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Resulta difícil creer que, en términos de canción popular, pueda presentarse una muestra de calidad literaria al margen de la evocación, al mismo tiempo, de la música que le da sentido integral a las palabras.
A pesar de esta dificultad, en las canciones aquí seleccionadas -siempre del siglo veinte mexicano, siempre relativas a las desdichas amorosas- se encontrarán las influencias de un trayecto lírico que recoge el romanticismo tardío, las melancolías modernistas, el influjo de los amores inconfesables por su sexualidad diferente ("Usted es la culpable..."); la fetichización de la derrota, el estoicismo ante el envejecimiento y las celebraciones de la vida radical.
El caso de Augusto Guty Cárdenas -cantante legendario que consumó "Ojos tristes"- parece anticipar, con su vida y su obra, las mitologías mexicanas que consignarán la radio, la prensa y el cine nacional a lo largo del siglo veinte: en plenitud de su juventud, talento y ascendente fama, fue asesinado en la cantina Salón Bach de la Ciudad de México durante un pleito con tres sujetos de nacionalidad española (uno de ellos, "cantaor de flamenco"). Primero dirimieron a "fuerzas", "vencidas", "puños", "pulsos" sus respectivas hombrías. Al parecer, los peninsulares se habían mostrado celosos del encanto del compositor que cautivaba a una muchacha llamada Rosa; luego, siguieron los botellazos y las balas, y el mexicano llevó la peor parte.
El espíritu de los tiempos que predomina en estas canciones cantadas y memorizadas durante tres generaciones -en un lento tránsite de los acentos rurales, con su catolicismo romántico y panteísta, hacia el descubrimiento de la gran urbe con su vértigo moderno e hipersensible que propenderá al arrabal en tanto gesta íntima-, es el mismo que compartieron Salvador Díaz Mirón, Manuel José Othón, Manuel Gutiérrez Nájera y, décadas después, Ramón López Velarde, Alfredo R. Palencia, Renato Leduc y Efraín Huerta.
En México, la...