Héctor Abad Faciolince, El olvido que seremos, Alfaguara, Madrid, 2017, 288 pp., ISBN: 978-84-204-2640-2.
Con Héctor Abad Faciolince me sucedió algo parecido a lo que Vargas Llosa refiere en su artículo ?La amistad y los libros?, publicado en el diario El País en febrero de 2010: yo también sentí el vivo deseo de conocer personalmente al escritor colombiano. Ya me atrajo su figura cuando mi profesor de Literatura Hispanoamericana en la Facultad, docente que reunía como pocos erudición, pasión literaria y capacidad para transmitirla, nos habló de la novelización de la historia del padre de Héctor, asesinado por un sicario. Pero no me decidí a leer El olvido que seremos hasta que tiempo después vi una entrevista que le hicieron en televisión cuando vino a Madrid con motivo de la reedición de su novela. En ese momento brotó en mí una sincera simpatía por el autor de Angosta y Traiciones de la memoria impulsada por la naturalidad y la franqueza de sus gestos, el sosiego y la humildad que desprendían su presencia y su palabra llana colmada de sensatez, virtudes que se proyectan en su obra, que pronto se convirtió en una de mis mejores experiencias recientes como lectora.
El olvido que seremos es una de esas novelas que le devuelven al lector la confianza en la humanidad y en el arte, y que pasan a convertirse en su asilo espiritual en tiempos de contrariedades. En medio de la vorágine postmoderna en la que vivimos actualmente, la autenticidad de sus páginas, que encierran unos valores universales, nos aporta una certidumbre a la que nos asimos con vehemencia. con esta novela, una tiene la sensación de tocar algo sólido: el amor y la educación en las relaciones paterno-filiales, el desgarro de la muerte, la cohesión familiar, la injusticia clamorosa, el pasado siempre presente, el canto a la vida, el progreso social e intelectual, la defensa de los derechos, la violencia política, el dolor convertido en materia estética, la literatura como última palabra. El olvido que seremos es, como las grandes obras literarias, muchas cosas a la vez.
Reeditada en septiembre de 2017 por Alfaguara, alcanza un lugar privilegiado en la corriente de obras que, hasta hoy, han venido siendo testimonio de esta nuestra eterna lucha entre la razón ilustrada y la barbarie, entre los ideales democráticos y el fanatismo obsceno, entre la limpidez de la palabra franca y la oscuridad de la sangre derramada por el plomo. Si la dilatada obra social y política que Héctor Abad Gómez llevó a cabo durante más de cuarenta años en el campo de la salud pública y derechos humanos -tan solo interrumpida, primero, por períodos de exilio forzado al extranjero y, finalmente, por la ola de violencia que lo abatió junto a tantos otros- ha sido reconocida por la valentía, la ilusión (acaso teñida de cierta ingenuidad, característica de los pensadores idealistas) y el empeño que evidenciaron, no es menor el coraje y el valor que demuestran la obra literaria llevada a cabo por su hijo.
Los materiales de la novela han madurado durante veinte años a la espera de encauzarse en el tono y la forma idóneos, depurados de cualquier sentimentalismo. El elaborado proceso de selección de recuerdos, rescatados meticulosamente de la memoria personal e histórica y entretejidos a través de una prosa diáfana y sincera -no por ello menos conmovedora-, da como resultado un mapa preciso de las circunstancias vitales, políticas y sociales de Colombia en la segunda mitad del siglo XX. Mapa en el que, por otra parte, queda desterrado cualquier tipo de maniqueísmo o visión fragmentaria de la realidad, mostrándose esta en toda su complejidad al más puro estilo cervantino.
No hay heroísmo sin ciertas dosis de temeridad, ni accesos de valentía sin momentos de flaqueza, excelencia sin puntas de fracaso o dicha sin dolor. En ese sentido, son representativas las reflexiones del autor acerca de algunas anécdotas de su infancia, como cuando la risa y el llanto se confundieron en él al precipitarse fuera del coche en el que su padre lo llevaba a conocer a su nuevo caballo. En un rápido y mal calculado movimiento, se pilló los dedos con la puerta del vehículo: ?Me reía y lloraba al mismo tiempo. Tal vez por esa experiencia en que la dicha se teñía de repente de dolor, yo ya debía haber entendido, repito, que nuestra felicidad está siempre en un equilibrio peligroso, inestable, a punto de resbalar por un precipicio de desolación.? (2017: 171). La sobriedad del lenguaje y el intimismo con que retrata la posterior enfermedad y muerte de su hermana Marta, la trayectoria dramática desde una vida exultante que acaba de florecer y que, por un siniestro desvío, comienza a apagarse ante la mirada atormentada de unos padres impotentes, agigantan las dimensiones de la tragedia y, al mismo tiempo, la hacen terriblemente cercana, irremediablemente humana. La novela supone una lección de vida constante. No hace concesiones, de ahí que convenga destacar la valentía del autor (a pesar de que se refiera a sí mismo como ?un cobarde con nombre de valiente?, citando a Quevedo) a la hora de relatar episodios tan dolorosos e íntimos con el necesario aplomo, prudencia y sensatez como para observar los hechos desde la distancia y saber situarlos en su lugar correspondiente.
Como ya hemos anticipado, la novela está compuesta por una serie de relatos anecdóticos, diálogos, escenas y recuerdos dispuestos cronológicamente, aunque salpicados de recurrentes prolepsis o anticipaciones de la muerte del padre, como también de las oportunas reflexiones que el autor hace desde el presente. El lector es testigo de cómo los acontecimientos se precipitan hacia el desenlace fatal sin que nadie pueda hacer nada por evitarlo. Con sinceridad desnuda, el narrador confiesa la imposible expiación de su culpa, ya que no impidió esta muerte anunciada cuando todavía estaba a tiempo de hacerlo.
El que fuera fundador de la Escuela Nacional de Salud Pública (hoy Facultad Nacional de Salud Pública Héctor Abad Gómez de la Universidad de Antioquía) y catedrático de la misma -entre muchos otros cargos-, comenzó a ganarse enemistades entre la clase alta y más conservadora del país desde que impulsara, en los años sesenta y setenta, múltiples reformas sanitarias y campañas de vacunación e higiene entre los grupos sociales más desfavorecidos, con vistas a prevenir enfermedades infecciosas fácilmente evitables y que, sin embargo, constituían la principal causa de muerte de la población en esa época. La nueva enfermedad a la que tuvo que enfrentarse en la década siguiente, mucho más virulenta, fue la de la violencia. Fue entonces cuando su activismo político y social se incrementó considerablemente: fue diputado de la Asamblea de Antioquía y representante de la Cámara por el Partido Liberal, presidente del Comité para la defensa de los Derechos Humanos de Antioquía, presidente de la Asamblea de Profesores de la Universidad, etc., cargos desde los que denunció los continuos abusos y, más adelante, asesinatos de estudiantes, profesores, políticos de izquierdas y demás opositores del Gobierno. Los paramilitares fueron el brazo ejecutor de esta represalia feroz, con Carlos Castaño a la cabeza, quien años después publicaría un libro donde confesaba, explicaba y justificaba esos actos macabros de limpieza nacional.
A pesar de todo, no hay inflexiones en la voz del narrador que revelen una voluntad de venganza, como tampoco acusaciones arbitrarias que desvíen el relato de la senda de la ecuanimidad, la lucidez y la elegancia. No es el Hamlet vengador el modelo que el autor tiene en mente a la hora de escribir el testimonio de la vida y muerte de su padre, sino Jorge Manrique, cuyas coplas aparecen al final de la obra. Un relato resentido y pasional hubiera perdido toda eficacia narrativa y, además, hubiera estado en disonancia con las enseñanzas y la trayectoria vital del personaje homenajeado. Aunque su posicionamiento en contra de los poderosos le impidiera condenar suficientemente los excesos de las guerrillas, Héctor Abad Gómez siempre militó a favor de un pacifismo sacrificado (sobre todo a partir de la muerte de su hija Marta) y en defensa de la educación y la palabra: ?[...] de mi papá aprendí algo que los asesinos no saben hacer: a poner en palabras la verdad, para que esta dure más que su mentira.? (2017: 300). Así, El olvido que seremos viene a cerrar la obra del médico y defensor de derechos humanos colombiano que, de otra forma, habría quedado inconclusa, y al mismo tiempo la dota de trascendencia, la rescata para siempre del olvido.
Si por algo destaca esta novela frente al resto de obras que, como decíamos al principio, reflejan esa difícil, peligrosa pero constante pugna del hombre por salir de las cavernas de la brutalidad y la cerrazón es por la visión esperanzada y de fe en el ser humano que finalmente predomina sobre el drama del desenlace, y esto es así gracias a la fuerza que desprende el ejemplo de la figura paterna. Esa visión confiada es, además, la que del mundo y de los hombres sostuvo Héctor Abad Gómez toda su vida, y la que el autor, su hijo, ha sabido reflejar con maestría, no porque la comparta - en más de una ocasión ha confesado su mayor tendencia al pesimismosino porque fue firme depositario de ella desde sus más tiernos años. Cabe pensar que es ese empuje vital paterno el que aún hoy le insufla el coraje necesario para seguir declarando la verdad y para seguir escribiendo.
Existe, además, una segunda fuerza de poderosa atracción en esta novela y es que la pieza subvierte la tradición latinoamericana que literaturiza la figura de los grandes patriarcas autoritarios, represores y sanguinarios. La novela de dictador constituye un subgénero narrativo con múltiples variantes y con una extensión geográfica y temporal verdaderamente notables. Se acepta que se constituye como tal alrededor de los años cincuenta con obras como El señor presidente de Miguel Ángel Asturias, Pedro Páramo de Juan Rulfo, El reino de este mundo de Alejo Carpentier o Hijo de hombre de Roa Bastos. Sin embargo, el germen de la novela ya aparece en obras de finales del siglo XIX como El matadero de Echeverría, Facundo de D.F. Sarmiento o Amalia de José Mármol, y continúa a lo largo del siglo pasado hasta los años ochenta. Tenemos que esperar al cambio de milenio para encontrarnos con una obra como la de Abad Faciolince, concebida en torno a la figura de un hombre que representó el ideal de paternidad en grado sumo, no solo para su familia sino para la comunidad en la que vivía. Héctor Abad Gómez se hace con el reconocimiento de patriarca profesando cariño hacia sus hijos y solidaridad hacia sus semejantes. Es un hombre de talante jovial y cercano al que gusta rodearse de la juventud, cantar tangos, componer poemas y plantar rosas. Ríe cuando está alegre y llora si se siente abatido. Es confiado y optimista, de un idealismo ferviente (?cristiano en religión, marxista en economía y liberal en política?) y con una facultad pasmosa para granjearse tan gran número de amistades como de enemistades.
La novela no solo transgrede la figura del padre y del patriarca latinoamericano, en estrecha relación con el tirano y el dictador, sino también el de la tradición europea. Desde los orígenes clásicos, con Ulises o Agamenón, el patriarca es aquel que hace la guerra, el que representa a la patria, y el que impone y dispone a voluntad propia sobre la vida de la familia y de la comunidad, a las que supuestamente protege. La figura paterna ha gozado de una representación artística prolífica que la ha colmado semánticamente hasta convertirla en un símbolo de autoridad, respeto y protección, como también de imposición y violencia. En Carta al padre, Kafka recrea el carácter dominante de su padre y su método educativo, que alimenta el miedo, el sentimiento de culpa y de inferioridad. Frente a la tiranía y la violencia psicológica de esta figura paterna, aparece la del progenitor amoroso y entregado. La carta que Héctor Abad Gómez dirige a su hijo que, lleno de inseguridades, se pregunta por el futuro y por la conveniencia de abandonar una carrera que no le satisface y volver a Colombia, se sitúa en las antípodas de la epístola anterior y proclama un humanismo universal. Reproduzco un fragmento:
Mi adorado hijo: eso de las depresiones a tu edad es como más común de lo que parece. Yo recuerdo una muy fuerte en Minneapolis, Minnesota, cuando tenía unos veintiséis años y estuve a punto de quitarme la vida. Creo que el invierno, el frío, la falta de sol, para nosotros, seres tropicales, es un factor desencadenante. Y para decirte la verdad, eso de que de pronto desempaques aquí con tus maletas y dispuesto a enviar todo lo europeo para un carajo nos pone a tu mamá y a mí en el colmo de la felicidad. Tú tienes más que ganado lo equivalente a cualquier "título" universitario y tu tiempo lo has empleado tan bien en formarte cultural y personalmente que si te aburres en la universidad es apenas natural. Cualquier cosa que tú hagas de aquí en adelante, si escribes o no escribes, si te titulas o no te titulas, si trabajas en la empresa de tu mamá, o en El Mundo o en La Inés, o dando clases en un colegio de secundaria, o dictando conferencias como Estanislao Zuleta, o como psicoanalista de tus padres, hermanos y parientes, o siendo simplemente Héctor Abad Faciolince, estará bien; lo que importa es que no vayas a dejar de ser lo que has sido hasta ahora, una persona, que simplemente por el hecho de ser como es, no por lo que escriba o no escriba, o porque brille o porque figure, sino porque es como es, se ha ganado el cariño, el respeto, la aceptación, la confianza, el amor, de una gran mayoría de los que te conocen. [...]. Qué más da lo que crean de ti, qué más da el oropel, para los que sabemos quién eres tú (2017: 297-298).
De la ruptura, del extrañamiento con respecto a lo anterior, surge sin duda el valor y el atractivo de la escritura del colombiano. Abad Faciolince abre una veda lejos de la violencia del cacique destructor de Pedro Páramo, de la educación represora y violenta de La ciudad y los perros o Los ríos profundos, del maltrato físico y el machismo de textos como La mujer de Juan Bosch, o de la felonía de quien vende a su propia hija a cambio de poder como en La fiesta del chivo.
En otro orden de cosas, El olvido que seremos no solo supone una novedad en cuanto al motivo del padre, sino también en cuanto a las formas, ya que se instala en el intersticio de géneros desechados generalmente por el canon. Es una autoficción y el testimonio de una época; un diario a la búsqueda de la identidad, una autobiografía novelada; es literatura de la memoria con fragmentos de reflexión existencial y un collage de recuerdos hecho poesía. Puede que lo más acertado sea adoptar el criterio del propio autor y catalogar la obra como perteneciente al género epistolar, situándola así en la tradición de las cartas paterno-filiales y, dentro de ella, con cierto paralelismo a las Coplas a la muerte de su padre de Jorge Manrique. El olvido que seremos es, después de todo, ?la carta a una sombra?: una carta en la que prima ante todo la voluntad de comunicación con el padre, una comunicación póstuma, transportada por el anhelo, soñada si se quiere, pero grávida de sentido y emoción. Aquí se revela con fuerza la íntima naturaleza de la escritura, que, como afirma Salvador Pániker, no surge de cara al público sino por sí misma ?como ejercicio para tenerse en pie, como terapia cognitiva? (2015: 55). El olvido que seremos se convierte, así, en una metáfora muy pertinente de lo que el ejercicio de la literatura implica: un diálogo con los otros que encubre y justifica el diálogo con nosotros mismos.
Irene Sánchez Sempere
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Héctor Abad Faciolince, El olvido que seremos, Alfaguara, Madrid, 2017, ISBN 97884-204-2640-2
Salvador Pániker: Variaciones 95, Literatura Random House, Barcelona, 2015.
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Abstract
En medio de la vorágine postmoderna en la que vivimos actualmente, la autenticidad de sus páginas, que encierran unos valores universales, nos aporta una certidumbre a la que nos asimos con vehemencia. con esta novela, una tiene la sensación de tocar algo sólido: el amor y la educación en las relaciones paterno-filiales, el desgarro de la muerte, la cohesión familiar, la injusticia clamorosa, el pasado siempre presente, el canto a la vida, el progreso social e intelectual, la defensa de los derechos, la violencia política, el dolor convertido en materia estética, la literatura como última palabra. El que fuera fundador de la Escuela Nacional de Salud Pública (hoy Facultad Nacional de Salud Pública Héctor Abad Gómez de la Universidad de Antioquía) y catedrático de la misma -entre muchos otros cargos-, comenzó a ganarse enemistades entre la clase alta y más conservadora del país desde que impulsara, en los años sesenta y setenta, múltiples reformas sanitarias y campañas de vacunación e higiene entre los grupos sociales más desfavorecidos, con vistas a prevenir enfermedades infecciosas fácilmente evitables y que, sin embargo, constituían la principal causa de muerte de la población en esa época. Cualquier cosa que tú hagas de aquí en adelante, si escribes o no escribes, si te titulas o no te titulas, si trabajas en la empresa de tu mamá, o en El Mundo o en La Inés, o dando clases en un colegio de secundaria, o dictando conferencias como Estanislao Zuleta, o como psicoanalista de tus padres, hermanos y parientes, o siendo simplemente Héctor Abad Faciolince, estará bien; lo que importa es que no vayas a dejar de ser lo que has sido hasta ahora, una persona, que simplemente por el hecho de ser como es, no por lo que escriba o no escriba, o porque brille o porque figure, sino porque es como es, se ha ganado el cariño, el respeto, la aceptación, la confianza, el amor, de una gran mayoría de los que te conocen. [...] Irene Sánchez Sempere REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS Héctor Abad Faciolince, El olvido que seremos, Alfaguara, Madrid, 2017, ISBN 97884-204-2640-2 Salvador Pániker: Variaciones 95, Literatura Random House, Barcelona, 2015.
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