RESUMEN: Según la Arqueología, la población levantada en el cerro de San Antonio-Los Palacios, después llamada Italica, mantuvo un carácter plenamente autóctono hasta los años finales del siglo ii a. C. El establecimiento en este lugar de inmigrantes venidos desde Italia por aquel tiempo se documenta en la tipología de determinadas edificaciones ajenas a las formas locales y en la aparición y expansión del sistema de villa. Los datos permiten proponer que el enriquecimiento de las familias de la élite de Italica se debió probablemente a la producción y venta de aceite, a la elaboración y exportación de vino y, sobre todo, a la explotación de las minas de hierro del territorio de Munigua, quizá el negocio más floreciente para la élite de Italica Por el contrario, los datos no permiten afirmar que participara en la explotación de las canteras de Almadén de la Plata.
Palabras clave: Hispania; élites locales; villae; aceite; vino; minas; canteras.
ABSTRACT: According to Archaeology, the town put up on San Antonio-Los Palacios Hill, later named Italica, had a completely autochthonous nature until the late second century B. C. The settlement of Italian immigrants in this place at that time is proved by the typology of certain buildings alien to the local forms and by the start and spread of villa system. Data allow proposing that the families of the local elite of Italica got rich probably from the production and sale of olive oil, the elaboration and export of wine and the exploitation of iron mines located in Munigua's territory. This last one was probably the most thriving business to the local elite of Italica. On the contrary, no data allow asserting that this took part in the exploitation of the quarries of Almadén de la Plata.
Keywords: Roman Spain; local elites; villae; olive oil; wine; mines; quarries.
Durante la segunda mitad del siglo viii a. C. se levantó a orillas del Guadalquivir, en la zona hoy conocida como cerro de La Cabeza (Santiponce, Sevilla)1, un poblado de cabañas que estuvo situado en dicho lugar hasta los finales del siglo v o inicios del iv a. C., cuando sus habitantes abandonaron el lugar, probablemente obligados por los cambios provocados por la dinámica fluvial del río Guadalquivir, y se trasladaron a la zona vecina, en la que hoy se levanta el cerro de San Antonio-Los Palacios, situada 800 metros más al sur, donde construyeron un nuevo poblado a orillas del río2.
Los dos poblados cronológicamente consecutivos antes citados se hallaban situados en la comarca del Aljarafe, una meseta con una extensión de en torno a 500 kilómetros cuadrados que se extiende por el oeste de la provincia de Sevilla, en la que se desarrolla actualmente una agricultura arborescente dominada, en detrimento de los cereales, por el olivar y el viñedo y, en menor medida, por otros cultivos arborescentes que han acabado por sustituir a la primitiva vegetación arbórea de densos bosques termófilos de encinas (Quercus rotundifolia).
Según narra Apiano (Hisp., 38), el único erudito antiguo que se refiere a este suceso, el oppidum levantado en el cerro de San Antonio-Los Palacios se vio implicado en las operaciones militares desarrolladas en Hispania por P. Cornelio Escipión y M. Junio Silano durante la Segunda Guerra Púnica. Apiano afirma en concreto que Escipión, en 206 a. C., poco antes de marcharse, dejó un pequeño ejército a los mandos militares que continuaron en Hispania y estableció a sus soldados heridos en una población (el oppidum prerromano levantado en el cerro de San AntonioLos Palacios) a la que llamó Italica. Ni Livio (XXVIII, 35-38) ni Polibio (XI, 13) dicen nada de Italica cuando tratan de la etapa final de la estancia de Escipión en Hispania.
Independientemente de la narración de Apiano, de la que en absoluto se deduce la existencia de ningún acto de Escipión que pueda interpretarse como «fundación»3, la Arqueología ha confirmado el carácter plenamente autóctono (en el sentido de no itálico) del oppidum hasta los años finales del siglo ii a. C., como indican tanto el repertorio cerámico como la estructura habitacional4. El mismo edificio documentado en la zona más elevada de Los Palacios, tradicionalmente interpretado como un capitolium de triple cella de época romana inicial, ha sido posteriormente considerado un edificio prerromano cuya construcción pudo coincidir con la fundación del poblado5. Esta reubicación cronológica también se ha producido con el horno cerámico de Pajar de Artillo, fechado tradicionalmente en el siglo ii a. C., pero cuya actividad se documenta ya en los años finales del siglo iii6.
Durante la mayor parte del siglo ii a. C., no se identifica ningún aporte itálico en el plano de la producción, ni en el sistema de explotación del territorio agrícola, ni en la tipología de los contenedores cerámicos. Bien al contrario, los elementos novedosos hay que ponerlos en relación, antes y durante algún tiempo después de los inicios de la presencia romana, con las activas relaciones mantenidas con los enclaves fenicio-púnicos hispanos más meridionales7. Esta situación, en la que el oppidum del cerro de San Antonio-Los Palacios no se alejó lo más mínimo del resto del territorio sur de la Península Ibérica incluido en la zona de influencia gaditana, se mantuvo hasta los años finales del siglo ii a. C., momento en el que se identifican novedades en las prácticas culinarias, en las que confluyeron las influencias púnicas y, por fin, las modas itálicas (difusión de las cerámicas de barniz negro), cuya generalización se vio favorecida por la instalación de contingentes itálicos en los núcleos urbanos del valle del Guadalquivir, incluida Italica, y las cuencas mineras de Riotinto y Sierra Morena8.
El establecimiento en Italica de un número importante de itálicos por aquellos momentos es rastreable también en la tipología de determinadas edificaciones levantadas a partir de dichos años. Por entonces Italica no se hallaba ya tan alejada en el plano arquitectónico de la situación que podemos reconstruir para fundaciones romanas como Corduba y Valentía9, pues se documentan en ella estructuras no vinculables exclusivamente con la cultura prerromana. Así, entre el último cuarto del siglo ii y el primero del i a. C., se levantó una muralla de adobe con forro externo de piedras y un foso delantero con paredes asimétricas, similar a las coetáneas de Tarraco y Lucentum10. Además, quedan restos decorativos como las terracotas arquitectónicas que se conservan en el Museo Arqueológico de Sevilla que testimonian construcciones de tipo itálico11, entre las que podemos incluir el hipotético templo levantado en honor a Apolo en el foro antiguo de la población, al que pertenecería el pavimento de opus signinum de M. Trahius, cuya cronología más alta se ha situado en la primera mitad del siglo i a. C. y, con más precisión, entre 90 y 70 a. C.12 Estos edificios probablemente se levantaron de acuerdo con las nuevas técnicas constructivas introducidas también en los años finales del siglo ii a. C., en coincidencia con la aparición de pavimentos de opus signinum y otros caracteres arquitectónicos itálicos en Carthago Nova, Tarraco y Emporiae13. Algunos datos sugieren que, a mediados del siglo i a. C., se comenzó en Italica un importante proceso de desarrollo urbano, durante el cual debió de reestructurarse el foro más antiguo14, habiéndose identificado parte de la canalización central de una calle del siglo i a. C. y una cloaca datada a mediados de dicho siglo, destruida en el cambio de era para la construcción del teatro15.
Las trasformaciones documentadas a nivel urbanístico fueron prontamente seguidas por cambios en el sistema de explotación del entorno agrario, en el que empezó a imponerse el sistema de villa, pues dos de los elementos esenciales del éxito de la política romana de integración fueron, por un lado la separación de las elites locales de su poder tradicional, mediante la organización de la administración de las comunidades según el modelo romano, y por otro el desarrollo paralelo del sistema de villa16. Es obvio que la aparición de este sistema partió de la iniciativa de los itálicos establecidos en Hispania, pero los miembros de las elites locales lo adoptaron crecientemente, construyendo ex novo cortijos similares a los poseídos por los itálicos, mediante los cuales integraban sus haciendas en la organización social y económica del mundo romano17.
La aparición del sistema de villa en el siglo I a. C. y su expansión a la largo de la centuria siguiente son procesos perfectamente identificables en el territorio en el que se levantaba Italica. La más temprana de las cinco villae atestiguadas en las cercanías de Italica, esto es, la documentada en la Estación de Santiponce, apareció en el siglo i a. C., pero el resto de villae conocidas en un radio de acción mayor, que incluiría, no solo el actual término municipal de Santiponce, sino parte de los de La Algaba y Guillena, por el norte, Alcalá del Río, por el noreste, La Rinconada, por el este, Gerena, por el noroeste, Salteras y Valencina de la Concepción, por el oeste, y Castilleja de Guzmán y Camas, por el sur, aparecieron a lo largo del siglo I, en su mayor parte probablemente en los años finales del mismo, salvo las documentadas en Sandoval (Camas) y Casa del Acebuchal (Gerena), cuya ocupación pudo producirse en el siglo i a. C.18.
La toponimia también suministra datos que permiten suponer la existencia de villae en determinados lugares, aunque sin referente cronológico. Este es el caso de Pulchena, Guillena, Venta de Mueiana, Casa de Lebrena, Gal(i/u)chena, Gerena, Valencina de la Concepción, Sob(o/e)rbina, Cortijo de Coriana y Hacienda de Mejina. Algunos de estos lugares (Venta de Mueiana, Cortijo de Coriana, Casa de Lebrena y Hacienda de Mejina) han confirmado el dato toponímico con el arqueológico. Desafortunadamente, solo uno de estos topónimos puede ser puesto en relación con algunos de los miembros conocidos de la elite italicense. Me refiero a Casa de Lebrena, topónimo cuyo segundo elemento ha sido derivado de Liber y de Liberins19, pero que puede ser también suficientemente relacionado con un miembro de la familia a la que pertenecía Laberins Firmanns (CIL II, 1130), cuyo nomen permite proponer la evolución (villa') *Laberiena > *Leberiena > *Leberena > Lebrena.
Por último, un fundns Aelianns es mencionado en un rótulo cursivo como lugar de origen del aceite contenido en una Dressel 20 fabricada en La Catria (Lora del Río), con marca impresa SNR (CIL XV, 4294) y controlada fiscalmente en Astigi en 154, que quizá se refiera a la misma finca que la citada como origen del aceite por otro titulus pictus incompleto de 149 (CIL XV, 4243) en el que se lee (oleum) [A]elianum20, pero, como subraya A. Caballos, es bastante problemático vincular dicha finca con los Aelii italicenses21, pues puede proponerse con similares títulos a los Aelii de Corduba, Vlia, Celti, Munigua o Naeva.
Estos centros de explotaciones agrícolas familiares tenían como objetivo esencial la producción agrícola, aunque, muchas de las grandes haciendas incluían no solo, como indica Ulpiano (Dig., L, 15, 4, 6-7), tierra labrantía, vides, olivares, prados, pastos, bosques tallares, lagos de pesca, puertos y salinas, sino también tahonas, almazaras, lagares, alfarerías, factorías de salazones, etc.
La producción cerealística estaba obviamente presente en este escenario. En este sentido, S. J. Keay supone que el cultivo cerealístico debió de constituir la producción principal de gran parte de la región, riqueza que quedó reflejada en la acuñación de la vecina Ilipa, que emitió moneda con la imagen de una espiga de trigo22. Sin embargo, esta iconografía numismática no se repite en el caso de Italica, indicio de que el territorio italicense, como en la actualidad, no era especialmente cerealístico. De todas formas, cabe reseñar que para la siembra de cereales se utilizaban los entreliños de los olivares, como Plinio (NH., XVII, 94) indica, refiriéndose concretamente a la Bética, de modo que, a pesar del inconveniente de no presentar las mejores condiciones edáficas para el cultivo cerealístico, tuvo que darse en el territorio italicense cierto nivel de producción, dada la necesidad básica de consumo de pan, pues no se requería más terreno, sino el que los extensos olivares ofrecían.
Algunos de los intereses de los Vlpii y Trahii italicenses probablemente estuvieron vinculados con la producción triguera, pero no de Itálica, sino de Carmo, cuyo quattuorvir, augur y pontifex, M. Vlpius Strabo, que aparece en una controvertida inscripción (CIL II, *128 = HEp 9, 504), lleva el praenomen y el gentilicio de los MM. Vlpii Traiani, padre e hijo23.
Pero viñedo y olivar ofrecían mayores posibilidades de enriquecimiento, de manera que el interés de los hispanienses, y después de los propios hispanos, no solo se centró en las muy rentables actividades relacionadas con la explotación minera o el comercio esclavista, sino también en estos cultivos de alto rendimiento crematístico.
Los olivares fueron normales en el paisaje de la Hispania Ulterior meridional durante la primera mitad del siglo i a. C., pero durante algún tiempo se siguió importando aceite itálico, procedente especialmente de Apulia, consumido por inmigrantes24 y sus descendientes y quizá por los miembros más romanizados y esnobs de las aristocracias hispanas, aunque el producido en Hispana no era de inferior calidad. De hecho, en época de Augusto, cuando el proceso colonizador y la paralela expansión del olivar aún estaban en pleno desarrollo, el género exportado que, según Estrabón (III, 2, 4; III, 4, 16), destacaba por su calidad era exactamente el aceite. Esta calidad quizá no sea atribuible a la aportación de la tecnología oleícola itálica, que era aún reciente en Hispania cuando Estrabón escribía su Geografía, sino a la tradición prerromana, muy vieja en el caso de la base demográfica fenicio-púnica.
La expansión del olivar se produjo a partir de la dictadura de César y el principado de Augusto, como consecuencia de la política seguida por el Estado romano en la promoción de la producción del aceite, considerado un artículo estratégico para el naciente sistema político imperial. Las primeras exportaciones de aceite bético corresponden a la época final del reinado de Augusto25. De hecho, las ánforas provinciales Clase 24/ Oberaden 83 se documentan en toda la costa mediterránea y en los campamentos del Rin y Lugdunum, población que fue un puesto clave en el avituallamiento de las legiones establecidas en Germania26.
Pero la salida del aceite bético en grandes cantidades, como consecuencia de las compras masivas por parte del Estado romano, se produjo en época de Claudio, que demostró una preocupación especial por el avituallamiento de Roma, sobre todo a partir de los desagradables incidentes de los que el emperador fue protagonista en el foro, según nos narra Suetonio (Cl, XVIII-XIX). Además, las conquistas de Britania y Mauritania llevadas a cabo por Claudio implicaron el abastecimiento de los ejércitos en campaña y los posteriormente establecidos en las nuevas provincias, suministro que exigió la compra masiva de géneros, entre ellos el aceite, empleándose el sistema seguido en el caso del frumentum emptum, por el cual el Estado establecía la cantidad de géneros que debían serle vendidos obligatoriamente. Estas ventas beneficiaron especialmente a la Bética, fundamentalmente a su producción aceitera. La política de compras estatales probablemente provocó el enriquecimiento de determinados productores, que invertirían parte de sus ganancias en la adquisición de fincas y la construcción de las respectivas villae, sobre cuya expansión por el territorio de Italica a lo largo del siglo i he tratado más arriba.
Por lo que se refiere a la comarca del Aljarafe, hay que destacar que su dedicación olivarera parece una constante que une el pasado protohistórico con la actualidad. La muy probable fabricación durante los siglos II y i a. C. del ánfora Pellicer D en Italica, en donde se han hallado ejemplares del tipo27, puede documentar la exportación de aceite y/o de aceitunas de mesa por aquellos momentos. Por otra parte, la Arqueología documenta la existencia de una almazara en la misma Italica, ubicada al este del pórtico del teatro28. También se han atestiguado villae con almazaras en el entorno de Italica, concretamente en Villar del Arroyo de la Casa, Casa del Acebuchal y quizá en Haza del Villar29.
Las fuentes medievales documentan una especial dedicación de la comarca aljarafeña a la producción oleícola. Este es el caso, en el siglo XI, de Al-'Udn y, en el siglo xv, de Al-Himyari30. Ambas referencias quedan plenamente confirmadas por el Repartimiento de Sevilla, en el que se hacen repetidas alusiones al número de olivos existentes en las fincas repartidas y en el que se documentan topónimos como Olivares y Torculina que apuntan en la misma dirección, pues el segundo muy probablemente deriva de torculus, término también aplicado a la prensa de aceite31. El primero no necesita más comentario.
S. J. Keay defiende que la aparente ausencia en las proximidades de Italica de hornos de ánforas Dressel 20 sugiere que la producción de aceite de esta zona podría no haber alcanzado la gran dimensión de otros lugares, o que este estaría destinado más al consumo local y regional que a la exportación32, pero es probable que no hayamos encontrado todavía los alfares correspondientes. El Guadalquivir entra en este tramo en la etapa de sedimentación y es bastante probable que estos alfares estén bajo los sedimentos, pues se estima que el nivel del suelo ha debido de incrementarse en unos ocho metros desde época antigua33. Además, es extraño que el Estado no utilizara en función de sus intereses la producción oleícola de una zona situada junto a una corriente de agua importante, con una presumible elevada producción y con depósitos de arcilla (como demuestra la existencia de alfares productores de ladrillos, tejas y otros cacharros)34 para producir ánforas, es decir, con condiciones para un transporte fácil y barato, cuando lo hizo en peores condiciones en al Alto Guadalquivir, como demuestra la misma existencia, en el siglo iii, del control fiscal de Castulo35. La misma Hispalis documenta fehacientemente la producción de Dressel 20 en el complejo alfarero del Hospital de las Cinco Llagas-Parlamento de Andalucía36.
Las marcas impresas en el barro fresco muestran que Aemilii, Antonii, Cornelii, Fabii, Flavii, Fulvii, Iunii, Licini, Torii, Valerii y Vlpii estuvieron implicados, en distintos grados, en la fabricación de ánforas para la exportación de la producción oleícola propia y, en ocasiones, para la de otros productores y/o cosecheros37, pero no poseemos datos positivos que confirmen la participación directa de sus cogentiles italicenses en esta actividad. De las marcas halladas en Italica, solo la fragmentaria [...] MAR38 puede ponerse en relación con algún antepasado homónimo de M. Ac(c)en(n)a Rufus (CIL II, 1137). Esta vinculación es en parte verosímil dado que este Rufus, los dos Helvii Agrippae de Alcalá de Guadaíra (CIL II, 1262), probablemente nacidos en Hispalis39, y la Herennia de Myrtilis (IRCP, 100) son los únicos Accennae epigráficamente documentados en Hispania. Pero no podemos ir más allá.
Por otro lado, entre las marcas de origen desconocido, destacan CFAVI, C. FVF. A. C. FVF. AVITI, CFVAVITy C. FVAVI, que G. Chic pone en relación con C. Fuficius Avitus, cuyo nomen es conocido en Italica (CIL II, 1148) y Lucena (CIL II, 1630), siendo el italicense Sex. Fuficius Tertullinus, cuya filiación no se indica en su lápida, por lo que G. Chic cree bastante probable que se trata de un liberto40. Si esto fuera así, estaríamos ante un liberto de un Fuficius italicense desconocido, pero dueño de un fundus con figlina, en la que produjo ánforas para él y quizá para otros propietarios.
En síntesis, los datos arqueológicos y toponímicos confirman la importancia de la explotación olivícola del territorio aljarafeño más cercano a Italica y la presencia de los elementos necesarios para la producción de ánforas para el transporte oleario, pero no permiten documentar fehacientemente la exportación privada ni annonaria del aceite, aunque esta última es altamente presumible.
El interés de los inmigrantes deseosos de rentabilizar sus riquezas también se centró en un cultivo cuyas expectativas crematísticas podían ser iguales e incluso superiores a las del olivo. Me estoy refiriendo a la vid, cuyo cultivo se extendió acusadamente a partir de la época de César, según indican las monedas con imágenes alusivas a la viticultura acuñadas por Osset y Orippo durante el siglo i a. C., por lo que se refiere al Bajo Guadalquivir, aunque la participación e incluso el protagonismo de los itálicos en estas actividades vitivinícolas no desembocaran por el momento en la producción de caldos de gran calidad, pues Varrón no dedicó el más mínimo elogio a la calidad de los vinos de esta zona41. De hecho, durante bastante tiempo, predominó la importación de vinos italianos, de origen campano, llegados en ánforas del tipo Greco-itálico Antiguo (Will C-D y MSG V-VI), desde fines del siglo ii a. C. hasta época de Augusto42, no solo para saciar los gustos de los inmigrantes y sus descendientes, sino también de los aristócratas hispanos más romanizados y con mayor capacidad adquisitiva43.
A partir del primer tercio del siglo i a. C., las ánforas vinarias provinciales comenzaron a dominar la circulación regional44 y hacia los decenios centrales del siglo i a. C., los tipos anfóricos campanos habían sido ya completamente sustituidos por imitaciones locales45 y los vinos importados en parte por autóctonos. Las primeras ánforas vinarias béticas fueron imitaciones de las itálicas Dressel 1 y 2-4, las primeras de las cuales se produjeron durante el siglo i a. C. en Italica, en donde han sido halladas algunas completas en un depósito46. Estas ánforas tenían como objetivo envasar el vino para la exportación, aunque no fueran caldos especialmente buenos o, al menos, demasiado apreciados en la Vrbs. El primer testimonio procede de Estrabón (iii, 2, 6), quien afirma que Turdetania exportaba mucho vino, alta producción que podía implicar baja calidad, como confirma la mala fama que tenían los vinos hispanos por aquel entonces en Roma, en donde el mismo Ovidio CArs Amat., III, 645) se burlaba abiertamente de ellos. Estos caldos se envasaron en ánforas Haltern 70, Dressel 2-4 y Dressel 28, las primeras de las cuales fueron probablemente fabricadas durante el siglo i a. C., entre otros lugares, en Italica e Ilipa y con seguridad en Hispalis, en concreto en el complejo alfarero del Hospital de las Cinco Llagas-Parlamento de Andalucía47. Estas mismas Haltern 70 permiten documentar la exportación de vino bético en época de Claudio, pues se han hallado ejemplares en el pecio Port-Vendres II, que contenían defr(utum) excel(lens), y en Colchester Sheepen48.
En resumen, los datos arqueológicos (producción anfórica) permiten confirmar la producción vitivinícola del territorio italicense y la exportación de caldos y probablemente de uvas aderezadas49, al menos hasta mediados del siglo I.
Pero quizá la parcela económica a la que cabe atribuir en gran medida el enriquecimiento de la oligarquía italicense fue la explotación de los cotos mineros ubicados algo más al norte, aunque no especialmente de los argento-cupríferos.
En primer lugar, debe destacarse que el oppidum del cerro de San Antonio-Los Palacios ha sido puesto en relación de una u otra forma con la explotación de dichos cotos mineros. En líneas generales, parte de la investigación destaca que el lugar elegido por Escipión para «fundar» Italica estaba estratégicamente situado con respecto a Sierra Morena y sus distritos mineros y que se tuvieron en cuenta sus posibilidades como embarcadero de la producción minera del distrito argento-cuprífero de Sierra Morena occidental y como lugar garante de la seguridad de su exportación a Roma50. Pero, si Cl. Domergue está en lo cierto, debemos admitir que, a comienzos del siglo ii a. C., la casi totalidad de las minas de plata y de cobre de Sierra Morena quedaba aún fuera del dominio romano o, al menos, que no se había establecido el control suficiente como para hacer factible la explotación continuada y a pleno rendimiento de las mismas51.
Hasta la pacificación de 133 a. C., las condiciones de inseguridad del territorio habían impedido la generalización de la explotación de los cotos mineros mediante la participación de las grandes sociedades de publicanos, de manera que se daban las circunstancias adecuadas para el predominio de las pequeñas sociedades y de los arrendatarios individuales, que podían hacer frente a arrendamientos de pequeña envergadura52. Un conocido fragmento de Diodoro (V, 36) nos habla de la avalancha de itálicos que se lanzaron desde los primeros tiempos de la conquista a participar en la explotación de las minas y del empleo creciente de esclavos en dicha labor. Pero, como defiende F. Chaves, en los momentos iniciales y probablemente durante buena parte de la etapa republicana, Roma dejó en manos indígenas la explotación y canalización de aquellos recursos que no podía controlar directamente por falta de una infraestructura administrativa adecuada, aunque, dado que los peregrini, colectivo en el que se hallaba la mayor parte de los hispanos, no podían ser propietarios útiles de unos bienes cuyo propietario eminente era el Estado, quedó abierta la puerta a la participación de medianos y pequeños comerciantes y soldados licenciados53. El papel de Italica como centro de recepción de algunos de los inmigrados atraídos por los intereses mineros, aun en estas condiciones, puede suponerse razonablemente.
Los datos indican que la normalización de la situación en la Sierra Morena occidental y la organización de los cotos mineros, con la consiguiente llegada multiplicada de inmigrantes, se produjo en una fecha en torno a los últimos decenios del siglo II a. C.54 El inicio de la actividad en los cotos mineros por aquellos momentos se detecta en concreto en la aparición de acuñaciones emitidas por las oligarquías locales implicadas en la explotación de los saltus mineros55, en la construcción del primer poblado romano sobre los escoriales de la Corta del Lago y en la edificación de una serie de recintos tipo castellum en las rutas del metal entre el Andévalo y las ciudades de la Campiña de Niebla (la antigua Ilipla) y el Campo de Tejada, en el que se hallaba Ituci56. Pero, tampoco se ha demostrado con argumentos sólidos la vinculación directa de Italica con las actividades minero-metalúrgicas a partir de finales del siglo ii a. C. En este sentido, buena parte de la investigación tiene cada día más claro que las emisiones hispanas en bronce tuvieron la finalidad de resolver pagos en su mayor parte relacionados con la explotación de sus propios recursos57. Y la necesidad de realizar pagos y de acuñar surgía, por ejemplo, si estaba en manos de estas oligarquías la extracción de minerales y la elaboración y el transporte de metales. Y es de todos bien conocido que Italica no acuñó moneda sino hasta época augustea. Si la oligarquía italicense no estuvo directamente implicada durante los años finales el siglo ii y la mayor parte del i a. C. en la explotación de los saltus mineros de Sierra Morena, al contrario de lo que ocurría con las aristocracias de Ilse, Laeli e Ilipa, no cabe esperar la emisión de acuñaciones similares a las producidas en los antedichos centros. Pero, hay algunos datos que permiten vincular, aunque indirectamente, Italica con los negocios del entorno minero septentrional.
A lo largo de la década de los 70 a. C., la participación de los indígenas en la explotación de las minas debió de verse profundamente reducida, como consecuencia de la llegada de un elevado número de itálicos, que fueron incorporándose crecientemente a los puestos dirigentes de las comunidades locales, como consecuencia de su enriquecimiento en negocios relacionados con la explotación de los recursos próximos a las correspondientes poblaciones58. En época de Augusto, Italica quizá fue centro de reexpedición de la producción metalífera del territorio septentrional, en el que se han hallado restos de minas de plomo y plata en La Suerte (Guillena) y de cobre en el Castillo de las Guardas y La Diana (Castillo de las Guardas)59, cuyas producciones en concreto pudieron ser enviadas al exterior a través del valle del Ribera de Huelva e Italica. Pero las producciones de estos lugares probablemente no alcanzaron los niveles que cabe pensar para los grandes cotos mineros de Sierra Morena, de cuya explotación pudieron enriquecerse individuos como Sexto Mario, sobre el que volveré más adelante.
De cualquier manera, parece que esta vía de enriquecimiento pronto dejó de existir como tal, pues, durante el reinado de Tiberio, la mayor parte de los yacimientos del suroeste de los que se extraían metales acuñables probablemente se convirtieron, de acuerdo con Suetonio (Tib., 49), en metalla imperiales y quedaron bajo el control del Fisco, integrados en el departamento del Patrimonium Caesaris o Ratio Patrimonii. Las actividades privadas tuvieron que centrarse fundamentalmente en la explotación del hierro60. Desde entonces, los negocios mineros de los italicenses quedaron vinculados a la zona de Munigua61, especializada desde mediados del siglo i en la producción de hierro, a partir de la magnetita y el oligisto de El Pedroso, y convertida en uno de los centros siderúrgicos más importantes de la Bética62.
La relación de Italica con Munigua debió de comenzar cuando las explotaciones argento-cupríferas eran aún las importantes, pues se documenta en Italica al liberto L. Ferronius (CIL II, 6279), cuyo nomen también es atestiguado en Munigua (CILA II, 1063), y cuya cronología puede situarse en torno a los años 70-60 a. C.63 No puede afirmarse por razones cronológicas que estamos ante la misma persona, pero la cercanía geográfica de los hallazgos, la pertenencia de ambos al mundo servil y el reducido elenco de Ferronii conocidos en las provincias latinas de la Europa romana64, permiten al menos proponer que ambos individuos fueron libertos de la misma familia Ferronia. Por otra parte, la presencia de Ferronio en Italica, como la de M. Trahius, documenta la llegada de gente itálica de forma fehaciente por las mismas fechas en las que F. Chaves sitúa, a partir de los cambios atestiguados en el sistema de explotación de las minas y su administración, la llegada de un elevado número de itálicos65.
Quizá Vlpii y Trahii, probablemente llegados a Italica poco antes que los Ferronii, tuvieron intereses en la zona minera de Munigua66. Esta posibilidad se convierte en una situación altamente probable en el caso de los Aelii. Estos también vivían en Munigua, en donde constituían una de las familias más importantes, de manera que es plausible que los Aelii italicenses estuvieran dedicados a los negocios minero-metalúrgicos a la par que sus cogentiles muniguenses. En una situación similar se hallaban los Fulvii, Valerii y Aemilii, pues también poseían cogentiles en Munigua, en donde conformaban tres de las familias más importantes, que presumiblemente tuvieron negocios en las lucrativas actividades minero-metalúrgicas.
Los Licinii italicenses también poseían cogentiles en Munigua, en donde asimismo eran de las familias más importantes. Las relaciones familiares entre Licinii muniguenses e italicenses parecen aún más evidentes que en los casos anteriores, pues se documenta en Italica a Licinius Victor, Ilvir colega de Fabius Aelianus en 178 (CIL II, 1120), que presenta iguales nomen y cognomen que dos individuos muniguenses, [L.]Licinius Victor (CIL II, 1050) y C. Licinius Victor Annianus (CIL II, 1051), el último de los cuales, quizá hijo del también muniguense L. Licinius Annianus, emparentó con los Aelii, pues era esposo de Aelia L. f Procula (CILA II, 1079).
Es razonable pensar que algunas de las familias asentadas en Italica enviaran a algunos de sus miembros a Munigua, cuyos negocios con las minas y los minerales acabaron por enriquecer tanto al núcleo familiar establecido en Italica, como a la parte asentada en Munigua.
Los Aelii, documentados por primera vez en Munigua en época de Vespasiano (CIL II, 1049), tienen representantes muy anteriores en Italica, pues (Aelius) Marullinus, senador, según la Historia Augusta (Hadr., I), fue padre del tatarabuelo de Adriano y es muy probable que los Aelii de Munigua fueran individuos originarios de la misma Italica67 que se trasladaron al centro minero cuando se impuso la explotación del hierro como negocio principal en la zona. Pero las cronologías que pueden adelantarse para los testimonios de Licinios, Fulvios, Valerios y Fabios en ambos lugares permiten proponer que también pudo producirse el fenómeno opuesto, es decir, el asentamiento en Italica de miembros de familias muniguenses enriquecidas. Así, los Licinii son documentados en Munigua por primera vez en época de Tito y en Italica en época de Trajano. Los Fulvii se documentan en Munigua por primera vez a fines del siglo i (CILA II, 1061) y en Italica en el siglo ii (CIL II, 5038), mientras que los Valerii muniguenses son documentados por primera vez en la primera mitad del siglo ii (CILA II, 1076) y los italicenses en el siglo iii (CIL II, 5111, 5372). Por último, los primeros testimonios de los Fabii de Munigua se sitúan en la segunda mitad del siglo ii o primera mitad del siglo iii (CILA II, 1057), y los de Italica en el siglo iii (CIL II, 5111, 5372).
En síntesis, puede asumirse la participación de miembros de la oligarquía italicense en la explotación de las minas de cobre y plata del territorio septentrional durante una etapa no muy dilatada, pero parece mucho más probable, al menos desde mediados del siglo I, una especial vinculación con la explotación de las minas de hierro del territorio de Munigua, con el traslado de parte de linajes italicenses a dicho lugar y de Munigua a Italica. Quizá sea este el negocio con en el que la oligarquía italicense se enriqueció más y más rápidamente, algo que, según los datos conocidos, no se puede afirmar acerca de su participación en la explotación de las canteras de mármol de Almadén de la Plata.
La explotación de estas canteras, como la de las restantes béticas, se inició en época de Augusto68. El mármol era extraído en su mayor parte de la sierra de Los Covachos, el distrito extractivo más cercano a Italica, aunque también se ha identificado actividad romana en Los Castillejos, lugar situado entre 10 y 12 kilómetros al sureste de la antedicha sierra69.
En Almadén de la Plata se halló la estela funeraria de L. Attius Lucanus en la que los compagani marmorarienses aparecen como dedicantes (CIL II, 1043). De este epígrafe se deduce la existencia de un pagus, es decir, de una circunscripción rural (Digesto, L, 15, 4) en la que debían de hallarse los metalla marmorum que le dieron nombre (pagus Marmorarius), distrito cuyos habitantes podían vivir en un vicus central o en varios vici, sin excluir la posibilidad de que algunos de los compagani vivieran en casas dispersas. Al frente de los pagi solía haber magistri, o incluso prafecti o curatores, de manera que cabe la posibilidad de que Lucano fuera el magister del pagus Marmorarius.
No cabe duda de que la inclusión de las canteras de Almadén de la Plata en el Patrimonium Caesaris desde el reinado de Tiberio, si la pertinente confiscación de las canteras efectivamente se produjo70, redujo las posibilidades de enriquecimiento de los individuos interesados en la explotación de estos metalla marmorum. Es cierto que las canteras imperiales no estaban vedadas a la iniciativa privada, pues estas podían ser arrendadas durante un tiempo a empresarios particulares, conductores o redemptores, que se dedicaban a la elaboración de diversas manufacturas71. Las de Almadén de la Plata pudieron estar en esta misma situación, pero es difícil aquilatar la importancia que pudieron tener estas canteras en el enriquecimiento de algunos de los miembros de la oligarquía de Italica, pues los datos no permiten vincular fehacientemente a ninguna familia italicense con la explotación de estas lapicidinae. Sin embargo, esta vinculación ha sido defendida a partir de la supuesta relación de las canteras ubicadas en el pagus Marmorarius con Sexto Mario y otros Marii béticos y de algunos personajes italicenses con otros cordubenses.
La primera propuesta se concreta en identificar el pagus Marmorarius de la inscripción con el topónimo Mons Mariorum que aparece recogido con el Itinerario de Antonino (432, 4). De hecho, se planteó en su momento la corrección de Mons Mariorum en Mons Mar<m>orum72. La mansio suele localizarse en los alrededores de Almadén de la Plata en función de esta identificación. El nombre mons Mariorum puede relacionarse con alguna explotación de unos Marii, que muy probablemente estaban relacionados familiarmente con Sexto Mario73, pero esta no tenía que ser necesariamente una cantera, pues podía ser sin duda una mina. Se sabe que el término metalla podía referirse tanto a minas como a canteras, como reconocen el Codex Theodosianus en su título X, 19, De metallis et metallariis, y el Codex Iustinianus en su título XI, 7, De metallariis et metallis etprocuratoribus metallorum, cuando recogen en ellos constituciones dedicadas tanto a canteras como a minas. Esta misma situación, al parecer, la ocupaba el término mons en la Bética. Si no identificamos la mansio Mons Mariorum con el distrito rural pagus Marmorarius, entre otros motivos porque los datos no lo imponen, la propuesta de J. González de situar a la primera en la dehesa de El Santo, ubicada entre el término municipal de Montemolín (Badajoz) y El Real de la Jara (Sevilla)74, es perfectamente asumible, pues solo implicaría la existencia de alguna explotación de los Marii cordobeses por esta zona, lo cual, vista la potencia económica de esta familia, no debería extrañar.
Una segunda propuesta se concreta en la existencia de un vínculo entre el Calpurnius Salvianus que presentó una acusación contra Sexto Mario, según sabemos por Tácito (Ann., IV, 36), y el individuo homónimo, supuestamente italicense, involucrado en la conjura urdida contra Casio Longino en Corduba en 48 a. C., que recogen el Bellum Alexandrinum (53 y 55) y Valerio Máximo (IX, 4, 1). El primero sería nieto del segundo. Ciertamente, se ha defendido un origen italicense para Calpurnius Salvianus15, pero todas las circunstancias tienden a desvincular a Calpurnius Salvianus de Italica y, por el contrario, lo relacionan con Corduba16.
Una tercera propuesta de relación se concreta en la probabilidad de que el cordobés T. Mercello Persinus Marius, aedilis, IIvir (CIL II2/1, 311) y, posteriormente, procurator Augusti (CIL II2/5, 1296) entre los reinados de Augusto y Claudio, fuera descendiente del italicense L. Mercello11, de acuerdo con el Bellum Alexandrinum (LII, 3; LIV, 4; LV, 3) también implicado en la conjura contra Casio Longino. En este sentido E. Melchor admite una relación paterno-filial entre L. Mercello y T. Mercello Persinus Marius y propone que la familia de L. Mercello marchó a establecerse en la capital provincial18. No parece que quedaran Mercellones en Italica. Al menos la epigrafía guarda silencio sobre ellos. Por el contrario, se documentan en Corduba (CIL II2/1, 153) y en la zona minera de Epora (CIL II2/1, 544) libertos de los Marii Persini, uno de cuyos miembros probablemente fue adoptado por un T. Mercello19. T. Mercello Persinus Marius quizá mantuvo lazos con la ciudad de origen de su familia adoptiva, pues, como supone A. Peña, cabe la posibilidad de que el pro[c(urator) Aug(usti)] y patr[onus] de Italica de nombre desconocido (CIL II, 1121) fuera el duumvir cordobés80.
Los negocios de los Marii, incluido su miembro más conocido, Sex. Marius, no los vinculan especialmente con Italica. Su centro de operaciones era sin duda Corduba. Desde allí gestionaban sus explotaciones cordobesas conocidas como mons Marianum (CIL II, 1179; EE IX, 32) y Massa Marian(a) (CIL XIV, 52), de las que se extraía el aes Marianum quod cordubense que cita Plinio (NH, XXXIV, 4), y las explotaciones, algo más alejadas de Corduba, que pudieron estar cerca de Mariana (Vic. I-IV, 18; Itin. Ant, 445, 3; Rav., 313, 18), identificable con la Ermita de Mairena (Puebla del Príncipe, Ciudad Real), y de mons Mariorum, respectivamente, este último lugar no necesariamente relacionable con Almadén de la Plata.
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40. CHIC, G.: op. cit, n. 37, p. 484.
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77. VENTURA, Á.: op. cit., n. 10, pp. 69-12.
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79. VENTURA, Á.: op. cit., n. 10, n. 61.
80. Peña, A.: «Reflejos del Forum Augustum en Italica», en Nogales, T. y González, J. (eds.): Culto imperial. Política y poder. Actas del Congreso Internacional. Roma, 2007, p. 340.
Aurelio PADILLA MONGE
Universidad de Sevilla
Fecha de recepción: 15-6-2015; aceptación definitiva: 3-6-2016 BIBLD [0213-2052(2016)34;41-61]
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Copyright Ediciones Universidad de Salamanca 2016
Abstract
According to Archaeology, the town put up on San Antonio-Los Palacios Hill, later named Italica, had a completely autochthonous nature until the late second century B. C. The settlement of Italian immigrants in this place at that time is proved by the typology of certain buildings alien to the local forms and by the start and spread of villa system. Data allow proposing that the families of the local elite of Italica got rich probably from the production and sale of olive oil, the elaboration and export of wine and the exploitation of iron mines located in Munigua's territory. This last one was probably the most thriving business to the local elite of Italica. On the contrary, no data allow asserting that this took part in the exploitation of the quarries of Almadén de la Plata.
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