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© 2023. This work is published under https://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/4.0/deed.es (the “License”). Notwithstanding the ProQuest Terms and Conditions, you may use this content in accordance with the terms of the License.

Abstract

En el marco de las bibliotecas de particulares y artistas en la España de los siglos XVI y XVII, las de los arquitectos ocupan un lugar privilegiado. Entre estas, la librería del escultor y arquitecto Juan Bautista Monegro se nos presenta como una de las más importantes; su importancia se incrementa al haber llegado hasta nosotros más de una veintena de sus libros, muchos de ellos llenos de anotaciones personales y dibujos.

Alternate abstract:

Libraries belonging to private readers and artists in the kingdom of Spain around 1600 have been specially important; those belonging to architects have a privileged place, and among these the one owned by sculptor and architect Juan Bautista de Monegro deserves a minute study; not only because we have its inventory but because around 25 of his books have been preserved until today, filled with his annotations and sketched drawings.

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En 1728 el arquitecto de la catedral de Cádiz, Vicente de Acero (ca. 1680/1685-1739), se defendió de las críticas recibidas por su proyecto a través de un panfleto —Probocado Don Vicente de Azero, de los dictámenes, que dieron…(Cádiz, s.e. s.a.)— señalando que debía su formación al estudio en España e Italia de “los más cèlebres Edificios, que son también [textos] vivos, aunque mudos Maestros".[1]A pesar de la erudición libresca mostrada en su texto, Acero atesoró apenas 48 libros en su biblioteca. Es posible que nuestro lector de un siglo antes, Juan Bautista de Monegro, con sus más de 600 libros, hubiera suscrito esta sentencia en su doble significación, conociendo a ciencia cierta que no solo los edificios eran libros mudos sino que también los libros podían entenderse como edificios elocuentes.

El binomio libros y arquitectos no ha sido universal; quizá haya que esperar para encontrarlo a la aparición, no solo de la imprenta sino del libro de arquitectura, empezando por los de Leone Battista Alberti (1485) y Vitruvio (ca. 1487), y más con sus respectivas ediciones ilustradas (1550; 1511 y 1521 en adelante). Podríamos encontrar manuscritos o incunables en bibliotecas nobiliarias, eclesiásticas y universitarias, pero su precio habría alejado a los arquitectos. De hecho, tendríamos que preguntarnos si fueron solamente los profesionales de la arquitectura los primeros en dedicarse a este tipo de lectura o si fueron antes sus clientes, hombres de la nobleza de las armas y las letras, civiles o religiosos,[2] quienes no solo leyeron sino también estimularon la lectura entre sus empleados, que tendrían quizá menos oportunidades de viajar y conocer de primera mano los modelos del cambio formal que acompañó a estos primeros impresos y xilografías.

Nuestro conocimiento de los libros de los arquitectos y de otros lectores aficionados —clientes de aquellos, habría que añadir de inmediato— procede la mayoría de las veces de los propios libros —como testimonios que evidencian a sus propietarios— y en algunos casos de las relaciones de inventarios. Menos frecuentes son las referencias a su uso y su lectura plasmados en escritos autobiográficos o cartas, y se han conservado más de los aristócratas que se interesaban por la arquitectura que de los propios profesionales de la disciplina. Si gracias a un epistolario femenino sabemos que Felipe II fue un constructor casi compulsivo, empezando por “iglesias de naipes” cuando contaba con poco más de diez años,[3] y que era también un lector asiduo, otros nobles de su círculo no dejaron de disfrutar de la arquitectura y de la lectura.

Ya antes de 1499 el obispo de Segovia, Juan Ruiz de Medina, había traído y señalado como propio (Segovia, Catedral, Archivo, Inc. 513) un ejemplar de la editio princeps de Vitruvio (ca. 1487), y antes de 1523 la Universidad de Alcalá de Henares contaba con ejemplares de Vitruvio, Alberti, Grapaldo o Raffaele Maffei ‘il Volterrano’. En 1526 un antiguo alumno de este colegio demostraba haber leído a los dos primeros en sus Medidas del romano, mientras que en la Universidad de Salamanca eran sus profesores Fernán Pérez de Oliva (1494-1533) y Eustaquio Muñoz (1469-1546) quienes leían —y el segundo anotaba— al florentino y al romano (De architectura) (Fra Giocondo, Florencia, 1511; Salamanca, BUSal 1/12.868).

Incluso poco después, en 1539 y a la otra orilla del Atlántico, el virrey de Nueva España, Antonio de Mendoza, apostillaba de forma breve su ejemplar de Alberti (De re aedificatoria, París, 1512; Ciudad de México, Biblioteca Nacional de Antropología e Historia [NA520 A502]): “es de don Antonio de Mendoça vicerrey[?]” y “hunc librum perlegi Mexico anno 1539 men. Jun.”.

Aunque tengamos noticia de la presencia de libros en las librerías de arquitectos —desde Jerónimo Bustamante de Herrera (ca. 1502-d. 1557) a Hernán Ruiz el Mozo (ca. 1505/1512-1569) o Lázaro de Velasco (ca. 1522-1584)— el más antiguo libro que ha llegado hasta nosotros apostillado se encontraba entre los del maestro leonés Juan de Badajoz el Mozo (ca. 1498-1552), quien se permitía corregir algunos pasajes vitruvianos (Fra Giocondo, Lyon, 1523; León, Biblioteca Pública FA 2.226): “entiéndese según lo que esta figura se colige/colixe [sic] que tomando el ancho que se quisiere dar a una yglesia catredral [sic] con colaterales y hornaçinas / que otro tanto ha de tener la nave mayor de alto… de manera que se han de meter prençipal y colaterales y el alto de todo en un triángulo según aquí pares[ce]”, o:

digo yo Juº de Badajoz que para ser descansada y proporcionada ha de tener en largo dos tantos que de alto y esto hallo ser mas natural y descansado / alto largo / tres tantos en alto y cinco a nibel será esta esca[ler]ª buena / porque por esta traça es agra / esta manera de escalera que Vitruvio pone arriba es demasiada agra y el maestro que por otras medidas hiçiere escalera ¿barlar? sea / de las dos maneras que ariba içe mençión en lo escripto de mano se puede açer descansada…[4].

A este le seguirían algunos ejemplares que pertenecieron a un anónimo catalano-aragonés, lector de Alberti y viajero a Italia, o al también italianizado —de Roma a Nápoles— Juan Bautista de Toledo, quien a su muerte en 1567 inventariaba 41 títulos, a pesar de que parte de su biblioteca había naufragado con su familia entre Nápoles y la península ibérica en 1563.[5]

Desde esta fecha las bibliotecas comenzaron a incrementarse en cantidad: el ingeniero Pedro Juan de Lastanosa (Madrid, 1576) acumulaba 494 títulos, el genovés Juan Luis de Musante (Pamplona, 1587) 114 libros,[6]el italiano Jacopo da Trezzo (Madrid, 1589) 134 títulos, alcanzándose un máximo de 750 títulos con el arquitecto real Juan de Herrera (Madrid, 1597), de los que se han conservado dos impresos (Vitruvio, Palladio) y un manuscrito vitruviano (de Cesariano).[7]Le siguieron el arquitecto y traductor de Palladio Juan del Ribero Rada (Salamanca, 1600 y 1606), con 151 títulos;[8] el pintor y arquitecto cordobés Pablo de Céspedes (Córdoba, 1608), con 258;[9]Francisco de Mora (Madrid, 1610) con 392 títulos[10] y su sobrino Juan Gómez de Mora, arquitecto (Madrid, 1613), con 235;[11] el escultor y arquitecto Pompeo Leoni (Madrid, 1613) con 598;[12] el pintor, tratadista de las artes y arquitecto de retablos Doménico Theotocópuli ‘El Greco’ (Toledo, 1614), con 131 ejemplares de los que hemos conservado al menos dos (Vitruvio de Daniele Barbaro y Vasari), llenos de anotaciones,[13]y su vecino Bernardo de Portillo (Toledo, 1628) con 138 títulos.

Por último, el arquitecto y escultor Juan Bautista Monegro o de Monegro (ca. 1541-1621), también de Toledo, volvió a inventariar a su muerte un notable conjunto de 610 títulos.[14] Es notable que algunos arquitectos españoles o italianos en España alcanzaran tan sobresalientes bibliotecas, solo comparables a otras europeas o americanas mucho más tardías.[15] Si la cifra de libros de Carlo Maderno (Roma, 1629) —unos 24 volúmenes— puede parecernos ridícula, y así también la de Inigo Jones (Londres, 1640), de unos 48 ejemplares, ya Giovanni Antonio Rusconi (Venecia, 1578) o François Mansart (París, 1666) elevaron el número a 146 y 124 respectivamente, mientras Pietro da Cortona (Roma, 1669) llegó a los 222 y Francesco Borromini (Roma, 1667) se acercó a aquellas cifras con sus 459 libros, superadas con creces por dos bibliotecas excepcionales: la de Jacques Lemercier (París, 1654), con sus casi 3000 volúmenes, y la del criollo novohispano Melchor Pérez de Soto (México, 1655), que comprendía unos 1703 títulos.[16] Pero lo que es más sobresaliente y hace caso excepcional en la colección de Monegro es el número de sus libros que han llegado hasta nuestros días, más de una veintena con sus anotaciones y dibujos, cantidad que supera la de libros conocidos y anotados por arquitectos tan célebres como Antonio da Sangallo il Giovane, Vincenzo Scamozzi o Inigo Jones, por ejemplo.

2. Monegro: arquitecto y escultor, lector y anotador

Juan Bautista Monegro es arquitecto menos conocido de lo que probablemente debiera serlo, y su fama se basaba en el pasado en ser confundido con el proyectista del monasterio del Escorial, Juan Bautista de Toledo, y en el presente sobre todo en algunas esculturas que talló para la fachada de los reyes y el templete de los evangelistas de ese monasterio filipino (1580-1589).[17]Además de su obra escultórica, iniciada ya en 1567, trazó multitud de retablos, incluso criticando y corrigiendo los diseñados por El Greco en la iglesia de Santo Domingo el Antiguo (1577-1579). A la sombra de Juan de Herrera y Nicolás de Vergara el Mozo llegó a ostentar cargos de importancia en el ámbito arquitectónico de Toledo: aparejador (1586) y maestro mayor (1597) del Alcázar Real y desde 1606 maestro mayor de la catedral.

Son destacables los retablos mayores de las iglesias de los conventos de la Concepción Francisca (1591), el de la capilla de los Meneses en Santa Isabel de los Reyes (1605) —quizá incluso actuando como pintor— y el mayor de San Pedro Mártir de Toledo (1607). Próximos a este tipo de diseño fueron sus dibujos para la portada, grabada por Pedro de Astor en 1622, de la Monarchía de España o Deducción histórica y jurídica de los derechos del Rey Cathólicode Pedro Salazar de Mendoza, cuya prueba se ha conservado (“Jo. Baptista Monegro Archit., Didacus Astor scultor. 1622”, Madrid, BNE, Ms/12982). Es posible que también dibujara para el mismo autor —y muy probable amigo— la portada de su Origen de las dignidades seglares de Castilla y León(Toledo: Diego Rodríguez de Valdivielso, 1618).

Monegro trazaría edificios desde 1579, por ejemplo en 1592 la parroquia de San Martín de Tours, de la que solo se han conservado sus diseños;[18]en 1594 la iglesia del convento toledano de San Antonio de Padua; en 1595 la capilla mayor de la desaparecida iglesia del convento del Carmen Calzado de Toledo y en 1610 la iglesia de los franciscanos de San Gil, también en Toledo y conocida usualmente como de los Gilitos, actual sede del Parlamento de Castilla-La Mancha (Fig. 1). Obras menores fueron su Capilla de Isabel de Ovalle de San Vicente Mártir (1597), célebre por el retablo del Greco, o diferentes portadas como la del convento gótico de San Juan de los Reyes (1605), en la que combinó una sintaxis al romano con una morfología que pretendía ser “neogótica” (Fig. 2). No menos interesante sería la estructura independiente adosada a construcciones ya trazadas, pero con todo un nuevo alcance escenográfico, de la iglesia del convento de San Pedro Mártir (1608) (Fig. 3) y las portadas interiores, hacia la nave correspondiente, de la capilla del Sagrario catedralicio (Fig. 4), incorporando en la articulación de sus polícromos alzados estípites o pilastras en término y agrupaciones de columnas a la manera de los retablos del Greco, y de la antesacristía, también con decoraciones marmóreas y de jaspes polícromos. Del mismo modo, pero funcionalmente diversa, fue la portada conventual de San Clemente el Real de 1612, de contundente y plástico frontón triangular partido.

Especial predilección tuvo Monegro, como lo demuestran sus mandas testamentarias, por la ermita de Nuestra Señora de la Estrella, de 1611, en la que introdujo en secuencia concatenada de espacios un camarín para la imagen de la Virgen, en paralelo a la organización parietal de los ornatos de mármoles y jaspes de colores de la citada capilla del Sagrario, con el nicho que se transformaba en camarín para poder manipular y vestir la imagen antiquísima y milagrosa de esta Virgen catedralicia.

En una relación escrita en la ciudad de Toledo el 7 de marzo de 1621, al poco de fallecer el arquitecto, se redactaba una “Memoria de las traças plantas y monteas y perfiles que ay en este Alçázar de Toledo”, y además se señalaba que

en casa de Joan Baptista Monegro ay un aposento en que tenía sus ynstrumentos de traçar y mucha cantidad de libros de arquitectura y prespetiba en latín y ytaliano y otros de ystoria en romançe y otros ynstrumentos para haçer reloxes y tomar alturas como astrolabios y agujas. Todo lo qual queda en el mismo aposento cerrado y tiene la llave dél el beedor.[19]

Parece lógico para una herencia de un arquitecto que se preciaba de culto y del que nos han llegado casi una veintena de libros anotados y dibujados, y más cuando la lectura se había constituido en España desde mediados del siglo XV en instrumento imprescindible de ascenso académico y social, y de aprendizaje de las nuevas formas que se identificaron como al romanooa la antigua.

En el inventario de su biblioteca se relacionaron unos 290 libros en romance castellano y unos 320 en lenguas extranjeras, entre las que sobresalían el italiano (199), el latín (9) y el francés (4), más dos diccionarios de griego y árabe y otros 100 libros en lengua extranjera no especificada. Poseía 11% de libros de materias artísticas y un 23% de temas científicos, al que se añadía un 12% de astronomía, astrología y medición del tiempo, y un 24% de temática humanística, religiosos,[20]morales, políticos y filosóficos; a ellos se añadían los de tema histórico y geográfico (20%) y de entretenimiento y literario (6%).

De su campo profesional Monegro poseyó 7 vitruvios (en ediciones de Fra Giocondo, Philandrier, Barbaro, Caporali, etc.), 5 de Alberti, 2 de Serlio, los libros de Pietro Cataneo, Antonio Labacco, Martino Bassi, Vignola, Palladio, Jacques Androuet du Cerceau, Egnazio Danti, Luca Pacioli, Pomponio Gaurico, Benedetto Varchi, Giorgio Vasari, Francesco Colonna y quizá un texto de Giovanni Battista Armenini, pero no es seguro que poseyera los libros de Vitruvio[21] y Alberti[22]en sus traducciones españolas o el castellano de Diego de Sagredo, aunque sí en cambio las traducciones de Serlio[23]y Vignola.[24]Es posible que estas lecturas y algunos de sus comentarios en una especie de “itañolo” justificaran un viaje a Italia, anterior a 1566, aunque no poseamos mayores indicios del mismo a excepción de una estancia romana hacia 1576-1577 de su más joven medio hermano Luis de Carvajal (ca. 1556-1607).

Sabemos que algunos de estos libros pasaron al canónigo y capellán Carlos Venero de Leyva (ca. 1560-1648) y terminaron en la catedral de Valladolid en 1633 (el Pacioli, un De arte cyclognomica de Cornelio Gemma [Amberes: Christofle Plantin, 1569], un De gnomonum umbrarumque solarium usu liber [Turín: Herederos de Niccolo Bevilacqua, 1574; de “JuºBªMº”] de Giovanni Battista Benedetti y unOpusculum de sphera mundi,de Sacrobosco, comentado por Pedro Sánchez Ciruelo [ca. 1470–1548], de 1498 [pero en la edición de Alcalá de Henares: Miguel de Eguía, 1526]). Otros parecen haber quedado en poder del nuevo rey Felipe IV, pues se inventariaron en su biblioteca en 1637, desde donde acabaron en la Biblioteca Nacional de España en Madrid.[25]Hoy encontramos muy repartidos sus 24 o 27 volúmenes: en Madrid los 11 de la BNE y 1 en la Biblioteca de la Universidad Complutense, 4 en la biblioteca-archivo de la catedral de Valladolid, 2 o 4 en la Biblioteca de Castilla-La Mancha de Toledo, 1 en la Biblioteca del Observatorio Astronómico de la Marina en San Fernando en Cádiz y otro estuvo en la Colección Luis Cervera Vera de Madrid; un texto de Falcó sobre la cuadratura del círculo, con su nombre en la portada (“IºBªMº”), en paradero desconocido;[26] por último entre 1 y 3 en la Biblioteca Palafoxiana de Puebla de los Ángeles, en México. Es posible que también le pertenecieran otros dos libros de esta biblioteca mexicana: el primero, el Vitruvio de Miguel de Urrea (Alcalá de Henares: Juan Gracián, 1582; BP 1527),[27]en cuya portada figuran restos de lo que podría ser su anagrama de propietario y algunas anotaciones, con una caligrafía en sus páginas próxima a la del toledano; el segundo, el ejemplar de la traducción al castellano de Francisco de Villalpando de los libros III y IV de Sebastiano Serlio (Toledo: Juan de Ayala, 1552; BP 30797).[28]

3. Comentando lecturas: palabras y dibujos

De entre los libros conservados podemos comenzar analizando dos del filósofo y científico sienés Alessandro Piccolomini (1508-1578), en primer lugar su aristotélico L’istrumento della filosofía (Venecia: Giovanmaria Bonelli, 1552; BNE, 3/36986-1).[29]Allí Piccolomini discute la necesidad de la filosofía para el conocimiento del mundo y el hombre, comenzando por la lógica y las proposiciones del discurso verdadero o falso, y con especial atención a los silogismos y a las relaciones bidireccionales entre causa y efecto. En segundo lugar, su De la sfera del mondo. De le stelle fisse(Venecia: Giovanni Varisco, 1561;Madrid, Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid, BH FLL 21281),[30]libro firmado en la portada (“JuºBªMº H”) pero en el que no encontramos anotaciones del arquitecto, ni en el texto ni en sus mapas de las estrellas fijas (Fig. 5).

Mayor interés y número extenso de notas aparecen en elLibro de la cosmographia de Pedro Apiano (Basilea: Peter Bienewitz o Bennewitz, 1548[9]; San Fernando [Cádiz], Observatorio de la Marina, 2193), en cuya portada se identificaba como su propietario (“IºBªMº”) y aparecen registrados antiguos propietarios como el ingeniero y cosmógrafo real Andrés García de Céspedes (ca. 1545-1611) (“Andrés García / es poseedor de este libro 12 R[ea]l[e]s / III MDXLVIIII [1548 corregido por 1549]”), precisando la fecha de un libro que había pasado previamente por las manos de Monegro (Fig. 6). Su lectura de la traducción de Apiano, en otros ejemplares españoles señalado como peligroso protestante, denota su interés geográfico y cosmográfico por diferentes cuestiones, entre las que sobresaldría la precisión de sus observaciones personales de los eclipses lunares entre 1594 y 1596 (I, x, fol. 13 vº: “1594 otubre [di]as. horas. Minutos 8. 19. 20 di. ho. mi. 20. 16. 6 / mayo 1594 di. ho. mi. 13. 16. 5 / abrill 1595 di. ho. mi. 23. 3. 5 / Septiembre 1595 di. ho. i. 6. 9. 4 1596 Septiembre”) (Fig. 7). Otras testimonian la variedad de sus curiosidades (“indios son antípodes de los españoles” [fol. 28]) y, en los índices, su especial atención a los lugares relacionados con las antigüedades (“Troya”, “Homero”, “amazonas”, Bithynio como lugar donde San Lucas había escrito su evangelio y los Acta apostolorum).

Así mismo traducen estos intereses otros libros de su biblioteca personal, como “IBMº E.”, donde aparece identificado también como propietario por parte del erudito dieciochesco Francisco Santiago Palomares (“Fue este libro del famoso Architecto Toledano…”). El primero se trataría del texto de astronomía, astrología judiciaria, matemáticas y especularia del helenístico Claudio Ptolomeo, Operis quadripartiti in latinum sermonem traductio… (Lovaina: Petrum Phalesium [Pedro Phalesio] y Martinum Rotarium [Martino Rota], 1548; Toledo, Biblioteca de Castilla-La Mancha, Res. 985), sin anotaciones (Fig. 8).[31] El segundo, también identificado por mano anónima, confundiendo como se solía a Monegro con Juan Bautista de Toledo,[32]tal vez en una expurgación inquisitorial de 1623, es la obra del famoso astrólogo judiciario y astrónomo florentino Francesco Giuntini (1523-1590), Speculum astrologiae quod attinet ad iudiciariam rationem nativitatum atque annuarum revolutionum (Lyon: Philippi Tinghi [Petrus Roussin], 1575 [1573]; BClaM, I-479).

Juan Bautista poseía, por estas mismas fechas, un ejemplar de la edición sevillana (1551) del libro de Martín Cortés, Breve compendio de la esfera de la arte de navegar, con nuevos instrumentos y reglas exemplificado con muy subtiles demostraciones (Sevilla: Antón Álvarez, 1551 y 1556, que hoy se conserva en la BNE, R/2104), procedente —como casi todos los de su librería— de la Biblioteca Real. Las anotaciones y dibujos de Monegro delatan su interés científico por la obra de Cortés, en contraposición a la postura siempre acientífica del Greco. Así, al lado de dibujos del toledano meramente decorativos (caras en las letras mayúsculas de comienzo de capítulo, en sanguina o pluma y tinta, fols. 74, 89 y 93) aparecen otros muy diferentes: líneas meridianas (según el ejemplo que propone el autor, fol. 67 vº), dibujo esquemático de búsqueda del norte (fol. 72), rosa de los vientos en la que señala norte, oeste, este y sur(fol. 71),y dibujo de cómo se toman las alturas del polo mediante la altura meridiana y la declinación del sol (fols. 78-78 v°). Sus comentarios son de la siguiente índole: sobre la experimentación de la redondez del agua, “Joanes de Sacro Busco Sphera(fol.14); sobre la legua de 3000 pasos, “legua”(fol. 23 v°); en la tabla del verdadero lugar del sol, “primer día de enero está el sol en 10 grados y 55 minutos de (diciembre) y dende este día se a de tener quenta con los grados y minutos del sol”(fols. 28 vº-29); sobre la causa del crecer y decrecer del mar (la luna causa el flujo y reflujo, va de este a oeste y para volver al punto de partida gasta más de un día natural), “como en el punto de orto asta tornar a el”(fol. 54); sobre la composición de una carta de marear con la pintura de la posición de los vientos o rumbos y distancias, “angula de pusicion e rumbo en el mar”(fol. 62); sobre las alturas del polo (estrella polar) conocidas por las del norte, teniendo el polo de declinación 85 grados y 51 minutos y el complemento a 90, que son cuatro grados y nueve minutos de derivación del polo, “85, aora año de 1605 a 610 tiene 88 grados 2 minutos segun los astrologos”(fol. 82).

Dedicados a las matemáticas teóricas y prácticas ya hemos visto el texto del valenciano Falcó y se podrían añadir los cuatro conservados en Valladolid: un De arte cyclognomica, un De gnomonum umbrarumque solarium usu liber y una Sphera mundi de Sacrobosco comentada por Pedro Ciruelo. Mayor interés tiene el ejemplar de De divina proportione (Fig. 9) de Luca Pacioli (Venecia: Paganino de Paganini, 1509; Valladolid, Biblioteca de la Catedral, “De Juan BaPtista Monnegro L” y “IºBªMº”), aunque señalando de forma un tanto incomprensible que se había “ympreso año de 1511”.[33] Por su interés, marca con una pequeña mano o manicula, dibujada al margen, algunos pasajes: sobre "architectura" (Libro II, epístola); sobre "de la mensura humana" (Libro II, cap. I); sobre la "quadratura circuli" (Libro II, cap. IX), cuando Pacioli se refiere a las columnas laterate; "tetrante" (Libro II, cap. XII) cuando escribe sobre las columnas redondas. En la tercera parte corrige las letras de dos figuras (Libro III, II, casos 10 y 11), añadiendo en esta última "questa fol. 24 a tergo", el lugar donde se encuentra el texto correspondiente a la imagen. En el Libro II (cap. XVII) Pacioli describe los triglifos (trigraphi) y Monegro comenta: "no entendía lo q avía de decir de los triglifos y así es desatino este capítulo".

Como escultor las proporciones le llaman más la atención. Cuando Pacioli cita las medidas del caballo milanés de Leonardo da Vinci (Libro I, cap. I), Monegro pasa las medidas del texto a las toledanas: "cada braza contiene 3 medidas destas y más tres veyntabos q es la cantidad ab y estas tres medidas y los tres veyntabos hazen dos pies y dos dedos de los de T[oled]°" (Fig. 10). Esta cifra se refiere a la medida ab de Pacioli, similar a 37 4/5 de braza de las 12 del caballo leonardesco. En otro pasaje (Libro II, cap. III), sobre la proporción de la cabeza humana, Monegro comenta: "yl alto del rostro preso perfecta" e “il capo la 8a", haciendo referencia con Pacioli a la altura de una décima parte del cuerpo para el rostro y una octava para la cabeza. Como comprobación, unas páginas más atrás, Monegro reproducía una cabeza de hombre (Fig. 11) en la búsqueda personal del triángulo equilátero del perfil facial humano. Incluso (Libro II, cap. III), siguiendo la indicación del autor, nuestro escultor y arquitecto encaja en la medida ab de diez segmentos iguales, impresa al margen, una proporcionada figura femenina de perfil (Fig. 12). También en las letras del alfabeto proporcionado Monegro hace sus apreciaciones. En la letra Aseñala la existencia de "9 partes" en el lado del cuadrado circunscribiente y el ancho ("ab, una 9a") que tiene el rasgo más grueso del signo. En la letra X, de forma aún más explícita, divide el lado en los nueve segmentos pertinentes.

Por último, la anotación final resulta la más problemática e interesante como lector. Tras haber anotado ya en dos ocasiones las referencias de Pacioli a los sólidos del Timeo de Platón, añade a la primera figura de cuerpos geométricos del autor: "I seguenti corpi sono di Leonardo da Vinci. Disegna H. f° 301 cap. X parte prima". Esta cita habla de su conocimiento directo de los manuscritos de Leonardo, posiblemente los que trajo Pompeo Leoni de Milán en 1589. Monegro debió de consultarlos en 1598, cuando trazaba la iglesia de la Merced de Madrid (donde vivía Leoni) para la que el mismo Leoni haría un sepulcro en 1606.

Es bien sabido que Leonardo hizo para Pacioli, y a su ruego, los diseños de los cuerpos geométricos de la Divina proporción, como lo relata el autor en el Códice Sforzesco (1498, de Ginebra), en la edición impresa en 1509 (Libro II, cap. X y dedicatoria a Pier Soderini) y en el manuscrito inédito De viribus quantitatis (cap. 116). Se ha señalado la existencia de dibujos de Leonardo, en sus manuscritos, en los que aparecían tales cuerpos, principalmente los cinco sólidos platónicos y, en concreto, en forma de pequeños dibujos, en el folio 80 del Ms. M y en los folios 263 y 272 v°b del Codex Atlanticus.[34]Sin embargo, en ningún caso los dibujos conservados son comparables a los del libro de Pacioli ni en ellos aparece ningún tipo de numeración que corresponda con la apuntada por Monegro. Hay que pensar, pues, que este consultó uno de los cuadernos de Pompeo que no han llegado hasta nosotros (voluminoso y bastante organizado, por otra parte), ya que tampoco se trata de uno de los Códices de Madrid que después poseyera Juan de Espina y donara al rey Felipe IV en 1639.

Otro interés de Monegro, por la geografía y la historia, podía haberlo completado con dos libros de Nicolas Leonico Thomei (1456-1531), De varia historia(Basilea: Officina Frobeniana,1531; Madrid, BNE R/20958) y su Li tre libri di Nicolo Leonico de varie historie (Venecia: Michele Tramezzino, 1544; BNE, R/21973[35]), doblemente identificado (“IºBªMº E.” y “Juan Bautista Monegro” [tachado]).[36]De estos temas, pero referidos al mundo contemporáneo, podía encontrar también relación en el texto de Juan Christóval Calvete de Estrella, El felicíssimo viaje del muy alto y muy poderoso Príncipe Don Phelippe… (Amberes: Martín Nucio, 1552; Madrid, BNE, R 6.449),[37]firmado como “IºBªMº. af.”.[38]

Otros tipos de libros se han conservado, como Las XIIII questiones del Tostado (Amberes: Martín Nucio, 1551; BNE R/16354) del famoso obispo de Ávila Alfonso Fernández de Madrigal ‘el Tostado’ (ca. 1400-1455), “IºBMº.F.”, con varias anotaciones relativas a la temática del libro, los personajes del Antiguo Testamento y los dioses de los gentiles. No menos entretenimiento pudo encontrar en la obra atribuida a Francesco Colonna, Hypnerotomachia Poliphili alteriores descriptio (Venecia: Aldo Manuzio, 1499; BNE, I 1907),[39]un mundo de referencias anticuarias y mitológicas que completaría con el libro clásico de Vincenzo Cartari, Le imagini de i dei de gli antichi: nelle quali si contengono gl'idoli, i riti, le ceremonie, & altre cose appartenenti 'alla religioni de gli antichi (Venecia:Francesco Ziletti, 1587; BNE, ER/1337), identificado por “IºBªMº”.

De índole artística sería ya el importantísimo texto de Gian Paolo Lomazzo (1538-1600), Trattato dell'arte della pittura, scoltura, et architettura (Milán: Paolo Gottardo Pontio, 1585; BNE, BA 1689),[40]de “IBM ae”, al que se sumaron otros de carácter tanto anticuario como arquitectónico: de Antonio Labacco (1495-1567), su Libro d'Antonio Labacco appartenente a l'architettura nel qual si figurano alcune notabili antiquità di Roma (Roma: Girolamo Porro, 1576; Madrid, BNE ER/1954). Del texto traducido de Sebastiano Serlio, por parte del rejero y arquitecto Francisco de Villalpando, Tercero y quarto libro de architectura(Toledo: Juan de Ayala, 1573; BNE, R/17477), editados originalmente en italiano respectivamente en 1540 [1541] y 1537, y por primera vez publicados en castellano en 1552,[41]nos dejó Monegro algunas anotaciones menores.[42] Otras curiosidades le atraerían al texto del astrónomo y arquitecto militar florentino Antonio Lupicini (ca. 1530-1606), Architettura militare(Florencia: Giorgio Marescotti, 1582; Madrid, BNE, ER 2593[1]), “IºBªMº G.”, procedente del convento los Trinitarios Descalzos de Madrid, y en el que aparecen diversas anotaciones relativas a máquinas e ingeniería militar y algunos dibujos en la última página: “rio arca la rueda A q[ue] es doblada tiene dos arcas… del exe una hacia el rio y otra hacia la tierra están fijas en las maderas y toda la Rueda no tiene mas de una cruz en la de en m[edi]o”.[43]

4. La importancia de Vitruvio

Lógicamente para la Castilla de la época del Escorial de Felipe II y Felipe III, Monegro se centró en sus lecturas en el texto de Vitruvio, y hemos conservado tres ejemplares de este texto reseñados por el toledano. El primero es un ejemplar de la edición de Fra Giovanni Giocondo da Verona, M. Vitruvii de architectura libri decem (Lyon: sin editor [Scipion de Gabiano o Guillaume Huyon], 1523; Madrid, BNE, R/23548), firmado “IBM”yprocedente de la Biblioteca Real, presenta diferentes dibujos y comentarios al Libro III. Dedica una dura crítica a los grabados de Fra Giocondo, especialmente a los de los templos in antis, próstilo, anfipróstilo y períptero: “e todos estos templos estan las plantas herradas”(fol. 49 vº); a renglón seguido corrige las estampas de los templos “pseudipteros, dipteros e hipetros(fols. 50 vº-51, y en el templo hípetro añade, “columnas 138”)para volver a trazar, él mismo, las plantas a su juicio correctas y dibujar los alzados frontales de los dos primeros y un corte transversal del tercero (Fig. 14). Otros de sus dibujos y comentarios se refirieron a la corrección de las medidas de los intercolumnios (Fig. 15).

Otro ejemplar de Vitruvio, ahora en la edición latina de Guillaume Philandrier (Lyon: Jean de Tournes, 1552), se ha conservado en la antigua Biblioteca Palafoxiana de Puebla de los Ángeles (BP 30812),[44]con anotaciones manuscritas que se han atribuido al arquitecto quinientista Claudio de Arciniega, activo en Castilla y más tarde en Ciudad de México y Puebla.[45] No obstante, la inscripción de la portada “IºBªMº f” es testimonio indiscutible de su propietario. En una de sus notas, Monegro regresa a este problema de las medidas de los intercolumnios del templo dórico hexástilo y del número de sus triglifos (Libro IV, p. 144): “no debe tener más de dos triglifos en medio y así tendrá módulos 29 1/2” (Fig. 16). En el Libro III (pp. 100 y 104) redibuja algunos detalles de la morfología de las molduras y proporciones del pedestal dórico y jónico, marcando algún término como “regula”, así como de la cornisa compuesta (III, p. 108), marcando las medidas “1, 1 ¼, 2”. En el Libro IV, 6 (pp. 155-156) señala las referencias a “Baltasar [Peruzzi] Senés” y “Bramante”, para añadir una crítica a Serlio en su libro de las antigüedades: “el libro 3º de Sebastiano Serlio contiene algunos yerros”. En el proemio del Libro V (p. 168), el arquitecto diseña los cubos de 3 x 3 y 6 x 6 (“hanc senarius si multiplicaverit faciet cubum 216 / 36 [x] 6 / 216”) (Fig. 17). Algunos comentarios del Libro IX (pp. 355-356) glosan el tema de la reduplicación del cuadrado y del triángulo pitagórico (3, 4, 5), y su aplicabilidad a las medidas de los tramos de una escalera, argumento en el que coincide con un viejo comentario de Juan de Badajoz el Mozo: “ego illam ut arbitrore S designavi”, “el cartabonGnom[on] greci 9 16 25”, “trianguli rectangulo, quod recto angulo sub tenditur latus, aeque posse atque latera eundem angulum continentia Eucli. Lib. I, antepenult. sive 46. 1”; “yo entiendo escalonesdeductum a pus. podos grece quis est pes latine licet Philander i ali tr intelligat / podium etiam hinc deduci arbitror”; “altitude contignationis ab summa coaxationem / perpendiculum / iusta longitudine inclinatio / imum libramentum et partes quatuor que a perpendículo recedunt/ entablado / los escalones eran en cada tiro nones y no pares S libro 3. Cap. 3. Ibi notata fac. 118 Columna Traiani” (Fig. 18). En el Libro X, 2 (p. 406), Monegro comenta y dibuja un sistema de elevación de pesos como tenaza y trozo de columna con basa ática, supuestamente empleado en la fábrica del Hospital de San Juan Bautista o Tavera de Toledo: “TOLETI. In fabrica hospitalis S. Ioanis extra muros civitatis”, “Adonco” [gancho curvo o plegado]; es tema de su interés porque volverá sobre él en sus notas al Vitruvio de Daniele Barbaro (X. pp. 445-447) sobre máquinas como poleas o palancas.

Las notas y dibujos más importantes se encuentran en la edición de Daniele Barbaro (Venecia: Francesco de’ Franceschi & Giovanni Chrieger, 1567; Madrid, BNE R/39438), firmado por partida doble (“JºBªMº y Jº Bauptista De Monegro .ah.”) (Fig. 19) y también propiedad más tardía de Fray Francisco de los Santos, trinitario descalzo, del convento de Madrid y asesor de la fábrica del muelle y de la catedral de Málaga a mediados del siglo XVIII; es seguro que conocía también la edición de 1556.[46] Desde el comienzo (fol. 12) Monegro se interesó por los conocimientos que debían adornar al arquitecto ,“perito nel disegno, geometria, perspectiva, aritmetica”, no quedando prácticamente folio o tema sin subrayado de párrafos, notas y pequeñas correcciones, desde los materiales y las geografías hasta las referencias a “A. Paladio” (p. 64) como autor de las ilustraciones, demostrando su conocimiento de la obra del vicentino, y también a Plinio (citando su libro 35, capítulo 12), al Ars magna de Ramón Llull o al Vitruvio de Alcalá de Henares de 1582, añadiendo también algunas recriminaciones, como la ausencia de referencias al comentario de Philandrier, cuya omisión por parte del comentarista veneciano y patriarca electo de Aquileia Monegro lamenta.

Se ocupa de muy diferentes temas: de los baños (V, x, p. 262) o los foros griego y latino (V, p. 208), cuyas plantas dibuja, y las basílicas (V, pp. 215-219) con muy largos comentarios,[47] o de los altares (IV, p. 201); pero sobre todo de los templos antiguos. Comienza con correcciones a las xilografías de las techumbres del templo octástilo (I, p. 32) (Fig. 20) y a los dípteros e hípetros o descubiertos (III, pp. 123-124, “& sendo dipteros sara esendo levate bia le colonne dove sono y trati”), de los capiteles del templo dórico tetrástilo (IV, p. 173) (Fig. 21), del pronaos del octástilo (III, pp. 123-124), del templo toscano díptero[48] y del engatillado de sus techumbres de madera (IV, pp. 194-195), y del templo rotondo (IV, pp. 197-198), al que añade en el cupulín de la linterna un moderno florón. Desgraciadamente no hay espacio en este artículo para hacer justicia al trabajo de lector y anotador de nuestro artista, aunque probablemente él mismo le sacara mayor partido que nosotros, como por ejemplo en lo que hace a la iluminación natural de las casas de las calles de una ciudad (VI, p. 298) (Fig. 22) o a las máquinas para levantar pesos (X, pp. 446-447) (Figs. 23-24).

Todos esos conocimientos de la arquitectura antigua, aun con todas sus dudas y críticas que no podemos verificar o falsar, pudieron servirle para juzgar por una parte las ruinas de las edificaciones romanas de Toledo, como nos recuerda el corógrafo local Francisco de Pisa en su Descripción de la imperial ciudad de Toledo, y historia de sus antigüedades y grandeza y cosas memorables… (Toledo: Pedro Rodríguez, 1605, cap. viii, fol. 17 vº): un teatro o anfiteatro, el circo o hipódromo, y un templo de Marte, Venus o Esculapio por ser extramuros: “Todo lo dicho destas ruynas de edificios que ay en la Vega, es el parecer de Iuan Baptista Monegro, maestro mayor de obras del Rey nuestro señor, con quien lo he comunicado”. Pero también para falsar antigüedades fingidas en su interpretación hagiográfica y localista, como la supuesta iglesia de San Tirso, hallada en el derribo del Hospital del Rey, y pretendidamente identificada con una dedicada al mártir hispanorromano y toledano del siglo III, propuesto como nuevo santo patrono de la ciudad por el jesuita falsario Jerónimo Román de la Higuera (1538-1611) y el corregidor Alonso de Cárcamo; Monegro se alineó en 1595 con Salazar de Mendoza y Pisa en su refutación, alegando que era esta una construcción posterior a la reconquista de la ciudad.[49]No obstante, como especialista del diseño arquitectónico, Monegro recibió el encargo de diseñar la planta y secciones de la iglesia, que se grabaron en el Traslado de la carta y relación que embió a Su Magestad el señor don Alonso de Cárcamo, Corregidor de la Imperial Ciudad de Toledo, a cerca del Templo que en ella se ha hallado, del señor san Tyrso (Toledo: Pedro Rodríguez, 1595).[50]La arqueología y la arquitectura podían verse implicadas en una disputa político-religiosa, al servir el hallazgo de excusa para una reivindicación identitaria de los mozárabes toledanos. Pero también pudo Monegro juzgar algunas arquitecturas, en el sentido vitruviano del término, como el llamado artificio del famoso relojero, mecánico y matemático cremonés del emperador Carlos V, Juanelo Turriano o Giannello Torresani (ca. 1500-1585); en 1606 informó del mismo al valido Duque de Lerma y, como Nicolás de Vergara el Mozo, señaló que el ingenio para subir agua desde el Tajo a la ciudad no era sino una “ctesibica”, el instrumento inventado por Ctesibio citado por Vitruvio (X, caps. ix y xiii).[51]

Sus lecturas, y no solo sus fábricas como la portada del sacralizado Sagrario catedralicio, le confirieron a Monegro un lugar en la historia y el reconocimiento local en la Toledo de 1600. No obstante, debemos también preguntarnos si se dio una relación entre sus lecturas y su práctica arquitectónica, al margen de la escultórica más claramente dependiente de los estudios proporcionales del cuerpo humano que frecuentó. Es posible que sus lecturas y visualizaciones de las imágenes impresas tuvieran solo influencia sobre la morfología y la proporcionalidad del léxico “clásico” de los órdenes. No solo los libros impresos eran siempre testimonio de su propio pasado, sino que volvían sus ojos hacia la Antigüedad; en la España de la época, Monegro se situó en el vitruvianismo escurialense, pero más cerca de la declinación más moderna propuesta por Miguel Ángel y Andrea Palladio o El Greco en términos de léxico y sintaxis, en ese ámbito que conocemos como de la llamada Nueva Antigüedad, que permitía ser tanto anticamente moderni como modernamente antichi.

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Details

Title
Los libros vivos de Juan Bautista Monegro:textos impresos, lecturas, comentarios
Author
Marías, Fernando
Section
Artículos
Publication year
2023
Publication date
Sep 2023
Publisher
Universidad de Los Andes, UNIANDES Journals (Revistas UNIANDES)
ISSN
25392263
e-ISSN
25909126
Source type
Scholarly Journal
Language of publication
Spanish; Castilian
ProQuest document ID
2937387950
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