Recibido: 07/02/2019 Aceptado: 23/08/2019
DOI: http://dx.doi.org/10.5944/etfii.32.2019.23740
Resumen
Este estudio pone el foco de atenci n en las mujeres que aparecen en la epigraf a militar de Britannia. A trav s del an lisis de estas inscripciones tratamos de acercarnos a cuestiones tales como la origo, el estatuto jur dico o el papel de la mujer en la esfera de relaciones de los militares romanos. No se debe pasar por alto la visibilizaci n de la mujer en la Historia, agente hist rico y sujeto de estudio junto con el var n.
Palabras clave
Estudios de la mujer; g nero; epigraf a; Britannia; ej rcito romano.
Abstract
This paper is focused on the women who appear in the military inscriptions of Roman Britain. We analyse these inscriptions in order to resolve issues such as the origo, the legal status or the roles of the women in the relationships of Roman military. We cannot overlook the role of the women in History, historical agent and subject of study together with the men.
Keywords
Woman s studies; gender; epigraphy; Roman Britain; Roman Army.
1.INTRODUCCI N. MUJERES, EJ RCITO Y GUERRA EN EL MUNDO ROMANO: TRASPASANDO LOS L MITES DEL G NERO
Casi todos los galos son de gran estatura, piel blanca, cabello rojizo, con aspecto terrible por la dureza de su mirada, vidos de pelea y de un orgullo extremo. Ni siquiera todo un grupo de extranjeros podr a detener a uno de estos galos cuando lucha si se le une su mujer, mucho m s fuerte que ellos, de ojos verdes. Y sobre todo cuando una gala, con el cuello hinchado, apretando los dientes y blandiendo sus enormes y n veos brazos, comienza a repartir patadas y pu os a la vez, como si fueran proyectiles lanzados por la tensi n de las cuerdas2.
La historia que nos cuenta Amiano Marcelino responde a uno de los estereotipos atribuidos a los pueblos b rbaros: la participaci n activa de las mujeres en las acciones b licas3. Por el contrario, las esferas de acci n de la mujer y del var n en Roma estaban claramente delimitadas. Las actividades realizadas en el interior de la casa correspond an a la mujer, mientras que las efectuadas en el exterior -como la guerra o la pol tica- ata an al hombre4. El hispano Columela dej constancia de ello en su obra De re rustica:
[...] la naturaleza de la mujer fue adaptada a las tareas dom sticas y la del hombre a las actividades del exterior. Por ello, la divinidad asign al hombre la misi n de soportar los calores y los fr os, as como los viajes y los trabajos de la paz y de la guerra, es decir, las tareas del campo y del servicio militar. En cambio a la mujer, a la que no hizo apta para estas funciones, le confi los trabajos dom sticos [...]5.
Esta concepci n del papel de la mujer en la sociedad era compartida con los griegos. El mejor ejemplo lo tenemos en el mito de las mujeres guerreras por antonomasia, las amazonas. Ubicadas en una situaci n liminar, en los confines del mundo heleno -m s all de la civilizaci n-, desconocedoras de las tareas femeninas y portadoras de armas alejadas del modelo militar hopl tico -como el arco-, las amazonas representaban el caos y la barbarie6. Esta misoginia griega alcanz su c nit con el poeta Sem nides y su yambo de las mujeres7.
No obstante, en el mundo antiguo existieron civilizaciones perif ricas al mundo grecorromano donde mujeres singulares no solo ejercieron el poder pol tico, sino tambi n algunas de ellas llegaron a dirigir ej rcitos8. Roma tuvo que hacer frente a reinas que desafiaron su poder. En poca republicana es celeb rrima la reina Cleopatra de Egipto9. Octavio, el heredero de Julio C sar, luch contra ella como pretexto para derrotar a Marco Antonio y hacerse con el poder en solitario. Un par de siglos antes, los romanos se enfrentaron y derrotaron a otra reina, Teuta de Iliria10. Teuta logr expandir su reino y controlar la pirater a en el mar Adri tico, alcanzando un poder considerable en la zona11.
Ya en la poca imperial y en la regi n geogr fica que es objeto de estudio en este trabajo -Britannia-, Roma se encontr con varias reinas. Una de ellas fue Cartimandua, de la importante tribu de los brigantes12, que durante su reinado se mantuvo leal a Roma, llegando a entregar a los romanos al l der rebelde britano Caratacus. Por otro lado, Boudicca, viuda del rey de los icenos Prasutagus, lider una rebeli n antirromana13. El rey Prasutagus hab a legado el reino a sus hijas y al emperador Ner n con el fin de seguir manteniendo el estatus de reino cliente de Roma. No obstante, tras los abusos cometidos por los romanos, Boudicca se levant en armas contra estos, arrastrando a varias tribus britanas hostiles a Roma14. Los britanos llegaron a destruir las ciudades de Camulodunum, Londinium y Verulamium15. Finalmente, el gobernador de Britannia, Suetonio Paulino, logr derrotar a Boudicca en la batalla de Watling Street.
Un mayor desaf o para Roma lo supuso, ya en la tercera centuria, la reina Zenobia16. Desde Palmira, Zenobia edific un Imperio que abarcaba buena parte de las provincias romanas de Oriente17. Su derrota se produjo a manos del emperador Aureliano, art fice de la reunificaci n del Imperio romano.
Las fuentes escritas tambi n contienen referencias sobre mujeres de estratos sociales bajos que desempe an un papel activo en contextos b licos. De esta manera, T cito nos cuenta que en la batalla final contra Boudicca se ve an m s mujeres que j venes18. El emperador Aureliano celebr un triunfo sobre Oriente y Occidente en el que desfilaron diez mujeres capturadas en el combate contra los godos19. El cartel que las preced a se alaba que eran amazonas. Cabe destacar tambi n el pasaje de la batalla de Aquae Sextiae narrado por Plutarco. En dicha contienda, los soldados romanos dirigidos por Cayo Mario derrotaron a los ambrones, quienes huyeron a su campamento. De all , las mujeres salieron a su encuentro con las espadas y hachas en la mano, y con horribles chillidos de rabia repel an indistintamente tanto a perseguidos como a perseguidores, a unos por traidores y a otros por enemigos. Mezcladas con los combatientes, arrancaban los escudos a los romanos con sus brazos desnudos y se agarraban a las espadas, aguantando los golpes y los tajos de su cuerpo con un coraje inquebrantable hasta el final 20. En el mbito hispano, nos encontramos con el testimonio de Apiano sobre las mujeres de los br caros, que pelearon junto a sus maridos contra los romanos21. Asimismo, Antonio Di genes comenta que entre los rtabros las mujeres se dedicaban a la guerra, mientras que los hombres guardaban la casa y se ocupaban de las tareas del hogar22. Paralelos similares se documentan en pueblos como los nardos, los fennos, los coseos o los sacas23. Hay que tener presente que en estas menciones a las mujeres guerreras de pueblos b rbaros por parte de los autores cl sicos subyacen ciertos t picos historiogr ficos, como la fascinaci n por lo extranjero o la clara separaci n entre la barbarie y la civilizaci n24.
Por otro lado, en el mundo antiguo es muy com n, en distintos pueblos y culturas, la labor de las madres como educadoras de la primera infancia, en la que inculcaban a los ni os valores marciales e induc an a sus maridos e hijos a la lucha25. En las fuentes romanas, Salustio nos dej un relato de unas mujeres hispanas que narraban las haza as militares de sus antepasados a los varones que iban a la guerra. Estas mismas mujeres, desoyendo el consejo de los ancianos de someterse a Roma, tomaron las armas para alentar a los hombres a luchar contra Pompeyo26.
Sin embargo, en Roma una mujer ciudadana nunca pudo enrolarse en el ej rcito o desempe ar el cargo de c nsul27. Las ciudadanas romanas no ten an derechos pol ticos activos ni la obligaci n de defensa de la patria que se asocia a los mismos. Sin embargo, contamos con testimonios que confirman que s hubo mujeres que empu aron las armas en el interior de las fronteras romanas. Por un lado aparecen las gladiadoras. Suetonio menciona los combates de gladiadoras que organiz el emperador Domiciano28. Igualmente, en el Satiric n encontramos una referencia a una mujer que luchar a en un carro -como el essedarius-29. Estos combates en los que participaban gladiadoras fueron prohibidos por Septimio Severo30. No obstante, estas mujeres segu an siendo parte del espect culo, sin poder para alterar el orden de la sociedad romana. Por otro lado, la arqueolog a nos confirma la posible presencia de guerreras a caballo -mujeres de condici n peregrina- en una unidad militar romana, quiz s en un numerus equitum31. Estas evidencias han aparecido en el cementerio romano de Brocavum (Brougham, Inglaterra).
En ciertas ocasiones los romanos se refieren a algunas de estas mujeres que trasgredieron los roles de g nero establecidos por el mos maiorum como mulieres viriles. Este concepto nada tiene que ver con el t rmino id ntico empleado posteriormente por la patr stica cristiana de connotaciones positivas, donde la f mina se deber a dotar de virtudes masculinas para alcanzar la perfecci n32. Como lo entendieron los autores cl sicos que nos han transmitido estos relatos es un t rmino con una carga negativa, que se refiere a la adopci n ca tica por parte de la mujer de la misi n que el mundo romano otorgaba al var n33. No hay que olvidar que las fuentes que empleamos fueron escritas por hombres, cuyo fin era establecer un ideal de mujer romana conforme al orden de g nero vigente. Estos autores ve an a las mujeres que no se ce an a los c nones ortodoxos como factores desestabilizadores de la sociedad, siendo por lo tanto denigradas. Asimismo, difamar a estas f minas era una herramienta til para atacar a sus maridos, pues estos aparecer an ante la opini n p blica como pusil nimes34. Uno de los m s claros ejemplos de mulier virilis en el mundo romano fue Fulvia35. De Fulvia se lleg a decir que llevaba una espada ce ida a su cintura y que hac a las veces de general36. Por el contrario, una relaci n diferente con el ej rcito y con connotaciones positivas, si bien simb licas y pasivas, fue la llevada a cabo por algunas emperatrices como Faustina la Menor o Julia Domna. Estas Augustas llevaron el t tulo de mater castrorum37. La estrecha relaci n que la dinast a severa estableci con el ej rcito no solo fue implementada por los miembros varones, sino tambi n por las f minas de la familia.
2.LA MUJER Y EL EJ RCITO: LA EPIGRAF A BRITANA
Los historiadores tradicionales condenaron al olvido a las mujeres en el momento en el que las negaron la condici n de hacedoras de Historia38. La mujer se defin a por su relaci n con el var n, estando subordinada al mismo39. Sin embargo, a trav s de una relectura de las fuentes hist ricas en clave de g nero, con una mirada incluyente, se ha logrado avanzar en el descubrimiento del pasado desde una perspectiva m s renovada, enriquecedora y completa. Si bien los estudios militares han marginado a la figura femenina, en parte por la prohibici n de establecer un matrimonium iustum por parte de los soldados, los estudios renovados de los especialistas en las ltimas d cadas del siglo XX ha permitido visibilizar a las mujeres tambi n en esta esfera. De esta manera, la arqueolog a constat que la mujer formaba parte de la comunidad militar debido a su presencia en los campamentos40. Por otra parte, la epigraf a y los diplomas militares nos ofrecen informaci n acerca de la onom stica de las mujeres, de la posible condici n jur dica o de su situaci n en la esfera militar41.
Por lo que respecta al espacio geogr fico analizado, hay que tener en mente la propia historia de Britannia. Si bien las legiones romanas pusieron por primera vez el pie en la isla en el a o 55 a.C., comandadas por Julio C sar, no fue hasta el 43 d.C. cuando se asentaron definitivamente en esta tierra de leyenda para los romanos. La conquista, iniciada por Claudio y continuada por sus sucesores, no fue ni mucho menos un paseo militar. De hecho, los romanos no lograron dome ar la totalidad de la isla. La situaci n de frontera hostil hizo necesario el acuartelamiento de forma permanente de varias legiones y de un gran n mero de unidades auxiliares, situadas estas principalmente en la zona norte, en torno al Muro de Adriano42. Estas particularidades hist ricas de Britannia -exigua municipalizaci n, territorio de frontera, penetraci n romana tard a, etc.- influyeron en el tipo de sociedad que habit en la provincia43. El corpus epigr fico da fiel reflejo de ello44.
Por lo tanto, la mujer ha sido excluida tradicionalmente de los estudios militares, ya que el entorno castrense se consideraba como un medio exclusivamente masculino. Sin embargo, a partir de las fuentes arqueol gicas, epigr ficas, literarias y de los diplomas militares descubrimos que la presencia de la mujer en este ambiente era verdaderamente significativa. Estas mismas fuentes destacan la presencia de las familias de los soldados, y por tanto de la mujer, en los propios campamentos militares y en los entornos cercanos. Mujeres de todas las edades y de todos los estratos sociales aparecen reflejadas en las fuentes relacionadas con el ej rcito romano. Por lo tanto, hay que reconocer que la mujer formaba parte de la esfera militar en los espacios familiares de sociabilidad de los soldados como madre, esposa/compa era, hija y hermana45.
La epigraf a es una fuente que permite acercarnos a la historia de cada individuo, aunque la informaci n que aparece en las inscripciones no suele ser muy abundante debido a las propias limitaciones del campo epigr fico. Adem s, hay que tener en cuenta la propia cultura epigr fica de los individuos y, sobre todo, sus capacidades econ micas, puesto que erigir un monumento epigr fico supon a afrontar un elevado gasto pecuniario. A pesar de ello, la epigraf a nos aporta informaci n acerca de la onom stica de los protagonistas de la Historia, su procedencia, su posici n social, su religiosidad, etc.
En la epigraf a militar britana documentamos, de forma fehaciente, a 43 mujeres46. Su presencia se encuentra equilibrada entre las unidades legionarias y los veteranos (el 32% y el 30% respectivamente), siendo inferior en los destacamentos auxiliares (el 19%) y muy exigua entre los oficiales (el 7%). Al margen permanecen cinco mujeres que comparecen en monumentos epigr ficos de militares incerti (el 12%), es decir, no sabemos con certeza a qu unidad militar pertenec an o qu grado ocuparon en el organigrama del ej rcito romano. Si extrapolamos este dato a otras zonas del Imperio, como Hispania, Gallia o Germania, el n mero de mujeres supera la centena en cada territorio. Hay que tener presente, respecto a Britannia, el exiguo n mero de ep grafes que recoge el corpus de esta provincia en comparaci n con otros territorios del occidente romano47. Sin dejar de lado la aleatoriedad del hallazgo, esta menor cantidad de monumenta ha sido explicada por causas de diversa ndole, como la ausencia de material l tico apropiado para la realizaci n de ep grafes -y su posterior reutilizaci n para labores constructivas- o la escasa cultura epigr fica imperante en la isla48. Asimismo, no debemos olvidar la limitaci n de las propias fuentes epigr ficas, el estado deteriorado en el que han llegado hasta nosotros ciertas inscripciones, lo que se traduce en una evasi n de informaci n verdaderamente significativa. Como consecuencia de todo ello, la infrarrepresentaci n femenina en la epigraf a romana se acent a. Seg n los especialistas, tan solo en torno al 10% de las inscripciones romanas en Britannia hacen referencia a mujeres49.
En las inscripciones militares recogidas en este estudio, el aspecto m s destacado es el n cleo familiar, ya que la mayor parte de la epigraf a es de car cter funerario (m s del 90%). No hay que olvidar que la erecci n de una inscripci n estaba motivada principalmente por la herencia. El heres (heredero) contra a un deber legal para con el difunto, al que deb a conmemorar. A menudo el heredero era un miembro de la familia, aunque por testamento se pod a nombrar como heres a una persona ajena a la parentela. Si el motivo no era la herencia, la conmemoraci n se pod a realizar por afecto o para honrar la memoria del finado, puesto que para los romanos el olvido era la peor muerte50. La tipolog a fundamentalmente funeraria de los monumentos epigr ficos y la propia historia de Britannia van a condicionar las relaciones documentadas en las inscripciones. La epigraf a britana es ciertamente tard a como consecuencia de la integraci n del territorio en las estructuras pol ticas y jur dicas del Imperio romano a partir de mediados del siglo I. Es por ello por lo que el h bito epigr fico insular aument a medida que avanzaba la segunda centuria y, sobre todo, durante la tercera. Al aparecer en estas los v nculos sociales m s consistentes, el parentesco conyugal es el m s representado.
Como se puede apreciar en la tabla 1, la presencia de la c nyuge es la m s destacada, a pesar de la prohibici n que ten an los soldados de establecer un matrimonium iustum mientras estaban en servicio, al menos hasta el reinado de Septimio Severo seg n algunos especialistas51. Esta interdicci n, sin embargo, no afectaba a los oficiales52. Gracias a las fuentes literarias, m s proclives a tratar asuntos de la elite, sabemos que Agripina, la esposa de Germ nico, viv a junto a su marido en el campamento53. En Britannia contamos con ejemplos similares. A principios de la segunda centuria el praefectus Flavius Cerialis estuvo al mando de la novena cohorte de los b tavos en Vindolanda. Su mujer Sulpicia Lepidina le acompa y vivi con l en el praetorium. Esta mujer recibi una carta de su amiga Claudia Severa, esposa de Aelius Brocchus, otro oficial al mando de una unidad auxiliar desconocida no muy lejos de Vindolanda54. Claudia Severa tambi n vivi con su marido y su hijo en la fortaleza militar. Sin embargo, la presencia de las esposas de los oficiales en los campamentos no fue siempre la tendencia habitual en el mundo romano. Suetonio resalta el apuntalamiento de la disciplina militar por parte de Augusto, permitiendo a los legados ver a sus esposas solamente en los meses de invierno55. Esta pol tica fue m s distendida a partir de Tiberio56. Aunque fue bajo el gobierno de este emperador cuando se intent prohibir que estas mujeres acompa asen a sus maridos. No obstante, la propuesta del viejo militar Aulus Caecina Severus no recab el apoyo suficiente de los patres conscripti para aprobarla57.
A pesar de que los soldados no pod an constituir un matrimonium iustum, este veto no les impidi establecer unos v nculos conyugales con mujeres de su mismo lugar de origen, de la propia comunidad militar o de las proximidades de la zona donde serv an58. El 67,44% de las mujeres registradas (29) comparecen en las inscripciones como c nyuges de los soldados59. Este hecho podemos achacarlo a varios factores. Para los veteranos, por ejemplo, el matrimonio era visto como un mecanismo que facilitaba la integraci n en la sociedad civil60. Por otra parte, la procedencia for nea de los legionarios, al menos hasta avanzada la segunda centuria cuando el dominio romano se consolid a trav s del establecimiento de colonias y del asentamiento permanente de los campamentos militares, favoreci la formaci n de enlaces conyugales con mujeres de la comunidad militar o de sus zonas de origen para suplir el vac o del n cleo familiar. Los legionarios establecieron estos enlaces con mujeres que, preferentemente, disfrutaron de un estatuto jur dico similar al suyo, siendo las hijas de los veteranos esposas potenciales. El parentesco femenino ascendente y colateral, en este caso, permanecer a en el continente. En relaci n a lo anterior, se constata en la epigraf a militar britana un aumento en la formaci n de n cleos familiares a partir la segunda mitad del siglo II y, sobre todo, en el siglo III. De esta manera, se va a suplir la dedicaci n por parte del heres an nimo o del compa ero de armas -quiz la misma persona-, predominante en los momentos iniciales de la conquista, por la dedicaci n de uno de los c nyuges. Es por ello por lo que casi las tres cuartas partes de las inscripciones de este estudio (el 70%) se datan en la tercera centuria o, cuando menos, en la horquilla cronol gica de finales del siglo II-III.
La gran mayor a de los lazos conyugales son revelados por la palabra coniux (el 87%). Este t rmino es caracter stico de Britannia para expresar las relaciones conyugales de los soldados desde finales del siglo I hasta la tercera centuria61. En ning n caso se ha documentado la palabra uxor, y maritus tan solo aparece en tres ep grafes. Todos estos vocablos hacen referencia a un matrimonio leg timo formado en el marco del Derecho romano62. A pesar de que las inscripciones no son documentos legales, estas reflejan una realidad social. Hay que tener presente que el grupo de los veteranos pod a establecer un matrimonium iustum, por lo que tanto el empleo de una u otra expresi n estar a asociado a dicha realidad social. En el caso de los soldados en activo, la prohibici n de establecer un matrimonio leg timo no cohib a el deseo de la pareja de permanecer unidos -affectio maritalis-, de establecer un v nculo conyugal, expres ndose as en la epigraf a. Sin embargo, estas uniones eran consideradas como matrimonia iniusta, debido a que carec an de legitimidad dentro del marco legal romano63. De la misma manera, estos t rminos aparecen en monumentos epigr ficos de individuos que no ten an reconocido el ius connubii, como los gladiadores, pero que establec an un matrimonio de facto con mujeres64.
Cabe destacar en este estudio la escasa representaci n de la descendencia femenina (cuatro hijas, el 9,30% de las mujeres de este trabajo). Esta infrarrepresentaci n de la prole con un rango de edad exiguo coincide con la variable registrada a nivel general en la epigraf a romana65. Nos tenemos que ir a la tercera centuria -finales del segundo siglo cuando menos- para documentarla. Al menos tres hijas -las que presentan un monumento epigr fico en un buen estado de conservaci n- fueron conmemoradas por el militar, su padre, acompa ado este en una ocasi n por su esposa, la madre. El lugar que ocupar an en la sociedad y el papel que desempe ar an no ser a el mismo para todas ellas. En una categor a superior se encontraba Fabia Honorata (RIB, I, 1482), hija del oficial ecuestre Fabius Honoratus y de Aurelia Eglectiane, quien quiz descend a de antepasados de origen liberto. En un escal n inferior se localizar an Simplicia Florentina y dos ignotae. Simplicia Florentina muri con tan solo diez meses (RIB, I, 690). Felicius Simplex, un centuri n de la VI legi n, mand construir un sarc fago para ella en Eburacum. Este monumentum nos indica no solo el amor paternal, sino tambi n el nivel socioecon mico desahogado del centuri n, lo que repercutir a en la posici n social de su descendencia. Respecto a las ignotae, de una de ellas tan solo sabemos que era hija de un soldado que era o hab a sido imaginifer (RIB, I, 769). La otra era hija del veterano C. Aeresius Saenus y Flavia Augustina (RIB, I, 685). En el monumento epigr fico aparece representada esta familia, que contaba con otro v stago m s, Saenius Augustinus. El veterano legionario elev este monumento funerario para su mujer y sus hijos, fallecidos estos a la edad de un a o.
De forma testimonial, con tan solo dos ep grafes, documentamos el parentesco colateral. Vacia mand erigir un epitafio para su hermano Aelius Mercurialis en el siglo III (RIB, I, 1742). Esta familia pudo haber sido oriunda de Britannia, descendiente de un soldado licenciado en poca adrianea. Cabe la posibilidad de que Vacia hubiera sido la c nyuge de alg n commilito de Aelius Mercurialis, formando parte de esta manera de la comunidad militar. Asimismo, Tadia Exuperata elev un ep grafe funerario para su madre, Tadia Vallaunius, y para su hermano, Tadius Exuperatus (RIB, I, 369). De este ltimo tan solo sabemos que muri en una campa a desarrollada en Germania (defunctus expeditione Germanica), probablemente bajo el reinado de Caracalla66.
De la misma manera, de forma minoritaria documentamos la presencia de la socrus (suegra). Campania Dubitata fue la madre de Aelia Matrona, esposa de Iulius Maximus, jinete vinculado al ala Sarmatarum67. Este militar erigi un monumento funerario para su mujer, su hijo -M. Iulius Maximus- y su suegra (RIB, I, 594). Todos ellos vivieron en las proximidades del campamento militar de Bremetennacum Veteranorum (Ribchester). Este lugar fue creado ex professo para asentar a los soldados s rmatas licenciados, evitando perder de esta manera un capital humano entrenado y disciplinado junto a su descendencia.
Finalmente, documentamos a cuatro mujeres que no especifican una relaci n con el militar. Tres de ellas fueron las encargadas de erigir el monumento epigr fico -Domitia (RIB, III, 3185), Vibia Pacata (RIB, III, 3504) y Maritima (RIB, I, 858)-, mientras que Nigrina fue conmemorada por el centuri n legionario Aurelius Casitto (RIB, I, 1746). A pesar de que no se alude a la relaci n que mantuvieron con los soldados, las condiciones que rodean a la erecci n de cada monumentum nos hacen pensar casi con total certeza que estamos ante la presencia de cuatro c nyuges.
Cerca de dos tercios de las mujeres de este estudio (27, el 63%) tomaron la iniciativa a la hora de erigir un monumento epigr fico. El coste de realizar estos testimonios epigr ficos fue sufragado por las dedicantes. Los recursos econ micos empleados pudieron proceder de los emolumentos de los militares o de los que ellas mismas poseyeran. La elaboraci n de algunas inscripciones, con relaci n al tama o y a la decoraci n, sugiere una capacidad adquisitiva elevada. Esto es as en el monumento ya mencionado de Vacia a su hermano Aelius Mercurialis, donde una cabeza femenina coronaba el campo epigr fico. Como Vacia fue la encargada de realizar la conmemoraci n, su cara fue representada en la piedra para as acompa ar a su hermano al otro mundo de forma simb lica. Domitia (RIB, III, 3185), Ianuaria Martina (RIB, I, 17) y Flavia Peregrina (RIB, I, 620) mandaron erigir epitafios que contaban con figuras masculinas en relieve. En estos tres monumentos aparecen los soldados a los que hac an menci n: Insus -jinete auxiliar-, Vivius Marcianus - centuri n legionario- y Crotus -emeritus auxiliar-. Una coniux an nima se limit a conmemorar a su esposo difunto -el centuri n legionario M. Aurelius Nepos-, mandando grabar una pareja en la parte superior del monumento (RIB, I, 491). Juntos permanecer an en esta vida y en la otra.
Por otro lado, es significativa la inscripci n funeraria que Iulia Lucilla mand erigir para su esposo Rufinus, ambos procedentes de la elite (RIB, I, 1271 y 1288). Lucilla acompa a su marido a su destino militar en Britannia, tal y como hac an otras damas romanas. Rufinus era un miembro del orden ecuestre que hab a pasado por diferentes puestos militares -tribuno de la primera cohorte de los v rdulos, prefecto de la primera cohorte Augusta de los lusitanos y prefecto de la primera cohorte de los breucos- y civiles -subcurator de la via Flaminia y del transporte de alimentos y subcurator de obras p blicas-. En esta provincia encontr la muerte. Por su parte, Lucilla pertenec a al orden senatorial -clarissima femina-, y as lo remarc en el monumentum, a pesar de que no estaba capacitada para portar dicho t tulo tras su matrimonio con un miembro del ordo equester. Sin embargo, ella proced a de un nivel socialmente superior a su marido y as lo dej inscrito en la piedra. Cabe destacar finalmente el altar que erigi Vibia Pacata, esposa del centuri n Flavius Verecundus, consagrado a las Silvanae y a las Quadruviae, divinidades de los bosques y de las encrucijadas a quienes se invocaba para realizar un viaje seguro68. La inscripci n fue hallada en el Muro de Antonino, donde la unidad militar de su marido fue destinada. En aquel lugar, al estar en una zona de frontera, el peligro de caer en una emboscada utilizando los elementos naturales del paisaje era muy elevado. Para conjurar esa situaci n extrema, los romanos no dudaban en recurrir a las deidades locales, las cuales habitaban y dominaban esas tierras69. Por lo tanto, el recurso a contar con el apoyo de estas divinidades era fundamental para la cosmovisi n de los antiguos a fin de obtener un prop sito deseado, reflejando de esta manera su religiosidad.
En buena parte de estos monumentos epigr ficos (28, el 72%) documentamos la onom stica de las mujeres. La nomenclatura binominal, propia de las ciudadanas, es la m s registrada (24 mujeres). La mayor a de estas f minas establecieron relaciones afectivas principalmente con legionarios romanos, lo que nos sugiere que estos milites tendieron a construir lazos conyugales con mujeres que disfrutaban de un estatuto jur dico similar al suyo. A pesar de que las inscripciones no son documentos legales, la romana era una sociedad eminentemente jur dica. La usurpaci n de la onom stica romana y, con ello, del estatuto jur dico era un acto ilegal70. No obstante, la usurpatio es dif cil rastrearla en las fuentes epigr ficas.
En esta nomenclatura los gentilicios imperiales se documentan en diecis is mujeres, destacando Aurelia en cinco f minas y Flavia e lulia en cuatro cada uno. Hay que tener en cuenta que los nomina lulius/a y Aurelius/a son los m s constatados en Britannia71. La romanizaci n tard a de la isla y la cronolog a avanzada de los ep grafes donde aparecen las mujeres que portan estos gentilicios -especialmente el de Aurelius/a- sugiere un posible acceso a la ciudadan a romana m s o menos reciente, ya fuera por parte del parentesco ascendente o bien de forma individual -Constitutio Antoniniana-11. Por otra parte, debido al mal estado de conservaci n de algunos monumentos epigr ficos y a la omisi n intencionada de la nomenclatura en otros, las f minas catalogadas como anonymae ascienden a doce. Finalmente, siete mujeres portaron un nombre nico. A priori, se podr a pensar en una condici n peregrina para estas siete mujeres que presentan un solo antrop nimo -siempre y cuando sus monumentos epigr ficos no sobrepasen el a o 212 y no consideremos una omisi n del gentilicio-. Aquellas que portaron un idi nimo no romano tuvieron m s posibilidades de detentar una condici n peregrina, como Pusinna (RIB, I, 1667). En el caso de Vacia, dedicante del monumento funerario de su hermano, el cornicularius Aelius Mercurialis, la ausencia del nomen pudo deberse quiz s a una exclusi n intencionada. Ambos pudieron descender de un veterano licenciado en poca de Adriano, al igual que Aelia Comindus (RlB, I, 1561), esposa del decuri n Nobilianus. Por otra parte, en cuanto a la condici n liberta no se ha documentado de forma fehaciente ninguna mujer con un pasado servil. Quiz Flavia Veldicca pudo haber sido liberta del veterano T. Flavius Natalis (RIB, I, 358). El cognomen de uno de sus hijos, Flavius Ingenuinus, podr a sugerir un antiguo pasado servil73. Adem s, su propio cognomen ind gena y la homonimia en el gentilicio con el veterano apuntar an a esta hip tesis.
A partir de la onom stica podemos realizar conjeturas acerca de la procedencia de estas mujeres, puesto que tan solo un monumento epigr fico registra la origo de una f mina. Aurelia Aia fue una d lmata oriunda de Salona que se traslad a Britannia junto a su marido, Aurelius Marcus, miles probablemente de la cohors II Delmatarum (RIB, I, 1828). La coyuntura hist rica de Britannia, mencionada anteriormente, va a influir en la sociedad que se conforma en la nueva provincia y que aparece documentada en los testimonios epigr ficos. Un n mero significativo de personas cruzaron el Canal de la Mancha acompa ando al ej rcito romano. En este sentido documentamos a Pusinna, quien port un nombre germano como su c nyuge Dagvalda, un soldado de la cohors I Pannoniorum74. Esta pareja proceder a de los territorios renanos o danubianos. Una situaci n similar pudo haber vivido Domitia. Esta mujer erigi un espectacular monumento epigr fico para el jinete auxiliar Insus, perteneciente a la tribu de los tr viros75. Probablemente, ella tambi n pertenec a a la tribu gala de los tr viros. No obstante, el uso inapropiado del nomen romano desde el punto de vista jur dico, nos puede hacer pensar que estamos ante una britana de condici n peregrina76. Seguramente se tratara de la concubina del soldado, m s que su hermana o su madre77. Por otro lado, tanto Vibia Pacata como Flavia Baetica (RIB, I, 2115) pudieron haber sido oriundas de frica y de Hispania respectivamente en virtud de sus cognomina.
A pesar del elevado porcentaje de mujeres dedicantes de monumentos epigr ficos, carecemos de informaci n m s all de lo expuesto hasta el momento. Los monumenta no contienen indicios -textuales o iconogr ficos- que sugieran el desempe o de un oficio o el ejercicio de un cargo religioso por parte de las mujeres78. En otras partes del Imperio, sin embargo, contamos con testimonios epigr ficos donde encontramos a mujeres ejerciendo diversos oficios. Las inscripciones nos hablan de panaderas, ung entar as, m dicas, vendedoras de productos variados como pescado, carne, fruta o armas, peluqueras, etc.79 Las mujeres aqu documentadas hicieron su vida, a tenor de la localizaci n de los monumentos epigr ficos, en las proximidades de los campamentos militares, es decir, en los asentamientos civiles conocidos como vici y canabae. Las inscripciones relativas a soldados en activo se hallaron, mayoritariamente, en su guarnici n. Por otro lado, la tendencia general de los veteranos era la de asentarse en las cercan as de los lugares donde hab an realizado el servicio80. La mayor parte de los veteranos retirados en Britannia se asentaron, seg n el registro epigr fico, en los n cleos civiles que rodeaban a los campamentos militares81. Estas aglomeraciones cumpl an con diversas funciones como las de abastecer de una serie de servicios y manufacturas a la guarnici n militar. Por ello, las mujeres de nuestro estudio pudieron haber dedicado parte de su tiempo a las actividades productivas realizadas en los vici y las canabae.
Por otra parte, es llamativo el reducido n mero de inscripciones de veteranos y sus familias halladas en las colonias creadas ex professo para ellos en la isla (Camulodunum, Glevum, Lindum y Eburacum). Las causas de dicha ausencia las encontramos en factores como la escasa incidencia de la epigraf a en Britannia, puesto que el corpus de inscripciones de la isla re ne un exiguo n mero de piezas en comparaci n con otras provincias del Occidente romano, o en la temprana creaci n de las colonias. Estos enclaves, a excepci n de Eburacum, se construyeron en la primera centuria. El h bito epigr fico britano, sin embargo, eclosion en los siglos II y III. Adem s, al igual que en otros n cleos urbanos del Imperio con una presencia militar manifiesta, es posible que los veteranos all retirados omitieran su rango, pasando desapercibidos junto a la poblaci n civil82. Por otra parte, los diplomas militares nos sugieren otro modelo de poblamiento, ya que algunos han sido descubiertos en la zona sureste de la isla, en asentamientos rurales alejados de los principales campamentos militares83.
3.CONCLUSIONES
A trav s de la epigraf a, y lejos de las mujeres singulares de las culturas perif ricas a Roma a las que las fuentes atribuyen un papel activo en el mbito b lico, hemos visto como las mujeres formaban parte del espacio de sociabilidad del militar a trav s de la familia, ya fuera como esposas, hermanas o hijas. No hay que olvidar que en la sociedad romana el recuerdo era casi una necesidad antropol gica, un deseo de seguir viviendo en la memoria de las personas vivas. Si el recuerdo no se conservaba era como si no hubiera habido existencia. La epigraf a recoge el testimonio y las actividades de los hombres y de las mujeres del pasado. En este estudio, sin embargo, no contamos con una representaci n completa del papel desarrollado por las mujeres en la sociedad romana. Lo que nos encontramos en los monumentos epigr ficos son esencialmente los v nculos de parentesco tejidos con el militar. En este caso, la mujer casada es la m s representada, siendo adem s la principal dedicante de las inscripciones. Esta mayor presencia de la c nyuge se debe por una parte al predominio de la epigraf a funeraria (m s del 90%). Estas piezas son erigidas por un individuo pr ximo al fallecido, del que pod a ser heres, con el fin de honrar su memoria. Por otra parte, la consolidaci n del poder romano en Britannia a partir del siglo II va a propiciar tanto la eclosi n del h bito epigr fico, cuya plenitud se produjo en el siglo III, como el aumento en la formaci n de relaciones conyugales entre los militares, lo que significa la conmemoraci n por parte de uno de los c nyuges cuando el otro fallece. Hay que tener en cuenta que m s de los dos tercios de las inscripciones de este estudio (el 70%) se datan en esta horquilla cronol gica.
El 72% de las f minas de este trabajo -o el 81% si consideramos esposas a las cuatro mujeres estimadas como incertae- fueron c nyuges de los soldados sin aportar ning n dato relativo a su vida social. Desafortunadamente, no tenemos constancia del papel desempe ado por estas mujeres en los contextos civiles donde vivieron, ya fueran vici, canabae o n cleos urbanos con un estatuto jur dico privilegiado. A pesar de todo ello, cabe destacar la iniciativa personal y la capacidad econ mica de algunas mujeres que mandaron erigir monumentos epigr ficos. As , lulia Lucilla expres su pertenencia a una clase social superior a su marido en el epitafio de este; y Vibia Pacata dedic una inscripci n votiva a las divinidades de los bosques y de los caminos en el Muro de Antonino.
La informaci n que ofrecen las inscripciones no es copiosa. Sin embargo, en virtud de la onom stica registrada, podemos apuntar que la mayor parte de las mujeres documentadas en este estudio disfrutaron de un estatuto jur dico privilegiado. Esta condici n se corroborar a cronol gicamente si la fecha del monumento epigr fico excede la Constitutio Antoniniana. Por lo tanto, la mayor parte de los soldados romanos establecieron enlaces conyugales con mujeres que pose an un estatuto jur dico similar al suyo. Estas f minas acompa aron a los milites en su destino insular, como la d lmata Aurelia Aia, que acompa a su c nyuge Aurelius Marcus, encontrando la muerte en Britannia a los 33 a os; o, de otro modo, ser descendientes de veteranos asentados en esta provincia, como Vacia o Aelia Comindus. Por otro lado, no hemos registrado de forma fehaciente ninguna mujer de origen servil o liberto. Quiz Flavia Veldicca, en funci n de su onom stica y la de su descendencia -Flavius Ingenuinuspudo haber sido una liberta del veterano T. Flavius Natalis.
Acorde con la distribuci n geogr fica de la epigraf a militar en Britannia, las inscripciones recogidas en este estudio fueron halladas esencialmente en un contexto castrense, es decir, en las cercan as de los campamentos militares -legionarios y auxiliares- y en una cronolog a avanzada -finales del siglo Il-siglo III-. Por lo tanto, la presencia de la mujer en el ambiente militar romano es algo que ya no se puede eludir, debi ndose superar la exclusi n de la mujer de los estudios militares del ej rcito romano.
2. Celsioris staturae et candidi paene Galli sunt omnes et rutili luminumque toruitate terribiles, auidi iurgiorum et sublatius insolentes. Nec enim eorum quemquam adhibita uxore rixantem, multo se fortiore et glauca, peregrinorum ferre poterit globus, tum maxime cum illa, inflata ceruice suffrendens ponderansque niueas ulnas et uastas, admixtis calcibus emittere coeperit pugnos, ut catapultas tortilibus neruis excussas. Amm. Marc., XV, 12, 1. (Traducci n de Ma Luisa Harto Trujillo, Akal, 2002).
3. Bermejo Barrera, Jos Carlos: Mitolog a y mitos de la Hispania prerromana. 2, Madrid, Akal, 1986, p. 114; Mart nez L pez, C ndida, Las mujeres de la pen nsula ib rica durante la conquista cartaginesa y romana , La mujer en el mundo antiguo, Actas de las VJornadas de Investigaci n Interdisciplinaria, en Garrido Gonz lez, Elisa (ed.), Madrid, Universidad Aut noma de Madrid, 1986, pp. 388-391; Fern ndez Nieto, Fco. Javier: Interpretaciones en materia religiosa, social y t cnica sobre los pueblos antiguos de la Pen nsula Ib rica , en Alonso vila, Mar a ngeles et alii (coords.): Homenaje al profesor Montenegro: estudios de historia antigua, Valladolid, Universidad de Valladolid, 1999, pp. 277-278; Gallego Franco, Henar: La imagen de la mujer b rbara : a prop sito de Estrab n, T cito y Germania , Faventia, 21, 1 (1999), p. 62.
4. Esta distribuci n de los roles sexuales aparece tambi n en la Il ada (VI, 492) cuando H ctor le dice a su mujer Andr maca que se encargue de sus labores (el telar y la rueca), que de la guerra se ocupan los hombres.
5. [...] iure, ut dixi, natura comparata est opera mulieris ad domesticam diligentiam, uiri autem ad exercitationem forensem et extraneam; itaque uiro calores et frigora perpetienda, tum etiam itinera et labores pacis ac belli, id est rusticationis et militarium stipendiorum, deus tribuit. Mulieri deinceps, quod omnibus his rebus eam fecerat inhabilem, domestica negotia curanda tradidit [.]. Columella, Rust., XII, 4-5.
6. Iriarte Gon , Ana: De amazonas a ciudadanos. Pretexto ginecocr tico y patriarcado en la Grecia Antigua, Madrid, Akal, 2002, pp. 152-155.
7. PELLIZER, Ezio & Tedeschi, Gennaro: Semonides: Testimonia et fragmenta, Roma, Ateneo, 1990.
8. Un ejemplo lo tenemos en Artemisia de Caria, que particip en la segunda guerra m dica bajo las rdenes de Jerjes I (Hdt., VIII, 88).
9. La bibliograf a sobre Cleopatra es muy extensa. Una de las ltimas monograf as que recoge la construcci n de la imagen de la reina de Egipto es la de PUYADAS Rup rez, Vanesa: Cleopatra VII: La creaci n de una imagen. Representaci n p blica y legitimaci n pol tica en la Antig edad, Zaragoza, Universidad de Zaragoza, 2016.
10. En cuanto a la reina Teuta vid. Curcija-Prodanovic, Nada: Teuta, Queen of Illyria, London, Oxford University Press, 1973.
11. Plb., II, 2 y 3.
12. Tac., Ann., XII, 40, 2-3; Tac., Hist., III, 45.
13. Acerca de esta rebeli n vid. Webster, Graham: Boudica: The British revolt against Rome AD 60, London, Batsford, 1978.
14. Tac., Ann., XIV, 31, 1.
15. Tac., Ann., XIV, 35, 1-2. El mismo T cito pone en boca de Boudicca que era costumbre para los britanos luchar bajo el mando de mujeres. Adem s, en Agricola 16, 1 T cito hace referencia a la ausencia de discriminaci n entre los sexos a la hora de desempe ar el poder.
16. Sobre esta reina vid. Southern, Pat: Empress Zenobia: Palmyra s rebel queen, London, Hambledon Continuum, 2008.
17. SHA, Tyr., Trig., 30.
18. Tac., Ann., XIV, 36, 1.
19. SHA, Aurel., 34, 1.
20. EvTau a 8' ai yuva Ke anavTwaai ???? ^i< wv Ka! neA Kewv, Seivov TeTpiyu ai Ka! nepi upov qp vovTO tou ????????^ poiwe Ka! tou 8iwKovTa , tou pev npoSoTa , tou 8' noAepiou , avon^uppevai paxopevoi Ka! ????! yu^va tou ?? 0upeou twv Pwpa wv noanwaai Ka! Twv ^wv mAap avopevai, Ka! Tpa para Ka! 8iaKona awp rwv unop vouaai, p xpi TeAeuT^ ?^???? to 0upo . Plut., Mar., XIX, 9. (Traducci n de Juan N. Guzm n Hermida y Oscar Mart nez Garc a, Gredos, 2007).
21. App., Iber., LXXII.
22. Phot., Bibl., cod. 166.
23. Fern ndez Nieto, Fco. Javier: Interpretaciones... , pp. 277-278.
24. Gallego Franco, Henar: La imagen de la mujer b rbara.. , pp. 56-57.
25. P rez Rubio, Alberto, Mujer y guerra en el Occidente europeo (siglos III a.C. - I d.C.) , en Vidal Palomino, Jordi & Antela Bern rdez, Borja (coords.): M s all de la batalla: la violencia contra la poblaci n en el mundo antiguo, Zaragoza, P rtico, 2013, p. 100.
26. Sall., Hist., II, 92.
27. Sobre la mujer romana existen numerosos trabajos. Recomendamos el de Cantarella, Eva: La calamidad ambigua: condici n e imagen de la mujer en la antig edad griega y romana, Madrid, Ediciones Cl sicas, 1996.
28. Suet., Dom., 4, 1.
29. PETRON., Sat., 45, 7.
30. Cass. Dio, LXXVI, 16.
31. Cool, Hilary E.: The Roman cemetery at Brougham, Cumbria: excavations 1966-1967, London, Society for the Promotion of Roman Studies, 2004, p. 317.
32. Pedregal Rodriguez, Amparo: La mulier virilis como modelo de perfecci n en el cristianismo primitivo , en G MEZ-ACEBO, Isabel (ed.): La mujer en los or genes del cristianismo, Bilbao, Descl e de Brouwer, 2005, pp. 146-148.
33. La mujer romana ten a un cometido concreto en la sociedad, el cual era atribuido por el orden patriarcal. Ella deb a ser buena madre, buena esposa (casta, pudicitia, univira en caso de viudedad), buena ama de casa (domiseda), deb a dedicarse a las labores del hilado y del tejido (lanifica), cuidar de los hijos, etc. Un ejemplo lo encontramos en el epitafio de la matrona Claudia (CIL, I2, 1211). Vid. al respecto de la Rosa Cubo, Cristina: Mujer y Familia en la Antigua Roma , Popula ao e Fam lia, Sao Paulo, 6 (2004), p. 22.
34. Cicer n, en sus diatribas contra Marco Antonio, atribu a a Fulvia la toma de decisiones pol ticas (Cic., Fil. II, 95; III, 10; V, 11).
35. Delia, Diana: Fulvia reconsidered , en Pomeroy, Sarah (ed.): Women s History and Ancient History, Chapel Hill, University of North Carolina, 1991, pp. 197-217; Virlouvet, Catherine: Fulvia, la Pasionaria , en Fraschetti, Augusto (ed.): Roma al femminile, Roma, Laterza, 1994, pp. 71-94; WEIR, Allison J.: A Study of Fulvia, (Tesis doctoral), Queen s University, 2007.
36. Cass. Dio, XLVIII, 10, 4.
37. Boatwright, Mary T.: Faustina the Younger, Mater Castrorum , en Frei-Stolba, Regula, Bielman, Anne & Bianchi, Olivier: Les femmes antiques entre sphere priv e et sphere publique, Actes du Dipl me d Etudes Avanc es, Universit s de Lausanne et Neuch tel, 2000-2002, Berna, Peter Lang, 2003, pp. 249-263; Kuhoff, Wolfgang: Iulia Aug. Mater Aug. N. et Castrorum et Senatus et Patriae , ZPE, 97 (1993), pp. 259-271.
38. Rose, Sonya O.: Qu es historia de g nero?, Madrid, Alianza, 2012, p. 20.
39. Anderson, Bonnie S. & Zinsser, Judith P.: Historia de las mujeres: una historia propia, Barcelona, Cr tica, 1992, p. 13.
40. Destacamos los trabajos de van Driel-Murray, Carol: A question of gender in a military context, Helinium 34 (1994), pp. 342-362; eadem: Gender in Question , en RUSH, Peter (ed.): Theoretical Roman Archaeology: Second Conference Proceedings, Avebury, Aldershot, 1995; eadem: Women in Forts? Jahresbericht - Gesellschaft Pro Vindonissa (1997), pp. 55-61; Allason-Jones, Lindsay: Sexing Small Finds, en Rush, Peter (ed.): Theoretical Roman Archaeology: Second Conference Proceedings, Avebury, Aldershot, 1995; Allison, Penelope M.: Mapping for gender. Interpreting artefact distribution inside 1st- and 2nd-century A.D. forts in Roman Germany , Archaeological Dialogues 13, 1 (2006a), pp. 1-20; eadem: Artefact distribution within the auxiliary fort at Ellingen: evidence for building use and for the presence of women and children , Bericht der R misch-Germanischen Kommission, 87 (2006b), pp. 387452; eadem: The women and children inside 1st- and 2nd- century forts: comparing the archaeological evidence , en Brandl, Ulrich, (ed.): Frauen und R misches Milit r : Betr ge eines Rundes Tisches in Xanten vom 7. Bis 9. Juli 2005, Oxford, Archaeopress, 2008; eadem: People and Spaces in Roman Military Bases, Cambridge, Cambridge University Press, 2013; eadem: Characterizing Roman Artifacts to Investigate Gendered Practices in Contexts without Sexed Bodies , American Journal of Archaeology, 119, 1 (2015), pp. 103-123; Greene, Elizabeth M.: Female Networks in Military Communities in the Roman West: a View from the Vindolanda Tablets , en Hemelrijk, Emily & Woolf, Greg (eds.): Women and the Roman city in the Latin West, Leiden/Boston, Brill, 2013.
41. Brandl, Ulrich (ed.): Frauen und R misches Milit r : Beitr ge eines Runden Tisches in Xanten vom 7. Bis 9. Juli 2005, Oxford, Archaeopress, 2008; Greene, Elizabeth M.: Women and Families in the Auxiliary Military Communities of the Roman West in the First and Second Centuries AD, (Tesis doctoral), University of North Caroline-Chapel Hill, 2011; eadem: Conubium cum uxoribus: wives and children in the Roman military diplomas , Journal of Roman Archaeology, 28 (2015), pp. 125-159.
42. Bajo el reinado de Vespasiano se concentraron en Britannia cuatro legiones, 14 alae y 55 cohortes. La intenci n era conquistar la totalidad de la isla (Holder, Paul A.: The Roman Army in Britain, London, Batsford, 1982, p. 16).
43. Vid. al respecto Birley, Anthony R.: The People of Roman Britain, Berkeley and Los Angeles, University of California Press, 1980; Salway, Peter: Roman Britain, Oxford, Oxford University Press, 1984.
44. Las inscripciones de Britannia aparecen compiladas en los tres vol menes de The Roman Inscriptions of Britain.
45. van Driel-Murray, Carol: Women... , p. 55.
46. La inscripci n RIB I, 252 documenta una mujer m s, Julia Sempronia. No obstante, la lectura realizada por G za Alf ldy ( Review of RIB , Bonner Jahrb cher, 166 (1966a), pp. 638-645: h(eres) a se m(emoria) fecit)) nos parece m s acertada. Asimismo, algunos especialistas consideran militares a Barathes (RIB, I, 1065 y 1171) y a Lurio (RIB, I, 1483). Barathes aparece en la primera inscripci n junto a su c nyuge, mientras que en el segundo ep grafe se documenta el t rmino vexillarius. Este individuo, m s que un veterano, puede ser considerado como un comerciante (BIRLEY, Anthony R.: The People..., p.127). Por su parte, Lurio dedic una inscripci n funeraria a su hermana, a su esposa y a su hijo. Sin embargo, en este monumento epigr fico no se constata una simbolog a ni se recoge una terminolog a que hiciera factible su inclusi n con total certeza en el ej rcito romano.
47. Woolf, Greg: Monumental Writing and the Expansion of Roman Society in the Early Empire , The Journal of Roman Studies, LXXXVI (1996), p. 36.
48. Mann, John C.: Epigraphic consciousness , The Journal of Roman Studies, LXXV (1985), pp. 204-206; Fulford, Michael: Veteran settlement in 1st-c. Britain and the foundations of Gloucester and Lincoln , en Hurst, Henry (ed.): The Coloniae of Roman Britain: New Studies and a Review. Papers of the conference held at Gloucester on 5-6july, 1997, Portsmouth, Rhode Island, Journal of Roman Archaeology, Supplementary Series 36, 1999, pp. 177-178.
49. Allason-Jones, Lindsay: Women and the Roman army in Britain , en Goldsworthy, Adrian & Haynes, Ian (eds.): The Roman Army as a Community, Portsmouth, Rhode Island, Journal of Roman Archaeology Supplementary Series 34, 1999, p. 50. De forma general, sobre la mujer en Britannia v ase Allason-Jones, Lindsay: Women in Roman Britain. London, British Museum Publications, 1989.
50. Saller, Richard P. & Shaw, Brent D.: Tombstones and family relations in the Principate: civilians, soldiers and slaves . The Journal of Roman Studies, LXXIV (1984), pp. 126-127; Meyer, Elizabeth A.: Explaining the epigraphic habit in the Roman Empire: the evidence of epitaphs , The Journal of Roman Studies, LXXX (1990), pp. 77-78.
51. Phang, Sara E.: The Marriage of Roman Soldiers (13 BC-AD 235): Law and Family in the Imperial Army, Leiden/ Boston/K ln, Brill, 2001, pp. 2-3. En contra de esta idea vid. Speidel, Michael A.: Les femmes et la bureucratie. Quelques reflexions sur l interdiction du marriage dans l arm e romaine , Cahiers du Centre Gustave Glotz, XXIV (2013), pp. 205-215.
52. Los oficiales proced an de las elites romanas -senatorial y ecuestre-, teniendo su cargo militar un car cter temporal. El nico impedimento con el que contaban estos oficiales era establecer un matrimonium iustum con una mujer oriunda de la provincia donde desempe asen su funci n. Cherry, David: The Marriage of roman Citizens and Non-Citizens: law and practice, (Tesis doctoral), University of Ottawa, 1985, p. 55; Palao Vicente, Juan Jos : Mujer y ej rcito romano durante poca imperial , en Sevillano San Jos , Mar a Carmen et alii (eds.): El conocimiento del pasado. Una herramienta para la igualdad, Salamanca, Plaza Universitaria, 2005, p. 172.
53. Tac., Ann., I, 40-41.
54. Bowman, Alan: Life and letters on the Roman frontier. Vindolanda and its people, London, British Museum Press, 1994, p. 127.
55. Suet., Aug., 24.
56. Marshall, Anthony J.: Tacitus and the Governor s Lady: A Note on Annals iii, 33-4 , Greece & Rome, 22, 1 (1975), p. 12.
57. Tac., Ann., III, 33, 3. Caecina Severus recalcaba que las mujeres andaban entre los soldados y ten an a su servicio a los centuriones. Adem s, menciona que una mujer -Plancina, esposa de Calpurnio Pis n- ya hab a presidido unas maniobras militares (Tac., Ann., II, 55, 6).
58. Greene, Elizabeth M.: Conubium... , pp. 137-138. Un ejemplo de estas relaciones lo encontramos en la desastrosa expedici n de Varo en el a o 9 en Germania. El ej rcito era seguido por las mujeres y la descendencia de los soldados (Cass. Dio, LVI, 20, 2).
59. A estas mujeres habr a que sumar dos que se definen como madres, lo que elevar a el porcentaje al 72%. Asimismo, las cuatro mujeres cuya relaci n es desconocida probablemente fueron tambi n c nyuges de los propios soldados. De esta manera, el total de c nyuges ascender a de forma global a 35 (el 81%).
60. Le ROux, Patrick: Larm e romaine et l organisation des provinces ib riques d Auguste a l invasion de 409, Paris, De Boccard, 1982, p. 346; Palao Vicente, Juan Jos : Legio VII Gemina (Pia) Felix: estudio de una legi n romana, Salamanca, Universidad de Salamanca, 2006, p. 356.
61. Tambi n el t rmino coniux se documenta de forma predominante en las unidades militares de Gallia. Por el contrario, en Hispania prevalece el vocablo uxor.
62. Treggiari, Susan: Roman Marriage: lusti Coniuges from the time of Cicero to the time of Ulpian, Oxford, Clarendon Press, 1991, pp. 6-7; Jeppesen, Alison: The Portrayal of Roman Wives in Literature and Inscriptions, (Tesis doctoral), University of Calgary, 2010, passim. Uxor fue el t rmino empleado por los juristas para referirse a la esposa leg tima dentro del marco legal romano como se aprecia en los diplomas militares (Speidel, Michael A.: Les femmes... , pp. 209-210). Sin embargo, dicho uso no siempre se ajustaba a la propia legalidad (cagnat, Ren : L arm e romaine d Afrique et loccupation militaire de lAfrique sous les empereurs, Paris, Imprimerie nationale, E. L roux, 1913, p. 376; Phang, Sara E.: The Marriage., p. 99).
63. Phang, Sara E.: The Marriage., p. 200.
64. Ceballos Hornero, Alberto: Epitafios latinos de gladiadores en el occidente romano , Veleia, 20 (2013), p. 327.
65. Parkin, Tim G.: Demography and Roman Society, Baltimore, John Hopkins University Press, 1992, pp. 6-7.
66. Tomlin, Roger S. O.: Britannia Romana. Roman Inscriptions & Roman Britain, Oxbow books, Oxford, 2018, p. 219.
67. La controversia acerca de las letras SC de la inscripci n ha dado lugar a un debate en cuanto al cargo que hab a desempe ado este militar: summus curator (Speidel, Michael P.: Guards of the Roman armies. An essay on the singulares of the provinces, Bonn, Rudolf Habelt, 1978, p. 126) o singularis consularis (Davies, Roy W.: Singulares in Roman Britain , Britannia, 7 (1976), p. 136). Sin querer entrar en esta pol mica, cabe la posibilidad de que Iulius Maximus fuera un veterano. Sobre este asunto vid. L pez Casado, Roberto: Honesta Missio. Los veteranos en las sociedades provinciales del Imperio Romano occidental a trav s de la epigraf a, Valladolid, Universidad de Valladolid, 2018, pp. 137-138.
68.Ferllt, Audrey: Les soldats et les divinit s feminines dans les Germanies sous le Haut Empire romain , en Wolff, Catherine (ed.): Le m tier de soldat dans le monde romain: actes du cinquieme Congres de Lyon, 23-25 septembre 2010, Paris, De Boccard, 2012, pp. 210-212.
69. Henig, Martin: Throne, Altar and Sword: Civilian Religion and the Roman Army in Britain , en Blagg, Thomas F. & King, Anthony C., (eds.): Military and civilian in Roman Britain: cultural relationships in a frontier province, BAR British Series 136, Oxford, 1984, p. 236.
70. Suet., Claud., 25,3.
71. Kakoschke, Andreas: Die Personennamen im r mischen Britannien, Hildesheim, Olms-Weidmann, 2011, pp. 58-60 (Aurelius) y 114-118 (Iulius).
72. Alf ldy, G za: Notes sur la relation entre le droit de cit et la nomenclature dans l Empire romain , Latomus, XXV, 1 (1966b), p. 46.
73. PALAO VICENTE, Juan Jos : Los veteranos legionarios en Britania , Classica et Christiana, 5.2 (2010), pp. 452-453.
74. Kakoschke, Andreas: Die Personennamen..., pp. 528 y 330 respectivamente.
75. Colling, David & Muller, Jean-Claude: Insus, fils de Vodullus, soldat tr vire en Bretagne , BIALux 87, 4, 2011, p. 180.
76. Gallego Franco, Henar: Onom stica y estatuto jur dico individual. Las denominaciones personales de nomen nico en la epigraf a romana de Castilla y Le n , Hispania Antiqva, XXXVI (2012), p. 132. Si fuera una tr vira, tribu ubicada en la Gallia Belgica, pudo haber disfrutado del derecho latino si pertenec a a una comunidad privilegiada en este sentido (France, J r me: tat romain et romanisation: propos de la municipalisation des Gaules et des Germanies , L antiquit classique 70, 2001, p. 208; Dondin-Payre, Monique: Forum et structures civiques dans les Gaules: les t moignages crits , BouET, Alain (ed.), Le forum en Gaule et dans les r gions voisines, Bourdeaux, Ausonius, 2012, p. 55).
77. Los diplomas militares indican que los soldados entablaron un mayor n mero de enlaces conyugales con mujeres de su misma procedencia o con aquellas que formaban parte de la comunidad militar (Greene, Elizabeth M.: Conubium. , p. 127).
78. En Hispania documentamos el ep grafe CIL, II, 3329 donde comparecen L. Postumius Fabullus -flamen y tribuno militar- y Manlia Silana -flaminica-. La relaci n entre ambos no se constata en la inscripci n, pero a todas luces ser a un v nculo conyugal.
79. Le Gall, Joel: M tiers des femmes au Corpus Inscriptionum Latinarum , Revue des tudes Latines, 47 bis (1969), pp. 123-130; Gallego Franco, Henar: La consideraci n en torno a la mujer y su proyecci n en la sociedad de Hispania Antigua , Hispania Antiqva, XVI (1992), p. 353; Fern ndez Uriel, Pilar: Obreras y empresarias en el Per odo Romano Alto Imperial , Espacio, Tiempo y Forma, Serie II, Historia Antigua, 24 (2011), pp. 381-403.
80. Mann, John C.: Legionary Recruitment and Veterans Settlement during the Principate, London, Institute of Archaeology, 1983, p. 62.
81. Fulford, Michael: Veteran settlement... , p. 178.
82. Palao Vicente, Juan Jos : Los veteranos legionarios. , p. 445.
83. Mann, John C.: The Settlement of Veterans Discharged from Auxiliary Units Stationed in Britain , Britannia, 33 (2002), pp. 186-187.
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Abstract
Abstract This paper is focused on the women who appear in the military inscriptions of Roman Britain. De esta manera, T cito nos cuenta que en la batalla final contra Boudicca se ve an m s mujeres que j venes18. En el mbito hispano, nos encontramos con el testimonio de Apiano sobre las mujeres de los br caros, que pelearon junto a sus maridos contra los romanos21. Sin embargo, en Roma una mujer ciudadana nunca pudo enrolarse en el ej rcito o desempe ar el cargo de c nsul27.
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