Mateo Donet, M.a Amparo: La ejecución de los mártires cristianos en el Imperio Romano. Publicaciones del CEPOAT, 1; Universidad de Murcia, Murcia 2016. ISBN: 978-84-944757-4-0.
?La sangre [de los mártires] -según la famosa frase de Tertuliano a finales del siglo II (Apolog. 50) es semilla de los cristianos?. Y, en efecto, las persecuciones decretadas por diversos emperadores romanos, desde Nerón a Galerio, tuvieron un efecto contraproducente para el Imperio, que pretendía erradicar lo que entendía como una dañina superstitio para su sociedad y su política. Fue más bien el uso propagandístico de las persecuciones, sobre las que hay una encendida discusión historiográfica desde hace decenios, la que más contribuyó a capitalizar el martirio. Aunque no cabe dudar que lo hubo, conviene estudiar ante todo las fuentes jurídicas e históricas que permiten comprender sus dimensiones, más allá de la avalancha de literatura hagiográfica posterior, con muchas leyendas -como la de Santa Catalina de Alejandría, por ejemplo- totalmente ahistóricas. Hay que tratar de relativizar los lugares comunes que los apologetas difundieron y establecieron como verdades incuestionables sobre la irracional crueldad del Imperio romano y sobre la muerte de decenas de miles de cristianos hasta la supuesta ?conversión? y el famoso Edicto de 313 -otros tópicos muy disputados- por parte de Constantino, llamado el Grande en la tradición. Un ejemplo de este debate es el excelente libro de R. González Salinero, Las persecuciones contra los cristianos en el Imperio Romano. Una aproximación crítica (Monografías de Antigüedad Griega y Romana 15; 2a edición, Signifer, Madrid-Salamanca 2015), que pone en tela de juicio las fuentes cristianas -como el citado Tertuliano o Eusebio de Cesarea, entre otros padres de la Iglesia- y arroja dudas más que razonables sobre estos tópicos.
Seguramente muchos cristianos se apartaron de la fe con tal de conservar su vida y sus bienes y el Estado romano no se ensañó contra ellos por motivos religiosos y fanáticos, sino por temas de orden político y social: los cristianos eran, qué duda cabe, un peligro para la religión de estado. Como muestran recientes debates sobre un posible fundamentalismo romano (cf. el libro editado por Pedro Barceló, Religiöser Fundamentalismus in der römischen Kaiserzeit, Potsdamer Altertumswissenschaftliche Beiträge, 29; Steiner Verlag, Stuttgart 2010), el estado romano solo legisló agresivamente contra grupos religiosos que, como los maniqueos o los cristianos en época imperial -por no hablar de los tíasos dionisíacos en época republicana, como se ve en el famoso Senadoconsulto de 186 a.C.- suponían un peligro sociopolítico indudable para la Urbe. Pero no cabe dudar tampoco sobre la realidad histórica de las persecuciones en aquellos primeros siglos del cristianismo, que fueron glosadas por los historiadores eclesiásticos, como Lactancio, Eusebio o Sócrates. Pese al boom del uso propagandístico que se haría luego en leyendas áureas y vidas de santos de muy dudosa historicidad y que, como el comercio de reliquias, se desarrollaron sobremanera especialmente a partir del establecimiento del cristianismo como religión oficial del Imperio -sobre todo a partir del siglo IV con Teodosio-, puede afirmarse que la extrema crueldad de suplicios y ejecuciones dejaron una huella muy profunda en la historia de las mentalidades de la época tardoantigua y medieval. Es la era, por cierto, en la que, merced al cristianismo, el prestigio social de la santidad, de los pobres y los mártires había desplazado al de los grandes generales y también al de los oradores y filósofos, como ha estudiado de forma ejemplar Peter Brown. Con todo, la historia de las persecuciones es todo menos unívoca y ha de ser estudiada de forma muy matizada.
A ello viene a contribuir ahora una excelente monografía titulada La ejecución de los mártires cristianos en el Imperio Romano (Publicaciones del CEPOAT, 1, Universidad de Murcia, Murcia 2016). Su autora es M.a Amparo Mateo Donet, Profesora de Historia Antigua en la Universidad de Valencia, que, pese a su juventud, ya destaca de forma sobresaliente en el panorama investigador merced a numerosas contribuciones en publicaciones científicas nacionales e internacionales sobre historia romana y Cristianismo primitivo. Mateo Donet, como en el mencionado caso del libro de González Salinero, también intenta ofrecer un panorama crítico y ponderado, con pretensión de objetividad y basado en fuentes solventes o al menos dando cuenta de las inclinaciones laudatorias o exageradas de ciertos recuentos. En cuanto al número total de martirizados, seguramente es mucho menor de lo estimado en las fuentes hagiográficas o en los historiadores eclesiásticos. Como dice la autora: ?Mucho se ha especulado acerca de la cifra aproximada de mártires ejecutados en los primeros siglos del Imperio. La cantidad que se mencionaba rondaría los 200.000, habiéndose establecido de manera generalizada. Sin embargo, en ciertos trabajos, como el de Hertling, se aventura que el número exacto estaría entre 10.000 y 20.000. esta estimación se ha conjeturado teniendo en cuenta pasiones y otros documentos escritos contemporáneos?. Y, en lo que se refiere a la gran persecución, sigue: ?Gregoire ha intentado cambiar esta visión, por lo que establece una cifra final de 2.500 a 3.000 mártires como máximo en todo el imperio?. (págs. 11-13)
En su libro Mateo Donet realiza una magnífica síntesis histórica y jurídica de los diversos castigos, suplicios y ejecuciones que se llevaron a cabo contra los cristianos. Comienza por estudiar con detalle la tradición de la pena capital en la prolija legislación romana, con especial énfasis en los procedimientos de ejecuciones comunes: la cruz, la cremación y la damnatio ad bestias. El estudio en detalle de la muerte por crucifixión que ofrece la autora, un suplicio letal que implicaba una brutal agonía, permite entender bien todo el profundo simbolismo que para los cristianos tuvo la ?muerte de cruz? que sufrió el propio Jesucristo y en la que se resume gran parte de la teología del dios hecho hombre para sufrir por todos los hombres. Ciertamente, no era exclusiva de los cristianos la muerte de cruz, sino un suplicio mortal usual para condenados en la antigüedad grecorromana. Producía una muerte particularmente horrenda y lenta, con el agravante de ser pública y bajo un cartel (el titulus) que contenía la razón oficial, según la ley, de aquel castigo. Eran variadas las formas del poste, árbol o cruz donde se clavaba al condenado, como se ve en el libro: también lo era la posición, aunque se clavaba seguramente por las muñecas, no por las palmas, para evitar desgarros. Previamente el castigo incluía la flagelación y humillación pública y la carga de la cruz. Diversas ciudades, como la propia Roma ante el Esquilino, tenían un lugar para los crucificados. El tratamiento de estos temas, con notas muy detalladas sobre los detalles materiales o jurídicos, está en las páginas 62-63 del libro, con la bibliografía principal y muy actualizada sobre la crucifixión y sus aspectos más variados.
Las ejecuciones usuales para los criminales condenados a muerte se usaron contra los cristianos por el mero hecho de serlo y no renegar de su fe, pero incluso en esta situación se notaba la fuerte estratificación social, en dos pirámides sociales y en ordines de la sociedad romana pues, como se estudia también en el libro, los privilegiados tenían derecho legalmente a suplicios y ejecuciones especiales, muy notablemente la decapitación, que permitía ahorrar muchos sufrimientos, como es comprensible, o el exilio, entre otros castigos a quienes pertenecían al estamento militar.
A continuación, se analizan las condenas con muerte indirecta y las ordalías, que dieron lugar a historias de santidad y martirio en la literatura hagiográfica. Había condenas a trabajos forzados, entre las primeras, a las minas o las galeras, que a menudo implicaban una muerte cierta, y otro tipo de castigos por precipitación, inmersión o por enterramiento en vida, entre otros muchos sofisticados suplicios que pretendían provocar la falta de fe de otros creyentes al ver que el dios cristiano era incapaz de salvar a sus adeptos. El libro también contiene unas buenas vistas a todo lo que se refiere a los aspectos legales de las ejecuciones de los cristianos, desde las medidas auxiliares en el desarrollo de los juicios a las penas complementarias, con un útil resumen de los puntos esenciales que el derecho romano establecía para los procesos a los mártires cristianos. Todo ello convierte a esta obra no solo en una referencia obligada en los estudios sobre este tema, sino en un tratamiento completo y exhaustivo que, proporcionando un panorama de la investigación, viene casi a agotar la cuestión.
Pero, ¿lograron estas persecuciones su propósito o, como decía Tertuliano en su célebre cita, fomentaron la difusión de la ?semilla? del cristianismo? Como apunta Amparo Mateo Donet, con la objetividad que caracteriza ante todo en el libro que reseñamos, su resultado fue ambivalente: ?El martirio proporcionó a los cristianos una poderosa herramienta ideológica desde el momento en que el proceso genera una propaganda que crece y se difunde entre los creyentes y los posibles futuros creyentes, que impacta en la sociedad y ofrece un modelo de comportamiento. [...]. ¿Consiguieron los Emperadores que el mensaje que intentaban transmitir calara en la población? Probablemente no, porque los martirios continuaron y el cristianismo se extendió. No obstante, en parte debió servirles para algo, puesto que también hubo muchos casos de apostasía y de ocultación?. (pág. 243).
Así, puede entenderse que, con el pasar del tiempo, pese a los esfuerzos del estado romano en suprimir a lo que en principio fue una secta minoritaria, finalmente el cambio de las mentalidades y las transformaciones del final de la antigüedad conllevaran el definitivo triunfo del cristianismo. Como haría Tertuliano, también lo advertía ya la estupenda Epístola a Diogneto (siglo II), cuando su anónimo autor pregunta retóricamente a su destinatario pagano: ¿No ves cómo los cristianos son arrojados a las fieras para obligarlos a renegar, y no son vencidos? ¿No ves que, cuanto más se los castiga, en mayor cantidad aparecen otros?? (7, 7-8). El cambio histórico acaso más radical de la antigüedad se estaba produciendo irremediablemente.
You have requested "on-the-fly" machine translation of selected content from our databases. This functionality is provided solely for your convenience and is in no way intended to replace human translation. Show full disclaimer
Neither ProQuest nor its licensors make any representations or warranties with respect to the translations. The translations are automatically generated "AS IS" and "AS AVAILABLE" and are not retained in our systems. PROQUEST AND ITS LICENSORS SPECIFICALLY DISCLAIM ANY AND ALL EXPRESS OR IMPLIED WARRANTIES, INCLUDING WITHOUT LIMITATION, ANY WARRANTIES FOR AVAILABILITY, ACCURACY, TIMELINESS, COMPLETENESS, NON-INFRINGMENT, MERCHANTABILITY OR FITNESS FOR A PARTICULAR PURPOSE. Your use of the translations is subject to all use restrictions contained in your Electronic Products License Agreement and by using the translation functionality you agree to forgo any and all claims against ProQuest or its licensors for your use of the translation functionality and any output derived there from. Hide full disclaimer
© 2018. This work is published under https://creativecommons.org/licenses/by-nc/4.0/ (the “License”). Notwithstanding the ProQuest Terms and Conditions, you may use this content in accordance with the terms of the License.
Abstract
Seguramente muchos cristianos se apartaron de la fe con tal de conservar su vida y sus bienes y el Estado romano no se ensañó contra ellos por motivos religiosos y fanáticos, sino por temas de orden político y social: los cristianos eran, qué duda cabe, un peligro para la religión de estado. Sin embargo, en ciertos trabajos, como el de Hertling, se aventura que el número exacto estaría entre 10.000 y 20.000. esta estimación se ha conjeturado teniendo en cuenta pasiones y otros documentos escritos contemporáneos?. Eran variadas las formas del poste, árbol o cruz donde se clavaba al condenado, como se ve en el libro: también lo era la posición, aunque se clavaba seguramente por las muñecas, no por las palmas, para evitar desgarros. Como haría Tertuliano, también lo advertía ya la estupenda Epístola a Diogneto (siglo II), cuando su anónimo autor pregunta retóricamente a su destinatario pagano: ¿No ves cómo los cristianos son arrojados a las fieras para obligarlos a renegar, y no son vencidos? ¿No ves que, cuanto más se los castiga, en mayor cantidad aparecen otros?? (7, 7-8).
You have requested "on-the-fly" machine translation of selected content from our databases. This functionality is provided solely for your convenience and is in no way intended to replace human translation. Show full disclaimer
Neither ProQuest nor its licensors make any representations or warranties with respect to the translations. The translations are automatically generated "AS IS" and "AS AVAILABLE" and are not retained in our systems. PROQUEST AND ITS LICENSORS SPECIFICALLY DISCLAIM ANY AND ALL EXPRESS OR IMPLIED WARRANTIES, INCLUDING WITHOUT LIMITATION, ANY WARRANTIES FOR AVAILABILITY, ACCURACY, TIMELINESS, COMPLETENESS, NON-INFRINGMENT, MERCHANTABILITY OR FITNESS FOR A PARTICULAR PURPOSE. Your use of the translations is subject to all use restrictions contained in your Electronic Products License Agreement and by using the translation functionality you agree to forgo any and all claims against ProQuest or its licensors for your use of the translation functionality and any output derived there from. Hide full disclaimer
Details
1 Universidad Complutense de Madrid