Recibido: 2021-01-22 · Aceptado: 2021-04-22
Resumen
Este artículo expone la evolución durante el franquismo del tradicionalismo carlista. Pasó de su participación activa en la guerra contra la República y en el triunfo militar hasta su marginación en la construcción del nuevo Estado y oposición al régimen, acercándose al mismo en la colaboración de los años 50. De la organización como Comunión Tradicionalista representante del tradicionalismo antiliberal hasta convertirse en un partido político democrático defensor del federalismo y el socialismo autogestionario. De la falta de liderazgo dinástico hasta el reconocimiento y proclamación como rey de su príncipe regente, cuyo heredero Carlos Hugo protagonizó el proceso de «clarificación ideológica» y modernización. Esos objetivos se han estudiado a partir de los documentos elaborados por los protagonistas y de la bibliografía. De lo que resulta que en el periodo del tardofranquismo se produjo un intento de reforma sustancial del carlismo histórico que fracasó en la Transición.
Palabras claves
Tradicionalismo; carlismo; colaboracionismo; clarificación ideológica; federalismo; socialismo autogestionario.
Abstract
This article describes the evolution of Carlist traditionalism during Franco's regime. It went from active participation in the war against the Second Republic and the military victory to opposition to the regime, while getting closer to it in the collaboration of the 1950s. From its organisation as a Traditionalist Communion representing anti-liberal traditionalism to a democratic political party that defended federalism and self-managed socialism. From a lack of dynastic leadership to the recognition and proclamation of its prince regent Carlos Hugo as pretender to the throne, the man who led the process of «ideological clarification» and modernization of the movement. These objectives have been studied from documents drawn up by the figures themselves and from the literature, from which it can be gleaned that an attempt was made to carry out a substantial reform of historic Carlism towards the end of Franco's regime, although it failed during the Transition to democratic rule.
Keywords
Traditionalism; Carlism; collaborationism; ideological clarification; federalism; self-managed socialism.
1.CARLISMO Y FRANQUISMO
Las relaciones de la Comunión Tradicionalista, representada por el regente Javier de Borbón-Parma y su jefe-delegado Manuel Fal Conde, con Franco no fueron buenas ni durante la guerra ni una vez concluida. La Junta Central Carlista de Guerra de Navarra había puesto a disposición de Mola y del generalísimo las milicias de los requetés, en un comportamiento rebelde y faccioso respecto a las autoridades de la Comunión, a cambio de restaurar la enseña monárquica y mantener el control político-administrativo de Navarra2. Franco utilizó las milicias carlistas y se apoyó en los pocos carlistas «colaboracionistas», imponiéndoles la Unificación y el partido único3. Si en el siglo XIX los carlistas ganaron batallas, pero perdieron las guerras, en la del XX fueron triunfadores excluidos de la conquista del Estado4. Resultaron una compañía útil en lo militar, insubordinada e incómoda en lo político, y un obstáculo, por su rebeldía, para su poder personal indefinido.
La nueva realidad de la paz hizo a los carlistas perder los rituales de guerra, comprobando que Franco y la Falange no tomaban en consideración ni sus ideas, ni sus propuestas, ni sus estructuras propias de un proto Estado carlista5.
La organización tradicionalista fue sometida al control por la policía y la parapolicía falangista; la mayor parte de sus medios pasaron al patrimonio de FET y de las JONS6, y muchos militantes fueron perseguidos7. Franco exigía la unidad uniforme en los «postulados del régimen» y del partido único8.
Se creó en las filas carlistas un sentimiento de frustración, desengaño y enemistad con el régimen. Hubo también autocompasión por el maltrato recibido, desde una cierta arrogancia por su aportación al éxito militar. Habiendo formado parte de los vencedores, eran marginados y perseguidos, lo que les llevó a apartarse y rebelarse contra Franco y la Falange. Algunos lo sublimaron porque pensaban en el premio eterno por su defensa de la religión y la Iglesia, convencidos de que en la nueva España que construía Franco no había sitio para ellos9.
Así lo expresó el documento de la Comunión Tradicionalista «La representación nacional y el espíritu de las nuevas Cortes» del 14 de noviembre de 1942: «Los muertos de nuestra guerra, murieron de verdad y para que de verdad se restaurara la gran España tradicional; no para que una ruin comparsa montara sobre sus tumbas una farsa infame»10.
Los miembros de la Junta Auxiliar de la Jefatura Delegada en carta al regente de 23 de junio de 1942 expresaron el
malestar general que hay en nuestra Patria producido por este Régimen que contra toda razón y todo derecho se ha impuesto, [...] Régimen verdaderamente intruso y usurpador, que ha llevado el desgobierno y el malestar a todos los órdenes de la Administración pública y de la vida nacional11.
El documento de la Comunión Tradicionalista «La lección de los hechos» del 12 de octubre de 1944 afirmó: «No se hizo la guerra para esto». Era preciso «conseguir el verdadero sentido de la victoria en esta guerra española hay que empezar a desmontar, desde los cimientos, la política falangista de la retaguardia»12.
En 1947 el regente dirigió una carta a uno de los jefes del requeté analizando críticamente las causas de la posición del carlismo y del «desengaño producido» tras el fin de la guerra, consecuencia de los acuerdos con Mola y los jefes militares y políticos del Alzamiento por
no proclamar o hablar del Rey y la Monarquía. Así no fue una guerra carlista, pero fue alcanzada la victoria por nuestros requetés con tantos sacrificios y sangre. [...] Nuestra contribución inmensa fue desconocida y dejada sin reconocimiento, y numerosos otros que no tenían muertos ningunos se han aprovechado de nuestros sacrificios.
La desunión del carlismo «no procede de faltas por parte de la Jefatura, aunque errare humanun est, pero de grupos determinados de carlistas». Las actuaciones de Fal Conde se habían producido «siempre en completo acuerdo conmigo». Habían intentado no tener «participación directa en las responsabilidades del gobierno», porque «era imposible a los verdaderos carlistas participar en el Gobierno (arrastrando así la responsabilidad de la Comunión Carlista), que era compuesto en su mayoría de enemigos de Nuestra Tradición y presidido por elementos alíenos y hostiles». Atribuyó la responsabilidad de las escisiones y de sus consecuencias a exjefes carlistas como Rodezno y Bilbao, manifestándose contrario al régimen13.
La desmovilización carlista fue muestra del cambio de la «cultura de la identificación» durante la guerra a la «cultura de la alienación» tras su fin: «Los tradicionalistas, más aislados e impotentes que nunca, decidieron replegarse y esperar en la sombra sobrevivir al franquismo como habían sobrevivido a la monarquía constitucional y a la república»14. En muchos casos, concluyó en el «compromiso temporal» por la justicia social de los movimientos sociales católicos contrarios al sistema capitalista y al régimen.
Gran parte del carlismo vivió durante el franquismo en la contradicción de haber contribuido de forma decisiva a la creación del régimen y la conciencia del engaño, que le llevó a la decepción y a la oposición. Lo hizo sin poder «construir el enemigo» en la persona de Franco, trasladándolo a la Falange. Históricamente la existencia del enemigo liberal le había resultado útil, pero ahora era distinto, había contribuido a ganar la guerra, apoyado al generalísimo del ejército y hecho posible un régimen que invocaba sus doctrinas y era apoyado por la Iglesia, con la satisfacción de haber cumplido una misión histórica. La Comunión Tradicionalista quedó dentro del régimen
situada en una suerte de limbo político, ya que funcionaba como una familia informal de la Gran Coalición franquista, pero también como una organización autónoma que carecía de existencia legal y rechazaba cualquier colaboración con el Partido Único; donde, en buena medida gracias a ello, los falangistas no tenían rivales15.
La situación fomentó las divisiones internas entre los carlistas colaboracionistas unificados, a los que se asimilaban los carlosoctavistas apoyados por el régimen entre 1943-195316, los juanistas que reconocían la legitimidad dinástica a D. Juan, los falcondistas-javieristas, y los sivatistas17. Sólo los primeros estuvieron presentes en las estructuras del régimen, principalmente en el ministerio de Justicia (Rodezno e Iturmendi), en las Cortes Españolas (Bilbao), en el Movimiento y en ámbitos locales en Navarra, País Vasco, Cataluña y Valencia, participación que se fue reduciendo hasta desaparecer. Como reconoció el Príncipe Regente,
El carlismo para todos estos era un refugio seguro, una defensa de sus intereses espirituales o materiales cuando no de sus ambiciones políticas personales. Por ello el régimen se ha esmerado siempre en utilizar personalidades que habían sido carlistas. Esto servía a confundir a los carlistas y sobre todo a la opinión pública y a mantener en esta un antagonismo entre izquierda y carlismo, condición evidente de la política de guerra civil latente que el régimen quería sostener18.
Esta situación estuvo en parte motivada por la ausencia del elemento fundamental que en su historia había sido la figura del Rey, sustituido por un Regente que, por las circunstancias del momento, no podía cumplir la misión encomendada por el último Rey D. Alfonso Carlos.
El Consejo Nacional de la Tradición del 30-31 de mayo de 1952 puso fin a la Regencia y proclamó a Javier de Borbón-Parma sucesor de Alfonso Carlos y jefe de la dinastía, poniendo simultáneamente fin al proyecto de Regencia Nacional para España que preconizaba la Comunión, desde el convencimiento de que los años transcurridos y la consolidación de la dictadura sine die, habían hecho perder sentido a una opción monárquica inmediata. Sin embargo, él mismo limitó el alcance de aquel acto en la carta a su hijo Carlos Hugo del día 31 y en la declaración de 17 de enero de 1956 afirmando que fue un «acto prematuro [...] una imprudencia humana y un error político mío». Finalmente, aceptó y confirmó el 17 de enero de 1956, «para mí y para mis descendientes la sucesión legítima de la Monarquía española y la pesada carga de la corona en el destierro» 19.
La Comunión tenía ya su abanderado para reactivar su política. Superando la actitud opositora de la etapa de Fal Conde, decidió abrirse a la colaboración con el régimen. Así se planteó con el nuevo jefe delegado José M. Valiente, bajo la dirección del monarca y del heredero Carlos Hugo a partir de mayo de 195720.
2.EL COLABORACIONISMO
En un manifiesto de 3 de abril de 1954 expresó D. Javier su disposición a «prestar nuestro concurso a cualquier labor -que ya es inaplazable- de enderezamiento de la política hacia finalidades en consonancia con la doctrina que venimos manteniendo por espacio de varias generaciones». Las concretó en establecer una Monarquía con «la sociedad constituida según su propio ser, con sus entidades plenas de personalidad, sus fueros, sus libertades y su auténtica representación». Propuso superar la etapa de retraimiento y oposición/contestación practicada desde la guerra, que supuso la ruptura de la unidad del régimen y de los vínculos políticos en torno al caudillo21.
Para esta nueva política respecto al régimen, el 11 de agosto de 1955 cesó al delegado Fal asumiendo D. Javier la total jefatura y reorganizó la Comunión. Fue sustituido por el secretario general José M. Valiente22, a quien encomendó practicar una «política de intervención» conocida como «colaboracionismo» (19571967)23. Valiente propuso sus términos al ministro Arrese el 14 de junio de 195624. Simultáneamente se desarrolló una acción para captar a los carlosoctavistas que habían quedado sin pretendiente tras la muerte de Carlos VIII en 1953. Por parte del ministro de Justicia Iturmendi se presionaba a D. Javier para que, a cambio de reconocimiento, apoyara la propuesta de Franco para su sucesión. El argumento justificativo de la nueva estrategia fue «la realización de una buena parte del programa tradicionalista en la Monarquía futura con el Príncipe Juan Carlos» por medio de «la incorporación a Franco para la monarquía futura»25. Fue rechazada por quienes se oponían a cualquier reconocimiento de la dinastía liberal.
Del acercamiento al régimen se hizo eco el sacerdote carlista Bruno Lezáun, contestando a la de D. Javier abogando para que «vayamos con Franco a la institución de la Monarquía», apostillando:
creo que ir con Franco es abdicar de los principios carlistas, puesto que ipso facto el ir a Franco es admitir un régimen distinto y opuesto al Régimen Carlista, es perder la Legitimidad de Ejercicio. Por lo tanto, con esta carta ha perdido S. A. el derecho a ser Rey de España y a ocupar puesto alguno de dirección del Carlismo26.
Con la nueva estrategia, la Comunión adoptó una actitud de crítica prudente y moderada, de menos intensidad que la de Fal27, que le dio presencia, pero no poder ni posibilidades en la sucesión. Para Valiente dentro del Movimiento había dos alternativas: la Falange, que de partido único se constituía en «dominante», y la carlista, excluyendo a los monárquicos juanistas.
Esta línea política fue apoyada por D. Javier quien en 1957 propuso contar «con franquistas, juanistas, sivatistas y octavistas y con los mismos falangistas para formar una barrera al neorrepublicanismo»28. Fue establecida por la Junta de Gobierno de 23 de febrero de 1957 a propuesta de Valiente para evitar la crisis del Movimiento y garantizar una futura monarquía tradicional, respaldada por la Falange, poniendo los medios para llegar «hasta donde sea posible, con prudencia, lealtad y espíritu constructivo»29. El propósito fue participar en las decisiones de gobierno y recibir apoyo a sus círculos, publicaciones, actos, etc., que permitieran recuperar espacio político y abrir posibilidades en la sucesión, en unión con las restantes opciones carlistas30. Para logarlo se promovió un movimiento «de unión carlista» con la incorporación de los carlosoctavistas.
El colaboracionismo fue muy contestado internamente hasta provocar un atentado contra Valiente31. Se argumentaba que no produciría resultados políticos, salvo la tolerancia de los «Círculos Vázquez de Mella», algunas publicaciones y actos, siempre vigilados, descalificando al carlismo como «sostén» del régimen cada días menos sólido y más criticado. El mayor éxito político fue que Franco designó como procuradores en Cortes a los carlistas Zamanillo, Fagoaga, Codón, Redondo y Astrain. Se afirmaba que Valiente aspiraba a ser ministro de Justicia como Rodezno, Bilbao e Iturmendi.
Las autoridades carlistas colaboracionistas tardaron tiempo en percatarse de que Franco les engañaba con audiencias y buenas palabras, lo mismo que había hecho en los años de la guerra con los miembros de la Junta Central Carlista de Guerra de Navarra y el conde de Rodezno.
En la asamblea de la AET del 27 de abril de 1957 se constató que todas las agrupaciones «repudiaban cualquier intento de intervención o colaboración con el actual régimen», demandando la «renovación en todos los órdenes de la Comunión Tradicionalista». Su Consejo Nacional del 14-15 de diciembre de 1957 rechazó mayoritariamente la colaboración32.
Las concentraciones del primer domingo de mayo en Montejurra se convirtieron en el espacio de máxima presencia carlista, lugar propicio a la manifestación de las propuestas de la organización, de las discrepancias, los eslóganes, consignas y expresiones de los disconformes de cualquier grupo y sentido. En ellas se marcaron líneas políticas y el mejor modo de conocer las propuestas reformistas que se fueron formulando33. En la concentración del 5 de mayo de 1957 los miembros de la AET de Pamplona lanzaron octavillas anticolaboracionistas: «En Navarra los carlistas/ siempre hemos sido leales/ nunca colaboracionistas/ nunca, jamás, liberales»34.
En carta del jefe nacional de la AET Massó a Valiente del 10 de octubre de 1957 rechazó la orientación política del secretariado, con planteamientos de mayor compromiso político-social, que anunció lo que sería la «actualización» ideológica35.
El filósofo Gambra en carta a Valiente de 15 de diciembre de 1957 valoró la política colaboracionista por los resultados políticos nulos, el ridículo general ante el país, el desaliento, división y aun violencias graves entre los carlistas, denunciando el apoyo a un régimen desacreditado y opuesto al carlismo.
La intervención de Carlos Hugo en la «montaña sagrada» en 1957 supuso la aceptación del liderazgo como Príncipe de Asturias, dejando sentado ante Franco, el pretendiente Juan de Borbón y los monárquicos, que seguía levantada la bandera del carlismo. En su carta para Montejurra de 1961 la dinastía se identificaba con el Movimiento, porque desde el alzamiento la monarquía tradicionalista era la «Monarquía del 18 de julio»36. Formaba parte de la promoción al trono de un candidato alternativo avalado por la legitimidad histórica carlista, contra Juan Carlos apoyado por Franco37.
A partir de ese momento, se produjo una mayor presencia en España de los miembros de la familia Borbón-Parma y una renovación ideológica para presentar la opción dinástica de una monarquía tradicional modernizada, desvinculada de la Falange y el Movimiento, distinta de la que representaba el candidato de Franco. Tras la presencia el 24 de julio de 1964 de Juan Carlos junto a Franco en el desfile de la Victoria, la actitud de Valiente era de frustración:
Tengo mis dudas sobre si lo estamos haciendo suficientemente bien. [...] Algunos creen que todo ha fracasado y que debemos apartarnos de la lucha, que sólo logra el desgaste de nuestro prestigio y volver al limpio aislamiento. Entiendo que no [...] La presencia de los Príncipes aquí provoca desasosiego de los que siguen a otras dinastías. [...] Algunos piensan que intervenir desgasta, pero no es así. [...] Nosotros no tenemos outillage político, práctica política y esto último tampoco es bueno porque se nos ve en la lejana teoría. El tener que avanzar con lentitud y dignidad no es desgaste, fortalece.
Recordó cuál había sido el comportamiento del franquismo y la Falange con el carlismo, que le llevaba a plantear la ruptura:
Desde los destierros y cárceles, bombas alevosas en Begoña y persecuciones y multas, hasta estas últimas muestras de verdadera alergia que siente por nosotros, han pasado el suficiente número de años para no hacernos demasiadas ilusiones sobre la situación imperante. La falta de igualdad de oportunidades y la protección oficial otorgada por Franco directamente a la monarquía de Sagunto [...] deben hacernos pensar si no ha llegado el momento de una ruptura clara y violenta con una situación que a todos nos repugna tanto38.
La creación de la Secretaría Técnica el 4 de abril de 1964 dirigida por José M. Zavala supuso el cambio de estructuras orgánicas, la marginación de Valiente y el fin de la política colaboracionista39.
El 17 de enero de 1965 D. Javier se proclamó en Puchheim (Austria) abanderado de la Comunión Tradicionalista, cerrando el proceso iniciado en Barcelona en 1952. Su referencia al colaboracionismo justificaba la política seguida, que había producido algunos resultados de presencia, pero que no satisfacía ni a las bases jóvenes ni a gran parte de los dirigentes.
El paso de la colaboración a la oposición con una visión democrática lo planteó el delegado del MOT Manuel Pérez de Lema en Montejurra de 1965. El nuevo discurso sobre la renovación ideológica, con invocación del socialismo, se expuso en el acto político de Estella. En este momento se puede situar el inicio de la crisis de la Comunión Tradicionalista, que llevó al abandono de gran parte de la militancia, a la creación del Partido Carlista y a una ideología que se apartaba del tradicionalismo.
Su formulación se planteó en el Primer Congreso Carlista del Valle de los Caídos los días 12-13 de febrero de 1966. Se inició con un mensaje de D. Javier que proclamó:
el Carlismo, lejos del absolutismo, es el sistema adecuado para resolver el gran problema de nuestra época: la representación política. El ciudadano debe encontrarse con cauces o instituciones para poder tener acceso a la vida política y, de esta manera, participar activamente en la labor común. El Carlismo puede demostrar a todos los españoles que es el único gran movimiento representativo y democrático con soluciones actuales40.
Aunque fue clausurado por el Ministerio de la Gobernación el día de su inauguración, permitió a Valiente anunciar el fin del colaboracionismo, su configuración como grupo político defensor de las libertades públicas y la convivencia democrática por una representación política y sindical auténticas. En la declaración final del 13 de febrero de 1966 se autocalificó como «único grupo de oposición constructiva, necesaria, inevitable y prudente». Supuso un cambio de paradigma del carlismo respecto al régimen, demandando «una solución popular y representativa».
La nueva línea política fue confirmada por el «Llamamiento al pueblo carlista y a todos los españoles» realizado por D. Javier el 3 de octubre de 1966, invocando la Monarquía Tradicional para la «reconstrucción política», con Cortes representativas con presencia de los partidos políticos, los sindicatos, las entidades infrasoberanas, los cuerpos intermedios (municipios y regiones), profesionales, y la opinión pública; orden representativo, descentralización administrativa, sistema social de justicia e iniciativa privada 41.
El 6 de enero de 1968 se produjo el cese de Valiente como Jefe-delegado y con él el fin del «colaboracionismo» con el régimen. Terminó expulsado por desviarse de la línea política marcada por Carlos Hugo y su secretariado, constituyendo un grupo carlista contrario42.
Con motivo de la designación por Franco de Juan Carlos como sucesor a título de Rey el 22 de julio de 1969, D. Javier hizo una declaración de protesta desde su legitimidad, anunciando una nueva dinámica política carlista que, «defendiendo en su expresión concreta las grandes Libertades Regionales, Sindicales y Políticas, construya una España democrática, forjadora de su libertad, capaz de la convivencia pacífica entre sus regiones y sus ideologías, cumplidora de la paz cristiana»43.
3.LA RENOVACIÓN IDEOLÓGICA
Durante el tardofranquismo se produjo en el carlismo, como en toda la sociedad española, una transformación económica, social, cultural, ideológica, de valores y representaciones. El «desarrollismo» superó la sociedad rural y la economía agraria, configurando la urbana e industrial, con todas sus consecuencias. También se vio afectado por los cambios en el pensamiento católico a partir del Concilio Vaticano II.
Las organizaciones juveniles del carlismo venían demandando una renovación ideológica, frente a un movimiento anclado en el tradicionalismo y la guerra civil, que exigían adecuarlo a la nueva sociedad y los nuevos tiempos. La AET y el MOT formularon propuestas que, junto con los miembros jóvenes de la dinastía, dieron lugar a una «clarificación ideológica» con una nueva forma política que, superando la histórica «Comunión» antipartidista, fue el Partido Carlista44.
La clarificación y actualización ideológica la inició el «carlismo progresista» en el «Manifiesto de la Juventud Carlista de Navarra» del Montejurra de 195645. En el documento de la AET, «Vivimos descontentos», del mismo año se afirmó que «las estructuras sociales burguesas y el sistema capitalista no deben seguir vigentes». En la familia real lo protagonizaron los hijos de D. Javier, Carlos Hugo (1930-2010) y María Teresa (1933-2020). La renovación ideológica y el distanciamiento del franquismo se expusieron en los sucesivos discursos de Montejurra46.
El manifiesto de AET y MOT del Montejurra de 1968 fue el de la justicia social, denunciando la injusticia dictatorial «eterna y opresora», el «sindicalismo antidemocrático», la «explotación partidista de una guerra que acabó hace muchos años», una «prensa dirigida que oculta la verdad o la tergiversa» y un Estado «opresor, hipócrita y capitalista». Se fue desarrollando doctrinalmente en los Congresos del Pueblo Carlista celebrados en Arbonne (Francia) en 1970, 1971 y 1972.
3.1.EL PARTIDO CARLISTA
La creación del partido como medio de organización de la participación de la sociedad en un proyecto político fue un medio de homologación a la práctica contemporánea. No fue «un hecho fortuito ni un hecho impuesto, sino una consecuencia lógica de su propio ser y de su propia esencia popular», por cuanto «la gran fuerza y la energía popular del carlismo, basadas en las ansias democráticas y de libertad, se veían frenadas y reprimidas por el esfuerzo de un grupo minoritario que durante más de cuarenta años ocupó o detentó los puestos de responsabilidad»47.
Como correspondía a un partido defensor del foralismo-federalista, la organización territorial del Partido Carlista era federal sobre los distintos territorios históricos y nacionales de España.
En su seno se produjeron corrientes a la izquierda que derivaron a posturas extremas. Este fue el caso de las «Fuerzas Activas Revolucionarias Carlistas-FARC» y los «Grupos de Acción Carlista (GAC)», que practicaron algunos atentados48.
Como partido democrático, el 15 de septiembre de 1974 se adhirió a la Junta Democrática para «colaborar, en unidad con todas las fuerzas populares, políticas y sociales, en la lucha para alcanzar la plena libertad del pueblo español», establecer libertades democráticas y un Gobierno constitucional. En marzo de 1975 se integró en la Plataforma de Convergencia Democrática-Platajunta.
El 8 de abril de 1975 D. Javier renunció sus derechos en su hijo Carlos Hugo, actuando desde ese momento como pretendiente dinástico y presidente del Partido Carlista.
El objetivo principal de partido fue establecer la democracia «sobre la base de la oposición social, se trata, en efecto, para los partidos que están en la oposición política, de ganar la difícil operación de la alternativa al régimen, es decir, de la ruptura con el régimen»49. La prioridad política era «establecer la democracia» previa al socialismo:
lo que sí hemos de conformar aquí y ahora, es ese consensus progresista de carácter socialista en el que participen todos los pueblos de España, sus fuerzas populares y sus intelectuales. Es una meta aleccionadora para toda la sociedad española, porque puede ser un pacífico y potente medio de cambio social, de profundización democrática50.
El Partido Carlista se constituyó en Madrid el 20 de marzo de 1976, como un partido político no dinástico, partidario de la ruptura democrática, la unidad de acción de los partidos de la oposición, crítico con el «sistema capitalista, la socialdemocracia y las nuevas expresiones derivadas de los socialismos de Estado». El suyo era de autogestión global, sobre la democracia interna y el pacto del Pueblo Carlista con la dinastía. Fue accidentalista sobre la forma de gobierno, sin plantear la cuestión dinástica, porque su fin primordial era la construcción de la democracia y el socialismo.
3.2.IDEOLOGÍA
Carlos Hugo en un manifiesto de 3 de octubre de 1976 rechazó que el objetivo del Partido carlista fuese la «cuestión dinástica», porque ni sus metas ni las de la familia Borbón-Parma eran:
ocupar la jefatura del Estado, a nuestro juicio autoritario, no democrático e históricamente superado. Nuestras metas son realizar una sociedad nueva, socialista y pluralista. [...] El problema de la Monarquía no lo planteamos como una condición a priori, sino como un posible complemento o superestructura de un planteamiento histórico revolucionario, que es la realización de una sociedad socialista y de autogestión. Ni yo ni mi familia renunciamos, por ello, a ninguno de los derechos que nos correspondan51.
La «clarificación ideológica» no fue una adaptación, como en otros momentos históricos, sino una refundación integral para adaptarlo a una sociedad española industrial y urbana, moderna, secularizada, muy diferente de las anteriores. Perseguía una asimilación en lo ideológico y político a las sociedades europeas a las que ya lo había hecho en lo económico, social y cultural, faltándole los aspectos ideológicos y políticos imposibilitados por la dictadura52. Constituyó un «neocarlismo», que transformó la identificación histórica del tradicionalismo con el carlismo y el uso común de estas denominaciones. Superó por renovación al tradicionalismo histórico, del mismo modo que este lo había hecho con el absolutismo monárquico de sus primeros tiempos, concluyendo el proceso histórico en un «federalismo democrático socializante»53.
Para ello buscó recuperar las raíces populares del carlismo en sus comportamientos anti burguesía liberal-capitalista y anticentralista54, perdidas por la penetración integrista y conservadora, que lo utilizaron para sus intereses de clase55.
Se explicó la colonización conservadora del movimiento popular: «Llegaron los voluntarios del pueblo y alzaron la bandera de Fueros y Rey. Más tarde llegaron los integristas y añadieron los de Dios y Patria. Esos mismos hombres introdujeron una filosofía política que llamaron tradicionalismo»56. Se invocaron el «sociedalismo» de Mella, la subsidiariedad, el municipalismo comunal y participativo, el cooperativismo, el personalismo comunitario, las encíclicas y el Concilio Vaticano II.
Se utilizaron nuevas categorías como la «monarquía popular legitimada por el pacto con el pueblo», la democracia, la justicia social, el «federalismo-foralista» en la sociedad y el poder, el «socialismo autogestionario», los partidos y sindicatos libres:
la identificación entre socialismo y carlismo tenía una cierta lógica: el tradicionalismo siempre había tenido una vertiente popular que le enfrentaba a la monarquía de la Restauración y la propia postura de don Juan Carlos le incitaba a recalcar la distancia respecto al régimen57.
Se recuperó la idea de Unamuno de dos carlismos: uno tenía un «fondo socialista y federal y hasta anárquico», y otro, el integrismo, era un «tumor escolástico, esa miseria de bachilleres, canónigos, curas y barberos ergotistas y raciocinadores»58.
El sintagma que caracterizó al Partido Carlista fue el «socialismo autogestionario» que, junto al federalismo de raíz foral, fueron expresiones políticas concretas de las raíces populares y socialistas del carlismo. Era el medio para dotar a la sociedad de «libertad para escoger, socialismo para compartir, federalismo para convivir, autogestión para decidir. [...] Este es el socialismo humanista, pluralista y federal que propone el Partido Carlista por la vía de la autogestión global»59.
Demostró el «carácter amalgamático» y la «maleabilidad ideológica» del carlismo, «fundamentada en una reinterpretación extrema de los postulados y la historia del movimiento. Un carlismo socialista, en la órbita de los núcleos progresistas del final del franquismo y de la transición». Hasta que nació el partido carlista el proceso se formuló en la misma organización «al lado de un carlismo tradicionalista, integrado en el magma ultraderechista hispánico: lecturas alternativas de una realidad poliédrica»60. El organismo tradicionalista histórico no pudo mantener concepciones tan antagónicas.
Cada día era más evidente la contraposición de dos propuestas bien distintas del carlismo. El tradicionalista histórico modernizado por el «neotradicionalismo» (D'Ors, Elías de Tejada, Gambra, Puy) y el «neocarlismo» popular-democrático, aperturista y progresista61, cuyo alcance fue explicado por D. Javier como una
considerable profundización ideológica y sobre todo concretización de la doctrina carlista en materia foral y federal, en materia socio-económica y sindical, en formulación de lo que son y deben ser los partidos políticos y en cuál es la función del Estado y lo que es realmente en una concepción carlista el concepto de la monarquía62.
Todo el contenido ideológico del nuevo carlismo y la recuperación de la crítica al régimen implicó superar la guerra civil en una sociedad libre, plural y democrática63.
3.3.RECHAZOS
La nueva línea ideológica fue vista como un proceso revolucionario por los sectores más tradicionalistas y conservadores, que la rechazaron64. Estas diferencias alcanzaron a la dinastía, dividiéndose la familia.
La clarificación y renovación ideológica era difícilmente asimilable por el tradicionalismo histórico, porque «en sus escritos y parlamentos usan una jerigonza de democracia, capitalismo, nacionalización, representación popular y otras lindezas, que parecen hijos de la Pasionaria. De ahí que se hable de carlismo de izquierda»65. Los calificaban de marxistas, republicanos y masones66. Ocurrió lo mismo con la Iglesia católica en el Concilio Vaticano II (1962-1965), que no fue entendida ni seguida por el tradicionalismo.
D. Javier, que la había avalado con su presencia e intervenciones incluso en los congresos del pueblo carlista, cambió de actitud. Secundando a su esposa e hijo menor Sixto, rechazó los planteamientos ideológicos del Partido, el marxismo y el separatismo en un documento de 4 de marzo de 1977, recuperando el discurso tradicionalista. Insistió en
mantener la unidad en el seno de mi familia, no puedo consentir que se utilice mi nombre, pese a lo que se intentó hacerme decir para justificar un gravísimo error doctrinal dentro del Carlismo, haciéndolo aparecer ante la opinión pública como partido socialista o aliado del marxismo o del separatismo, que son incompatibles con su propia naturaleza y contra los cuales el Carlismo ha luchado siempre con la mayor energía; de la misma manera que también ha luchado contra el capitalismo liberal materialista, que todavía trata de imponerse en nuestra patria como ya trató de hacerlo en el pasado.
Invocó los principios fuera de los que «no puede haber por tanto carlistas ni Carlismo», sobre la confesionalidad católica, unidad nacional, defensa de los fueros, y Monarquía. Consideró oportuno recordarlos
para terminar con ciertos falsos razonamientos que pretenden hacer que se puede ser carlista sin ser católico ni monárquico, patente traición a las convicciones de todos aquellos que, obedeciendo las órdenes que tuve el honor de firmar en nombre de mi augusto tío el Rey Don Alfonso Carlos, lucharon con valor y murieron gloriosamente por la religión y por la Patria67.
El documento provocó un conflicto familiar con denuncias y acusaciones. Posteriormente firmó otro apoyando a su hijo mayor, que su esposa desautorizó, desheredando a sus hijo e hijas implicados en el Partido Carlista. El menor Sixto se convirtió en el abanderado de un carlismo continuador del tradicionalismo histórico68.
A pesar del esfuerzo de Carlos Hugo y María Teresa, junto con Cecilia y María de las Nieves, por adecuar el carlismo a la sociedad moderna, los rechazos suscitados demostraron que «el carlismo no era modernizable», porque su ideología constituía un
residuo de una cosmovisión premoderna, no admitía recortes ni injertos. Era el vestido viejo al que no se le pueden echar remiendos nuevos. El carlismo, visión sacralizada del mundo, no podía laicizarse. Sin ese esfuerzo de modernización también se hubiera extinguido políticamente, porque no tenía nada que decir en la España de hoy69.
Así se comprobó durante la Transición, en que el tradicionalismo se integró en grupos de derecha extrema70, mientras que el neocarlismo lo hizo en las plataformas democráticas de izquierda. Resultó evidente que
el mundo nuevo no podía compartir la vieja ideología carlista y tampoco estaba dispuesto al salto en el vacío al que le invitaba el nuevo carlismo. El esfuerzo de modernización, tan generoso, había sido en vano. En la España de finales del siglo XX no había clientela dispuesta a aceptar la vieja oferta, ajena a la problemática actual, ni la oferta nueva, éticamente bella, pero irreal, utópica71.
El historiador Blinkhorn hizo el diagnóstico del momento del carlismo en el tardofranquismo observando que no había «nada intrínsecamente absurdo o insensato en el nuevo curso del carlismo», aunque «sus perspectivas pueden ser dudosas»:
La reinterpretación del pasado carlista por parte de los publicistas del Partido Carlista puede deber más a las necesidades políticas del momento que a una evidencia histórica; sin embargo, a la vista de la probada capacidad de resistencia del fenómeno carlista, sería precipitado suponer que el «carlismo de la protesta social» revitalizado no sobrevivirá a muchos de los restantes grupos de la izquierda española de hoy. El carlismo como movimiento de masas de derecha de tipo tradicionalista no tiene ninguna perspectiva. Un carlismo de derechas puede sobrevivir, pero muy probablemente como nada más, en el mejor de los casos, que una especie de receptáculo para albergar un número decreciente de obscurantistas católicos o, lo que es mucho peor, como una cantera zarrapastrosa de terroristas fascistas72.
El proceso de conversión del carlismo en un movimiento político moderno lo consideró Payne un intento inútil:
cuando el nuevo pretendiente francés y sus partidarios promovieron una revolución ideológica en el movimiento de lo que había sido la más firme ideología en todo el panorama político de España, si no en el mundo. Cuando el postcarlismo adoptó el lema más de moda de la izquierda en aquella época, el del «socialismo autogestionario», se gesticulaba evidentemente hacia alguna transición, aunque en el caso de este oportunismo específico del modo más inútil imaginable73.
El nuevo carlismo fracasó como partido en la Transición, del mismo modo que la mayoría de las nuevas formaciones políticas, tanto en la derecha como en la izquierda. En este caso por la dificultad en asumir la imagen y el cambio ideológico, que, entre muchos de sus leales, eran considerados una traición, no tanto por los fundamentos remotos como por la nomenclatura utilizada que tenía resonancias de los «enemigos» vencidos en la guerra civil.
Al carlismo y los carlistas que realizaron la renovación y clarificación ideológica se les puede calificar de «víctimas de la Historia» en el sentido de Thompson:
Nuestro único criterio no debiera ser si las acciones de un hombre están o no justificadas a la luz de la evolución posterior. Al fin y al cabo, nosotros mismos no estamos al final de la evolución social. En algunas de las causas perdidas de las gentes de la Revolución industrial podemos descubrir percepciones de males sociales que tenemos todavía que sanar74.
4.CONCLUSIONES
El carlismo tradicionalista fue uno de los movimientos promotores del golpe militar contra la II República y parte activa en la guerra civil, laminado por Franco en la configuración del nuevo régimen y en la conquista del Estado. Esta situación produjo una reacción general de rechazo, contestación y marginación durante su gobierno por el jefe-delegado Fal Conde. Una vez consolidado el franquismo con la guerra fría y asumido el liderazgo de la Comunión Tradicionalista por D. Javier de Borbón-Parma, planteó con el nuevo jefe delegado Valiente una política de colaboración con el régimen, con el fin de tener presencia política y participar en la restauración monárquica.
Esta actitud fue rechazada internamente por los sectores juveniles que exigieron el fin del colaboracionismo y una renovación ideológica. Esta se plasmó en la «clarificación ideológica» dirigida por el heredero Carlos Hugo, que lo convirtió en un partido político democrático basado en el federalismo y el socialismo autogestionario, homologable a los partidos políticos de la izquierda europea. Levantó entusiasmos y rechazos, que terminaron diluyendo el intento, quizá porque no era comprendido el proceso ideológico de carlismo, que resultaba poco creíble desde un liderazgo personal y dinástico con tantos lastres pasados, siendo el más pesado el de la guerra civil.
Similar situación afectó al tradicionalismo histórico que se convirtió en una opción marginal entre la derecha extrema, con significado religioso-político fundamentalista, sin contenido ni presencia política. El carlismo siempre había tenido mucho de fe, en un tiempo poco propicio para los dogmas.
En la participación en los procesos electorales de la Transición española y posteriores, el Partido Carlista sólo obtuvo representación en el Parlamento foral de Navarra con un parlamentario. Carlos Hugo no logró acta de diputado a Cortes, lo que le llevó a renunciar a la presidencia del partido y a la participación política. La opción tradicionalista quedó diluida entre opciones extraparlamentarias, convertida en una corriente de pensamiento religioso-político.
2. Canal, Jordi: Banderas blancas, boinas rojas: una historia política del carlismo, 1876-1939. Madrid, Marcial Pons, 2006, p. 333.
3. Peñalba, Mercedes: Entre la boina roja y la camisa azul. La integración del carlismo en FETy de las JONS (19361942). Pamplona, Gobierno de Navarra, 2015.
4. Payne, Stanley: «Prólogo» a Vázquez de Prada, Mercedes: El final de una ilusión, Auge y declive del tradicionalismo carlista (1957-67). Madrid, Schelas S. L., 2016, pp. 17-18.
5. Tusell, Javier: Franco en la Guerra Civil. Una biografía política. Barcelona, Tusquets, 1992, pp. 46-49; Ugarte, Javier: «El carlismo en la guerra del 36: la formación de un cuasi-estado nacional-corporativo y foral en la zona vasconavarra», Historia Contemporánea, 38 (2010), pp. 49-87.
6. Se salvaron los que tenían titularidad particular o forma de sociedad mercantil, aunque los titulares del capital social fueran testaferros de la Comunión Tradicionalista, como El Pensamiento Navarro. Errea I ribas, Rosa: Javier María Pascual y El Pensamiento Navarro. Con él llegó el escándalo (1966-1970). Pamplona, Eunate, 2007.
7. Martorell, Manuel & Miralles, Josep: Carlismo y represión franquista. Madrid, Ediciones Arcos, 2009; Miralles, Josep: La rebeldía carlista. Memoria de una represión silenciada. Enfrentamientos, marginación y persecución durante la primera mitad del régimen franquista (1936-1955). Madrid, Schedas, 2018.
8. Franco Salgado-Araujo, Francisco: Mis conversaciones privadas con Franco. Barcelona, Planeta, 1976, pp. 337, 344 y 382, anotaciones de 30 de abril y 7 de julio de 1962, 25 de mayo de 1963.
9. Martorell, Manuel: Retorno a la lealtad. El desafío carlista al franquismo. Madrid, Actas, 2010.
10. Santa Cruz, Manuel de: Apuntes y documentos para la historia del tradicionalismo español 1939-1966. Tomo 4 (1942), Sevilla, Edit. Tradicionalista, 1979, p. 43.
11. Idem, p. 89.
12. Santa Cruz, Manuel de: op. cit., Tomo 6 (1944), p. 82.
13. Borbón-Parma, María Teresa, Clemente, Josep Carles & Cubero Sánchez, Joaquín: Don Javier, una vida al servicio de la libertad. Barcelona, Plaza & Janés, 1997, p. 191.
14. Payne, Stanley: Falange. Historia del fascismo español. París, Ruedo Ibérico, 1965, p. 195.
15. Gil Pecharromán, Julio: La estirpe del camaleón. Madrid, Taurus, 2019, p. 173.
16. El movimiento tuvo su origen en el «grupo de la lealtad» promovido a la muerte de D. Jaime para evitar que la monarquía carlista recayese en miembros de la dinastía liberal por ausencia de sucesores del monarca y su tío D. Alfonso Carlos. Defendía la opción sucesoria de Blanca de Borbón, hija de Carlos VII, o de uno de sus hijos. Fueron apoyados por el periódico carlista El Correo Español, del que recibieron el nombre de «cruzadistas». En vida de ambos monarcas intentaron que se pronunciaran por su propuesta, sin conseguirlo, en las asambleas de Toulouse de 1932 y Zaragoza de 1935. Tras la guerra civil, con el carlismo en Regencia, los cruzadistas históricos, Cora y Plazaola, con el apoyo de carlistas unificados y colaboracionistas con el régimen, promovieron la candidatura de D. Carlos de Habsburgo. Apoyaron a Franco y es un lugar común que recibió todo tipo de ayuda, por ser útil en el juego de pretendientes de Franco. En una negociación entre el ministro Arrese y el carlista unificado Olazábal formalizaron las relación y apoyos al nuevo movimiento carlista a finales de junio de 1943. Archivo General Universidad Navarra (AGUN). Fondo José Luis Arrese Magro (FJLAM)-6Ag2.
17. Caspistegui, Francisco Javier: «Navarra y el carlismo durante el régimen de Franco: la utopía de la identidad unitaria», Investigaciones Históricas, 17 (1997), pp. 285-314.
18. Chao, Ramón: «Entrevista a Don Francisco Javier de Borbón-Parma. El carlismo, hoy», Triunfo, 694 (1976), p. 76.
19. Santa Cruz, Manuel de: op. cit., Tomo 18 (I) (1956), pp. 28-29.
20. Una visión de conjunto en Caspistegui, Francisco Javier: El naufragio de las ortodoxias. El carlismo 1962-197/. Pamplona, Eunsa, 1997.
21. Archivo General Universidad de Navarra (AGUN), Fondo Manuel Fal Conde (FMFC), 133/73; Vázquez de Prada, Mercedes: «El nuevo rumbo político del carlismo hacia la colaboración con el régimen (1955-56)», Hispania, 231 (2009), pp. 179-208.
22. Vázquez de Prada, Mercedes: «José María Valiente Soriano: una semblanza política», Memoria y Civilización. Anuario de Historia, 15 (2012), pp. 249-165.
23. Formaron parte de la nueva organización José L. Zamanillo y Juan Sáenz Díez. Franco Salgado-Araujo, Francisco: op. cit., p. 240, la anotación de 23 de junio de 1958 recogió la opinión de Franco: «La rama que defienden los señores Valiente y Zamanillo se está portando muy bien con el régimen; pero no se comprende que sean partidarios y que hagan propaganda en favor de un príncipe extranjero que no tiene el menor arraigo en el país y que nada inspira a los españoles».
24. AGUN.FJLAM, Archivo reservado-6Bc3.
25. AGUN. Fondo Manuel Fal Conde (FMFC), 133/173.
26. Santa Cruz, Manuel de: op. cit., Tomo 20 (1958), pp. 9-10.
27. Miranda, Francisco, Gaita, Ricardo, Santamaría, J. Elena & Maiza, Carlos: «La oposición dentro del régimen. El carlismo en Navarra», en Tusell, Javier, Alted, Alicia & Mateos, Abdón (coords.): La oposición al régimen de Franco. Estado de la cuestión y metodología de la investigación. Tomo 1, vol. II, Madrid, UNED, 1990, pp. 469-480.
28. Carta de Javier de Borbón-Parma a Fal Conde de 6 de abril de 1957. AGUN-FMFC, Cronológica.
29. AGUN. Fondo José María Valiente Soriano (FJMVS), 127/34.
30. Vázquez de Prada, Mercedes: «El papel del carlismo navarro en el inicio de la fragmentación definitiva de la Comunión Tradicionalista (1957-1960)», Príncipe de Viana, 254 (2011), pp. 399-402.
31. El miembro de la AET de Pamplona, Juan de Diego Arteche, vestido con sotana, agredió el 25 de julio de 1957 a Valiente, causándole pequeñas lesiones, suficientes para que se organizase un escándalo interno. (AGUN. FJMVS, 127/33); Vázquez de Prada, Mercedes: «El carlismo navarro y la oposición a la política de colaboración entre 1957 y 58», Navarra: Memoria e Imagen. Actas del VI Congreso de Historia de Navarra, Pamplona, Eunate, 2006, Vol. 2, pp. pp. 166-167; Vázquez de Prada, Mercedes: «La oposición al colaboracionismo carlista en Navarra», Príncipe de Viana, 262 (2015), pp. 795-804.
32. Santa Cruz, Manuel de: op. cit., Tomo 19 (1957), pp. 176-188; Miralles, Josep: Estudiantes y obreros carlistas durante la dictadura franquista: la AET, el MOT y ¡a FOS. Sevilla, Ediciones Arcos, 2007.
33. El de 1963 se refirió a la monarquía social y al aniversario de la ley de principios del Movimiento. En 1964 a los XXV años de la victoria. A partir de 1965 se relacionaron con la evolución ideológica, reflejando lo que ya venía produciéndose en los discursos, con el significativo «Monarquía, Pueblo, Paz y Democracia»; en 1967, «Montejurra, gloria y futuro de España»; en 1968 el carlismo «Testimonio permanente»; en 1974, «El Montejurra de la autogestión»; en 1975 «Un Montejurra para la unidad»; en 1976 «Una cita para el pueblo», y en 1976 «Un grito de libertad». Caspistegui, Francisco Javier: El naufragio..., pp. 283-351; Caspistegui, Francisco Javier: «Del Dios, Patria y Rey al Socialismo, Federalismo y Autogestión: dos momentos del Carlismo a través de Montejurra (1963 y 1974)», Actas del III Congreso General de Historia de Navarra, Pamplona, 1994, VV.AA. (eds.), Pamplona, Gobierno de Navarra, 1997; Caspistegui, Francisco Javier: «El Montejurra carlista: mito y realidad», en Caspistegui, Francisco Javier, MacClancy, Jeremy & Martorell, Manuel: La montaña sagrada. Conferencias en torno a Montejurra. Pamplona, Gobierno de Navarra, 2018, pp. 11-64.
34. Massó, Ramón: Otro rey para España. Carlos Hugo. Exito (1956-65). Barcelona, Autoedición xerocopiada, 2006, pp. 106-107.
35. AGUN. FJMVS, 127/34.
36. Massó, Ramón: op. cit., p. 214.
37. Idem, p. 174.
38. Carta de Valiente a D. Javier de Borbón-Parma de 16 de enero de 1965. Santa Cruz, Manuel de: op. cit., Tomo 26 (1954), pp. 170-181.
39. Ambos personajes representaban la antítesis de las posiciones políticas. El colaboracionismo de Valiente frente a la renovación y el antifranquismo de Zavala. Aróstegui, José, Canal, Jordi & González Calleja, Eduardo: El carlismo y las guerras carlistas: hechos, hombres e ideas. Madrid, La Esfera de los Libros, 2003, pp. 129-130.
40. AGUN. FMFC, 133/184/12. Clemente, Josep Carles: Historia del carlismo contemporáneo, 1935-1972. Barcelona, Grijalbo, 1977, p. 455.
41. Santa Cruz, Manuel de: op. cit., Tomo 28 (1966), pp. 95-114.
42. En febrero de 1971 constituyeron la Hermandad del Maestrazgo, incorporándose a la asociación política, Unión Nacional Española (UNE) en la transición política, junto con Asís Garrote, de Miguel, Sáenz Díez, Márquez de Prado y otros de origen carlosoctavista.
43. Recuperado de internet: https://insurgenciacarlista.wordpress.com/200g/05/03/manifiesto-a-los-carlistas-ded-javier-i-de-borbon-parma-con-motivo-de-la-designacion-de-juan-carlos-de-borbon-como-sucesor-de-franco-a-titulode-rey-25-de-julio-de-ig6g/, [Consultado el 16 de octubre de 2020].
44. Caspistegui, Francisco Javier: El naufragio..., pp. 189-283. Vázquez de Prada, Mercedes: «La agrupación de Estudiantes Tradicionalista y la renovación ideológica del carlismo en los años cincuenta», en Caspistegui, Francisco Javier (dir.): Mito y realidad de la Historia de Navarra. IV Congreso de Historia de Navarra. Pamplona, Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza, 1988, pp. 219-232.
45. Santa Cruz, Manuel de: op. cit., Tomo 18 (II) (1956), p. 343. Caspistegui, Francisco Javier: El naufragio., pp. 283-352.
46. Martorell, Manuel: «La continuidad ideológica del carlismo tras la Guerra Civil», en «Por Dios, por la Patria y el Rey». Las ideas del carlismo. IVJornadas de estudio del carlismo, 22-24 septiembre 2010. Estella. Pamplona, Gobierno de Navarra, 2011, pp. 199-226.
47. Borbón-Parma, María Teresa, Clemente, Josep Carles & Cubero, Joaquín: Don Javier..., pp. 20 y 207.
48. Miralles, Josep: «Acciones armadas del carlismo contra la dictadura franquista: los grupos de acción carlista», Congreso internacional historia y poéticas de la memoria: la violencia política en la representación del franquismo (Vencuentro de la Comissió de la veritat), Universidad de Alicante, 20, 21 y 22 de noviembre de 2014; Miralles, Josep: «Carlistas armados contra el régimen franquista: Los grupos de acción carlista», en Cuadrado, Jara (ed.): Las huellas del franquismo: pasado y presente. Granada, Comares, 2019, pp. 393-342; Onrubia Revuelta, Juan José: La resistencia carlista a la dictadura de Franco: Los Grupos de Acción Carlista (G.A.C.). Madrid, Magalia, 2000; Onrubia Revuelta, Juan José, Notas para una historia de las Fuerzas Activas Revolucionarias Carlistas (FARC) 1971-1973. Madrid, Magalia, 2003.
49. Borbón-Parma, Carlos Hugo: «Los carlistas y el futuro», Le Monde, 18/11/1975. Recogido en Borbón-Parma, María Teresa: La clarificación ideológica del Partido Carlista. Madrid, EASA, 1979, pp. 109, 261-268.
50. Borbón-Parma, María Teresa: «Un consensus nuevo», El País, 15/01/1977.
51. Campás i Fornols, Julio & Gómez Bahillo, Jaime: La lucha silenciada del carlismo catalán. Sevilla, Ediciones Arcos, 2007, p. 184.
52. Canal, Jordi: El carlismo. Dos siglos de contrarrevolución en España. Madrid, Alianza, 2000, pp. 370-371; Vázquez de Prada, Mercedes & Caspistegui, Francisco Javier: «Del 'Dios, Patria, Rey' al socialismo autogestionario: Fragmentación ideológica y ocaso del carlismo entre el franquismo y la transición», en Tusell, Javier & Soto, Alvaro (eds.): Historia de la Transición y consolidación democrática en España. Congreso Internacional de Historia de la Transición y consolidación democrática en España (1995-2006). Madrid, Uned, 1995, pp. 309-329.
53. Clemente, Josep Carles: El Carlismo contra Franco. De la guerra civil a Montejurra 76. Barcelona, Flor del Viento, 2003, p. 29.
54. Borbón-Parma, María Teresa, Clemente, Josep Carles & Cubero, Joaquín: Don Javier..., p. 20.
55. Lo reflejó Del Burgo durante la República en una publicación crítica con el control conservador de la Comunión: Burgo Torres, Jaime del: «Las derechas están ciegas», a.e.t., 3 y 9/02/1934: «Y una vez más, los ricos colgarán el zacuto en el Crucifijo, para que nosotros, que defendemos el Crucifijo, defendamos también el zacuto. Y la tormenta pasará. Y entonces, salvado el Crucifijo y el zacuto, quedaremos a un lado nosotros, y acudirán los ricos a recoger el zacuto, dejándonos solo con el Cristo. ¡Nos bastaljPero siempre haremos el primo!».
56. Canal, Jordi: El carlismo., p. 411. Borbón-Parma, María Teresa: La clarificación., pp. 154-155, recogió el documento de D. Javier de junio de 1973 en el que rechazó la presencia del integrismo inmovilizador y el colaboracionismo, que «intentaban por intereses propios, sean de orden ideológico o sean de ambición personalista impedir una dinámica popular queriendo sustituirla por corrientes contrarias al ser del Carlismo».
57. Massó, Ramón: Otro rey., pp. 460-472.
58. Unamuno, Miguel de: «La crisis del patriotismo español», Obras Completas. Tomo III, Madrid, Afrodísio Aguado, 1950, p. 951.
59. Borbón-Parma, Carlos Hugo: «¿Socialdemocracia o socialismo autogestionario?», El País, 30/05/1978.
60. Canal, Jordi: El carlismo..., pp. 22-24.
61. Canal, Jordi: «El carlismo en España: interpretaciones, problemas, propuestas», en Barreiro, Xoxe Manuel (coord.): O liberalismo nos seus contextos. Un estado da cuestión. Santiago de Compostela, Universidade de Santiago de Compostela, 2008, pp. 40-44.
62. Chao, Ramón: «Entrevista..., p. 76.
63. Juliá, Santos: «Echar al olvido. Memoria y amnistía en la transición», Claves de razón práctica, 129 (2003), pp. 14-24.
64. Clemente, Josep Carles: Carlos Hugo Borbón Parma. Historia de una disidencia. Barcelona, Planeta, 2001, pp. 146-149; García Riol, Daniel Jesús: La resistencia tradicionalista a la renovación ideológica del carlismo (1965-1973), (Tesis doctoral, s.p.), UNED, 2015, www://e-spacio.uned.es, [Consultado el 19/04/2021].
65. Carta del carlosoctavista Gassió a Plazaola de 10 de agosto de 1965. Archivo Ramón Muruzabal Aldunate (ARMA). Fondo Ignacio Plazaola Echeverría (FIPE)-5.
66. Lavardin, Javier (seudónimo de Parrilla, J.A.): El último pretendiente. París, Ruedo Ibérico, 1976, p. 277.
67. «Entrevista de Alfredo Amestoy», La Actualidad Española, 1314 (4/03/1977), pp. 34-39.
68. Lo asumió en documentos de 25 de julio de 1981, y 17 de julio de 2001, invocando los mismos principios enumerados en el documento de su padre.
69. Juncosa, Albert: «El fin de la utopía. Una interpretación de la aparición y crisis del carlismo», Razón y Fe, 1034 (1984), p. 294.
70. Clemente, Josep Carles: Diccionario histórico del carlismo. Pamplona, Pamiela, 2006, pp. 297-298; Santa Cruz, Manuel de: op. cit., Tomo 25 (II) (1953), pp. 423-425.
71. Juncosa, Albert: op. cit., p. 294.
72. Blinkhorn, Martín: Carlismo y contrarrevolución en España 1931-1939. Barcelona, Crítica-Grijalbo, 1979, p. 426.
73. Payne, Staley: «Tardofranquismo o transición», Documentos de Trabajo CEU. Cuadernos de la España contemporánea, 2 (2007), p. 8.
74. Thompson, Edward Palmer: La formación de ¡a clase obrera en Inglaterra. Barcelona, Laia, 1977, p. 12.
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Abstract
From its organisation as a Traditionalist Communion representing anti-liberal traditionalism to a democratic political party that defended federalism and self-managed socialism. From a lack of dynastic leadership to the recognition and proclamation of its prince regent Carlos Hugo as pretender to the throne, the man who led the process of «ideological clarification» and modernization of the movement. Keywords Traditionalism; Carlism; collaborationism; ideological clarification; federalism; self-managed socialism. 1.CARLISMO Y FRANQUISMO Las relaciones de la Comunión Tradicionalista, representada por el regente Javier de Borbón-Parma y su jefe-delegado Manuel Fal Conde, con Franco no fueron buenas ni durante la guerra ni una vez concluida. La organización tradicionalista fue sometida al control por la policía y la parapolicía falangista; la mayor parte de sus medios pasaron al patrimonio de FET y de las JONS6, y muchos militantes fueron perseguidos7.
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