Sionismo. Orígenes y textos fundacionales del Estado de Israel. Autoemancipación y El Estado judío. Leo Pinsker y Theodor Herzl. Estudios preliminares, traducción y notas de Antonio Hermosa Andúj ar, Editorial Almuzara, Granada, 2023, 176 páginas
El nacionalismo es el que engendra a las naciones y no a la inversa.
Ernst Geller
El resultado final de todo el proceso es que una teología nacionalista de los intelectuales se convierte en una mitología nacionalista para las masas.
Carlton Heyes
En 1944, Abraham Leon (1918-1944), un judío polaco que en su breve e intensa vida había pasado del sionismo de izquierdas representado por la organización juvenil Hashomer Hatzair (Guardia de la Juventud) al trotskismo, escribía un breve e interesante opúsculo bajo el título La conception matérialiste de la question juive (La concepción materialista de la cuestión judía). En sus 17 paginas intentó explicar desde postulados marxistas el origen de la ideología que había defendido en sus primeros años:
El sionismo nació entre el fulgor de los incendios provocados por los pogromos rusos de 1882 y en el tumulto del caso Dreyfus, dos acontecimientos que revelaron la agudeza que alcanzó el problema judío a fines del siglo XIX [...]. Leo Pinsker escribe La Autoemancipación, libro en el que preconiza el retorno a Palestina como única solución posible de la cuestión judía [...]. Poco después de la aparición del libro de Leo Pinsker, un periodista judío de Budapest, Theodor Herzl, asiste en París a las manifestaciones antisemitas provocadas por el asunto Dreyfus; escribirá El Estado judío, que hasta hoy sigue siendo el evangelio del movimiento sionista. Desde el principio, el sionismo apareció como una reacción de la pequeña burguesía judía (que aún constituye la base del judaismo) duramente atacada por la creciente ola de antisemitismo, sacudida de un país a otro, y que procura alcanzar la Tierra Prometida para sustraerse a las tempestades desencadenadas sobre el mundo moderno.
Leon, que moriría en Auschwitz (Polonia) ese mismo año, identificaba en Leo Pinsker (1821-1891) y Theodor Herzl (1860-1904) a los padres de movimiento sionista, sin citar al judío alemán izquierdista y amigo dc Karl Marx Moses Hess (1812-1875) -autor de Rom und Jerusalem, die Letzte Nationalitätsfrage (Roma y Jerusalén, la última cuestión nacional, 1862), reconocido como el primer protosionista por algunos de los principales ideólogos de este movimiento, como el propio Herzl o Ze'ev Jabotinsky-, ni al austriaco Nathan Birnbaum (1864-1937), creador del concepto "sionismo" en 1886, con el que se refería a la necesidad de construir una patria nacional judía en Palestina. Para denominar esta ideología utilizó el nombre de la colina situada en la parte noroeste de Jerusalén, sobre la que se construyó esa ciudad y en la que se encontraba el templo de Salomón.
Aunque el profesor Hermosa, catedrático de Filosofía en la Universidad de Sevilla esté muy alejado de Leon tanto en el tiempo como en el pensamiento, coincide con el joven judío polaco en asignar al médico de Odessa (Pinsker) y al periodista de Budapest (Herzl) la paternidad del sionismo. Es más, el estudio crítico que realiza de las obras de ambos autores -Auto-emancipation! Mahnruf an seine Stammesgenossen von einem russischen Juden (jAutoemancipación! Exhortación de un judío ruso a los de su estirpe, 1882), de Leo Pinsker, y Der Judenstaat (El Estado judío, 1896), de Theodor Herzl- constituye una brillante aportación desde la filosofía al conocimiento de los dos textos fundaciones del sionismo.
El estudio del nacionalismo, y más concretamente de su manifestación sionista, ha constituido y constituye en la actualidad uno de los campos más fructíferos de la historiografía desde el siglo XIX. Ya Carlton Hayes (18821964), un historiador católico norteamericano conservador, embajador en España entre 1942 y 1945 y probablemente el primer especialista académico en el estudio de esta ideología, afirmó en su estudio fechado en 1926 Nationalism as a Religion, que esta ideología constituía una nueva religión surgida como consecuencia de las dinámicas de modernización socioeconómica, pero también ideológico-cultural, que caracterizaron el siglo XIX. Planteamiento con el que coincide Hermosa, para quien el nacionalismo es una religión moderna.
Igualmente, el judío checo nacionalizado estadounidense y sionista Hans Kohn (1891-1971) estableció una dicotomía -a veces tildada de simplista- entre el nacionalismo occidental y oriental en su obra A History of Nationalism in the East (1929), clave para entender los escritos de Pinsker y Herzl. La primera de estas manifestaciones, propia de avanzadas sociedades, se caracterizó porque los mitos etnocéntricos que definían al grupo cultural y lingüístico dominante se desvanecieron progresivamente a lo largo del siglo XIX, aunque no se extinguieron nunca en su totalidad, abriéndose paso nuevas ideas que sostenían que todo ciudadano y todo inmigrante naturalizado forman parte integrante de la nación. Por el contrario, en las más primitivas sociedades del este, donde el proceso de construcción nacional fue más tardío (Deutsches Reich, Imperio ruso o Estados balcánicos), o simplemente nunca se produjo (Imperio austro-húngaro), continuaron dominando los mitos sobre un antiguo pasado homogéneo, una rígida entidad étnica que permanecía inalterable a lo largo de la historia articulada sobre un pueblo primigenio y único, inalterable a lo largo del tiempo. El triunfo de esta tendencia sería decisivo para la aparición del sionismo como ideología, pero también para su definición ideológica.
Este proceso solo fue posible tras el fracaso de la emancipación, es decir, del movimiento que propugnaba la integración de los judíos en las nuevas sociedades modernas, en cuya defensa destacaron los intelectuales judíos alemanes. El primer historiador moderno de esta religión, Isaak Markus Jost (1793-1860), autor de la monumental Geschichte der Israeliten seit der Zeit der Makkabäer bis auf unsere Tage: Nach den Quellen bearbeitet (Historia de los israelitas desde los macabeos hasta nuestros días. Editado según las fuentes, 1820-1829), fue un firme defensor de esta opción, afirmando que "el Estado no puede reconocer a los judíos como sus miembros legítimos mientras no se casen con los habitantes del país. El Estado existe solamente en virtud de su pueblo y su pueblo debe constituir una unidad". Es más, Jost no dudaba en afirmar la secularización de los judíos para conseguir este objetivo: "Esta es la manera en que razonaran nuestros hijos, y gustosamente abandonaran una iglesia coercitiva para ganar libertad, un sentimiento de permanencia al Volk, amor a la patria y servicio al Estado, las posesiones más elevadas del hombre en la Tierra". Jost no fue una excepción, sino tal vez el mejor ejemplo de una tendencia entre los intelectuales occidentales de su mismo origen, que comenzaron a definir al judaismo como una comunidad religiosa, y no como un pueblo errante o una nación extranjera.
Sin embargo, esta opción comenzó a debilitarse como consecuencia del fracaso del proyecto democrático de unificación alemana en 1848 y el triunfo en los Estados alemanes y del este de Europa, de tendencias nacionalistas etnocéntricas. El resultado fue que la siguiente generación de intelectuales judíos empezó a defender la teoría de la existencia de un pueblo judío único y diferente. El iniciador de esta corriente fue el historiador alemán Heinrich Graetz (1817-1891), autor de Geschichte der Juden von den ältesten Zeiten bis auf die Gegenwart (Historia de los judíos desde los tiempos antiguos hasta el presente, 1853-1875), compuesta de once volúmenes. En esta obra, no dudó en plantear una visión de los judíos de carácter etnorreligiosa, siendo en este sentido un alegato protonacionalista, porque si bien nunca desarrolló la idea de un Estado judío, si hizo lo propio con el carácter diferente del pueblo judío. Esta afirmación provocó la ira de su colega nacionalista alemán Heinrich von Treitschke (1834-1896), que le acusó de "odio mortal hacia los más puros y grandes representantes de la nación alemana, desde Entero, Goethe y Fichte", añadiendo que "este inflexible odio hacía los «gentiles» alemanes de ningún modo está limitado a la mente de un único fanático". Estas apelaciones antisemitas del historiador prusiano provocaron un gran temor en la comunidad académica alemana. Setenta y cinco intelectuales, encabezados por Theodor Mommsen (1817-1903), firmaron un manifiesto donde defendieron a los judíos como un elemento más de la comunidad nacional alemana. Sin embargo, esta iniciativa no convenció a otro judío alemán, Hess, que, en su obra ya citada, apeló por primera vez a la necesidad de dotar de un Estado propio a su pueblo. Pero este antiguo socialista fue más allá, y a la hora de definir el nuevo nacionalismo judío no apeló a la religión, siendo su visión totalmente secular, sino al mismo principio sobre el que Treitschke había construido su nacionalismo y que Mommsen rechazaba: la raza: "Detrás de los problemas de nacionalidad y libertad todavía hay un problema más profundo, que no puede resolverse con simples palabras: la cuestión de la raza". Al defender este elemento como principio difcrcnciador, Hess justificó la naturaleza diferente y única del pueblo judío, haciendo imposible su emancipación en las sociedades europeas y abriendo el camino hacia la autocmancipación a través de un Estado propio. Fue, por tanto, este nuevo planteamiento surgido entre los intelectuales judíos alemanes de mediados del siglo XIX, fruto de los cambios operados en el Deutsche Reich, el que abrió el camino a la aparición del sionismo, que sería una creación de los "hombres del Este": Pinsker y Herzl.
La obra del primero, ¡Autoemancipación!, es analizada por Hermosa a partir del impacto que en su persona produjeron las Tormentas del Sur (188182), la oleada de pogromos que se extendió por el sur de Ucrania tras el asesinato del zar Alejandro II (1881), siguiendo la tesis de su primer biógrafo, Yosef Klausner (Sefer Pinsker, 1920) y de Ben-Zion Dinur (Hibát Tsiyon, 1932). Por el contrario, los estudios de Steven Zipperstein (The Jews of Odessa: A Cultural History, 1794-1881,1985), Michael Stanislawski (For Whom Do I Toil?: Judah Leib Gordon and the Crisis of Russian Jewry, 1988) e Israel Bartai (The Jews of Eastern Europe, 1772-1881, 2005) han puesto en tela de juicio esta hipótesis, afirmando que la dinámica que había llevado a muchos intelectuales judíos rusos a tomar una postura escéptica ante la emancipación se había producido con anterioridad a esta oleada de terror. El catedrático de la Universidad de Sevilla, sin embargo, considera que el prestigioso médico de Odessa, hasta que tuvieron lugar estos acontecimientos, "estaba poseído por una única aspiración: echar raíces y adquirir la ciudadanía. Y su objetivo: compartir esta aspiración con todos los judíos rusos", como escribió Dinur. Tras estos ataques Pinsker decidió escribir su célebre obra, que Hermosa define con razón como el texto fundacional del nacionalismo político judío moderno.
¡ Autoemancipación l supuso la formulación del judaismo europeo como una colectividad nacional particular distinta del resto de las existentes en el continente. Su objetivo era salvar a los judíos de la persecución extraterritorial de los pueblos territoriales no judíos al plantarles la necesidad indiscutible de constituir un Estado propio que les convirtiese en una nación política soberana. En otras palabras, las ideas de Pinsker suponían la sustitución del concepto de emancipación civil de los judíos como individuos cuando se integraban en colectivos políticos no judíos por la autoemancipación nacional, que les convertiría en un colectivo político diferenciado y soberano. ¿Por qué era necesario ese Estado? Porque, como muy bien explica Hermosa, esa falta de Patria, de País, de Nación, era la marca de la desgracia, el símbolo inconfundible de los judíos que indicaba su estatus social especial, diferente del de todas las demás naciones, convirtiéndoles así en extraños en el resto de Estados e impidiendo que se completase una emancipación social basada en el respeto nacional recíproco. La fundación de esa Patria corregiría esta condición y haría desaparecer al judío errante, convirtiendo a los integrantes de este pueblo en personas con un hogar propio. Los judíos serían así iguales al resto de los pueblos, como los alemanes en el Deutsches Reich, los rusos en el Imperio ruso o los griegos en Grecia, pero también como los alemanes en el Báltico ruso o los griegos en el Imperio otomano, pueblos que eran respetados por ser poseedores de un Estado propio.
Esta tesis para explicar la obra de Pinsker ya había sido desarrollada por los autores citados y también por Ben Halpern, en su obra The idea of the Jewish State (1961) -un seguidor de las teorías de Kohn-, donde afirmaba que el médico ruso propuso el sionismo como sustitutivo ideológico de la emancipación en la que no creía como solución para el problema judío. Hermosa, sin embargo, supera el análisis exclusivamente político de estos autores porque introduce el elemento religioso. Es cierto que en las obras de Dinur, Halpern o Klausner, se hace mención al hecho de que el médico ruso percibió la separación entre "nación" y "tierra" en términos de analogía con la separación entre Estado y religión en el discurso liberal. Las nacionalidades eran así sujetos ciudadanos colectivos, y del mismo modo que el Estado no debía interferir en las creencias religiosas de sus ciudadanos, que pertenecían a la esfera privada, la religión no podía inmiscuirse en la esfera político-nacional, porque entra dentro del ámbito exclusivo del sujeto colectivo nacional. Por tanto, afirmaban que Pinsker defendía el principio de separación Iglesia-Estado característico del liberalismo decimonónico. Por el contrario, el catedrático de la Universidad de Sevilla extiende el concepto de autoemancipación desde la esfera pública a la privada, porque incluye también el elemento religioso. La idea sobre la que apoya esta tesis es el rechazo de Pinsker a la idea del "advenimiento de un Mesías que reuniera todos los fragmentos dispersos del cuerpo roto y los recompusiera en una nueva realidad en grado de devolverlo al trono ante cuyos pies se postrarían los demás pueblos del mundo". Por tanto, Para Hermosa, Pinsker consideraba necesario que el pueblo judío se desprendiese de esta idea milenarista si algún día quería convertirse en libre y soberano. El Estado judío actuaba así, para el médico ruso, como el "Mesías laico" que aseguraría el futuro del pueblo judío autoemancipado frente a "una divinidad que comparte fines con sus opresores", permitiendo a los integrantes de este pueblo recuperar su autoestima personal y la autoconfianza colectiva que los gentiles le habían arrebatado desde tiempos inmemoriales. El rechazo por la tradición religiosa judía y la definición del carácter laico, incluso ateo, del sionismo de Pinsker constituye, sin duda, la gran aportación de Hermosa a la hora de analizar la obra de este autor.
Si del estudio crítico de la obra de Pinsker destaca el análisis que realiza sobre la autoemancipación religiosa del pueblo judío como condición sine qua non para alcanzar la condición de sujeto político soberano e independiente, la explicación que Hermosa realiza de la obra de Herzl, El Estado judío, presenta un planteamiento más histórico. El catedrático enlaza ambas obras, tal como hizo el propio Hcrzl en la entrada de su diario del 10 de febrero de 1896:
Leo hoy el panfleto [de Pinsker] ¡Autoemancipación!... Coincidencia asombrosa en el aspecto crítico, gran similitud en lo constructivo. Lástima no haberlo leído antes de que se imprimiera mi propio panfleto. Sin embargo, es bueno que no supiera nada de él, pues quizás hubiera abandonado mi propia empresa.
No obstante, existe una diferencia notable entre ambos fundadores del sionismo. Pinsker y Herzl consideraban que la creación de un Estado propio era la única solución posible para resolver la cuestión judía. Sin embargo, el periodista austriaco rechazó la existencia de una comunidad nacional judía fuera de esa patria. Es decir, consideraba necesaria la emigración de todos los judíos al nuevo Estado porque, si no, se asimilarían a las comunidades no judías y dejarían de ser parte integrante de este pueblo. Por el contrario, Pinsker consideraba que, una vez creado ese Estado, los judíos serían reconocidos como integrantes de una comunidad nacional y obtendrían la soñada emancipación en el resto de naciones, siendo integrados en esa comunidad nacional no judía como sujetos de derechos civiles y como miembros de un grupo nacional singular con derecho a seguir conservando las características especiales de su identidad colectiva. En este sentido Pinsker no precedió al sionismo herzliano, sino al sionismo ruso postherzliano, plasmado en la Conferencia de Helsingfors (Helsinki) de 1906, donde si bien se aceptó la idea de un Estado propio, se rechazó la diaspora como solución única al problema judío y se siguió defendiendo la emancipación de los miembros de este pueblo en los Estados europeos. Estos planteamientos tenían su origen, como demostró Benjamin Nathans en su obra Beyond the Pale (2004), en el hecho de que la intelectualidad judía rusa, tras la publicación de la obra de Pinsker, no aceptó la idea del Estado judío como única solución, sino que siguió manteniendo patrones de pensamiento y acción claramente orientados a la emancipación y la integración en la sociedad y el Estado rusos, junto con tendencias nacionalistas, que alcanzarían su expresión más radical en otro nativo de Odessa Jabotinsky, creador del Sionismo Revisionista, y también socialistas radicales, representadas por los líderes mencheviques judíos Alexandr Martinov, Julius Martov y Lev Davidovich Bronstein Trotsky.
Esta defensa del Estado judío como solución única y excluyente para la resolución del problema de este pueblo que hizo Herzl -consecuencia del fracaso del proceso de emancipación civil- en su obra es la que lleva a Hermosa a explicar con detalle el origen del mismo, así como los problemas que engendró, pues, como muy bien apunta, la "cuestión judía" pasó a ser sustituida por la "cuestión palestina" o más genéricamente "árabe". El aspecto más interesante de esta descripción es sin duda que el catedrático menciona la obra de David Ben Gurion e Itzhak Ben-Zvi -futuros primer ministro y presidente de Israel -, Eretz Yisrael in the Past and Present (Israel en el Pasado y en el Presente, 1918), escrita en yiddish y traducida en 1979, pero no a ningún otro idioma. En este libro, los entonces jóvenes sionistas apostaron por la inclusión de los palestinos en el futuro Estado judío sobre la base de que el islam, a diferencia del cristianismo, era una religión democrática que no sólo aceptaba como hermanos a todos los conversos, sino que rechazaba las restricciones políticas y buscaba eliminar las distinciones sociales. Como muy bien señala Hermosa, la masacre de Hebrón que tuvo lugar en 1929 supuso el fin de estos planteamientos integradores y abrió el camino para el triunfo del revisionismo de Jabotinsky, quien en 1923 había escrito en ruso La Muralla de Hierro. Nosotros y los árabes, donde profetizó la imposible convivencia entre árabes y judíos, y abrió el camino al enfrentamiento bélico que solo terminaría cuando los judíos impusieran su completa hegemonía en Palestina, lo que les permitiría negociar en una posición de fuerza.
También resulta destacable en su análisis sobre Herzl la explicación que realiza sobre la influencia del Affaire Dreyfus en la definición de su pensamiento. Hace treinta años, Jacques Kornberg escribió Theodor Herzl: From Assimilation to Zionism (1993), donde rebajó la trascendencia que este acontecimiento tuvo en el cambio de posición del periodista austríaco. Recientemente, Derek Penslar, en su libro Theodor Herzl: The Charismatic Leader (2020), resucitó la tesis de la influencia de este proceso judicial en la figura del padre del Estado judío, demostrando que hasta que tuvo lugar el caso del capitán judío Alfred Dreyfus, Herzl era un judío asimilado que se encontraba tan cómodo en el ámbito cultural francés como en el alemán y que consideraba Francia como un ejemplo de emancipación civil de los judíos: "el antisemitismo resultaba extraño e incluso incomprensible para el pueblo francés en su conjunto". Hermosa coincide con el profesor de la Universidad de Harvard al afirmar que fue la persecución del oficial de Artillería judío lo que convenció al entonces corresponsal del diario vienes Neue Freie Presse en París de la necesidad de crear un Estado propio en el que los judíos estuviesen protegidos de cualquier manifestación hostil. Precisamente el haber resucitado la relación entre el Affaire Dreyfus y la idea de Estado judío en Herzl constituye una de las principales aportaciones de Hermosa en el ámbito hispano hablante, a semejanza de lo que Penslar hizo en la esfera anglosajona.
Por último, resulta especialmente fascinante el análisis que el catedrático realiza de las ideas de Herzl sobre como debía constituirse el nuevo Estado, analizando el papel que jugaría el nuevo gobierno, a partir de una mezcla entre Roma y Rousseau, y que se plasmaría en la Society of Jews (Sociedad de los Judíos); la organización del proceso de emigración a Palestina, realizado por una compañía privada, la Jewish Company (Compañía Judía), y finalmente la forma de Estado, una República aristocrática, articulada sobre ciertos principios liberaldemocráticos, como la libertad de conciencia y de fe, la igualdad de derechos concedida a todos los ciudadanos, con independencia de cuál sea su nacionalidad, la supremacía del poder civil sobre el poder militar o la separación entre religión y Estado.
El catedrático de la Universidad de Sevilla termina su estudio sobre el fundador de la idea del Estado judío haciendo mención a su temprana muerte en 1904 y a la sucesión de acontecimientos históricos que se sucedieron a partir de esa fecha y que no pudo ver con sus propios ojos. Resulta un final sugerente y profético para su extraordinario estudio de los dos textos fundacionales del sionismo que constituye, sin discusión, la mayor aportación académica realizada en nuestro país para el conocimiento de esta ideología.
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