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Cuando un poeta muere se pierde una parte importante del espíritu colectivo. Los poetas son vigilantes éticos de la sociedad en la que viven; su mirada es un espejo en el que se mira la sociedad, para verse con sus virtudes y sus defectos, para recordar cómo ha sido antes, y soñar cómo quisiera ser.
Ecuador perdió ese espejo y esa mirada en la madrugada del viernes 3 de julio, con la desaparición de su escritor más importante, Jorge Enrique Adoum, quien cuatro días antes acababa de cumplir 83 años. Siguiendo su voluntad, sus cenizas fueron enterradas en las alturas de Quito, en "el vientre oscuro y fresco de una vasija de barro" junto a las de Oswaldo Guayasamín, bajo el frondoso "árbol de la vida", un pino en el jardín del pintor en el barrio Bellavista, a pocos metros de la Capilla del Hombre.
A Eduardo Galeano, un amigo muy próximo de Adoum, a quien le pedí dos líneas, me las envió así: "El Turquito era un placer y un peligro: Un narrador de lengua afilada, temible enemigo, amigo cariñoso, bebedor que sabía beber, amador que sabía encontrarnos. Te extrañamos."
En el entierro se hizo presente Rafael Correa, Presidente de Ecuador, para rendir su homenaje: "Hoy no hemos venido a enterrar a Jorge Enrique sino a consagrarlo (...) el cielo de los poetas recibe a un ilustre caballero ambateño, ecuatoriano y universal que tantos lustros atrás había escrito, 'preguntan de dónde soy y no sé qué responder, de tanto no tener nada no tengo de dónde ser "'.
Poeta, narrador y ensayista, Adoum deja una obra frondosa que ha sido recogida en sus Obras (in) completas publicadas en una bella edición por la Casa de la Cultura Ecuatoriana. En el título, "incompletas" es el término adecuado, pues hasta...