RESUMEN: La Guerra Civil fue una experiencia decisiva en la evolución del pensamiento de María Zambrano. Entendida y vivida como una tragedia cuyo sujeto es el pueblo, personificación de lo más elemental de la condición humana en su lucha contra el fascismo, esa experiencia abolió cualquier razón en clave idealista y reductora de la vida. En su lugar y en diálogo íntimo con la poesía de Antonio Machado, Zambrano elaborará una razón amorosa que retoma su reflexión anterior a la guerra y la proyecta hacia una razón poética que, ya en el exilio y ante la imposibilidad de una redención de la tragedia, tendrá que orientarse hacia una interioridad radical
PALABRAS CLAVE: Guerra Civil, pueblo, tragedia, Machado, razón poética, exilio.
ABSTRACT: The Civil War was a decisive experience in the evolution of María Zambrano's thought. Understood and lived as a tragedy whose subject is the Spanish people, a personification of the most elemental of the human condition in its struggle against fascism, this experience abolished any idealistic reason. In its place, and in intimate dialogue with the poetry of Antonio Machado, Zambrano will elaborate a loving reason that takes up her reflection before the war and projects it towards a poetic reason that, already in exile and faced with the impossibility of a redemption from the tragedy, will have to be oriented towards a radical interiority.
KEYWORDS: Civil War, People, Tragedy, Machado, Poetic Reason, Exile.
María Zambrano llegó a Chile con la herida recién abierta de la Guerra Civil. Esta es la aguda espina clavada en el corazón de tantos españoles, que no ha dejado de sangrar durante medio siglo. "Ser español era tan doloroso. Una herida abierta que algunos no podían soportar". Pero ella pudo. Vino a Santiago de recién casada, en otoño de 1936, a los pocos meses del estallido de la Guerra Civil, acompañando a su marido, el historiador Alfonso Rodríguez Aldave, destinado a la embajada de la República española y regresó a España a mediados del 1937, al ser éste movilizado por el ejército republicano, y querer ella "movilizarse" también ideológicamente con él, como ya lo estaba desde la primera hora del estallido de la Guerra Civil. Volvió, pues, a España a ser combatiente por la República, cuando ya comenzaba a declinar para ésta el signo de la guerra, y supo afrontar una amarga derrota y un largo exilio, y convertir el dolor de aquella tragedia civil en metamorfosis de la razón. El tiempo de Chile quedará asociado a los primeros tanteos de esta empresa, que acabará siendo el sentido de su vida: buscar una razón que pueda redimir de la tragedia, aun cuando "tragedia" y "redención" eran términos marcados como incompatibles.
Cuando más tarde, en 1977, prologue desde La Piece la reedición de Los intelectuales en el drama de España, recordará cómo aquellos "artículos escritos en aquel final del año 36 en Santiago de Chile, encaminando tan sólo alguna verdad que de tan diáfana habría sido innecesario decir, me parecen ahora meros signos de un padecer que no hacía más que comenzar".1 Como en la tragedia, también en la historia, especialmente en la historia trágica, como la de aquella Guerra Civil, sólo se aprende padeciendo, de modo que la experiencia de su sentido es siempre un parto de dolor. Mas el padecimiento asumido puede transformarse en una acción purificadora y alumbradora. La experiencia alcanza a ser entonces una verdadera revelación,
una luz de la que el sujeto participa haciéndola, no recibiéndola de modo inerte: la verdad viviente que sólo aquel que la mantiene y en ella está dispuesto a quemarse puede ofrecer.2
Decía antes que María Zambrano llegó a Chile con la herida sangrante de la Guerra Civil, cuyo padecimiento se agudizó aquí en Santiago, tan lejos y tan cerca a la vez (como saben bien los que sufren a distancia), de la tragedia de España; aquí surgió para ella una semilla dolorosa de luz, que fue creciendo hasta convertirse en una razón activa, combativa. Por eso volvió a España. "Y en verdad el drama de España -escribe refiriéndose a los intelectuales de su generación- nos despertó más que a la conciencia, a la inocencia",3 esto es, a la pureza de una idea, de una exigencia ética incondicional, que los fundía en comunidad de destino, casi en mística identificación, con el pueblo sufriente. María Zambrano dio su adsum: "aquí estoy", "aquí me tienes". Pero entonces, en aquel momento inicial, difícilmente podía adivinar que aquel adsum implicaba rigores de muerte. "La identificación completa se abre desde el morir",4 escribirá luego, recordando la vivencia transfiguradora de la guerra. En Los intelectuales en el drama de España consignó el sentido de aquella experiencia reveladora:
Si otros ofrecen su vida sobre la tierra helada de las trincheras, no hará nada de más el intelectual arriesgando su existencia de intelectual, aventurando su razón en este alumbramiento del mundo, que se abre camino a través de la sangre.5
1. Razón de la sangre: razón de amor
¿Qué significan estas palabras, un tanto enigmáticas, de "arriesgar la existencia de intelectual y aventurar la razón? ¿En qué consiste esta aventura? ¿Es acaso un extravío o una metamorfosis? ¿Y qué tiene que ver esta aventura con la experiencia de lo trágico? Van a ser estas preguntas la guía de nuestra reflexión. La combatiente republicana que a su vuelta de Chile se incorpora a las actividades de la revista Hora de España, tiene muy claro que se está produciendo, con motivo de la guerra, una viva crisis en la inteligencia española, de donde emerge una nueva actitud del intelectual. La guerra no deja lugar para el juego de una pura inteligencia descomprometida. Ciertamente su maestro Ortega y Gasset se había esforzado por una reforma de la inteligencia, que abandonara el carácter purista y abstracto de la razón pura para volverse una razón vital, plegada a su coyuntura y circunstancias. Pero eran precisamente estas, la coyuntura trágica y las circunstancias sociales y políticas de la Guerra Civil, es decir, la necesidad histórica, las que, a juicio de la Zambrano, forzaban a la razón vital a hacerse combativa. En la tragedia no cabe indiferencia ni neutralidad. Ya no es, no puede ser, el intelectual oracular, como Unamuno, ni el intelectual de la minoría orientadora, al modo de Ortega, porque el pueblo ha tomado directamente la iniciativa y el protagonismo. La nueva actitud del intelectual, donde éste arriesga "la pura existencia de ángeles del intelecto", como los llama irónicamente Zambrano, au dessus de la melée, para bajar a los infiernos mismos de la historia, se llama ahora comprometimiento (engagement, como lo llamarán los franceses más tarde), una razón fiel a las trágicas circunstancia y hora de España. Como había advertido a Ortega, en 1931, en la primera de sus cartas, "no se puede crear historia sintiéndose por encima de ella, desde el mirador de la razón; sólo quien esté por debajo de la historia puede ser un día su agente creador",6 es decir, quien la sufre y actúa en desde ella. Pero, ¿cómo orientarse en medio de tanta y tan grave confusión? La fórmula zambraniana, ya en plena Guerra Civil, sorprende por su rotunda y extrema sencillez: dejar de ser intelectuales para ser sencillamente hombres,7 fórmula que encierra un duro reproche contra la inteligencia liberal española, y veladamente, contra su propio maestro:
Aquellos que en el trance terrible pretendieron sustraerse a su conmoción, alegando su condición superastral de pensadores o artistas, como si la condición humana pudiera eludirse, quedarán desvinculados de las tareas esenciales del futuro, vagando en esos espacios siderales del arte, lejos de los hombres, de sus dolores y de sus glorias.8
La fidelidad a lo humano, a lo "elemental y fundamental humano", será el criterio decisivo de orientación, pero esto reside precisamente, según Machado, en el alma del pueblo: "existe un hombre del pueblo, que es, en España al menos, el hombre elemental y fundamental y el que está más cerca del hombre universal y eterno".9 La influencia -la actitud y la palabra de Machado-, eclipsando a las de su maestro Ortega e incluso a Unamuno, se hacen ejemplares y decisivas para María Zambrano en estos días. Por decirlo en una palabra: Machado acertó a ser fiel. De ahí que para la generación de intelectuales comprometidos con la República, que laboraba en Hora de España, la nueva alianza de cultura y vida, de pensamiento y política, tuviera como referente fundamental, a Antonio Machado. "El pueblo -escribe Eguizábal- es para nuestra autora la noción clave de todo este período".10 Y así es. La identificación con el pueblo, con su sentir y pensar, con sus angustias y esperanzas, se convierte en la estrella polar de la política. No es fácil dar alguna precisión conceptual a la categoría de pueblo, que Machado opone tanto al "señorito" como a la "masa". Creo que un buen atajo en la cuestión es guiarse por el sentido republicano que tiene tal categoría en Hölderlin y el propio Machado, como la comunidad libre y solidaria o fraterna, que participa en un mismo destino, a lo que habría que añadir aquellas gotas de sangre jacobina, más del andaluz que del suabo, que comienza a ver en el pueblo la comunidad de los que sufren las miserias más lacerantes. Al modo romántico, el pueblo es "la voz de Dios",11 o, cuando menos, la voz de la historia, y hay que estar atento a ella para no desorientarse. Muy rotundamente, en carta a Gregorio Marañón, afirma la Zambrano, "el pueblo no se equivoca jamás en lo esencial, y todavía más: analice usted un acto equivocado del pueblo y no podrá menos que encontrar en el fondo un afán de justicia" .12 Esta exigencia es la brújula de orientación. Propiamente, no es una opción ideológica ni tampoco una decisión moral, sino algo más profundo y definitivo. Como especifica y subraya en su réplica a Mounier, "lo que tuvo lugar no fue un acto moral, sino un acto de fe".13 El pueblo se eleva así a una categoría mítica, absoluta en su exigencia, e incondicionada en su valor, hasta el punto de que Zambrano hace solidaria, en carta a Rosa Chacel, su fe política con su fe religiosa. Estoy -le escribe- "con mi pueblo, en el que creo al par que en Dios".14
2. La mística del pueblo
Pero en la medida en que estaba de por medio una exigencia, no ya sólo de legitimidad republicana, sino fundamentalmente de justicia, estar con el pueblo suponía también pensar con una nueva disciplina, "bajo el imperio de la necesidad", entiéndase bien, de la necesidad y penuria social, ajustando el pensamiento a las exigencias y urgencias de la nueva hora:
Pensamientos nunca pensados, pero presentidos, y de tan evidente necesidad que al ser enunciados quedan exactamente ajustados al hueco de esperanzas y necesidades que los aguardaban. Vida y pensamiento marchan así, reclamándose mutuamente, en una unión presidida por la necesidad, diosa de la revolución.15
Es la primera vez que la palabra revolución suena así de rotunda en la obra de Zambrano. En Horizonte del liberalismo (1930), todavía bajo el influjo no, aun vislumbrando ya un horizonte nuevo, en lugar de revolución, en sentido formal, prefiere hablar de política revolucionaria, fiel a la vida, dinámica, creadora y progresiva, y sostiene, muy al modo del primer Ortega de comienzos del siglo, que es la única capaz de evitar el trauma de la revolución, "con su brusquedad de catástrofe, con la crueldad de sus procedimientos audaces (...) y con su sucedáneo retroceso. (...) Mas bien diríamos que la excluye, en tanto que la presupone de un modo continuo, de cada día, de cada hora".16 Pero ahora, en medio de la tragedia de la Guerra Civil, que no ha desencadenado la República, lo decisivo es que tanto sacrificio no sea estéril y traiga consigo un nuevo tiempo, una verdadera revolución. En otro momento la llama una "nueva razón", que surge desde la experiencia y la exigencia del "más hondo afán de justicia".17 Y por lo mismo nace combatiente, "razón armada", como los griegos representaron a Palas Atenea, "con casco, lanza y escudo",18 ya dispuesta para entrar en combate. En
los escritos de la guerra, la idea de que hay una razón que se alumbra con la sangre es un constante leitmotiv. Frente a la sinrazón -escribe en 1938- "opone el pueblo español la razón de su sangre".19 No es la simple idea del martirio como testimonio del valor de una idea, sino algo más profundo y sutil, toda una actitud generosa ante la vida, que no teme arriesgarla, cuando está en juego una buena idea. "La sangre corre por algo y hacia algo; hay una razón de la guerra, una razón de la muerte; tiene que haberla".20 Esta razón que se alumbra en la sangre ya estaba en ella, en la propia sangre del pueblo español, que encara la muerte con dignidad y heroísmo, viendo en ella la verdad de la vida. "La vida da casi siempre valor a los que se sumergen en ella sin pedirle cuentas -precisa Zambrano- y existe una fuerza de la sangre que la lleva a derramarse, a morir, diríamos que de un modo natural, porque la sangre es para la muerte".21 La idea le vino sugerida por el flanco de la poesía, que será para la Zambrano una fuente constante de inspiración. A propósito de la poesía de García Lorca, y con motivo de la edición de una Antología, que recopila ella en Chile, en 1937, en homenaje al poeta asesinado en Granada por el bando rebelde al comienzo de la Guerra Civil, escribe en un breve pero intenso prólogo:
Cuando uno lo lee percibe enseguida la fuerza de la sangre. Sangre que se reconoce a sí misma expresándose (...) La voz de la sangre canta y grita por la poesía de García Lorca. Sangre antigua que arrastra una antigua sabiduría. La sabiduría de la muerte.22
Esta fuerza de la sangre, que adivina en la poesía de Lorca, no es más que la misma fuerza elemental de la vida, queriendo ser vivida y experimentada libérrimamente, sin límites ni cálculos, hasta alumbrar desde sí misma una muerte bella y heroica. "En García Lorca es la muerte lo que está siempre al fondo"23 -comenta Zambrano; se entiende que porque está siempre al fondo de la vida, y ésta cobra relieve y hondura según el modo de inmolar en su muerte. La fuerza de la sangre acaba siendo así fuerza que anima la propia cultura, que le da a ésta, a la cultura española, su sello singular y característico. Antonio Machado ya había señalado, a través de las advertencias de Juan de Mairena a sus discípulos, que "el árbol de la cultura no tiene más savia que nuestra propia sangre",24 indicando así el carácter vital de la cultura, al servicio siempre de la causa del hombre. Y si la cultura llega a ser la sangre del espíritu es porque antes es la razón de la sangre, esto es, de las exigencias y aspiraciones que brotan de la vida misma. Estas se resumían básicamente para Machado en el pan y la conciencia. De ahí que la fuerza y la razón de la sangre pudiera verlas Machado en los milicianos que en la Guerra Civil iban intrépidamente a la muerte: ir a la muerte, "a morir, a morir para salvar el mundo del fascismo" -recuerda ella-, como gritaban los milicianos españoles cuando marchaban al frente, era la prueba de la autenticidad de aquella razón que se alumbraba en su sangre. Según los ve Machado, otro miliciano de la cultura:
Tienen en sus rostros el grave ceño y la expresión concentrada o absorta en lo invisible de quienes, como dice el poeta, ponen al tablero su vida por su ley (Jorge Manrique), se juegan esa moneda única -si se pierde no hay otra- por una causa hondamente sentida. La verdad es que todos esos milicianos parecen capitanes, tanto es el noble señorío de sus rostros.25
Hay en esta cultura vital del pueblo español sufriente y militante, una sabiduría de la vida que encierra buenas y graves razones para saber afrontar la muerte. "Porque la muerte es cosa de hombres - digámoslo a la manera popular (...) y sólo el hombre, nunca el señorito, el hombre íntimamente humano, en cuanto ser consagrado a la muerte, puede mirarla cara a cara".26 María Zambrano, tan fervorosamente devota del poeta andaluz, dedicó a finales de 1937, a su vuelta a España, un largo y decisivo comentario a "La guerra de Antonio Machado", en que se hacía eco de estas palabras, enlazándolas por su cuenta con la tradición estoica, como una constante del alma española:
Lo que enlaza la poesía de Machado a la copla popular, a Jorge Manrique, y a ellos con la serena meditación de nuestro Séneca, es este arrancar de un conocimiento sereno de la muerte; este no retroceder ante su imagen, este mirarla cara a cara que lleva hasta el mismo borde el suicidio.27
Y a continuación, entiende tal suicidio (de modo poco estoico por cierto) como "una amorosa aniquilación del yo, para que lo otro, la realidad, comience a existir plenamente".28 En este caso, la realidad no era otra que la plena comunidad de los hombres libres, iguales y solidarios. La razón de la sangre, que es capaz de dar cuenta de la vida y de la muerte, podría convertirse así en una "razón de amor", como ella veía en la actitud ejemplar y en la lírica de Antonio Machado.
Pese a las connotaciones trágico/heroicas de algunas expresiones zambranianas, como la de "una fuerza de la sangre, que la lleva a derramarse (...) porque la sangre es para la muerte",29 el sentido poético profundo de las mismas, que acabo de explicar a partir de Lorca y Machado, las libra de todo equívoco. No se trata, pues, de un peligroso jugar a la muerte, como practicaba el fascismo, sino de todo lo contrario, de arrostrar la muerte en virtud de aquellas razones que hacen digna y solidaria la vida. La buena razón para vivir y morir era precisamente la lucha contra el fascismo, al que Zambrano interpreta muy finamente, como una "enemistad con la vida, que destruye todo respeto y devoción hacia ella", fruto de una actitud rencorosa por "la desesperación impotente de hallar salida a una situación insostenible".30 La fuerza de la sangre actúa de manera radicalmente opuesta cuando se trata de matar la vida o de inmolarse por la vida. El que mata la vida es un desesperado rencoroso, incapaz ya de reconciliarse con ella. Por su odio a la vida es el fascismo para Zambrano "un cristianismo al revés, un cristianismo diabólico".
Es incompatible el fascismo con la confianza en la vida; por eso es profundamente ateo: niega la vida por incapacidad de ayuntamiento amoroso con ella, y en su desesperación no reconoce más que a sí mismo.31
Pero el que se inmola, en cambio, sabe, presiente que la propia muerte puede transmutarse en una semilla de esperanza. En suma, la razón de amor es una razón oblativa, conjuntamente pasiva y activa - la que comprende padeciendo y participa haciendo una semilla de luz como un germen viviente de porvenir.
Estos planteamientos, como puede apreciarse, están más cerca de una fe moral que de una reflexión analítica. En los escritos zambranianos sobre la Guerra Civil no hay análisis histórico/sociológico ni tampoco, aun cuando pudiera parecerlo a primera vista, mera ideología, sino intuición, o lo que comenzaba a llamar por entonces revelación. No se esclarecen sociológica e históricamente las causas o motivaciones de la tragedia civil, porque se mueven en una experiencia profunda de sentido (o sin-sentido), cuyas claves no son sólo políticas, sino metafísico/poéticas. Muestran una mística de la Guerra Civil -¿de qué otro modo se podía vivir la guerra, que no fuera mística o nihilismo?- en un sentido oblativo, como ofrenda y destinación, que habría de cambiar el sentido de la historia. Pero toda mística necesita de un mito, de una acción trascendente y transfiguradora, de la promesa de un tiempo nuevo, que ellos, los intelectuales republicanos de Hora de España no inventaron (si se entiende esta expresión como una creación ideológica), sino que se limitaron sencillamente a vivir. La guerra de España era la otra cara de un acontecimiento decisivo, que se estaba abriendo paso en el mundo y en la historia:
Es la revolución, la verdadera, no puede ser otra. Y es España el lugar de tal parto dolorosísimo. Por su infinita energía en potencia, por su virginidad de pueblo apenas empleado en empresas dignas de su poder y por su funda a la cultura idealista europea, tenía que ser y es España.32 La
razón que se enciende en la sangre iba a alumbrar "un nuevo hombre, una nueva realidad que antes no había?b El derrocamiento del fascismo por la sangre vertida del pueblo español obraría por su propia virtud redentora la recuperación plena de una comunidad humana libre, justa y solidaria. La mitificación de la II República, la Niña, como se la llamaba con desvelada ternura por haber sobrevenido repentinamente en la temprana primavera de 1931, como "una rosa no abierta todavía",34 que traía una promesa de renacimiento, se prolongaba ahora en el mito de una revolución integral, abriéndose camino en los dolores de parto de una Guerra Civil, para iniciar un nuevo sentido de la historia. La superación de la tragedia civil era, pues, inseparable de esta nueva razón auroral de la historia. Es el momento en que Zambrano, en sus fervores de luchadora republicana, se siente próxima al ideal o a la utopía comunista, más que a la ideología y disciplina del marxismo. A
la luz de esta visión de lo nuevo que aflora en el pueblo español, el proyecto de vida comunista cobrará su total sentido hasta hoy sólo a medias esbozado, cuando no maltratado y malentendido.35 Pero
no conviene dejarse seducir por las palabras. Como el de Antonio Machado, es éste un comunismo poético, de "comunión cordial y fraterna",36 vivido como una exigencia ideal de justicia, al igual que la revolución, en la que sueña la Zambrano, no es tanto, o, al menos no es sólo una revolución política, en sentido estricto, como un cambio radical del sentido de la historia. Tal como declara más tarde, haciendo memoria de aquellos días desde el exilio de La Piece,
y la revolución verdadera andaría desde aquel entonces en la libertad inacabable. Una vida nueva habría al fin atravesado el dintel que le opone la historia habida hasta ahora: la historia sacrificial. La que exige el sacrificio total que no es el de ir a morir, sino el tener que matar.37
La historia sacrificial, la que inmola los hombres al culto de los ídolos ideológicos y políticos, tenía su culminación en el fascismo, mientras que la nueva historia había de nacer de una razón oblativa, que se ofrece como víctima de una vez para siempre. Así vivió María Zambrano la guerra de España, entre el delirio y el destino, como reza el título de su obra autobiográfica, pero con la fe en un renacimiento, en una fundación ética de la historia. En realidad, en virtud de la revolución gestándose, podía coincidir, por vez primera, en la obra de Zambrano el tiempo histórico y el otro tiempo pneumático de la irrupción de lo nuevo. Recojo con esto una distinción, establecida por José Ignacio Eguizábal, en su ensayo La huida de Perséfone, entre un doble tiempo en la obra de Zambrano, ya desde el comienzo de la misma, o, por ser más exactos, una doble actitud ante el tiempo, la histórica y la gnóstica - el tiempo secular, ceñido a la circunstancia, a la que tiene que salvar políticamente, y el tiempo de la caída y el extravío, del que hay que liberarse respectivamente. 38 Pero Eguizábal pasa por alto que la salvación del tiempo que propugna el gnosticismo, no es sólo liberación de un tiempo roto y decaído, sino también restauración en el tiempo de la unidad perdida del origen, o, en otros términos, re-nacimiento, fundación de un tiempo radicalmente nuevo. Hay, pues, en la actitud gnóstica, a la vez ruptura con el tiempo, fácticamente condicionado, y fundación del tiempo ex origine, esto es, con-versión hacia el núcleo ético, salvífico, de una historia verdadera, que ponga fin a los horrores de la historia apócrifa. Ahora bien, si hay un momento único en que ambas actitudes ante el tiempo puedan coincidir, es para Zambrano el parto doloroso que significa la Guerra Civil. Lejos de mantenerse la tensión entre ambas dimensiones en los escritos de la guerra, como sostiene Eguizábal,39 se da más bien la conciencia de la posibilidad de superar el nudo trágico de la historia por la fundación ética de una plena ciudad de los hombres. La tensión, que ya aparece en el artículo de 1928 "La ciudad ausente" -sin duda, una de las claves gnósticas zambranianas40- ahora parece cancelarse, a mi juicio, pues, gracias a la revolución, en el nuevo mundo que se está gestando, la ciudad ideal se funde con los límites de la ciudad política e histórica. La misma ambivalencia del concepto zambraniano de revolución en estos años se presta a esta conciencia auroral de lo nuevo, pues revolución significa en ella tanto fundación histórica efectiva de un orden político, que derroque el precedente, como re-nacimiento o fundación ética de un nuevo hombre. La política revolucionaria, que había postulado en Horizonte del liberalismo se concreta ahora en una efectiva revolución de signo social republicano y popular. Si en aquel ensayo había escrito que "toda política supone idealmente una conciencia histórica; es su alumbramiento, se dirige a un futuro, lo crea",41 ahora le parece haber llegado la oportunidad histórica de ese futuro.
Y tenemos la paradoja de que por ser la política nuncio de la historia, hay ocasiones en que lo es todo. Esto ocurre cuando la política parte de la vida misma, de una vida que no es aún real, pero que se encuentra en germen: cambio de un estilo de vivir por otro. Entonces, la política es algo unitario, totalizador, parejo a la religión. Y abarca todos los problemas humanos.42
Este anuncio de una política absorbente, unitaria y totalizadora, pareja a la religión por su dedicación y ofrenda, se cumplía precisamente en los años de la Guerra Civil. El entusiasmo ético y poético zambraniano, durante los años heroicos de la guerra, por la idea de revolución, es sintomático de su creencia de que, en medio de la agonía, se estaba alumbrando o podría alumbrarse un nuevo y radical comienzo. El pensamiento y la poesía, fundidos con la vida misma, se hacían al fin revolución.
3. Mirada retrospectiva hacia una política revolucionaria
Antes de asistir a la concepción zambraniana de esta nueva razón auroral, en medio de los dolores de la Guerra Civil -dolores de parto histórico-, se hace preciso echar una mirada retrospectiva sobre su obra. María Zambrano sostiene en los años de la guerra que el fascismo es un engendro monstruoso y sombrío del idealismo europeo, porque ha puesto al espíritu de dominación o de señorío, propio de la cultura moderna, a trabajar en contra de la vida. Era, pues, el idealismo el responsable, en última instancia, de "la enemistad con la vida" por impedir al hombre "vivir íntegramente una experiencia total de la vida, al no reconocer la realidad".43 Como puede apreciarse, María Zambrano traspone de modo inmediato planteamientos orteguianos acerca de la superación del idealismo, formulados en Ortega en clave filosófica y humanista, a su propia clave pneumática de comprensión: "Del gran idealismo europeo ha quedado como pálido residuo este culto mistificado al espíritu, bajo el que se esconden tan refinados egoísmos y tan elementales impulsos".44 La condena del idealismo, en nombre de la vida, esto es, de la necesaria fundación ética de la historia, se vuelve ahora apremiante y total. Sin embargo, unos años antes, en 1930, en Horizonte del liberalismo, María Zambrano no se había expresado en términos tan rotundos Este es todavía un ensayo ideológico, de trazo directo y espontáneo, con la intencionalidad de autocomprenderse, esto es, de clarificar su incipiente y entusiasta compromiso político y el de su generación.45 En él se confunden todavía los ecos de un liberalismo renovado, con fuerte sentido social, tal como lo había diseñado Ortega en la primera década del siglo, y un socialismo con sentido humanista, como el de Julián Besteiro, y sobre todo, Fernando de los Ríos, e incluso hay una nota inequívoca del maestro Unamuno al vincular el liberalismo con una religión de la libertad.46 Lo que se propone la Zambrano, -y debía de ser para aquella joven generación de los años treinta una cuestión vital-, era superar la antinomia entre el liberalismo individualista y el comunismo. Tanto al uno como al otro les dirige una crítica convencional y habitual. Al liberalismo por abstracto e individualista, que ha dado lugar al "egoísmo económico" en contradicción con sus propios postulados humanistas, y al comunismo o marxismo por su determinismo histórico, que amenaza con negar la cultura, o lo que tanto vale para ella, el espíritu. A ambos los entiende como fruto del racionalismo, o lo que es lo mismo, del idealismo, que aquí está veladamente criticado por haber producido un desarraigo de la naturaleza, de todos los vínculos naturales y sobrenaturales del hombre, al recortar a éste, en su soledad radical, como señor y artífice de su propio destino. "En consecuencia: soledad; soledad del hombre frente al inmenso mundo".47 Y en otro momento, precisa:
El error del liberalismo racionalista, su infecundidad, estriba en haber cortado las amarras del hombre, no sólo con lo suprahumano, sino con lo infrahumano, con lo subconsciente.48
Esta es una clave decisiva para comprender la evolución del pensamiento zambraniano. María Zambrano sigue clamando por una "verdadera y honda revolución liberal",49 siempre pendiente, pero ya no puede hacerse sin regenerar las propias premisas liberales. Se trata, pues, de una rectificación del liberalismo, más que de su superación -el liberalismo es para Zambrano irrenunciable, pues ha descubierto "los derechos del individuo en cuanto tal, los famosos derechos del hombre", pero hay que recriarlo, por así decirlo en un nuevo horizonte, que está determinado no solo por el advenimiento de las masas a la política, sino por nuevas y apremiantes demandas sociales. Hay, pues, que convertirlo a un radical social y comunitario y abrirlo, a la vez, al mundo histórico y real de la vida. En suma, arraigar el liberalismo, anidarlo y sustentarlo en la placenta de la vida. "Nos parece ver que el punto de equilibrio está en que la libertad -social, política, ética, metafísica- ha de ser libertad a partir de, a base de, y no libertad en el vacío",50 esto es, libertad sustantiva y concreta, y no meramente formal. E indirectamente deja traslucir Zambrano que se necesita de una nueva razón integral, capaz de conectar lo suprarracional con lo infrarracional, el mundo de las ideas e ideales con el otro mundo de las exigencias vitales, que anidan en las entrañas:
La reconstrucción, la integración de un mundo estructurado; la vuelta a un universo que conexione al hombre sin disolverle ni encadenarle; el retorno a la fe, a una fe timonel de la inteligencia y no su prisión; el reconocimiento de la legitimidad del instinto, de la pasión, de lo irracional ¿no podrían ser la base y la meta de las tareas de nuestros días?51
En estas sencillas palabras, todavía en el aire balbuciente de una pregunta, está in nuce todo el programa futuro del pensamiento zambraniano. Una razón abierta a la fe, por arriba, y a la vez, por debajo, sin cortar amarras con el instinto. Y ya a punto de concluir el ensayo, se atreve Zambrano a apuntar hacia esta nueva razón de amor:
Cuando la razón estéril se retira, reseca de luchar sin resultado, y la sensibilidad quebrada sólo recoge el fragmento, el detalle, nos queda sólo una vía de esperanza: el sentimiento, el amor, que, repitiendo el milagro, vuelva a crear el mundo.52
Lo que comenzó siendo un ensayo ideológico/político se remata así de repente en un verdadero salto hacia un nuevo horizonte, mediado por el ordo amoris de Max Scheler. A esta luz se comprende la dedicatoria del libro: "a mi padre, porque me enseñó a mirar". Es un extraño mirar, antiobjetivista, mirar de través y hacia delante, abriendo o proyectando un campo de visión, un nuevo horizonte, donde se dislocan las miradas habituales y convencionales. Como ha mostrado Ana Bundgaard en su fino análisis de este texto,53 hay dos niveles en el discurso zambraniano, el explícito o inmediato y el subterráneo, instintivo y pasional, que es de naturaleza vitalista. Si en el primero, según creo, predomina Ortega, juntamente con Fernando de los Ríos, en el segundo, a través de una mediación con Rousseau, resuena al fondo Nietzsche:
En suma: afirmación de la vida, desconfianza de la razón, valor moral de todo lo que es aumento de vida, superación constante, aprovechamiento del dolor en beneficio de los valores positivos, heroísmo del individuo como encarnador de los valores vitales (...) Nietzsche, en fin, o algo de él.54
A mí se me antoja que en este Nietzsche hay mucho de Scheler y Unamuno, o si se quiere, de la conversión pneumática e interior, cristiana, a fin de cuentas, que hizo Unamuno de los postulados nietzscheanos. A mi juicio, desde el punto de vista político, Horizonte del liberalismo es un ensayo indeciso, balbuciente, de inspiración socialdemocrática, pero apuntando utópicamente hacia una reconciliación total de la política con la vida. En él valen más sus preguntas, las que acompañan "subterráneamente" la obra,55 como dice Zambrano, que sus respuestas, un intento todavía inmaduro de afrontar el cambio de actitud política, que exigían los nuevos tiempos. Lo más valioso de su propuesta pertenece, aun con ciertas heterodoxias, al movimiento de regeneración del liberalismo en sentido moral y cultural, que ya habían iniciado, años antes, en la primera década del siglo, Unamuno y Ortega, y del que, a estas alturas, ya estaba de vuelta el mismo Ortega. Lo novedoso, no obstante, aparte de un viraje sustantivo con respecto a su maestro Ortega en lo relativo a la función de las élites, reside en el vigoroso sentido que tiene Zambrano de lo que es, lo que debe ser, una comunidad plenamente humana. Pero lo decisivo y verdaderamente trascendental en esta obra es aquello hacia lo que señala, el nuevo horizonte de una política reconciliada plenamente con la vida y con alcance revolucionario:
Será revolucionaria aquella política que no sea dogmática de la razón, ni tampoco de la supra-razón; y creerá más en la vida, más en la virtud de los tiempos que en la aplicación apriorística de unas cuantas formas.56
Y en otro momento, prosiguiendo heterodoxamente la herencia orteguiana, "la vida -escribe- está por encima de la razón, por la que es inabarcable y a la que mueve como instrumento"57; sólo que el concepto zambraniano de vida, comienza ya a no ser orteguiano, como se percibe fácilmente en el ensayo de 1934 "Hacia un saber sobre el alma", y conjuntamente con él vira también el de razón, hacia una forma nueva de saber, capaz de fundar el sentido ético de la historia.
4. Preludios de la razón poética
El horizonte histórico comienza a despejarse con la llegada de la República, pero el otro -el nuevo horizonte para una fundación ética de la política, que es el que cuenta-, sólo lo adivina María Zambrano, como queda ya dicho, en medio de los rigores de la Guerra Civil en lucha contra el fascismo. Es entonces cuando advierte que el idealismo de la razón occidental, precisamente por haberse escindido del sentir originario, es capaz de poner toda la cultura superior del espíritu al servicio de una causa criminal, de un crimen contra la vida. El propio narcisismo liberal, eludiendo ver los abismos tenebrosos del alma, lo deja ciego para reconocer el advenimiento histórico de los monstruos:
El idealismo: la altísima idea del hombre que el europeo se formó a través del cristianismo y del Renacimiento, no le ha permitido contemplar la imagen clara del funcionar real de su vida; una repugnancia infinita le defendía de esta realidad. El hombre se evitaba a sí mismo y eludía su propia imagen.58
Y cuando ésta llegó avasalladoramente no supo reconocerse en ella. Pero no es sólo cuestión de narcisismo, sino de ensoberbecimiento, del poderío de una razón que se sueña soberana. Y es el sueño de la razón lo que produce o, al menos, desencadena los monstruos.
Después del Renacimiento, por complicados caminos, el hombre fue falsificando, desrealizando cada vez más la imagen y hasta la idea de la vida. Se fue idealizando hasta llegar en su soberbia a presentarse una imagen de su existencia coincidente con su ideal. La identidad estaba lograda (...). La inteligencia ha perdido la conciencia de sus pecados, diríamos; ha reducido el orbe a su medida y todo le es permitido (.).59
En las sangrientas luminarias de la Guerra Civil, percibe María Zambrano el sombrío resplandor de una razón dominadora, de la productividad y el cálculo, convertida en una monstruosa herramienta de la muerte. En Los intelectuales en el drama de España, bajo el epígrafe "La inteligencia y el fascismo", Zambrano emprende una ácida impugnación del idealismo. Los cargos se acumulan en su contra, aun cuando siempre se resuelven en lo mismo: el idealismo es el que no deja "lugar para mirar la realidad de frente", el que es "una barrera o un dintel imposible de salvar" para alcanzar el verdadero rostro del hombre; el que "impide al hombre vivir una experiencia total de la vida", y en fin, el que "se llega a convertir en enemistad con la vida".60 A la vista de su engendro fascista, las palabras "idealismo" y "racionalismo" adquieren un tinte nefasto y se cargan negativamente como responsables de la tragedia. Para conjurarla ya no basta con la regeneración moral del liberalismo, que se hace sospechoso, a sus ojos, de cierta complicidad con los regímenes del terror. La actitud de no intervención en la guerra española de los gobiernos liberales, abandonando a la República legítima a su suerte, cuando ya el fascismo internacional se había movilizado en su contra, se le antoja un verdadero crimen de humanidad. En su vocabulario, la nueva palabra es ahora "revolución", todavía en esa indecisa ambigüedad entre una revolución política de signo republicano/socialista y una metanoia o cambio radical de mentalidad. Pero, pese a la ambigüedad, Zambrano sabe que no hay revolución sin reforma de la conciencia, en este caso, de la inteligencia, que ella ve ahora depurada o depurándose en su lucha contra el fascismo:
Pero lo esencial es el cambio que se ha operado en la función de la inteligencia; su purificación al olvidarse de sí misma, al retornar del ensimismamiento endiosado, situándose en plena vida.61
No era sólo su movilización ideológica, ni su hermandad con los que combaten y trabajan, ni la identificación hasta la muerte con el pueblo sufriente, sino el comienzo efectivo de su reconciliación con la vida. María Zambrano, obsesionada con mirar hacia delante, hacia un nuevo horizonte, no sabe reconocer lo que queda de ganga ideológica y hasta de violencia idealista en la inteligencia republicana combatiente. Pero sabe ver, en cambio, el alumbramiento de algo nuevo, de una nueva actitud de la inteligencia ante la realidad, de una inteligencia piadosa y con entrañas frente al frío, abstracto y despiadado idealismo, e intuye que esta razón maternal pertenece a la mejor tradición española. "En la reforma del entendimiento español" (1937) lo declara así enfáticamente y hasta con una punta de arrogancia:
La Reforma española era más profunda que la realizada por Descartes y Galileo, que la realizada por Europa; tenía que hacerse en la sangre y por la sangre, en la vida. Pero la sangre también puede hacerse universal.62
La Guerra Civil es un tiempo de metamorfosis, de cambio cualitativo de la razón. La mención de la "razón de amor", como se ha visto, en el comentario al libro de Machado, introduce una inflexión decisiva en la propia concepción de la razón, que de "armada" pasa a ser, en interna metamorfosis, como se ha indicado, una "razón de amor". Con minuciosidad y primor ha analizado Jesús Moreno Sanz la evolución que en lento y continuo deslizamiento se produce en los escritos zambranianos de la Guerra Civil, entre 1936 a 1938, "desde una concepción de la razón armada y militante a otra misericordiosa y antipolémica, que preludia ya la razón del fracaso y del exilio".63 La clave de esta evolución es precisamente la idea sacrificial, pues se entiende que la razón armada era también, en el fondo, una razón oblativa, y en esta medida, nunca podría ser derrotada. Inmolada sí, pero con esto no dejaba de cumplir el destino mismo de su radical entrega. La asunción de la tragedia civil, apurándola hasta el fondo, hace surgir en medio de la tiniebla un alba indecisa, el preludio de una nueva razón, capaz de redimir la tragedia. Son los primeros balbuceos de la idea zambraniana de razón poética, la que comprende padeciendo, al modo trágico, pero participa haciendo, alumbrando una semilla de luz. No es razón teórica, sino razón práctica, comprensiva y consoladora, capaz de transformar la pasividad del padecer en poíesis alumbradora de sentido.
En este surgimiento concurren, entre 1937 y 1939, vigorosos estímulos, procedentes tanto de la poesía como de la filosofía, de muy recias voces intrahispánicas, Antonio Machado y Juan de la Cruz por los poetas, Séneca de parte de la filosofía. El hilo directivo de inspiración lo encuentra en Machado, el autor de las palabras esenciales, que le llegan como revelaciones o girones de lo profundo/misterioso: "y la ola humilde a nuestros labios vino/ de unas pocas palabras verdaderas" (LXXXVIII). Analizando su obra, encuentra en su palabra poética la íntima unión de la poesía con el pensamiento y con la acción, es decir, con la filosofía y la política. Una poesía con vocación de conocimiento, que es ya videncia o revelación, y un pensamiento metafísico, que se esconde en los surcos y pliegues de los símbolos. La palabra original de la vida es conjuntamente poética y filosófica, reúne la doble luz del canto y la meditación. El pensamiento se abre en el hontanar de las visiones poéticas y éstas, a su vez, son respuestas balbucientes a preguntas y cavilaciones, que crecen desde el fondo turbio de la vida. Y María Zambrano recuerda que siempre ha sido así en los mejores momentos: "No es la primera vez, y así acuden a nuestra memoria, las diversas formas de esa unidad. Los primeros pensamientos filosóficos son a la par poéticos".64
Hay, pues, "una metafísica de poeta", subyacente a la poesía, como hay una cantera de visiones poéticas, en que anida el pensamiento. La palabra original, tras la que se esfuerza Machado es lo uno y lo otro, y por eso puede ir "de lo uno a lo otro", en una circularidad incesante. Su credo poético lo había consignado Antonio Machado muy tempranamente en carta a Miguel de Unamuno: "Yo veo la poesía como un yunque de constante actividad espiritual, no como un taller de fórmulas dogmáticas revestidas de imágenes más o menos brillantes (...)". Y más adelante enfatiza: "todos nuestros esfuerzos deben tender hacia la luz, hacia la conciencia (...). La belleza no está tanto en el misterio, sino en el deseo de penetrarlo".65 La palabra original surge, pues, del afronte de la conciencia con el misterio, y es por eso un primer vagido de luz, como la luz tímida e indecisa de la aurora. María Zambrano supo captar la originalidad de la poesía machadiana como matriz de conciencia:
Machado que dice, sin embargo, en una de las páginas de este libro: "por influjo de lo subconsciente sine qua no de toda poesía", somete luego la poesía a razón diciendo que la lleva implícita, es decir, que en último término no cree en la posibilidad de una poesía fuera de la razón o contra la razón, fuera de ley. Para Machado la poesía es cosa de conciencia. Cosa de conciencia, esto es, de razón, de moral, de ley.66
La razón poética ya apunta en el horizonte. "La poesía no renuncia a la inteligencia, antes bien aguza y ensancha su mirada, abriéndola a una realidad que desborda el mero objetivismo, y la idea filosófica no se impone a la sensibilidad, sino que se deja transparecer simbólicamente en la misma carne de lo sensible. Y esto tanto en la gran poesía pensante como en la poesía popular, tan presente en los cantares y aforismos machadianos, de la que dice Zambrano": nuestro pueblo dicta su sentir, sentir que es sentencia, esto es, corazón y pensamiento".67 Había recuperado así una de las secretas minas de la tradición española, desde los proverbios de Dom Seb Tob a las coplas de Jorge Manrique. Pero era la "voz paternal" de Machado, como ella lo recuerda, la que le había revelado el secreto de "la razón poética, de honda raíz de amor".68
Hablando de razón de amor tenía que venir forzosamente a la memoria Juan de la Cruz, al que dedica Zambrano, por estos años, publicándolo en 1939, un penetrante ensayo con el expresivo título auroral "San Juan de la Cruz (De la noche oscura a la más clara mística)". Para ella, la poesía de Juan de la Cruz es el ejemplo de cómo el amor se hace vidente, clarividente, atravesando una muerte en la vida misma, y al cabo de su inmersión en las aguas mismas tenebrosas, "no es la nada, el vacío lo que aguarda al alma a su salida; ni la muerte, sino la poesía en donde se encuentran en entera presencia todas las cosas".69 El místico trae a la palabra la presencia y figura que tiene dibujadas en el fondo del alma. Es el milagro poético de la plena objetividad -comenta Zambrano- "en la maravillosa unidad de poesía, pensamiento y religión".70 Pero es, sobre todo, el milagro del amor, el que hace clara la noche más oscura. La breve pero intensa comparación que lleva a cabo Zambrano de Juan de la Cruz con Spinoza -otro que había convertido "el alma en cristal de roca; como él invulnerable, como él transparente"-71, deja constancia de que ambos "lograron la unidad de la vida y el conocimiento", el ingreso en la objetividad, pero -y éste es un "pero" o reparo decisivo, la unidad última que se resiste al filósofo por moverse en el medio de la reflexión, sólo la alcanza el poeta:
Y así, la unidad con que sueña el filósofo sólo se da en la poesía. La poesía es todo: el pensar escinde la persona, mientras el poeta es siempre uno. De ahí la angustia indecible y de ahí también la fuerza, la legitimidad de la poesía.72
María Zambrano estaba soltando amarras con la filosofía en el sentido reflexivo del término. Cree, sin embargo, erróneamente a mi juicio, que esta unidad de poesía y razón en el alma intrahistórica española es de "raíz estoica",73 lo que le lleva a pensar en Séneca, y en él encuentra otro tenue hilo de luz en su alborada. La filosofía se convierte ahora en guía de la vida y en arte de consolación. Abandona el reino de la razón pura para adentrarse piadosamente por las entrañas del hombre. En Séneca, "la razón se ha hecho madre" -escribe Zambrano, pensando sin duda en el dolor que desgarraba a España herida por la tragedia civil-. De ahí la permanente lección del senequismo en las horas difíciles, como un hilo rojo, que atraviesa la tradición española:
El pensamiento español en sus horas más lúcidas, cuando con entereza viril está más despierto, manifiesta una razón maternal, tan poco despegada por ello de lo concreto y corpóreo, delicada y recia a un tiempo, tan imposibilitada de hacerse idealista, tan divinamente materialista.74
Obviamente, "materialista" suena aquí en oposición a "idealista", y no significa otra cosa que un amor entrañado a la materia, pero amor de redención. Quizá de ahí la extrañeza de María Zambrano al enfrentarse con la poesía de Pablo Neruda, en el ensayo que le dedica en 1938, "Pablo Neruda o el amor a la materia". Allí le sorprende algo extraño, de una "cultura otra", otra que la greco-cristiana, tan fuertemente determinada por el platonismo y el gnosticismo, porque en ella el amor a la materia ya no persigue redimirla, sino desposarse con ella." Residencia en la tierra. Poesía -dice- que reside en la tierra, que la habita, que está pegada a ella".75 Poesía, en suma, de entrañas, en la que adivina Zambrano otro signo de la razón poética:
Amor, terrible amor a la materia, que acaba en ser amor de entrañas, de oscura interioridad del mundo. Sobre la superficie del mundo están las formas y la luz que las define, mientras que la materia gime bajo ellas. Residencia en la tierra acaba por llevarnos a residir bajo la tierra misma, en sus oscuros túneles minerales y hacia túneles acres me encamino / vestido de metales transitorios.76
¿Puede este amor a la materia estar lleno de piedad? Y Zambrano parece creer que sí, que en Neruda "se siente y se llega a la integridad dolorosa del hombre, y se siente al hombre por lo que no tiene, por su desamparo, por el olvido en que yace, por su miseria".77 De ahí el deseo, casi propósito zambraniano, de abrirse a esta experiencia otra, de acogerla en su diferencia, para integrarla en un amor de redención:
¿No será, por otra parte, que este amor a la materia, que esta cultura diametralmente opuesta -hasta geográficamente- a aquella de la que nos hemos nutrido, se abra camino entroncándose con lo más vivo, con lo más inédito y esperanzador de la vieja cultura?78
Bajo la forma interrogativa, forma en este caso de modestia y pudor, está pensando de nuevo en la razón poética, que es, al cabo, razón de amor. El toque último de este sentido piadoso, compasivo y combativo, a la vez, de la nueva razón le vino de inspiración galdosiana. El ensayo, que dedica en 1938 a Misericordia de Galdós, atestigua la enorme admiración de Zambrano por el monumento de cultura viva, popular, intrahistórica, "de vida anónima con sus infinitas raíces",79 que es la obra entera de Galdós. Admiración también por el universo de sus figuras femeninas, dotadas de asombrosa fuerza vital y vigorosa personalidad. Y entre ellas, Nina, protagonista de Misericordia, la heroína de la fidelidad a la vida y de la piedad activa con una paciencia maternal. "El mundo de Misericordia -escribe la Zambrano- es ya una lucha entre la generosa prodigalidad popular y la rencorosa inhibición, el miedo a la vida";80 casi se podría añadir, el rencor a la vida, que lleva a posturas cainitas de destrucción. Pero, sobre este friso de miseria física y moral, se alza la figura de Nina, la criada, la que en verdad cría y sostiene la voluntad de todos cuando se inhiben, reniegan, condenan o matan la vida:
¡Benigna! Todos viven apoyados en su frágil espalda, sostenidos por la incansable actividad de sus ligeros pies, consolados por la imperturbable alegría de su ánimo. Mas ella que a todo sostiene, ¿en qué se sostiene? ¿de dónde nace la misteriosa y sobrehumana fuerza de esta mujer, vieja, pobrísima, ignorante. ¿Sin más guía que su corazón en el laberinto del mundo?81
La pregunta resulta retórica, pues para el lector de la Zambrano resulta evidente que la fuerza de Nina reside precisamente en el corazón y sus razones de amor. Razón de la sangre y razón de amor se funden ahora en una criatura viva, un ejemplar intrahistórico del alma española. ¿Necesitaba acaso la Zambrano de esta heroína galdosiana, más que don Quijote, para comprender la paciencia, la fidelidad, el callado y anónimo heroísmo del pueblo de España en plena Guerra Civil? "El hambre -dice- la esperanza y el pan de cada día. Esto es la vida para Benigna, lo que tiene que oponer a la muerte, lo que efectivamente le opone, venciéndola"82. Hambre de pan y de conciencia, como había dicho Machado, y esperanza activa de los que creen en la vida, aun cuando la sufren por yerros y pecados ajenos. Nina es una quijotesa de la vida, redimiéndola y transfigurándola con su sola presencia y generosidad. Nina es la piedad, que no se rinde, la paciencia de amor que hace milagros:
A través de toda la novela, la criada Benigna aparece como el único ser íntegro, la única criatura tan arraigada en la realidad que no parece arrastrar pasado alguno; es como si estuviese naciendo en cada instante.83
Nacer y renacer es para Zambrano, como se sabe, el destino de la aurora. Ayudar a nacer y renacer es la tarea de la razón poética. La razón de amor alumbra lo nuevo, porque confía en las fuerzas creadoras de la vida, cuando saben ser fieles a la realidad. Entonces puede ocurrir que hasta la tiniebla se disuelva en luz acuosa de alborada. Como ha hecho notar con gran tino Jesús Moreno Sanz, "es por modos simbólicos muy precisos, ahora, entre 1936 y 1939, cuando los símbolos del fuego y la sangre irán diluyéndose en agua, a través de la figura de la Nina de Galdós, y en agua y luz y fuego en san Juan de la Cruz, y en agua y transparente cristal de roca en la reducción de las pasiones en Espinosa".84 Este surgimiento de una nueva razón, en medio de la agonía de la Guerra Civil, es tan sorprendente, tan imprevisto y mágico, como el nacimiento de la luz/agua o agua/luz en la tiniebla cerrada de la noche:
Todo puede suceder, porque nadie sabe nada, porque la realidad rebasa siempre lo que sabemos de ella; porque ni las cosas ni nuestro saber acerca de ellas está acabado y concluso, y porque la verdad no es algo que esté ahí, sino al revés: nuestros sueños, nuestras esperanzas pueden hacerla.85
En suma, para la razón poética, la verdad es la esperanza. No es un mensaje de resignación el que se desprende de Misericordia. El amor nunca se resigna ni a perder lo que ama ni a abandonarlo a su suerte. En la figura de Nina, en su paciencia y fidelidad, estaba el mejor antídoto contra la resignación, que predicaba la razón consoladora de Séneca. Séneca es un trágico porque se resigna:
Séneca quiso reducir la tragedia a resignación, al reducirla a razón. Pero en la tragedia está la voz viva del ayer que un pueblo no puede desoír, y está igualmente la llamada del porvenir que no puede quedar sin respuesta. La tragedia es el desgarramiento que produce la esperanza cuando va a convertirse en realidad y quien la encarna no puede abandonar, no puede dejar sin continuación al pasado y sin asidero al futuro; no puede romper la línea del tiempo.86
La paciencia de Nina, su piedad, redime en cambio, la tragedia, porque abre camino a la esperanza. La paciencia de Nina anilla el tiempo en un círculo, en una espiral inacabable, cuyo centro de gravedad se abre en lo eterno, y por eso deja fluir la vida. Hay, pues, que resistir al mal, por amor a la vida misma, como Nina se opone a la muerte. Es el mensaje que necesitaba en su coyuntura trágica el pueblo español, "la víctima que no se conforma con serlo pasivamente, sino que reacciona positivamente hacia la vida, hacia la salvación" 8 La razón poética alumbra, en su fidelidad a la vida, el criterio de lo que necesita cumplir y tiene que realizar la esperanza. Reúne en sí la ley y la piedad. Como escribe María Zambrano en "Poesía y revolución", al filo del comentario al libro El hombre y el trabajo del poeta amigo Arturo Serrano Plaja,
La realidad íntegra de lo social no excluye ni la necesisad ni la fe, ni la ley ni la piedad. La necesidad se da en el trabajo, la realidad social más inmediata y visible; y con la ley se llega hasta el descubrimiento de la libertad, hasta el descubrimiento de la piedad mediante el amor.88
Este milagro de integración de fe, ley y piedad es lo que pretende llevar a cabo la razón poética en un tiempo, más que de crisis, de tragedia civil. No se trata, pues, de una razón débil, soñadora y evasiva, sino recia y combativa. Anunciándose, como el alba, en medio de los fragores y dolores de la Guerra Civil, la razón poética quería ser la razón que redime de la tragedia, o por decirlo de una vez, una razón revolucionaria. La crítica teórica al idealismo se alía así en ella con una crítica práctica del fascismo, que surgen ambas de la fidelidad a la vida y al pueblo de España. Como concluye la Zambrano su ensayo sobre la lírica de Serrano Plaja, con el expresivo título de "Poesía y revolución".
Por eso a los que se atemorizan ante esto que llaman "revolución española" sin comprender nada de ella, podríamos mostrarles este testimonio poético y como tal verdadero, de una revolución que ha roto los límites de la "impiedad" ilustrada: de una realidad que ha vencido a la angustia, al hermético aislamiento, al absolutismo idealista, para ser sencillamente: la vida. Una revolución que ha dado un paso para acercarse a eso que nuestro Galdós nombrara, con la inconsciencia de la profecía, "materialismo de la misericordia.89
Defendiendo la revolución, estaba alumbrando la Zambrano, quizá sin proponérselo, sin saberlo enteramente todavía, la alborada de la razón poética.
5. Mirada prospectiva: hacia una democracia moral
A tenor del fuerte y activo compromiso de María Zambrano, durante la Guerra Civil con la República, gobierno legítimo de España, y de la altura de su esperanza, se puede adivinar la hondura de su padecimiento por la derrota militar de la causa republicana, que era para ella, la derrota del pueblo de España. Del trágico significado de aquella derrota guarda una memoria estremecida su declaración de 1977 desde La Piece:
Esta guerra así vivida merecía haber sido ganada plenamente y con ella el final de todas las guerras. Haber sellado el fin de toda guerra. Y que se hubiera transformado el sacrificio en constante ofrenda.90
Esta era, en efecto, su fe de aquellos días de lucha: que la revolución española contra el fascismo inauguraba el sentido fraterno de la historia. "Esta guerra merecía haber sido ganada", debía haber sido ganada. No es un deseo en irreal, sino un juicio ético categórico, formulado desde la razón de su esperanza. La derrota de la República era equivalente a un sin-sentido ético y poético, a una prueba de lo irracional del mundo, de que el infierno aún anidaba en la historia, una historia trágica, y de que su redención exigía, ¡aún más!, la fuerza oblativa de la sangre. Llegó a Chile, decía al comienzo, con la herida sangrante de España. No podía sospechar siquiera que a la razón poética, que iba a manar de aquella herida, le estaba reservada la terrible agonía de la derrota para convertirse en piedad universal. Algún testimonio patético de aquella agonía se recoge en Delirio y destino:
Y era como sentirse otra vez en vías de nacer a través de aquella inédita agonía. ¡Cuántas había atravesado ya! Vivir era eso: morir de muertes distintas antes de morir de la manera única, total que las resume todas, agonizar también, pasar entre la vida y la muerte, ser rechazado de la vida de múltiples maneras sin que por eso la muerte abra sus puertas. Vivir muriendo?1
Por fuerza, la derrota y el largo exilio tenían que producir una mutación interna de la actitud existencial de María Zambrano, y con ello también de la alborada de aquella razón, en un sentido más interiorista y pneumático. Fracasada la revolución política, se ahonda y agrava la revolución moral o la moral como revolución. La razón poética, deshecha la ambigüedad, se acendra definitivamente en su prístino y radical sentido de razón de amor. El tema del sacrificio expiatorio y redentor se hace ahora dominante. Así lo presiente ella, cuando abandona España, sumida en una inmensa turba sufriente, y se identifica con la mirada del cordero, que un exiliado llevaba a su espalda. Todo era ya diferente. Ellos mismos -dice-
eran ya diferentes. Tuvieron esa revelación: no eran iguales a los demás, ya no eran ciudadanos de un país, eran exiliados, desterrados, refugiados (...) algo diferente que suscitaría aquello que pasaba en la Edad Media a algunos seres "sagrados": respeto, simpatía, piedad, horror, repulsión, atracción, en fin (...) eso, algo diferente. Vencidos que no han muerto, que no han tenido la discreción de morirse, supervivientes.92
Quizá recordara entonces lo que había escrito de Juan de la Cruz, "que no pareció necesitar a la muerte para traspasar ciertos linderos, para marcharse",93 cosa que había conseguido por la mística y la poesía. Es el momento en que se interioriza radicalmente la muerte, con el sentimiento de ser víctima expiatoria, y el alba de la razón poética, que apenas despuntaba, se convierte ahora en la aurora roja de una razón oblativa. Tanto Juan Fernando Ortega Muñoz como Ana Bundgaard han analizado en profundidad lo que significa para Zambrano la experiencia del exilio y a sus finos análisis me remito94 : el desarraigo existencial, el abandono de toda instancia firme y segura, el naufragio en una altamar procelosa, donde ya la duda, al modo orteguiano, es insuficiente para bracear en ella, el desierto creciendo por dentro, sin límites ni espejismos. El exilio produce una mutación característica del ser-en-el-mundo. Zambrano lo supo por su propia experiencia:
No tener lugar en el mundo, ni geográfico ni político, ni -lo que decide en extremo para que salga de él ese desconocido- ontológico. No ser nadie, ni un mendigo: no ser nada.95
Era lo más parecido a la nada sanjuanista. Aquí estaba comenzando su "metafísica experimental" -¿qué otra cosa es la mística y qué metafísica no tiene una mística en sus entrañas?-. Desde esta experiencia anonadante de la nada, la más honda tiniebla, tenía que reencenderse la aurora de una nueva razón. La historia parecía condenada irremediablemente a la tragedia, a permanecer apócrifa, sin redención posible, y la razón poética tendría que apurar hasta el fin la experiencia de lo trágico. "Ser exiliado supone -precisa Ana Bundgaard- negar la historia como fundamento de la existencia o como referencia constitutiva del yo".96 La pérdida de la circunstancia concreta y del tiempo histórico convierten el exilio -al menos esta fue la experiencia de Zambrano-, en espacio de revelación de una patria verdadera. Como recuerda J.F. Ortega Muñoz, "el exiliado lleva su propia patria consigo",97 pero para Zambrano no era ya la petrificación de la patria histórica, en que suele quedar varada la memoria, alimentándose obsesivamente de una fantasma, sino una nueva patria de transcendencia ideal. En esto reside su diferencia con aquellos otros exiliados, los eternos nostálgicos republicanos, que se convirtieron en figuras de piedra, por mirar exclusivamente hacia atrás.
Quisiera recoger en este punto mi diálogo con la tesis de José Ignacio Eguizabal, en La huida de Perséfone, reiterada sugestiva y briosamente, en El exilio y el reino. "Pero se pierde la guerra; y con ella se va para Zambrano la posible reconciliación de su ser con el mundo".98 Tomando su expresión al pie de la letra, lleva razón. La exiliada ha roto con un mundo histórico, que sigue bajo el signo de la tragedia, sumido en una "historia apócrifa", como ella declara. De donde puede concluir Eguizabal que en este punto se produce la tensión definitiva entre los dos modos de habitar el tiempo, el secularista y el gnóstico. Las consecuencias de esta tensión serían muy graves para su pensamiento, al introducir un dualismo ineliminable, "porque el fondo gnóstico tomado seriamente impediría lo político".99 En su negativa a "tomar tierra, a bajar del imperativo categórico" -como dice muy gráficamente Eguizabal-, la Zambrano pierde de vista el lugar de lo histórico." Esta es la cruz -concluye- que su gnosticismo tuvo que llevar a cuestas".100 ¿Qué pensar de esta propuesta, a primera vista tan coherente y consecuente?
Es innegable ciertamente que, a partir del fracaso de la Guerra Civil y la experiencia del exilio, hubo una escisión entre la historia efectiva de su patria y la idealidad de la nueva patria. Al quebrar el mito de la revolución, tal como aquí se ha expuesto, se inicia un camino hacia una interioridad radical. La "ciudad ausente", que por un momento parecía emerger en el horizonte de la historia, se muestra ahora en su lejanía inalcanzable, y aquel punto cenital, donde el cielo quería tocar al fin con la tierra, no ha sido más que un espejismo, debido a las ansias del corazón. Lo que queda es el desierto en el interior, donde refulge, empero, más bella y radiante que nunca, la estrella polar de la verdadera Ciudad de los hombres. Desde esta escisión, se dejan comprender dos fenómenos unitarios en su pensamiento político a partir del exilio: de un lado, la crítica a la idea de revolución, es decir, a toda forma de utopía, a la que entiende como un fruto del idealismo, en el intento de hallar una compensación imaginaria al déficit profundo de las esperanzas humanas. Y del otro, paralelamente, la repristinación del ideal republicano en una democracia moral, o, si se prefiere, en la idea ética de democracia, una república noumenon, por decirlo en término kantianos, como el reino de las personas -no ya de los meros individuos interesados-, acrisolado en vínculos solidarios. Pero esto no es ya una utopía secularista, sino una idea ética reguladora, descubierta por una fe moral en un sentido, no ya racionalista, sino pneumático de la historia. María Zambrano corta con toda filosofía dialéctica, ya sea hegeliana o marxista, de un fin inmanente a la historia. Para Zambrano, la historia es trágica -siguió siendo trágica, pues los dolores de la Guerra Civil española eran tan sólo los primeros signos de un más largo y profundo padecer, como atestigua la historia de Europa. Por decirlo en una sola palabra, lo que la historia verdaderamente necesita, según Zambrano, es redención. No utopía, sino escatología. Su nudo trágico no lo desata ninguna razón raciocinante, sino la razón poética, por ser una razón misericordiosa y esperanzada. ¿Aleja esta pneumatología de la historia radicalmente del "lugar de lo histórico", como cree J.I. Eguizábal? ¿Y si el lugar de lo histórico, esto es, allí donde mana la historia, como un tiempo fluido y con sentido, no fuera ya histórico, sino metahistórico, esto es, estuviera en el corazón mismo del hombre, de su origen y su destinación? Esta es la pregunta decisiva que nos dirigen los escritos de Zambrano. ¿Impide esta actitud la reflexión histórica efectiva y paraliza o inhibe la acción? Lo primero no parece probado, si se tiene en cuenta el inmenso poder crítico, que esta idea ética y metahistórica puede desencadenar en la denuncia de todos los espejismos y todos los dioses apócrifos de la historia. La agonía de Europa y Persona y democracia son una buena prueba de la fecundidad de esta crítica. En cuanto a la acción, habría que pensar que no queda negada o anegada místicamente, sino inmersa en una fuente interior de su sentido, que es transversal a toda acción revolucionaria, aun cuando inconmensurable con ella. Posiblemente el primer logro de la razón poética fuera que los exiliados, tras su fracaso, no quedaran encadenados a su nostalgia o radicalmente escépticos ante su destino, es decir, que fluyera el tiempo real, el que no se mide por los acontecimientos históricos, sino por el hacerse persona y el devenir real, cotidiano e interior, de la comunidad humana. ¿Puede una actitud gnóstica de esta especie posibilitar una política? En un sentido convencional, esto es, programático y praxeológico de la política, es claro que no, rotundamente no. En un sentido inspirativo y creativo, poético y ético, a la vez, en suma, pneumático, en que hacer política sea, ante todo, cambiar de actitud moral, y cambiar con ello la política, creo que sí. Se trata, en suma, de saber inscribir, oportuna e inoportunamente, este germen de modo transversal, esto es, impulsor y, a la vez, trascendente, en la praxis política. Es decir, de comprender padeciendo y hacer participando una semilla de luz. Se olvida que el gnosticismo no sólo es e-vasio sino con-versio, no solo salida sino vuelta, aun cuando esta vuelta no acontezca, por modo olímpico, en una nueva razón armada y en un diáfano punto histórico, lo que sería tanto como acabar con el tiempo, sino en las entrañas mismas de la historia, del tiempo real fluyente, que guarda un sentido, una dirección, con tal de no impostarlo con un presente histórico absoluto. Y se olvida, sobre todo, que el peculiar gnosticismo de la Zambrano fue más encarnatorio que neoplatónico. Pero esto exige abrir la razón poética, la razón misericordiosa y con esperanza, a la religión. ¿Cómo es ello posible? La experiencia del nihilismo fue la clave de esta nueva y definitiva andadura.
1 "La experiencia de la historia", recogido en Los intelectuales en el drama de España y escritos de la guerra civil (IDE), ed. de J. Moreno Sanz, Madrid, Trotta, 1998, 81. El subrayado no pertenece al texto.
2 Idem, 80.
3 Idem, 82.
4 Ibidem.
5 Idem, 89.
6 Apud J. Moreno Sanz, Estudio introductorio a su edición de Horizonte del liberalismo (HL), Madrid, Morata, 1996, p. 125. Moreno Sanz hace un estudio minucioso y agudo de esta correspondencia y de su más que probable repercusión en la actitud de Ortega por aquellos años.
7 IDE, 112.
8 Idem, 112-3. Llamo la atención sobre el subrayado, que no pertenece al texto.
9 "Los milicianos de 1936", en Obras. Poesía y prosa, Buenos Aires, Losada, 1973, 730.
10 La huida de Perséfone, Madrid, Biblioteca Nueva, 1999, 88.
11 Creo que María Zambrano podría haber hecho suyo el poema de Hölderlin, vox populi -"se te llama la voz de Dios, así lo creí / en mi devota juventud, y aun lo afirmo"-, y lo compara el poeta con un río impetuosos que avanza contra todo obstáculo según la ley simple e ineluctable de fundirse en el todo. "Todo lo que vive, lo que avanza/ con los ojos muy abiertos en su propia senda/ tiende a seguir el camino más corto/ que lo conduce al Todo".
12 "Carta a Marañón" (1937), incluida en Los intelectuales en el drama de España (IDE), ob. cit., 121.
13 "Un testimonio para Esprit", IDE, 215.
14 "Carta a Rosa Chacel", IDE, 212.
15 IDE, 112.
16 Horizonte del liberalismo, Madrid, Morata, (1930) reeditado en 1996 (se cita por esta última edición), HL, 221.
17 "Carta a Marañón", en IDE, ob. cit., 121.
18 IDE, ob. cit., 109.
19 IDE, 213.
20 Idem, 88-89.
21 Idem, 88.
22 Antología, ed. facsímil de la chilena de 1937, Vélez Málaga, Fundación "María Zambrano", 1989, 10.
23 Idem, 11.
24 Juan de Mairena, cap. XLIV, en Obras, poesía y prosa, Buenos Aires, Losada, 1973, 552.
25 "Los milicianos de 1936", Idem, 726. El subrayado y paréntesis no pertenecen al texto.
26 "Consejos, sentencias y donaires de Juan de Mairena." cap. XIX, Idem, 660.
27 IDE, 176.
28 Idem, 177.
29 Idem, 88.
30 Idem, 94.
31 Idem, 95.
32 Idem, 96.
33 Idem, 97.
34 Idem, 79. Sobre el advenimiento de la República véase M. Zambrano, Delirio y destino, Madrid, Areces, 1998, 233-248.
35 IDE, 97.
36 "Sobre la Rusia actual", en Obras, poesía y prosa, ob. cit., 736.
37 "La experiencia de la historia", en IDE, 84.
38 La huida de Perséfone, Madrid, Biblioteca Nueva, 1999, 69, 75, 87, 89-90, y 95-96 especialmente.
39 Idem, 75-76 y 95-98.
40 Idem, 64-65.
41 Horizonte del liberalismo, op, cit., 204.
42 Idem, 208.
43 Senderos, IDE, 93.
44 Idem, 95-96.
45 "Muestra -escribe J. Moreno- la propia formulación filosófica que Zambrano intentó en 1930 de ese intento vital de los grupos generacionales y aclara su relación, con el momento histórico en que estaba inserta, explicando el porqué del descenso de la misma filosofía y de su mano de la política, a su envés trágico". Horizonte del liberalismo (HL), ob. cit. Un análisis minucioso y preciso de los textos políticos de la "generación renovadora", como contexto histórico donde prosperan las primeras intuiciones políticas de María Zambrano, lo lleva a cabo J. Moreno Sanz en el largo y denso Estudio introductorio a su edición de HL, 13-44.
46 IDE, 249.
47 Idem, 264.
48 Idem, 244.
49 Idem, 224.
50 Idem, 266.
51 Idem, 245.
52 Idem, 269.
53 Un compromiso apasionado María Zambrano: una intelectual al servicio de España (19281939), Trotta, Madrid, 2009, especialmente 136-151.
54 Horizonte del liberalismo, op. cit., 227.
55 Idem, 201.
56 Idem, 212.
57 Idem, 225.
58 IDE, 91.
59 Ibidem.
60 Idem, 92-93.
61 Idem, 113-114.
62 "La reforma del entendimiento español", en IDE, 164.
63 Estudio introductorio a su edición ya citada de Los intelectuales en el drama de España y escritos de la guerra civil, 19 y 22. Sobre el análisis en concreto de los cuatro momentos de esta evolución pueden verse las páginas 27 a 30.
64 "La Guerra de Antonio Machado", en IDE, 175.
65 Carta a Unamuno, recogida por el mismo Unamuno en "Alma de jóvenes", Obras Completas, Madrid, Escelicer, 1966, I, 1156y 1157.
66 "La Guerra de Antonio Machado", en IDE, 174-5.
67 Idem, 175.
68 Poesía y razón se completan y requieren una a otra -escribe Machado-. La poesía vendría a ser el pensamiento supremo para captar la realidad íntima de cada cosa, la realidad fluente, movediza, la radical heterogeneidad del ser", citado por María Zambrano en "La Guerra de Antonio Machado", IDE, 177.
69 "San Juan de la Cruz: de la Noche oscura a la más clara mística", en IDE, 269.
70 Ibidem.
71 Idem, 273.
72 Idem, 272.
73 "La Guerra de Antonio Machado", en IDE, 176.
74 "Un camino español: Séneca o la resignación", en IDE, 196.
75 "Pablo Neruda o el amor a la materia", en IDE, 252.
76 Idem, 253.
77 Idem, 257.
78 Idem, 256.
79 "Misericordia", en IDE, 228.
80 Idem, 238.
81 Idem, 241.
82 Idem, 242-3.
83 Idem, 245.
84 "De la razón armada a la razón misericordiosa", Estudio preliminar a IDE, op. cit., 39.
85 "Misericordia", en IDE, 245.
86 "Un camino español: Séneca o la resignación", en IDE, 198.
87 "Un testimonio para Esprit", en IDE, 217.
88 "Poesía y revolución", en IDE, 206.
89 Idem, 209.
90 "La experiencia de la historia", en IDE, 84.
91 Delirio y destino, ob. cit., 252.
92 Idem, 251.
93 "San Juan de la Cruz: de la Noche oscura a la más clara mística", en IDE, 265.
94 J.F. Ortega Muñoz, La vuelta de Ulises, Madrid, Endymion, 1999, 17-41 y A. Bundgaard, Más allá de la filosofía. Sobre el pensamiento filosófico-místico de María Zambrano, Madrid, Trotta, 2000, 137-177.
95 Los bienaventurados, Madrid, Siruela, 1990, 36.
96 Más allá de la filosofía, ob. cit., 138.
97 La vuelta de Ulises, ob. cit., 34.
98 El exilio y el reino. En torno a María Zambrano, Murcia, Huerga y Fierro, 2002, 24.
99 Idem, 31.
100 Idem, 40.
Bibliografía
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Recibido: 07/03/2022
Aceptado: 28/03/2022
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Abstract
Entendida y vivida como una tragedia cuyo sujeto es el pueblo, personificación de lo más elemental de la condición humana en su lucha contra el fascismo, esa experiencia abolió cualquier razón en clave idealista y reductora de la vida. Understood and lived as a tragedy whose subject is the Spanish people, a personification of the most elemental of the human condition in its struggle against fascism, this experience abolished any idealistic reason. In its place, and in intimate dialogue with the poetry of Antonio Machado, Zambrano will elaborate a loving reason that takes up her reflection before the war and projects it towards a poetic reason that, already in exile and faced with the impossibility of a redemption from the tragedy, will have to be oriented towards a radical interiority. Aquellos que en el trance terrible pretendieron sustraerse a su conmoción, alegando su condición superastral de pensadores o artistas, como si la condición humana pudiera eludirse, quedarán desvinculados de las tareas esenciales del futuro, vagando en esos espacios siderales del arte, lejos de los hombres, de sus dolores y de sus glorias.8 La fidelidad a lo humano, a lo "elemental y fundamental humano", será el criterio decisivo de orientación, pero esto reside precisamente, según Machado, en el alma del pueblo: "existe un hombre del pueblo, que es, en España al menos, el hombre elemental y fundamental y el que está más cerca del hombre universal y eterno".9 La influencia -la actitud y la palabra de Machado-, eclipsando a las de su maestro Ortega e incluso a Unamuno, se hacen ejemplares y decisivas para María Zambrano en estos días.
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