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Días de Santiago. Dir. Josué Méndez. Perú, 2004. Dur. 83 min.
Méndez inicia su opera prima con una escena sin palabras, y en blanco y negro. Primer piano de Mari (Alhelí Castillo); se oye el viento y en el trasfondo de la imagen aparece una calle de tierra y algùn automovil. La cámara luego se dirige a Santiago Román (Pietro Sibille, en una actuación digna del recuerdo, ya que da con el registre justo para el personaje), entre compungido e indeciso. Silencio, blanco y negro, incomunicación.
Al participar del juego de re-acomodamiento de piezas que propone esta película, los espectadores comprenderán más adelante esta primera escena: como ex miembro de la Marina del Perú, después de tres años de lucha en la jungla contra los enemigos (los terroristes y los "monos", como se les llama despectivamente a los ecuatorianos), Santiago ha vuelto a Lima intentando recomponer su vida. Pero, si los espectadores necesitan acomodar las piezas de la existencia de Santiago para poder enhebrar el hilo narrativo, el ex combatiente no corre con esa misma suerte. La busqueda de algo que ordene su vida ("sin orden nada existe", se repite el protagonista) choca una y orra vez con las diversas realidades que Io rodean. Ninguna alternativa (su familia; su esposa, sus ex compafieros de guerra; la posibilidad del estudio; la vida social de Lima; su trabajo de taxista) resulta válida. Este degradante proceso implosivo aumenta la tensión hasta llegar ai efecto dramático, si bien ambiguo, del final.
A pesar de su estilo visual directe, neorrealista si se quiere, la narrativa que propone Días de Santiago cuenta de manera poco convencional, en fragmentos, con personajes que aparecen y desaparecen de escena con celeridad, con tomas en blanco y negro y en color y de cámara en mano, con el uso de un narrador en off (el mismo Santiago), todo esto con la intención de comunicar al espectador los múltiples niveles sociales de la vida limeña y la confusión que se adueña paulatinamente del protagonista. Hay una escisión fundamental que...