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La atracción que el cine está ejerciendo sobre cada vez más actores es un fenómeno que se debe a motivos materiales y psicológicos. El cine resucita el impulso primitivo de la representación: el actor encuentra en este terreno la posibilidad de desenmascararse ante el público, de actuar sin preparación alguna. El cine lo devuelve a los orígenes de su arte, lo reduce al cuerpo.
Bajo la hegemonía del naturalismo, el teatro y el cine no podían darse la mano. Un arte que se valoraba en función de su veracidad, de su verosimilitud y de su parecido con la realidad, fracasaba ante la imagen del arte escénico. El cine era una equivocación. La carrera entre lo argumental y la autenticidad acabó con la victoria de lo primero. Como por aquel entonces se desconocían las particularidades de la interpretación cinematográfica, pero lo que resultaba évidente era que el cine se hallaba en desventaja, no se dudó en llevar adelante una idea que supuestamente haría de la naturalidad algo atractivo; a saber, convertir los hechos cotidianos en un material sensacional e interesante desde el punto de vista psicológico. Menuda falsedad. El cine se orientó hacia la palabra (una palabra omitida) e hizo que la interpretación cinematográfica pudiese definirse como "habla muda".
El cine se halla hoy en día ante una nueva y transformadora perspectiva de cambio que no es mérito exclusive del avance de sus medios técnicos, del conocimiento de sus condiciones. El desarrollo empezó a ser posible cuando se apoderó de la escena un arte de la interpretatión que nacia de un nuevo sentido del cuerpo; un arte concentrado, articulado y obsesionado por su propio ritmo. A mi juicio, la era de las grandes figuras de la representatión ha vuelto a florecer. Con Matkowsky como pionero, suben al poder la efectividad interpretativa, la fantasía revolucionaria e inconformista y la genialidad transformadora. No obstante, el nuevo actor trae incorporada la ley de su propio equilibrio. El ademán tiene cabida, pero la fuerza motriz de las extremidades se somete a la mesura que impone la intensidad ritmica. La expresión se convierte en máscara, pero la energía del alma la hace, por encima de toda naturalidad, vivaz y aterradora. Así pues, el cine tendrá futuro no porque realiza avances...