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I
Si uno ha de identificar la contribución central de los paradigmas reunidos bajo Ia égida de los estudios culturales latinoamericanos, es posible que ésta radique en su capacidad de dar cuenta de Ia gran variedad de subjetividades históricas y emergentes que operan a Io largo y ancho de nuestra América. Frente los designios homogeneizadores del sincretismo y los mestizajes, los estudios culturales pusieron en Ia mira un conjunto amplio de subjetividades culturales marginalizada por las largas tradiciones de colonialidad, nacionalismo y patriarcalismo que definieron las prácticas socioculturales del continente desde el momento mismo de Ia llegada de los españoles. Hoy en día, unas tres o cuatro décadas después de que figuras como Roberto Fernández Retamar, Ángel Rama, Antonio Cornejo Polar o Aníbal Quijano comenzaran a poner el dedo en el renglón respecto a las formas de cuestionar las prescripciones nacionalistas y regionalistas de Ia tradición liberal, resulta imposible hablar de Nuestra América sin tomar en cuenta Ia plétora de subjetividades indígenas, orientaciones sexuales y (contra)culturas populares y juveniles que trazan cartografías diarias de las formas de vida en Ia región.
En buena medida, este legado crítico fue resultado de un giro humanista articulado a Io largo y ancho del continente, giro que tuvo lugar en Ia primera mitad del siglo XX y cuyo eje de reflexión fue Ia toma de conciencia del sujeto americano respecto a su conciencia en Ia historia. Los trabajos de figuras como Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña, Leopoldo Zea, José Vasconcelos, Gilberto Freyre, Mariano Picón Salas y muchos otros, pese a sus obvias diferencias, compartieron su articulación a distintas formas del humanismo, así como su utilización de estas tradiciones en Ia tarea común de reivindicar Ia historicidad y cultura de América a contrapelo del eurocentrismo y la colonialidad. El ingreso del discurso calibanesco a las ideología del latinoamericanismo tuvo que ver no sólo con los anticolonialismos de los años sesenta, sino también con las deudas que el trabajo de Fernández Retamar tuvo con la utopía ateniense de Rodó y la homonoia de Alfonso Reyes. Sin la profunda reflexión del sujeto americano como sujeto universal de la cultura, el camino hacia la reivindicación de las poblaciones culturales latinoamericanas hubiera sido, sin duda, más tortuoso.
El fin del humanismo es un cantar...