democrático se debatió en el X Congreso, momento en que los eurorrenovadores denunciaban el funcionamiento burocrático y autoritario de los órganos dirigentes. La militancia acusaba al grupo dirigente de escasa receptividad de las demandas de los nuevos movimientos sociales y del distanciamiento de los intelectuales del partido. En el documento Por el eurocomunismo y la renovación (o Documento de los 250), los renovadores pedían «la profundización de la política eurocomunista y la renovación del partido», reconociendo «un creciente desfase entre las formulaciones políticas del PcE y su realidad interna»55. En el documento se criticaba la gestión del partido que estaba desvirtuando el proyecto eurocomunista, mostrando «una alarmante propensión a la ambigüedad y al tacticismo» junto con «una enorme falta de sensibilidad ante importantes aspectos de la lucha ideológica y política de la España de hoy». En lo que concierne al eurocomunismo, el documento lo definía como la «necesidad de una política de concentración democrática para consolidar el Estado de las libertades y de las autonomías», argumentando que en la estrategia eurocomunista «la mayoría de la población es el protagonista activo de la revolución social que acabe con la división de la sociedad en clases».
Asimismo, en el texto se afirmaba que la naturaleza del eurocomunismo se apoyaba en «la concepción del valor revolucionario universal de la libertad y de la democracia, y [en] que el socialismo y la democracia política son indisolubles», representando el eurocomunismo «una vía original de superación de todo tipo de disociación entre socialismo y libertad»56. Finalmente, en el documento se consideraba el modelo de organización del PcE «ineficaz por la acción política eurocomunista», apelando a la necesidad de mayor flexibilidad, de libertad de discusión. El oficialismo consideraba que este documento empujaba el PcE hacia un proyecto «socialdemócrata y pequeñoburgués» y por lo tanto, no solo lo rechazó, sino que lo responsabilizó de agravar la crisis dentro del PcE.
La dirección del PcE siguió sin permitir una amplia participación de la base, imponiendo las decisiones transcendentales desde arriba. muchos militantes y ex, como Javier Pradera, cuestionaban «los métodos de dirección, la liquidación de cualquier posibilidad de sostener en el Partido una posición divergente de la oficialmente adoptada, de plantear hipótesis para la práctica partiendo de diferentes supuestos teóricos»57. El PcE se caracterizó por la falta de democracia interna tanto que se decía que el PcE carrillista era «eurocomunismo puerta fuera y estalinista dentro»: «el PcE había abandonado el modelo de 'partido-iglesia en el discurso ideológico, pero con su rígida disciplina en el ámbito organizativo seguía siendo un 'partido-cuartel'»58. Lo reconoció tardíamente el mismo carrillo, cuando afirmó que «el error fundamental es que el Partido ha estado haciendo política por arriba y hacia arriba»: no obstante en aquel entonces afirmaba convencido: «estamos ante la tarea de construir un partido comunista de masas, que tiene que ser también un partido de cuadros»59.
Y en tercer lugar, era evidente la necesidad de una renovación ideológica real por parte de estos partidos: la modernización propuesta por carrillo era más teatral que efectiva, insuficiente, «lo más parecido a una 'revolución desde arriba conservadora', cambio de fachada pero sin tocar los mecanismos del poder»60. la falta de atrevimiento, por un lado, y el miedo a ser marginado por otro, hicieron que el PCE asumiera una postura tan moderada, que para algunos ni siquiera llegó a diferenciarse de la del PSOE: «El error básico del PCE, desde que logró su legalización, fue soslayar toda relación política con el PSOE y, en cambio, reforzar la relación con Suárez; esta relación quizá tiene una razón de ser al principio, para lograr la legalización, pero luego (...) [fue el] origen de ulteriores divisiones y debilidades. Una interpretación grosera del Eurocomunismo podría prestarse fácilmente a justificar la querencia algo perversa de tipo derechista a la que Carrillo nos ha empujado en su última etapa de Secretario General. Pero es una idea simplista, lo que el eurocomunismo sí ha aportado es la exigencia de realizar el paso de la dictadura a la democracia por vías electorales, de convicción, de transformación de las mentes hacia métodos y hábitos de tolerancia y eficiencia mental (...) introduciendo en la mentalidad española un baño de laicismo y de tolerancia»61.
7.Otros factores de crisis del eurocomunismo
En términos generales, el eurocomunismo tuvo que enfrentarse con una serie de dificultades que pusieron en peligro su misma supervivencia. Dificultades internas y externas, de diferente peso y consecuencia que, sin embargo, terminaron por perjudicar su desarrollo. No existe una sola causa que explique la crisis y el declive de los partidos comunistas occidentales, aunque es cierto que existen, como hemos visto en el caso del PCE, factores nacionales que imprimieron unos rasgos propios a cada experiencia de los diferentes partidos.
El 1979 fue un año fundamental y de inflexión para los tres partidos: la invasión soviética de Afganistán de 1979, la crisis de los euromisiles, el retroceso electoral, la crisis económica, la reducción de la afiliación provocaron la crisis del proyecto eurocomunista. Aun así, se debe subrayar que hubo una serie de factores determinantes para que este proyecto fracase: en primer lugar, el proyecto eurocomunista no contó con un pensador original o un ideólogo que hubiera podido realizar una reflexión atenta acerca del fenómeno. Eurocomunismo y Estado de Carrillo, titulo muy llamativo y mercantil, representó probablemente el mayor esfuerzo teórico del eurocomunismo y, en sí mismo, su aportación teórica fue insuficiente: «falta de una 'intelligentzia' hispano-comunista se trasluce en el precario basamento teórico en que se ha sustentado el fenómeno»62. En el caso de España, se criticó mucho la poca consistencia teórica del PCE: «la precaria formación teórica, lo que no es un problema de brillantez en los informes del Central o referencias eruditas a los clásicos, sino capacidad colectiva -y, por supuesto, también en el grupo dirigente- para elaborar análisis, fundamentar los cambios, racionalizar experiencias a todos los niveles. No se trata de una simple deficiencia superestructura! ya que se encuentra ligada a la falta de articulación entre la práctica de los diversos niveles, al desarrollo desigual y compartimentado que caracteriza a la vida de partido y, en definitiva, a que el engarce imprescindible en el eurocomunismo, entre acción democrática formal, en el vértice del partido y el Parlamento, con la democracia de base, la propuesta de integración eficaz del partido en el tejido social, sea víctima de todo tipo de estrangulamiento»63.
En segundo lugar, los cambios se caracterizaron más bien por la lentitud con la que se fueron realizando, demarcando una especie de camino en zigzag, con frecuentes marchas atrás o matizaciones que quitaban valor al avance propuesto. El eurocomunismo parecía incapaz de adecuar su discurso ideológico a su práctica política, tanto que su comportamiento resultaba casi esquizofrénico. La definición ideológica del eurocomunismo suponía un hecho positivo, pero no lo suficiente como para eliminar dudas sobre su verdadera naturaleza.
En tercer lugar, un elemento que merece la pena no infravalorar: la fortaleza política y social del sistema capitalista en el occidente desarrollado, tanto que el eurocomunismo terminó por ser un boomerang: en lugar de «errar su golpe» contra la sociedad capitalista, más bien hirió la mano de donde partió. Y eso también fue consecuencia del hecho de que el eurocomunismo no supo entender del todo la crisis, que resultó más bien una prematura prueba de fuego que desbarató el sueño eurocomunista, demostrando que a veces los sueños se convierten en pesadillas. Para el eurocomunismo, la crisis de los setenta era, por un lado, una ocasión, una posibilidad, pero por otro, también un difícil test, ya que tuvieron que enfrentarse a situaciones que exigían respuestas contundentes, preocuparse por ofrecer respuestas frente a problemas que no había previsto. Los eurocomunistas pecaron de ingenuidad al creer que fuese posible el avance democrático de la sociedad hacia el socialismo en virtud de los mecanismos democráticos elaborados por la oligarquía para mantenerse al mando del Estado y perpetuarse en el poder. Por eso, el eurocomunismo, que quería transformar el sistema capitalista, acabo por ser transformado él mismo.
Pero también hubo dificultades internacionales: mucho se ha escrito sobre la relación entre eurocomunismo y la URSS, problema no secundario como a veces afirmaban los líderes eurocomunistas para «rebajar» la tensión. Representaba un «parámetro» decisivo para aclarar su postura: debido a las amenazas y a las presiones soviéticas, los líderes de los Partidos comunistas de Italia, Francia y España prefirieron permanecer en un limbo de «casi ruptura», en una especie de relación de odi et amo, conscientes del riesgo de perder a sus militantes y, en consecuencia, de abrir una «crisis de identidad».
Y siempre desde el punto de vista internacional, merece la pena subrayar también la postura de los Estados Unidos, profundamente crítica respecto al nuevo fenómeno y dispuesta a impedirle un avance electoral. Los EEUU estaban preocupados no solo por una alteración del statu quo internacional, sino más bien de un posible efecto dominó en caso de victoria de los comunistas en su vertiente democrática en algún país, baluarte de su defensa. Por eso, intentó favorecer el fracaso de esta aventura política. Es un factor importante sobre todo desde el punto de vista psicológico, ya que la hostilidad norteamericana -en forma de amenazas, aislamiento, represalias económicas- unida a la soviética, influyó de forma decidida en el fracaso del eurocomunismo. Los partidos eurocomunistas temían una posible intervención -directa o indirecta64- estadounidense tal y como pasó en chile 1973. tómese como ejemplo de esta hostilidad, las palabras de Kissinger a Areilza en 1976 acerca de la posible legalización del PcE: «no vamos a decir nada si ustedes se empeñan en legalizar el PcE. Pero tampoco les vamos a poner mala cara si lo dejan ustedes sin legalizar unos años más»65.
Asimismo, el eurocomunismo despertaba antipatías y ostracismos en los partidos posicionados a la izquierda, ya que consideraban que podría suplantar sus programas e incluso quitarle electores: «tanto el sujeto del proyecto (un gran bloque de clases asalariadas) como el método (la vía democrática) como el mismo objetivo (el socialismo en libertad), coincidían con el espacio socialista (...). Todas estas características, unidas a la presencia de militantes comunistas en la Universidad, en el mundo de la cultura, en el resurgir del movimiento obrero, en el dialogo cristiano-marxista, hacían augurar unas expectativas inmensas a los comunistas y parecían no dejar apenas hueco a los socialistas»66. En el caso de carrillo parecía que «cuanto más respetable parecía en los medios de comunicación de masas, más problemas afrontaba en la izquierda»67.
Otro factor fue las grandes expectativas que creó, la presión general motivada por el deseo de cambio. Asimismo hubo otras causas comunes a los partidos eurocomunistas que determinaron el fin del experimento eurocomunista como el estancamiento del espíritu revolucionario, el predominio de las estrategias nacionales68, las ambigüedades dialécticas y teóricas, la incomprensión del cambio y la pérdida de la base.
Y finalmente, la que se llamó «eclipsis histórica del socialismo», según definición de Salvadori: el fracaso del eurocomunismo puso en grave crisis a los partidos comunistas de Italia, España y Francia: una crisis de identidad que llevó a cuestionar la vida de estos mismos partidos. Una crisis de la izquierda que llevaba ya un tiempo y que hizo creer que el eurocomunismo podía representar la respuesta y la manera para salir de ella. Su fracaso agudizó esta crisis y generó un debate dentro de la izquierda mundial.
Concluyendo, podemos afirmar que los partidos comunistas de Europa occidental tenían que haberse preocupado por construir un «edificio teórico y doctrinal» estable, sólido, basado en un programa claro que previera la renovación del país; no obstante, le faltó un programa profundo pero al mismo tiempo concreto, que ofreciera respuestas contundentes a los problemas de los países en los que se gestó el eurocomunismo. De haber dispuesto de ese programa, podrían haberse recuperado los votos perdidos y generado mayor confianza en el elector indeciso. Sin embargo, los partidos se vieron desgastados por las contradicciones de su política, por las pugnas intestinas dentro del partido entre las diferentes corrientes, por las delicadas relaciones con la Unión Soviética, por la aparición y la consolidación de grupos situados en la izquierda extraparlamentaria -expresión del malestar callejero-, por el agotamiento de un cierto espíritu revolucionario y por la desilusión de no haber alcanzado nunca el poder.
Finalmente, durante su etapa eurocomunista, parecieron incapaces de convertirse de «partidos de lucha» en «partidos de Gobierno», sellando el fin de la ilusión de poder transformar y reformar el comunismo, de conjugar socialismo y democracia.
Los partidos comunistas de Francia, España e Italia registraron casi simultáneamente el declive electoral y la pérdida de militantes: el eurocomunismo terminó por llevar la crisis a los tres partidos y, a la vez, favoreció, en cada país, el avance de los partidos socialistas.
8.Conclusión
El proyecto eurocomunista duró poco y tras su apogeo que se sitúa entre 1976 y 1977, el final fue lento, y no sucedió según los mismos tiempos. como se ha demostrado en este artículo, fueron diferentes las razones que determinaron la crisis de los PPcc de Europa Occidental. Las últimas actuaciones públicas del eurocomunísmo fueron en mayo y junio de 1979 en los encuentros bilaterales en Turin y roma con el Pci como anfitrión. Se trataba ya del canto del cisne preconizado por claudín en su libro Eurocomunismo y socialismo. Si el PcF fue el primero en «abandonar el barco», Pci y PcE tardaron más y cada uno lo hizo según las peculiaridades de su situación: el Pci seguía representando la alternativa de Gobierno principal pero incapaz de alcanzar el poder. Al contrario, el PcE resultaba reducido a un partido minoritario, hostilmente dividido en su interior entre eurocomunistas, renovadores, prosoviéticos y leninistas.
Tras el experimento eurocomunista, con unas limitadas diferencias temporales, se asistió en los tres países a un «derrumbamiento» de una cierta cultura de izquierda, de un cierto tipo de marxismo. El fin del eurocomunismo trajo importantes consecuencias en el interior de cada partido, acentuando las divisiones internas y provocando nuevos enfrentamientos.
Los partidos comunistas de Europa vivieron procesos de cambio y transformación: mientras algunos incluso concluyeron fundando una nueva formación política (caso de Italia, un giro hacia la socialdemocracia), otros intentaron reafirmar sus señas de identidad (caso español) y otros entraron en otra organización «mediante una fórmula que sin suponer la disolución del partido difuminaba su protagonismo ante la opinión pública»69. tras el fracaso del eurocomunismo y un pronunciado y continuado periodo de crisis, estos partidos se vieron obligados a la experimentación y la evolución. En muchos casos, era la propia identidad comunista la que se debatía, tras el declive del comunismo y el agotamiento de la vía eurocomunista. Además del dominio cultural de la llamada «nueva derecha», se asistió a la ascensión de los partidos socialdemócratas del Sur de Europa, en menoscabo de los partidos comunistas. El eurocomunismo fue de corta duración, mientras la esperanza de un posible incremento sustancial de la importancia de los Pc en los respectivos sistemas políticos se vio pronto defraudada.
Las buenas intenciones eurocomunistas quedaron deslucidas por las paradojas y las limitaciones del proyecto, poniendo de manifiesto la crisis de la izquierda, difícil y duradera, y que hizo creer que el eurocomunismo podía representar la respuesta y la manera para salir de ella. Su fracaso agudizó esta crisis y generó un debate dentro de la izquierda mundial.
1. Berlinguer, E.: «Nuestra lucha por la afirmación de una alternativa democrática», en el libro: La cuestión comunista. Barcelona: Fontamara, 1977, p. 359. Berlinguer afirmaba la necesidad de operar conjuntamente: «Da soli ci si batte male».
2. «Gramsci y el P.c.I.: entrevista con Norberto Bobbio», en el libro AA. W: Gramsci y el Eurocomunismo. Barcelona: Editorial materiales, 1978, p. 81.
3. Capella, J. R.: La práctica de Manuel Sacristán. Una biografía política. Madrid: Editorial trotta, 2005, p. 195.
4. Buci-Glucksmann, Ch.: «Eurocomunismo y problema del Estado. Gramsci en cuestión», publicado en Dialectiques, n.° 18-19, primavera 1977 e inserto en AA. W: Gramsci y el Eurocomunismo, op. cit., p. 71.
5. Ingrao, P.: Masse epotere. roma: Editori Riuniti, 1977.
6. la idea de un derrumbe «fatal, inevitable e inmediato» del capitalismo iba desapareciendo, dejando el paso a la idea de unir las fuerzas sociales y políticas para una transformación democráticosocialista de la sociedad.
7. Treglia, E.: «Las vías eurocomunistas», en Historia del Presente, n.° 18, II/2011, Eneida, p. 5.
8. No cabe duda que el PcE sentía fascinación por los resultados de su homólogo en Italia y se inspiró en su acción, considerando que el PcI podía ser un referente en la elaboración teórica, basándose en su estrategia «gradualista». No obstante, la relación PcE-PcI representa un tema meritorio de otro artículo.
9. Carrillo, S.: Memorias. Barcelona: Planeta, 1993, p. 668.
10. Mundo Obrero, 19 de enero de 1977.
11. Azcárate, M.: Luchas y transiciones. Memorias de un viaje por el ocaso del comunismo. Madrid: Ediciones El País, 1998, p. 160.
12. Treglia, E.: «Un partido en busca de identidad. La difícil trayectoria del eurocomunismo español (1975-1982)», en Historia del Presente, n.° 18, II/2011, Eneida, pp. 30 y 31.
13. Azcárate, M.: Luchas y transiciones. Memorias de un viaje por el ocaso del comunismo, op. cit., p. 161.
14. «Nace una democracia», de Manuel Azcárate, en Nuestra Bandera, número 87, pp. 5-7.
15. El editorial de Mundo Obrero, número 25, del 22 de junio de 1977, p. 3.
16. Claudín, F.i Santiago Carrillo: crónica de un secretario general. Barcelona: Planeta, 1983, pp. 261-262.
17. «Proyecto de Propuestas Políticas y de Estatutos al IX Congreso del Partido Comunista de España», 1978.
18. La Moncloa: el «Eurocomunismo», el Partido., entrevista a Santiago carrillo, Nuestra Bandera, número 90.
19. «La definición del partido. El marxismo revolucionario hoy», de Carrillo, S.: Mundo Obrero, 26 de enero/ 1 de febrero de 1978.
20. Carrillo, S.: Eurocomunismo y Estado. Barcelona: Editorial Crítica, 1977, p. 195.
21. Noveno Congreso del Partido Comunista de España. Informes, debates, actas y documentos. Madrid: Ediciones PCE, 1978, p. 344.
22. Noveno Congreso del Partido Comunista de España. Informes, debates, actas y documentos. Madrid: Ediciones PcE, 1978, p. 348.
23. El partido padecía una caída vertiginosa del número de afiliados: tómese como un plo donde el numero de carnets pasó de los 31.895 de 1997 a poco más de 23.000 en 1979. Conferencia de Organización, mayo 1982, en el Archivo Histórico del PcE, Nacionalidades y Regiones, Madrid, c. 65. 65.
24. revista Cuadernos del Mundo Actual, volumen 84, intitulado «El Eurocomunismo», de Antonio Elorza, Madrid, 1995, p. 30-31.
25. Actas del X Congreso del PCE, julio 1981, en Documentos en el Archivo Histórico del PcE.
26. Las municipales de abril de 1979, las autonómicas del País Vasco y cataluña de marzo de 1980, de Galicia en octubre de 1981 y de Andalucía en mayo de 1982.
27. Los conflictos internos del PcE, la división entre los llamados banderas blancas (eurocomunistas o eurorrenovadores, a favor de una renovación del eurocomunismo), los prosoviéticos (también conocidos como dogmáticos, sectarios o afganos, favorables a un retorno a las señas de identidad tradicionales) y los leninistas (los conciliadores u oficialistas desde una posición más centrista) y la evolución ideológica del Partido merecerían otro artículo. Igualmente sucede con la crisis interna del PcE en Madrid y Euskadi, o la del PSUc, ya que son temas que cuentan con una amplia bibliografía.
28. En las elecciones administrativas del 14 de mayo de 1978, el Pci registró un retroceso, alimentando la duda de que la capacidad de crecimiento del Partido había tocado su techo. El partido registraba una pérdida de al menos 9 puntos porcentuales, pasando del 35,6% de las elecciones políticas del 20 de junio 1976 al 26,4%.
29. AA. VV.: La politica e l'organizzazione dei comunisti italiani. Tesi XV Congresso PCI. roma: Editori Riuniti, 1979. AA. VV.: Progetto di tesi per il XV Congresso Nazionale del PCI. roma: Editori Riuniti, 1978.
30. «El objetivo del Pci no es volver a la oposición, sino entrar en el Gobierno», entrevista a Occhetto, A.: El País del 3 de abril de 1979.
31. Documenti politici del PCI dal XIV al XV Congresso. Roma: PCI, 1979.
32. Barbagli, M.; Corbetta, P. y Sechi, S.: Dentro il PCI. Bologna: Il Mulino, 1979.
33. «Advertencia de Berlinguer al sector estalinista del partido», en ABC, del 5 de julio de 1979.
34. Enrico Berlinguer fue elegido secretario general del PCI en el XIII Congreso del PCI (1972), tras la dimisión de Luigi Longo por problemas de salud. Berlinguer fue capaz de modernizar el partido, dotarlo de una estructura más democrática y de mayor alcance popular. Fue el secretario del Partido hasta su muerte en 1984. Tímido, discreto, introvertido, tajante con una mirada profunda, hizo de «la moralidad, la organización y el diálogo» su lema político. Esa fue la gran herencia que el PCI desperdició.
35. «El cabo comunista», en el ABC del 24 de junio de 1981.
36. Bobbio, N.: Quale socialismo? Discussione di un'alternativa. Torino: Einaudi, 1976.
37. Sobre el POF en este periodo, se recomienda consultar los siguientes libros: Baudouin, Jean: Le P.C.F. et le socialisme aux couleurs de la France: evolution et contradictions du communisme français, Université de rennes 1, rennes, 1978; Fabre Jean, Fabre; François, Hincker y Lucien, Sève: Les comunistes et l'Etat. París: Editions Sociales, 1977; Marchais, George: Le chngement avec vous, Sans Lieu, 1977; e idem: L'espoir au présent, Editions sociales, 1980.
38. Georges marchais fue elegido secretario del POF en el XXI congreso (de 24 a 27 de octubre de 1974, Vitry-sur-Seine). Fue secretario del partido hasta 1994. Promovió el carácter democrático de la vía francesa al socialismo y, al mismo tiempo, la diversidad de las vías nacionales, proponiendo, finalmente, el «socialismo aux coleurs de la France».
39. «Nuevas dificultades en la 'unión de la izquierda' francesa», en El País, del 12 de mayo de 1977.
40. Azcárate, M.: La izquierda europea. Madrid: Ediciones El País, 1986, 277.
41. Cohen, F. : «La relación entre la política y la teoría en la estrategia actual del PcF», en el congreso Organizado por Fundación de Investigación Marxista, en octubre de 1980 y publicado en AA. VV. : Vías democráticas al socialismo. Madrid: Ed. Ayuso, 1981, p. 47.
42. Pasquinucci, D. y Verzichelli, L.: Elezioni europee e classepolitica sovranazionale 1979-2004. Bologna: Il Mulino, 2004.
43. Buton, Ph.: «El Partido Comunista Francés frente al eurocomunismo: un partido en la encrucijada», en Historia del Presente, n.° 18, H/2011, Eneida, p. 21.
44. El PCI, el PCE y los partidos comunistas de Yugoslavia, Inglaterra, Suecia y pocos otros se negaron a acudir a dicha conferencia, considerando el acto como «un apoyo propagandístico» a las posiciones soviéticas, cuestionando el contenido político de la misma.
45. «Los líderes eurocomunistas de la federación de París fueron despojados de todas sus funciones oficiales en 1979, y posteriormente muchos eurocomunistas y disidentes de izquierda han sido expulsados por romper la disciplina del partido» en «El triunfo de la izquierda en Francia» de Daley, T. y Pontusson, J.: Cuadernos Políticos, n° 32. México, D.F.: editorial Era, abril-junio de 1982, pp. 21-44.
46. Carr, R. y Fusi, J. P.: España de la dictadura a la democracia, Planeta, Barcelona, 1979, p. 316.
47. «Teoría y práctica democrática en el PCE, 1956-1982» de Sánchez Rodríguez, Jesús: Actas del I Congreso sobre la Historia del PCE. 1920-1977. Madrid: FIM, 2004, p. 40.
48. Calvo Serer, R.: Eurocomunismo, presidencialismo y cristianismo. Madrid: Unión Editorial, 1982, p. 211.
49. «Teoría y práctica democrática en el PCE, 1956-1982» de J. Sánchez Rodríguez en Actas del I Congreso sobre la Historia del PCE. 1920-1977, FIM, Madrid, 2004, p. 43.
50. Capella, J. R.: La práctica de Manuel Sacristán. Una biografía política. Madrid: Editorial Trotta, 2005, p. 201.
51. Ibídem, p. 202.
52. Treglia, E.: «Un partido en busca de identidad. La difícil trayectoria del eurocomunismo español (1975-1982)», en Historia del Presente, n.° 18, II/2011, Eneida, p. 31.
53. «La herencia dilapidada de la izquierda italiana» de Anderson, Perry: Viento Sur, número 104, julio 2009, p. 10.
54. Claudín, F.: Eurocomunismo y socialismo. Madrid: Siglo Veintiuno de España, 1977, pp. 138139.
55. Vega, P. y Erroteta, P.: Los herejes del PCE. Barcelona: Planeta, 1982, p. 311.
56. Ibídem, p. 312.
57. Juliá, S.: Camarada Javier Pradera. Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2012, p. 142.
58. Treglia, E.: «Un partido en busca de identidad. La difícil trayectoria del eurocomunismo español (1975-1982)», en Historia del Presente, n.° 18, II/2011, Eneida, p. 36.
59. Carrillo, S.: «Un partido eurocomunista con disciplina común», en Mundo Obrero, 14 de agosto de 1980.
60. «'Nuestra Bandera'. La transición doctrinal del comunismo español y el Eurocomunismo, 19751979. Historia de un fracaso» de Perfecto, M. A. y García, J. en Tusell, J. (ed.): Historia de la transición y consolidación democrática en España: 1975-1986. Madrid: UNED-Universidad Autónoma, 1996, p. 250.
61. Azcárate, M.: Luchas y transiciones. Memorias de un viaje por el ocaso del comunismo, op. cit., p. 171.
62. Albiac, g.; Sandoval, J. y otros: Debates sobre el eurocomunismo. Madrid: SAIDA, 1977, p. 5.
63. Elorza, A.: «Eurocomunismo y tradición comunista», en el Congreso Organizado por la Fundación de Investigación Marxista, en Madrid, en octubre de 1980 y publicado en AA. VV. : Vías democráticas al socialismo. Madrid: Ed. Ayuso, 1981, p. 107.
64. Mientras se gestaba y movía su primeros pasos los sucesos de Portugal, irónicamente afirmaba Berlinguer: «i tecnici del golpe che hanno lavorato a Santiago, si trovano ora a Lisbona». «Incontro con il compagno Kirilenko e con il compagno Zagladin (Berlinguer, Cossutta, Napolitano, Pajetta e Segre) del 24 de marzo 1975», APC, Estero, 1975, mf 204, 593-594, en Pons, S.: Berlinguer e la fine del comunismo. Torino: Einaudi, 2006 p. 54.
65. Areilza, J. M.: Diario de un Ministro de la Monarquía. Barcelona: Planeta, 1977, p. 196.
66. García-Santesmases, A.: Repensar la izquierda: evolución ideológica del socialismo en la España actual. Barcelona: Anthropos, 1993, p. 28.
67. Preston, P.: El Zorro Rojo. La vida de Santiago Carrillo. Barcelona: Debate, 2013, p. 310.
68. Una de las principales causas del fracaso del proyecto eurocomunista fue su mayor preocupación por las circunstancias internas y por alcanzar el poder en sus respectivos países. En lugar de mostrarse interesados por crear estrategias conjuntas, por establecer e incluso cristalizar un posicionamiento político unitario, los PPcc de Italia, Francia y España mostraron mayor preocupación por sus respectivas situaciones nacionales, tan diferentes entre ellas, lo que impidió que se constituyese un movimiento unitario.
69. Ramiro Fernández, L.: Cambio y adaptación en la izquierda. La evolución del Partido Comunista de España y de Izquierda Unida (1986-2000). Madrid: ciS, Siglo Veintiuno de España, 2004, p. XIII.
Andrea DONOFRIO
Fundación Ortega-Marañón
Fecha de recepción: 16 de abril de 2013; aceptación definitiva: 16 de noviembre de 2013
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