Palabras clave
Nombre
Identidad
Catástrofe
Sinsentido
Balbuceo
RESUMEN: Sin nombre no hay identidad, parece, y si el nombre cambia, la identidad se pierde. O no. Para pensar esa relación, tan estrecha, entre nombre e identidad el texto repasa mi relación con el nombre, en cuatro momentos. El primero es cuando pensé la fuerza del nombre para quienes se lo cambiaban; el segundo para cuando abordé la catástrofe de nombres que se disocian de sus cuerpos; el tercero cuando di con nombres que, circulando, hacían pensables fenómenos, situaciones, personas que sin ellos no existían; el cuarto es ahora cuando creo que es posible existir sin nombre, sin sentido, sin lenguaje.
Keywords
Name
Identity
Catastrophe
Meaninglessness
Stammering
ABSTRACT: Without a name there is no identity, it seems, and if the name changes, identity is lost. Or not. In order to think about this close relationship between name and identity, the text reviews my relationship with the name, in four moments. The first is when I thought about the strength of the name for those who changed it; the second is when I approached the catastrophe of names that dissociate themselves from their bodies; the third is when I came across names that, circulating, made phenomena, situations, people thinkable, who without them did not exist; the fourth is now when I believe that it is possible to exist without a name, without meaning, without language.
Supe, siendo joven, leer exquisitas antropologas francesas que se preocuparon de eso, en textos muy finos, como los de Nicole Lapierre (1989) o Vincent Descombes (1996). Visité el trabajo de penetrantes filósofos de casi todo, franceses también, faltaría más, como Paul R¡coeur, ladrillo a veces, sí, pero penetrante, que en «Individuo e identidad personal» (Ricoeur, 1990), afirmaba que es el nombre el que fija -y da esplendor- a una identidad. У también de joven me divertí con los textos de semiólogos italianos como Paolo Fabbri que hacía agudos análisis de la cultura popular, entre otros uno sobre la figura del agente doble que viaja entre nombres sin tener ninguno propio (1995). Leí más; el tema siempre me interesaba, siempre lo hizo. У había donde buscar ¡deas, más en esa época, cuando joven, que visitaba con fruición los textos de humanistas revirados formados en el picante ambiente intelectual de los 60 o 70. Si hoy los volviese a leer sospecharé de su universalismo humanista, pero admiraría lo que dicen por su sensibilidad para el detalle y un cierto grado de perversión en la mirada, la de la antropologa estructuralista, la del sociólogo crítico, la de la analista de la cultura. Deberíamos recuperar algo de eso. Pero a la cosa: estas lecturas me ayudarían a pensar en el peso ontológico del nombre y en el valor universal de esa medida, quiero decir, a pensar en que todo lo tiene para ser («izena duen guztia omen da», se dice en euskera: «Lo que tiene nombre, es»), y que lo que no lo tiene nombre no es, que algo que no lo tiene debe tenerlo para existir y que ese deber tener es lo que hace del nombre, del que sea, un artefacto de protección imprescindible.
Pero cuando me puse a escribir este texto1 no pude revisitar esos trabajos y por necesidad, por pura necesidad, terminé tirando de repertorio y buscando entre lo que ya escribí el lugar de ese asunto tan pesado, del nombre. Al hacerlo vi que siempre me interesó y vi que me preocupé por él hasta en cuatro ocasiones, siempre con nombre raros, muy queers: nombres que cambian en el primer caso, nombres que se disocian de sus soportes materiales en el segundo, nombres que circulan planetariamente para poder pensar mejor en el tercero, y la pérdida de nombre en el cuarto, que es ahora. Perdonen si lo que sigue tiene algo de egotrip.
1. NOMBRES QUE CAMBIAN
La primera vez que me interesé (y que lo dije en público, quiero decir, que lo publiqué) fue en Identidades débiles, mi tesis doctoral de 2002, revisada y publicada en 2007, donde el nombre por el que me preocupé era el de la comunidad que era, la que tenía identidad, identidad de la buena, grossa,- a esa identidad la llamé modalidades fuertes de la identidad y postulé hasta un algoritmo, el NTH, que dice que para nosotros (occidentales modernos) para ser hay que cumplirlo y cumplirlo quiere decir tener N (nombre), T (territorio) e H (historia), tanto que quienes no tuviesen una cosa u otra, o ninguna, las desearían.
Hay algo en eso... no sé, como de ontologia culturalista. Pero la verdad es que el algoritmo funciona, realmente: quien no cumple con él no es y como casi nadie cumple siempre se está en falta. Se está en falta, por ejemplo, si no se tiene nombre, como el no-vasco, por el que esa tesis se interesaba. Ese fue el primer des-nombrado que visité, y decía muchas cosas de él, pero solo recojo unas pocas, aquí abajo, en estos pocos párrafos que siguen...
El pensamiento moderno sobre la identidad se sustenta en una cierta tendencia a pensarla con ayuda de nombres que evocan lo unitario y lo monovalente, la permanencia y la duración. «Vascos» o «españoles», «nacionalismo vasco», «identidad catalana» o «Estado español»; e, incluso, «mujeres», «heterosexuales» o «jóvenes». El nombre de la categoría reduce la diversidad de lo que clasifica y agrupa y, así, la entidad nominada se naturaliza de manera que (i) obtiene identidad y (ii) se le presupone conciencia. Ese es el mayor problema y también el gran poder de los nombres: de constructos pasan a ser descriptores, luego lo que los nombres establecen se convierte en presupuesto, y la naturalización que ejercen sobre lo que nombran, en hecho consumado [...].
Es el nombre una inscripción poderosa: nos liga a un tiempo y a un espacio, determina nuestra posición, fija al sujeto. Es la referencia desde la que se ordenan y armonizan las diferencias, el fetiche que organiza lo disperso, el a priori que explica la acción. Opera como el lugar donde se concentran las definiciones fundamentales de la identidad y desde donde se marcan los límites a partir de los que el área que ese nombre regula y supervisa da paso a otras instancias equivalentes, a otras pertenencias, a otras identidades. A otros nombres.
Aquí y ahora, poseer un nombre se ha convertido en un rasgo indispensable para decir de algo, entidad, cosa, colectivo o persona, que posee identidad; tanto es que no poseerlo equivale a no tener identidad. Son esas que carecen de nombre -pues tienen varios, pues asumen los de otros, pues renuncian a ellos- a las que llamaré modalidades débiles de la identidad2.
2. NOMBRES SIN SOPORTE MATERIAL
La segunda vez fue en E/ detenido-desaparecido (libro de 2008, publicado en Montevideo en la editorial Trilce), mi cosa posdoc, con la que viajé hasta 2014. Y había nombre allí, y mucho, pero otro del del libro anterior, Identidades débiles. Le afectaban cosas distintas, algo más severas. Hablé de NTH también y vi que el algoritmo funcionaba también para pensar la identidad del individuo moderno cuando la existencia se le complica.
Aunque en ese libro la identidad no era mi asunto me lo encontré, sin poder evitarlo. Depuré el NTH afirmando que el sujeto se convierte en individuo cuando cumple con la exigencia de nombre (eso es lo que lo hace individuo, o sea, lo hace indiviso, ser uno y no otro), de historia (la historia familiar, que lo liga a un tiempo, y que si se tiene hace del sujeto ya individuo parte de un linaje), y de territorio (el del Estado, que coaliga a esos individuos con historia en una comunidad compartida).
Un lujo tener todo eso, tener esas propiedades, que te hacen uno, limpio, dueño, sano. Todo. Hasta feliz. Es de hecho todo eso, todo ese mecanismo, bien engrasadito, lo que la desaparición forzada de personas quebró, y cómo, haciéndola pedazos, descomponiendo esa unidad en trozos: quebró el lazo comunitario (T fuera), descompuso la historia familiar, que se trastabillaba cuando la desaparición intervino (H fuera) y al individuo lo hizo pelota, bolsa, mierda: de un lado dejó el cuerpo, del otro dejó el nombre (N fuera, y muy fuera: cuerpos muertos sin nombre, nombres separados de su cuerpo). El terrorismo de Estado retaceó la identidad, decían en el Equipo Argentino de Antropología Forense, en su eficaz ontologia esencialista, que entroniza la relación nombre-cuerpo y la pone en un lugar muy alto: si esa relación no es buena, problema. V si hay problema, la solución es reunir nombre y cuerpo, que es lo que hacen los antropólogos forenses, algunos psi, los arqueólogos. Bueno, lo hacen todos los trabajadores del sentido, los que cantan en clave de re-: rehacen, reparar, reconstruyen...
Salvo cuando no se puede... que casi nunca se puede (creo que son un 3% del total de casos los que la antropología forense ha logrado identificar en Argentina. El resto es el vacío). У ahí, cuando no hay encaje y el cuerpo queda sin nombre y el individuo bastardea porque no tiene historia, pasan cosas, se cuentan cosas, se existe, aunque sea sin nombre. Ese fue el segundo des-nombrado que visité y dije muchas cosas de él, muchas veces, durante mucho tiempo. Los párrafos que siguen son una muestra nomás.
Con la desaparición forzada de personas las cosas que hacen la identidad moderna aparecen a trozos. Estos despedazamientos son tres: el de la alianza de un cuerpo y de un nombre; el de la inserción de ese cuerpo y nombre unidos en una continuidad; el de la inscripción de ese cuerpo y nombre unidos y con historia en el espacio de la comunidad sancionado por el Estado.
El primer despedazamiento es el de lo que se lee como la unidad ontologica del ser humano, la que reúne un cuerpo y sólo uno con un nombre y sólo uno. Terrible operar el de esta maquinaria, que descompuso la unidad, naturalizada en el sujeto moderno, entre cuerpo y conciencia, las condiciones de posibilidad de nuestro equilibrio ontológico. Poniendo en limpio este diagnóstico, un miembro del EAAF (Equipo Argentino de Antropología Forense) dice así: «La represión clandestina lo que hacía era hacer dos cosas de una cosa,- identidad y cuerpo son la misma cosa, tienen que ser la misma cosa; en un punto es como que vos pasas por un lugar, por un paraje, donde dos cosas que forman una sola se disocian».
Consumado el primer despedazamiento la maquinaria separó luego a ese nombre y ese cuerpo unidos en una identidad de lo que le asocia a la novela familiar. Segó las cadenas filiatorias [...]. No quedó ahí. La maquinaria despedazó finalmente la relación de ese individuo, que es cuerpo y conciencia engarzada a una historia, con la unidad administrativa que le da sentido como ciudadano, el Estado, instancia desde la que se ubica en el espacio comunitario. Le hurtó las inscripciones sin las cuales no terminamos de ser, no somos del todo [...]. Despojado de los derechos de ciudadanía, convertido en chusma, en banido, en racaille, en linyera, en gente sin nombre... el detenido-desaparecido es un sujeto de mala muerte, apenas nada [...].
La desaparición forzada de personas devastó el sentido que otorgamos a la identidad al desgarrar los maridajes tenidos por nosotros, modernos, por irrompibles. Desgarró lo que interpretamos que es la unidad ontologica del ser humano, la unión estable de un cuerpo con un nombre. Desgarró los vínculos de un sujeto con su historia: lo que nos une a un linaje, a una herencia, a una familia, a una línea de filiación que nos prolonga hacia atrás y hacia delante. Desgarró también la reunión de ese sujeto con un espacio de relaciones sociales, una comunidad. Rompió también las relaciones de las palabras con las cosas. Ese despedazamiento múltiple separó lo que habitualmente va junto. Asusta ver que las ecuaciones que nos hacen, las naturalizadas como universales, estén tan sometidas a quiebra...
Y reaccionamos.
Una de las formas de hacerlo es [...] con toneladas de sentido, del mismo que la desaparición forzada de personas disolvió. Así es, las narrativas del sentido gestionan la catástrofe intentando reponer lo que ésta deshace: apuestan por re-unir cuerpos y nombres; por re-hacer la alianza de un sujeto con las cadenas de filiación que le hacen tal; por re-componer individuos devolviendo sentido a la conexión de esas personas con sus inscripciones como miembros de un Estado... En fin, procuran devolver lo que fue sometido a vapuleo al estadio ex ante: si la desaparición segó, el trabajo de los tenedores de esta narrativa trabaja en dirección contraria.3
3. NOMBRES QUE DEJAN PENSAR(SE Y SER PENSADO)
La tercera es en Mundo de víctimas (Gatti, 2017a) y algo antes y algo después, cuando empecé a trabajar sobre el desaparecido transnacional (Gatti, 2011 ; Gatti, 2017b). No hay en ese trabajo nada sobre la ontologia del ser, o de reflexión teórica sobre la identidad. Hay mucho, sin embargo, sobre el nombre, sobre ser nombrado, sobre cómo un nombre protege, envuelve, refugia a quienes sin él no tenían nada de eso, o directamente nada.
La idea es sencilla: que los nombres del dolor (en forma de categorías, de conceptos, de nociones) circulan y circulan por el mundo y cuando aterrizan, por aquí y por allá, y se adoptan, a veces, no siempre, funcionan dotando a las cosas, personas o fenómenos que los hacen suyos de una existencia de la que antes de esa llegada no disfrutaban. Así, los que desde 2005 se llaman desaparecidos en España y que hasta entonces no eran más que despojos en fosas comunes o en enterramientos clandestinos,- así los migrantes que cruzan la frontera entre México y los Estados Unidos cuando consiguen que la justicia del país que los recibe no los expulse sino que los califique como refugiados; o muchos que, al amparo de un nombre doloroso pero poderoso, víctima son de repente, por las protecciones que da, reconocidos. Antes de eso no tenían nombre, o tenían nombres malos, quiero decir, nombres que no se ajustaban, que no decían bien. Ahora, con ese nombre que los adopta, eureka, existen.
Ese proceso puede ser desprolijo, arbitrario, hasta frívolo. Es algo a veces tan kitsch e impredecible que puede llegar a nombrar con un nombre tan trascendente como «desaparecido» o «víctima» cualquier cosa (Lambertucci, 2022). Pero es eficaz: consigue reconocimiento, aporta identidad.
En los primeros días de noviembre de 2018, en Ciudad de México, tuvo lugar el Foro Mundial de las Migraciones. Aquel era el octavo ya. Estuve allí junto a Ignacio Irazuzta para observar un espacio algo separado del resto del foro, la I Cumbre Mundial de Madres de Migrantes desaparecidos, el primero, un acto fundacional, que las participantes calificarán de histórico. Aunque desarrollada en México, la Cumbre recibe delegaciones de Túnez, Marruecos, El Salvador, Guatemala, Nicaragua, Honduras, Mauritania, Argelia o Senegal, mujeres la mayoría, todas con la mochila repleta de historias de travesías de desiertos y de mares, de torturas sistemáticas, de trenes que son picadoras de carne, de centros de reclusión, invisibilidad, de trata y más trata, de esclavitud, de deshumanización. Hay en la sala muchos observadores: gente del derecho, activistas mexicanas y españolas, antropologas forenses, sociólogos, psicólogos. A muchos los he visto antes, a muchas me las encontré en México o en otros lugares hablando, o les leí pensando en cadáveres no identificados, en duelo o en búsquedas, en garantías de no repetición y en políticas de la memoria, o en movimientos sociales y familismo.
Las madres de migrantes desaparecidos, con la ayuda de muchos mediadores, necesarios, pues esas mujeres no hablan la misma lengua ni conocen ninguna lengua común a todas, aguantan mesas y mesas, escuchan intervenciones expertas, testimonian de la vida de sus hijos y de las suyas tras la desaparición de los hijos. No se entienden, no al hablar, pero sus historias tienen denominadores comunes que las categorías que las convocan, desaparecido y desaparición, parecen resumir bien. El diálogo se habilita,- el contacto se hace posible, también la mirada cómplice cuando una testimonia y la otra escucha, y la indígena guatemalteca que habla se reconoce en la habitante del Sahel, y las mujeres del Atlas marroquí ven historias comunes con las madres de muchachos que huyeron de la mara M18 en El Salvador. El diálogo se amplía incluyendo también a madres y familiares de desaparecidos mexicanas, masa pobre de Guerrero, de Chiapas, de Tabasco, de Baja California, de Tamaulipas. No hay, eso no, quien represente a las viejas desapariciones, esas que tildamos de «políticas», al menos no a las de México. Solo al final aparece la sombra maternal de una veterana Madre de Plaza de Mayo, que por video y desde Buenos Aires alienta a seguir por un camino que ella ya conoce y que las que están aquí congregadas aún no mucho. Parece pensar que es el mismo camino.
Al salir de la reunión algunos comentan con sorpresa que desaparecido y desaparición han ampliado sus áreas de aplicación. Varios cuestionan esa apertura, otros la aplauden. Los argumentos más conservadores piensan que es necesario restringir esa extensión y limitar ambas categorías a algunas formas de violencia de Estado y a las reacciones y movimientos que se organizan allí donde la desaparición, esa desaparición, la forzada, se da. Los más abiertos apuestan por dejar que los nombres lleguen hasta donde puedan y ayuden a iluminar vidas extremadamente vulnerables, como las que se concentran en México en noviembre de 2018 (Gatti 2022, pp. 174-175).
4. EN UN BALBUCEO
V la cuarta es ahora, cuando ya todo se llenó de des-nombrados, vivos que caminan sin nombre. No hay con ellos ontologías universalistas que valgan. Así en el refugio El caracol, en México4, o en el Brasil de Vita, ese que visitó Joāo Biehl (2013). También en Uruguay. Allí, Marcelo Rossai me contó de gente que habla a través de un aullido incomprensible, que existen en la desarticulación radical del cuerpo y el nombre. No-se-les-entiende a estos des-nombrados. Pero lo que pienso de eso y lo que piensa Marcelo no es lo mismo, y la diferencia tiene que ver con la posibilidad de pensar si es posible existir o no sin nombre.
Marcelo Rossal es un buen amigo de Uruguay. Pero no es que sea mi amigo lo que quiero contar, sino los ismos que profesa: frenteamplismo de convicción, comunismo de estirpe, humanismo de oficio. Sumado eso, da uruguayo y antropólogo. Se interesa por quienes están peor y aunque no puede evitar intentar pensar en cómo hacer para que dejen de estar peor, y eso es fantástico, también se preocupa por entender y entender de verdad qué significa peor y qué significa estar cuando peor es un lugar que no se puede abandonar. Ha hecho magníficas etnografías sobre la vida de ese lugar, peor, donde la gente va dejando de serlo y aun así se vive y esa gente se agarra al sentido como buenamente se puede. Quiere entender, en efecto, cómo nos agarramos al sentido que se escapa y cómo el sentido nos agarra.
Conozco sus etnografías desde hace ya unos 15 años; a veces las hace solo, otras con otro amigo, Ricardo Fraiman, y casi siempre en grupos generosos que arma con estudiantes estupendos. A medida que han ¡do pasando los años los trabajos son cada vez más pesimistas: la gente que aparece en ellos es cada vez menos gente, tienen pocos momentos de reconocimiento, son pocos los instantes en los que sus cuerpos son como los nuestros y que sus palabras son reconocibles por las nuestras. No sé si Marcelo firmaría esta síntesis,- no le hagan responsable.
Pero no abandona, y busca trazos de gente, palabras y cuerpos reconocibles. Lo hace distinto a cómo yo, nosotros, lo hacemos pero la búsqueda no difiere mucho. У eso es de destacar porque en Uruguay no es lo común, pues el mainstream nacional viene marcado por una políticamente meritoria aunque analíticamente corta clave de re-, recuperar lo perdido, rearmar lo roto, rehacer, pues, el lazo que tanto sinsentido diluye. Marcelo no renuncia a eso, no,- pero eso no le impide ver lo jodido que está el panorama y lo necesario que es generar maneras de pensar, de trabajar y de hacer categorías de análisis nuevas.
Creo que por eso le seducen los trabajos que hemos hecho. Los discute con intuiciones y lecturas de antropología de la pobreza y de las vidas miserables, y siempre sale algo de esas discusiones. Creo que le proporcionan categorías e imágenes y formas de trabajar muy parecidas a las suyas, pero quizás un poco más aventuradas teóricamente, algo más arriesgadas. У creo que le irritan a veces, aunque quiero creer que le sirven. Dialogó -con conflictos- con la ¡dea de desaparición cuando se llamaba «desaparición social»; le costaba ceder a la posibilidad de pensar que un vivo estuviera desaparecido, que fuese eso, pues pensaba que algo surgiría que le haría reaparecer y, decía, que si no se lo veía era porque de algún modo no estábamos dejando que ese desaparecido manifestase su lengua, su cuerpo, su ser, su humanidad, que es otra pero que es. Era para él un problema de alteridad y de técnica interpretativa. Уа dije que es antropólogo y humanista. Conversó con tensión con ese nombre que algunos vecinos de Montevideo les ponían a los chicos que veían en el barrio, en cualquier barrio popular, los bichos (Gatti, 2022), a los que llamaban así no porque los despreciasen sino porque eran tan otros, tanto, que ni humanos parecían; no eran capaces de reconocerlos aunque fuesen hijos de la vecina de arriba o nietos del viejo del boliche. Qué jodido, ¿no?
Discutimos mucho con Marcelo cuando en un trabajo para un libro que edité con Jaume Peris (La vida en disputa, en La Oveja roja, de 2023) dejaba largos pasajes de sus entrevistas con esos otros. Él decía que ejercía la responsabilidad de mostrar su lenguaje,- a mí me parecía un error, me parecía que ventrilocuaba un lenguaje tan radicalmente ajeno que no es contable, que olvidaba aquello tan básico del subalterno de lo que habló Spivak (2003): que no habla ni tiene archivo, que cuando habla como tal es inaudible, que si habla y lo entiendo es que no es subalterno. Marcelo cerraba así el texto que aparece en ese libro:
Cuando dialogamos con [los tres interlocutores principales que tomó para ese texto] aparece un mundo de sentido que puede sorprender a quienes miran desde lejos. Hay palabras, afecto, moralidad, una voz distinta de la de sus familiares o de los técnicos que los han tratado. (Rossal, 2023, p. 186)
Sostiene Marcelo, pues, que aunque a veces no se le entienda el desaparecido vivo habla, tiene voz, habita el sentido. Sostiene Marcelo que es humano. Sostiene Marcelo que es humano, que tiene nombre, tiene cuerpo, tiene palabra. Marcelo, que es humanista y antropólogo, sostiene, y eso está bien, que es otro, que no lo entiendo pero es porque tiene todo eso. Pero creo que Marcelo sabe que no es tan fácil la cosa, que tendrán todo eso, sí, pero que el desajuste en el que habitan es hiperbólico, que viven en una espiral de desajuste.
Pero la cosa no pasa solo por dar lugar a la escucha del que no la tiene, por dar visibilidad al que no, o no solo por eso. Si se hace eso, bien, muy bien... pero es para un rato y para un rato corto: hay siempre un más allá, inaudible, invisible, justamente donde está el desajuste, donde nada es reconocible, donde el cuerpo y el nombre se separan. Pero ya lo dije, varias veces ya, mi amigo es humanista de oficio y no puede, no puede, no puede, no, dejar que estos muchachos y esas muchachas se vayan de nuestro radar aunque las evidencias indican que ya viven en un lugar que ya no alcanzamos; se llama peor.
En las últimas conversaciones que hemos tenido nos hemos terminado por encontrar, en un lugar que tiene que ver con el nombre, un nombre que protege pero poco, poco, cuando se encuentra con la voz, que por un rato deja de ser aullido sin sentido y es sentido, sentido bajito pero sentido. Este encuentro entre ambos se me hizo evidente a partir de la lectura que hizo Marcelo de un pasaje de Desaparecidos, uno que cuenta esto:
Desaparecieron, sí, el término es correcto pues salieron de los lugares, de los conceptos, de los sensorios que los hacían reconocibles; ni siquiera sirven las viejas categorías de pobre, o de marginal, u otras que hablan de los incluidos en el borde. [...] No están ya en el parque público, en el común. En el mejor de los casos lo que dicen nos suena a aullido doloroso; en el peor, es un grito inaudible. [...] No son nada que pueda reconocer. Hace tiempo que esa parte del jardín está abandonada y sus habitantes quedaron fuera de la protección de lo que a los demás nos hace ciudadanos. Ni nombre tienen, y solo con conceptos-eructo, duros, feos, sonoros, rabiosos, nos acercamos a ellos: precarios, inútiles para el mundo, vulnerables, inexistentes, vagabundos, desperdicio, nuevos excluidos, sin parte, basura, parásitos. Y ahora, desaparecidos. (Gatti, 2022, p. 55. Cursivas añadidas)
Le dolió a Marcelo leer esto, que conoce bien. Y un día haciendo trabajo de campo allá, en Montevideo, hizo lo que otras muchas veces hace: mandarme una nota de voz. Estaba en un espacio que un grupo de gente en situación de calle que se ha organizado (sí, dije eso, «gente en situación de calle que se ha organizado», no se olviden que es Uruguay), se llama El Alero. El Alero protege aunque sea un poquito, protege de la lluvia y del viento, aunque sea para para poder consumir tranquilo pasta base. Un ratito. El Alero es un refugio. Ahí había una chica aullando, cuenta Marcelo. Estaba mal, desajustada: nombre separado de cuerpo, masa viva pero vida desaparecida. Y Marcelo la recoge, y en el auto, mientras la lleva a un ambulatorio, oye música en la radio -creo que una canción de Karol G-, y canturrea, con ritmo. En ese ratito y en el pequeño espacio del coche, su cuerpo y su nombre conectaron de nuevo y articuló palabra. El cuerpo y el nombre estaban desajustados y se reencontraron por un rato. Un lindo rato, solo un rato.
Cómo citar / How to cite: Gatti, Gabriel (2024). «Desnombrados». Papeles de Identidad. Contar la investigación de frontera, vol. 2024/2, papel 303, 1-9. (https://doi.org/10.1387/pceic.26832).
Fecha de recepción: julio, 2024 / Fecha aceptación: agosto, 2024.
* Correspondencia a /Correspondence to: Gabriel Gatti. Universidad del Pais Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea (UPV/EHU). Departamento de Sociología y Trabajo Social. Barrio Sarriena, s/n (48940 Leioa-Bizkaia) - [email protected] - https://orcid.org/0000-0002-0435-5074.
1 Que se parió en el contexto de uno de los muchos de grupos de trabajo en los que nos organizamos para pensar dentro del proyecto Vidas descontadas. Refugios para habitar la desaparición social (PID2020-113183GBI00), para el caso el que abordaba la crisis de la idea heredada de protección, que compartí con Ignacio Irazuzta, María Martínez y Alvaro Villar.
2 Extractos de Gatti, 2007, tomados del capítulo 1 del libro.
3 Extractos de Gatti, 2008, tomados de las páginas 49-50 y 64-65.
4 Hice una viñeta sobre ese lugar singular, El Caracol, en Ciudad de México, que visité con Ignacio Irazuzta y Daniela Rea. Está disponible en el sitio web del proyecto Vidas descontadas, en este lugar: https://vides.kontulab. eus/el-caracol-invirtiendo-el-refugio-ensenando-a-contar/
5 REFERENCIAS
Biehl, J. (2013). Vita: Life in a zone of sodai abandonment. University of California Press.
Descombes, V. (1996). Les institutions du sens. Minuit.
Fabbri, P. (1995). Tácticas de los signos. Gedisa.
Gatti, G. (2007). Identidades débiles: Una propuesta teórica aplicada al estudio de la identidad en el País Vasco. CIS.
Gatti, G. (2008). El detenido-desaparecido. Narrativas posibles para una catástrofe de la identidad. Trilce.
Gatti, G. (2011). De un continente al otro: el desaparecido transnacional, la cultura humanitaria y las víctimas totales en tiempos de guerra global. Política y sociedad, 48(3), 519-536.
Gatti, G. (Ed.) (2017a). Mundo de víctimas. Anthropos.
Gatti, G. (2017b). Prolegómeno. Para un concepto científico de desaparición. En Desapariciones. Usos locales, circulaciones globales (pp. 13-32). Siglo del Hombre-Uniandes.
Gatti, G. (2022). Desaparecidos. Cartografías del abandono. Turner.
Gatti, G., y Peris, J. (Eds.) (2023). La vida en disputa. La Oveja Roja.
Lambertucci, C. (2022, 25 de julio). Gabriel Gatti: «Desaparecido es hoy un ¡cono pop». Entrevista a Gabriel Gatti. El País.
Lapierre, N. (1989). Changer de nom. Stock.
Ricoeur, P. (1990). Individuo e identidad personal. En P. Veyne (Ed.), Sobre el individuo (pp. 6790). Paidós.
Rossal, M. (2023). Emparrillados. Trayectorias de usuarios de pasta base y desaparición social. En G. Gatti y J. Peris (Eds.), La vida en disputa (pp. 165-187). La Oveja Roja.
Spivak, G. C. (2003). ¿Puede hablar el subalterno? Revista colombiana de antropología, 39,297364.
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Abstract
Sin nombre no hay identidad, parece, y si el nombre cambia, la identidad se pierde. O no. Para pensar esa relación, tan estrecha, entre nombre e identidad el texto repasa mi relación con el nombre, en cuatro momentos. El primero es cuando pensé la fuerza del nombre para quienes se lo cambiaban; el segundo para cuando abordé la catástrofe de nombres que se disocian de sus cuerpos; el tercero cuando di con nombres que, circulando, hacían pensables fenómenos, situaciones, personas que sin ellos no existían; el cuarto es ahora cuando creo que es posible existir sin nombre, sin sentido, sin lenguaje.