Abstract: In questo testo si riflette sull'esperienza delle donne che vissero l'esilio causato dalla Guerra Civile spagnola e dalla dittatura franchista in Francia e Argentina, paesi dove si stabilirono le comunità ispaniche più numerose all'estero. Le differenze dei vissuti personali e dei contesti politici nelle società di accoglienza, o il continuo arrivo di migranti e nuove esiliate non impedisce di mettere in evidenza alcuni elementi comuni a tutte le esiliate: il protagonismo nei processi di transfer culturale - con il mantenimento di tratti culturali e identitari spagnoli o regionali che si intersecano con i nuovi elementi del paese di accoglienza - o la militanza politica sostenuta da importanti contatti internazionali, il che rafforzò la promozione di identità transnazionali.
This text reflects on the experiences of women who lived in exile led by the Spanish Civil War and Franco's dictatorship to France and Argentina, countries where Spanish communities residing abroad were more numerous. The differences in personal backgrounds and political contexts in the host societies, or the constant arrival of new migrants and exiled not prevent some common elements point to the Spanish women exiles: their role in the processes of cultural transfer -with the maintenance of cultural traits and Spanish or regional identity and the incorporation of new elements of the host country- as well as a political militancy with important international contacts, all of which strengthened transnational identities.
Keywords: donne, esilio spagnolo, emigrazione, identità transnazionali, transfer culturali; mujeres, exilio español, emigración, identidades transnacionales, transferencias culturales;
women, Spanish exile, migration, transnational identities, cultural transfers.
Introducción
El exilio provocado por la Guerra Civil española, la derrota del bando republicano y la implantación de la dictadura franquista en 1939 ha suscitado un gran interés por la historiografía. La huida de cientos de miles de personas y su paso o instalación en Francia, Méxi- co, Argentina o la URSS, entre otros países, ha sido estudiada desde muy diversos ángulos, en especial el que ha privilegiado el éxodo de dirigentes políticos e intelectuales. En la actualidad, puede afirmarse que cada vez conocemos mejor las experiencias de las mujeres que sa- lieron de España al final de la guerra o huyendo de la represión fran- quista, de manera que estas vivencias están abandonando los márge- nes del interés historiográfico para ocupar un lugar destacado en los análisis sobre el exilio español.1 Sin negar la dificultad que ofrecen las fuentes documentales, que con frecuencia omiten información sobre las refugiadas para registrar solo los viajes de grupos familiares a los países de acogida, por ejemplo, contamos con entrevistas y numero- sas memorias que recogen las voces de mujeres destacadas del mundo de la cultura o la política, pero en los últimos años también de otras muchas de diversas procedencias y extracciones.2 La relectura de la información archivística o la multiplicación de testimonios se han re- velado fundamentales para entender el éxodo de las republicanas y enriquecer las bases del conocimiento del exilio español.
Esta evolución se enmarca además en un contexto de reformu- lación teórica de los estudios migratorios en general y del exilio en particular desde la perspectiva de género, que ha demandado el reconocimiento de la importancia del fenómeno de las mujeres mi- grantes, y plantea la necesaria atención a las desiguales relaciones de género para comprender de forma rigurosa los procesos migra- torios.3 En este sentido, recientes estudios sobre el exilio señalan la influencia de los discursos sobre la feminidad y la masculinidad en las políticas de acogida o en la percepción social de las y los re- fugiados, la reproducción o el cuestionamiento de las atribuciones simbólicas de género en las decisión de huir o en los modos de inser- ción en la nueva sociedad, y la configuración de las identidades del exilio no solo desde ámbitos políticos sino también desde espacios privados, entre otras cuestiones. Tampoco puede olvidarse que en las experiencias y trayectorias del exilio interactúan diferentes ca- tegorías, desde el género a las diferencias étnicas, las relaciones de clase o elementos como los diversos marcos legales.4 Se ha propues- to superar las visiones que, por ejemplo, representan a las refugia- das como víctimas inocentes y reproducen imágenes esencialistas que niegan la capacidad de actuación propia de las mujeres que se han visto obligadas a huir de sus países, lo que conduce, entre otras consecuencias, a que la legislación sobre refugiados no reconozca como políticas las actividades -consideradas "auxiliares o meno- res"- que desarrollan las mujeres, no admita las solicitudes de las mujeres solas pues tiende a adscribirlas a sus esposos, o no acepte causas de persecución específica de las mujeres - la violencia sexual en contextos bélicos.5
Para abordar las vivencias de las refugiadas republicanas espa- ñolas, debe insistirse en la pluralidad de sus trayectorias vitales. Su exilio con frecuencia se prolongó con nuevos traslados por el estalli- do de la Segunda Guerra Mundial en suelo europeo, y estuvo mar- cado por la larga duración de la dictadura franquista. Aunque para muchas el tiempo se detuvo en 1939, en realidad los años pasaron y tuvieron que afrontar nuevas guerras, la vida en democracias o bajo otros regímenes dictatoriales, y el nacimiento o la integración de sus hijos, familiares y amigos en nuevas realidades. En este marco, debe hablarse de mujeres jóvenes y maduras, con o sin responsabilidades familiares, politizadas o no, con formación cultural y trayectorias la- borales diferentes, con contactos con las redes migratorias producto de los desplazamientos anteriores o sin ellos, etcétera. Esta hetero- geneidad no está reñida con algunos factores que con frecuencia se comparten: su protagonismo en la supervivencia familiar, en espe- cial en los primeros años del exilio, en el mantenimiento de rasgos culturales e identitarios españoles, catalanes, vascos o gallegos, se- gún el caso, y a la vez en la incorporación de nuevos elementos del país de acogida, así como una militancia política con rasgos propios, entre otros. El hecho de que la dictadura franquista se prolongara durante casi cuarenta años introdujo además elementos de cambio en la colectividad de la que formaban parte, como la evolución del contexto internacional -del aislamiento del régimen de Franco a su aceptación por parte de la comunidad occidental, pero también el auge de la solidaridad internacional contra las dictaduras en los años sesenta y setenta-, la constante llegada de nuevas exiliadas o el creciente peso de las migraciones hacia la Europa democrática. En ese sentido, los referentes simbólicos tanto políticos como étnicos o de género estuvieron en constante proceso de transformación, refor- zando las transferencias culturales y replanteando identidades.
El trauma de la guerra y de la derrota, el desarraigo y la nos- talgia por la patria perdida o los nuevos códigos culturales de las sociedades de acogida fueron incorporados de muy diversa manera, dando lugar a identidades transnacionales y plurales. Para entender la construcción de identidades femeninas en el exilio deben bara- jarse elementos como las relaciones entre género, política y nación, en momentos vitales considerados provisionales y de tránsito. ¿Las exiliadas se consideraban españolas (o no), francesas, argentinas, mexicanas o apátridas? ¿Republicanas, comunistas, antifascistas o demócratas? ¿En qué creían que se diferenciaban de los varones? Además, la identidad colectiva del exilio republicano no puede ob- viar la intervención de las mujeres. Circunstancias como la acogida de los exiliados y las exiliadas, las rivalidades, las similitudes o dife- rencias políticas, la convivencia en el trabajo o en la vida cotidiana con otros colectivos y nacionalidades, etcétera, encuentran elemen- tos de análisis nuevos al introducir la perspectiva de género.
Otro aspecto de gran interés son las relaciones entre exiliadas y emigrantes, pues mientras en algunos países que acogieron al exilio la presencia de españoles era nueva, como en la URSS, en otros la llegada de contingentes de refugiados a partir de la Guerra Civil enlazó con la antigua emigración española, como en México, Fran- cia o Argentina. Nos centraremos en los países galo y austral, que recibieron de forma simultánea las distintas oleadas migratorias provenientes de España desde finales del siglo XIX, desarrollaron políticas migratorias similares, compartieron universos culturales próximos al país de origen y albergaron y albergan hoy en día las comunidades españolas más numerosas en el exterior, pues fueron los destinos favoritos en la emigración a ultramar y dentro del conti- nente, respectivamente, todo lo cualjustifica su estudio comparado, como ha sido puesto de manifiesto en otras ocasiones.6
Francia: la militancia transnacional
La experiencia de las exiliadas republicanas en suelo francés es- tuvo marcada por algunos rasgos específicos.7 En primer lugar, la na- ción vecina se convirtió en un territorio fundamental para el exilio, pues fue el país que mayor población refugiada recibió, legando una destacada impronta social, cultural y política en suelo galo.8 Se con- tinuaba así una larga tradición, desde el exilio liberal del siglo XIX, el anarquista en el cambio de siglo o de opositores a la dictadura de Primo de Rivera (1923-1931), en un país donde existía una des- tacada colectividad española que buscaba oportunidades laborales. Una circunstancia que, además, se prolongó a lo largo de todo el régimen franquista, pues tras el éxodo masivo de 1939 y la llegada constante en los años cuarenta de personas que huían de la severa represión y el estigma que rodeaba a los vencidos, miles de exiliados y exiliadas continuaron huyendo al país galo, insertos en los contin- gentes de emigrantes económicos que salían de España, en especial a finales de los sesenta y principios de los setenta, cuando la oposición antifranquista comenzó a tomar fuerza y la dictadura volvió a desa- rrollar altas cotas represivas. De hecho, muchas especialistas insisten en la dificultad de establecer límites claramente perfilados entre emi- gración política y económica, pues más allá de las diferencias en los motivos de salida de España, existen muchos puntos en común en sus trayectorias profesionales y modos de inserción en la sociedad france- sa, rasgos compartidos que el paso del tiempo reforzó.9
En segundo término, el largo exilio republicano atravesó varias etapas, muy desiguales en su duración, pero con características de- finidas: el éxodo, la salida desorganizada y las duras condiciones de recepción fue la primera; la experiencia de la ocupación nazi, que redobló las dificultades de las refugiadas y refugiados republicanos, pero también supuso la integración de muchas personas en la Resis- tencia; y por último un periodo largo y de mayor estabilidad una vez finalizado el conflicto mundial, que estuvo marcado por la Guerra Fría. Por tanto, la actitud de las autoridades francesas, a diferencia del apoyo brindado por México o la URSS, obedeció a diferentes contextos históricos: en 1936-1939 el gobierno galo estaba inmerso en la no intervención y la política de apaciguamiento frente a la Alemania nazi, aunque el estallido de la Segunda Guerra Mundial hizo que se apreciara la experiencia bélica de los refugiados espa- ñoles. Por su parte, el régimen de Vichy colaboró en la represión del exilio, mientras en la posguerra éste fue objeto de reconocimiento oficial por su labor en la Resistencia. Con la progresiva inserción de la dictadura franquista en el concierto internacional los exiliados se convirtieron en un colectivo incómodo. No obstante, el apoyo de la izquierda francesa al exilio fue constante y las numerosas movi- lizaciones contra el franquismo legitimaron en amplias capas de la población gala la actividad de los refugiados.
En tercer lugar, la colectividad exiliada se concentró en el Sur, en especial en la región de Midi-Pyrénées, con Toulouse como ca- pital, y en la región de París, aunque estuvo presente en numero- sos departamentos franceses. Por último, en relación a las mujeres, aunque las dirigentes políticas e intelectuales más destacadas se exi- liaron a América Latina, y en Francia se instalaron aquellas con menos estudios, en suelo francés las exiliadas desplegaron una labor política importante y con características propias, que distingue esta experiencia, como veremos, de la desarrollada por los hombres en general y también por las refugiadas en otros países como Argenti- na. Por una parte, residieron en el exilio la ex ministra anarquista Federica Montseny, líderes de la asociación libertaria Mujeres Li- bres como Amparo Posch, dirigentes comunistas como Irene Fal- cón, o numerosas militantes del PCE y su órgano juvenil la JSU (Juventud Socialista Unificada), entre muchas otras. También se crearon organizaciones de mujeres de fuerte contenido político. Por otro lado, la acción política de las exiliadas, además de la militan- cia convencional en formaciones políticas y sindicales, desarrolló elementos diferenciadores vinculados a la solidaridad o la materni- dad.10 El protagonismo de las mujeres en el exilio, en labores políti- cas fundamentales pero con poco reconocimiento y en la atención a las necesidades básicas familiares que configuraron identidades transnacionales, enlazó compromiso y vida cotidiana, borrando las fronteras entre público y privado.11
La huida a suelo francés comenzó desde el golpe de Estado de julio de 1936, pero adquirió un carácter masivo a principios de 1939, cuando el bando republicano perdió Cataluña. Conocidas fo- tografías y numerosos testimonios recogen el éxodo por los Pirineos en esas fechas:
Una mujer rodeada de chiquillos me observa callada y rencorosa. Me acerco a hablarle y se transfigura cuando sabe que soy argen- tina. Le pregunto el porqué de su expresión anterior. Entonces me dice: "¿Que no los ve usted, mirándonos como bestias?" No pregunto más. Esta gente sufre una miseria que desconocían. La exponen al público y soportan su curiosidad, su indiferencia o su desprecio. La mujer está rodeada por sus tres niños que se aprie- tan medrosos contra ella. La fatiga ha dejado profundas huellas en su cara joven. Es culta, fina. Habla con tranquila desesperación.
- ¿Por qué huyó usted? - le pregunto.
- No sé. Todos hemos huido cuando el miedo empezó a horadar- nos las carnes y cuando los bombardeos se sucedían sin intermi- tencias: cada cinco minutos el atronar, los gritos, el terror. En uno de ellos vi llegar a mi hermana con su hijo en los brazos, destro- zado y sangrante. Parecía serena, pero estaba muda. No pude oír más su voz. Entonces cogí mis niños y todos los alimentos de que disponía y eché a andar. iDios mío...! - Y se cubre la cara con desesperación silenciosa pero sin llanto. Estas fuertes mujeres de España ya ni pueden llorar. [...].12
Con estas sobrecogedoras palabras describía la escritora argen- tina María de Villarino la realidad en la frontera francesa en fe- brero de 1939, a escasos meses del fin de la Guerra Civil española. En casi tres semanas cerca de medio millón de personas traspasó la frontera con Francia. Muchas, tal y como muestra el testimonio referido, se vieron obligadas a huir por el miedo físico y psicológico que les había provocado la contienda, otras lo hicieron por sus res- ponsabilidades políticas o militares. En este sentido, debe insistirse en la pluralidad de motivaciones y expectativas de las exiliadas, que lejos de la pasividad que en ocasiones se les atribuyó, asumieron en parte o por completo la decisión adoptada por sus familiares de huir o lo hicieron en solitario, y que una vez en el país vecino desplegaron una gran diversidad de tareas y trabajos, o adquirieron nuevos compromisos sociales y políticos.13 A pesar de su destacada trayectoria política, la líder anarquista Federica Montseny llegó a Francia en circunstancias muy precarias y al frente de parte de su familia. Su madre, de hecho, falleció al poco de cruzar el puesto fronterizo. Sin embargo, su interpretación de los hechos denota su militancia: «Pero nuestro drama personal, con todo su patetismo, desaparecía sumergido en aquella catástrofe colectiva. Lo había- mos perdido todo, pero, como nosotros, medio millón más de per- sonas lo habían perdido también todo».14
Hasta el final de la guerra en abril, siguieron huyendo miles de personas a Francia, aunque es cierto que muchas reemigraron a países americanos y otras decidieron regresar. Se calcula que a finales de 1939 y principios de 1940 el colectivo exiliado estaba compuesto por 170-180.000 personas, de las cuales 45-50.000 eran mujeres y niños.15 El Gobierno francés obligó a los refugiados y refugiadas a dispersarse. Una vez cruzada la frontera mujeres, ni- ños, ancianos y enfermos fueron conducidos en trenes hacia loca- lidades del centro o del oeste de Francia. Los hombres, civiles y antiguos combatientes del ejército republicano, fueron trasladados a los campos de internamiento o concentración, donde también hubo mujeres y menores. Primero se habilitaron los de las playas cercadas por alambres de Argelès-sur-Mer y Saint Cyprien, cuya proximidad a dos de los pasos más utilizados, Le Perthus y Cerbere, explica que la mayoría de los recién llegados pasaran por allí. Des- pués les siguieron en importancia Bacarés, Arles-Sur-Tech, Bram o Gurs.16 En esos campos, no pocas mujeres estaban embarazadas o tenían a su cargo niños pequeños, en condiciones de habitabilidad pésimas; para las futuras madres, se abrió una maternidad en Elna, cerca de Perpiñán, sufragada por la Cruz Roja suiza, que atendió a numerosas exiliadas.17 En los campamentos de mujeres, ancianos y niños, pronto las exiliadas que habían contado con alguna expe- riencia organizativa anterior se coordinaron para intentar mejorar las condiciones de vida de los internos.18 Por medio de la ayuda de la Cruz Roja, agrupaciones de cuáqueros, redes masónicas y aso- ciaciones de solidaridad francesas, muchas consiguieron alimentos, noticias de sus familiares y en ocasiones se reencontraron con ellos. Las autoridades francesas fueron conscientes de que el man- tenimiento de los campos de concentración no les beneficiaba en absoluto. Por eso a las personas internadas se les ofreció varias po- sibilidades para abandonarlos. Una opción era reemigrar a terceros países, una alternativa a la que se acogieron miles de exiliados y exiliadas. Si querían permanecer en Francia contaban con dos vías: el aval de familias francesas o residentes en el país que se compro- metieran a sufragar los gastos de la persona internada, o en segun- do lugar recurrir al trabajo en empresas agrícolas o industriales, incorporarse a las compañías de trabajo o enrolarse en la Legión Extranjera.19
En este difícil contexto, las privaciones y la supervivencia hicie- ron que las exiliadas, con frecuencia, se enfrentaran a nuevas situa- ciones que contribuyeron a reformular las identidades familiares o profesionales. En los grupos familiares de clase media, la formación doméstica que habían recibido las mujeres desde niñas se desveló como una fuente de recursos, pues muchas encontraron empleo en el servicio doméstico o en la costura, consiguiendo recursos básicos antes que sus padres y maridos. Esta circunstancia contribuyó a modificar las relaciones familiares y a mejorar la confianza que de- positaban en sus propias capacidades.20 En un sentido parecido, las exiliadas eran percibidas por las autoridades y parte de la sociedad francesa como víctimas, más que como elementos políticamente pe- ligrosos, por lo que su libertad de movimientos fue mayor, lo que de nuevo ofreció oportunidades que muchas aprovecharon, tanto para reorganizar sus vidas comoincluso bajo la ocupación alemana.
No obstante, las reacciones de la población francesa, sobre todo durante los primeros momentos del exilio, fueron diversas. Por un lado, existió un fuerte rechazo hacia quienes huyeron de España, por el temor a que devastaran las granjas y campos de cultivo o fueran portadores de enfermedades contagiosas. Pero sobre todo, tal y como señaló Alicia Alted, «por la imagen negativa que se había difundido de los "rojos", de aspecto desaliñado y sucio, aunque arrogante, y de los que cabía esperar todo tipo de fechorías».21 Por otro, es sabido que hubo un dilatado segmento de la población francesa conforma- do en su mayoría por mujeres que militaban en partidos políticos de izquierda que brindó su solidaridad a la colectividad exiliada. En este sentido, Salvador Valverde Calvo, uno de los tantos niños que cruzó la frontera de los Pirineos de la mano de su madre en 1939, recordaba que tras llegar a Bourg-Madame sin recursos económicos,
[...] se acercaron unas mujeres, que reconociéndonos como refu- giados españoles, nos llevaron a un enorme tinglado en el que encontramos ya medio centenar de mujeres y chicos, refugiados como nosotros. Miembros de la izquierda francesa, socialistas y comunistas, habían preparado ese enorme cobijo, con camas, hechas con colchones de paja y mantas, y enormes tablas que ser- vían de mesas y sobre las cuales humeaban jarras de leche o choco- late y platos con pirámides de bollos. Ahí descubrí el rostro hermoso de la solidaridad, y nunca olvidaré el cariño, la ternura con que esas mujeres trataban a aquellos desdichados muertos de hambre y frío.22
En Francia existía una amplia colonia española ligada a la tra- dicional inmigración que por lo general también tendió a socorrer a los recién llegados. Se trataba de un colectivo escasamente politi- zado, con un perfil muy diferente al del exilio y al de otras colonias de antiguos inmigrantes asentadas en diferentes países sobre todo del continente americano. Su bajo nivel social y cultural, unido a un buen número de estereotipos negativos, hizo que la mayor parte de la población francesa mantuviera una imagen despectiva de este grupo, la cual en cierto modo fue extrapolada durante los primeros años al exilio republicano.23
La ocupación nazi de Francia a mediados de 1940 añadió nue- vas dificultades a las refugiadas españolas. Aunque no fueron movi- lizadas en grupos de trabajadores extranjeros, las mujeres se vieron afectadas por el incremento de la represión. El control policial au- mentó y numerosas familias fueron de nuevo internadas en campos, mientras que otras fueron objeto de rechazo por miedo a las repre- salias alemanas. La colaboración entre la Gestapo, la policía política del régimen de Pétain y las autoridades franquistas estrechó el círcu- lo de las exiliadas más destacadas. La ex diputada Victoria Kent, mi- litante de Izquierda Republicana y destacada abogada y feminista, que tras el estallido de la guerra había participado en la evacuación de niños y en la atención a los refugiados, se encontraba en junio de 1940 en París trabajando como primera secretaria de la embajada republicana. Tuvo que ocultarse durante años hasta la liberación de la capital francesa, primero en la embajada mexicana y después bajo una identidad falsa en un domicilio particular, una experiencia que relató en un interesante libro titulado Cuatro años en París.24
La ex ministra Federica Montseny abandonó París y recorrió zo- nas rurales del sur, adoptando un nuevo aspecto físico y ocupándose de la supervivencia diaria de su familia, compuesta por su padre en- fermo, su suegra, sus dos hijos pequeños y una amiga. No obstante, fue detenida y encarcelada, embarazada de su tercera hija, aunque las autoridades francesas denegaron su deportación a España, hecho que probablemente le habría supuesto la pena de muerte. En sus memorias, la dirigente anarquista describe el miedo por la suerte de sus familiares y, al mismo tiempo, el empuje que le transmitían en las peripecias por encontrar alojamiento y comida sin llamar la atención de la policía:
Vencida por la emoción, con los nervios destrozados, tuve momen- tos de hundimiento moral. Sentada en el suelo, con mi hijito en brazos y la cabeza apoyada sobre el pecho de la niña, que estaba de pie a mi lado, empecé a llorar silenciosamente. Siempre recor- daré este instante de mi vida, de indescriptible desolación. Deseé morir, con un anhelo profundo de paz y reposo, como una eva- sión de la horrible pesadilla que estábamos viviendo. (...) Fue un momento. De nuevo mi alma animosa, mi indomable voluntad, la energía de mi carácter combativo, hicieron que me sobrepusiera. Enjugué mis lágrimas, avergonzada del espectáculo que había dado a mis hijos. Por ellos y por los dos pobres viejos que en mí confiaban, que sólo me tenían a mí, debía aguzar mi ingenio, disponer mis fuerzas y sobreponerme a todo.25
De forma paralela, numerosas exiliadas se unieron a la Resis- tencia. A diferencia de los hombres, que tenían una experiencia de combate muy útil en la lucha contra los ocupantes alemanes y sus colaboradores, la mayoría de estas resistentes se integraron en las redes de mujeres que transportaban armamento, hacían circular información como enlaces, garantizaban la seguridad y cuidado de combatientes en riesgo o heridos, etcétera, en lo que se ha denomi- nado resistencia civil. Actos consideradas en su momento auxilia- res, poco visibles, pero imprescindibles para el funcionamiento de las actividades clandestinas. A pesar del rechazo de sus compañeros y superiores, también algunas tomaron las armas o participaron en tareas de sabotaje.26 Las resistentes encontraron diversos espacios de actuación en un ámbito hasta ese momento muy masculinizado. Neus Català afirma en sus memorias:
Las mujeres españolas, las jóvenes de la JSUC [Juventud Socialista Unificada de Cataluña], nos incorporamos de una y mil maneras al combate. No fuimos simples auxiliares, fuimos combatientes. De nuestro sacrificio, de nuestra sangre fría, de nuestra rapidez en detectar el peligro dependía, a veces, la vida de decenas de guer- rilleros. [...] Como hicieron otros, yo no hice más que cumplir con mi deber. Me llamaron y respondí; mejor dicho, busqué, encontré y organicé la lucha guerrillera en las montañas.27
Ella actuó junto con su marido, pero a veces los familiares de las refugiadas integradas en la Resistencia eran reacios a dicho com- promiso. Alfonsina Bueno Ester recordaba: «Si alguna vez mi mari- do venía a verme a Banyuls, tenía miedo por mi hija y por mí, y me decía siempre: "En qué lío te has metido, hija", y yo le contestaba: "¿En qué querías que me metiera si no en la Resistencia?"». Estas labores arriesgadas supusieron en no pocas ocasiones la detención y la deportación a campos de exterminio, como relatan los testi- monios recogidos por la propia Catalá de españolas resistentes que sobrevivieron a Ravensbrück.28 Pocas obtuvieron medallas, porque el reconocimiento oficial a su labor fue menor y posterior al de los hombres combatientes, pero para muchas fue una experiencia que valoraban de forma muy positiva.
Tras la Liberación, la situación de las exiliadas españolas me- joró, por la concesión del estatuto de refugiadas políticas y el giro en la consideración de la sociedad francesa hacia los republicanos españoles. Su compromiso antifascista y con la sociedad francesa ocupada facilitó la inserción de la colectividad exiliada. Las familias supervivientes a las dos guerras se reagruparon y las organizacio- nes políticas y sindicales se reconstruyeron con rapidez, instalándose sobre todo en Toulouse y París. Las formaciones políticas estrecha- ron lazos con sus equivalentes francesas, en especial el PSOE con la SFIO y el PCE con el PCF, y lo mismo sucedió entre las agrupa- ciones de mujeres vinculadas al comunismo, la Unión de Mujeres Españolas y la Unión de Mujeres Francesas. El gobierno en el exilio, dirigido por José Giral, se instaló en París en 1946, pero pronto dejó de contar con la presencia de socialistas y comunistas, y su capaci- dad de actuación fue languideciendo.
La composición social global del exilio republicano en Francia indica que la clase trabajadora, los peones agrícolas y los obreros industriales formaron el grueso de la emigración de guerra, junto a un sector terciario que incluye los tres grupos socioprofesionales más específicos del exilio: funcionarios, militares e intelectuales, que fue- ron los que emigraron en masa hacia América.29 Con respecto a las exiliadas españolas, Alicia Alted ha señalado que el perfil predomi- nante en Francia fue el de ama de casa con hijos e hijas a su cuidado. En un segundo nivel estaban las trabajadoras del sector industrial, y en tercer lugar las mujeres empleadas en el sector servicios, desta- cando las educadoras y las que ejercían profesiones sanitarias. Por último, la elite cultural, científica o política, que fue minoritaria.30
Tanto en los departamentos del Sur como en la región de París, la colectividad exiliada española intentó preservar su identidad por medio de diversos mecanismos, que no impidieron una integración relativamente exitosa en la sociedad de acogida. En espacios infor- males, como los hogares, los mercados y los barrios con concentra- ción de españoles, las mujeres se convirtieron en elementos clave en la pervivencia de las tradiciones culturales y a la vez en la integra- ción de la familia, en un proceso complejo de mestizaje cultural.31 Junto con la lengua, las costumbres -los Reyes Magos o las uvas en Nochevieja, por ejemplo- o la comida -el aceite de oliva, el jamón o el chorizo-, transmitieron valores políticos y morales asociados a la República o a las diferentes culturas políticas del exilio. El deseo de regresar, la idealización del país abandonado y la reafirmación del proyecto político perdido fueron conformando unos rasgos identita- rios muy marcados, sobre todo en los primeros años, lo cual incluyó la crianza de los hijos e hijas en la nostalgia y el recuerdo. Como señala Domínguez Prats, fue una manera de desarrollar una socia- lización política de tipo privado dirigida a la segunda generación.32 Pero las exiliadas también se preocuparon por adaptarse al país de acogida, y que sus familiares lo hicieran, lo cual permitió intere- santes procesos de transferencia cultural, con el aprendizaje de la nueva lengua, la incorporación de elementos culinarios franceses a la comida familiar, el contacto con la escuela, etcétera.33 De manera que pronto se fueron consolidando unas identidades trasnacionales, híbridas, en las que los elementos de origen francés y español se fun- dieron. En palabras de Placer T., que residía en Toulouse: «Yo no sé muy bien lo que es la cocina francesa, la cocina que he comido en mi casa era una amalgama».34
La actividad profesional de las exiliadas fue otro cauce de in- serción en la sociedad francesa y de mantenimiento de una iden- tidad para la colectividad exiliada, además de ofrecer servicios im- portantes a los refugiados. Por ejemplo, Amparo Poch, dirigente de la organización anarquista Mujeres Libres, que había desarrollado interesantes iniciativas durante la Guerra Civil, ejerció la medicina en diversos centros sanitarios en Toulouse, entre otros el Hospital Varsovia o el dispensario de la Cruz Roja, que atendían a la comu- nidad exiliada.35 Sin embargo, a diferencia de México, en Francia no se abrieron colegios españoles para los hijos e hijas del exilio, de manera que las exiliadas que contaban con la titulación de maestras probablemente tuvieron que reconducir sus trayectorias laborales o incorporarse al sistema educativo francés.
Numerosas iniciativas culturales y la celebración de homenajes, galas y fiestas en los locales de las formaciones políticas o sindicales, o en diversos ateneos culturales permitieron también mantener los lazos internos. La publicación de revistas, la fundación de librerías y editoriales, la organización de exposiciones, representaciones tea- trales o conciertos se dirigían a la colectividad exiliada, y también al público francés.36 En muchos de estos actos, que con frecuencia estaban vinculados a la denuncia de la dictadura franquista y la re- cogida de fondos para ayudar a los refugiados y los presos en Espa- ña, era frecuente la participación de María Casares, hija del último presidente del gobierno republicano de 1936 y muy conocida actriz en Francia, que constituyó un ejemplo paradigmático de mestizaje cultural y tuvo gran proyección pública en la sociedad gala.37
La acción política de las exiliadas en Francia se concentró en especial en las organizaciones comunistas, pues el resto de agrupa- ciones políticas y sindicales o bien languideció, como sucedió con los republicanos, o bien se desgastó en divisiones internas como los anarquistas, o fue poco permeable a la participación de las muje- res, como los socialistas. Entre los libertarios, cabe destacar el peso específico de Federica Montseny en Toulouse. En 1945 la escisión de la CNT convirtió a Montseny, junto con su compañero Germi- nal Esgleas, en dirigente de la corriente "apolítica" que rechazaba la colaboración con instituciones gubernamentales, mayoritaria en el exilio francés. Además estuvo al frente de diversos periódicos li- bertarios y colecciones editoriales como «Ediciones Espoir» o «La Novela Ideal», continuando una larga tradición familiar, e impartió numerosas conferencias y mítines, manteniendo un discurso invaria- ble que recreaba de manera recurrente su ideario y su trayectoria.38 Por otra parte, la organización Mujeres Libres fue reconstruida en el exilio ya en la década de los sesenta, con militantes como Sara Iribarren, y se centró en la celebración de actividades culturales y de repulsa a la dictadura.39 En las filas socialistas, las numerosas in- tegrantes del PSOE y la UGT que en el éxodo de 1939 huyeron a Francia no parecen haber mantenido una destacada vida militante, o al menos no es conocida. No obstante, en 1965 se creó un Secreta- riado Femenino dirigido por Carmen García Bloise, exiliada de niña y afincada en París, donde desarrolló una amplia actividad sindical y política con fuertes lazos con el socialismo francés y el interior, lo que le llevó a ser nombrada integrante de la Comisión Ejecutiva del partido. El Secretariado, cuyo objetivo era proporcionar formación política a las militantes y promover la creación de grupos de mujeres en el partido, desapareció pocos años después.40
Sin embargo, la capacidad de adaptación del PCE a los cam- bios de la sociedad española y del colectivo residente en Francia, y el apoyo decisivo del PCF, para quien el antifranquismo constituía un elemento básico de su cultura política, permitieron que los co- munistas pudieran mantener una acción política constante en suelo francés, a pesar de la ilegalización del partido en 1950. Todo ello hizo posible una inserción rápida de los comunistas españoles en la sociedad francesa, aun cuando su interés estaba centrado en la política española.41 Aunque la militancia de las mujeres no siempre se correspondió con su presencia en puestos de responsabilidad en el PCE, las comunistas desarrollaron discursos y espacios propios. La reconstrucción de la Agrupación de Mujeres Antifascistas, que había tenido gran protagonismo durante la Guerra Civil, fue muy temprana y en 1946 adoptó el nombre de la Unión de Mujeres Es- pañolas (UME).42 Esta organización desarrolló tareas de denuncia de la dictadura franquista y de solidaridad con los presos y presas políticos, desde un discurso maternalista que aludía a las labores de cuidado asignadas a las mujeres, como estrategia para ampliar su capacidad e influencia, e impregnándolas de un sentido político, aunque también marcase límites a las propuestas de emancipación femenina.43 No obstante, cabe distinguir entre las dirigentes -Irene Falcón o Elisa Uriz, entre otras-, defensoras del modelo político y social soviético, y las militantes de base, más vinculadas a la Segunda República y con reivindicaciones con un mayor calado feminista. La vinculación de la UME con el PCE le posibilitó insertarse en el movimiento comunista internacional, entrando a formar parte de la Federación Democrática Internacional de Mujeres, organis- mo que lanzó campañas contra el régimen franquista. Además, sus vínculos con sus homólogas francesas, antifranquistas del interior y asociaciones de exiliadas en otros países, como la UME en México, también fueron fundamentales para tejer redes políticas femeninas transnacionales en el contexto de la Guerra Fría. La importancia del comunismo en Francia distinguió esta experiencia de la argentina o la mexicana.44
Las relaciones con la nutrida colectividad emigrante anterior a 1936 facilitaron la acogida y penetración de las exiliadas, proce- so que se prolongó en las décadas posteriores.45 Con la llegada de nutridos contingentes emigrantes en los años sesenta, que supuso que el español constituyera el colectivo extranjero más numeroso en Francia, el peso relativo de los exiliados disminuyó: en 1971 el conjunto de la emigración estaba compuesto por unas 600.000 per- sonas, frente a las 43.000 que conformaban el exilio.46 Entre exilia- das y emigrantes hubo percepciones enfrentadas y numerosas expe- riencias comunes.47 Las primeras consideraban que las emigrantes estaban despolitizadas y solo les interesaba ahorrar, mientras que las segundas creían que las refugiadas eran elitistas: «los emigran- tes económicos y los políticos se diferenciaban en que los primeros venían a trabajar y sólo a trabajar. No sabían nada. Los políticos sabían que podían defenderse, que la lucha no es inútil, luchába- mos por la igualdad».48 Pero también se dieron contactos fructíferos en los lugares de trabajo, los barrios de concentración española, la vida cotidiana y los actos festivos, y a partir de diversos puntos de encuentro, sobre todo la movilización política y el asociacionismo étnico, de manera que las fronteras entre los dos colectivos se hicie- ron permeables.
En las municipalidades del "cinturón rojo" de París, donde se instalaron la mayoría de los emigrantes de los sesenta, con fuerte influencia comunista (PCF, CGT) y presencia del PGE, fueron fre- cuentes los casos de mujeres que adquirieron conciencia política en suelo francés, incorporándose a las actividades contra la dictadura franquista. La actividad del PCE y las asociaciones vinculadas al mismo facilitaron la integración de inmigrantes, al ofrecer espacios de sociabilidad política y cultural como la Gasa de España de Vitry- sur-Seine o el Centro Miguel Hernández de Saint Denis.49 Si duran- te la Guerra Civil los centros asociativos laicos apoyaron al bando republicano, organizaron colectas y acogieron a refugiados, tras la Liberación muchos integrantes del exilio se incorporaron a ellos o crearon asociaciones propias. Después de la ilegalización del PCE en 1950, la militancia comunista fundó centros para poder continuar sus actividades.50 A partir de los años sesenta, la participación de mujeres en el asociacionismo étnico español fue destacada, pues era más proclive a su acción que los partidos políticos y ofrecía respuesta a problemas adscritos con frecuencia a ellas, como la educación de los hijos e hijas.51 En estas asociaciones, como los centros citados o Iberia Cultura, la Asociación Popular Artística Casa de España o la Asociación Pablo Picasso de Montreuil, las mujeres -exiliadas y emigrantes- se interesaron por garantizar la enseñanza de la lengua española a sus descendientes y desempeñaron tareas de limpieza y preparación de platos típicos para las fiestas, ajustándose a los clis- cursos tradicionales de género. Pero también fueron partícipes de la lucha antifranquista por medio de dos tareas fundamentales: la solidaridad con los presos políticos y la denuncia constante de la dic- tadura a través de propaganda y diversas manifestaciones públicas.52
Estos encuentros y acciones comunes contribuyeron a borrar los límites entre exiliadas y emigrantes y permitieron la pervivencia y consolidación de valores democráticos entre las españolas residen- tes en Francia. De manera reciente, se ha apuntado la existencia de una subcultura política en la colectividad española emigrante, en la que participaron los nuevos exiliados y exiliadas de los años sesenta- setenta, con rasgos propios frente a la cultura política del exilio de 1939: democrática -cuyo referente ya no era la Segunda República sino las democracias occidentales-, antifranquista, obrerista -fren- te a la clase media intelectual de 1939-, nacionalista española y masculinizada.53 Aunque en Francia esa distancia se observa con claridad en socialistas y anarquistas, que permanecían anclados en 1939, puede afirmarse que el PCE destacó en la acción política de la colectividad española, pues desde los cincuenta había girado hacia la sustitución del discurso de confrontación característico de la Guerra Civil por otro que primaba la reconciliación nacional, la movilización social y la integración en los movimientos sociales, como el sindicalismo o el feminismo.
En el marco del universo político y social de izquierdas, en espe- cial el comunista, las relaciones entre exiliadas, francesas y españo- las fueron bastante fluidas, constituyendo redes transnacionales que obedecían a la lógica de los partidos pero también a las afinidades personales construidas con el contacto cotidiano. Ya en los años se- senta, algunas militantes del PCF contribuyeron al mantenimiento de la acción de los comunistas españoles, acogiéndolos en sus casas o introduciéndolos de forma clandestina en España, como hizo Car- men Carrón.54 En Radio París, se abordó en ocasiones la situación de las mujeres en España y en la emigración, y una de sus locuto- ras, la exiliada cómunista Adelita del Campó, cónducía el prógrama «Entre nósótras», que cómenzó a emitir en 1965 e incluía hómena- jes a mujeres de la resistencia, temas culturales e históricós, juntó cón secciónes de cócina, móda ó puericultura que permitían atraer a óyentes menós pólitizadas.55 Eran frecuentes las cartas enviadas por francesas y exiliadas en Francia a Radio España Independiente («la Pirenaica»), vinculada al PCE, en que expresaban su solidari- dad cón las presas y las resistentes antifranquistas y denunciaban la discriminación que padecían las mujeres bajó la dictadura.56 La história de Berta Sáiz recóge ótra experiencia representativa: nóvia de un presó cómunista, emigró a Francia para salir adelante, peró a la vez desarrólló tareas de enlace entre el interiór y el exilió.57
La acción pólítica supusó para muchas españólas su pasó a Francia, mientras que algunas exiliadas, sóbre tódó jóvenes, regre- sarón en lós sesenta y setenta para impulsar la lucha antifranquista. En este sentidó, la móvilización de las mujeres de presós pólíticós en España tuvó repercusión internaciónal, pór la acógida de nó- ticias que distribuían ellas mismas en la prensa de izquierda y del exilió, y lós actós de sólidaridad y denuncia cónvócadós. De hechó, el apóyó y las órientaciónes de la UME fuerón fundamentales para la cóórdinación de la labór de las mujeres de presós en el interiór.58 En Francia, Ángela Grimau, la espósa de Julián Grimau, participó en numerósós mítines y cónferencias de prensa cón mótivó de la detención y ejecución de dichó dirigente en 1963; algó similar su- cedió cón las espósas de lós líderes de CCOO juzgadós en 1973, comojosefina Camacho.59 Un caso especial lo protagonizó Blanca Bayón, hija de la militante comunista Tina Pérez, que murió en la cárcel y se convirtió en un icono en el relato oficial de la represión.60 Blanca consiguió huir de España y pasar a Francia en 1964, donde fue acogida por el PCE y participó en campañas internacionales de denuncia de la dictadura. En el país galo acabó conociendo a su fu- turo marido, conformando un ejemplo paradigmático de matrimo- nio entre jóvenes exiliados, que a principios de los setenta regresó a España a reconstruir el partido; después de una redada en 1974 su marido fue encarcelado y Blanca de nuevo participó en actos de denuncia y protesta.61 Rosalía Sender, exiliada de niña con sus pa- dres y hermana, creció en París, donde fue educada en el recuerdo de España y en la lucha antifranquista desde posiciones comunistas, en una zona con importante presencia de españoles. Militante de la JSU y del PCE, describe así las relaciones entre comunistas:
una de las tareas de la militancia en la JSU y después en el PCE, pues era subir y bajar pisos buscando otros españoles para recoger dinero para los presos de España. Era vender la prensa para buscar más militantes, hablar con ellos y [sic] ingresar en el Partido si era necesario, recoger firmas contra la bomba atómica. Es decir, eso era nuestro trabajo y también la solidaridad de ayudarse los unos, a buscar trabajo para uno que estaba en el paro y cosas de estas. Siempre hemos vivido en un ambiente muy solidario y en un ambiente de españoles [...]. Entonces la JSU era un ambiente de españoles, todo españoles, y se organizaban actos culturales, se organizaban actos políticos, se organizaban fiestas. [...] Yo he vivi- do en ese ambiente siempre, lógicamente en ese ambiente encontré a Antonio, en ese ambiente me casé, como es normal.62
Como relata, conoció a un joven comunista español con el que se casó y se trasladó a España, para reforzar el partido en Valencia. Su marido fue detenido en 1968 y Rosalía impulsó la organización de las mujeres de los otros presos en una denuncia que fue difundida por los órganos comunistas en Francia, entre otras iniciativas por las crónicas que ella misma enviaba a Radio España Independiente.63 Viajes de ida y vuelta que fueron conformando identidades transna- cionales entre Francia y España, procesos en que las mujeres fueron partícipes indiscutibles.
Argentina: sociabilidad y transferencias culturales
El exilio republicano de 1939 se dirigió también a otras naciones de la Europa occidental, como Bélgica o Reino Unido, pero con contingentes poco numerosos. En la URSS y los países del socia- lismo real se benefició de la buena recepción de las autoridades co- munistas, y tuvo una fuerte vinculación con el PCE.64 De los países americanos los únicos que estuvieron dispuestos a acoger a los refu- giados y refugiadas españoles fueron México, Chile y la República Dominicana.65 Una condición común de los tres fue que quienes se expatriaran debían costear su transporte y contar con recursos sufi- cientes para cubrir sus necesidades durante los primeros tiempos de la estancia. Este requisito solamente pudo cumplirse debido a que el exilio español contaba con dos elementos que muy pocas veces, o nunca, han tenido otros exilios: una estructura de gobierno e impor- tantes fondos económicos.66 De este modo se crearon dos organis- mos gubernamentales: el Servicio de Evacuación de Republicanos Españoles (SERE) y lajunta de Auxilio a los Republicanos Españo- les (JARE). A través de ellos se organizaron las grandes expediciones colectivas, siendo las más importantes las que llegaron a México a lo largo de 1939 en los buques Sinaia, Ipanema y Mexique.
Argentina por su parte, pese a no ofrecer ayudas gubernamen- tales y contar con unas autoridades totalmente contrarias a la re- cepción de refugiados y refugiadas españoles,67 fue uno de los prin- cipales destinos para el exilio republicano en América.68 Para buena parte de quienes llegaron a Francia durante o tras la Guerra Civil, el país austral supuso una meta para alcanzar, tal y como corroboran los siguientes testimonios recogidos por Dora Schwarzstein:
Si se podía elegir dónde ir lo mejor era ir a la Argentina. Hacer la América era venir a la Argentina [...], porque ya desde la década de 1929 era un país que se estaba haciendo, un país donde las posibilidades de quien venía con ganas de trabajar eran inmensas. [...] La Argentina figuraba alto en las preferencias de los refugia- dos [...]. Se consideraba el país más europeo, [...] seguramente por la ciudad, Buenos Aires era el símbolo de la Argentina.69
En este caso el desplazamiento y la instalación fue una aventu- ra compleja que debió encararse individualmente, y en numerosas ocasiones desde el marco de la ilegalidad, a través de una carta de llamada proporcionada por familiares, amigos y paisanos, como an- tiguos/as residentes o en calidad de artistas teatrales y comercian- tes; por medio de un visado de turista o en tránsito a otros países aprovechando la escala del vapor en Buenos Aires para quedarse en Argentina, y por último, suplantando la identidad de otras personas que disponían de documentación en regla a pesar de los riesgos que esta situación conllevaba.70
Las características de las mujeres que se exiliaron en Argentina saliendo desde los puertos franceses arrojan un perfil similar al de quienes permanecieron en Francia. Según la muestra elaborada a través de 38 partes consulares, muchas mujeres fueron registradas «sin profesión», ya que por lo general al tratarse de grupos familiares se anotaba la del considerado cabeza de familia y se obviaba la del resto de los miembros. Solo algunas mujeres embarcaron declarando profesiones propias, en general referidas a las tradicionales labores de ama de casa y modista, pero también encontramos artistas, pro- fesoras, mecanógrafas, obreras o doctoras.71 La gran mayoría viajó en tercera clase, con algunas excepciones de mujeres que se despla- zaron solas en segunda y primera clase. En contraposición, las listas de pasajeros de Lisboa, desde donde embarcaron sobre todo mujeres procedentes de Galicia y la vertiente cantábrica, revelan que la pro- fesión más abundante fue la de «doméstica» -criada o mucama- se- guida de la de ama de casa. En este caso, se trasladaron numerosos grupos femeninos que viajaron en tercera clase, predominaron los de madres con dos o tres hijos e hijas, hermanas, primas y paisanas. También encontramos a mujeres viajando solas, y numerosos casos de hermanos y hermanas adolescentes que salieron solos y que eran reclamados por un familiar.72
Como se ha señalado, desde el comienzo de la Guerra Civil es- pañola el Gobierno argentino se mostró reacio a acoger al exilio republicano.73 Los decretos más severos en materia inmigratoria, como la exigencia de un permiso de libre desembarco que dejaba a disposición del Estado argentino la decisión de quién podía entrar al país, se dictaron durante la presidencia de Roberto M. Ortiz en 1938.74 Tradicionalmente las mujeres que se desplazaban solas ha- bían despertado las sospechas entre las autoridades migratorias al considerarlas a todas sujetos pasivos y dependientes de la voluntad de los varones. Con el estallido de la Guerra Civil española estos prejuicios aumentaron al creerlas sometidas a los políticos extranje- ros de izquierda que las utilizaban para difundir su ideología en el país. Sin embargo, una carta enviada en 1937 por el cónsul general argentino en España al Ministro de Relaciones Exteriores, Garlos Saavedra Lamas, le recomendaba ser «menos liberal en los permisos de entrada para las mujeres, ya que son activas propagandistas en hogares, fábricas y cuarteles por medio de la palabra y el folleto. Son valientes, exaltadas, fanáticas e irreductibles [...] es preciso cuidarse de ellas [...]».75 Lo cual nos lleva a pensar que en el fondo sí que se les reconocía una iniciativa propia, una independencia que podía derivar en una intromisión en el ámbito político que trasgredía los límites del discurso de la domesticidad. Sea como fuere las trabas gubernamentales no lograron impedir la llegada e instalación de exiliadas en el país austral. Este proceso estuvo determinado en la mayoría de los casos por las redes microsociales generadas durante la llamada emigración masiva entre 1890 y 1930. La colectividad española continuaba siendo cuantitativamente la segunda más im- portante de Buenos Aires, que fue el principal destino del exilio en suelo argentino, después de la italiana; en 1936 conformaba el 13% de la población con unas 325.000 personas.76
En Argentina se encontraba la colonia española más numerosa del mundo fuera de España, de ahí que la Guerra Civil se vivie- ra con una intensidad especial. Su resultado más inmediato fue la escisión de la comunidad emigrada. Por una parte, se desató una fuerte campaña entre los sectores más reaccionarios de la sociedad para impedir la entrada del exilio republicano español, que tuvo en la prensa escrita su principal medio de difusión. Para alertar a la población argentina de las consecuencias nefastas que podría llevar consigo su instalación en el país trataron de difundir una imagen peyorativa de los republicanos españoles, en especial de las mujeres, que fueron doblemente demonizadas. De las exiliadas españolas se decía que, entre otras prácticas, se habían especializado en ofrecer a sus hijas como mercancía sexual a los periodistas extranjeros a cambio de tabaco y vino, dejándose llevar por sus instintos irracio- nales. Desde un punto de vista claramente misógino «La Fronda» se refería en estos términos a las republicanas internadas en los cam- pos de concentración franceses: «[...] Con ellas ha entrado en los campamentos la más repugnante de las abyecciones, pues cuando la mujer pierde la dignidad es infinitamente peor que el hombre». Por ello desde sus páginas aseveraba que «no se sabe de quién es la tragedia, si de los refugiados o de la nación que los sufre».77
Por otra parte, la Guerra Civil impulsó un fuerte movimiento solidario hacia el bando republicano protagonizado principalmente por mujeres españolas y argentinas, uno de cuyos objetivos funda- mentales fue ayudar a la infancia.78 Se destacaron en esta labor la Agrupación Femenina pro Infancia Española del Centro Repu- blicano Español de Buenos Aires (CRE) y la Asociación Gallega Femenina de Ayuda a los Huérfanos Españoles (AGFAHE). Por su parte, la Emakume Abertzale Batza (EAB) de Buenos Aires y Rosario, ligada a Acción Nacionalista Vasca, se preocupó de cubrir los gas- tos del viaje de los exiliados y exiliadas vascas, los trámites migrato- rios y la manutención durante el primer tiempo en el país. Para ello realizaron festivales, vermouths, etcétera, e incluso se encargaron de recibir a los recién llegados en el puerto de Buenos Aires. Como ha señalado Mauro Vitullo, las mujeres de estas asociaciones adqui- rieron una mayor presencia en el ámbito público y en cierto modo algo de independencia institucional. Estas actividades y campañas de ayuda no rompieron el molde que les era asignado de acuerdo con las representaciones tradicionales de género, sino que fueron concebidas como una extensión de su papel en el ámbito privado.79 Así lo corroboran las palabras de Amalaia Artetxe de Jauregui, pre- sidenta provisional de EAB, en el discurso del acto de presentación de la entidad: «Queremos ser las madres de nuestros niños huér- fanos, las her manas de nuestras mujeres angustiadas, las hijas de nuestros ancianos desvalidos, las novias de nuestros luchadores por la patria, las enfer meras de nuestros heridos, los ángeles guardianes de nuestros prisioneros».80 Pero ello no resta importancia al hecho de que a través de estas asociaciones de ayuda, las mujeres de la colectividad española de Argentina construyeran un espacio alter- nativo en el que pudieron tomar decisiones y llevarlas a la práctica, y más en un ámbito ampliamente masculino como el del asociacio- nismo inmigrante. Asimismo, sin negar los límites que el discurso maternalista imponía, y como ha demostrado la historiografía de género, estas agrupaciones permitieron desarrollar una acción polí- tica con características propias. Por otro lado, las distintas acciones consideradas menores o auxiliares, como estas, fueron más efectivas que las impulsadas por los partidos del exilio, que no lograron su principal objetivo: derrocar al franquismo.
La información referente a las profesiones desempeñadas por las exiliadas españolas en Argentina es apenas existente. A diferen- cia del caso mexicano, donde el trabajo de Pilar Domínguez dio a conocer la inserción laboral de las refugiadas,81 de las exiliadas del país austral solo se han destacado algunos nombres de quienes pertenecieron a la elite ilustrada. Entre las escasas referencias a es- tas mujeres sobresalen, de un modo desigual, las escritoras María Teresa León, Rosa Chacel y María Martínez Sierra, la profesora María de Maeztu, la pintora Maruja Mallo,82 las actrices Margari- ta Xirgu, Ana María Campoy, Balbina Campo y Amalia Sánchez Ariño, la escenógrafa Victoriana Durán o la psicóloga María Luisa Navarro de Luzuriaga, entre otras. Del resto de mujeres con una alta preparación y que ocuparon puestos significativos dentro de la sociedad de acogida tenemos muy pocas noticias, como Enriqueta Zollikerberg García, música formada en los conservatorios de París, Stuttgart y Berlín, que, exiliada junto a su hermana, ejerció como profesora en el conservatorio de Buenos Aires y pianista del Tea- tro Colón.83 O como Fernanda Monasterio, discípula de Gregorio Marañón y destacada psicóloga que ocupó durante unos años la dirección del Instituto de Psicología de la Universidad Nacional de la Plata.
Un ámbito laboral donde sabemos que hubo muchas mujeres aun- que su presencia es poco conocida fue el mundo del libro. En la capital argentina los oficios de editar, traducir y distribuir libros estuvieron copados por refugiados y refugiadas.84 Incluso algunas de las familias más destacadas del exilio en Argentina se introdujeron en la industria de los modos más diversos. Las más emblemáticas fueron la del ex presidente de la República española, Niceto Alcalá-Zamora, y la del ex embajador republicano, Ángel Ossorio y Gallardo. Su hija, Josefi- na Ossorio Florit, trabajó corrigiendo textos y haciendo traducciones de todo tipo de materias. Alcanzaron gran popularidad sus libros de recetas.85 No obstante, el trabajo de la gran mayoría permaneció en un segundo plano, con traducciones que no eran reconocidas formal- mente. En este sentido son significativas las palabras de Ana María Cabanellas sobre el trabajo de su madre, Carmen de las Cuevas:
Y cuando mi padre [Guillermo Cabanellas de Torre] pudo ejercer la profesión [abogacía] [...] y bueno y mi mamá éste..., le hacía muchas traducciones que mi papá las firmaba porque eso le ser- vía a mi papá para el currículum [...], era plata. Y cuando hacía traducciones de libros de literatura o eso, a veces mi papá hacía las traducciones, pero si eran de literatura sí ponían la firma de mi mamá como traductora.86
Los testimonios reflejan que el común de las exiliadas continuó desempeñando los oficios que estaban ligados a las antiguas inmi- grantes, que requerían una cualificación baja y estaban relaciona- dos con las habilidades aprendidas en el hogar como cuidar niños, coser, cocinar, etcétera, poco valoradas. Los más habituales fueron los de sirvientas o mucamas -principalmente entre las que llegaron solteras o viudas-, cocineras, costureras, bordadoras o tejedoras, dependientas en los pequeños negocios de familiares o coterráneos, regentes de casas de huéspedes, etcétera. Y todas, ahí no hubo dis- tinción de clase ni de profesión, tuvieron que afrontar las respon- sabilidades domésticas. La socióloga Clarisa Voloschim, que gozó del privilegio de tener como profesores de clases particulares a los escritores María Teresa León y a Rafael Alberti durante su exilio en Buenos Aires, recordaba a la primera como:
Una mujer [...] muy dinámica, realmente muy dinámica, muy llena de energía, él era más pachorro [sic] [...], más lento, como más paternal, y ella era un cohete [...]; me enseñaba gramática, y mien- tras yo hacía los ejercicios ella batía el huevo para la milanesa, volvía, me corregía [...], revolvía la olla [...]. Ella cocinaba y lavaba los platos [...] pero ella tenía totalmente asumida la vida doméstica.87
Algunas de estas mujeres mejoraron su posición, sobre todo a partir de los años cincuenta, y pudieron gozar del privilegio -que en determinados casos perdieron al salir de España- de contratar a otras mujeres para que desempeñaran las tareas domésticas, mu- chas de su misma nacionalidad, antiguas inmigrantes. Por otro lado, como ya hemos señalado, las exiliadas fueron un factor fundamen- tal de la integración en los países del destino pues desempeñaron un papel clave en el asentamiento de sus familias. Muchas de ellas se convirtieron en soporte del exilio con empleos poco cualificados pero que suponían un salario para la familia, con el trabajo domésti- co, la crianza de los hijos e hijas y el cuidado de elementos españoles y de las distintas regiones en la vida cotidiana, como la cocina, la conservación de las lenguas peninsulares e incluso la forma de pro- nunciar el castellano. Una serie de actividades no reconocidas pero fundamentales para la proyección social y profesional de los esposos e hijos adultos.
Fue precisamente en las pensiones y en sus modestas viviendas, muchas veces carentes de confort, donde el exilio republicano tuvo que reproducir las condiciones propias de un hogar y recrear el ca- lor familiar, en este sentido de nuevo las mujeres desempeñaron un papel sobresaliente en el intento de que «todo siguiera igual».88 Ellas además trataron de instruir a sus hijos e hijas en la misión que te- nían de integrarse en la nueva sociedad. De modo que las mujeres se convirtieron en el puente necesario entre la sociedad de expulsión y la de recepción. En este sentido, las comidas fueron la demostración explícita de que había que adaptarse al país e integrar sus elementos, pero también mantener los de la tierra de origen, lo cual fue posible por los negocios étnicos de la antigua inmigración, donde se encon- traban productos tan propios de algunas regiones de la península como el pulpo, la sidra, el jamón serrano o las aceitunas. De ahí que muchos de los testimonios hagan referencia a que sus madres nunca dejaron de cocinar con pescado -bastante ausente en la dieta argentina-, o de elaborar la empanada gallega, la tortilla de patatas, el gazpacho andaluz, etcétera. No obstante, también subrayan que sus madres rápidamente aprendieron las nuevas recetas del país de destino o de los países de otras inmigrantes y refugiadas. Pronto se adaptaron a la carne vacuna y aprendieron a cocinar con ella, de tal manera que los platos tradicionales de la cocina argentina pasaron a ser los platos principales, pero no los únicos, ya que solían acompa- ñarse con ensaladas, verduras hervidas y siempre con postre.
En cuanto al ocio se refiere, para buena parte estuvo relacionado con la cultura y el folklore de la tierra dejada atrás y sobre todo con los espacios de sociabilidad. Estos últimos tuvieron una importancia capital en la configuración de la identidad en el exilio, en la difusión de los discursos y en la afirmación cultural y política. Es sabido que en el Buenos Aires de los años cuarenta y cincuenta la profusión de espectáculos españoles no tuvo parangón en toda América. Y el exilio republicano, y parte de la colectividad y de la sociedad argentina, disfrutó la agitada vida cultural porteña en la que ocupa- ron un lugar destacado las interpretaciones de las obras de Federico García Lorca por Margarita Xirgu, la dirección de orquestas por Manuel de Falla en el Teatro Colón, el debut de Miguel de Molina en escenarios argentinos o la multitud de decorados realizados por Gori Muñoz.89 Pero estos espectáculos no estuvieron a disposición del grueso del exilio, que en la mayoría de ocasiones tuvo que con- formarse con la música española que sonaba en la radio, desde la jota hasta la zarzuela, pasando por las coplas de algunas folklóricas que pronto el franquismo explotaría como icono nacional. Junto a ello, dentro del magro tiempo libre, una opción muy económica fue la de reunirse en casas de familiares y paisanos los domingos o días libres para compartir añoranzas y recuerdos.
Asimismo una parte significativa del exilio se integró en el tejido asociativo creado por la antigua inmigración y provocó destacadas reconfiguraciones dentro del mismo. Los centros y asociaciones de la colectividad española emigrada a los que se sumó una parte del exilio se convirtieron en espacios donde lo ideológico, lo social y lo afectivo formaron un todo invisible que, como señaló Encarnación Lemus, sirvió para reafirmar la pertenencia a la fragmentada Es- paña republicana. «En una patria republicana sin tierra estos espa- cios públicos [...] [actuaron] como pequeñas patrias multiplicadas [...]».90 Desde finales del siglo XIX la inmigración española había creado numerosas asociaciones a lo largo y ancho del país. Pero fue en Buenos Aires donde el asociacionismo alcanzó su mayor in- tensidad desarrollando tres tipos de organizaciones: las de carácter mutual y benéfico, las que aglutinaron a la elite y las regionales.91 Buena parte del exilio practicó la doble afiliación acercándose a los centros de sus coterráneos y al Centro Republicano Español (CRE), que junto con la Federación de Sociedades Gallegas (FSG) y el Ca- sal de Catalunya, se convirtió en la entidad referente de la legalidad republicana.92
Algunas mujeres exiliadas se implicaron dentro de los centros en los espacios artísticos y culturales que conformaban los coros, los grupos de teatro, de baile, etcétera, y que mantenían y reivin- dicaban unos rasgos identitarios, sobre todo nacionales o regiona- les vinculados con la cultura republicana y de izquierda, ya que no se les brindó las mismas posibilidades de desarrollar una militancia política convencional que a los hombres. Por ejemplo, en la FSG la participación de las mujeres en política había sido nula y la llegada de expatriadas, al igual que sucedió en otras asociaciones, no sirvió para modificar esta situación. Un caso muy distinto al de México, donde las exiliadas sí participaron activamente en el asociacionis- mo e incluso constituyeron agrupaciones políticas independientes.93 En Argentina dentro del asociacionismo, y en general dentro de la colectividad de los años cuarenta, se consideraba que «la política era cosa de hombres».94 La función de las mujeres quedó relegada al mero acompañamiento de sus maridos en los actos sociales y al servicio de la comunidad ocupándose de labores de decoración, lim- pieza y cocina en los locales, aunque existen excepciones.
A pesar de que desde el estallido de la Guerra Civil incrementó el número de mujeres asociadas, el Centro Republicano Español se caracterizó por tener una composición de predominio masculino.95 Como señaló Pedro Martín de la Cámara, hijo de exiliados republi- canos y miembro fundador de lasjuventudes del CRE en 1956:
El Centro Republicano estuvo signado por la falta de fondos y por la ausencia de mujeres. [...] En el Centro había gente que era de la masonería, gente que era del Partido Socialista, que yo creo que no, no tenía ningún eh..., digamos, ningún trato discriminatorio hacia la mujer, pero digamos las pautas, el criterio social de ellos, era que la mujer no iba, así que no la llevaban tampoco. Y las mujeres tampoco debían tener mucho interés en ir porque claro, no encontraban un ambiente para co-relacionarse, si eran una o dos..., las mujeres al mes de ir allí se iban.96
Las exiliadas más conocidas del mundo de las letras, del arte o de la política que residieron en la capital argentina, como Clara Cam- poamor, diputada republicana sufragista, o en menor medida María Luisa Navarro de Luzuriaga, no impulsaron asociaciones específicas de mujeres ni se afiliaron al CRE. No obstante, algunas colaboraron, aunque puntualmente, con el Centro, como María Martínez Sierra, que impartió varias conferencias. En las solicitudes de ingreso sobre- salen algunas mujeres, de las cuales no sabemos si eran antiguas in- migrantes o exiliadas, que constituían relevantes figuras de segunda fila. Se distinguieron por su filiación republicana las actrices Nora y Germinia Samsó, o la maestra Carmen Santolalla Iglesias, que además de pertenecer a Izquierda Republicana fue la secretaria de lasjuventudes Republicanas de Porriño en Galicia. Destacaron por su implicación en la política, y en este caso también en el emprendi- miento del asociacionismo dentro de la colectividad, Elvira Bellido de Villaplana, fundadora del Centro Republicano Español de Re- sistencia, en la provincia del Chaco (Argentina), y la Licenciada en Leyes y destacada miembro de la UGT en Madrid, Blanca Galloso Besteiro.97
Dentro del Centro Republicano de Buenos Aires se creó una Sección Femenina. Su principal función fue recabar fondos a través de colectas o campañas en favor de los niños exiliados y recaudar los beneficios generados por el Ateneo Pi y Margall para contribuir a la ayuda a los refugiados y refugiadas que estaban en Francia y que se desplazaban a América, desarrollando por tanto una manera dife- renciada de hacer política.98 También actuó de forma eventual una Comisión de Damas, que solía estar presidida por alguna de las es- posas de los miembros más destacados del CRE. Esta Comisión no se distinguió de las de los centros regionales ya que la mayor parte de sus actividades se centró en las labores benéficas, el acompañamiento de sus maridos y el servicio a sus consocios.99 No obstante, también se encargó de celebrar algunos actos y homenajes, y sus actividades más políticas estuvieron destinadas a mujeres y protagonizadas por mujeres. Por ejemplo, el 30 de noviembre de 1940 la Comisión de Damas, presidida por la exiliada Luisa Florit de Ossorio, esposa del embajador de la República, organizó un acto, «con numerosa con- currencia femenina», en los salones del Centro Republicano para homenajear a la feminista y socialista Alicia Moreau de Justo y a María Luisa Berrondo, de la Comisión Femenina Socialista de la Casa del Pueblo, por «la actividad desplegada en mítines y ante los poderes públicos en favor de los republicanos españoles, perseguidos y expatriados».100 En suma, en el Centro Republicano, un espacio masculinizado, se asociaron algunas mujeres, que organizaron pun- tuales actos políticos, si bien como en otras asociaciones de la época dedicaron casi todos sus esfuerzos a los aspectos concernientes a la sociabilidad, no exentos sin embargo de una lectura política.
Con la nueva emigración de posguerra, a partir de 1946 se insta- ló en el país austral un número destacado de exiliadas con un impor- tante compromiso político, en algunos casos acentuado tras largos años en las cárceles o después de un paso previo por Francia u otros destinos. Por el estado actual de nuestras investigaciones, parece que en principio, a diferencia de lo que ocurrió en el país galo o en Mé- xico, no se implicaron demasiado en la militancia política activa o, como apunta Jorge de Hoyos, conformaron una cultura política di- ferente a la de los hombres.101
Sin embargo, distintos indicios nos llevan a pensar que abrien- do nuevas líneas de investigación podríamos llegar a encontrar un panorama más próximo al de Francia. En Argentina durante mu- chos años pervivió el relato mítico sobre la Guerra Civil, además el comunismo y los nacionalismos periféricos ocuparon de forma no- vedosa un papel destacado en la cultura política de la colectividad española a partir del exilio de 1939 y, sobre todo, de la llegada de la nueva emigración de posguerra en 1946. Pero el contexto abier- ta y peligrosamente hostil para el comunismo tras la asunción del poder de Juan Domingo Perón (1946-1955), así como las estrechas relaciones diplomáticas mantenidas con la España de Franco, obli- garon a los comunistas a la práctica de la política en clandestinidad. De ahí que todavía tengamos pendiente una vasta tarea para inda- gar la vinculación entre las exiliadas españolas del PCE, el Partido Comunista Argentino y la Unión de Mujeres Argentinas (UMA), con la que indefectiblemente algún contacto debieron establecer, sobre todo teniendo en cuenta el protagonismo en la Guerra Civil española de algunas de sus figuras más emblemáticas, como Fanny Edelman o Mika Etchebéhère.
Conclusiones
Resulta imposible y poco riguroso perfilar con trazos gruesos la realidad de las exiliadas españolas. La pluralidad de bagajes perso- nales, profesionales y políticos, las experiencias de las dos guerras y las trayectorias posteriores dieron lugar a la adaptación, la iden- tificación, el arraigo y la nostalgia, pero con distintas intensidades en cada caso. Con ingredientes tan diversos, en el exilio se forjaron unas identidades transnacionales. Gomo afirmó Guillermina Me- drano, que había sido concejala de Valencia en los años treinta y vivió su exilio en Francia, Santo Domingo y EEUU: «fue duro tener que irse, saber que va muriendo tu familia sin tu consuelo. Yo me cansé de llevar flores al cementerio. Te cambia el destino, te ves obligada a vivir en un mundo que no es el tuyo. Y la mayor tragedia del que sale es que, al final, tus raíces no están ni en un sitio ni en otro, son raíces adventicias».102
No obstante, aunque las vivencias de las refugiadas españolas recogen una gran heterogeneidad de situaciones, pueden señalarse algunos elementos comunes. Por un lado, impulsaron una nueva forma de entender la política antifranquista desde el exterior -con rasgos propios vinculados a la solidaridad, con fuertes lazos trans- nacionales como en Francia-, prolongando trayectorias anteriores, amoldándose a las coyunturas políticas de los países de acogida o descubriendo nuevas formas de entender las culturas políticas de izquierda en sus nuevos lugares de residencia. Por otro, se constitu- yeron en el pilar de sus hogares y de la adaptación en las socieda- des de recepción, labor importante en el mantenimiento de rasgos identitarios, étnicos y políticos, y a la vez en el mestizaje cultural, que permite hablar de su protagonismo en los procesos de transfe- rencia cultural que caracterizaron al exilio español.
La prolongación del exilio en los años sesenta y setenta supo- ne ampliar el foco del análisis del exilio, no limitado a 1939. A diferencia de otros destinos del primer éxodo, en Francia, aunque en muchos círculos pervivió inamovible el recuerdo de la Guerra Civil, el peso del PCE y la presencia de una extensa colectividad emigrante transformaron la cultura política del exilio, que integró a numerosas inmigrantes y nuevas exiliadas. En el caso de Argenti- na, también continuaron llegando exiliadas hasta 1975, aunque en proporciones bastante menores, de la misma manera que el flujo de la emigración se centró en el continente europeo. La inestable vida política del país austral dificultó la acción política de las españolas, pero sin hacerla desaparecer.
Por otro lado, queda pendiente la investigación sobre la segun- da generación, para quien sin ninguna duda los intereses, discursos, decisiones o representaciones de sus madres ocuparon un lugar fun- damental. Esta generación, criada en el recuerdo y una politización bastante intensa, reaccionó de diversa manera: rechazo del pasado de sus familias, militancia activa, abandono paulatino de la acción política y del deseo de regresar, que varió y adoptó característi- cas específicas según los contextos políticos y socioeconómicos de los países en que se asentó. Por todo ello, con trabajos futuros que avancen en el conocimiento histórico de las exiliadas españolas y de su descendencia podremos comprender en su totalidad un fe- nómeno como el exilio de la Guerra Civil, que dejó una profunda huella todavía manifiesta en España y sobre todo en los países de recepción.
1 Mónica Moreno Seco, Las exiliadas, de acompañantes a protagonistas, «Ayer», 2011, n. 81, pp. 265-281.
2 Existen numerosos análisis sobre las memorias de las exiliadas. Entre otros, Susanna Tavera, La memoria de las vencidas: política, género y exilio en la experiencia republi- cana, «Ayer», 2005, n. 60, pp. 197-224 o Giuliana Di Febo, Memoria e identidad política de los escritos autobiográficosfemeninos del exilio, en Alicia Alted, Manuel Llusia (dir.), La cultura del exilio republicano español de 1939, Madrid, UNED, 2003, pp. 305-318.
3 Para una interpretación de las mujeres como sujetos activos en las migra- ciones véanse los dos trabajos pioneros de Mirjana Morokvasic, Bird of passage are also women, «International Migration Review», 1984, n. 18, pp. 886-907 y Cristina Borderías, Las mujeres, autoras de sus trayectorias personales y familiares: a través del servicio doméstico, «Historia y Fuente Oral», 1991, n. 6, pp. 105-121. Una reflexión actual en Mirjana Morokvasic, Femmes et genre dans l'étude des migrations: un regard retrospectif , «Les Cahiers du CEDREF», 2008, n. 16, pp. 33-56.
4 Philippe Rygiel, Du genre de l'exil, «Le Mouvement Social», 2008, n. 225, pp. 3-8.
5 Como señala Jane Freedman, Genre et migration forcée: les femmes exilés en France, «Les Cahiers du CEDREF», 2008, n. 16, pp. 169-188.
6 Fernando Devoto, Pilar González Bernaldo (coords.), Émigration politique. Une perspective comparative. Italiens et espagnols en Argentine et en France, XIX-XXe siécles, París, L'Hartmann, 2001 ; Maríajosé Fernández Vicente, Españolesfuera de España. Historia y memoria de la última ola migratoria española (1945-1980), «Amnis. Revue de Civilisation Contemporaine de l'Université de Bretagne Occidentale», 2007, n. 7, < http://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=2650655> (5/13).
7 El trabajo más completo sobre el exilio en Francia sigue siendo el de Gene- viève Dreyfuss-Armand, El exilio de los republicanos españoles en Francia. De la guerra civil a la muerte de Franco, Barcelona, Crítica, 2000.
8 Geneviève Dreyfus-Armand, París, ¿otra capital del exilio republicano?, en Fer- nando Martínez,Jordi Canal, Encarnación Lemus (eds.), París, ciudad de acogida. El exilio español durante los siglos XIX y XX, Madrid, SECC-Marcial Pons Historia, Ma- drid, 2010, p. 283.
9 Como Geneviève Dreyfus-Armand, Les républicains espagnols en France: réfu- giés, exilés?, en Devoto, González, Émigration politique, pp. 234-247. Para las muje- res, Ana Fernández Asperilla, Identidades cruzadas: mujeres exiladas y emigrantes económi- cas durante la dictadura franquista, en Ead. (coord.), Mujeres bajo elfranquismo: compromiso antifranquista, Madrid, Amesde, 2008, pp. 185-209.
10 Pilar Domínguez Prats, La política y las mujeres republicanas en el exilio, en Án- geles Egido, Ana Fernández Asperilla (eds.), Ciudadanas, militantes, feministas. Mujer y compromiso político en el siglo XX, Madrid, Eneida, 2011, pp. 131-162.
11 Mónica Moreno Seco, L'exil au féminin: républicaines et antifranquistes en France, en Bruno Vargas (dir.), La Seconde République espagnole en exil en France (1939- 1977), Albi, Presses Universitaires de Champollion, 2008, pp. 163-181.
12 María de Villarino, El éxodo español, «Sur», 1939, pp. 61-62.
13 Sylvie Aprile, De l'exilé a l'exilée: une histoire sexuée de la proscription politique outre-Manche et outre-Atlantique sous le Second Empire, «Le Mouvement Social», 2008, n. 225, pp. 27-38.
14 Federica Montseny, Mis primeros cuarenta años, Barcelona, Plaza y Janés, 1987, pp. 146-147.
15 Dreyfus-Armand, El exilio de los republicanos españoles, p. 79. Cifras parecidas en Javier Rubio, La población española en Francia de 1936 a 1946:flujosy permanencias, en Josefina Cuesta, Benito Bermejo (coords.), Emigración y exilio. Españoles en Francia, 1936-1946, Madrid, Eudema, 1996, pp. 32-60.
16 Consuelo Soldevilla, El exilio español (1808-1975), Madrid, Arcos Libros, 2001, p. 49. También, entre otros: Geneviève Dreyfus-Armand, Les Camps sur la plage: un exil espagnol, París, Autrement, 1999.
17 El relato de Remedios Oliva Berenguer recoge esa experiencia con detalle (Éxodo. Del campo de Argelès a la maternidad de Elna, Barcelona, Viena, 2006). Del total de nacimientos en dicho centro, cerca 400 correspondieron a niños y niñas cuyas madres era refugiadas españolas internadas en campos de concentración del sureste francés. En 1949 la maternidad de Elna fue cerrada por la Gestapo. Hoy sabemos más de ella gracias a la exposición La maternidad suiza de Elna. Tiempos de exilio y solidaridad que el Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC (Madrid) acogió durante los primeros meses de 2013.
18 Silvia Mistral, Éxodo. Diario de un refugiada española, México, Minerva, 1940.
19 Dora Schwarzstein, Entre Franco y Perón. Memoria e identidad del exilio republi- cano español en Argentina, Barcelona, Crítica, 2001, p. 25.
20 Así se desprende de los testimonios de Blanca Bravo y Leonor Sarmiento, en Nuevas raíces. Testimonios de mujeres españolas en el exilio, México, Ed. Joaquín Mortiz, 1993, pp. 15-59 y 145-172.
21 Alicia Alted Vigil, La voz de los vencidos. El exilio republicano de 1939, Madrid, Santillana, 2005, p. 67. Una imagen que revela los miedos y fracturas de la sociedad francesa, como señala Pierre Laborie, Les espagnols et les italiens dans l'imaginaire social, en Pierre Milza, Denis Peschanski (dirs.), Exils et migration. Italiens et Espagnols en France, 1938-1946, Paris, L'Harmattan, 1994, pp. 273-286.
22 Salvador Valverde Calvo, Nos robaron una vida, en Traumas (niños de la guerra y del exilio), Cornellá de Llobregat, Associació per a la Memòria Històrica i demo- cràtica del Baix Llobregat, 2010, pp. 286-287.
23 Natacha Lillo, La emigración española a Francia a lo largo del siglo XX: una historia que queda por profundizar, «Migraciones & Exilios», 2006, n. 7, pp. 159-180.
24 Victoria Kent, Cuatro años en París, 1940-1944, Buenos Aires, Sur, 1947. Véa- se Ma Dolores Ramos Palomo, Exilio, historia y memoria. Victoria Kent: Cuatro años en París. 1940-1944, en Martínez, Canal, Lemus (eds.), París, ciudad de acogida, pp. 251-281.
25 Montseny, Mis primeros cuarenta años, p. 161.
26 Ma Fernanda Mancebo, Las mujeres españolas en la Resistencia francesa, «Espacio, Tiempo y Forma. Historia Contemporánea», s. V, 1996, n. 9, pp. 239-256.
27 Neus Català, Testimoni d'una supervivent, Barcelona, Primera Plana, 2007, pp. 57-58. La traducción es nuestra.
28 Neus Català, De la resistencia y la deportación. 50 testimonios de mujeres españolas, Barcelona, Península, 2000. El testimonio de Alfonsina Bueno en p. 137.
29 Sin embargo, las cifras provienen de una fuente limitada como es el censo profesional realizado entre los refugiados varones que se encontraban en los cam- pos de concentración franceses a principios de verano de 1939. Soldevilla, El exilio español, p. 67.
30 Alicia Alted Vigil, Mujeres españolas emigradas y exiliadas. Siglos XIX y XX, «Anales de Historia Contemporánea», 2008, n. 24, p. 68.
31 Bárbara Ortuño Martínez, La imagen de la(s) madre(s). Construcciones identitarias en los procesos migratorios vividos durante la infancia, en Alejandra Ibarra Aguirregabiria (coord.), No es país para jóvenes. III Encuentro de Jóvenes Investigadores de la Asociación de Historia Contemporánea, Vitoria-Gasteiz, Universidad del País Vasco/Instituto de Hi- storia Social Valentín de Foronda, 2012.
32 Domínguez Prats, La política y las mujeres, p. 157.
33 Alicia Alted, El exilio republicano español de 1939 desde la perspectiva de las mujeres, «Arenal. Revista de historia de las mujeres», 4, 1997, n. 2, pp. 223-238.
34 En José Forné, Lucienne Domergue, Hijo, hija de refugiados, en Alicia Alted, Lucienne Domergue (coords.), El exilio republicano español en Toulouse. 1939-1999, Ma- drid, UNED-Presses Universitaires du Mirail, 2003, p. 363.
35 Antonina Rodrigo, Una mujer libre: Amparo Poch y Gascón, médica anarquista, Barcelona, Flor del Viento, 2002.
36 Dreyfus-Armand, París, ¿otra capital del exilio republicano?
37 Relata su experiencia en María Casares, Residente privilegiada, Barcelona, Argos, 1981.
38 Susanna Tavera, Federica Montseny, la indomable (1905-1994), Madrid, Te- mas de Hoy, 2005, pp. 262-274.
39 Ana Aguado Higón, Rafael Mestre Marín, Mujeres Libres en el exilio. Identi- dad femenina y cultura libertaria, en María Fernanda Mancebo, Marc Baldó Lacomba, Cecilio Alonso (coords.), L'exili cultural de 1939. Seixanta anys després, II, Valencia, Universität de Valencia-Biblioteca Valenciana, 2001, pp. 47-70.
40 Enrique Barón, Carmen Romero (coords.), Carmen García Bloise. Exilio, emi- gración y socialismo, Madrid, Fundación Españoles en el Mundo, 1995.
41 Natacha Lillo, El PCE en París y la región parisina: las relaciones con el PCF y los inmigrantes 'económicos' (1945-2005), en Martínez, Canal, Lemus (eds.), París, ciudad de acogida, pp. 341-370.
42 Mercedes Yusta, Madres Coraje contra Franco. La Unión de Mujeres Españolas en Francia, del antifascismo a la Guerra Fría (1941-1950), Madrid, Cátedra, 2009.
43 Mercedes Yusta, Género e identidad política femenina en el exilio: Mujeres Antifasci- stas Españolas (1946-1950), «Pasado y Memoria», 2008, n. 7, pp. 143-163.
44 Para México, se ha puesto de relieve la relevancia de muchas mujeres en el mantenimiento de lazos identitarios por encima de las disputas políticas, propias del exilio en aquel país, vínculos desarrollados en espacios de sociabilidad informales y relacionados con el cuidado de la familia, pero que permitieron crear espacios y discursos unitarios de acción política. Véase Jorge de Hoyos Puente, Las mujeres exi- liadas en la configuración de la identidad culturaly política de los refugiados españoles en México, «Ubi Sunt», 2012, n. 27, pp. 28-40 y Pilar Domínguez Prats, De ciudadanas a exiliadas. Un estudio sobre las republicanas españolas en México, Madrid, Cinca-Fundación Largo Caballero, 2009.
45 Como ha estudiado Natacha Lillo, La petite Espagne de la Plaine-Saint- Denis, 1900-1980, Paris, Autrement, 2004.
46 Juan B. Vilar, La España del exilio. Las emigraciones políticas españolas en los siglos XIX y XX, Madrid, Síntesis, 2006, p. 351. Sobre la emigración española a Francia, entre otros, véase José Babiano, Emigración, identidad y vida asociativa: los españoles en la Francia de los años sesenta, «Hispania», 62, 2002, n. 211, pp. 561-576. La experiencia laboral y familiar de las mujeres de la emigración en Natacha Lillo, Espagnoles en 'banlieue rouge'. L'intégration a travers le parcours des femmes (1920-2000), «Les Cahiers du CEDREF», 2004, n. 12, pp. 191-209.
47 Alicia Mira Abad, Mónica Moreno Seco, Españolas exiliadas y emigrantes: encuentros y desencuentros en Francia, «Les Cahiers de Framespa», 2010, n. 5, <http:// framespa.revues.org/383> (5/13).
48 Testimonio de Mercedes Romero, en Laura Oso, Españolas en París. Estra- tegias de ahorro y consumo en las migraciones internacionales, Barcelona, Bellaterra, 2004, pp. 187-188.
49 Lillo, El PCE en París, p. 368.
50 Natacha Lillo, El asociacionismo español y los exiliados republicanos en Francia: entre el activismo y la respuesta del Estado franquista (1845-1975), «Historia Social», 2011, n. 70, pp. 175-192.
51 Ana Fernández Asperilla, Mujeres, emigración y compromiso político: la visuali- zación de unfenómeno, en Egido, Fernández Asperilla (eds.), Ciudadanas, militantes, femi- nista, pp. 199-230.
52 José Babiano, Ana Fernández Asperilla, La patria en la maleta. Historia social de la emigración española a Europa, Madrid, Fundación 12 de Mayo-GPS, 2009, pp. 220-223.
53 Ana Fernández Asperilla, Cultura política, acción colectiva y emigración española, en Ana Fernández Asperilla, David Fintz Altabé (coords.), Gente que se mueve. Cultura política, acción colectiva y emigración española, Madrid, Fundación 12 de Mayo, 2010, pp. 18-32.
54 Lilló, El PCE en París, p. 356.
55 Portal "Devuélveme la voz", de la Universidad de Alicante, <http://web. ua.es/devuelveme-voz/visor.php?fichero=8380.mp> (5/13).
56 Archivo Histórico del PCE, Sección Radio España Independiente, Caja 182/1.
57 Entrevista a Berta Sáiz Cáceres, Alicante, 16 de marzo de 2007.
58 Irene Abad Buil, En las puertas de prisión. De la solidaridad a la concienciación política de las mujeres de los presos del franquismo, Barcelona, Icaria, 2012, pp. 114-125.
59 Una entrevista a Angelita Grimau en Radio París al poco del fusilamien- to de su marido en el Portal "Devuélveme la voz", de la Universidad de Alican- te, <http://devuelvemelavoz.ua.es/devuelveme-voz/buscador.php?idioma=es#> (5/13). Algunos de estos actos, en «Mundo Obrero», 35, 1965, n. 4; 43, 1973, n. 5 o 44, 1974, n. 4.
60 Se conservan numerosas cartas de homenaje a Tina Pérez en Archivo Histórico del PCE, Sección Radio España Independiente, Cajas 189-191.
61 Entrevista a Blanca Bayón Pérez, Alicante, 2 de junio de 2006.
62 Entrevista a Rosalía Sender Begué, Valencia, 21de enero de 2008.
63 Rosalía Sender Begué,,Vos quitaron la miel. Memorias de una luchadora antifran- quista, Valencia, PUV, 2004.
64 Alicia Alted Vigil, El exilio español en la Unión Soviética, «Ayer», 2002, n. 47, pp. 129-154.
65 Dolores Pía Brugat (coord.), Pan, trabajo y hogar. El exilio republicano español en América Latina, México, SEGOB-INM-CEM/Instituto Nacional de Antropología e Historia/DGE Ediciones, 2007.
66 Dolores Pla Brugat, El exilio republicano en Hispanoamérica. Su historia e historio- grafía, «Historia Social», 2002, n. 42, p. 100.
67 La actitud del gobierno argentino solo tuvo dos excepciones: hacia quienes se exiliaron a través del Comité Pro Inmigración Vasca y quienes arribaron en el va- por Massilia, véase: Bárbara Ortuño Martínez, 'En busca de un submarino'. Crónica a bor- do del buque insignia del exilio republicano en Argentina: el Massilia, «Cahiers de civilisation espagnole contemporaine», 2012, n. 9, <http://ccec.revues.org/4242> (05/13).
68 Pese a carecer de cifras oficiales algunos autores estiman que unos 10.000 españoles se exiliaron en Argentina: Vilar, La España del exilio, p. 388 y Pla Brugat (coord.), Pan, trabajoy hogar, p. 294.
69 Schwarzstein, Entre Franco y Perón, p. 87.
70 Bárbara Ortuño Martínez, El exilio y la emigración española de posguerra en Buenos Aires, 1936-1956, Alicante, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2012, <http://bib.cervantesvirtual.com/FichaAutor.html?Ref=39981&portal=21 > (05/13), pp. 96-103.
71 Departamento Archivo Intermedio (DAI) del Archivo General de la Na- ción (AGN) de la República Argentina. Fondo Partes Consulares, 1939-1940, cajas 2, 4 y 5. De todas formas, esta información es solo aproximada por tratarse de una fuente con numerosos defectos.
72 DAI. Fondo Partes Consulares, 1939, cajas 1-8. Véase: Ortuño Martínez, La imagen de la(s) madre(s).
73 Lidia Bocanegra, Argentina en la Guerra de España, «Historia del Presente», 2008, n. 12, pp. 43-60.
74 Fernando Devoto, El revés de la trama: políticas migratorias y prácticas admini- strativas en la Argentina (1919-1949), «Desarrollo Económico. Revista de Ciencias Sociales», 2001, n. 162, p. 391.
75 Schwarzstein, Entre Franco y Perón, p. 53.
76 José C. Moya, Notas sobre las fuentes para el estudio de la inmigración española en Buenos Aires, «Estudios Migratorios Latinoamericanos», 2, 1986, n. 4, p. 497.
77 Los pobrecitos refugiados, «La Fronda», 20 de abril de 1939.
78 Bárbara Ortuño Martínez, De la memoria histórica a la memoria colectiva: los niños de la Guerra Civil en Argentina, «Ayer», 2012, n. 85, pp. 183-184.
79 Mauro Vitullo, La ayuda a los exiliados vascos en la génesis argentina de Emakume Abertzale Batza, «Migraciones & Exilios», 2011, n. 12, p. 55.
80 «Nación Vasca», 1938, p. 4.
81 Pilar Domínguez, Voces del exilio. Mujeres españolas en México (1939-1950), Madrid, Comunidad de Madrid, Dirección General de la Mujer, 1994.
82 Para mujeres gallegas en el exilio véase entre otros: Pilar Cagiao Vila, Muller e emigración, Santiago de Compostela, Xunta de Galicia, 1999, pp. 85-91.
83 Pere Giral (et al.), Médulas que han gloriosamente ardido. El papel de la mujer en el exilio español, México D. F., Claves latinoamericanas, Ateneo español de México, 1994, p. 115.
84 Germán Loedel Rois, Los traductores del exilio republicano español en Argentina, tesis doctoral, Universität Pompeu Fabra, 2012 (inédita).
85 Entrevista a Ana María Cabanellas, Buenos Aires, 12 de noviembre de 2007.
86 Ibidem. También el testimonio de Gloria Rodrigué, directora de Edhasa Argentina y nieta del editor Antonio López y Llausás, fundador de Sudamericana en Argentina, indica que su abuela estuvo detrás de las traducciones de algunos de los más reputados escritores argentinos como Oliverio Girando (Lucía Gálvez, Hi- storias de inmigración, amor y arraigo en tierra argentina: 1850-1950, Buenos Aires, Norma, 2003, p. 390).
87 Entrevista a Clarisa Voloschim, Buenos Aires, 15de diciembre de 2007.
88 Gina Buij (ed.), Migrant women. Crossing boundaries and changing identities, Ox- ford, Berg, 1996, p. 4.
89 Schwarzstein, Entre Franco y Perón, pp. 156-159
90 Encarnación Lemus, Identidad e identidades nacionales en los republicanos españo- les de Chile, «Ayer», 2002, n. 47, pp. 155-184.
91 Alejandro Fernández, La colectividad española de Buenos Aires y el asociacionismo étnico, «Arbor», 1990, n. 512, pp. 25-51.
92 Sobre las distintas formas de inserción del exilio en el asociacionismo ame- ricano véase: Bárbara Ortuño Martínez, Del Casino al Centro: el exilio republicano y el asociacionismo español en América, «Historia Social», 2011, n. 70, pp. 155-173.
93 Pilar Domínguez Prats, La actividad política de las mujeres republicanas en Méxi- co, «Arbor», 2009, n. 735, pp. 75-85.
94 Hernán M. Díaz, Historia de la Federación de Sociedades Gallegas. Prácticas políti- cas y prácticas militantes, Buenos Aires, Fundación Sotelo Blanco, Biblos Historia, 2007, p. 145.
95 Es relevante que de las 106 solicitudes de ingreso de 1939 conservadas solo 8 correspondieran a mujeres y de las 94 de 1942 únicamente 3. Archivo del Centro Republicano Español (ACRE). Solicitudes de ingreso, 1939 y 1942.
96 Entrevista a Pedro Martín de la Cámara, Buenos Aires, 8 de diciembre de 2007.
97 ACRE. Solicitudes de ingreso 1939-1949.
98 En 1940 la Sección estaba compuesta por 8 socias del Centro Republica- no, siendo su presidenta Vicenta R. de Forte. ACRE. Memorias y Balances (M y B), 1940, p. 13.
99 Ibidem, p. 18.
100 Ibidem, pp. 20-21.
101 De Hoyos Puente, Las mujeres exiliadas, pp. 28-40.
102 Entrevista en «El País», 13 de abril de 2001.
Biodata: Mónica Moreno Seco insegna Storia Contemporanea presso la Universidad de Alicante (España) e direttrice della rivista Pasado y Memoria. Revista de Historia Contemporánea. Fa parte della Giunta della AEIHM (Associazione spag- nola di Ricerca in Storia delle donne) e il suo campo di ricerca è la storia delle donne e di genere nella Spagna contemporanea. Gli ultimi lavori riguardano le donne cat- toliche e laiche nei secoli XIX e XX, la rappresentazione delle regine in Spagna, le donne e le culture politiche di sinistra, il femminismo spagnolo degli anni settanta, le donne nella Guerra Civile spagnola e nell'esilio ([email protected]).
Bárbara Ortuño Martínez, laureata in Humanidades (Lettere), è dottore di ricerca in Storia presso la Universidad de Alicante. Attualmente è titolare di una borsa di ricerca postdottorale del Consiglio Nazionale di Ricerca Scientifica e tecnica (CONICET) presso il Centro di Studi Storici (CEHIS) della Facoltà di Humanidades dell'Università Nazionale di Mar del Plata (Argentina), dove lavora sull'esilio repub- blicano durante il primo peronismo. Le sue ricerche vertono sull'esilio durante la Guerra Civile spagnola e la nuova emigrazione post-bellica e prendono partico- larmente in esame l'inserimento nel paese di accoglienza, l'associazionismo, le relazioni di genere, la popolazione infantile, le costruzioni identitarie, la militanza politica, come anche le relazioni bilaterali tra i governi di Franco e Perón (barbara. [email protected]).
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Copyright Firenze University Press 2013
Abstract
This text reflects on the experiences of women who lived in exile led by the Spanish Civil War and Franco's dictatorship to France and Argentina, countries where Spanish communities residing abroad were more numerous. The differences in personal backgrounds and political contexts in the host societies, or the constant arrival of new migrants and exiled not prevent some common elements point to the Spanish women exiles: their role in the processes of cultural transfer -with the maintenance of cultural traits and Spanish or regional identity and the incorporation of new elements of the host country- as well as a political militancy with important international contacts, all of which strengthened transnational identities. [PUBLICATION ABSTRACT]
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