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El de Ezra Pound es un aforismo de muchas personas conocido: “Make it new". La fuerza de tres palabras, que al talante airado de la época deslumbraba por su lucidez, dejó un rastro ineludible en diferentes artes, de entre las que no podía faltar, por supuesto, la arquitectura. Cuando así se comienza un proceso artístico, parece difícil que devenga en un resultado infructuoso, aunque siempre prevalece el riesgo de incurrir en excesos y delirios. Es éste uno de los rasgos del modernismo, un movimiento que dio locura a quien le sobraba prudencia y osadía a quien le faltaba arrojo.
Mirarse en el espejo de siglos y otros asuntos pendientes en México
Según la circunstancia en la que se desarrollaba, el modernismo respondía de formas distintas al ímpetu creativo —a veces con más terquedad que atino—, pero la exaltación de la novedad fue siempre común en cualquier sitio. Algo peculiar, no obstante, sucedió con este movimiento en México, pues, además de dar lugar a búsquedas extravagantes, excitó la intención de cerrar algunos tópicos no resueltos, como la identidad nacional. El ansia de explorar, diríamos, se volcó sobre sí misma. Hasta entonces, ¿quién había podido definir lo que significaba la mexicanidad?
En el México de las primeras décadas del siglo xx, el modernismo tuvo un proceso particular. Su conjunción con la mexicanidad no le hizo encontrar proscripciones atroces, sino licencias inquietantes, aunque, acaso, más que la mexicanidad, era el catolicismo en ésta implícito: la anteposición del presente frente al porvenir, la predilección de la pompa sobre la moderación, la exaltación de la obra entera antes que el detalle y, en fin, la inclinación hacia los placeres, si bien no siempre exentos de culpa, regularmente exonerables. Aquella noción era una sacralidad escindida, a un tiempo suntuosa y caricaturizada, que le hacía establecer conjunciones exóticas entre el ánimo innovador del modernismo y la continuidad de la tradición mexicana. Fue Chucho Reyes quien cristalizó, al fin, la tan anhelada confluencia, pues los trazos y colores frenéticos con los que plasmaba los símbolos novohispanos enseñaron que era posible responder a la vanguardia sin romper con la herencia cultural.
Pero había algo más allá de la iconografía. En efecto, el hecho de querer soslayar lo religioso —o, incluso, negarlo, como intentaron algunos...