Criaturas salvajes. El desorden del deseo Jack Halberstam Traducción de Javier Sáez Barcelona-Madrid, Egales, 2020, 330 pp. ISBN 978-84-18501-14-2
Una vez más, Jack Halberstam nos sorprende con su nuevo libro: esta vez, a través de "wild things", plantea nuevos espacios para cuestionar el orden sexual y las formas de clasificación de los deseos. En Criaturas salvajes, el autor desarrolla una reflexión compleja, radical, amena y divertida sobre el concepto de "lo salvaje" como lugar contradictorio, donde fracasa cualquier intento de ordenación, de apropiación o de robo. Halberstam lo presenta como una herencia de la colonización y como un espacio de desconcierto, un lugar donde perdemos las referencias y donde el mundo se desliza hacia el caos. El concepto nos abre a una interrogación sobre el deseo y sus límites. Hay una esperanza y un deseo de consuelo en algunas personas fascinadas con lo salvaje, una especie de búsqueda del retorno a lo natural que siempre fracasa.
Este libro ofrece un recorrido por la literatura, el cine, el teatro, la música y la poesía a través de archivos de lo irrecuperable, de lo perdido, de lo que no sabemos cómo leer, desde la animalidad, donde se explica lo salvaje como una amenaza siempre presente para la coherencia de la modernidad. Halberstam muestra que el concepto siempre ha remitido a una lógica carcelaria, antinegra y heteronormativa que se instala en el corazón de la democracia liberal. Lo salvaje nos permite ver esos espacios que el liberalismo busca oscurecer, encerrar o destruir: sexualidades raras, otros racializados, deseos incomprensibles.
Vemos aquí otra línea tradicional en los estudios de Halberstam que tiene que ver con las taxonomías, es decir, con los intentos de clasificar las sexualidades desde finales del siglo xix: en este libro presenta las historias de una serie de personajes que tienen relaciones o fuertes vínculos con animales como gavilanes, halcones, caballos o lobos, relaciones afectivas "raras" (¿queer?) que no entran en ninguna de las categorías habituales que intentan definir y acotar el deseo humano. No son relaciones heterosexuales, ni homosexuales, ni zoofílicas... No sabemos muy bien lo que son, y ahí radica el interés.
También hay, como siempre en Halberstam, una poderosa reflexión sobre el racismo; la idea que se instaura en el siglo xix en cierta literatura romántica y en las ciencias humanas, en el siglo xx, vuelve a situar lo salvaje relacionado con la negritud, con las personas racializadas, con esa especie de llamada y fascinación que atrae a ciertos occidentales. Pero al final la negritud se vuelve a situar, por un lado, dentro de la naturaleza y, por otro lado, fuera de la naturaleza. Hay una tensión en el libro entre la cercanía de lo blanco, lo cis, lo hetero, y la lejanía de las sexualidades raras y de la negritud. En este sentido, es sorprendente el capítulo sombre los zombis, esa especie de personajes que amenazan a la humanidad, esas masas sin rumbo que suponen la muerte social, la violencia sin sentido que cuestiona la propia idea de lo humano.
El libro recorre numerosos espacios de lo salvaje, desde las representaciones de La consagración de la primavera de Stravinsky, los libros sobre monstruos para niños y niñas (Donde viven los monstruos, de Sendak), el canon modernista y otros archivos dispares que hacen de este volumen una especie a su vez un poco salvaje, un poco inclasificable. Merece especial atención la referencia al duro capítulo sobre las mascotas. Halberstam no las considera compañeras en coevolución, tal y como hace Donna Haraway, sino que las interpreta como zombis. En este sentido, Halberstam explica que las mascotas funcionan de manera más similar a los animales criados para la producción de carne, que deben obedecer, renunciar a su naturaleza y estar a nuestra disposición. Las mascotas ya están muertas, en el sentido de que no son independientes de los humanos, a los que están apegadas de manera permanente y fatal.
Fiel a su metodología habitual de libros anteriores, como El arte queer del fracaso, Trans· o Masculinidad femenina, Halberstam no tiene reparos en utilizar la alta y la baja cultura: desde referencias populares como los cuentos infantiles o las películas y series de zombis, hasta el trabajo de artistas y teóricas como Calvin Warren, Saidiya Hartman, Kent Monkman u Hortense Spillers, pasando por la música de Stravinsky, el baile de Nijinsky o escritores como Joseph Conrad. Como indica el subtítulo del libro ("el desorden del deseo"), este viaje caótico por lo salvaje, por sus archivos, por sus feroces rechazos del orden y de la estabilidad, nos recuerda que el deseo humano es diverso, incontrolable, azaroso, y que los intentos académicos, científicos o políticos de regulación de las sexualidades siempre fracasan. Con todo, el libro es hábil al no ofrecernos tampoco una esperanza. Por el contrario, explica que los intentos de idealizar, domesticar o utilizar lo salvaje siempre tienen un trasfondo de incomunicación, como la que vemos en el análisis de la película La vida de Pi entre el joven y el tigre: tras su aventura en el mar, ambos se separan y nada garantiza que haya habido encuentro, cariño o comprensión. Esa hambre feroz, esa búsqueda de un espacio puro y a salvo se desvela inexistente, e incluso la posible comunicación con los animales se muestra como una mera fantasía.
Quizá podemos aprender algo de todo esto: no debemos domesticar ni ser domesticados, debemos pensar políticas más salvajes, más incomprensibles, más azarosas, como esa pérdida del sentido que nos muestra Halberstam, asumiendo precisamente el desorden irreductible del deseo humano. Una política salvaje, sin miedo y sin esperanza.
Javier Sáez del Álamo [email protected]
Sociólogo y traductor
D.O.I.: 10.1344/Lectora2021.27.22
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