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Durante el siglo II a.C. el Imperio Romano se enfrentaba a Cartago por el control del Mediterráneo occidental. Por tal razón, la península ibérica se convirtió en un objetivo de gran importancia para la hegemonía romana en esas latitudes, ya que se hallaba entre el Atlántico y el Mediterráneo. Derrotada Cartago, Roma invadió y conquistó la península, extenso proceso que se extendió hasta el año 19 a.C.
La presencia del Imperio Romano en la nueva provincia, bautizada como Hispania, se extendió durante siete siglos. De ese modo, se produjo un lento pero seguro proceso de culturización que culminó con la incorporación de la península ibérica a los valores clásicos del mundo grecolatino.
En la provincia romana de Hispania vieron la luz tres importantes emperadores romanos, Trajano, Teodosio y Adriano.
El legado de Roma a Hispania es inagotable. Los romanos no solamente fueron expertos en el arte de administrar los nuevos territorios, sino que con ellos nació nuestro concepto actual del derecho y las instituciones republicanas, sobre las que se han asentado todas las democracias del mundo moderno. Instituciones como la familia, el idioma que dio origen a tantos dialectos y lenguas hoy vigentes, la vida religiosa y la convivencia en el municipio - como célula social primaria - fueron conceptos que se estructuraron durante la hegemonía romana en todas las colonias.
Los romanos tuvieron siempre el mismo patrón de distribución. Sus asentamientos se realizaban a lo largo de los ríos y sobre las costas. Como nota característica, en todas sus colonias ellos levantaban monumentos idénticos a los que existían en Roma, la capital del Imperio. Así es como en las ciudades de Hispania se construyeron palacios, templos, capitolios, foros, teatros, basílicas, circos, anfiteatros y termas. El fin de esa clonación edilicia no era otro que la difusión de un concepto nacionalista: la romanidad, un sentimiento de orgullo que caracterizaba a las legiones imperiales.
Curiosamente, el dibujo de la cuadrícula romana...