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RESUMEN
En el debate actual acerca de la crisis climática, de sus causas, consecuencias y soluciones, sostendremos que el hegemónico discurso del Antropoceno implica una perspectiva antropológica, ecológica, histórica y científca pro-blemática, asentada sobre el dualismo cartesiano, que difculta encarar una salida justa a dicha crisis. Por ello, tras exponer los principales supuestos del Antropoceno, proponemos realizar una crítica de los mismos, y ponerlos en conversación con otras perspectivas actuales tales como el Wasteocene, que centran sus esfuerzos en explicar el cambio de periodo geológico desde factores concretos como los residuos. Dichos elementos, sin embargo, sólo cobrarán importancia por el papel que juegan dentro de la estructura capitalista, de modo tal que comprender el capitalismo como un modo de organizar la naturaleza, es decir, como una ecología-mundo, supone asumir una pro-puesta, más amplia, histórica y estructural: la perspectiva del Capitaloceno.
Concluiremos, no obstante, que el propio capitalismo es una estructura material construida sobre los cimientos ideológicos del pensamiento occidental, y que el modo en que se aproxima a la naturaleza es anterior al propio dua-lismo cartesiano. Si la infexión material del cambio climático puede situarse en 1492, con el inicio de la apropiación capitalista de la naturaleza global, su infexión mental la situaremos en el siglo V a.C., con la desvivifcación de la naturaleza emprendida en la cuna de la civilización occidental, en la Grecia antigua. Así, concluiremos que no será el anthropos, sino el capitalismo, a través de su fundación intelectual occidental quien nos conduce a un nuevo período geológico: el Occidentaloceno.
Introducción 1
El presente artículo se enmarca en la discusión contemporánea acerca de los orígenes del cambio climático, derivados de las relaciones disfuncionales entabladas entre los humanos y su entorno. Desde hace apenas una década, la violencia con la que numerosos desastres medioambientales y eventos climáticos extremos han impactado en comunidades humanas y animales, han permitido asentar la verdad de que el clima del planeta ha cambiado de manera irreversible (Crutzen, 2006). Sin embargo, una vez asumida dicha verdad, se abre ahora el debate acerca de cuál de todos los relatos que estudian al ser humano, a la natu-raleza, y las relaciones que guardan entre sí, narra de manera más acertada el drama de la emergencia climática. En este debate, un relato se erige como hegemónico, el relato del Antropoceno, al que dedicaremos la primera parte del artículo.
La virtud que posee este relato, como veremos, es la de haber sido el primero en reali-zar el esfuerzo teórico por aplicar una mirada abarcadora y relacional sobre los problemas ambientales y los grupos humanos (Bonneuil y Fressoz, 2016). Sin embargo, argumenta-remos que se trata de un enfoque apoyado en la falacia de la generalización al basarse en una abstracción especista que concibe a la humanidad como un actor unitario opacando así su diversidad y atribuyendo de este modo la responsabilidad del cambio climático a un fcticio conjunto homogéneo. En contra de las injusticias implicadas en las interpretacio-nes antropocénicas, se componen discursos alternativos, a los que nos acercaremos en un segundo momento, de entre los cuales destacaremos el del Capitaloceno como sólida alternativa.
Eludiendo la falacia de generalización, el del Capitaloceno será el relato que logre eviden-ciar que, más allá de la abstracción de la humanidad, la concreción del sistema capitalista en sus modos de apropiación y explotación tecnológica de la naturaleza será lo que dispare el proceso imparable de la modifcación climática (Moore, 2016a). De esta manera, el capi-talismo, desde las coordenadas teóricas del Capitaloceno, sería el artífce de la composición tanto ideológica, por medio de la ciencia ilustrada, como material, por medios tecnológicos, de una naturaleza sometida al gobierno del principio de acumulación.
Sin embargo, como veremos en la última parte del artículo, el propio relato del Capitaloce-no podría ser rectifcado y ampliado, si nos atenemos a la dependencia del propio capitalismo de las ideas de naturaleza y del desarrollo tecnocientífco que preceden a su fundación, y que resultaran ser el origen de la propia civilización occidental. Efectivamente, si, tal y como como subrayará el Capitaloceno, la infexión material del cambio climático puede situarse en 1492, con el inicio de la apropiación capitalista de la naturaleza global, su infexión mental se situaría en el siglo V a.C, con la desvivifcación de la naturaleza emprendida en la cuna de la civilización occidental, en la Grecia antigua. Estas refexiones nos permitirán, por tanto, fnalmente, aportar al debate entre relatos nuestra propuesta del Occidentaloceno.
1. El marco antropocénico
El término Antropoceno fue acuñado informalmente por Eugene F. Stoermer en los años ochenta. Sin embargo, no será hasta principios del siglo XXI cuando el premio Nobel Paul Crutzen popularice el término para referirse al actual periodo geológico del planeta (Trischler, 2016). La perspectiva de Crutzen tendrá un impacto decisivo sobre los estudios medioam-bientales al abrir un profundo debate que, tras copar las discusiones principales en los foros geológicos, trascenderá posteriormente a las ciencias humanas y sociales hasta el punto de convertirse, después, en un paradigma de masas.
El núcleo discusivo inicial radicará sobre la existencia o no de un nuevo periodo geológico. La Unión Internacional de las Ciencias Geológicas (IUGS), organismo internacional encargado de defnir la división hegemónica de los tiempos geológicos, apostará por mantener que se-guimos viviendo en el Holoceno, periodo iniciado hace aproximadamente once mil años, con el fn del Pleistoceno. Esta postura se sustentará sobre el hecho de que el periodo holocénico, caracterizado por ofrecer un clima templado y estable durante el cual el homo sapiens desarrolló la agricultura y la urbanización, sigue vigente. Sin embargo, la escuela de Stoermer y Crutzen indicará lo contrario, señalando que las grandes distorsiones medioambientales pro-vocadas por la actividad humana nos permiten deducir que la tierra ha entrado en un nuevo periodo caracterizado por haber convertido al ser humano en una fuerza telúrica capaz, por sí sola, de modifcar el clima del planeta. Es decir, no estaríamos en el Holoceno sino en el Antropoceno, un nuevo periodo geológico impulsado por la actividad humana, el anthropos.
Siguiendo este último argumento, Crutzen (2006) iniciará una serie de detallados estudios orientados a explicar, a través de los datos, el increíble impacto que ha tenido el ser humano sobre el medioambiente. Con ello dará pie a toda una escuela de pensamiento, que aquí de-nominaremos como antropocénica, orientada a investigar sobre las causas y consecuencias de este nuevo momento climático del planeta. Algunas de las principales causas esgrimidas para justifcar el inicio del Antropoceno serían las siguientes:
o La multiplicación por diez, en tres siglos, del número de seres humanos habitando el planeta.
o El crecimiento, en los últimos tres siglos, de más de mil cuatrocientos millones de unidades de ganado presente en la tierra.
o La multiplicación por trece de la urbanización planetaria en el último siglo.
o La multiplicación por cuarenta de la producción industrial mundial desde 1890.
o La multiplicación por dieciséis del uso mundial de energía entre 1890 y 1990.
Consecuencia de estos factores serían los siguientes puntos:
o La multiplicación por diecisiete de las emisiones mundiales de carbono y por trece de las emisiones de dióxido de azufre durante el periodo 1890-1990.
o La aceleración sin precedentes de especies naturales extintas tanto en la tierra como en los océanos, a causa de la acidifcación, pudiéndose hablar ya de una sexta extinción masiva.
o La transformación de entre el 30% y el 50% de la tierra emergida por la humanidad que ha multiplicado por dos las áreas cultivadas y ha reducido un 20% los bosques mundiales.
o Formación de un agujero en la capa de ozono no recuperable antes de cuatro y cinco décadas.
o El aumento en medio grado de la temperatura media global, que podría ser de entre 1,4 y 5,8 grados en el siglo veintiuno lo que, a su vez, podría implicar una subida de entre nueve y ochenta y ocho centímetros el nivel del mar.
Hemos indicado, por supuesto, solo algunos de los datos más impactantes de una lista mucho más extensa que permite intuir que el clima terrestre no podría volver a regirse por patrones naturales hasta dentro de, al menos, unos cincuenta mil años.
Considerando que, en el tiempo presente, la humanidad consume 1,5 veces lo que la tierra es capaz de producir anualmente, que en cuatro millones de años nunca se alcanzaron los ni-veles actuales de CO2 atmosférico, y que el colapso de la biodiversidad solo es comparable con las últimas cinco extinciones masivas, podemos intuir un nivel de destrucción medioambiental sin precedentes (Bonneuil y Fressoz, 2016).
¿Es ello sufciente para afrmar el fn del Holoceno? Ciertamente el impacto humano sobre la tierra no admite discusión, caso diferente es su consideración como nuevo periodo geológico y, de serlo, cómo caracterizarlo. Y es que el inexistente consenso geológico viene trascendido por una discusión mucho más amplia sobre los elementos históricos, políticos y sociales defnitorios de este periodo, que nos indican que el Antropoceno es un término en disputa (Leonardi y Barbero, 2017).
En la próxima sección veremos cuáles han sido las principales críticas vertidas sobre esta perspectiva, indicativas de la existencia de un rico debate en torno a la comprensión, pero tam-bién a las acciones de respuesta a adoptar frente al Antropoceno.
2. La discusión antropocénica
Siendo un concepto y perspectiva en disputa, coincidimos con Bonneuil y Fressoz (2016) en afrmar que el mayor mérito de la discusión antropocénica reside en haber establecido una nueva narrativa sobre la historia de la tierra que permita abrir vías de acción pare revertir su destrucción. Como indica Sinaï (2016), ello ha impulsado un creciente interés por los estudios medioambien-tales, dando pie al surgimiento de una robusta comunidad científca que ha permitido generar un amplio consenso social sobre la existencia de tres realidades: el cambio climático, la radioactividad difusa y la artifcialización del mundo. Otra ventaja del Antropoceno es que, en palabras del propio Crutzen (2006), se trata de una discusión abierta que, en concordancia con Moore (2016b), podemos dividir en dos amplios campos: el Antropoceno Geológico y el Antropoceno Popular.
El Antropoceno Geológico es una perspectiva de ciencias naturales referente a la escuela iniciada por Stoermer y Crutzen orientada a trazar los impactos medibles de las comunidades humanas sobre el planeta. Se caracteriza así por analizar dimensiones tales como el nivel de CO2 atmosférico, el grado de deshielo de los polos o la radioactividad presente en territorios como Chernóbil o Fukushima.
El Antropoceno Popular, es, en cambio, una perspectiva de ciencias humanas y sociales que alude a "una forma de pensar los orígenes y la evolución de la crisis ecológica moderna" (Moore, 2016b). En este campo no se discute acerca de los efectos físicos y tangibles que la actividad humana tiene sobre el planeta, sino que se plantean tres preguntas fundamentales: ¿qué tipo de crisis ecológica enfrentamos en el siglo XXI?, ¿cuándo se originó esta crisis? y ¿qué fuerzas la han impulsado?
Frente al Antropoceno Geológico, cuya propuesta ha sido ampliamente aceptada (más allá de su consideración como nuevo periodo geológico), el Antropoceno Popular ha originado una prolífca discusión académica tanto en el campo estructuralista como en el de la ecología política. Y es que, hablar de política es hablar de conficto y de poder, unas dimensiones que la perspectiva de Crutzen no aborda pero que, tal como indican Leonardi y Barbero, vienen dadas por la "profunda polisemia de la noción de Antropoceno, que, por un lado, produce con-fusión y malentendidos, mientras que, por otro, amplía el espectro analítico" (2017, p. 7). Al ser un concepto carente de un claro signifcante, su interpretación queda sujeta no solo a la voluntad de quien la maneja sino a sus intereses y relaciones de poder, lo que, en defnitiva, viene a refejar las diversas posturas analíticas que puede abarcar.
En este punto podemos señalar dos posturas bien diferenciadas. Un bloque lo conforman quienes sostienen el marco antropocénico, sosteniendo el concepto, pero discutiendo sobre su conformación, mientras que el otro podríamos califcarlo como bloque crítico, orientado a desbaratar los postulados del Antropoceno con el fn de construir teorías alternativas que, a juicio de sus impulsores, refejan mejor la realidad ecológica-mundial.
El primer bloque anteriormente mencionado presenta, tal como indican Bonneuil y Fres-soz (2016), una serie de rasgos comunes. El primero de ellos tiene que ver con la narración histórica sobre los orígenes, eventos fundamentales y fases que ha experimentado el An-tropoceno. En segundo lugar, es importante resaltar que toda perspectiva antropocénica es ecocéntrica, al considerar la tierra como un sistema complejo. Por último, en tercer lugar, los estudios del Antropoceno consideran a la humanidad tanto una entidad biológica como un agente geológico. Estos tres campos dirimen la batalla dialéctica sobre la amplitud, dimen-sión y características del periodo antropocénico.
Sobre el primer punto, referente a la narrativa histórica, la principal divergencia tiende a residir en torno a cuándo situar los inicios del Antropoceno. La explicación hegemónica, aportada por Crutzen (2006), fja el comienzo de este período geológico en 1782 por dos razones: es la fecha simbólica en que se creó la máquina de vapor y se sitúa en el siglo XVIII, momento en el que los glaciares muestran un signifcativo aumento de gases como el CO2, el CH4 y el N2O. Otros autores, en cambio, consideran que los inicios del Antropo-ceno son anteriores.
Así, por ejemplo, para Morton (2014) este periodo comenzaría con el inicio de la agricultura, pues esta supondrá la primera gran transformación antropocéntrica del medioambiente, que conllevará la imposición del orden humano sobre la naturaleza que ha sido -y es- causante, a día de hoy, del cambio climático. Por su parte, para autores como Lewis y Maslin (2015), al igual que Moore (2016a), la fecha de inicio del periodo antropocénico se situaría en 1492, con la conquista europea de América pues será cuando se produzca una verdadera globalización de la comida (patata, tomate, etcétera) y del ganado.
A estas posturas cabe añadir la mantenida por el grupo de trabajo sobre el Antropoceno, per-teneciente a la IUGS, que aboga por ubicar el inicio de este periodo durante el conocido como golden peak, la etapa inmediatamente posterior a la Segunda Guerra Mundial, caracterizada, entre otros, por un drástico aumento mundial de las emisiones de gases de efecto invernadero y un crecimiento sin precedentes de la urbanización (Leonardi y Barbero, 2017).
Todos estos argumentos, pese a su disparidad, parten de razonamientos bien fundamenta-dos, siendo así que incluso algunos de los autores e instituciones que defenden estas posicio-nes tienden a reconocer que los planteamientos alternativos a los suyos tienen sentido, lo cual sin duda refeja el inherente carácter político de los debates sobre el Antropoceno.
En cuanto al segundo punto de la discusión antropocénica, referente a la consideración de la tierra como entidad compleja, suele haber dos posturas enfrentadas que diferen en torno a las propias características del planeta y el rol de la humanidad en él. Así, mientras algunas co-rrientes tienden a percibir la tierra como un organismo o como una máquina, es decir, como un todo, una única matriz, otras aplican la teoría general de sistemas, viendo el planeta como un objeto disgregable en partes que pueden analizarse individualmente y en interacción. Para las corrientes organicistas o mecanicistas, la humanidad puede ser así, o bien un agente externo distorsionador (por ejemplo, un elemento que estaría forzando la maquinaria terrestre) o una parte dañada de ese organismo, que forma parte de la misma matriz. En cambio, las perspec-tivas sistémicas, dependiendo de la jerarquía que otorguen a la humanidad dentro de sus es-quemas, tienden a situarla ya sea como un elemento más dentro del orden natural del planeta o como el elemento fundamental que determina el funcionamiento del todo, lo que Bonneuil y Fressoz (2016, p. 54) califcan como "excepcionalismo humano".
En cuanto a los debates del tercer punto, sobre la consideración de la humanidad como enti-dad biológica y agente geológico, tienden a girar en torno a quién es responsable del Antropoce-no, ¿lo es la humanidad en su conjunto? Sobre ello, la perspectiva de Crutzen parte de un uni-versalismo abstracto que considera a la humanidad como un ente único, un actor cuyas acciones han derivado en la actual crisis medioambiental. Sin embargo, las corrientes que abogan por una justicia medioambiental global (Eckersley, 2007) otorgan una mayor responsabilidad a las socie-dades de los países industrializados que a las de la periferia mundial indicando, además, la res-ponsabilidad de las actuales generaciones sobre la realidad material que vivirán las venideras.
Como puede deducirse, el marco antropocénico abarca una discusión de gran amplitud de posturas, indicando la complejidad del marco propuesto. No obstante, como señalamos ante-riormente, este es solo uno de los dos bloques de discusión existentes en el campo del An-tropoceno Popular. El otro bloque, que hemos denominado como crítico, será analizado en la siguiente sección.
3. El Capitaloceno como crítica a los enfoques hegemónicos sobre la crisis climática
Tal como venimos mencionando, pese a la riqueza discusiva existente en el marco antropo-cénico, una serie de corrientes han considerado sus postulados principales como erróneos y, por tanto, imposibles de ubicar en el marco crítico de esta misma perspectiva al entender que reproduce de por sí algunos de los esquemas causantes del deterioro ambiental planetario.
Así, bajo la etiqueta de bloque crítico incorporamos a todas aquellas posturas marcadas por su oposición al Antropoceno (que podríamos también llamar antiantropocénicas). La literatura en este campo es muy amplia, pero cabe indicar que pocas posturas han sido sufcientemente desarrolladas como para conformar un corpus teórico robusto que pueda hacer contrapeso al marco hegemónico. Es por ello por lo que consideramos que la única teoría sólida capaz de abrir una línea de estudios tan amplia como para generar un debate académico relevante es el Capitaloceno impulsado por Jason W. Moore (2016a).
La oposición inicial del Capitaloceno al marco del Antropoceno partirá de dos críticas de base: su reproducción del dualismo cartesiano y su consideración de la humanidad en abstracto como actor único responsable de la crisis climática. Frente a ello, el Capitaloceno, "una palabra fea para un sistema feo" (Moore, 2016a, p. 5), se construirá sobre una perspectiva basada, por un lado, en considerar que humanidad y naturaleza conforman una misma matriz y, por otro, en entender que el verdadero agente geológico causante del cambio climático es el sistema ca-pitalista histórico-global. La síntesis de esos elementos llevaría a deducir que el actual periodo geológico no será el Antropoceno, pues el anthropos no es quien ha cambiado el clima, sino que será el Capitaloceno, al ser el capitalismo la fuerza impulsora de esta transformación ecológica.
En lo referente a la primera crítica, podemos indicar que se orienta a deconstruir lo que ha sido denominado por el ecofeminismo como "dualismo flosófco" (Bretherton, 1996) o por el estructuralismo como "dualismo cartesiano" (Moore, 2015a), dos etiquetas que aluden a lo mismo: la asumida separación ilustrada entre seres humanos y naturaleza como si fueran dos sustancias diferenciadas.
Según estos postulados, desde la Ilustración, el pensamiento científco se habría construido en torno a un consenso implícito: por un lado, existiría el mundo de los seres humanos, que representa el logos, es decir, lo racional, refexivo, la civilización, el progreso, y, por el otro lado, existiría la naturaleza, que representa el espacio físico, inanimado e inmoral, donde reina lo sal-vaje. Esta separación entre la esfera de la civilización humana y la salvaje naturaleza implicaría que los seres humanos, dotados de razón, son superiores, pues disponen de la capacidad para pensar su entorno y transformarlo mediante la razón, para alcanzar el progreso. La naturaleza sería, por tanto, un lugar pasivo, un set de objetos y cosas disponibles para que la humanidad se apropie de ellos y, de este modo, logre transitar con éxito la senda del desarrollo.
Ello reproduce, además, una perspectiva teleológica: la historia de la humanidad es lineal, y mediante el creciente conocimiento del espacio natural y su apropiación, los seres humanos se acercarían más a su causa fnal, que varía según la óptica que se adopte, ya sea religiosa (acercarse a Dios) o política (por ejemplo, el comunismo entendido como la plena igualdad que permita la abolición del estado).
El Capitaloceno parte de la premisa de que la división humanidad/naturaleza es artifcial al no corresponderse con una realidad en la que, de manera efectiva, toda la vida sobre la tierra está interrelacionada o ¿es acaso posible vivir sin oxígeno, alimentos o agua?
Pero la mayor crítica del Capitaloceno al dualismo cartesiano parte de que este, al cons-truir la naturaleza como inferior y dominable, ha legitimado el proceso de apropiación de sus recursos que de ella ha hecho el capitalismo. Las corrientes ecofeministas y el pensamiento decolonial han señalado, además, que, en este dualismo, tanto las mujeres como las colonias han sido situadas en el lado de la naturaleza, lo que ha legitimado, en pos del progreso, su explotación en la historia del capitalismo.
Volvemos de esta forma a la posición teórica de base de esta corriente: el ecocentrismo. Si se rompe con este dualismo, y se analiza a la humanidad-en-la-naturaleza, entonces se rompe simultáneamente con la aritmética verde, pensamiento hegemónico del ecologismo mainstream que analiza la realidad bajo una supuesta unidad formada por la adición de la sustancia humana y la sustancia naturaleza, reproduciendo de nuevo el dualismo an-tropocénico. El ecocentrismo, así, permite entender que el planeta tierra forma un único ecosistema donde toda la vida es interdependiente y, por lo tanto, requiere de una misma protección. La naturaleza bajo esta óptica es moral per se y no existe solo por su utilidad para los seres humanos. Por este motivo Moore (2015a), como impulsor del marco capi-talocénico, en vez de hablar de naturaleza y humanidad, habla de naturalezas en plural, humana y extra-humana.
Las consecuencias teóricas (y potencialmente prácticas) del dualismo cartesiano derivan en una construcción de la naturaleza como algo apropiable, barato en términos de com-posición de valor (Moore, 2014a), una estrategia funcional a los procesos de acumulación capitalista. Esta perspectiva se ubica, por tanto, en la génesis del sistema capitalista, sir-viendo para la apropiación de plusvalías tanto del trabajo humano como de la explotación de la naturaleza extrahumana, indispensables para la expansión acumulativa. La diferen-cia entre ambos radica en el hecho de que, si bien para el primero se ha establecido un valor mínimo (salvo en el caso de los esclavos) que permita la reproducción social de los individuos, la segunda ha sido apropiada sin atender a la tasa natural de reposición de los elementos.
Esto es lo que Wallerstein denominó "el sucio secreto del capitalismo" (1999) refriéndose a la tendencia inherente del esquema productivo a no hacerse cargo de los efectos que su apropiación de recursos tiene sobre el planeta. Para Moore (2015b) esto implica que el siste-ma, al transformar la naturaleza en un sentido capitalista, pone el foco sobre los benefcios inmediatos sin atender al hecho de que en realidad está generando "valor negativo" pues, a la larga, no solo destruye, sino que produce un entorno hostil a la acumulación de capital, al derivar en efectos nocivos como el cambio climático. Esta tendencia autodestructiva es lo que O'Connor (1998) llamó la "segunda contradicción del capitalismo" pues, además de la primera contradicción expuesta por Marx, referente al hecho de que la explotación del proletariado empujaría a este a organizarse y llevar a cabo la revolución que derribaría el sistema, cabría añadir el hecho de que la explotación de la naturaleza terminará aniquilando las propias posibilidades de supervivencia del sistema capitalista.
Ello nos lleva a la segunda crítica al Antropoceno y su consideración de la humanidad como un actor unitario. Y es que, el Capitaloceno es tal porque el medioambiente ha sido destruido principalmente por los estados del centro mundial, aunque afecte con mayor dureza a aque-llos situados en la periferia y porque, dentro de esos Estados centrales, solo una minoría ha promovido y se ha benefciado de tal proyecto. El Capitaloceno, por tanto, sostiene que no existe la humanidad como categoría, sino que el medioambiente y los seres humanos han sido explotados por igual en favor del sistema capitalista, del que es benefciario el 1% de la población mundial. Por ello, el Antropoceno, al hablar de la humanidad como un actor único abstracto, reproduce ese dualismo sin entender que la inmensa mayoría de los seres huma-nos ha sido, y está siendo, junto a la naturaleza extra-humana, afectada de manera irreversible por el capitalismo.
En cuanto a los inicios del Capitaloceno, como ya mencionamos anteriormente, sus teóri-cos mantienen que daría comienzo en 1492, al inicio del largo siglo dieciséis, momento en el cual se formaron las relaciones sociales de producción que constituirán la posibilidad de que emerja la economía fósil. No se trataría así de cuándo empieza a alterarse el CO2 mundial, sino de cuando se generan las condiciones socio-productivas para que esto suceda.
Este conjunto de premisas articulará una perspectiva que servirá para comprender los factores estructurales y dinámicas sistémicas tras el cambio de periodo geológico, asentán-dose sobre el amplio corpus teórico de la escuela braudeliano-estructuralista en Relaciones Internacionales y su conocimiento del capitalismo como superestructura histórico-global. Más precisamente, el Capitaloceno será enmarcable dentro de la ecología-mundo (Moore 2014b), al ser el resultado climático de siglos de apropiación sistémico-global de las naturalezas humana y extrahumana.
En cualquier caso, como hemos señalado, si bien el Capitaloceno constituye la propuesta teórica más robusta para comprender el actual periodo geológico, no es la única perspectiva crítica existente. El propio Moore (2016) recoge algunas de ellas, indicando cómo ciertos au-tores también se oponen al marco del Antropoceno poniendo el foco sobre el capitalismo. A modo de ejemplo podemos señalar el Antroobscene (Parikka, 2014), un periodo caracterizado por el daño obsceno a la naturaleza o el Wasteocene (Armiero, 2021), caracterizado por vivir en un periodo de consumo rápido, donde se agotan los recursos de un planeta que pronto tendrá más residuos que vida dentro de él. Desde el ecofeminismo también se habla de Man-thropocene, indicando que el capitalismo, como sistema patriarcal que somete a las mujeres, es responsable de la destrucción del medioambiente. Y, aunque existen más denominaciones de este periodo, como el Econocene, el Misanthropocene o el Necrocene, en realidad suelen ser etiquetas aplicadas circunstancialmente por determinados autores para referirse a una característica destacable del actual periodo geológico, negando validez al relato antropocéni-co, pero sin desarrollarlas como un conjunto teórico.
También cabe señalar que la perspectiva del Capitaloceno (así como la de otros cenos) no ha sido homogéneamente aceptada por todos los lectores de Marx. Los teóricos de la fractura metabólica, que representan una escuela ecomarxista relevante, deliberadamente apoyan el dualismo cartesiano como una necesidad para entender la crisis ecológica porque defenden que las sociedades humanas ejercen agencia sobre la naturaleza.
En esta línea, autores como Carles Soriano (2022) critican explícitamente la perspectiva del Capitaloceno y defenden la aritmética verde argumentando que la naturaleza sólo puede ser entendida en primer lugar teniendo en cuenta el impacto humano sobre ella. Para estos teóricos, el Capitaloceno es una perspectiva política y no científca, ya que asumen que la ciencia puede ser progresivamente neutral más allá de los condicionantes capitalistas. Sin embargo, la ciencia hegemónica contemporánea, como veremos más adelante, dista mucho de la neutralidad y universalidad promulgadas por el cientifcismo, siendo más bien un enfo-que parcial e interesado, con ambiciones de universalidad. En este sentido, defendemos que el dualismo cartesiano no es neutro sino una perspectiva occidental que divide la realidad en dos esferas separadas cuyo resultado es el sometimiento de la naturaleza a la civilización occidental, legitimando su apropiación para la acumulación.
Nosotros, por nuestra parte, y siguiendo el sendero refexivo abierto por Moore, enmarca-mos nuestra siguiente propuesta asumiendo que el relato antropocénico reproduce las condi-ciones ideológicas que han provocado el cambio climático. Sin embargo, aunque adoptamos la perspectiva de la ecología-mundo, propondremos revisar su comprensión del papel que juegan la ciencia y la tecnología modernas en su fundación. De este modo, ampliaremos el horizonte interpretativo del relato capitalocénico hacia un origen anterior al del propio capita-lismo, en el que las ideas de Naturaleza son las que han moldeado las fuerzas materiales que terminarán modifcando el entorno.
4. Relación Capitalismo-Tecnología
El del Capitaloceno parece ser, en efecto, el relato más abarcador y preciso acerca del ori-gen del cambio climático y de nuestra transición a un nuevo periodo geológico. El proyecto de acumulación infnita que desarrolla el sistema capitalista se pone en marcha, como hemos visto, gracias a la creación de naturaleza barata, la cual a su vez surgiría gracias a la ideación de la naturaleza entendida como una externalidad absoluta de la que el ser humano se halla-ría desligado. Esta "praxis de la Naturaleza Externa", la ejecutarían las diferentes revoluciones que presiden los siglos de expansión del capitalismo, las revoluciones científcas y tecnológi-cas, lo que para Jason Moore serían "los momentos simbólicos de la acumulación primitiva" (2020, p. 236), que facilitarán la manipulación y apropiación de zonas cada vez más amplias de naturaleza. Y es que, para poder explotar capitalistamente la naturaleza sometiéndola a procesos de abaratamiento, es necesario construir la naturaleza como externa, de manera tal que no guarde una relación existencial con la humanidad.
El relato del Capitaloceno se adhiere, por tanto, a la tesis de la condicionalidad del desarro-llo científco-tecnológico por parte del capitalismo, de modo que sería el propio capitalismo el que, a lo largo de su historia, forje "nuevas ideas sobre la naturaleza" (Moore, 2020, p. 166), pero también sobre el ser humano y la relación que guardan entre sí, derivando de ello el famoso binomio cartesiano humanidad/naturaleza. En efecto, el dualismo cartesiano, con su división sin solución de continuidad entre el ser humano entendido como res cogitans, esto es, como sustancia pensante, y la naturaleza como res extensa, esto es, como sustancia material y manipulable, se erige como el supuesto que domina toda refexión, acción y proyecto, en el mundo capitalista. Y este binomio, afrma Moore, no sería más que "una abstracción que nace del desarrollo capitalista y es inmanente a él" (2020, p. 38). La perspectiva del Capitaloceno es, a este respecto, claramente deudora del materialismo histórico, asumiendo que Descartes no pudo pensar lo que pensó, ni escribir lo que escribió, de no ser porque vivió entre 1629 y 1649 en los Países Bajos, "la nación capitalista modelo del siglo XVII" (Moore, 2020, p. 36).
En esta línea se pronunciarán también autores relevantes en la crítica del escenario antro-pocénico, como Carolyn Merchant, o los franceses Christophe Bonneuil y Jean-Baptiste Fres-soz. La propia Merchant, en su importante obra La muerte de la Naturaleza, realiza un estudio pormenorizado del pensamiento y del proyecto científco-tecnológico emprendido por el padre de la ciencia moderna, Francis Bacon. Con él se popularizó el famoso adagio "conocer es po-der", que permitió al propio Descartes afrmar que, conociendo las fuerzas y las acciones de toda materia, podríamos usarlas en benefcio nuestro, "y hacernos así como dueños y posee-dores de la naturaleza" (1965, p. 178). El método científco empleado por Bacon, y que servirá de modelo para la ciencia moderna, se desarrollará siempre en asociación con la tecnología mecánica, alumbrando un nuevo sistema de investigación que unifca el conocimiento con el poder material. De esta manera, los descubrimientos tecnológicos, enfrentados a la naturaleza como sustancia externa, tendrían "el poder de conquistarla y someterla, de sacudir sus cimien-tos" (Merchant, 2020, p. 183).
Desde Bacon, la postura que el científco deberá asumir será la del juez, que, con sus ins-trumentos, su ciencia y tecnología, interrogará y someterá a la naturaleza para arrancarle los secretos que los seres humanos deben conocer en orden a poder ampliar sus zonas de dominio. En palabras del propio Bacon, "los secretos de la naturaleza se revelan mejor bajo el efecto de las vejaciones del arte (de la técnica) que cuando siguen su curso" (Merchant, 2003, p. 146); secretos que permitirán que "recobre ahora el género humano su derecho sobre la naturaleza, el que le compete por legado divino" (Merchant, 2003, p. 175).
Estos planteamientos baconianos, siempre según Merchant, no surgen espontáneamente de la mente del científco, sino que están enraizados en un contexto social de marcado carácter patriarcal en que el propio Bacon desarrolló su labor: un momento de auge de leyes antifemi-nistas, así como de caza y procesos judiciales a mujeres acusadas de brujería. Según Merchant, mucha de la imaginería que empleó Bacon para delinear sus nuevos objetivos y métodos cien-tífcos "derivaban de la sala de tribunal; su representación de la naturaleza como si fuera una mujer torturada por utensilios mecánicos remite directamente a los interrogatorios a las brujas y a los instrumentos mecánicos usados para torturarlas" (2020, p. 179).
Este acercamiento a la naturaleza y su relación hostil aparejada adquiere carácter de método y se institucionalizará en la utopía baconiana de la "Casa de Salomón", su propuesta de un centro de enseñanza que inspirará la actual división tanto de las ciencias como de los trabajos de inves-tigación en laboratorios y cuyo objetivo es el estudio por asedio de una naturaleza susceptible de ser modifcada al antojo humano. En sus laboratorios se trabajará con propuestas que irán desde la bioingeniería, recordando las actuales tecnologías verdes, con las que se pretende "que los árboles y las fores forezcan antes o después de la estación que les corresponde, y que crezcan y fructifquen con más rapidez respecto a como lo harían según su curso natural" (Merchant, 2020, p. 196); hasta la geoingeniería, con la que "imitamos y reproducimos fenómenos atmosféricos, como la nieve, el granizo, la lluvia y la caída artifcial de cuerpos" (Merchant, 2020, p. 198).
Esto se pudo plantear en el siglo XVII y se puede realizar en el siglo XXI, porque la na-turaleza es pensada y vivida como una máquina cuyas piezas, entendidas por separado, pueden ser manipuladas con las tecnologías adecuadas. El mecanicismo, afrma Merchant, se impuso y "apareció cuando los nuevos y más efcientes tipos de maquinaria aceleraron el desarrollo del comercio y los negocios" (2020, p. 241). Es decir, en línea con la teoría ca-pitalocénica, tendría su fundamento en las condiciones materiales impuestas por el primer capitalismo.
Con este diagnóstico coinciden también Bonneuil y Fressoz, quienes sostienen que, en este recorrido, que viene desde el mecanicismo del siglo XVII, "las ciencias compondrían de este modo una naturaleza que el liberalismo y la industria pueden movilizar, un mundus aeconomicus a la medida de su amo industrioso" (2013, p. 224). Las ciencias otorgarían de este modo la coartada necesaria para desplegar las acciones imperialistas del capitalismo. Así, por ejemplo, gracias al geólogo Charles Lylle y su idea de una tierra cuya antigüedad y magnitud en sus procesos es incapaz de verse afectada de manera irreversible por el que-hacer humano, habría ayudado a justifcar la globalización de las prospecciones en el siglo XIX (Bonneuil y Fressoz, 2013, p. 42).
Del mismo modo, el químico Eugène Pèligot, con su idea de "una atmósfera inmensa" ca-paz de asimilar nuestro pequeño aporte de dióxido de carbono, avalaba la despreocupación con la que el industrialismo contaminaba el ambiente a mediados del siglo XIX (Bonneuil y Fressoz, 2013, p. 230). Sin embargo, como proyecto global efectivamente materializado, la construcción de una naturaleza a la medida del imperialismo capitalista, la comprensión del medioambiente como un sistema global que dominar y optimizar, participa, según es-tos historiadores, no ya del mecanicismo de siglos pasados, sino "de una Weltanschauung de mundo cerrado forjada, en cada bloque, por la cultura de la Guerra Fría" (Bonneuil y Fressoz, 2013, p. 108), llegando a afrmar que el proyecto de geoingeniería climática se remontaría a esta última.
A día de hoy, cuando es evidente que la naturaleza no da de sí lo que afrmaban las ciencias de siglos pasados, aún perdura la idea, no sólo en los relatos antropocénicos, sino también en aquellos que lo enmiendan. En el entorno hegemónico, e incluso desde una perspectiva marxista como es la de la fractura metabólica, se sigue creyendo que nuestro poder de modifcación de la naturaleza por medios científco-tecnológicos es la única garan-tía de afrontar el cambio climático y prepararnos para vivir en el nuevo periodo geológico (Soriano, 2022).
Ya tenga su origen esta idea en la baconiana Casa de Salomón del siglo XVII, o en las belicosas relaciones entre el Politburó y la Casa Blanca del siglo XX, el capitalismo aparece en este relato, en cualquier caso, como el artífce de un mundo en el que la naturaleza es una entidad a la que nos enfrentamos con el fn de apropiárnosla, y en el que los científ-cos y sus instrumentos, el conocimiento y la tecnología, tienen el poder y la prerrogativa de gobernar por el bien del anthropos. En efecto, desde que los problemas geopolíticos y medioambientales han alcanzado una envergadura planetaria, relegando la agencia de co-munidades e individuos a zonas cada vez más estrechas de la vida, el tecnopoder emerge como la única guía geohistórica.
Y es que, si los problemas derivados del cambio climático encuentran su única solución en planteamientos de geoingeniería, como la gestión de la radiación solar (Granados Ma-teo, 2021) e incluso de ingeniería humana, a través de la adaptación genética a medioam-bientes alterados (Sandberg y Roache, 2012), el curso de la historia, de la geología y la biología, el poder para su gobierno queda exclusivamente en manos de aquellos que poseen el conocimiento tecnocientífco adecuado.
Así se cumpliría el sueño que, según Merchant, nace del utopismo baconiano, en el cual los científcos "no solo parecían, sino que se comportaban como sacerdotes que tenían el poder de absolver toda la miseria humana a través de la ciencia" (2020, p. 94). El capi-talismo, por tanto, consagraría la separación, no sólo entre humanos y naturaleza con el binomio cartesiano, sino que, yendo un paso más allá, lo haría entre aquellos humanos que poseen conocimiento científco y poder tecnológico frente a aquellos humanos que con sus vidas alimentan el sistema. De esta forma, el capitalismo sería el genuino fundador de la actual tecnocracia, siempre en el cumplimiento de su proyecto de acumulación infnita, razón por la cual podríamos afrmar que el Capitaloceno sería también un Tecnoceno (San Román, 2021).
Y, sin embargo, aunque el proyecto capitalista ayude a explicar aspectos complejos del acontecimiento climático en el que vivimos y de los modos en que se gestiona, el propio sistema, y su relación condicional con la tecnociencia, puede ser explicado a su vez como la concreción en nuestro momento histórico de un proyecto anterior a su génesis en la era de Colón. Si podemos invertir el diagnóstico y sostener que no es el proyecto capitalista de acumulación infnita el que estimula el desarrollo tecnocientífco que ha dado pie al Capita-loceno, sino que es el proyecto de dominación tecnocientífco el que alumbra la posibilidad del capitalismo, entenderemos mejor porqué nuestro mundo no se rige por ningún principio de racionalidad económica.
Sólo con esta inversión de perspectiva podremos, como querrían Bonneuil y Fressoz, "disolver la ilusión de un mundo técnico contemporáneo óptimo, efcaz" (2016, p. 317), para entender el auge del "valor negativo". Y este cambio en el planteamiento del relato se puede realizar partiendo de una idea con la que trabaja el propio Jason Moore; si asumimos hasta sus últimas consecuencias que "la naturaleza no pudo ser categorizada como 'barata' hasta que fue representada como externa" (Moore, 2020, p. 236), entonces aceptamos que la idea acerca de la naturaleza, y, por tanto, las ciencias que la elaboran deben ser genea-lógicamente anteriores al propio capitalismo y al mismo Descartes.
Antes de colonizar el continente americano para explotar su naturaleza como recurso, los europeos ya debían asumir en su cosmovisión la naturaleza en tanto que recurso y debían contemplar el mundo desde la parcialidad de una mirada racionalista en la que "el mundo queda deshabitado, desnaturalizado" (San Román, 2022, p. 336). Afrmamos, por tanto, que para acumular capitalistamente antes hay que dominar tecnocientífcamente. En última instancia, se trataría de entender que la acumulación no es más que un modo de dominación.
5. Capitaloceno como Occidentaloceno
Francis Bacon afrmaba que con la ciencia moderna "el conocimiento humano y el poder humano se funden en una sola cosa" (Merchant, 2020, p. 182). Pero el devenir histórico podría haber manifestado este poder de formas diferentes al imperialismo capitalista, pues el dominio de la totalidad de la existencia, desde el entorno hasta los cuerpos mediante lo tecnológico, sostenemos, es fruto de un pensamiento que denominaremos como occidental, de una cosmovisión elaborada en los albores de nuestra cultura. Convenimos con Moore en que "las ideas importan en la historia del capitalismo" (Merchant, 2020, p. 229), y que, por tanto, solo atendiendo a las ideas-fuerza con las que Occidente se ha ido reafrmando a sí mismo como cultura dominante, podremos entender cómo hemos llegado a las puertas de una nueva era climática.
Y es que, del mismo modo que no se explica, en el relato del Wasteocene, cómo los dese-chos impactan en el medio ambiente como para modifcar el clima si no es por su relación es-tructural con el sistema capitalista que los produce. Así, tampoco se entiende el surgimiento y auge de un sistema como el capitalista, capaz de cambiar el curso geológico de un planeta, sin pensarlo a la luz de su dependencia de un mundo de objetos tecnológicos, y a la vez, de una cosmovisión, de un proyecto ideológico cultural que lo proyecta. Porque el ser humano es, antes que aquello que construye, aquello que proyecta construir. Como afrmaba Marx, "la abeja avergüenza, con la estructuración de sus celdas, la habilidad de más de un arquitecto. Pero lo que, ante todo, distingue al peor arquitecto de la abeja más experta es que aquel ha construido la celdilla en su cabeza antes de construirla en la colmena" (1984, p. 97).
El capitalismo es, por tanto, la concreción material de un proyecto de dominación por me-dios tecnocientífcos arraigado en un corpus de ideas sobre la naturaleza, del cual el famoso binomio cartesiano no es más que un apéndice moderno. Ello quiere decir que, si bien esta-mos en el Capitaloceno, este sería el producto de la hegemonía cultural occidental, es decir, un Occidentaloceno.
En su fundamental ensayo sobre la historia de la idea de naturaleza, El velo de Isis, Pierre Hadot afrma con rotundidad que la metáfora de "los secretos de la naturaleza" con la que juega Francis Bacon para articular la praxis del método científco, "apareció en la época hele-nística", aproximadamente mil años antes que el novum organum, y que dicha metáfora "do-mina las investigaciones sobre la naturaleza, la física y las ciencias naturales durante casi dos milenios" (Hadot, 2021, p. 60). Dicha metáfora comienza su andadura, articulando el modo de ver y pensar la naturaleza en Occidente, con el famoso aforismo de Heráclito "la naturale-za gusta de ocultarse", e implica un punto de infexión en la concepción y estructuración del mundo desde el momento en que permite transitar de una cosmovisión en que la naturaleza se vive y contempla como un proceso vital, a una cosmovisión donde la naturaleza se cosifca en un devenir imparable de desvivifcación.
En efecto, la antigua physis presocrática designaba todo proceso natural, es decir, todo proceso en el mundo de la vida que surge y se desarrolla con independencia de la interven-ción humana, artifcial. Esto es lo que aún contiene nuestra palabra naturaleza en su raíz latina nasci, el acontecimiento de un surgir y aparecer por sí mismo, sin artifcio, espontáneo y complejo.
Sin embargo, continúa Hadot, "después de haber designado un proceso de crecimiento, la palabra physis ha llegado a signifcar fnalmente una especie de ser ideal personifcado" (2021, p. 40), bajo el esfuerzo intelectual de los padres del pensamiento occidental, Platón y Aristó-teles. Para los flósofos griegos, la naturaleza de una cosa no será ya la vida que la cualifca sino la esencia racional que la confgura. Por ello se instaurará la idea de que la razón humana puede terminar dando cuenta del funcionamiento de la naturaleza en la medida en que replica el funcionamiento del pensamiento racional. Tanto para Platón, como para Aristóteles, la natu-raleza, lejos de ser un proceso ciego y espontáneo, es "una fuerza inteligente" (Hadot, 2021, p. 43) a la manera de la concreta inteligencia griega, esto es, racional y técnica.
Así se fundamenta otra importante preconcepción occidental, la aristotélica idea del "mé-todo propio de la naturaleza", la idea de que la naturaleza no hace nada en vano, sino que "actúa como un sabio artesano" y "procede de una manera racional" (Hadot, 2021, p. 48). El universo se afrma, en el diálogo platónico Timeo, "engendrado de esta manera, fue fabricado según lo que se capta por el razonamiento y la inteligencia y es inmutable" (Platón, 1992, p. 172). En este diálogo platónico se encuentra, según Hadot, una de las principales infuencias de la actitud prometeica occidental, al representar nuestro mundo como un objeto fabricado con principios matemáticos, bajo estricta proporcionalidad geométrica, a partir de partes se-paradas y ensambladas según un modelo mecánico, "que puede llevar a concebir el mundo como una máquina" (2021, p. 129), con lo cual, el mecanicismo criticado por Merchant, ni se impuso ni apareció en el capitalismo temprano, sino que simplemente se consumó como pro-yecto milenario a partir del largo siglo XVI.
La naturaleza, por lo tanto, en un primer momento, se desvivifca, deja de ser proceso y sur-gimiento, y se cosifca a la medida del racionalismo griego. Pero esto lo hace, como el método baconiano, en asociación inquebrantable con los saberes mecánicos. Porque la asociación entre conocimiento teórico y tecnología mecánica no es prerrogativa de la ciencia moderna, sino del helenismo. Mucho antes de que Bacon refrendara el potencial dominador de la tecnología, el flósofo Antifonte, en el siglo V antes de nuestra era, afrmaba que "mediante la técnica domi-namos aquello en lo que somos vencidos por la naturaleza" (Hadot, 2021, p. 133), afrmando tangencialmente al mismo tiempo, siglos antes que Descartes, que existe una separación in-eludible y belicosa entre los seres humanos y su entorno. Con la mecánica, lo que la inventiva griega pretendía era ya, desde el principio, dominar aspectos cada vez más diversos de la naturaleza. Como explica Hadot, la mecánica, entre los griegos, apareció en un primer lugar como una técnica consistente en usar de ardides con la naturaleza, y sobre todo en producir movimientos aparentemente contrarios a la naturaleza, en obligarla a hacer lo que no puede hacer por sí misma, gracias a instrumentos artifciales fabricados (2021, p. 126).
Estos ardides, la violencia que se ejerce astutamente contra la naturaleza, es lo que vive en la máquina, y no es casual, por tanto, que la propia palabra que designa la astucia en griego sea mechané. Con sus conocimientos teóricos, tanto matemáticos como geométricos, la importancia capital otorgada por las principales escuelas platónica y aristotélica a dichos conocimientos, y su asociación con el desarrollo de las máquinas, el helenismo aparece como la verdadera fuente del proyecto de la total tecnologización capitalista del mundo. La Casa de Salomón no es sino otro paso más en el proyecto helénico de gestión y producción de saberes que supuso la biblioteca de Alejandría.
Fundada por la dinastía ptolemaica, haciendo honor al proyecto del regio discípulo de Aris-tóteles, Alejandro Magno, el centro neurálgico del saber tecnocientífco del mundo antiguo dio a luz a nombres como Aristarco de Samos o Arquímedes, nombres pioneros que prece-den y alumbran a nuestros modernos Copérnico o Galileo, y es que, en última instancia, "los mecánicos griegos marcaron el nacimiento de la tecnología" (Hadot, 2021, p. 135). No solo eso, la visión tecnologicista de los griegos y su externalización por cosifcación de la natura-leza era tan marcada ya en tiempos de Sócrates, que podía intuir el flósofo las posibilidades de la geoingeniería abiertas por dicha cosmovisión. Ni en la tecnoutópica visión baconiana, ni durante la Guerra Fría, sino en las pesquisas flosófcas de Sócrates ya se plantea la posi-bilidad de algo tan actual como la ingeniería climática.
En la obra Recuerdos de Sócrates Jenofonte cuenta, efectivamente, que el flósofo se pre-guntaba, hace dos mil quinientos años, si acaso "los que investigan las cosas divinas espe-ran, una vez que sepan por qué leyes necesarias se produce cada cosa, poder aplicar, cuando lo deseen, vientos, aguas, estaciones y cualquier otra cosa de éstas que necesiten" (1993, p. 22). El sueño de gobernarlo todo con el poder que otorga el conocimiento de las cosas divinas y de los secretos de la naturaleza, encuentra el punto de apoyo para mover efecti-vamente el mundo, hasta modifcarlo geológicamente, en la tecnología. Y si Grecia forjó a fuego en el credo occidental estas ideas, será la segunda cuna de Occidente, el cristianismo, quien termine justifcando la globalización del proyecto.
Si para nosotros queda justifcada la extrapolación de la ciencia moderna desde la ciencia helénica, para el historiador Lynn White, a su vez "la ciencia moderna es una extrapolación de la teología natural", de tal manera que incluso la tecnología moderna se puede entender, al menos en parte, "como la occidental y voluntarista realización del dogma cristiano de la trascendencia y el dominio legítimo sobre la Naturaleza" (1967, p. 1206). Porque el dogma cristiano "llenad la tierra y dominadla" (Génesis, 1:28) solo puede realmente consumarse asumiendo la tecnovisión griega.
Este antecedente dota de sentido al deseo baconiano de que el género humano recobre su derecho sobre la Naturaleza que le corresponde por decreto divino. Una vez el ser humano queda situado, por gracia divina, en el centro de la creación, y se erige en supremo fn, todo queda a merced de sus necesidades. Únicamente entonces es, fnalmente, cuando la natu-raleza puede pasar de ser meramente una externalidad que manipular tecnológicamente a ser una propiedad que explotar capitalistamente. El cristianismo y su antropocentrización del cosmos, en asociación con el sometimiento helénico de la naturaleza a los estrechos y férreos márgenes de la tecnociencia, son los pilares fundamentales que sostienen la acumu-lación capitalista.
Por ello, la historia del cambio climático y de la transición a un nuevo periodo geológi-co, si bien la ejecuta efectiva y materialmente el propio capitalismo en tanto que ecolo-gía-mundo, en realidad termina en él, como la culminación de un proceso histórico que funda Occidente. Por ello, podemos afrmar que hablar de Capitaloceno es siempre hablar de Occidentaloceno.
Conclusiones
Hemos podido ver que la discusión antropocénica es compleja pues, si bien ha iniciado una notable línea de estudios sobre la existencia de un nuevo período climático en la historia del mundo, ha dado también pie a un profundo debate sobre las relaciones de poder y los proyectos que lo han originado. Frente a la ampliamente aceptada perspectiva geológica de Crutzen y sus seguidores, el campo de discusión política ha mostrado ser mucho más vibran-te, mostrando una profunda división entre quienes sostienen la idea del Antropoceno como marco para entender el actual periodo climático y quienes, como nosotros, se oponen a ella. Aquí hemos refejado los problemas ontológicos que la utilización del marco antropocéntrico conlleva, señalando cómo la perspectiva del Capitaloceno se ajusta mejor a una comprensión holística del fenómeno. De esta forma, no sería la humanidad, entendida como un abstracto bloque conjunto, la responsable del cambio climático, sino que lo sería el capitalismo, cuyo modelo de apropiación de las naturalezas humana y extra-humana estaría en el origen de la crisis climática.
Adoptar el marco capitalocénico permite romper con el dualismo occidental, que separa al ser humano de la naturaleza en dos esferas diferenciadas, donde la segunda es sometida a los dictados de la primera, para plantear preguntas más amplias sobre el origen del actual periodo climático y los factores productivos que lo han impulsado. Tal como indican Christo-phe Bonneuil y Jean-Baptiste Fressoz
"hacer comenzar el Antropoceno alrededor de 1800 oculta el hecho esencial de que el capitalismo industrial ha estado intensamente preparado por el `capitalismo de mercado desde el siglo XVI, incluyendo en su relación destructiva a la naturaleza y a la vida humana" (2013, p. 254).
Pero, por lo mismo, queremos puntualizar que hacer comenzar el inicio del periodo del Antropoceno en el proto-capitalista siglo XVI, es ocultar la importancia que posee la cos-movisión tecno-racionalista griega, en el seno del cristianismo, para justifcar y explicar el éxito en la fundación y globalización del capitalismo. Porque el capitalismo y su globalización empiezan en un mundo donde la naturaleza ya es desde el principio externa y propiedad del ser humano. La idea es entender no tanto que Occidente es capitalista, sino más bien que el capitalismo es occidental y, por ende, que el Capitaloceno es un Occidentaloceno.
La globalización capitalista, en contra de ciertas narrativas antropocénicas, no es la emer-gencia de una "cultura global" (Arias-Maldonado, 2018, p. 34), como si de una nueva entidad cultural surgida de manera espontánea se tratara. Por el contrario, la globalización, como acontecimiento, es el histórico recorrido del sometimiento de la diversidad natural y cultural, en perpetuo estado de emergencia, por la cultura occidental. Que a día de hoy los mayo-res contribuyentes de gases de efecto invernadero que saturan la atmósfera, modifcando el clima, sean países no occidentales, no invalida la verdad de dicha constatación, pues los modelos que potencias como China e India replican, no son sino variantes específcas del capitalismo tecno-occidental.
Sin embargo, más allá de e9sta evidencia material, Occidente es sobre todo las ideas que lo fundan (la naturaleza es externa, explotable, manipulable, así como propiedad del ser humano, a través de la puesta en marcha del pensamiento racional y científco, en sus con- creciones tecnológicas), y a su vez, la globalización no es más que la imposición material en cada rincón del globo de dichas ideas. Estas, como hemos podido observar, no las funda el capitalismo, ni las inventa Descartes, sino que es el capitalismo quien se funda en ellas.
El capitalismo, en defnitiva, no se cientifca, ni se tecnologiza, sino que la ciencia y la tec-nología occidentales, con el tiempo se capitalizaron, del mismo modo que durante el tercer Reich se nazifcaron, o en cierto momento del siglo XX se sovietizaron. El capitalismo, por tanto, como ecología-mundo, es el resultado de ideas surgidas en los orígenes de la civiliza-ción occidental. Es por ello que podemos concluir, en el marco de las discusiones entre relatos acerca de nuestro periodo geológico, que nuestra era, el Capitaloceno, es antes que cualquier otra, la del Occidentaloceno.
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