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1. Puestos a buscar películas que hayan abordado el problema de la violencia en las nuevas realidades urbanas latinoamericanas desde unos parámetros comerciales, pero tratando de hacer un esfuerzo de estilo que pegase la narración al clima moral (o amoral) que empapa su fuente, hay dos títulos que de inmediato vienen a la cabeza de los curiosos: la brasileña Cidade de Deus (2002), de Fernando Metralles, y, sorpresivamente, la producción mexicano-estadounidense Traffic (2000), del desorientado pero interesante Steven Soderbergh. En ambas se partía de un supuesto que no es incompatible, pero que amenaza con ser determinante, en relación con otras realidades latinas generadoras de identidad, y éste es la aceptación del nuevo entorno metropolitano, violento y desestructurado como nuevo hogar global que borra diferencias entre Caracas, México D. F., Bogotá, Río o cualquier otra gran urbe latinoamericana. Si el cine latinoamericano de los cincuenta y sesenta se fundaba sobre las diferencias (sus ejemplos más aplaudidos fueron el nuovo cinema brasileiro y el nuevo cine cubano), el resurgir iniciado en los noventa y acelerado en la actual década ha abierto el frente de la nueva identidad. Una identidad que forja sus rasgos en la sin cultura de la globalización pero que, al tiempo (y ello no es de ningún modo contradictorio), introduce sus raíces en algunas de las tradiciones más violentas de las idiosincrasias locales. Buena prueba de ello es que el precedente canónico de este tipo de películas de sensibilidad geográfica transversal sea la maravillosa Los olvidados (1950) del español, por entonces exiliado en México, Luis Buñuel, un film en el que a partir del seguimiento de un grupo de violentos en México D. F. se hacia un diagnóstico de las derivas sociales que se abrían en el interior del país centroamericano. Secuestro Express, la película del venezolano Jonathan Jakubowicz, representa un interesante paso adelante en la línea que iba de Buñuel a Metralles.
2. Secuestro...