CARCELLER CERVINO, Pilar y VILLARROEL GONZÁLEZ, Óscar, Catalina de Lancaster. Una reina y el poder, Madrid, Sílex, 2021, 445 pp. ISBN: 978-84-737-953-9
La dueña que vees estar sentada
Que por ella fue la paz otorgada
En este regnado [regno] con el de Inglatierra,
E della nasęió la lumbre en la tierra
La dueña a la que se refieren estos versos de un poema conservado en el Cancionero de Baena es la reina Catalina de Lancaster, a la que se atribuyen aspectos tan importantes como la paz de Castilla e Inglaterra y haber nacido de ella «la lumbre en la tierra». Alguien así bien merece la atención de los historiadores, o ¿es difícil acercarse a figuras de esta talla?
Arriesgada apuesta la de Pilar Carceller y Óscar Villarroel al escribir la vida de esta reina que contaba con una excelente biografía, la de Ana Echevarría Arsuaga. El riesgo les ha merecido la pena, pues han conseguido una obra de gran calidad. Varios son los aspectos que conducen a esta calificación honorífica: las fuentes manejadas, los temas analizados, la minuciosidad del análisis de todos y cada uno de los puntos que permiten el conocimiento de la acción política de la reina Catalina, en resumen, todos los aspectos que autorizan calificar a un libro de Historia de excelente pieza histórica o historiográfica.
Los autores han desplegado un abanico de fuentes realmente impresionante. Parece no quedar nada sin consultar, tanto en lo referente a fuentes primarias como a secundarias. Fuentes obtenidas de archivos españoles y extranjeros, laicos y eclesiásticos, de reinos o de ciudades, se encuentran en el andamiaje que permite la rotundidez a la hora de defender y exponer las vicisitudes de la acción y vida política de la reina. Y las muchas páginas de bibliografía dan idea, igualmente, de la seriedad del trabajo, que ha tomado en consideración los estudios realizados hasta el año 2021 en relación a la política general del reino de Castilla y sus relaciones con otros reinos. En este último aspecto, como especialistas en diplomacia medieval, los autores añaden un valor más a su trabajo al contemplar la perspectiva diplomática en el estudio de las relaciones de la reina con otras instancias u otros personajes.
La introducción refleja muy acertadamente los objetivos del libro y en sus páginas se constata que los han cumplido magníficamente. Aparte de exponer los objetivos con gran claridad, los autores plantean preguntas que conducen a los caminos que recorrerán para responderlas. A una reina que nace en Inglaterra, y es hija de un príncipe inglés y de una princesa castellana, es lógico que le planteen: «¿Qué concepción tuvo ella de su propio origen y de su derecho o no al ejercicio del poder en Castilla?». A la primera parte de la pregunta sería difícil que ella misma diera respuesta, pero a la segunda podría haber respondido rotundamente: si no con palabras lo hizo con obras, pues no parece haber tenido dudas de que ella tenía el poder y la autoridad que le permitían actuar con todo derecho como reina de Castilla. En realidad, también a la primera cuestión respondió con obras: el buen cuidado de mantener su relación con Inglaterra o sus parientes de origen inglés, y en particular con su hermano el rey Enrique IV de Inglaterra.
En las primeras páginas Pilar Carceller y Óscar Villarroel dejan claro que pretenden demostrar el importante papel político que tuvo Catalina de Lancaster. En las referencias a las fuentes utilizadas ponen de manifiesto que esta reina ha sido interpretada por muchos historiadores como incapaz e inconstante, una nulidad y un fracaso, siguiendo la imagen que de ella reflejaron las fuentes de su tiempo, en el que tuvo muchos enemigos que desconocían la imparcialidad y trataban de desprestigiarla. Los autores exponen su intención de ir en contra de esa representación de la reina, y para dar una imagen lo más prístina posible pretenden «analizar desde todos los puntos de vista posibles, y haciendo un recorrido por su vida, todas las acciones y relaciones que Catalina tuvo con la política de su época». Con esa intención, siguiendo un buen esquema metodológico regido por la cronología, van desgranando la concepción del poder de la reina y su plasmación según fue avanzando su vida y fueron apareciendo circunstancias que condujeron por diferentes derroteros su intervención política en el reino. Dada la riqueza de las acciones políticas de Catalina de Lancaster, la exposición detallada que de ellas se hace en el libro requiere una metodología en la que la organización cronológica se presenta como la más coherente.
Dentro del campo metodológico, los autores no se olvidan de enmarcar su obra en las coordenadas historiográficas de este momento, y para ello parten de dos preguntas muy lógicas y pertinentes: es el libro «¿un estudio dentro de la investigación de la cultura política del periodo bajomedieval?», o es «¿un análisis de género?». Buenos conocedores de las tendencias actuales, y manifestando su respeto hacia ellas, Pilar Canceller y Óscar Villarroel, se decantan por insertar su libro dentro de «una mezcla de ambos enfoques, aunque posiblemente más centrado en el primero, la cultura política». Otra apuesta arriesgada de los autores, que se sitúan a contracorriente de la tendencia más común en los estudios actuales de reinas. Al margen de clasificaciones y posicionamientos dentro o fuera de los estudios de género, los autores no se olvidan de apuntar el importante papel de la historiografía de las reinas, en este momento en la cresta de la ola. Señalan las líneas de interés y las biografías más recientes, destacando la Catalina de Lancaster de Ana Echevarría. Honra a los autores dedicar palabras de elogio, bien merecidas, a esta biografía que dicen haberles «servido como inspiración», y en la que han encontrado ideas «hábilmente enunciadas y delineadas» por la autora, que ellos profundizan en esta obra. En relación a las líneas historiográficas sobre las reinas siguen, entre otros, los trabajos de Diana Pelaz (casa de la reina, poder, representación, etc.), aunque no todas las líneas las pueden aplicar a Catalina, como no pueden aplicarse a otras reinas, pues cada reina es un personaje diferente que responde a una coyuntura diferente.
Bien parecen conocerlo Carceller y Villarreal, y buen ejemplo de ello es la consideración de la «casa de la reina», que ellos contemplan no siguiendo una teoría general sino las posibilidades que les permite la documentación. Si ya en los repartimientos de tierras conquistadas en Andalucía aparece la casa de la reina, y las Partidas la incluyen en sus normas, resulta imposible, por falta de documentación en muchos casos, definir y explicar bien la casa de las reinas. Pilar Carceller y Óscar Villarroel exponen la de Catalina de Lancaster en distintos momentos de su reinado, en la medida que la documentación les ha permitido contemplarla en esos tiempos, aunque sin constancia completa de quien formaba parte de ella. Sin datos precisos, o muy vagos, no hay otra opción que aceptar la complejidad del tema de la casa de la reina. De algunas reinas hay documentación suficiente como para explicar su casa, y en el caso de Catalina hay una documentación suficientemente buena como para referirse a ella en distintos momentos, y observar que no hubo una casa «oficial», sino que fue cambiando de forma que podría decirse que la casa de la reina no fue fija, estática, sino variable, dinámica. Las referencias a la casa de la reina aparecen en todos los capítulos del libro desde que fue reina consorte durante la minoría de edad de su esposo Enrique III de Castilla; solo deja de aparecer en el último capítulo, en el que los autores contemplan la acción política de la reina en solitario, una vez fallecido el infante Fernando (1416), co-regente con ella durante la minoría de su hijo Juan II.
Probablemente es la co-regencia con el infante Fernando el de Antequera, rey de Aragón desde 1412, lo que, en buena medida, impide valorar mejor la acción de la reina, pues ya fuera por la misoginia de su tiempo o por los intereses de apoyar al infante Fernando, la acción de Catalina de Lancaster quedó devaluada casi desde el principio de su reinado, pues buena parte de las crónicas fueron pro-fernandinas. A pesar de ello, el relato histórico que se hace en este libro deja de manifiesto que esta reina tuvo un papel de primer orden tanto en la política interior como en la exterior: en la organización del reino, en la política religiosa interior de «mecenazgo reformador» de las órdenes religiosas, y exterior de buscar el equilibrio de donde situarse en un momento tan crítico en el que se pretendía terminar con el Cisma, en la relación con las ciudades, en el patronazgo (o «matronazgo») y en el cuidado de la imagen real, etc.
La explicación minuciosa de cada uno de los tiempos en los que se pueden ver cambios en la acción de Catalina de Lancaster ofrece la visión de un panorama interesantísimo y riquísimo de la década final del siglo XIV y de las dos primeras del siglo XV. La exposición del papel de la reina durante el tiempo de reinado de su esposo Enrique III enfoca el papel político que se le asigna, o los aspectos en los que se la ignora. Y en este punto los autores plantean varias preguntas que se deberían hacer en los estudios de las reinas en general, al explorar el papel que ocupan en la documentación regia: «¿Cuándo sí interesaba mostrar esa dualidad del poder? ¿En qué tipo de privilegios se hacía? ¿Por qué no en otros? Con la honestidad de reconocer que no se pueden responder a estas preguntas en el caso de Catalina de Lancaster, es muy interesante que se hayan planteado estas preguntas que probablemente sean de difícil, o imposible, respuesta para otros casos de reinas.
Desde 1406, a la muerte de Enrique III, la reina tuvo que afrontar las responsabilidades del gobierno del reino, responsabilidades no exentas de dificultades. El «golpe de estado» de 1408, apuntado como algo casual por El Vicroriaí («acaesçieron muchas cosas entre los tutores, que sería luengo e contar»), no fue ni más ni menos que el intento del infante de alejar a Catalina del poder. La co-regencia no estuvo exenta de rivalidad. Catalina no renunciaba a tratar de mostrar su superioridad como reina, con las prerrogativas propias de una reina viuda, de una dowager queen, y se presentaba siempre como madre y hermana, lo que Pilar Carceller y Óscar Villarroel consideran como «una forma de situarse un tanto por encima del infante». Para la reina hubo de ser difícil reinar conjuntamente con el infante. La descripción de las vicisitudes del reinado no deja duda de la complejidad de la regencia doble, aunque habían negociado las partes del reino de las que cada uno se hacía responsable, y firmaban treguas para mantener el reinado en paz.
De un tema complicadísimo los autores sacan una explicación detallista y comprensible. A ese mérito en el análisis de contenidos, hay que añadir los aspectos formales del libro. Aquí viene la tercera apuesta arriesgada de Carceller y Villarroel: el lenguaje empleado, alejado de modas que ningún favor hacen a la lengua española. Para exponer las acciones de la reina no utilizan el término agency, ni su traducción literal al castellano como «agencia», que no aclara nada, sino más bien confunde. Tampoco utilizan el término queenship ni su traducción a una palabra no existente en las lenguas del estado español, vocablo innecesario, cuando en el lenguaje castellano hay términos que permiten referirse a las monarcas. La corrección del lenguaje se percibe también en las pocas erratas que se encuentran en el libro; solo hay una bien llamativa: en una página en la que se cita en varias ocasiones al hermano de la reina, Enrique IV, se desliza la errata de nombrarle Eduardo IV. Y no como errata, sino como error no atribuible a los autores, ha de tomarse la ausencia de un índice onomástico, que hubiera sido de gran ayuda para quienes en el futuro estudien este libro.
Y el libro merece leerse y estudiarse, pues tiene mucho interés por varias razones: por analizar la figura de una reina tan importante, por contribuir a esclarecer la visión negativa que había salido desde el tiempo en que ella vivió, y por ampliar aspectos de la parte política de la biografía que escribió Ana Echevarría. Si esta historiadora contempló los dos cuerpos de la reina, el cuerpo personal y el político, Carceller y Villarroel, han sacrificado la parte personal para enfocar la política, «la reina y el poder» que anuncian en el subtítulo del libro, bien es cierto que la íntima relación entre los dos cuerpos, lleva a intuir aspectos del cuerpo personal de Catalina.
Se percibe claramente que el libro es producto de años de investigación y reflexión. Los dos autores, especialmente Óscar Villarroel, tienen publicaciones sobre la reina Catalina y su tiempo, y sus estudios los han llevado a una familiaridad con las fuentes que queda plasmada en la construcción del libro y en su discurso. Anotan los autores que «al final del trabajo esperamos haber construido una imagen más clara de la relación de Catalina con el poder». Sin duda, lo han conseguido.
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© 2022. This work is published under https://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/4.0/ (the “License”). Notwithstanding the ProQuest Terms and Conditions, you may use this content in accordance with the terms of the License.
Abstract
Y las muchas páginas de bibliografía dan idea, igualmente, de la seriedad del trabajo, que ha tomado en consideración los estudios realizados hasta el año 2021 en relación a la política general del reino de Castilla y sus relaciones con otros reinos. A la primera parte de la pregunta sería difícil que ella misma diera respuesta, pero a la segunda podría haber respondido rotundamente: si no con palabras lo hizo con obras, pues no parece haber tenido dudas de que ella tenía el poder y la autoridad que le permitían actuar con todo derecho como reina de Castilla. Los autores exponen su intención de ir en contra de esa representación de la reina, y para dar una imagen lo más prístina posible pretenden «analizar desde todos los puntos de vista posibles, y haciendo un recorrido por su vida, todas las acciones y relaciones que Catalina tuvo con la política de su época». Pilar Carceller y Óscar Villarroel exponen la de Catalina de Lancaster en distintos momentos de su reinado, en la medida que la documentación les ha permitido contemplarla en esos tiempos, aunque sin constancia completa de quien formaba parte de ella. Sin datos precisos, o muy vagos, no hay otra opción que aceptar la complejidad del tema de la casa de la reina. De algunas reinas hay documentación suficiente como para explicar su casa, y en el caso de Catalina hay una documentación suficientemente buena como para referirse a ella en distintos momentos, y observar que no hubo una casa «oficial», sino que fue cambiando de forma que podría decirse que la casa de la reina no fue fija, estática, sino variable, dinámica. Probablemente es la co-regencia con el infante Fernando el de Antequera, rey de Aragón desde 1412, lo que, en buena medida, impide valorar mejor la acción de la reina, pues ya fuera por la misoginia de su tiempo o por los intereses de apoyar al infante Fernando, la acción de Catalina de Lancaster quedó devaluada casi desde el principio de su reinado, pues buena parte de las crónicas fueron pro-fernandinas. A pesar de ello, el relato histórico que se hace en este libro deja de manifiesto que esta reina tuvo un papel de primer orden tanto en la política interior como en la exterior: en la organización del reino, en la política religiosa interior de «mecenazgo reformador» de las órdenes religiosas, y exterior de buscar el equilibrio de donde situarse en un momento tan crítico en el que se pretendía terminar con el Cisma, en la relación con las ciudades, en el patronazgo (o «matronazgo») y en el cuidado de la imagen real, etc.
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1 Universidad Carlos III de Madrid. C.e.