Recibido: 06-01-2024
Aceptado: 13-04-2024
Resumen
La conquista del poder por la izquierda ha tenido un carácter internacional desde su génesis en el siglo XIX. Esta aproximación colaborativa permite contextualizar lo que significó el Foro de Sao Paulo a finales del siglo XX para la izquierda latinoamericana tras la desintegración de la URSS. Por lo que se analiza al Socialismo del siglo XXI como su principal producto, explicando las circunstancias que permitieron su surgimiento en Venezuela, así como su proceso de expansión y crisis, que se vería acentuada por la muerte de los líderes históricos de la izquierda latinoamericana. Finalmente, se presenta al Grupo de Puebla como una respuesta a la iniciativa articuladora de la derecha en América Latina, el Grupo de Lima, indicando por medio de ello los elementos de continuidad y disruption con el Foro de Sao Paulo, sirviendo como instancia articuladora de la izquierda en la región.
Palabras-clave: Foro de Sao Paulo, Grupo de Puebla, Grupo de Lima, Izquierda, Socialismo, Venezuela.
Abstract
The attainment of power by the left has possessed an international character since its inception in the 19th century. This collaborative approach allows for contextualizing the significance of the Sao Paulo Forum at the end of the 20th century for the Latin American left following the disintegration of the USSR. Consequently, the Socialism of the 21st century is examined as its principal outcome, elucidating the circumstances that facilitated its emergence in Venezuela, along with its process of expansion and crisis, accentuated by the demise of the historical leaders of the Latin American left. Ultimately, the Grupo de Puebla is presented as a response to the coordinating initiative of the right in Latin America, the Grupo de Lima, thereby indicating the elements of continuity and disruption with the Sao Paulo Forum. It serves as an articulating body for the left in the region.
Keywords: Sao Paulo Forum, Grupo de Puebla, Grupo de Lima, left, socialism, Venezuela.
Un cambio de época: El Foro de Sao Paulo
En 1989 Francis Fukuyama proclamó su conocido "fin de la historia" (1992), tras la caída del Muro de Berlín y con ello el fin del orden bipolar que se había establecido tras la II Guerra Mundial entre la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y los EE.UU., dejando a este último como la única potencia mundial capaz de inspirar, a nivel económico y político, en los principios del capitalismo y democracia liberal un nomos planetario que traería progreso y desarrollo sin competencia alguna.
Lo cierto es que los aliados de la URSS padecieron innumerables dificultades durante la década de 1990, teniendo que redefinir su lugar y su propuesta política en el nuevo orden mundial emergente. Al mismo tiempo vieron cómo, la cooperación sino-estadounidense hacía que las reformas del revisionista Deng Xiaoping (1981-1989) fueran profundizadas por Jiang Zemin (1993-2003) en China, dejando huérfana la sucesión de cualquier potencia que quisiera enarbolarse como contrapoder frente a la hegemonía estadounidense en el orden internacional.
En América Latina, se hubiese pensado que sin un actor de peso que sirviera de mecenas a la causa como lo hizo durante la Guerra Fría la URSS y la República Popular China la izquierda se quedaría agotada frente al estrepitoso fracaso que había acontecido en Berlín, pero no fue así. Por el contrario, la apuesta por llegar al poder por vías democráticas y dejar de lado la lucha armada -excepto en Colombia y Perú- sería sin duda una de las principales apuestas hemisféricas para alzarse con una nueva hegemonía.
En dicha redefinición jugaría un papel preponderante el líder histórico de la izquierda, Fidel Castro, el longevo dictador cubano quien junto a Luiz Inácio "Lula" da Silva, figura prominente del Partido de los Trabajadores (PT) de Brasil, promovieron la realización de la denominada Unión Internacional latinoamericana de Izquierda Foro de Sao Paulo en junio de 1990, un encuentro que sostendría como objetivo "crear un espacio común y de formar un diálogo permanente entre diferentes corrientes del movimiento latinoamericano de izquierda" (Kostiuk 2019: 152).
El Foro de Sao Paulo desde un inicio logró convocar a organizaciones de heterogéneas tendencias y matices, donde cabían, socialdcmócratas, socialistas, trotskistas, comunistas, entre otros. Diferente fue la situación durante la Guerra Fría donde comúnmente los matices ideológicos y tácticos promovieron la fragmentación no solo de las propuestas partidarias2, sino también de las insurgcncias armadas3.
El Foro logró unir a la diversidad entorno a un enemigo común, dejando de lado la construcción de un futuro utópico ineludible que se desvanecía con la caída de la URSS, persiguiendo un fin más pragmático, pero conocido, que la región se emancipase de los intereses dc los EE.UU., resistir el imperialismo norteamericano hacia la región y buscar una alternativa económica que encuentre una función social del Estado frente al orden liberal de carácter global que se comenzaba a construir. De esta manera, la lucha antiimperialista buscaría aglutinar a todos los actores convocados, tal como lo indica la declaración final de dicho encuentro "nuestra voluntad común es renovar el pensamiento de izquierda y el socialismo, de reafirmar su carácter emancipador" (Kostiuk 2019: 152).
Participaron en el Foro más de 48 partidos y organizaciones de la región, entre quienes se encontraban el Partido Comunista de Cuba (PCC), el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) de El Salvador, el Partido de la Revolución Democrática (PRD) de México, el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) de Nicaragua y el Frente Amplio (FA) de Uruguay (Kostiuk 2019: 152).
Es importante observar los distintos momentos que atravesaban estos partidos cuando tuvo lugar el primer encuentro del Foro. Mientras que el FSLN había dejado de ser gobierno en Nicaragua apenas unos meses antes, el FMLN se había comprometido a fondo a principios de 1990 en la negociación de un proceso de paz con el gobierno salvadoreño. El PRD de México había surgido de la unión del Partido Socialista Unificado de México y de la Corriente Democrática de Cuauhtemoc Cárdenas que se había escindido del hegemónico Partido Revolucionario Institucional -PRI- tras las accidentadas elecciones de 1988.
A esto se sumó la inexperiencia en el gobierno que tenían el PT y el FA al no haber ganado hasta ese momento elecciones presidenciales en Brasil ni Uruguay respectivamente. El único que lo había logrado, y con mano de hierro, era el PCC en Cuba; es decir, que todos estos actores compartían la incertidumbre que gravitaba sobre el futuro de la izquierda en la región, pero existía al mismo tiempo la determinación en sus líderes de articularse para hacer algo al respecto con el cambio de época que enfrentaban.
Lo que también tenían en común es que hubo una apuesta por emplear vías institucionales democráticas para alcanzar el poder, por lo que, si bien algunos partidos como el FSLM en Nicaragua y el FMLN en El Salvador habían empleado la lucha insurgente como medio revolucionario para alcanzar el poder, por medio de procesos de negociación aceptaron la salida democráticainstitucional, que compartían los demás grupos, excepto los comunistas cubanos.
El Foro de Sao Paulo, se iría convirtiendo en una cita anual que de forma ininterrumpida se ha celebrado en 27 ocasiones en diversas ciudades latinoamericanas, convirtiéndose en un "espacio pluralista coordinado" (Kostiuk 2019: 154). Toda una antípoda a las peleas habituales entre facciones, como ocurrió en la Ia Internacional entre Karl Marx y Mijaíl Bakunin en el siglo XIX o la escisión sino-soviética en el siglo XX.
Para evitar tales divisiones que terminaban por comprometer los objetivos trazados por la izquierda en el pasado, El Foro de Sao Paulo permitió los matices de aproximación teórica y de acción entre sus integrantes, dejando en libertad a sus miembros el poder participar en coaliciones con otros partidos aunque no fueran de izquierda, dejó en libertad emplear el gradualismo o la aceleración en las reformas, la adopción de enfoques novedosos provenientes del feminismo o el ambientalismo, todos estos se respetarían ya que el foco estaba puesto en la oposición al neoliberalismo y al imperialismo que ejercía EE.UU. en la región y el mundo.
De esta manera, la discusión táctica de cómo alcanzar el poder pasaría a ser evaluada a partir de la realidad situacional en cada país, pero buscando aprovechar las oportunidades que ofrecieran las coyunturas políticas, económicas y electorales que permitieran articular recursos, generando un apoyo en forma de red, que estuviese amparado en acuerdos mínimos en una agenda continental de naturaleza compartida.
Ocho años después de celebrado el primer encuentro del Foro de Sao Paulo, el coronel venezolano Hugo Chávez alcanzaría el poder en su país en 1998. Su Movimiento Quinta República -MVR - una de las organizaciones vinculadas al Foro de Sao Paulo y que inauguraría una racha de triunfos electorales en toda la región, comenzando en 2003 con Néstor Kirschner en Argentina y Luiz Inácio "Lula" da Silva en Brasil. En 2006 con Evo Morales en Bolivia y Manuel Zelaya en Honduras, en 2007 con Rafael Correa en Ecuador y Daniel Ortega en Nicaragua, en 2008 con Fernando Lugo en Paraguay y en 2010 por José Mujica en Uruguay4.
Por el efecto dominó que se produjo es necesario analizar el significado de la victoria de Hugo Chávez en Venezuela, así como cuáles fueron las condiciones que le permitieron convertir al país petrolero en la plataforma económica e ideológica que relanzara al socialismo en la región en el nuevo siglo.
Venezuela: epicentro del renacer del socialismo en el siglo XXI
En 1999 Hugo Chávez Frías se convertiría en el primer líder cuyo partido político, el Movimiento Quinta República (MVR), integraba al Foro de Sao Paulo y lograba alzarse con el gobierno de un país de la región, con unas reservas energéticas altas que resultaban estratégicas en términos de cualquier proyecto geopolítico que se buscase emprender.
El triunfo de Hugo Chávez en Venezuela se convertiría en un hito que demostraría que la izquierda latinoamericana podía acceder al gobierno por vías democráticas enarbolando las banderas del cambio frente al hastío que producían los escándalos de corrupción en que se había visto envuelto el consolidado bipartidismo de Acción Democrática -AD- y el Comité de Organización Política Electoral Independiente -Copei- que alcanzaba ya cuatro décadas de duración.
Y es que tras el boom económico que vivió Venezuela en la década de 1970 con los altos precios del petróleo tras la guerra del Yom Kippur en 1973 y los ingentes recursos fiscales que recibió el Estado tras la nacionalización de dicha industria con la creación de Petróleos de Venezuela SA (PDVSA), estimuló el aumento de la clase media por medio de una amplia gama de políticas asistencialistas y de una estrategia expansiva desde el Estado que
tuvo como eje la distribución de la renta petrolera, permitiendo simultáneamente el crecimiento económico y la distribución entre los diferentes sectores sociales venezolanos. Esta distribución fue desigual en términos relativos, pero dio lugar a un mejoramiento de las condiciones de vida del conjunto de la población. Esta mejora se concretó no sólo por la capacidad adquisitiva del bolívar y por salarios reales en crecimiento sino también por las transferencias directas del Estado vía subsidios que no afectaban las tasas de ganancia y de un conjunto de políticas, especialmente de infraestructura, que apuntaban directamente a paliar las necesidades inmediatas de los sectores de menores ingresos. De hecho, entre 1974-78 el salario real y el gasto social del gobierno crecieron en veinticinco y cuarenta y dos por ciento respectivamente y la tasa de desempleo era inferior a cinco por ciento (Lacabana 1990: 202).
Pero con la disminución de los precios del petróleo al comienzo de la década de 1980 los ingresos del Estado venezolano descendieron dramáticamente lo que generó un desequilibrio macroeconómico crítico para el país caribeño. Por lo que el presidente Luis Herrera Campíns declaró en 1983 una moratoria en el pago de la deuda externa, medida extrema que tuvieron que tomar varios gobiernos de la región en el contexto de la denominada crisis de la deuda latinoamericana, donde la región tuvo bajos crecimientos económicos y fuertes devaluaciones que disminuyeron el ingreso real per cápita que se había obtenido en las dos décadas presentes, por lo cual se conocería el periodo de 1980-1990 como la década perdida (Barcena, 2014).
Declarar la moratoria significaba que el país perdía el acceso a los mercados internacionales, por ello era necesario que el gobierno demostrara que podía organizar su economía para recuperar la confianza de los inversionistas, por lo que el presidente Campíns decretó "una devaluación con parcial control de cambios y una política recesiva que si bien tiene éxito en el control del desequilibrio externo y de la inflación, afectó profundamente la estructura del mercado de trabajo y la distribución del ingreso (Lacabana 1990: 202).
Si bien el gobierno de Venezuela logró salir del impasse, se trató de un paquete de medidas coyuntural pero que no atendieron la crisis de fondo: el Estado no tenía los ingresos suficientes para mantener su estrategia expansiva a la que los habitantes se habían acostumbrado. Al ingresar Jaime Lusinchi al gobierno en 1984 decretó "una nueva devaluación del bolívar, el incremento de precios de productos básicos, incluyendo la gasolina, a la vez que se establecía una canasta de productos alimenticios básicos a precios regulados y el control de las importaciones junto con un reconocimiento de tasas de cambio preferenciales para el pago de la deuda externa privada" (Lacabana 1990: 203).
Este nuevo paquete de medidas fue impopular, pero el tipo de cambio preferencia! para el sector privado fue la que generó mayor rechazo, la percepción de que el gobierno le hacía favores al sector empresarial del país en detrimento del bienestar de la mayoría de la población se comenzaría a instalar en la opinión pública. El ajuste no fue suficiente y Lusinchi decretó "una nueva devaluación del bolívar, la tasa de cambio preferencia! para importaciones pasa de Bs.7.5 a Bs. 14.50 por dólar estadounidense. Esta medida generó fuertes presiones inflacionarias durante 1987. Los precios subieron en promedio 40,6% lo cual afectó profundamente la capacidad adquisitiva de los salarios" (Lacabana 1990: 204).
A pesar de las medidas tomadas, no se logró conjurar la crisis, por lo que Venezuela entró en una segunda moratoria en el pago de su deuda externa (Martínez 2008:85). Será Carlos Andrés Pérez5 -el siguiente presidente- quien tuvo que atender la difícil situación con la que recibía el gobierno, que sin acceso a los mercados internacionales, no tenía otra opción distinta que recurrir al Fondo Monetario Internacional (FMI) para obtener un préstamo de última instancia que le permitiera atender la crítica situación económica.
Las condiciones para el desembolso que tuvo que implementar desde el primer día de su mandato en febrero de 1989 fueron denominadas El Gran Viraje (Berengan, 2022) que consistió en la liberalizáción de la economía, una nueva devaluación del bolívar, poner fin al sistema de cambios preferenciales y la renegociación de la deuda externa (Lacabana 1990: 204-205).
Si bien con las medidas se preparaba el terreno para recibir los 5 mil millones provenientes del FMI, desembolso que se hizo efectivo en junio de ese mismo año (El País 1989), las consecuencias del ajuste fueron drásticas. Entre las que sobresalen "el crecimiento de los precios -58% en los seis primeros meses del año-, el aumento del desempleo a 8,7%, [la] caída del salario real, que no logra ser compensada por los ajustes salariales provocados por el estallido social del 27 de febrero, y por lo tanto una fuerte caída en la capacidad de consumo de los hogares" (Lacabana 1990: 204-205).
El estallido social al que hace alusión Miguel Lacabana es el Car acazo, una manifestación violenta que duró varios días en que habitantes de las periferias de la capital venezolana asaltaron comercios y sembraron el caos, la cual fue reprimida con violencia por las Fuerzas Armadas (Martínez, 2008).
Este precedente y los dos intentos posteriores de golpe de Estado en febrero y noviembre de 1992, mostraron la poca gobernabilidad de Carlos Andrés Pérez para mantener las políticas de ajuste. Al final dicha debilidad permitiría que fuese investigado por la Corte Suprema por un escándalo de corrupción en Centroamérica6, lo que terminaría en un juicio político ante el legislativo, el cual aprueba la destitución de Pérez en mayo de 1993, convirtiéndose así en el primer presidente del periodo democrático en la historia reciente venezolana que no culminó su mandato.
La profundización de la crisis económica condujo a un debilitamiento de las instituciones políticas que habían surgido con el Pacto de Punto Fijo7 celebrado en 1958 y que había introducido la forma de gobierno democrática en Venezuela; los partidos políticos que se habían alternado en elecciones abiertas regulares, Acción Democrática y Copei, eran percibidos como parte del problema por la incapacidad de atender la crisis económica y los numerosos escándalos de corrupción.
Por este motivo, Rafael Caldera8 llega a la presidencia de Venezuela en 1994 a través de una plataforma electoral independiente, que le permitiera evitar el encasillamiento en los partidos políticos tradicionales -aunque había sido el fundador de Copei- y así también sumar apoyos de otros sectores políticos para alcanzar una mayor gobernabilidad en un nuevo escenario político sin la fortaleza que tuvieron los partidos tradicionales anteriormente:
Los partidos participantes fueron 17, siendo los más importantes el recién fundado por Caldera Convergencia (que aportó el 17% de los votos) y el partido de izquierda MAS (que obtuvo el 10,59%); el resto de los partidos aportaron solo el 2% de los votos, incluyendo otros de izquierda como el Partido Comunista de Venezuela (con solo el 0,3%), para este momento conducido por el médico Trino Melean, y partidos de derecha como el Movimiento de Integridad Nacional (Berengan 2022: 122-123).
La estrategia de Caldera tanto en la campaña como en el gobierno fue mostrarse receptivo frente a las demandas sociales y buscar una fórmula que le permitiera atender los compromisos internacionales como viabilizar reformas que satisficieran las demandas de cambio. Y es que para la opinión pública la detención de los líderes de los intentos de golpe de Estado de 1992 era injustificada, debido a que dicho accionar se interpretó como una medida desesperada para atender la crisis económica que persistía en el país.
Si bien al principio Caldera buscó no excarcelar a Hugo Chávez Frías (El País 1994), su permanencia en la cárcel era difícil de justificar debido a que no se habían impartido condenas contra ninguno de los golpistas después de pasar más de dos años tras las rejas. Además, la mayoría de los involucrados ya habían sido excarcelados por los presidentes interinos Octavio Lepage y Ramón José Velasquez en 1993.
Caldera al final realizó un sobreseimiento a Hugo Chávez el 4 de marzo de 1994, lo que le permitió al ex militar ingresar a la vida política nacional. No queda claro si Caldera llegó a sospechar el alcance que tendría la liberación de Chávez en la posterior extinción de la democracia venezolana, pero la excarcelación de los involucrados en las intentonas golpistas era valorada positivamente tanto por la opinión pública como por la clase política, porque consideraban que podría traer calma al país, que tras el Caracazo no había retornado (Caldera 2007).
El triunfo electoral de Hugo Chávez en las elecciones de 1998 no solo significó la posibilidad de que un proyecto de izquierda se alzara con el gobierno de un país relevante en términos geopolíticos, poblacionales y económicos, sino que fue capaz de materializar un proyecto de cambio constitucional de cara al nuevo milenio, dándole forma a lo que con el tiempo se denominaría el socialismo del siglo XXP. Este estableció "una mezcla curiosa de elementos constitucionales liberales, populistas, autoritarios, incluso con potencialidades totalitarias" (Maingon, Pérez Baralt, & Sonntag 2000: 119) que ha logrado mantenerse a flote por un cuarto de siglo.
Hugo Chávez en su primer año de gobierno logró ganar tres elecciones consecutivas y cambiar la historia institucional de Venezuela. Celebró y triunfó en un referendo para cambiar la Constitución política, logró la conformación de una Asamblea Constitucional afín al oficialismo casi en su totalidad y en diciembre de ese año consiguió la aprobación del referendo por el cual Venezuela se daba la nueva carta política que aún la rige (Maingon, Pérez Baralt, & Sonntag 2000).
Con ello, Venezuela se convirtió en el epicentro del discurso y la acción política comprometida con la causa de la izquierda latinoamericana, la cual llegaría para quedarse y expandirse gracias a los abundantes recursos energéticos con que contaba el país caribeño y que le brindarían mayores recursos fiscales provenientes del auge del precio del petróleo tras la invasión de EE.UU. a Irak en 2003.
Esto le permitió a Hugo Chávez establecer una amplia política de subsidios que lo legitimarían internamente por medio de "proyectos de construcción de complejos de vivienda popular, incremento de las pensiones a las personas de la tercera edad y acceso gratuito [a] los servicios de salud" (Batallas Lara 2020: 421) y le permitirían realizar contribuciones a campañas electorales de aliados ideológicos en el extranjero a partir de "un papel activo de resistencia a EEUU, y en torno a su enorme potencial petrolero inicial forjó una amplia coalición "antiimperialista" de alcance regional y extrarregional" (Malamud & Núñez 2019).
Los antecedentes del socialismo en el siglo XX en América Latina
Al revisar los antecedentes, llama la atención que Argentina se saltó la regla y no surgió en el siglo XX como lo hicieron el resto de partidos socialistas y comunistas en los demás países de la región, sino que fue el más precoz al ser fundado en 1896 (Poy, 2020). El resto esperaría a la Revolución rusa, como lo señala Felipe Avila, después "de 1917, el comunismo se extendió por el mundo. Los partidos comunistas se consolidaron y extendieron su influencia en los movimientos sindicales, campesinos y populares primero en Europa, más tarde en el resto de los continentes" (Avila 2020: 7).
De esta forma se puede señalar que el Partido Comunista Mexicano surgió en 1919, el Partido Socialista Revolucionario en Colombia lo hizo en 1926, ese mismo año también lo hizo el Partido Revolucionario Venezolano, mientras el Partido Socialista Peruano lo hizo en 1928 y el Partido socialista de Chile en 1933.
La vía institucional de la participación democrática no fue fácil de trasegar para estos partidos, hubo gobiernos que emplearon la represión armada contra su trabajo proselitista -la época de La Violencia en Colombia mostró esta situación-, otros gobiernos decidieron ilegalizarlos e impedir su concurrencia a elecciones libres -en Perú esto se presentó en la década del 40 y 50- y la aparición de competidores que trataron de enarbolar banderas parecidas pero en otras toldas también dificultaría su ascenso al poder -el caso emblemático fue el peronismo en Argentina o el APRA en el Perú-, sin olvidar los golpes de Estado que impidieron la competencia democrática.
Pero en la segunda parte del siglo XX, en el contexto de la Guerra Fría con la consolidación de la división mundial en dos grandes bloques, el Occidental que era capitalista y democrático comandado por EE.UU. y el oriental que era socialista y de partido único liderado por la URSS, la injerencia directa de Moscú en los partidos de la región menguó, dejando de lado la estrategia que se había desplegado desde la Revolución rusa en 1917 hasta la muerte de Stalin en 1953.
El historiador marxista británico Eric Hobsbawn (1917-2012) fue enfático afirmando que los soviéticos se comportaron en coherencia con esa política [la coexistencia pacífica entre bloques] y que las versiones conspirativas que se difundieron sistemáticamente, en adelante, carecían de veracidad (Giraldo Ramírez 2015: 35).
Fue con la Revolución Cubana de 1959 que la posibilidad de llegar al poder se tornó realista en la región, pero esta vez no tanto por emplear las vías institucionales democráticas, sino revolucionarias armadas, que alcanzaría su plenitud con la Revolución Cubana en 1959 (Amezcua Dromundo 2017) y 20 años después la Revolución Sandinista de 1979 en Nicaragua, ambas obtuvieron victorias militares sobre regímenes autoritarios y no sobre regímenes democráticos.
En palabras de Fidel Castro la "Revolución es sentido del momento histórico; es cambiar todo lo que debe ser cambiado..." (Castro Rus 2000), en esta concreción política del socialismo no hubo oportunidad de negociación o generación de acuerdos con otras fuerzas políticas, la participación democrática fue dirigida desde arriba en ambas naciones, dicha participación democrática y jerárquica al mismo tiempo llamó la atención de Dirk Kruijt, quien observó que en los países revolucionarios "surgió un impresionante despliegue de organizaciones populares, comités vecinales y sindicatos, todos estaban subordinados a la iniciativa del Partido y, por lo tanto, del Estado" (2011: 65).
Apartir de allí se generaron cerca de un centenar de movimientos insurgentes que buscaron emular lo acontecido primero en Cuba y posteriormente en Nicaragua, siguiendo a Jorge Giraldo, se plantearían dos "olas" revolucionarias las cuales cobijarían un inicio, una expansión y un repliegue, la primera tendría lugar en el periodo 1956-1970 cuyo ápice fue la Revolución Cubana y la segunda ocurriría entre 1970 y 1990, cuyo ápice fue la Revolución Sandinista (Giraldo Ramírez 2015: 40)
Paralelo a la experiencia armada, hubo una concreción democrática e institucional durante la segunda parte del siglo XX en la región, cuyo principal hito se alcanzó en Chile, "el triunfo de Allende sirvió de argumento para quienes defendían la vía pacífica" (Harnecker, 1998) en la región, pero tras el golpe de Estado efectuado por las Fuerzas Armadas llenó de incertidumbre la posibilidad de que el camino de las reformas tuviera más éxito que el camino revolucionario en la región.
Con la coexistencia pacífica entre bloques que buscó cumplir la URSS, "los movimientos revolucionarios nacionales, anticoloniales o socialistas, quedaron notificados de que su evolución dependería de sus propios esfuerzos" (Giraldo Ramírez 2015: 35). A partir de allí, la vía nacionalista alcanzaría el poder en dos países, Bolivia y Perú.
Estos nacionalismos buscarían por medio de una airada intervención estatal en la economía tomar medidas redistributivas en los títulos de propiedad, especialmente de la tierra, por ello implementaron reformas agrarias y la nacionalización de los recursos naturales, por medio de las cuales el Estado se hizo a la propiedad de las empresas de capital internacional que realizaban la explotación del petróleo, el gas y minerales como el cobre para que los beneficios de dichas actividades no se fueran al extranjero y por el contrario, con dichos recursos financiar subsidios y programas sociales.
El nacionalismo empleó una doble modalidad, una fue la participación democrática e institucional, como fue el caso del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MRN) en Bolivia que surgió tras la Guerra del Chaco contra Paraguay (1932-1935) y que se hizo con la Presidencia de la República en tres ocasiones consecutivas de 1952 a 1964.
En ese momento el MRN se convirtió "en el partido político que encarna la necesidad de ruptura en el orden de lo social, permitiendo construir la frontera antagónica que divide el espacio social boliviano entre un "nosotros" y un "ellos/oligarquía", y lo hace a través de la articulación de una serie de demandas particulares pertenecientes a diversos sectores, entre ellos el movimiento obrero (minero), el campesinado y una parte del ejército" (Estévez Rubín de Celis 2019).
La segunda modalidad fue autoritaria, tomó el poder a través de un golpe de Estado a un gobierno democrático. Este fue el caso del Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada en el Perú (1968-1980), que dirigió en mayor proporción el General Juan Velasco Alvarado (1968-1975), su proyecto tenía:
raíces en las masas descontentas en todas las regiones del Perú, el Pueblo que reclamaba su lugar en el concierto de las naciones. Un Pueblo expoliado y relegado de las grandes decisiones de las élites políticas, traicionado por los líderes de los partidos tradicionales (el APRA, Acción Popular, la Democracia Cristiana, el Partido de Odría), que, junto a la Fuerza Armada, que había emanado del Pueblo, reconquistaría la dignidad perdida (Marutián, 2003).
Se trató así de una especie de reparación moral, en las palabras de Marutián, por lo que no sólo llevó a cabo las medidas económicas anteriormente mencionadas, sino que llevó a cabo la estatización de los medios de comunicación y de las empresas de servicios públicos, así como la creación de cooperativas en el sector agropecuario y pesquero.
Lo que tuvieron en común los regímenes nacionalistas fue una crítica al capital extranjero y al liberalismo clásico que se empleó en los primeros años de las repúblicas tras la independencia, el cual terminó por empeorar los niveles de desigualdad social que caracterizaba a las sociedades latinoamericanas donde existía una amplia concentración de la riqueza en algunas familias. Por ello, propuso tanto en su discurso como en sus políticas reivindicar a los sectores más vulnerables, augurando que con la acción estatal podrían ser corregidas dichas desigualdades.
Este modelo alternativo de organización del Estado y la economía contaba con que el sentimiento nacional sería suficiente para volver eficientes y con probidad a las burocracias estatales y a la clase política de sus respectivos países, supuesto que era difícil que se cumpliera en la práctica, más aún en una región donde sus sistemas políticos conservan una distancia tan amplia entre quienes ocupan el gobierno y la ciudadanía que los elige que termina por imposibilitar que el control político que debería existir en cualquier sistema democrático en realidad sea efectivo.
En la práctica, las economías de los países de América Latina siguieron siendo en gran medida dependientes de la explotación de sus recursos naturales a lo largo del siglo XX, independientemente de si eran socialistas, nacionalistas o liberales y la situación fiscal de los países de la región iría al vaivén de los precios internacionales de los commodities de exportación como el petróleo, el gas, el cobre, el café o el azúcar, entre otros.
Las consecuencias económicas de las políticas redistributivas no fueron las mejores. Por el lado de las políticas agrarias, con la redistribución de los títulos de propiedad de la tierra no se generó una mayor productividad; a lo que también sumaría el amplio proceso de urbanización que tuvo lugar durante la segunda mitad del siglo XX en toda América Latina, dificultando así la consolidación de estas políticas. Asimismo, con todo el gasto público que se generó, era de esperarse que se presentaran aumentos significativos de la inflación.
Con esto se ofrece un diagnóstico de las principales características del socialismo del siglo XX que se materializaron en la región, a partir de lo cual podemos preguntarnos: ¿en qué aspectos el socialismo del siglo XXI resultó novedoso respecto al socialismo del siglo XX en América Latina? Se podría sostener que a nivel discursivo habría algunos elementos innovadores en algunas áreas tal como se busca exponer a continuación.
Los aspectos novedosos del socialismo del siglo XXI
El objetivo que buscaría el socialismo del siglo XXI sería acabar con las injusticias y desigualdades que habría exacerbado el capitalismo en su versión neoliberal tras la caída de la URSS a finales del siglo XX, empleando más democracia, una economía más amigable con la naturaleza y una ética más humana (Harnecker 2010: 32).
Los elementos que Marta Harnecker considera como renovadores en la propuesta conceptual que desarrolló Hugo Chávez en su estilo de gobierno fueron tres, la "transformación económica", "la democracia participativa y protagónica en lo político" y la "ética socialista: el amor, la solidaridad, la igualdad entre los hombres, las mujeres, entre todos" (Harnecker 2010: 30-31).
Ricardo Patino contribuye a ahondar más estos tres aspectos desde la concreción de esta apuesta conceptual en el caso ecuatoriano, la transformación económica implicaría un nuevo modelo de desarrollo el cual "busca establecer un modelo basado en la economía solidaria que busca una mejor redistribución de la riqueza, que privilegia la producción y ataca la especulación, que apoya al pequeño y mediano productor urbano y rural, que reparte tierra y crédito al campesino, que fortalece la soberanía alimentaria, que genera oportunidades, que ejerce soberanía sobre los recursos naturales no renovables" (Patino 2010: 135).
Sobre la "democracia participativa y protagónica en lo político", ambos elementos suponen el involucramiento efectivo de la sociedad en la toma de las decisiones políticas y no quedarse en la forma pasiva de votar cada cierto tiempo. Se trataría de una democracia "sustentada en el debate permanente, en el diálogo y, sobre todo, en un proceso donde los ciudadanos sean los gestores de su desarrollo. Esta democracia radical supone entonces la construcción de ciudadanía, es decir, sujetos de derecho que puedan ejercer el poder. Por lo tanto, fortalecer la democracia implica promover la participación social y la organización en todas sus formas" (Patino 2010: 133).
Por último, la "ética socialista: el amor, la solidaridad, la igualdad entre los hombres, las mujeres, entre todos" requiere como condición que la ciudadanía pueda demandar justicia, en ello radicaría la igualdad que posibilitaría la solidaridad, para ello debe "cultivarse una sociedad con valores humanistas, en donde el interés colectivo prime sobre el particular y en donde se supere la degradación de los valores existentes, por la edificación de una formación que incentive valores actualmente en declive, como la solidaridad, el apoyo mutuo, el crecimiento social" (Patino 2010: 136).
Complementando estos principios de la propuesta, se encuentran también los errores que habría que evitar que se cometan por el socialismo en el nuevo siglo entre los que estarían "el estatismo, el capitalismo de Estado, el totalitarismo, la planificación central burocrática, el colectivismo que pretendía homogeneizar sin respetar las diferencias, el productivismo que enfatizaba en el avance de las fuerzas productivas sin tener en cuenta la necesidad de preservar la naturaleza, el dogmatismo, el ateísmo, la necesidad de un partido único para conducir el proceso de transición" (Harnecker 2010: 28).
Estos habrían sido cometidos por la URSS, constituyéndose en la razón de su crisis y posterior caída. La propuesta conceptual del socialismo del siglo XXI se presenta como solución al problema estructural del capitalismo, la generación de desigualdades sociales, pero ya no a partir de una crisis que el mismo sistema de autoinfligiría por sus dinámicas intrínsecas como lo había diagnosticado Karl Marx en su obra El Capital, sino por un elemento externo, los costos ambientales que deja el sistema capitalista y que ponen en peligro la vida sobre el planeta.
El deterioro ambiental se convertiría en la principal razón para dejar el capitalismo atrás, aduciendo con ello que no se podría retomar el capitalismo de Estado que emprendió tanto la URSS como la República Popular China en el siglo XX. Asimismo, tratar de sostener posiciones tan férreas como el dogmatismo y el ateísmo sería más difícil en una cultura líquida, como la actual, por lo que esas posiciones no deberían de sostenerse en el futuro.
Junto al tema ambiental y a la situación cultural, la propuesta de la planificación central se mantendría con la condición de que no se vuelva burocrática, allí la propuesta del socialismo del siglo XXI sería la descentralización por medio de la participación popular, evitando la excesiva centralización que tuvo el socialismo en el siglo XX por medio de hacer a las comunidades protagonistas del proceso revolucionario desde abajo, obligando con ello a dejar atrás las prácticas del Estado paternalista (Harnecker 2010: 42).
Marta Harnecker indica que para consolidar un proceso político socialista en el gobierno es necesario alcanzar la lealtad de las Fuerzas Armadas. Esta habría sido la principal diferencia entre la experiencia del socialismo en el poder de Salvador Allende en Chile y de Hugo Chávez en Venezuela, donde a diferencia del primero, Chávez contó con la lealtad de las Fuerzas Armadas, permitiéndole a Venezuela "un tránsito pacífico pero armado" (Harnecker 2010: 38), para lo que no basta con tener el control del monopolio legítimo de la fuerza, sino de cambiar las reglas del juego institucional, en lo que resulta clave un proceso constituyente, que sólo debe ser emprendido si se cuenta con "la certeza de que éste se va a ganar" (Harnecker 2010: 62).
En ningún momento el socialismo del siglo XXI indica que deben de dejarse de lado ni la crítica al capitalismo -epicentro de la obra de Marx (Cropsey 2020: 754)- ni el materialismo histórico, ni la dialéctica marxista de la lucha de clases, ni la necesidad de la transformación de las relaciones de producción, lo que indicaría que el problema no estuvo en la teoría sino en la práctica, en la puesta en marcha del socialismo en contextos que no estaban lo suficientemente preparados.
Los excesos de la URSS provinieron de su talante totalitario, empleando de forma desproporcionada el poder de coerción del Estado, cuando era posible haber empleado otras formas más sutiles provenientes del ámbito cultural. Otro problema fue el exceso de burocratización que pudo haberse evitado y con ello no comprometer los resultados de la planificación centralizada.
Con respecto al futuro, el socialismo del siglo XXI buscaría el pleno desarrollo de la persona, para lo cual requiere corregir las desigualdades y salvar a la humanidad de la hecatombe ambiental que ha creado el capitalismo. Por lo cual, debido a que el socialismo no incentiva el consumismo, es que el socialismo sería la mejor alternativa política para conservar el ambiente y hacer frente al cambio climático.
Por último, la conquista de la superestructura es un primer paso para llegar al corazón de la cuestión social, que sigue siendo la estructura, es decir, la economía; en esc orden de ideas sería necesario en primer lugar conquistar el gobierno, pero no ya por el uso de las armas, sino por medio de una conquista de las preferencias de las personas a través de establecer una hegemonía cultural al estilo propuesto por Antonio Gramsci que permita una transición desde abajo (Harnecker 2010: 44).
Por lo que el socialismo del siglo XXI requiere enraizarse con las tradiciones nacionales y populares, lo que Salvador Allende habría pensado en su metáfora de "socialismo con vino tinto y empanadas" (Harnecker 2010: 30); que habría sido la apuesta de Hugo Chávez al partir de los elementos bolivariano, cristiano, robinsoniano -el apodo con el que Bolívar llamó a su maestro Simón Rodríguez- e indoamericano, buscando no sólo un cambio, sino una restauración del socialismo primitivo de los primeros habitantes de América10.
El Grupo de Lima como iniciativa para atender la emergencia humanitaria, económica y política en Venezuela
Hugo Chávez logró gobernar Venezuela por cerca de 14 años y de hecho algunos países siguieron varios de los hitos de la ruta trazada en la experiencia venezolana. Serían Ecuador y Bolivia los países que se alzarían con cambios institucionales profundos a través de la redacción de nuevas constituciones en 2008 y 2009 respectivamente.
Hubo otras experiencias que no siguieron los cambios constitucionales, como la del kirschnerismo, tramitando con éxito por medio del legislativo la implantación de cambios institucionales en el modelo económico de bastante calado, como la nacionalización de sectores estratégicos: el energético, la aerolínea nacional de bandera, los fondos de pensiones, entre otros, junto a una mediación Estatal en la mayoría de las relaciones de producción y distribución.
El gobierno de Lula en Brasil logró un entendimiento con la clase empresarial de su país que permitió la expansión de empresas emblemáticas ligadas a los sectores de la construcción, financiero y minero, mostrando un cariz de articulación con el sector privado y un vigoroso gasto social por medio de políticas de transferencias monetarias condicionadas.
Así las cosas, la segunda década del siglo XXI parecía que contaba con un favoritismo de la izquierda en el gobierno y de hecho, los gobiernos que no eran de izquierda eran más cercanos al centro del espectro político y preferían una sana convivencia como fue el caso de Juan Manuel Santos a la Presidencia de Colombia (2010-2018), de Ollanta Húmala a la Presidencia del Perú (20112016) y el segundo gobierno de Michelle Bachelet (2014-2018) en Chile las cosas mejoraron para la izquierda porque ya no había contradictores políticos relevantes en la región.
Pero no fue así, en 2013 el principal promotor del socialismo en la región, Hugo Chávez Frías fallecería, dejando un vacío en el liderazgo regional. A esto, se sumarían varias crisis que comenzarían a dejar en entredicho los logros alcanzados por los gobiernos del socialismo del siglo XXI en la región.
Los altos precios del petróleo que acompañaron a Chávez casi hasta su muerte en marzo de 2013 comenzaron a bajar debido a que en ese mismo año la técnica de extracción de hidrocarburos no convencionales conocida como fracking vaticinaba la autosuficiencia energética de los EE.UU. para 2035 según la Agencia internacional de Energía (BBC Mundo 2013), lo que condujo a que el precio del petróleo y el gas disminuyera vertiginosamente, comprometiendo la salud de la mayoría de las economías de la región debido a los menores ingresos provenientes de las exportaciones energéticas.
Pero no solo fue un problema de precio, sino también de volumen, si bien la producción de barriles de petróleo en Venezuela cuando Hugo Chávez asumió la presidencia en 1999 estaba por encima de los 3 millones de barriles diarios de petróleo, tras la crisis en PDVSA en 2002 la producción petrolera comenzó a disminuir, para 2013 había bajado a 2,5 millones de barriles diarios y para 2020, tras las sanciones norteamericanas al régimen de Nicolás Maduro, Venezuela llegó a producir tan solo 374 mil barriles diarios (La República 2022).
La pérdida de productividad de PDVSA también estaba asociada a la capacidad de gestión de Nicolás Maduro, sucesor que dejó Hugo Chávez, pero cuyo estilo, capacidad oratoria y preparación dista mucho de su antecesor. De hecho, la fragilidad de las finanzas públicas venezolanas se manifestaría no solo en el sustancial indicador de la producción petrolera, sino también en la dependencia de las finanzas públicas para financiarse con deuda externa.
Mientras que en 1999 Venezuela a pesar de las múltiples crisis económicas que había sufrido desde la década de 1980, contaba con deuda pública que ascendía al 41,7% del PBI; para 2019 -último año en que lo midió la CEPAL - la deuda alcanzaba el 152,4% del PBI (CEPAL 2023), situación que expulsó al país de los mercados internacionales de deuda y diluyó el poder adquisitivo de su moneda. Como lo indican Cas Mudde y Cristóbal Rovira:
el atractivo de este discurso populista de izquierdas guarda relación con las reivindicaciones sociales que se desprendieron de las reformas neoliberales adoptadas en América Latina durante las dos últimas décadas del siglo XX. Aunque es cierto que generaron estabilidad macroeconomica, hicieron muy poco para reducir los altos niveles de desigualdad socioeconómica existente en casi todos los países de la región (Mudde & Rovira Kaltwasser 2019: 70).
Sin los ingresos energéticos el crecimiento económico de la región se estancó y varios gobiernos comenzaron a endeudarse para poder sostener la entrega de subsidios y transferencias condicionadas, que era la materialización de los compromisos por la equidad y la inclusión de los más vulnerables, el núcleo de la promesa de los gobiernos de izquierda ante sus electores.
Esta inflexibilidad de no ajustar las cuentas públicas por no hacer lo mismo que en el pasado hicieron los gobiernos de corte neoliberal, condujo a una grave crisis económica que afectó de forma dramática a Venezuela, generando una emergencia humanitaria en que según la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) indica que más de 7,7 millones de personas - correspondiente a una cuarta parte de la población total del país caribeño- había salido de Venezuela buscando protección y una vida mejor (ACNUR 2023).
De un momento a otro, México, Centroamérica, Colombia, Ecuador, Chile y Argentina vieron como llegaban cientos de miles de venezolanos huyendo del hambre en su país, demostrando ya no con discursos sino con su sola presencia y testimonios personales como la efectividad de la propuesta del socialismo del siglo XXI quedaba en entredicho.
Pero junto a la diaspora venezolana, se sumó un hito de corrupción que dejó en entredicho a casi todos los sectores políticos que habían sido relevantes en las dos primeras décadas del siglo XX en la región, el escándalo "Lava Jato" vinculado a los sobornos que empresas de construcción brasileñas, sobre todo Odebrecht, habían entregado a políticos de la región, especialmente a los candidatos presidenciales, para financiar sus campañas y recibir a cambio contratos, recuperando lo invertido en las dádivas a través de la justificación de sobrecostos posteriores de las obras (Lissardy 2021).
Dicho escándalo llevó a la destitución de Dilma Rousseff en agosto de 2016 de la presidencia de Brasil y también llevaría tras las rejas al ex presidente Lula da Silva, dejando a la izquierda sin el gobierno más importante de Suramérica. Junto a esto fallecería el principal icono de la izquierda latinoamericana, Fidel Castro, en La Habana en noviembre de 2016, dejando así huérfana de importantes líderes a la izquierda latinoamericana.
El contra ciclo democrático llegaría al poder de la mano de Mauricio Macri que se haría a la presidencia de Argentina en 2015, Pedro Pablo Kuczyński en Perú en 2016, el retorno de Sebastián Pinera en Chile y la elección de Iván Duque en Colombia en 201811, la elección de Jair Bolsonaro en Brasil y el gobierno interino de Jeanine Áñez en Bolivia en 201912 y Luis Lacalle Pou en Uruguay en 2020, este último acabando una hegemonía de 15 años del Frente Amplio en el poder.
Estos gobiernos establecerían una iniciativa para acompañar a la oposición venezolana y buscar una salida negociada a la precaria situación que atravesaba la democracia venezolana constituyendo el Grupo de Lima en agosto de 2017, pidiendo la liberación de presos políticos por parte del régimen, la celebración de elecciones libres y ofreciendo dispensar al país caribeño de ayuda humanitaria para paliar la crisis económica (Cancillería de Colombia 2017).
Este nuevo panorama se convertía en un escenario desafiante para la izquierda en la región que era necesario enfrentar desde el único reducto, fuera de Venezuela, Nicaragua y Cuba -todas dictaduras-, que aun gobernaba en la región: el México de Andrés Manuel López Obrador que había alcanzado el poder en la República azteca en 201913.
El surgimiento del Grupo de Puebla
El surgimiento del Grupo de Puebla en junio de 2019 no significó que se acabase el Foro de Sao Paulo, por el contrario, vino a complementarlo y en cierta medida a actualizarlo ante los cambios en el contexto que habían operado en las dos primeras décadas del nuevo siglo en la región, no sólo en términos etarios -las nuevas generaciones de jóvenes con sus características a finales de la segunda década del siglo XXI-, ni sociológicos -amplia urbanización y amplio uso de las tecnologías de la información en la vida cotidiana-, sino también en "tectónicos" cambios en el liderazgo de la izquierda regional.
Para el surgimiento del Grupo de Puebla había muerto en 2016 Fidel Castro, el líder indiscutido de la izquierda latinoamericana que había gobernado por casi medio siglo al régimen comunista de la isla y Luis Inácio "Lula" da Silva se encontraba en la cárcel, debido a las condenas que pesaban contra él por el escándalo "Lava Jato"14.
Se trató de una reconfiguración de la izquierda regional en un contexto donde la derecha se había alzado con varios gobiernos de la región en las elecciones del periodo precedente y los principales elementos de la propuesta ética del progresismo habían sido asimilados por la derecha, era necesario reconfigurar también el discurso para diferenciarse en el próximo ciclo electoral en la región.
Una de las características que saltan a la vista es que, a modo de una red social, el Grupo de Puebla cuenta con integrantes que lo hacen a título personal, varios de ellos pueden considerarse figuras prominentes en sus respectivos países, que, si bien pueden compartir partidos, organizaciones o luchas comunes, su adscripción al Grupo es exclusivamente individual.
Mientras que el Foro de Sao Paulo, casi tres décadas atrás formulase como paradigma trabajar por "una América Latina no autoritaria, desmilitarizada y plenamente amistosa" (Kostiuk 2019: 156), el Grupo de Puebla en su declaración fundacional indicaría que se constituiría como "el Grupo Progresista Latinoamericano" (Grupo de Puebla 2019).
El Grupo de Puebla se autodefine como un espacio de reflexión y de intercambio político en Latinoamérica, que respeta las preferencias partidarias de sus participantes con el objetivo analizar desafíos compartidos y de trazar iniciativas conjuntas, en pos de un desarrollo integral. Específicamente indica un contexto concreto en que surge, en el que existiría una hegemonía comunicacional ejercida por las derechas en la región y un monopolio de las nuevas tecnologías ante los cuales proponen un trabajo que denuncie los intereses de la derecha y promueva la igualdad; empleando la solidaridad para hacer frente a los embates políticos y más aún las embestidas de la guerra judicial (Grupo de Puebla 2019).
En esta autodefinición se introduce un matiz que parece sutil, pero es sustantivo, la reivindicación de la igualdad como valor preponderante en la izquierda se mantiene, pero ampliaría el núcleo de reflexión pasando de la ortodoxia económica -que seguía siendo el núcleo tanto del socialismo del siglo XX como del socialismo del siglo XXI- a cierto pluralismo que permitiría amalgamar diversos matices -socialdemócratas, socialistas, socioliberales, comunistas, independientes, feministas, progresistas, ambientalistas, indigenistas, entre otros- en causas compartidas a nivel continental, con acciones colectivas que pasaban por la promoción de la toma de posiciones en conjunto frente a hechos de la coyuntura latinoamericana a través de pronunciamientos que demostrasen unidad.
Serían tres las declaraciones que emergieron de ese primer encuentro, (i) la Declaración oficial de Puebla -que se ha venido presentado-, (ii) la necesidad de responder ante la guerra judicial o "lawfare", que denunciaba un ensañamiento de la justicia brasileña contra Lula da Silva por el caso Lava Jato y (iii) la promoción del diálogo en Venezuela, ante la tensión entre el gobierno de Nicolás Maduro y la presidencia alterna de Juan Guaidó como Presidente de la Asamblea Nacional, que era reconocida por EE.UU. y la Unión Europea.
Por último, el Grupo de Puebla buscaba corregir la fama que sembró el Foro de Sao Paulo como una organización creada para conspirar en la región en su propósito de conquistar el poder y no ocurrieran situaciones que pusieran en duda el carácter democrático de quienes la integraban, sumando con mayor preponderancia agendas emergentes más cercanas a las nuevas generaciones como la feminista y la ambientalista.
En la creación del Grupo de Puebla participarían personalidades con amplia experiencia en materia política de la región, como los presidentes Lula da Silva y Dilma Rousseff de Brasil, Fernando Lugo de Paraguay, Rafael Correa de Ecuador, Alberto Fernández de Argentina, Leonel Fernández de República Dominicana, José Mujica de Uruguay, Evo Morales de Bolivia, José Luis Rodríguez Zapatero de España, Ernesto Samper de Colombia, Martín Torrijos de Panamá y Manuel Zelaya de Honduras, junto a ex cancilleres, ministros y congresistas de varios países todos relacionados con la izquierda latinoamericana.
Es relevante mencionar que en el caso colombiano, junto al ex presidente liberal Ernesto Samper quienes participaron en su fundación provinieron de la extracción democrática de la izquierda del país cafetero y no de la armada, teniendo en cuenta que ya para 2019 se había producido la desmovilización de las FARC-ЕР, se cuentan entre sus fundadores el senador Iván Cepeda y la ex alcaldesa de Bogotá Clara López, ambos del Polo Democrático Alternativo; la representante a la Cámara María José Pizarro por la "Lista de la decencia", una coalición de partidos de centro e izquierda que tuvo a Gustavo Petro como candidato presidencial en 2018, quedando en segundo lugar en el balotaje (Grupo de Puebla 2023).
El Grupo de Puebla ha celebrado en su primer quinquenio de existencia un encuentro presencial cada año, de los cuales 3 se han celebrado en México -2019, 2021 y 2023-, uno en Argentina -2019- y uno en Colombia -2022junto a 4 encuentros virtuales durante la pandemia del Covid-19 en 2020.
No se puede establecer una causalidad, pero desde la fecha de creación del Grupo de Puebla la izquierda volvió al poder en varios gobiernos de la región y en lugares como Colombia, lo logró por primera vez.
La asunción de Alberto Fernández al gobierno en Argentina (2019), Luis Arce en Bolivia (2020), Pedro Castillo en Perú (2021), Xiomara Castro en Honduras, Gabriel Borich en Chile y Gustavo Petro en Colombia (2022) y Lula da Silva en Brasil (2023) marcaron un giro regional que sólo dejó tres pequeñas manchas en el mapa sin pasar a la izquierda: Ecuador, Uruguay y El Salvador.
Conclusiones
El Foro de Sao Paulo dejó una experiencia continental de colaboración en un momento de crisis del sistema internacional, pero también para la izquierda política a nivel internacional y sobre todo a la latinoamericana tras la desintegración de la URSS era necesario redefinir los objetivos y estrategias, así como articular esfuerzos y recursos ante un escenario que se consideraba imposible a partir de la teoría marxista.
El socialismo del siglo XXI logró convertirse en un fenómeno político que, con recursos discursivos, económicos y de liderazgo que marcaría la forma de hacer política en la izquierda de la región, alcanzando una expansión preponderante en términos regionales, pero cuya crisis arrastraría un comportamiento de péndulo en el ámbito electoral que era necesario atender con elementos novedosos, acorde a los cambios tecnológicos y generacionales que habían variado en la segunda década del siglo XXL
Por su parte, el Grupo de Lima se convirtió en una competencia ideológica, demostrando que la derecha de la región podía copiar las buenas prácticas de la izquierda en materia de articulación de recursos y despliegue de iniciativas continentales, aunque resultó efímero en el tiempo, servirá como antecedente para este espectro político en la región.
El Grupo de Puebla, aunque conserva el propósito de articulación de la izquierda y reúne a los principales líderes de izquierda ya no sólo de América Latina sino también de España, Portugal e Italia, ha servido para de alguna forma llenar el vacío que dejó la muerte y encarcelación de los líderes históricos de la izquierda en la región, liderazgos que no son fáciles de reemplazar.
La efectividad tanto del Foro de Sao Paulo como del Grupo de Puebla se puede encontrar en que tras su conformación la izquierda alcanzó victorias democráticas en varios países de la región, encontrando la forma de capotear los errores macroeconómicos, escándalos de corrupción, crisis humanitarias y la competencia de sus adversarios políticos demostrándose capaz de amasar nuevos éxitos electorales, que ya la derecha desearía.
1 ([email protected]). Director del Centro de Gobierno José Luis Bustamante y Rivero del Departamento de Derecho y Ciencia Política de la Universidad Católica San Pablo (Arequipa-Perú), entre sus publicaciones más recientes se encuentran: "The Elites in Twenty-First-Century Populism". In: Chacko Chennattuserry, J., Deshpande, M., Hong, P. (eds) Encyclopedia of New Populism and Responses in the 21st Century. Springer, 2023, Singapore, https://doi.org/10.1007/978-981-16-98590136-1 y "La seguridad pública en los sistemas jurídicos de América Latina" en: Cossio, M.D. & Mesa, J.C. (Coords.) La seguridad pública en los sistemas jurídicos de América Latina. Universidad Autónoma de Nayarit, 2023, Tepic. ISBN 978-607-8863-29-7.
2 Un ejemplo de ello se observa en el Perú, donde costó mucho trabajo tener una coalición política como Izquierda Unida que alcanzó a reunir a nueve corrientes distintas por espacio de una década (1980-1990), tras lo cual volvió a fragmentarse.
3 Esto lo ilustra el caso peruano en la década de 1980 con el surgimiento casi simultáneo del Partido Comunista del Perú -Sendero Luminoso, de corte Maoista y el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru de corte cubano-. También en el caso colombiano se observan la dispersión de varios grupos insurgentes como las FARC-ЕР, el ELN, el EPL, M-19, entre otros.
4 El Frente Amplio había alcanzado el poder en Uruguay desde el 2005 con Tabaré Vásquez, pero éste siempre estuvo más próximo al centro, mientras que José Mujica tuvo un compromiso ideológico más preponderante, que vertió sin matices en su estilo de gobierno.
5 Quien ya había sido presidente en una primera ocasión entre 1974 y 1979.
6 Carlos Andrés Pérez habría aportado 17 millones de dólares a la seguridad de la recién elegida presidenta de Nicaragua Violeta Barrios de Chamorro en 1990 en la denominada «Operación Orquídea» (BBC Mundo, S.F.).
7 Para mayor detalle del Pacto de Punto Fijo se puede leer (Acción Democrática, Partido Social Cristiano Copei, & Unión Republicana Democrática, 2005).
8 Ya había sido presidente en un primer periodo de 1969 a 1974.
9 Según sostiene Marta Harnecker, Hugo Chávez acuñaría el término por primera vez de forma pública en la clausura del Foro Social Mundial el 30 de enero de 2005 en Porto Alegre -Brasil-; también reconoce que teóricamente el primero en emplearlo fue el sociólogo chileno Tomás Moulián en El socialismo del siglo XXL La quinta vía (Harnecker 2010: 29-30).
10 La tesis del socialismo de los indígenas americanos fue sostenida por el pensador peruano José Carlos Mariátegui (Harnecker 2010: 30).
11 Colombia no había tenido hasta 2022 ningún gobierno de izquierda, pero hubo matices entre Juan Manuel Santos (2010-2018) y su sucesor, respecto al proceso de paz de las PARC, donde el partido de Iván Duque fue opositor a dicha política de Estado que lo disponía a la derecha de su antecesor.
12 Antes de la elección de Jair Bolsonaro, se debe mencionar el mandato de Michel Temer quien fuese presidente de Brasil de 2016 a 2018 tras el juicio político que destituyó en el Senado a la presidente Dilma Rousseff, de quien fuera su vicepresidente. Su gobierno serviría de bisagra en el cambio pendular que sufrió Brasil con la elección de Jair Bolsonaro.
13 Aquí se puede contar a Lenin Moreno, presidente del Ecuador entre 2017 y 2021, como un líder dentro del cambio de péndulo, pero con una trayectoria distinta a la de los demás, debido a que toda su vida política la había hecho dentro de la izquierda, al llegar a la presidencia decide alejarse de Rafael Correa y desarrollar un estilo de gobierno de centro abriendo caminos de entendimiento con la otrora oposición a Rafael Correa.
14 Lula sería excarcelado en noviembre de 2019 cuando el poder judicial brasileño revocó sus condenas.
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Abstract
La conquista del poder por la izquierda ha tenido un carácter internacional desde su génesis en el siglo XIX. Esta aproximación colaborativa permite contextualizar lo que significó el Foro de Sao Paulo a finales del siglo XX para la izquierda latinoamericana tras la desintegración de la URSS. Por lo que se analiza al Socialismo del siglo XXI como su principal producto, explicando las circunstancias que permitieron su surgimiento en Venezuela, así como su proceso de expansión y crisis, que se vería acentuada por la muerte de los líderes históricos de la izquierda latinoamericana. Finalmente, se presenta al Grupo de Puebla como una respuesta a la iniciativa articuladora de la derecha en América Latina, el Grupo de Lima, indicando por medio de ello los elementos de continuidad y disruption con el Foro de Sao Paulo, sirviendo como instancia articuladora de la izquierda en la región.