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La continua alza de precios atenaza a la clase trabajadora
María y Juan de la Rosa han criado a cinco hijos en un minúsculo apartamento de una habitación que hace las veces de sala de estar, comedor y dormitorio colectivo.
No toman vacaciones, no tienen seguro médico ni privacidad. Cuando uno de ellos se enferma acuden a un médico privado que les cobra barato la consulta. María tiene diabetes. Obtiene la medicina gratis en la Clínica Monseñor Romero.
Después de deslomarse cosiendo trajes de baño por casi 40 años en Los Ángeles y Vernon, a los 61, ya jubilada, a María aún le quedan dos hijos por sacar adelante.
Durante el día, la ex costurera cuida a las dos chiquillas de su hija Nora, secretaria en un edificio de apartamentos (el marido de ésta se gana la vida pintando casas), que la recompensa con una remuneración.
El principal ingreso de los De la Rosa lo procura el salario de Juan, cocinero de restaurante en Culver City, donde recibe 8.25 dólares la hora, apenas 25 centavos por encima del salario mínimo. Su jornada desde hace 12 años va de 12 del mediodía a nueve de la noche de lunes a sábado.
Al preguntarle sobre el alza en el costo de la vida, María hace un repaso de la subida de precios para la economía familiar.
La tortilla costaba 99 centavos el paquete de 30; a partir de octubre cuesta dos dólares.