FiNLAYSON, Clive: El Neandertal Inteligente. Arte rupestre, captura de avesy revolución cognitiva, Córdoba, Editorial Almuzara, 2020, 253 pp., ISBN: 978-84-18089-53-4.
Poco queda para que se cumplan dos siglos del descubrimiento de los primeros restos fósiles de neandertales. Pero, aunque doscientos años de investigación supongan una larga trayectoria por la que considerar bien consolidado el conocimiento sobre esta especie, hoy en día los neandertales aún siguen suscitando gran interés.
El hecho de que poblaran Europa y Asia cientos de miles de años antes de la llegada de nuestra especie, los Homo sapiens, la aparente hibridación que hubo entre ambos, así como su enigmática desaparición coincidente con la llegada de nuestros ancestros, sumergen a esta especie en un halo de misterio que no deja de ser cautivadora.
Sin embargo, gracias a las numerosas investigaciones desarrolladas en los últimos años, han tenido lugar nuevos descubrimientos que han supuesto avances significativos que han permitido redefinir y reformular ciertas cuestiones.
Este libro sobresale por no ser un libro más de divulgación. En él no se plantean unas hipótesis que se intentan validar siguiendo la metodología científica. Tampoco narra una sucesión de hechos como las que nos podemos encontrar en cualquier monografía. Este libro va más allá, pues el autor, Clive Finlayson, biólogo y actual director del Museo de Gibraltar, nos narra en primera persona, a modo de diario, todas aquellas experiencias que le suscitaron a ahondar en la cuestión de «capacidades» como sinónimo de «inteligencia», mezclando sus dos pasiones científicas, las aves y los neandertales.
Este formato, que agradece una lectura fácil y ligera, hace que el lector se pueda sentir identificado con el autor y se pueda sumergir de lleno en la Arqueología de campo, dejando a un lado la visión exterior de la lectura, como mero sujeto pasivo de unos acontecimientos narrados, llegando a convertirse en (co)protagonista del relato.
En primer lugar, se nos presenta un breve resumen a modo de prólogo en el que el autor narra qué hechos concretos fueron los que guiaron sus pasos hacia el estudio de las aves y los neandertales, y cómo estas dos pasiones se llegaron a mezclar tras varios años de excavación en la cueva de Gorham, lugar en el que se hallaron evidencias directas de explotación de aves a manos de los neandertales. El vínculo entre estos seres humanos y las aves permiten hablar en términos de capacidades, habilidades y complejidad social, y aunque los estudios previos a este libro no son pocos, lo que consigue Finlayson en esta obra es arrojar más luz acerca del comportamiento neandertal, a través de un enfoque novedoso que deja al margen la cultura material en pos del comportamiento animal y conocimiento del entorno y la naturaleza.
Tras el prólogo nos encontramos con un texto que se organiza en veintiún capítulos. Los dos primeros consisten en una crítica sobre cómo diversos investigadores han empleado el término «humano moderno» como sinónimo de «avanzado» basándose en restos de la cultura material para dictaminar rasgos de modernidad conductual (p. 34). Finlayson difiere, alegando que la mayor parte de los materiales son perecederos, y desarrolla una serie de hipótesis con las que revocar las argumentaciones sobre la superioridad cognitiva de los humanos modernos, sirviéndose de la abundancia de restos de ave encontrados en Gibraltar, para inferir, a través de la relación entre aves y neandertales, elementos característicos propios de un comportamiento intelectual complejo.
Podríamos agrupar los tres siguientes capítulos (pp. 37-70) en un solo bloque en el que Finlayson, a través de sus viajes en Finlandia, Noruega y Canadá, recopila información con objeto de explicar la presencia de ciertas aves de climas fríos extremos en Gibraltar. Gracias a su conocimiento en ecología y etología aviar, y a través de un estudio exhaustivo del bioma de los distintos animales que se hallan con frecuencia en diferentes asentamientos neandertales durante el Pleistoceno (pp. 53-61) deduce que el cambio en las condiciones climáticas obligó a estas aves a desplazarse.
Es, a partir del capítulo 6, cuando intenta establecer la relación de los neandertales con ciertas especies avícolas con las parecen haber interactuado de manera habitual en Gibraltar (pp. 71-77). Hace hincapié en las chovas, un ave carroñera que los neandertales podrían haber empleado como advertencia de carroña en las proximidades, lo que supone una muestra de la gran capacidad cognitiva de los neandertales para adelantarse frente al resto de carroñeros (p. 75).
Los cuatro capítulos siguientes muestran cómo el conocimiento de las pautas conducta de ciertas aves haría de la caza una actividad productiva, y refuerza la idea del amplio conocimiento que podrían haber tenido los neandertales en cuanto al comportamiento de sus presas. Dicho conocimiento pudo verse favorecido por la constante climática del litoral gibraltareño, otorgándoles una sensación de predictibilidad y regularidad que aseguró el éxito de una supervivencia basada en la transmisión cultural. Así pues, los neandertales podrían haber observado las pautas conducta de ciertas aves para establecer planes de emboscada a aquellas de gran tamaño o a las que se reunieran en grandes bandadas durante su apareamiento, demostrando así la capacidad de observación, transmisión y organización propias de un comportamiento humano moderno.
La dificultad se plantea con aquellas aves que perdieron la capacidad de volar, ya que se desplazan por el mar y actualmente no se tiene constancia de la capacidad de navegación de los neandertales. Sin embargo, las aves que se camuflan gracias a su plumaje sí serían presas fáciles, pues se mantienen inmóviles. Empero, Finlayson establece que quizá el objetivo de los neandertales no habrían sido las aves, sino sus huevos, pues en época de cría los adultos se turnan para incubarlos y se vuelven imprudentes (p. 114). Los neandertales podrían haber adquirido hábitos nocturnos para poder cazarlas, ya que por la noche mantienen más actividad y se vuelven distraídas, lo que, junto con la posibilidad de mimetizarse en el entorno por la penumbra, facilitaría su caza. Esto explicaría el tamaño ocular de estos humanos y refutaría las teorías anteriormente establecidas por otros autores que dictan que la diferencia en el tamaño de los ojos entre los neandertales y los humanos modernos radica en que los neandertales tendrían mejor visión a expensa del desarrollo del neocortex, algo que sí se daría en los humanos modernos permitiéndoles vivir en grupos amplios y tener más capacidad de interacción social.
Otra ave mencionada en este capítulo son las codornices, que podrían haber cazado fácilmente con el uso de redes, pero no se sabe si los neandertales las usaron. Lo que sí que se sabe gracias al estudio de bibliografía, es que en algunos lugares usaban reclamos fabricados a partir de huesos de conejo para atraer a estos pájaros. Con esto Finlayson recalca el hecho de que la concepción de este tipo de aves como presas rápidas y difíciles de atrapar solo revela el poco conocimiento que se tiene sobre ellas, y reseña lo inteligentes que podrían haber sido los neandertales por el hecho del conocimiento del comportamiento de sus presas y el desarrollo de diferentes utensilios para poder capturarlas.
El capítulo ii (pp. 121-148) supone un cisma en el desarrollo del libro, pues rompe con el esquema trazado previamente por el autor para explicar cómo se desarrolla el proceso de excavación en Gibraltar, dando especial relevancia a los procesos de cribado, pues algunos de los restos que se suelen encontrar durante este proceso permiten fechar el yacimiento, conocer las circunstancias atmosféricas del momento, e indicar cambios climáticos.
Esto nos sirve como introducción al siguiente capítulo, en el que se estudian diferentes asentamientos neandertales para entender la calidad del entorno en el que vivieron y establecer si poseían habilidades que les ayudaran a distinguir si el emplazamiento era mejor, o peor, para establecer un hábitat permanente o estacional. Se tiene en cuenta que uno de los argumentos para indicar la supremacía cognitiva del humano moderno frente a los neandertales es la capacidad de los primeros para dedicarse a una caza específica. No obstante, la excavación de una cueva situada en la parte alta del peñón de Gibraltar indica que realizaron una planificación previa para escalar los riscos y cazar una presa concreta, íbices. Esto no es exclusivo de esta zona, pues en la cueva de Vanguardia se ha encontrado un estrato donde parecen especializarse en la foca monje durante ciertas temporadas (p. 134). Por tanto, resulta evidente la prueba de que los neandertales disponían de habilidades para desarrollar planes estratégicos para la caza, pudiendo escoger lugares o hábitats adecuados para el desarrollo de diferentes actividades.
En el capítulo 13 se citan algunos trabajos en los que diversos autores toman como referencia de comportamiento humano moderno la explotación de invertebrados costeros (pp. 140-141). Tanto en la cueva de Gorham como en la de Vanguardia se han encontrado evidencias de explotación de recursos marinos 100.000 años después de que los humanos modernos empezaran a hacerlo en Sudáfrica. Sin embargo, estudios en Granada demuestran que los neandertales han estado consumiendo este tipo de animales desde hace 150 000 años, por lo que no solo se han comportado de manera similar a los humanos modernos, sino que lo hicieron durante la misma época.
En el capítulo i4 se afirma que la gran cantidad de especies de diferentes aves encontradas en las cuevas de Gibraltar son suficientes para derrochar la teoría en la que se subestima la capacidad de los neandertales para cazar pájaros. Los estudios tafonómicos además de demostrar que se trata de una acumulación humana de acceso primario, permitieron descubrir que en la mayoría de las ocasiones los neandertales cazaban cuervos y demás aves rapaces por las plumas. El hecho de que las cazaran no solo para comer da muestra de la gran capacidad cognitiva de los neandertales y de su pensamiento simbólico (p. 152) pues se dedicaron principalmente a cazar aves de plumas de cola y alas oscuras. Las cuevas de Gibraltar no son las únicas donde se desarrolló este tipo de actividad, y el hecho de que sea algo que no se circunscribe a un ámbito concreto, y que efectuaran dichas prácticas durante 100.000 años, pone de manifiesto una evidente actividad simbólica habitual, reflejo de comportamiento humano moderno.
Los dos siguientes capítulos destacan la importancia del águila real, pues se han encontrado huellas de intervención directa en huesos y espolones. Finlayson plantea que quizá los conocimientos obtenidos por la observación de las pautas de estos animales les habrían permitido emboscar a las águilas que eran conducidas por los buitres hacia la carroña (p. 176). Así pues, el conocimiento de estas pautas es evidencia de una notable inteligencia que otros autores han intentado desacreditar.
Sin embargo, aunque las águilas reales son habituales en yacimientos neandertales, en los capítulos 17 y 18 declaran que su vinculación con los córvidos, y en especial el quebrantahuesos, es aún más notable, sobre todo dada su importancia simbólica. La hipótesis planteada es que probablemente estos humanos comenzaran a utilizar ocre rojo de manera simbólica tras observar que los quebrantahuesos picaban piedras de ocre para extender el color sobre sus plumas. Estudios anteriores que indican el uso de ocre en conchas marinas perforadas (en Italia) o sobre huesos de fauna (Shanidar) lo respaldan. El empleo de este pigmento hace suponer la evidencia de un claro signo de comportamiento simbólico neandertal, avalado por los estudios tafonómicos, que indican que el fin principal de la captura de estas aves no residía en su consumo.
Aunque la vinculación de los neandertales con este tipo de presas no fuera con fines etológicos, en el capítulo 19 es capaz de demostrar cómo las palomas y las chovas sí que fueron cazadas con este propósito. Los estudios tafonómicos permiten ver la presencia de marcas de corte no solo en los huesos de las alas, sino también en las patas y en el esternón, además de marcas de dientes que indican procesos de desarticulación y doble coloración resultante de haber sometido los huesos al fuego. Lo cual indica que los neandertales desarrollaron estas prácticas de consumo durante casi 30.000 años (p. 200). Las chovas parecen haber sido procesadas del mismo modo, siendo cazadas mediante emboscadas, las conseguían para alimentarse y para obtener sus plumas (p. 202). Este comportamiento ha podido ser comparado con el que llevaron a cabo los humanos modernos que habitaron las cuevas en momentos posteriores, y parece no haber diferencia entre los neandertales y estos últimos. En consecuencia, Finlayson sospecha que las principales diferencias de comportamiento se dan en función del entorno. Si bien, lo realmente importante es que gracias a todos estos estudios se demuestra que la caza de aves fue practicada por los neandertales de manera habitual, tanto con fines rituales o simbólicos como puramente etológicos.
En el capítulo 20 el autor consigue refutar la idea principal sobre la que diversos autores, como Stiner y Klein, establecían que las presas rápidas eran difíciles de capturar, y por consiguiente algo que solo podrían haber logrado los humanos modernos, estableciendo esta premisa como hipótesis fundamental que permite establecer una escisión cognitiva entre los neandertales y los humanos modernos.
El último capítulo consigue poner el broche final a esta discusión, a través del grabado descubierto en la cueva de Gorham durante el año 2012, correspondiente a un estrato neandertal, y compuesto por una serie de líneas trazadas de manera deliberada y de forma reiterativa, claro signo de intencionalidad. Al tratarse de un grabado no figurativo demuestra que los neandertales tenían capacidad de abstracción y de plasmar el pensamiento simbólico, capacidad que se consideraba exclusiva de los humanos modernos.
Gracias las conjeturas que Finlayson expone en este libro, ahora no solo contamos con la capacidad de cuestionar las antiguas teorías que dictaminaban que los neandertales obtuvieron su conocimiento simbólico como consecuencia del contacto y aprendizaje adquirido de los humanos modernos, sino que podemos darle la vuelta a la teoría y plantear una nueva hipótesis: ¿Fueron los humanos modernos quienes adoptaron este tipo de conocimientos a través del contacto con los neandertales?
La importancia de este libro radica en que Finlayson, gracias a su conocimiento de la naturaleza y a sus múltiples experiencias adquiridas en sus viajes, que lo convierten en uno de los mayores expertos de comportamiento aviar, consigue echar por tierra la idea errónea de supremacía cognitiva de los humanos modernos frente a los neandertales que se ha ido tornando por válida durante tanto tiempo como resultado del desconocimiento no solo del comportamiento humano, sino también del comportamiento de los animales que vivían en el entorno. Ha sido capaz de demostrar la necesidad de adoptar una aproximación desde el punto de vista de la historia natural y combinarla con los métodos tradicionales aplicados por la arqueología para una correcta comprensión del comportamiento humano del Pleistoceno. Al fin y al cabo, si los neandertales eran grandes conocedores de su entorno, para comprenderlos nosotros también debemos serlo.
Como conclusión, es necesario poner de relieve que esta obra no supone sino todo un referente, pues nos hace abrir los ojos y dar cuenta que lo importante no es solo establecer la relación del ser humano con el entorno, sino comprender el propio medio y a los diversos seres que la habitan. Así pues, es necesario agradecer al autor que haya compartido las vivencias que ha ido recopilando a lo largo de tantos años, que hacen de él el único capaz de enseñarnos, a través de ellas, este nuevo enfoque.
1. Arqueóloga; <[email protected]>.
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Abstract
El hecho de que poblaran Europa y Asia cientos de miles de años antes de la llegada de nuestra especie, los Homo sapiens, la aparente hibridación que hubo entre ambos, así como su enigmática desaparición coincidente con la llegada de nuestros ancestros, sumergen a esta especie en un halo de misterio que no deja de ser cautivadora. En primer lugar, se nos presenta un breve resumen a modo de prólogo en el que el autor narra qué hechos concretos fueron los que guiaron sus pasos hacia el estudio de las aves y los neandertales, y cómo estas dos pasiones se llegaron a mezclar tras varios años de excavación en la cueva de Gorham, lugar en el que se hallaron evidencias directas de explotación de aves a manos de los neandertales. El vínculo entre estos seres humanos y las aves permiten hablar en términos de capacidades, habilidades y complejidad social, y aunque los estudios previos a este libro no son pocos, lo que consigue Finlayson en esta obra es arrojar más luz acerca del comportamiento neandertal, a través de un enfoque novedoso que deja al margen la cultura material en pos del comportamiento animal y conocimiento del entorno y la naturaleza. Sin embargo, estudios en Granada demuestran que los neandertales han estado consumiendo este tipo de animales desde hace 150 000 años, por lo que no solo se han comportado
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