Laura Benítez Grobet, Descartes y el conocimiento del mundo natural, Porrúa, México, 2004, xii + 160 pp.
Con sumo interés esperábamos este nuevo libro de Laura Benítez todos aquellos que nos interesamos por la historia de la filosofía moderna y, en especial, por la obra de René Descartes. Sabido era que, desde hace años, su autora- venía realizando una investigación sobre la filosofía cartesiana, su medio, sus predecesores y su influencia, ya que en cursos, conferencias y publicaciones en revistas especializadas nos mantenía informados acerca de sus primicias. El libro que comentamos hoy reúne sólo una parte de estos trabajos, los referidos -tal como aclara el título- a Descartes y el conocimiento del mundo natural. Continúa entonces la línea de investigación iniciada con la magistral traducción de El mundo o tratado de la luz, de Descartes (1986), pero no incluye otras investigaciones de filosofía moderna que esperamos que no se demore en reunir y publicar.
Los materiales originarios que son el origen de los ocho capítulos que componen el volumen han sido corregidos, aumentados y ordenados de manera tal de conformar una exposición coherente y ordenada. No se trata, por cierto, de una introducción al pensamiento cartesiano, pero quien ya posee un conocimiento de los orígenes de la filosofía y de la ciencia moderna, encontrará una presentación ordenada de varios de sus principales problemas y una discusión actualizada de los mismos. En ningún momento es la autora- condescendiente con Descartes, y no menos severa se muestra con sus críticos. En definitiva, a lo largo del texto mantiene una única fidelidad, y es al planteamiento claro de los problemas y a no eludir las dificultades de sus respectivas soluciones.
Razones de espacio obligan a hacer una selección de los aportes principales del libro. Uno de ellos es, sin lugar a dudas, el examen, inteligible e inteligente, que Laura Benítez hace del problema de la percepción sensible en Descartes. A partir de los resultados de la Segunda Meditación, cuando la creencia en la existencia del mundo exterior y del propio cuerpo ha quedado suspendida por la duda, la percepción sensible sólo puede comprenderse como un modo más del pensar. "Pero -plantea la autora- ¿significa esto que, para Descartes, la percepción sensible es absoluta y únicamente una operación mental independiente del mundo externo?" (p. 24). Laura Benítez aborda esta cuestión teniendo en cuenta, ante todo, que por un lado el yo es sustancia separada del cuerpo, pero, por otro lado, el hombre está constituido por la unión de las dos sustancias (alma y cuerpo) aun cuando esta unión nos resulte (cartesianamente) incomprensible. Luego se remite a las Respuestas a las Sextas Objeciones, donde Descartes mismo distingue tres niveles o modos en que puede considerarse la percepción sensible: (i) la perspectiva física, fisiológica o sensación (ii) la perspectiva que enlaza lo físico y lo mental cuando se tiene conciencia de las sensaciones; y (iii) la perspectiva que, desde la unión mente-cuerpo, considera operaciones mentales. Examinando con atención el texto cartesiano, la autora subraya que, al referirse a la percepción sensible, Descartes no se preocupa del problema de la interacción espíritu-materia, sino que la da por sentada. Los dos problemas -el de la interacción y el de la percepción- quedan así deslindados, al menos metodológicamente, con lo que se logra una mejor comprensión de ambos.
Acto seguido, Laura Benítez se detiene a examinar otra característica del cartesianismo, que sera luego distintiva de todo el pensamiento moderno y que suele ser pasada por alto. "¿Semejanzas o signos?" se pregunta la autora, para luego señalar que las ideas de la sensación, y las representaciones en general, no guardan una relación de semejanza con lo representado por ellas; más bien pueden interpretarse como signos del mundo externo. Estas páginas, en las que se examinan textos conocidos de las Meditaciones junto a otros muy poco transitados de la Dióptrica, de El mundo o tratado de la luz y de la cuarta parte de los Principios, son una excelente exposición de lo que luego se conocerá como "el camino de las ideas". Ampliando una interpretación de Ann Mackenzie, Laura Benítez muestra que en la percepción sensible debe intervenir más de un sentido y que ella debe consistir en diversas operaciones mentales para que puedan poseer contenido cognitivo. Examina luego los "recortes teóricos" que realiza Descartes a fin de quedarse con las "auténticas" propiedades de los objetos. Recurriendo nuevamente al pocas veces citado El mundo o tratado de la luz se plantea el problema de la divisibilidad infinita y extensión ilimitada de la materia. Especialmente esclarecedora es la explicación de cómo Descartes pasa de una propuesta abstracta geométrica de la materia como extensión homogénea, al marco teórico de su física, con los problemas que esto implica para las teorías corpusculares, plenistas y mecanicistas. El capítulo 3, "La cosmología cartesiana y el supuesto plenista", es uno de los pocos trabajos que hay en nuestra lengua sobre estos temas. Uno de los méritos del mismo es que la autora confronta la teoría que presenta Descartes con los problemas que Descartes pretende responder con dicha teoría, y explica las razones por las cuales la encuentra "enormemente endeble".
En el capítulo siguiente aborda el problema de la relación mentecuerpo, utilizando como hilo conductor la correspondencia de Descartes con Regius; en ella no sólo se muestra la confrontación entre la nueva filosofía y la tradición, sino que además se observa cómo comienzan a surgir tensiones y controversias dentro mismo del campo de la filosofía cartesiana. El capítulo 5 plantea la pregunta acerca de por qué habría que ser más escéptico que los escépticos y se propone averiguar las causas del así llamado (entre comillas) "escepticismo cartesiano". Marsilio Ficino es aquí el antecedente de una postura filosófica que va delineando un "yo" distinguible de su entorno, y así se presenta el problema de la fidelidad de los contenidos mentales con respecto al mundo exterior.
Descartes aconsejaba dejar de lado el problema del infinito, ya que es un laberinto del cual no salen quienes a él se atreven a ingresar. La dantesca advertencia de Descartes es desoída por Laura Benítez, quien, en el capítulo 6, enfrenta decidida el problema de la infinitud y la ilimitación en Descartes, para examinarlo en tres diferentes textos del corpus cartesiano: El mundo o tratado de la luz, Los principios de la filosofía y la correspondencia con Henry More. Benítez muestra la necesidad de tener en cuenta aspectos teológicos y su articulación con problemas físicos, a la hora de elucidar la diferencia entre la infinitud de Dios y la ilimitación del universo en el pensamiento cartesiano. La polémica Descartes-More prosigue en el capítulo 7, pero ahora la pregunta "¿Es el espacio interno o externo?" concita la atención. Cabe destacar, en este capítulo, la abundancia de notas críticas que se refieren a los antecedentes del problema del espacio vacío, las cuales permiten al lector ir haciendo una doble lectura: en el cuerpo del texto se ofrece una discusión conceptual del problema, mientras que el aparato crítico ofrece una historia del mismo. El capítulo concluye con un examen de las posturas atomistas y corpuscularistas en la polémica Descartes-More.
Del espacio al tiempo. El último capítulo lleva por título "Algunas reflexiones sobre la indefinición del espacio y el tiempo en René Descartes", en el que el problema de la temporalidad se examina en las Meditaciones y en una carta dirigida a Chanut. Sabido es que, según Descartes, la duración puede ser dividida en partes, cada una independiente de la otra. Laura Benítez aprovecha una objeción levantada por Gassendi para formular la pregunta a la que pretende dar respuesta: "¿Por qué el empeño en la discontinuidad de la duración, cuando no sirve a ningún propósito en función de la contingencia de los entes?"
Tal como ocurre en los capítulos anteriores, la autora no elude la complejidad del problema, y la respuesta de Descartes es evaluada a la luz de los compromisos teólogicos y cosmológicos que debía tener en cuenta.
Seguramente uno de los mayores méritos del libro de Laura Benítez consiste en la claridad con la que plantea problemas en sí mismos complejos y la honestidad para evaluar las respuestas que ofrece el propio Descartes, confrontándolas con las cuestiones que pretendía resolver. Quizas este resultado se deba a que la autora, en el primer capítulo del libro, "Las vías de reflexión filosófica", lleva a cabo una tarea previa de esclarecimiento acerca de las características principales de la filosofía moderna y de la metodología para abordarla. Tras distinguir cuatro vías principales en la historia del pensamiento, ubica a Descartes en la vía de la reflexión epistemológica, a la que asigna algunas características propias, tales como el supuesto de que el mundo es sustancialmente homogéneo y la preferencia por el examen de las capacidades de la mente y los límites del entendimiento. Estas vías abren la posibilidad de reconocer la dirección general del pensamiento de un determinado autor a lo largo de los inevitables vericuetos de su obra, sin necesidad de encasillarlo en posiciones rígidas, y permiten comprender incluso las contradicciones en las que suele caer -es decir, ayudan a hacerlo-. En casi todos los capítulos del libro, Laura Benítez recuerda alguna característica de esta "vía de la reflexión epistemológica" que contribuye a recuperar el sentido general del pensamiento cartesiano y a retener su coherencia de propósitos, aun cuando afloren inconsistencias de resultado. Una vez que hemos comprendido cuál es el juego de Descartes, podemos apreciar su extraordinaria destreza sin por eso dejar de notar las faltas que de tanto en tanto comete.
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