García Gual, C.; Lledó, E. y Hadot, P., Epicuro. Filosofía para la felicidad, Madrid, Errata naturae editores, 2013, pp. 139.
Este pequeño libro dedicado a la filosofía de Epicuro presenta una estructura singular. Está compuesto por tres estudios iniciales de algunos de los más reconocidos especialistas en la obra del filósofo de Samos, como son Emilio Lledó, Carlos García Gual y Pierre Hadot. Tras los breves ensayos, que figuran a modo de prólogo e introducción de la obra, se reproduce la traducción de Carlos García Gual de los siguientes textos de Epicuro: Carta a Meneceo, Fragmentos y testimonios escogidos , Máximas Capitales, Exhortacionesy Acerca del Sabio.
El breve ensayo de Lledó, que lleva por título Sobre el epicureísmo, (pp. 9-23), presenta los rasgos que convierten a Epicuro en un filósofo opuesto a los grandes maestros del período clásico: una personalidad arrolladora, víctima de la censura ideológica, seguidor del primer materialismo de Demócrito y fundador de una escuela abierta a todos. Justamente la Escuela del Jardín es también una comunidad revolucionaria respecto a la Academia o el Liceo, pues no pretende forjar líderes políticos, ni investigadores científicos, sino que adopta una nueva forma de enseñanza en la que, mediante el diálogo con el maestro, mujeres, esclavos, niños y ancianos se acercaban para descubrir "en qué consistía la felicidad desde las raíces mismas sobre las que se levantaba cada vida individual". Porque, a juicio de Lledó, la felicidad, tal como la entendía Epicuro, no residía en la vida social y política, pues así lo había demostrado la experiencia de los griegos, sino en "el cuerpo humano y la mente que lo habitaba".
Una felicidad que exigía una mente libre de los temores, como los que inculcaba la educación tradicional de los griegos, con sus mitos y sus dioses, y de la preocupación por la muerte y la vida del más allá, como reiteran algunos de los mitos filosóficos de Platón. La mente, según Epicuro, se nutre de las experiencias que brindan las sensaciones, que son la fuente del microcosmos interior que determina nuestras interpretaciones de lo que sentimos y anticipa nuestra experiencia de los demás seres. Por eso, la autarquía del pensar es el principio de la libertad. Especialmente relevante para la actualidad es esa libertad de pensar lo que decimos, con una mente no corrompida por una formación sectaria "padecida en tantas escuelas, cuya misión no es formar seres humanos libres, sino secretarios de una ideología, fanáticos de una religión". Esto supone abandonar el mundo lejano de los dioses y de las vanas presunciones de la mitología y de la filosofía platónica, analizando con claridad los límites de lo que somos, los límites y mensajes de nuestro cuerpo. Pues "el cuerpo y nuestra condición carnal son el punto de partida para la reunión y convivencia con otros cuerpos, que arrastran cada una la historia de su lucha por existir". Un programa modesto, que albergaba los principios de la igualdad, la búsqueda del placer natural y una democratización del cuerpo humano como fundamento de la posible felicidad. Una vida inteligente y sensata, a la que había que añadir el placer de la amistad. Por ello, concluye Lledó, "la lectura de los textos de Epicuro nos devuelve el optimismo que brota de una inteligente mirada sobre la oculta felicidad".
El ensayo de Carlos García Gual, que lleva el título de Epicuro y la búsqueda de la felicidad, (pp. 25-43), comienza por una descripción de la biografía del joven Epicuro y señala como hito histórico decisivo la muerte, en apenas dos años, de los dos destructores de la ciudad, Alejandro y Diógenes, y de los dos defensores últimos, Aristóteles en la teoría y Demóstenes en la práctica política. Este bienio trágico supuso la pérdida de las esperanzas políticas de Atenas, a la que llegará Epicuro, tras formarse con Nausífanes, el discípulo de Demócrito y de Pirrón. Durante esta etapa ya el joven Epicuro había mostrado dos rasgos: su criticismo contra la educación tradicional fundada en la lectura de los poetas y la dificultad en admitir la oposición física de caos y cosmos. En Atenas es muy probable que asistiera a algunas clases en la Academia y en el Liceo, pero su maestro siguió siendo Nausífanes, aunque Epicuro le llamara "molusco", "analfabeto", "bribón" y "prostituta". No menos agria será su reacción contra los platónicos, a los que denominará "aduladores de Dionisio", sin dejar de lado al "depravado" Aristóteles, al "embrollador" Heráclito o al "inculto" Pirrón. Y, tras esta formación crítica, que valoraba más que los conocimientos, la actitud ética, Epicuro comenzó su enseñanza en Mitilene, prosiguió en Lámpsaco y, finalmente, en la mitad de su vida, a sus treinta y cinco años, fundó su escuela en una casa con un jardín, en la vecindad de la famosa Academia de Platón.
Tras la descripción de la vida en el Jardín, García Gual comenta que "estos años de retiro ateniense fueron de notable austeridad y de una gran actividad intelectual". A pesar de su delicada salud, durante este tiempo escribió los más de trescientos rollos de papiro que, según Diógenes Laercio, constituían sus obras y vivió en paz, alejado de un mundo agitado por constantes conflictos bélicos, recibiendo las visitas de amigos y admiradores. Precisamente las cartas fragmentarias que conservamos nos revelan ese afecto profundo entre el maestro y los discípulos. Y, junto a las máximas y las sentencias que acompañan a estas cartas, nos permiten entender esa búsqueda de la felicidad de Epicuro que se contenta con los pequeños placeres y el recuerdo agradecido de los momentos amistosos del pasado que procuran el gozo de cada día. "Esta alegre moderación del Jardín, un hedonismo que por su limitación resulta casi ascética, armoniza bien con la máxima apolínea de que la sabiduría consiste en la moderación y el conocimiento de los límites". Y, concluye, esta modesta filosofía, que consiste en disfrutar de los placeres naturales del Jardín, se convierte en medicina, que cura de los temores del hombre helenístico, de la adulación retórica y de la degradación del lenguaje sobre la muerte y los dioses. Epicuro los hace vivir, alejados de los tumultos del mundo y felices, como el sabio auténtico. Así, la filosofía, que ya era para Sócrates "cuidado del alma", se hace ahora medicina que el filósofo procura a los hombres, enfermos y esclavos de las falsas creencias y los temores infundados. Así vivió en el Jardín otros treinta y cinco años Epicuro, presenciando con desilusión los sucesos de la política ateniense y griega de la época, pero manteniendo la ataraxia y el gobierno de sí mismo, frente a la servidumbre de su tiempo. Aunque la ciudad había perdido su independencia, él mantuvo su autarquía como el más grande fruto de la libertad.
Pierre Hadot, en el título de su ensayo se pregunta ¿Qué era la felicidad para los filósofos antiguos?, (pp. 45-65), aludiendo brevemente al significado de "bienaventurado" (makar) desde Homero y Hesíodo hasta Platón y Aristóteles. Hace hincapié en algunos textos del Timeo, que son comentados más tarde por Plotino, en los que se presenta a los dioses como felices y bienaventurados, especialmente por su propia bondad. Y, así, siguiendo estos antecedentes, "los dioses de Epicuro son seres de una belleza perfecta que viven inmersos en la paz y la serenidad". Gozan de una eternidad de placeres, especialmente porque no tienen que ocuparse de los asuntos humanos ni del gobierno del mundo. Con lo cual, según Hadot, Epicuro propone una concepción más pura de la divinidad, pues en su pura perfección encuentran la felicidad absoluta que no turban el cosmos ni los hombres.
En la tradición poética griega, así como en el Gorgias platónico, algunos hombres, por su excepcional virtud, podían también llegar a ser habitantes de las Islas de los Bienaventurados, pero la filosofía griega, desde Sócrates a Epicuro, alcanzó una mayor precisión de ese concepto de felicidad humana. El análisis de algunos textos de la Apología de Sócrates y de la Ética a Nicómaco le permite a Hadot descubrir esa concepción de la felicidad como el goce de los breves momentos en que el hombre alcanza lo divino y se halla en perfecta armonía consigo mismo. Para Hadot, sin embargo, los textos más elocuentes se hallan en las Enéadas, donde Plotino afirma que el alma no se contenta con contemplar lo divino, sino que es feliz cuando se une amorosamente con el Bien. Un goce y un hedonismo que desaparece con el estoicismo y su identificación de la felicidad, no con el placer, sino con la virtud. Y, en este sentido, Epicuro invierte el rigorismo de los estoicos, considerando sabio al hombre que admira la serenidad de los dioses y vive como ellos. El amor a los dioses es amor a su belleza y perfección, despreocupándose de los asuntos políticos y de los temores humanos.
Tal vez pueda considerarse esta felicidad como egoísta. Pero Hadot, a pesar de reconocer que el Jardín es un reducto que rompe los vínculos con el mundo e impide el cosmopolitismo, encuentra en el círculo de los amigos el valor compartido de la felicidad epicúrea. Ni siquiera puede afirmarse que la huida plotiniana del alma sea una actitud narcisista, sino que exige constituir la experiencia del yo en relación con los otros, pues el alma es anfibia, vive mirando a lo alto sin olvidar a los amigos. Pero, concluye Hadot, mientras los cristianos no dejarán caer en el olvido las demás concepciones antiguas de la felicidad, "el pensamiento de Epicuro sobre la felicidad y el placer, sin embargo, fue condenado por la historia a un lamentable ocultamiento".
En conclusión, esta nueva publicación sobre Epicuro presenta una triple perspectiva acerca de su concepción de la felicidad. Lledó destaca la importancia de la sensación, del cuerpo y de la amistad como fundamento de la vida feliz, mientras García Gual pone el acento en la filosofía como medicina del alma, que cura de los temores y procura la autosuficiencia como principio de la libertad. Finalmente, Hadot sitúa el concepto epicúreo de felicidad en la tradición griega y afirma la originalidad de la Escuela del Jardín frente a la filosofía clásica y los estoicos. La felicidad del sabio epicúreo es la vida feliz y amistosa de los dioses, que está al alcance de todos, pues puede alcanzarse con la satisfacción de los deseos naturales y necesarios, es decir, llevando una vida moderada, sensata y natural, que es el fin universal de la filosofía. Una felicidad que, lejos de cumplirse en soledad, sólo es posible en la compañía agradable de los amigos.
Tras estos breves ensayos se ofrecen los textos de Epicuro, en la mejor traducción castellana, la de García Gual, para que el lector pueda disfrutar del lenguaje sencillo y placentero del maestro que invita a pasar la vida en la grata compañía de los amigos, que es la misma felicidad de los dioses.
Pablo García Castillo
Universidad de Salamanca
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