Resumen: reúno el texto de El señor delfín, una historia que pertenece a mi espectáculo Algunos recuerdos, algunas historias, y unos comentarios sobre la forma de crear el cuento y de recrearlo cada vez que lo narro.
Abstract: In this work, I go through the text of El señor delfín, a story that belongs to my show: Algunos recuerdos, algunas historias, and add some comments, on both how I create the story, and how I recreate it every time I tell it.
Palabras clave: Historia. Texto. Escucha. Evocación.
Key words: Story. Text. Listening. Evocation.
1. LA HISTORIA
Un año, allá por los 70, Beatriz, la maestra de la escuela pública del barrio de Chacarita, decidió llevar a sus hijos de vacaciones a un lugar con mar. Su marido estuvo de acuerdo, a ambos les hacía particular ilusión escuchar lo que diría su hija pequeña al ver aquella inmensidad de agua salada.
Beatriz y Alberto tenían dos niños y una niña, el mayor de 6 años, el del medio de 5 y poco y la pequeña de tres años y medio para cuatro, cuando pasara el medio año que faltaba se cumpliría después de las vacaciones. Los mayores nunca había ido de vacaciones al mar, bueno en realidad esa familia nunca había ido de vacaciones a ningún lugar... ni al mar, ni a la montaña, ni una laguna. Durante las vacaciones visitaban a la familia o se quedaban unos cuantos días en casa de algún pariente que tuviera niños pequeños, o iban al cine algún día de lluvia, o simplemente salían a jugar con sus amigos del barrio, después de la hora de la siesta, ese momento del día en que debían quedarse quietos y en silencio y que algunas veces, cuando el calor no era insoportable, lograban incluso dormir un poco.
Pero aquel verano esta familia iría de vacaciones a un lugar pequeño, de esos que tiene como mayor atractivo la playa y el mar.
Como Alberto estaba sin trabajo, Beatriz estaba trabajando doble turno como maestra, por la tarde-noche daba clases en una escuela para adultos y los sábados por la mañana tenía algún que otro alumno particular en su propia casa, mientras ayudaba a sus propios hijos a hacer los deberes para el lunes.
Ese invierno ahorraron todo lo que pudieron. No se compraron tantas golosinas, la merienda era pan con mantequilla, en lugar de galletas variadas y aprovecharon la ropa hasta sus últimas consecuencias. Pero a la menor queja recordaban que ese verano irían de vacaciones, y la ilusión del sol en la playa, el movimiento de las olas y la increíble sensación de los pies en la arena despejaba las quejas.
El tiempo fue pasando y llegó el verano. Y un 15 de enero a las 7 de la mañana Beatriz y sus tres hijos subieron el tren. Alberto no pudo ir, hacía poco que había comenzado a trabajar en una fábrica y no le daban vacaciones todavía.
Beatriz y sus hijos asomados a la ventanilla vieron cómo se alejaba el andén donde Alberto los despedía agitando un pañuelo blanco.
Beatriz acomodó las bolsas que llevaban con la ropa para la semana que estarían de vacaciones, y se sentaron cada uno en su asiento que quedaban enfrentados, se miraron y sonrieron nerviosos por la aventura que les esperaba.
El mayor de los hijos no soltaba la bolsa de plástico en la que llevaba los juguetes para la playa, los había ido juntando desde el momento que decidieron aquellas vacaciones.
Eran unos moldes para hacer gelatina que venía de regalo con las cajas de oferta. Dos cabezas de Pato Donals color amarillo, una oruga azul y otra rosa, y entre otras formas indescriptibles un molde de estrella de sheriffo de mar, en realidad el molde traía una rebarba que hacía un círculo plano en cada una de las puntas dando el aspecto de estrella de sheriff, pero que al rellenar quedaban vacías y al desmoldar aquello quedaba una estrella de mar, es decir sin aquellos círculos en las puntas.
El del medio no quitaba la vista del termo con té que le había tocado llevar. En aquella época los trenes no tenía aire acondicionado, ni bar y era costumbre llevar un termo con té por si alguien se descomponía durante el viaje y algunos bocadillos y fruta por si el hambre se hacía presente.
El viaje de aquel tren duraba un mínimo de siete horas y media, aunque esta duración nunca era la real y todos lo sabían, menos Beatriz y sus hijos que era la primera vez que realizaban ese viaje. La duración del viaje dependía de la presencia de los guarda-barreras, que algunas veces no estaban en su puesto cuando tenían que bajar la barrera para interrumpir el paso de los coches y dar vía libre al tren para que siga su recorrido y fundamentalmente de las vacas. El tren atravesaba el campo y a un lado y otro de las vías había vacas, que cruzaban las vías sin esperar la señal del guarda-barreras y sin asustarse del pitido del tren al que estaba acostumbradas, Muchas veces el tren debía detener su marcha por la presencia de una vaca que se encontraba parada en el medio de las vías mirando con curiosidad aquella mole metálica, seguramente pensando que animal sería y porque aquel especie de insecto enorme tan parecido a un ciempiés hacía ese ruido tan fuerte. Cuando la vaca se quitaba de las vías, seguramente para comentar con otras vacas lo que había visto, el tren continuaba su camino, sin poder recuperar el tiempo perdido.
Aquel día las vacas estaban particularmente curiosas y el viaje se retrasó muchas horas y la gente desesperada se preguntaba cuánto más tardarían en llegar, mientras acababan las últimas provisiones que habían llevado para el viaje.
Después de unas trece horas de viaje llegaron a aquel pueblo, casi sobre la hora del atardecer.
Beatriz y sus hijos decidieron ir directamente a ver el mar antes de pasar por el hotel donde dormirían esa semana, los niños estaban ansiosos por jugar en la arena y Beatriz estaba ansiosa por escuchar las primeras palabras que diría su niña al ver el mar.
Llegaron a la costa y el mayor de los niños bajó inmediatamente por entre las rocas, mientras el del medio trataba de dejar el termo sobre las rocas. La tarea no era sencilla, el termo tiene una base circular rígida que requiere de una superficie de igual o mayor tamaño, preferentemente paralela al horizonte para asegurarse que el termo mantendrá el equilibrio. Después de un buen rato el del medio logró dejar de pie el termo on the rocks y pudo bajar a jugar con su hermano en la arena.
Mientras tanto Beatriz había puesto de pie a su hija sobre una roca, tarea mucho más sencilla que la del termo ya que la niña tiene una doble base flexible que se adapta con mayor facilidad que el termo a las formas irregulares de la roca, además que Beatriz no la soltaría en ningún momento y estaría lo más cerca posible de su niña para escuchar aquella exclamación tan esperada.
Los niños jugaban con los moldecitos en la arena, Beatriz observaba ansiosamente a su niña y ésta no quitaba la vista de la inmensidad del mar, moviendo de vez en cuando sus ojos para seguir el recorrido de las olas, sonriendo cuando alguna gota de agua le salpicaba y con la boca abierta pero sin decir absolutamente nada, ninguna palabra salía de su boca, parecía que aquello le había dejado muda. Pero Beatriz no estaba dispuesta a abandonar aquel lugar sin la que niña dijese algo, así que cada tanto le apretaba fuerte, pensando que las palabras podía estar atascadas por debajo del diafragma y que ella les ayudaría a liberarse.
El sol caía a sus espaldas, entre los árboles y las casas del pueblo, generando unas sombras extrañas sobre la arena que dejaban aún más muda a la niña y quizás algo asustada.
De pronto Beatriz miró a la niña y preguntó - ¿Y?
Y la niña, sin quitar su mirada del mar dijo - Mamá ¿quién lo llenó?
En ese momento la que quedó muda fue Beatriz, que no sabía si comenzar desde el principio de los tiempos y hablar de Dios y la creación del mundo o del Big Bang, o explicar que la naturaleza encierra misterios que no tienen explicación, o dar una de esas respuestas repentinas que luego llevan a otras y éstas a otras. Ante la idea de pasar los días y las preguntas allí inmóviles mirando el mar sin haber pasado ni un instante por el hotel, Beatriz decidió cambiar de tema, comentó que ya era tarde, que se haría de noche, que tenían que irse a dormir para estar descansados al día siguiente y llamó a sus hijos. El mayor guardó los juguetes y algo de arena en la bolsa y el del medio trepó por entre las rocas para recuperar el termo con té que tenía bajo su custodia.
Ya salían las primeras estrellas mientras ellos caminaban por la calle principal del pueblo que los llevaba hasta el hotel.
A partir del día siguiente pasaban todo el día en la playa, sobre las lonas que ellos habían llevado y bajo una sombrilla de alquiler.
Jugaban con la arena, se bañaban en el mar y comían bocadillos que preparaban a la hora del medio día debajo de la sombrilla.
Para los bocadillos llevaban chorizo o salchichón, queso y pan. Cortaban el pan con una navajita que les había dejado Alberto y allí empezaba el armado, primero el chorizo, luego el queso y en el momento de poner la otra tapa de pan solía venir la brisa y con ella la arena que quedaba pegada al queso. Entonces se miraban los unos a los otros y algunas veces decidían lavar las lonchas de queso en el mar, y esos días comían el bocadillo sin arena pero mucho más salado.
Por la tarde, cuando comenzaba a caer el sol y la niña recordaba la pregunta, volvían al hotel. Se duchaban, se ponían la ropa de salir y daban un paseo por la calle principal del pueblo, miraban escaparates y al final del paseo, antes de volver para cenar en la habitación algo de fruta que compraban, daban una vueltas en la calesita (tío vivo) de la plaza principal del pueblo.
Así iban pasando los días, pero un mañana al levantarse vieron que el cielo estaba bastante cargado de nubes y escucharon una voz que entraba por la ventana:
VISITE EL ACUARIO DEL PUEBLO DE AL LADO -decía la voz que entraba por la ventana- A CADA HORA SALE UN AUTOBÚS QUE LO LLEVA AL MEJOR ACUARIO DE LA ZONA... PECES, TORTUGAS, DELFINES Y FOCAS LE ESTÁN ESPERANDO PARA HACER LA DELICIA DE LOS PEQUEÑOS Y SORPRENDER A LOS MAYORES.
Beatriz no se pudo negar a la insistencia de sus hijos, ellos nunca habían visto peces, sólo habían visto pescados en el mercado de los jueves del barrio y jamás volverían a tener una oportunidad igual.
El del medio estaba encantado porque decidieron no llevar el termo y el tendría las manos libres para poder tocar a las focas y delfines.
El Acuario era una gran carpa como de circo. En el perímetro interior había unas columnas de yeso que sostenían unas peceras con peces de colores que como explicaba el guía eran cambiados según la posición que tuvieran, mientras se movían sumergidos en el agua los dejaban allí e incluso les daban de comer, pero cuando se quedaban inmóviles sobre la superficie del agua de la pecera los quitaban y los devolvían al mar, ya que daban por hecho que estaban cansados y necesitaban volver a su hábitat natural. Entonces ponían otros peces que no estuvieran tan cansados, es por eso que era mejor no prestar particular atención a los carteles indicadores de las peceras, ya que si no conseguían fácilmente otros de la misma especie y ocupaban la pecera con peces de otras especies. Pero que como los carteles indicadores eran tan bonitos y quien los había pintado ya no vivía en el pueblo preferían mantener esos para no estropear la belleza del lugar.
En el medio de aquella belleza había una especie de piscina redonda de poco diámetro y mucha profundidad en la que había un delfín (en la promoción anunciaban delfines porque el cartel indicador decía zona de delfines aunque hubiera solo uno. Y ya se sabe lo del hombre que pintaba los carteles). El delfín salía del agua hacia arriba, dada un giro en el aire sobre su eje y volvía a entrar nuevamente en el agua primero la cola, luego el resto del cuerpo. El diámetro de la piscina no le permitía realizar otro tipo de saltos. En los alrededores de la piscina había una foca que andaba por allí jugando con una pelota de colorines, dando palmadas con sus aletas y haciendo esos sonidos guturales que hacen las focas, mientras que esperaba que el delfín decidiera algún día no dar tantos saltos y poder meterse en la piscina sin peligro de que el delfín la desnucara.
Antes de abandonar el acuario el guía recomendaba no dejar de ver a la tortuga. Una tortuga de agua o de tierra que estaba dentro de una palangana apenas superior en diámetro que la caparazón de la tortuga y medio llena o medio vacía de agua, lo que permitía al animal si era de agua sumergir su cabeza en la materia líquida y si era de tierra dejar la cabeza fuera del líquido contenido y respirar aire puro.
Volvieron al hotel encantados con lo visto y bastante mojados, bajo la promesa de Beatriz de volver algún otro día, si el mal tiempo no les permitía ir a la playa.
Pero los pocos días que quedaba fueron estupendos y no hubo ninguna necesidad de volver al acuario. Los niños olvidaron la promesa gracias al sol y a la ausencia de la voz que anunciaba la excursión...
Llegó el último día y antes de ir para la estación pasaron rápidamente por la playa para despedirse del mar, sin que diera tiempo a bajar a jugar con los juguetes, sin que hubiera necesidad de dejar el termo sobre las rocas y fundamentalmente evitando que la niña recordara la pregunta del primer día.
Llegaron a la estación y el tren los esperaba ansioso por emprender la aventura del viaje, sin saber cuándo llegarían a la estación de fin de trayecto, porque hay que reconocer que las vacas son impredecibles.
Mientras Beatriz ponía las bolsas en el portaequipaje, los niños se sentaron del lado de la ventana, y la niña en el pasillo del vagón, no quería sentarse en el asiento, prefería el suelo como en la playa.
La gente que subía al ten tenía que esquivar a la niña, algunos acariciaban su cabeza (la de la niña) y decía cosas como qué guapa o qué simpática, otros pateaban sutilmente a la niña que se quejaba y entonces comentaban: ¿dónde estará la madre de esta niña tan simpática que está aquí interrumpiendo el paso?
Una vez que todos estuvieran en sus asientos, el tren emprendió el viaje.
Algunos miraban por la ventanilla con nostalgia de lo que habían dejado atrás, otros leían algún libro o una revista, otros comían el último bocadillo hecho en aquel pueblo que seguramente todavía sabía a mar y otros dormían.
El mayor de los hijos de Beatriz miraba por la ventanilla mientras apretaba fuerte la bolsa con los juguetes acompañados de algo de arena que él mismo había recolectado. El niño pensaba que si donde hay arena hay mar, al llegar a su casa él desparramaría la arena por el suelo de su habitación y al abrir el armario, el mar, que siempre estuvo allí guardado a la espera de la arena, saldría sin pensarlo dos veces y su habitación sería como aquella playa en la que habían pasado esa semana, y sus amigos podrían ir a jugar a su habitación y chapotear en el mar.
El del medio miraba fijo el termo con té que había que tenido que proteger durante las vacaciones, algunas veces lleno de té y otras de agua bien fría para llevar a la playa y evitar los golpes de calor.
La pequeña, sentada en el pasillo del vagón, jugaba con una muñequita de caracolas que su madre le había comprado. La muñeca estaba hecha con unas cuantas caracolas del mismo tamaño, enhebradas en una goma que remataban en una caracola de mayor tamaño con una cara dibujada, lo que le daba calidad de muñeca. En la tienda había otras que además tenían brazos y piernas u otras que incluso tenían una caracola central mucho más grande a modo de vestido, pero habían comprado la más económica y la más flexible, con esto de flexible fue el argumento con el que convenció a su hija para que la escogiera.
Con las otras más rígidas no se puede jugar -dijo Beatriz a modo de sentencia buscando con su mirada la complicidad de la vendedora de la tienda-, las otras son sólo para poner de adorno encima de la televisión y en casa no tenemos televisión.
De pronto Beatriz vio a la niña estirando la goma de la muñeca hasta su grado máximo de elasticidad y le dijo -No juegues así con la muñeca que se puede romper la goma y le puedes quitar el ojo a algún pasajero.
Una de las mujeres que estaba sentada del otro lado de la niña le dijo a Beatriz-Déjela que juegue como quiera. ¿Para qué le compró la muñeca a la niña si no la va a dejar jugar a su gusto?
La mujer que estaba sentada a su lado, que por el parecido seguro que era su hermana, le dio un codazo suave pero contundente en las costillas bajas como diciendo: «No te metas donde no te llaman que ya sabes lo que pasa luego».
El señor que estaba sentado en uno de los asientos del medio del vagón, en el lugar exacto para que la goma de la muñeca de la niña le diera sobre su ojo, dijo (mientras mostraba algunos moretones que tenía en su cuerpo) -Es verdad que se puede romper esa muñeca y la goma me sacaría el ojo a mí, que parece que estoy predestinado a sufrir las consecuencias de las distracciones de los padres o el salvajismo propio de los niños.
Haberse sentado de este lado del pasillo -dijo otro hombre a quien no le daría la goma de la muñeca, pero le daba todo el sol que entraba por la ventanilla- tiene sombra pero peligra su ojo. ¿Qué quiere? Todo no se puede.
Esto desencadenó una discusión entre los pasajeros sobre si la niña podía o no jugar con la muñeca.
En esas estaban cuando pasó el revisor a controlar los billetes.
¿Qué pasa aquí? -preguntó el revisor gritando sobre el volumen general.
Beatriz le explicó lo que sucedía y el revisor decidió hacer una votación.
Los que pensaban que la niña podía seguir jugando con la muñeca debían levantar la mano izquierda. Los que pensaban que la niña debía dejar de jugar con la muñeca y viajar sentada en su asiento debían levantar la mano derecha y los que preferían no participar de la votación debían levantar ambos hombros a la vez con cara de no sabe no contesta.
El resultado de la votación fue favorable para la niña, quien siguió el viaje sentada en el suelo del vagón jugando con la muñeca.
El vagón recuperó la tranquilidad inicial y cada uno de los pasajeros volvió a lo que estaba, salvo el señor de los moratones que cubrió sus ojos con la palma de la mano para llegar con sus órganos visores intactos hasta el fin del trayecto.
Aquel mar que nadie sabía muy bien quién lo había llenado, quedaba cada vez más atrás.
De pronto el hijo del medio, sin dejar de mirar fijo el termo con té que llevaba entre sus piernas sostenido con sus manos, dijo -Yo cuando sea grande voy a ser fabricante y repartidor de coca cola.
Yo cuando sea grande -dijo la pequeña- voy a ser salvavidas, como los que había en la playa, pero voy a usar un traje de baño con parte de arriba porque si no se me van a ver las tetitas y me va a dar vergüenza.
¿Y vos? ¿Y vos? -preguntaron a coro el del medio y la pequeña a su hermano mayor que miraba por la ventanilla como haciendo que no les había escuchado.
Contéstale a tus hermanos -dijo Beatriz- que te están haciendo una pregunta.
Pero el niño no reaccionaba a tal estímulo.
Hazle caso a tu mamá -dijo la mujer del otro lado del pasillo, mientras su hermana le daba otro codazo.
Que haga lo que quiera -dijo el señor de los moretones, mientras aprovechaba a descubrir los ojos pensando que si la niña estaba expectante a la respuesta de su hermano no estiraría la goma de la muñeca.
Claro, con este no se mete -dijo el hombre que estaba del otro lado del pasillo bajo el rayo de sol que entraba por la ventana-, como con este no queda en peligro su integridad física, que hagan lo que quieran, bien que con lo de la muñeca se metió inmediatamente en medio.
Hagan silencio que estoy durmiendo -dijo una mujer joven.
No ven que molestan -dijo un hombre mayor mientras se acomodaba el sombrero.
¿Y vos? ¿Y vos? -no paraban de repetir el del medio y la pequeña. Cuando de pronto abrió la puerta el revisor, que al ver que había nuevamente polémica en el vagón, cerró la puerta y los dejó que se arreglaran sin su ayuda, después de todo no le pagaban para eso.
Después de un buen rato el pasaje de aquel vagón volvió a la normalidad y nadie estaba interesado en lo que sería el niño cuando fuera grande.
Entonces el mayor, mirando a su madre, dijo -Yo, cuando sea grande voy a ser delfín como el del acuario.
Beatriz lo miró fijo a los ojos, mientras la señora del otro lado del pasillo se acomodó para ver cómo saldría esa mujer del paso y su hermana le daba un codazo como diciendo, déjalos que se las arreglen solos.
Que quieres ser delfín, que quieres ser delfín, como el del acuario. A ver, como te explico -dijo Beatriz- ¿has visto la tortuga de la abuela? ¿esa tortuga grande que vive en la casa de la abuela, que cuando uno golpea en el suelo de madera viene corriendo y se queda mirando como si quisieras algo de ella? ¿esa tortuga que cuando en verano estás descalzo te muerde la yema de los dedos de los pies y que parece que te va a sacar un cacho?
Sí -dijo el mayor de los niños sin saber a donde quería ir su madre.
Esa tortuga, la que vive con la abuela, nació de un huevo -dijo Beatriz- porque las tortugas nacen de un huevo, como las gallinas, pero de huevos de tortuga, porque si nacieran de huevos de gallinas serían tortugas con plumas y no con caparazón. Bueno esto no importa, lo importante que esa tortuga nació de un huevo y era una pequeña tortuguita, luego fue creciendo y se convirtió en una tortuga niña. ¡NO! Ninja no, niña. Luego una tortuga joven, luego adulta y hoy es esa tortuga anciana que vive con la abuela. Porque las tortugas cuando nacen son tortuguitas que nacen de un huevo y cuando crecen son tortugas. ¿Has entendido?
Sí -dijo el niño, sin saber muy bien a donde quería llegar su madre con la explicación-, las tortugas nacen de un huevo y cuando crecen y son ancianas viven con las abuelas y te muerden el dedo a las personas que andan descalzas en verano. Yo, como no nací de un huevo y no vivo con la abuela porque soy pequeño, cuando sea grande no voy a ser una tortuga... cuando sea grande podré ser un delfín como el del acuario.
¿Has visto el perro de la tía? -dijo Beatriz- El perro de la tía cuando nació era un cachorrito, porque los perros cuando nacen son cachorros, luego fue creciendo y se hizo un perro adolescente, luego un perro joven, luego un perro adulto y ahora es un perro anciano que vive con la tía y que tiene como dieciocho años, que para los perros son un montón de años, no como los niños que cuando tienen dieciocho están en la flor de la juventud.
¿Has entendido? -preguntó Beatriz, en un tono de voz medio alto.
Sí -dijo el niño, mirando a sus hermanos que estaban bastante desorientados con esta conversación-, las tortugas cuando nacen son tortuguitas y los perros cuando nacen son cachorros, por eso los perros cuando tiene dieciocho años ya son ancianos y las tortugas no, Por eso como yo no nací de un huevo ni fui un cachorro, cuando sea grande podré ser un delfín como el del acuario.
¿Has visto a tu padre? -dijo Beatriz con la voz en alto y ante la mirada de todos los pasajeros. Tu padre cuando nació era un bebé, como tus hermanos ¿te acuerdas? Y luego fue un niño y luego un adolescente y luego un joven y ahora que es adulto es un señor, porque los hombres cuando son pequeños son bebés y cuando se hacen mayores son señores.
¿Has entendido? -preguntó Beatriz a voz en cuello.
¡Sí, hemos entendido! -contestaron a coro todos los pasajeros e inmediatamente se produjo un absoluto silencio en clase, perdón en el vagón.
Silencio que el revisor aprovechó para volver a atravesar el vagón.
El tren llegaba al final de su trayecto y los viajeros, bajo la autorización de Beatriz, comenzaron a bajar sus maletas de los portamaletas.
La niña se puso de pie para dejar pasar a la gente, el del medio sostuvo fuerte el termo con té, Beatriz comenzó a coger su equipaje y el mayor, sin ponerse de pie y apretando fuerte la bolsa con los juguetes y la arena contra su pecho, miró a su madre y comentó -Tenés razón mamá, yo cuando sea grande no voy a ser ni como la tortuga de la abuela, ni como el perro de la tía. Yo cuando sea grande voy a ser todo un hombre como papá, así que cuando sea grande voy a ser un señor delfín.
2. COMENTARIOS
Éste es el guión de una de las historias que pertenecen a mi repertorio como contador de historias. Se trata de un material que he registrado en papel después de contar la historia muchas veces y sólo porque considero que el relato tiene una forma acabada.
Esta historia comenzó siendo realmente pequeña, poco más que una anécdota real que me contó una persona después de una sesión. Su experiencia personal representa simplemente el final de la historia: el breve diálogo entre un niño que, después de visitar un acuario, decide ser un delfín cuando sea mayor y su madre que le replica que, cuando sea mayor, será un señor como su padre, a lo que el niño contesta que entonces será un señor delfín. Durante el proceso de preparación de la historia, previo a su narración ante un público, la conté a un grupo de amigos y uno de ellos me contó la anécdota de la niña que después de ver el mar preguntó ingenuamente a su madre -Mamá ¿quién lo llenó?
A partir de esta nueva pequeña historia decidí unir ambas anécdotas en una misma narración en la que una familia va de vacaciones. Comencé entonces a hablar con familiares y amigos, a mirar fotos de vacaciones y a recomponer situaciones arquetípicas de una familia que por primera vez va de vacaciones a un lugar de mar, preferentemente pequeño y no demasiado preparado para el turismo.
Probé con distintas familias de mi barrio, el dueño de la ferretería y su familia, el de la carnicería, la familia del verdulero, pero dándole vueltas al asunto se me vino a la memoria la familia de una maestra de la escuela pública de mi barrio que, al volver de sus primeras vacaciones, estuvo contando cosas que le habían sucedido durante el verano hasta incluso entrado el invierno.
En la construcción de esta historia, la anécdota inicial se mantuvo en todo momento como final de la historia y todos los demás recuerdos que fui acumulando sirvieron de introducción y marco para la historia que acaban de leer.
Recuerdo a quienes leen que esto es solo una guía y no un texto acabado, la historia se recrea cada vez que es contada, aunque mantiene su estructura. En algunos casos se completa con detalles que vienen a mi memoria al observar la cara de los espectadores, con alguna noticia de actualidad o con algún recuerdo personal mío que surge en el momento de contar. Como contador de historias no trabajo sobre texto aprendido de memoria, sino sobre la evocación de la historia en cuestión, por eso hablo de guión de la historia y no de texto cerrado.
La narración también varía según el orden en el que se encuentra dentro de la totalidad de la sesión. Algunas veces la utilizo para abrir una sesión y entonces la introducción necesita algunas ampliaciones; en otros casos tiene una posición central y son las historias anteriores y posteriores las que introducen y cierran la sesión o en algunos casos es la historia final y entonces su final no solo la cierra, sino que representa también el final de toda la sesión.
Desde mi manera de abordar este oficio, a la hora de contar una historia se establece un diálogo entre el contador y el público, entonces aparece la escucha por ambas partes.
El público escucha la historia y la reconstruye a partir de sus propias vivencias, ya sea porque la historia en cuestión le lleva a recordar situaciones similares vividas o bien, por desconocimiento del tema en cuestión, el espectador recrea los hechos según su propia imaginación: en ambos casos esto genera una escucha activa que influye sobre quien cuenta.
Yo, como contador de historias, escucho al público, registro sus emociones, percibo sus pensamientos y esto modifica cada vez la manera de contar una misma historia. Entonces entran en juego otros elementos que pertenecen al oficio, como la mirada, el gesto, el ritmo, el silencio, los tonos de voz, la seducción, la complicidad.
La mirada es la herramienta que abre el diálogo, así como la seducción y la complicidad, son herramientas que tienen que ver con la relación entre la figura del narrador y los oyentes. Se utilizan en el aquí y ahora, es decir, forman parte de la realidad, del espacio físico donde se genera el encuentro.
Cuando el contador de historias comienza a hablar se suman el gesto, el ritmo, el silencio y los tonos de voz que acompañan la palabra e invitan al espectador a viajar por un mundo de ficción.
Entonces podemos hablar de un viaje que no tiene un tiempo y espacio material, sino imaginario, en el cual se desarrollan las historias.
Quien cuenta las historias es el conductor de un autobús. Espera que todos los pasajeros estén cómodos en sus asientos, pone en marcha el motor y comienza el viaje. Todos van en el mismo autobús por el camino de la historia, pero cada uno de los pasajeros vive ese viaje de una manera distinta y el guía intenta llevar la mirada de los pasajeros a aquello que les quiere mostrar, hacia aquello que cree que los viajeros no se pueden perder para que el viaje sea un éxito, pero también escucha las necesidades de los pasajeros y esto hace que cada vez el viaje sea diferente aunque el camino sea el mismo.
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Copyright Universidad Nacional de Educacion a Distancia (UNED) 2007
Abstract
Dos cabezas de Pato Donals color amarillo, una oruga azul y otra rosa, y entre otras formas indescriptibles un molde de estrella de sheriffo de mar, en realidad el molde traía una rebarba que hacía un círculo plano en cada una de las puntas dando el aspecto de estrella de sheriff, pero que al rellenar quedaban vacías y al desmoldar aquello quedaba una estrella de mar, es decir sin aquellos círculos en las puntas. Llegó el último día y antes de ir para la estación pasaron rápidamente por la playa para despedirse del mar, sin que diera tiempo a bajar a jugar con los juguetes, sin que hubiera necesidad de dejar el termo sobre las rocas y fundamentalmente evitando que la niña recordara la pregunta del primer día. La niña se puso de pie para dejar pasar a la gente, el del medio sostuvo fuerte el termo con té, Beatriz comenzó a coger su equipaje y el mayor, sin ponerse de pie y apretando fuerte la bolsa con los juguetes y la arena contra su pecho, miró a su madre y comentó -Tenés razón mamá, yo cuando sea grande no voy a ser ni como la tortuga de la abuela, ni como el perro de la tía. Su experiencia personal representa simplemente el final de la historia: el breve diálogo entre un niño que, después de visitar un acuario, decide ser un delfín cuando sea mayor y su madre que le replica que, cuando sea mayor, será un señor como su padre, a lo que el niño contesta que entonces será un señor delfín.
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