RESUMEN
El concepto facción ha sido a menudo motivo de confusión entre los historiadores de la Curia Romana. Su uso indistinto, como hicieran los cronistas de la Época Moderna, ha hecho que cualquier agrupación surgida en el Colegio Cardenalicio haya sido englobada bajo ese término, sin considerar sus particularidades, y que, por tanto, se haya desatendido una realidad social que debió de ser mucho más rica de lo que ese monolitismo indica. A partir de una diferenciación de los distintos grupos cardenalicios, el autor estudia el cónclave a la muerte de Inocencio XII, momento en el que, coincidiendo con la extinción de la rama española de los Austrias, sus diferencias se hicieron más evidentes.
PALABRAS CLAVE:
Facciones, partidos, cónclave, Papado, Colegio Cardenalicio, Guerra de Sucesión española
ABSTRACT
The concept faction has often caused confusion between specialists in History of the Holy See. Its random use, like the Early Modern Age chroniclers did, has made that any Sacred College group was included under this term. Because of that, the social reality of this institution has been unattended. By means of a distinction between diverse cardinal groups, author studies the Innocent XII's conclave, moment when, coinciding with the Spanish Habsburg branch's extinction, their differences were more evident.
KEY WORDS:
Factions, parties, conclave, Papacy, Sacred College, Spanish Succession War.
Recibido: 30-01-2010
Aceptado: 05-06-2011
UN MARCO TEÓRICO PARA LAS AGRUPACIONES CARDENALICIAS
En 1692 vio la luz en Roma la bula Romanum decet pontificem, un documento de extraordinario valor con el que Inocencio XII (1691-1700) acababa, al menos teóricamente, con las prácticas nepotistas que habían imperado en la Sede Apostólica durante siglos1. En él, a través de un esquema simple, articulado en siete puntos, el papa cancelaba una serie de cargos formales hasta entonces, destinados a ser cubiertos por los parientes de los pontífices, al tiempo que limitaba el acceso de éstos a muchos de los múltiples privilegios y beneficios de los que habían gozado hasta ese momento.
Quedaba demostrado que la Santa Sede estaba dispuesta a ocuparse, casi en exclusiva, de temas de carácter espiritual o de los que, en lo temporal, estuviesen directamente relacionados con los intereses de los Estados de la Iglesia. El papel preponderante del cardenal-nepote era anulado y se sancionaba el ascenso del Secretario de Estado. La decisión era la culminación de una corriente de pensamiento, presente desde hacía varias décadas en la Curia Romana e ilustraba la evolución que estaba conociendo el Colegio Cardenalicio. Sin una oposición mayoritaria que se interpusiese a esos criterios, nada habría podido frenar al papa en un tema que, en principio, no despertaba especial interés entre las grandes potencias europeas.
Era un triunfo del movimiento celante y un golpe casi decisivo contra las tradicionales facciones cardenalicias. Al fin y al cabo, mientras que el celantismo había luchado desde sus orígenes contra los usos patrimonialistas que algunos papas habían hecho del Pontificado, esas agrupaciones ya habían basado su razón de ser en el clientelismo mucho antes de que el movimiento tomase forma2. Pero no por ello desaparecieron. Durante demasiado tiempo habían dirigido la vida pública romana hasta increíbles extremos y habrían de continuar en una posición preponderante en la vida pública. A finales del siglo XVII, el acceso a muchos de los cargos de la anquilosada burocracia pontificia seguía dependiendo de las buenas relaciones con un padrino adecuado, y los cambios en la escala curial cada vez que se elegía un nuevo papa eran evidentes3. Como afirmaba un testimonio anónimo dirigido a los futuros embajadores españoles ante la Santa Sede, en la ciudad de Roma casi todo dependía de quien se hiciese con la tiara papal:
«...se puede afirmar que en Roma no hay otro negocio sino el Pontificado, y a este se enderezan, y encaminan principalmente quantas acciones hacen no solamente los Cardenales viexos que pueden pretender estas Suprema Dignidad; pero tambien los otros Cardenales que aun no la pretenden, y de los demás Prelados, y Ministros, y Oficiales de Corte sin quedar ninguno, y así hasta ahora, y aun hasta los zapateros, y sastres, porque unos dependen de otros de tal manera que todo se reduce a facciones, y no ay hombre de los que siguen la Corte de Roma que no este persuadido con verdaderas o falsas razones à que dependa toda Su Grandeza de que salga un Papa, o al contrario toda su ruina de que saliesse otro»4.
En una sociedad condicionada por el clientelismo, las advertencias a los diplomáticos de la Monarquía Católica no podían ser más acertadas. Tradicionalmente, los cardenales, y con ellos sus familias, habían establecido alianzas para alcanzar el poder en un juego en el que el cardenal-nepote era la pieza fundamental. Como medio con el que garantizar su enriquecimiento, la formación de agrupaciones de purpurados que debían su capelo a un mismo pontífice era mayoritaria en los cónclaves y la lucha por la elección de uno de sus miembros perseguía el beneficio personal. De alcanzar el objetivo, se perpetuaba y mejoraba una situación que ya de por sí les resultaba muy favorable y se aseguraban una relación dialéctica entre el nuevo líder, ellos mismos y los próximos sujetos que tendrían acceso a importantes recursos económicos gracias a la posición del primero5. De este modo, si cada cambio en la cabeza de la jerarquía eclesiástica repercutía hasta en los últimos peldaños de la prelatura, el modo de gestionar las promociones a la púrpura permitía al papa y al cardenal-nepote aumentar el valor de la «gracia» a conceder.
El procedimiento, alargando las vacantes de los cargos en juego, hacía de la incertidumbre el terreno ideal para la negociación y la incorporación de adeptos a la facción en el poder: al modelar los tiempos de espera se dotaba de un instrumento de control del mercado de gracias que, si implicaba a varios sujetos, terminaba por endeudar a aquél que resultaba favorecido6. Con la deuda, los familiares del papa podían obtener grandes beneficios pero, sobre todo, se garantizaban un futuro cuando éste muriese. En ese marco, el cardenal-nepote estaba destinado a desempeñar un papel que garantizase el equilibrio entre las facciones, amigas y enemigas, y poner en práctica una mediación con vistas al momento en que, después de años de ostentación del poder, el pontífice faltase.
No obstante, no todos los purpurados participaron de ese esquema en idénticas circunstancias. Aunque los cardenales de las coronas tenían seguramente un grado de dependencia con respecto a su patrón más acusado que los «facciona- rios», es evidente que sus movimientos en el Colegio Cardenalicio persiguieron objetivos muy distintos, y, por tanto, no parece apropiado utilizar el término facción para englobar a estos individuos. Si algunos autores7 han incluido a los cardenales nacionales y su entorno bajo esta denominación, se debe al uso que han hecho de una definición que entiende por facciones a los grupos enfrentados políticamente -antes de la aparición de los partidos políticos en Occidente- movidos no por la ideología sino por su rivalidad en la consecución de recursos materiales8.
Trasladado a la escena romana y siendo los cardenales quienes, desde el Sacro Colegio, tuvieron mayor peso en la Curia, el concepto describiría a un grupo variable de curiales, pero también a nobles, artistas y otros individuos, no necesariamente pertenecientes a la escala curial. Sin embargo, ése no fue el estímulo que guió a los purpurados nacionales, cuyas acciones estuvieron por lo general concertadas con los embajadores. Lejos de luchar por los «recursos materiales», su labor en Roma tuvo una base fundamentalmente política y se sirvió del patronazgo y las redes clientelares únicamente como medios que garantizasen la consecución de objetivos de Estado. Tal y como harían notar algunos diplomáticos borbónicos, cuando constataron la pérdida de influencia española en la Sede Apostólica al final de la Guerra de Sucesión, «el principal motivo era lo poco que últimamente se había cuidado de adquirir y cultivar en Roma amigos y dependientes»9.
El término facción en la Roma Moderna resulta, pues, poco acertado para referirse a agrupaciones que, sobre todo al más alto nivel, se ocuparon de defender los intereses de las coronas. Por eso, aunque en la documentación de la época se utiliza sin distinción los conceptos facción y partido, se juzga apropiado emplearlos por separado para referirse a sistemas de agregación con distintas características. Desde una perspectiva más racional parece lógico pensar que en la facción primaron siempre los intereses particulares, mientras que fue la razón de Estado la que originó el partido y condicionó sus movimientos.
El concepto facción es igualmente problemático a la hora de englobar a todos aquéllos que, en alguna ocasión, dependieron de un patrón en el caso de los extranjeros que poblaron las calles de Roma. Ciertamente, un español pudo gozar de independencia en la ciudad y abandonar el partido del Rey Católico para acudir bajo la protección de otro monarca, pero siempre le acompañaría un adjetivo que haría referencia a sus orígenes y le integraría junto con otros individuos procedentes del mismo territorio, en el que la nación sería la base para toda clasificación10.
Bajo un criterio estrictamente geográfico que, en la Época Moderna, abarcaba realidades tan dispares como las que podrían suponerse para la nación florentina, la aragonesa o la española, nada tenía que ver el uso de este término con las construcciones que comenzaron a forjarse en el XIX en las que la etnicidad, la lengua común, la religión, el territorio y los recuerdos colectivos aún no eran piezas claves para su uso11.
Cuando algunos de los sujetos que integraban una nación llegaron a tomar parte de alguna facción, no lo fue en una que, sensu stricto, organizase a sus miembros por su procedencia. Así, aunque desde el siglo XVI las prácticas de muchos papas irían encaminadas a favorecer con cargos y beneficios a sus connacionales12, tales hábitos únicamente pueden considerarse un ejemplo de clientelismo trasladado desde sus tierras hasta el Colegio Cardenalicio.
En ese marco, entre partidos y facciones, surgió en la segunda mitad del siglo XVII un nuevo tipo de agrupación, que en el cónclave de 1700 desempeñaría un papel destacado: el movimiento celante. Se ha señalado que tuvo en el Escuadrón Volante un antecedente, pero fue, fundamentalmente, durante el pontificado de Inocencio XI (1676-1689) cuando adquirió un peso significativo en el Colegio Cardenalicio. Este papa compartía con los celantes muchas de sus preocupaciones. El grupo, al principio muy reducido, no tardó en verse incrementado al favorecer aquél en las promociones a la púrpura a colaboradores y religiosos de vida ejemplar13.
Los cardenales adscritos a esta corriente política, aunque en muchos casos habían obtenido el capelo mediante procedimientos similares a los de sus colegas, se diferenciaban de ellos, si no por su no sumisión a sus creadores, sí por su mayor autonomía o su interés por la defensa de la inmunidad de la Iglesia y la recuperación de la centralidad del Papado en la diplomacia europea. Estos motivos, Motivaciones, si bien no eran estrictamente incompatibles con sus intereses familiares, frecuentemente podían llevar a situar en un segundo plano ciertas aspiraciones personales. Los celantes renegaban de la facción como estructura que favorecía el clientelismo, y apostaban por el sostenimiento de un Estado Pontificio, renovado y desvinculado de los partidos de las coronas. Eran, por tanto, una parte creciente del Sacro Colegio pero distinta, en usos y aspiraciones, de las faccio- nes y partidos que, tradicionalmente, se habían repartido los capelos. Conformaban un grupo independiente en torno a un proyecto ideológico-político propio.
La distinción entre facciones, partidos y celantes en el estudio de este órgano resulta fundamental para entender los movimientos en su seno, por más que sus contemporáneos hiciesen un uso indistinto de al menos los dos primeros términos. Desde una perspectiva historiográfica, el esfuerzo por la diferenciación sólo puede repercutir positivamente en la investigación14. Si es obvio que los grupos en los que el clientelismo estaba más extendido se distinguían de aquéllos en los que imperaba la diplomacia internacional o de los celantes, más preocupados por temas que afectaban directamente a la Iglesia y su Estado, no tiene sentido englobar a todos ellos bajo una misma denominación.
LA COMPOSICIÓN DEL COLEGIO CARDENALICIO EN TORNO A 1700
En el último año del pontificado de Inocencio XII, los celantes eran ya los más numerosos y contaban con mayor predicamento en Roma15. A propósito del cónclave, que ya se intuía, un informe depositado, en el archivo de la Embajada de España, advertía de que «será muy difícil hacer Papa a ningún Cardenal de quien no tengan buen concepto los celantes porque presentemente son tantos» que a no ser que «no estén unidos, podrán excluir al que no les fuere grato»16.
El grupo, formado mayoritariamente por los cardenales promovidos durante el pontificado de Inocencio XI, contaba además con algunas criaturas de Clemente IX (1667-1669) y purpurados que, pese a deber el capelo al nada celante Alejandro VIII, habían preferido no seguir los pasos de la facción ottoboniana17. Ese era el caso de Negroni y Pallavicini y quizás Albani. El carácter universal de los ideales celantes, que no se limitaban al bien de un solo grupo, atraía a cardenales de toda condición entre los que, en realidad, no eran demasiado numerosos los creados por Inocencio XII, un tanto molestos por la preponderancia de purpurados más veteranos en todos los grupos que formaban el Colegio Cardenalicio18.
Aun así, entre los promovidos por él, imperó un sentimiento próximo a ese ideario y el peso de los mayores fue relativo. De hecho, la progresiva llegada de cardenales jóvenes a la esfera celante propició una evolución de sus objetivos. En el cónclave de ese año los iniciales deseos de reforma de la vida religiosa, defendidos por Inocencio XI, fueron sustituidos por una defensa de la inmunidad del Papado más activa y su puesta en marcha en el plano internacional. El programa propuesto estaba bastante lejos de poderse llevar a cabo íntegramente debido a la desconfianza que despertaba entre las potencias europeas con intereses en Roma.
No obstante, algunos datos hacían pensar que la influencia de las coronas en la Curia Romana podía ser mucho menor que en anteriores sedes vacantes. El partido español en Roma, por ejemplo, había pasado de tres cardenales en 1691 a tan sólo uno en 170019. Los imperiales, más reforzados, contaban con tres purpurados (Medici20, hacía también las veces de defensor de intereses de Carlos II), si bien no tenían tanta influencia como la Monarquía Católica. Aun así, ambos partidos tenían órdenes de sus soberanos para trabajar conjuntamente durante el cónclave21. Mientras que el partido francés, con seis miembros, el más numeroso y con más posibilidades de condicionar la futura elección, no disponía de la fuerza necesaria para imponer a su propio candidato. Las instrucciones de Luis XIV al príncipe de Monaco, su embajador, se limitaban a exigir la exclusiva de individuos ambiciosos con el deseo de dejar huella y de defensores del celantismo22.
En el extremo opuesto, las facciones tampoco tenían asegurada su supremacía. Sólo las criaturas de Clemente X y Alejandro VIII, altieristas y ottobonianos, habían sido capaces de mantener sus sistemas clientelares. La facción altierista, la más antigua de las dos, era poco numerosa pues había perdido a la mayoría de sus miembros. A la muerte de Inocencio XII, aglutinaba únicamente cinco miembros reconocidos: los cardenales Spada, que en ese momento era secretario de Estado; Galeazzo Marescotti, el que contaba con más posibilidades de hacerse con la tiara pontificia; Gaspare Carpegna, Francesco Nerli y Lorenzo Altieri. La facción ottoboniana, de más reciente creación, contaba aún con la figura del cardenal nepote, Pietro Ottoboni, único sobrino vivo de un papa. Pero ni siquiera ese factor servía de polo de atracción para los purpurados de Alejandro VIII. De los otros trece cardenales creados por él muy pocos le seguían siendo fieles23. Varios purpurados de Inocencio XII habían decidido alinearse junto a esta facción por lo que su influencia en el Colegio Cardenalicio era todavía notable24.
La abolición del nepotismo había conseguido debilitar a las facciones y había estigmatizado la figura de los sobrinos, un residuo de las prácticas clientelares que perseguía el celantismo. Sus movimientos estaban sujetos a un entendimiento con los cardenales nacionales y orientados a la ocupación de un espacio político disputado por los partidarios de un pontífice espiritual y temporalmente próximo a las disposiciones tridentinas, y dependían de que pudieran atraerse a varios cardenales indecisos.
La división del Colegio Cardenalicio en facciones, partidos y celantes no establecía estructuras cerradas25. Resulta muy difícil ubicar en un grupo a cada uno de los cardenales que participaron en la elección de Clemente XI. Las relaciones y las referencias contemporáneas habitualmente no coinciden plenamente en las adscripciones de los purpurados. De los que se tienen pocas noticias suelen engrosarse en la larga lista de cardenales que aún no han decidido a quién apoyar o que inteligentemente evitaban mostrar sus cartas para no caer ni en la exclusiva de las coronas ni en el recelo del resto del Colegio. El cronista Francesco Valesio apuntaba en su Diario que al inicio de la sede vacante había veinte cardenales que mantenían una posición poco definida, si bien englobaba a la mitad bajo el calificativo de virili, condición que dejaba entrever cierta simpatía por el celantismo26. El marqués de Vitelli ofrecía números más bajos y consideraba que cardenales creados por Pignatelli27 acabarían divididos y ofrecerían su apoyo a alguna facción o a los celantes28. Estas apreciaciones deben tomarse con ciertas reservas como fuente para el estudio de la sede vacante, ya que siete cardenales presentes en el cónclave de 1700 aún no habían sido promovidos cuando Vitelli las escribió.
Más fiable se muestra otro testimonio de la época. La relación del Conclave te- nutosi per la Morte d'Innocenzo XII29, escrita poco después de la proclamación de Clemente XI, ofrece una visión más completa de la realidad del Colegio Cardenalicio. Según este documento, cinco cardenales de Inocencio XI Durazzo, Millini, Pamphili, Sacchetti, que no participó en el cónclave por enfermedad, y Spinola senior, incluido entre los celantes por Valesio, «navigavano ciascuno al suo vento», como también lo hacían muchos de los de Pignatelli, aunque, con la excepción de Delfino, partidario de Francia, hubiesen decidido actuar de manera conjunta antes del inicio del cónclave. Aun así, la indefinición de estos últimos podría invitar a pensar que ninguno dejó entrever sus posiciones antes de la muerte de Inocencio XII. Una idea que debe ser contestada. A parte de la lógica subordinación de los cardenales nacionales a las coronas, otros también se desmarcaron de la indiferencia: Tannara, Boncompagni, Noris, Spinola junior, aunque poco probable, Cornaro y Cenci bien pudieron haber cedido a las presiones de los ottobonianos para aproximarse a su facción30. Los virili de los que hablaba Valesio lógicamente defendieron una mayor autonomía de la Iglesia. La relación otorgaba a los celantes un papel menos importante en el cónclave que el que le daban otros autores, pero en las notas dedicadas al grupo subrayaba la fidelidad de sus miembros al proyecto. Caminaban próximos entre sí: Barbarigo, Petrucci, Colloredo y Negroni, pero, equivocadamente, se incluía entre éstos a Medici, hispano-imperial31.
La continua falta de concordancia de los testimonios sobre el cónclave, como se ve en el caso de los celantes, evidencia la imposibilidad de establecer grupos cerrados en el Colegio Cardenalicio. Pueden avanzarse los nombres de los líderes de los partidos y de las facciones y, desde ahí, observar su influencia en la Curia por parentesco, clientela o ideales políticos, pero no apostar por agregaciones invariables. En la documentación relativa se localizan manifiestos errores de adscripción, en ocasiones aparece un mismo purpurado en diversas listas cardenalicias. Eso indica movimientos propios de un ente de gran actividad sociopolítica como el Sacro Colegio. Valorando esta circunstancia, acercamientos a su estudio desde otras perspectivas pueden enriquecer relativamente el conocimiento sobre él mismo y aportar datos objetivos, más fáciles de comprobar, como son la promoción de los purpurados o los cargos que desempeñaron en el gobierno de la Iglesia. De los 57 cardenales que intervinieron en el cónclave de 170032, 23 fueron creados durante el pontificado de Inocencio XII, 14 en el de Alejandro VIII, 11 en el de Inocencio XI, 6 en el de Clemente X, 2, en el Clemente IX y tan sólo 1 en el de Inocencio X.
La abolición del nepotismo resta importancia a esa clasificación pues tiene mayor interés conocer los empleos de los cardenales. Un tercio (19) había ocupado puestos relacionados con el gobierno pontificio, en Curia o en legaciones; el 21% (12), en algún momento de su vida, había sido titular de, al menos, una nunciatura; el 15.7% (9) procedía de ambientes diocesanos y el 10% (6) restante pertenecía a alguna orden religiosa. Más de unos había pasado por varios de estos ambientes, pero, con un criterio diferenciador, se ha preferido hacer la una lista partiendo de su cargo más relevante. Dato significativo, que atañe a la influencia anti-nepotista, es que sólo 3 de los 57 cardenales recibieron el capelo al mismo tiempo que las órdenes menores, frente a más del doble de religiosos de «vidas ejemplares».
Estos datos, junto con las averiguaciones sobre el celantismo, las facciones y los partidos, dibujan un panorama en el que no desentona la preocupación de algunos personajes ante el cónclave. El marqués de Vitelli hablaba abiertamente de que los «maggiori imbrogli di mai» se sucederían, muerto el papa Inocencio XII33.
LOS CARDENALES PAPABLES
En los pronósticos en Roma sobre el futuro papa imperaba la idea de que cualquier candidato al solio pontificio no debía ser menor de 55 años34. La experiencia era un requisito valorado por el Colegio Cardenalicio, pero no era suficiente. Inocencio XII consiguió el camauro con 76 años y cumpliría 85 en 1700, pero en la última época de su vida había mostrado irremediablemente su debilidad ante el empuje de las potencias extranjeras. Se buscaba, por tanto, un papa «altrettanto severo» con las coronas «quanto fu mite il passato»35.
El primero de los criterios, el de la edad, reducía la lista de papables a la mitad de los cardenales presentes en el cónclave. El segundo, el del carácter, dejaba poco más de media docena. Pero no se trataba de condiciones sine qua non y el elegido bien podía no cumplirlas36. Además, el segundo criterio escondía una reivindicación del movimiento celante, muy difundida pero no aceptada por todo el Colegio Cardenalicio. Atendiendo a esas características, Colloredo, Durazzo, Marescotti, Morigia, Panciatici y Acciaioli, que figuraban en casi todas las apuestas, tenían demostrada experiencia eran mayores de sesenta años al iniciarse el cónclave
Leandro Colloredo (Gorizia, 1639-Roma, 1709), destacado celante, esperaba lograr, si no el pontificado, sí que se realizasen algunos de sus proyectos. Su defensa de la inmunidad eclesiástica había deteriorado mucho sus posibilidades. Pa- recía apostar por otros candidatos. Durante el pontificado de Inocencio XI, que lo hizo cardenal en 1686, fue esaminatore de' vescovi. Se opuso abiertamente a Francia. Se Manifestó contra la promoción de Toussaint de Forbin Janson, partidario de un concilio en Francia que revisase la excomunión de Lavardin, embajador francés ante la Santa Sede. Había logrado Colloredo el apoyo de no pocos cardenales, pero sufría el rechazo perenne de Luis XIV37. En los dos cónclaves posteriores estuvo al frente de los celantes y logró éxitos, como la proclamación de Inocencio XII. A la sede vacante de 1700 llegaba muy debilitado. Partía como «prima figura [...] ma non già capo assoluto»38. Su pérdida de estatus se debía además al recelo que despertaban en algunos de sus compañeros sus relaciones con el Senado veneciano. Llevó una agitada actividad política. Fue uno de los cardenales más empeñados en que Inocencio XII no concediese al conde de Martinitz, embajador imperial en Roma, ninguna audiencia por una controversia con el ceremonial. Ese hecho empañó la devota imagen con la que se había dado a conocer al comienzo de su vida y le proporción muchos enemigos. Un anónimo observador del cónclave le atacaba injustamente al considerarle «di spalle poco robuste per reggere una sí gran mole» como el Papado39.
El desgaste de Colloredo no preocupaba demasiado a los celantes. Existían otros papables de renombre como, por ejemplo, Bandino Panciatici (Florencia, 1629-Roma, 1718), cuyos ideales no estaban muy lejos del movimiento. Había obtenido la púrpura en 1690, durante el controvertido pontificado de Alejandro VIII, pero poco o nada habían tenido que ver en su elección las tramas clientelares. De familia oriunda de Pistoia, había desarrollado toda su carrera política en Roma, siendo elegido Patriarca de Jerusalén (1689-1690)40. Cuando llegó a la dataría, la escrupulosidad con que desempeñó el cargo, oponiéndose a la benignidad con que Inocencio XII concedía bulas de posesión de arzobispados franceses a individuos presentes en la Asamblea del Clero de Francia, le valió la oposición de Luis XIV, de buena parte del Colegio Cardenalicio y del propio pontífice, pues veían en su actitud desafiante una amenaza para el entendimiento con el rey francés41.
Los cardenales franceses del Cristianísimo tenían como misión exaltar al pontificado a un sujeto «che avesse il vile instinto della Buffala e non quello del Leone »42. No era así Panciatici. Su combatividad era una traba para ser elegido papa.
Más afín a las exigencias de los franceses parecía Giacomo Antonio Morigia (Milán, 1633-Pavía, 1708). Tenía también la aceptación de los imperiales43. El mismo Pignatelli lo había considerado un digno sucesor y había intentado ayudarle ensalzando sus dotes ante el Colegio Cardenalicio. Este favor manifiesto del papa provocó exactamente el efecto contrario y, a la larga, se volvió en contra él. Los celantes entendieron su promoción como un ataque a sus intereses. Hubo rumores que lo acusaban de querer ser elegido para enriquecer a su familia. Quizás habría podido defenderse de esos ataques, pero no de las denuncias por no haber abandonado el arzobispado de Florencia, cuya renta anual era de 9.000 escudos. Nada le importó su promesa al papa de que en breve lo dejaría44.
Hubo algunas críticas por sus buenas relaciones con el Gran Duque de Toscana, pero no tan convincentes como las que protestaban por su extremada debilidad física para gobernar la Iglesia. El proyecto, dado a conocer durante el cónclave por Spinola S. Cesareo, para que Morigia fuese elegido pontífice, a condición de que contase con el apoyo del joven cardenal Albani, que sería nombrado primer ministro, fue invalidado por ser anticanónico45.
Otro de los cardenales que supuestamente partía de una posición independiente era Marcello Durazzo (Génova, 1630-Faenza, 1710). Elevado a la púrpura por Inocencio XI, tenía su poca simpatía entre ¡los celantes, quienes temían que con él pudiese resurgir el nepotismo, pero eso le daba gran autonomía hasta el punto de ser considerado un cardenal de los de «mezzo sapore»46. Tenía en contra a los venecianos, por su origen genovés. Los Medici y el gran duque de Toscana, se oponían por motivos privados. Los españoles podrían rechazar su elección por considerarlo cercano a Francia.
Su libertad le privaba de apoyos con que rebatir las críticas. Por eso era difícil que su candidatura pudiese tener opciones por más que los ottobonianos y los franceses no la objetasen47. Sus conocimientos políticos y diplomáticos eran superiores a los de sus rivales. Había sido nuncio en Lisboa y en Madrid y era, entre los papables, el que había desarrollado una carrera internacional más exitosa. En un momento tan complicado para la Santa Sede, su formación le hacía un candidato de garantías.
En mejor posición que Durazzo y con mayor respaldo, pese al debilitamiento de su facción, se hallaba Galeazzo Marescotti (Vignanello, 1627-Roma, 1726). Era el líder de los altieristas. Estaba considerado uno de los purpurados con mayor peso en la Curia. Tenía el apoyo del pueblo romano y de buena parte del Sacro Colegio, como se vio en las primeras jornadas del cónclave48. Había forjado su popularidad gracias a una firme defensa de los intereses de la Santa Sede. Por ese motivo los celantes, con algunos matices, simpatizaban con él49 y algunas potencias lo rechazaban. Luis XIV, su principal detractor, se había enfrentado con él, cuando siendo nuncio en Polonia (1668-1670), siguiendo las órdenes de Clemente IX para promover la subida del duque de Lorena al trono de Varsovia, tuvo que enfrentarse al cardenal Bonsi, entonces embajador francés Varsovia y que tenía otro candidato. El incidente, ocurrido hacía más de treinta años, parecía suficiente para que los franceses, que ya se habían opuesto en el cónclave de 1691 a Marescotti, volvieran a hacerlo ahora50. En la memoria que, desde París, se envió a los cardenales d'Estrées, Janson y Coislin con las «intentions du Roi a l'occasion du conclave», Marescotti no figuraba entre los nombres que podían merecer la exclusiva, pero sí entre los purpurados más empeñados en lograr la mayor gloria personal posible mediante la tiara, y los «difficiles aux moindres grâces, prêts à chaque ocasión à faire naÎtre des incidents capables de commettre l'autorité du Saint Siege»51.
El cardenal más rechazado por los franceses fue Nicolò Acciaioli (Florencia, 1630-Roma, 1719). Fue creado cardenal por Clemente IX. Desde muy temprano había demostrado ser un activo miembro del grupo celante. Tenía experiencia pastoral, pues fue obispo de Frascati, y fue legado de Ferrara. Era un referente en el movimiento celante y un papable deseado por muchos cardenales. Su fortaleza preocupaba especialmente a Luis XIV y, en menor medida, al emperador y a Carlos II52. Condenado así por las potencias, jugará desde la retaguardia y como Colloredo un papel importante en el cónclave, sabiendo que era escasamente probable su elección.
Pietro Ottoboni (Venecia, 1667-Roma-1740), sobrino de Alejandro VIII y líder de su facción, no tendría posibilidades. Los excesos del pontificado de su tío y las prácticas nepotistas que, de alcanzar el gobierno, se le suponían, hacían que, aun teniendo muchas concriaturas, sus enemigos fueran también numerosos. Frente a papables y promotores de candidatos, actuaría como opositor.
El hecho de que finalmente ninguno de los cardenales que, antes del cónclave, partía entre los favoritos lograse ser elegido, revela con mucha claridad la situación del Colegio y los diversos intereses que había en él. Albani, el elegido después de más de dos meses de sede vacante, aparecía en las relaciones y en las crónicas de la época casi siempre en un segundo plano. Su proclamación fue una sorpresa. Pese a todo, es posible rastrear las circunstancias que la hicieron posible.
LA EVOLUCIÓN DEL CÓNCLAVE
La madrugada del 27 de septiembre de 1700 falleció en Roma el papa Inocencio XII. Inmediatamente después, la Curia Romana, con el cardenal camarlengo al frente, preparó las tradicionales ceremonias destinadas a honrar la memoria del difunto pontífice durante la sede vacante53. El día 30, mientras se iniciaban las primeras negociaciones, comenzaron los nueve días de exequias que concluirían con el funeral y la exhibición en San Pedro del catafalco funerario dedicado al fallecido.
El sábado 9 de octubre, oficiada la misa por el cardenal Bouillon, decano del Colegio Cardenalicio, se celebró la procesión que solemnizaba el inicio del cónclave. Los músicos interpretaron el himno Veni Creator Spiritus mientras los caballeros de la nobleza romana abrían paso a una gran cruz que portaba uno de los maestros de ceremonias. Les siguieron treinta cardenales, caminando de dos en dos54. Cuando entraron en la basílica de San Pedro, algunos purpurados comenzaron a ocupar las celdas del cónclave. La solemnidad de la jornada no ocultaba el nerviosismo de muchos. Las dificultades para la elección de algunos detalles irrelevantes, como los porteadores que debían transportar los equipajes de los cardenales al interior del cónclave, hacían pensar que «se nelle cose minime difficultano ad unirsi gl'animi, tanto più sarà difficile che convengono nelle massime dell'elettione del Pontefice»55.
El reglamento56 marcaba unos cauces que, si no podían agilizar la elección pontificia, garantizaban un mínimo orden en los escrutinios y en la organización. Su gobierno, que en ocasiones ha sido equiparado al de una pequeña república por «la igualdad aparente de todos los cardenales»57, estaba presidido por el camarlengo y otros tres purpurados. Estos últimos eran representantes de los tres órdenes del Sacro Colegio (vescovi, preti y diaconi), sucediéndose según su antigüedad cada tres días, eran los encargados de velar por el normal funcionamiento de las votaciones. El proceso de elección contaba además con nueve cardenales, diferentes cada día, que se ocupaban de algunas tareas especiales: tres scrutatores, que presidían el escrutinio; tres recognitores, que supervisaban el recuento efectuado por aquéllos; y tres infermari, cuya misión era recoger los votos de los cardenales enfermos o impedidos que no podían abandonar sus celdas.
Las votaciones se llevaban a cabo en dos sesiones diarias, una de mañana (mane die) y otra de tarde (vespere die), que se dividían, a su vez, en dos partes: el scrutinium y el accessus. El scrutinium consistía en la votación simple de cada uno de los cardenales con el objeto de que un purpurado lograse los dos tercios de los escrutinios requeridos para ser elegido pontífice. Si el número no se alcanzaba en esa primera ronda, se procedía entonces al accessus. Éste era una segunda votación, consecutiva al scrutinium, que buscaba la concentración de votos entre los cardenales que habían obtenido más escrutinios. La práctica pretendía agilizar el proceso de votación y ofrecía a los cardenales la posibilidad de reorientar su voto hacia un candidato que ya contaba con un respaldo importante y que, si no preferido, era al menos aceptable58. Si así lo deseaban, los purpurados escribían en su papeleta la fórmula Accedo nomini, más el nombre del cardenal, y depositaban su confianza en un sujeto que, como mínimo, ya había recibido un voto, pero por el que ellos no habían apostado. Si, en cambio, optaban por no variar su decisión inicial, su nuevo sufragio quedaba registrado en el apartado de los nemini (ninguno), es decir, no votaban por ningún otro y mantenían el escrutinio de la primera tanda. Cuando finalmente un individuo obtenía los dos tercios de los votos de los cardenales presentes, el cardenal decano procedía a preguntarle por qué nombre deseaba ser conocido a partir de ese mismo instante. El nuevo papa era ensalzado como tal el primer día festivo tras su elección, y desde momento empezaba a contarse el tiempo de su pontificado y se daba por finalizada la sede vacante.
En el cónclave de 1700 pasaron casi dos meses para que el cardenal decano preguntase al elegido con qué nombre quería ser proclamado pontífice, si bien, ese largo periodo no fue ninguna novedad. La sede vacante bien pudo haberse prolongado varias semanas más. «Non mai conclave è stato prevenuto con tanto grido di attuali, e futuri trattati, né poi terminato col successo de men'negoziati (...) quanto è stato il presente», acertaba a resumir un manuscrito anónimo la situación que atravesaría la Curia y el inimaginable desenlace que se viviría a finales del mes de noviembre59.
Las primeras votaciones60 fueron el 10 de octubre. En la primera sesión des- puntaron los nombres de los cardenales de los posibles electos. Destacaban Marescotti con 14 votos (8 en el scrutinium y 6 más en el accessus), Panciatici con 9, Acciaioli 7 y tan sólo 3 Colloredo. Este no tardó en superar la decena en posteriores escrutinios. Sorprendentemente, Albani fue el purpurado que más se aproximó a Marescotti y obtuvo 10 sufragios.
Aun así, el número de cardenales presentes en el cónclave (38) era todavía muy bajo y aún quedaban por entrar muchos que, fuese por comodidad o por no encontrarse todavía en Roma, aún no lo habían hecho. Las posiciones podían variar con facilidad. En los días siguientes Marescotti no llegó a superar la cifra de votos inicial pero su nombre se mantuvo entre los más apoyados y varios testimonios contemporáneos vieron en él un muy posible papa61. Francia acabó con sus aspiraciones. Si en instrucciones previas a la sede vacante se le consideraba un sujeto poco recomendable, como hemos visto, la progresiva llegada al cónclave de cardenales franceses, avisados por sus connacionales62, provocó que Marescotti acabase topándose con un obstáculo insalvable. A finales de octubre, el despecho llevó al purpurado y a sus partidarios a atacar a Luis XIV. En la mañana del día 30, tratando de confundir a los franceses, casi todos sus apoyos fueron a parar a Colloredo, que obtuvo 25 votos y se quedó a tan sólo 10 de la proclamación. La estrategia estuvo a punto de funcionar pero no fue suficiente y muchos cardenales, que la habían apoyado, desviaron sus votos hacia Durazzo en la siguiente sesión63.
Poco después, a tenor de ciertos movimientos, algunas voces apuntaron hacia una candidatura de Acciaioli, con el posible apoyo de Francia, pero los rumores fueron considerados poco realistas. Como bien explicaba al arzobispo de Nápoles, su agente en Roma, «i francesi vogliono uno di pasta dolce e da menar per naso e questo non à tai requisiti»64. Tras tres semanas de cónclave, la situación apenas sí había variado. Únicamente se había podido constatar el compartido deseo de numerosos cardenales de «hacer un papa» antes de que llegasen a Roma el resto de representantes extranjeros y las nulas posibilidades de Marescotti. A modo de sentencia, una instrucción de Luis XIV a sus cardenales, lo excluyó por «esser soggetto, che farebbe da Papa sólo, e non haverebbe bisogno di Consigliere, né si lasciarebbe menar per il naso»65.
La definitiva caída de la candidatura de Colloredo y su desvinculación de Marescotti se confirmó poco después. En las jornadas siguientes, la dispersión de votos y la falta de acuerdos entre los distintos grupos presagiaron que el cónclave tar- daría aún varias semanas. Un inesperado altercado, el asalto de los guardias pontificios al palacio del pro-francés príncipe de Vaini el día 5 de noviembre66, alteró esa percepción.
El ataque era la culminación de un proceso de más de un mes de agresiones y desplantes de los hombres del príncipe a las autoridades pontificias. La lucha en el palacio fue el resultado de la decisión de ponerle freno a cualquier precio. El socorro que Vaini solicitó al embajador francés, el príncipe de Mónaco, al verse cercado, y la interposición de éste en defensa de la jurisdicción de la residencia de un súbdito de Luis XIV67 abrió una fuerte polémica entre el diplomático y el Colegio Cardenalicio. Aunque su intervención puso fin al tumulto, su exigencia de una calculada disculpa a los purpurados reunidos en el cónclave enturbió enormemente la tranquilidad de la Curia. Con la amenaza de abandonar Roma si no se le obedecía, Mónaco pedía no sólo disculpas sino además que fuesen castigados los asaltantes. El Colegio Cardenalicio designó a monseñor Fieschi para tratar con el embajador pero los resultados fueron poco satisfactorios. Pese a que Mónaco le advirtió de que no tomaría ninguna decisión relevante sin saber el parecer de Luis XIV y pospondría su marcha, sus condiciones resultaron durísimas: el encarcelamiento inmediato de los soldados que habían participado en el asalto, el envío de un comunicado de excusas a su persona firmado por todo el Sacro Colegio y la redacción de una carta para Luis XIV, con su visto bueno y en la que los cardenales se mostrasen dispuestos a cumplir toda satisfacción solicitada por el rey68. En los días sucesivos se detuvo a los guardias pero no se llegó a un acuerdo sobre la carta.
Mónaco abandonó Roma el 8 de noviembre. Inesperadamente, el órdago francés obtuvo una respuesta contundente del Colegio Cardenalicio. Ese mismo día, se concentraron 31 votos en el cardenal diácono Giambattista Spinola junior, del título de San Cesáreo in Palatio. Se quedó a tan sólo 7 votos para los dos tercios. Su rápido ascenso, sobre todo teniendo en cuenta que en anteriores escrutinios no había superado los 5 apoyos, ha sido visto por algunos autores como una maniobra habitual en los cónclaves. Los celantes habrían aupado a un cardenal no grato a las potencias europeas69. La hipótesis, aunque posible, parece poco convincente. De ser así, el Colegio Cardenalicio bien podría haber prestado su apoyo a verdaderos líderes del celantismo como Durazzo o Negroni. Más sencilla es la explicación del cronista anónimo del Conclave tenutosi per la morte d'Innocenzo XII. Según éste, en la mañana del 8 de noviembre en Spinola confluyeron los sufragios de los cardenales diáconos, para honrar su orden, y los de los purpurados que quisieron mostrar su agradecimiento público al modo en el que habló de las «non ragionevoli reparationi» que había exigido el embajador francés. Aprovechando esta coyuntura, algunos de los cardenales creados por Inocencio XII decidieron apoyar a Spinola «per far prova dell'intenzione del Collegio». Los cardenales nacionales llegaron a pensar que se trataba de una artimaña previamente acordada pero se equivocaban. Todo se había debido al oportunismo de los pignatellistas Tanara, Cenci y Cornaro70. En cualquier caso, y pese a que al día siguiente Spinola mantuvo 22 sufragios, en jornadas posteriores no se volvió a hablar de su candidatura71.
Los cardenales franceses supieron desmarcarse de la postura del príncipe de Mónaco y se declararon obedientes al Colegio Cardenalicio, animando a los purpurados a escribir, sin las injerencias del embajador, una misiva a Luis XIV. Esa inteligente maniobra garantizó que no se producirían nuevas exigencias hasta la llegada de la respuesta del rey72. La entrada del cardenal Noailles en el cónclave reforzó las posiciones francesas y facilitó la formación de un grupo de veinte votantes. Más de un tercio de los cardenales sería suficiente para frenar las aspiraciones de cualquier opositor, incluido Marescotti73, e hizo posible que se estancase el cónclave.
Sin mayores alteraciones, el día 20 un correo urgente remitido por Luis XIV a sus cardenales informó de la muerte de Carlos II. Aunque era previsible, nadie podía mostrarse indiferente. Siendo de Inocencio XII, la Santa Sede había buscado posicionarse ante la muerte sin sucesión del último de los Austrias españoles. Había participado activamente mediante la respuesta a la consulta del monarca católico, pero la noticia llegaba en el peor momento. Sin una cabeza de la Iglesia visible, la Sede Apostólica podía convertirse en un sujeto vulnerable, justo cuando la incertidumbre se adueñaba de Europa. Luis XIV, sabedor de que cualquier duda le beneficiaba, explicaba a su partido que el testamento del difunto era favorable a su nieto, el duque de Anjou, pero que, si eran preguntados sobre si lo había aceptado, dijesen que todavía no había tomado ninguna determinación. La noticia provocó entre los cardenales «uno stordimento, giacchè, a dir vero, non ce ne fu alcuno che non si vedesse passare innanzi agli occhi lo spettro d'una guerra non meno lunga che sanguinosa»74.
Las estrategias seguidas hasta entonces habían quedado superadas. Esa noche en la celda de Tomasso Ferrari, donde se solían reunir las criaturas de Inocencio XII, el cardenal Radulovich expuso a a los purpurados la gravedad del momento. Sus palabras sirvieron para que se esforzasen por elegir al nuevo pontífice75. Había que dejar a un lado los intereses personales que habían bloqueado el cónclave desde el primer día. Era la hora -decía Radulovich- de romper vínculos «de carne e di sangue», porque la voz de Dios era un trueno que avisaba de una tormenta capaz de hacer naufragar la nave de San Pedro. Creía que la muerte del Rey Católico obligaba al Sacro Colegio a promover la concordia y a buscar un pontífice que tuviese «prudenza da gobernare, e da reggersi in tempi, e in occasioni sí disastrosse e difficili». Sus oyentes aceptaron estos argumentos y acordaron apoyar unitariamente a una de las criaturas de Alejandro VIII. De este modo, uniéndose al segundo grupo más mayoritario, asegurarían la inmediata elección.
Tras los primeros contactos con esa facción, Ottoboni trató de hacer de Panciatici nuevo papa. Este se negó si no tenía concurso de todo el Colegio Cardenalicio. Giovanni Francesco Albani, el segundo de los cardenales propuestos por el sobrino de Alejandro VIII, un joven purpurado «tenuto in alta stima da Innocenzo XII, uomo di 'petto forte' e, insomma, prelato, che, salvo quello degli anni, [...] riuniva i requisiti desiderabili, resultó el candidato idóneo76. Pese a todo, su nombre fue acogido con suma cautela. En el primer escrutinio, tras la propuesta de Ottoboni, se constató el rechazo, poco meditado, del cardenal d'Estrées y se mantuvieron los votos favorables a Marescotti, Colloredo y Spinola. En realidad, se trataba de una actitud un tanto arbitraria y todos los intentos disgregadores quedaron anulados con el recuerdo no sólo del episodio del príncipe de Vaini sino también de otras agresiones de partidarios de españoles y austriacos. Buena parte de los cardenales hubo de aceptar al cardenal Albani, que hasta la fecha no había destacado especialmente, para evitar que continuasen los ultrajes a la Sede Apostólica.
Aunque el Imperio y España de inmediato dieron por buena la propuesta77, y los cardenales franceses no hicieron notar mayor oposición, hubo que enviar un correo al príncipe de Mónaco para que, desde su retiro en San Quirico, en las proximidades de Siena, diese su visto bueno. El parecer del embajador, que apenas tenía referencias de Albani que hiciesen de él un candidato con el que utilizar la exclusiva, llegó a Roma a las seis de la tarde del 22 de noviembre. No se oponía78. Esa misma noche, Albani atravesó una supuesta crisis de conciencia que le empujaba a rechazarla. El consejo de varios teólogos le hizo recapacitar79. A la mañana siguiente, la respuesta de los cardenales fue unánime: Albani obtuvo 56 votos, los de todos sus compañeros. El suyo fue Panciatici80. Con su elección, el Colegio Cardenalicio aceptaba una solución intermedia que contentaba tanto a los celantes como a Luis XIV, y serviría para que la Santa Sede estuviese preparada para controlar los previsibles desencuentros entre Francia y el Imperio. Albani había participado en la redacción de la bula contra el nepotismo, pero también en la congregación secreta que había apoyado la sucesión de la Monarquía española favorable al duque de Anjou.
A las cinco de la tarde de ese mismo día, Benedetto Pamphili, primer cardenal diácono, comunicaba a la multitud que se agolpaba jubilosa en la plaza de San Pedro la nueva noticia con las célebres palabras: «Annuntio vobis gaudium magnum: habemus Pontificem Eminentissimum Dominum Joannen Franciscum Albanum, qui sibi nomen imposuit Clemens XI»81. Habían transcurrido 46 jornadas desde el inicio del cónclave, 57 desde la muerte de Inocencio XII. Había un nuevo papa para un nuevo rey.
1 Bullarum, diplomatum et privilegiorum sanctorum Romanorum pontificum, XX, Turín, 1870 pp. 441-446. Un exhaustivo análisis en A. MENNITI IPPOLITO, Il tramonto della Curia nepotista. Papi, nipoti e burocracia curiale tra XVI e XVII secolo, Roma, 1999, pp. 112-116.
2 Los antecedentes del celantismo pueden rastrearse en la aparición del «Escuadrón Volante», un grupo de cardenales «libres» que trató de desvincularse de los usos tradicionales y de las influencias de las coronas, que actuó a mediados del siglo XVII. Véase G. V. SIGNOROTTO, «Lo Squadrone Volante. I cardinali 'liberi' e la politica europea nella seconda metà del XVII secolo», en M. A. VISCEGLIA-G. V. SIGNOROTTO (eds.), La Corte di Roma tra Cinque e Seicento, «teatro» della politica europea, Roma, 1998, pp. 93-137.
3 R. AGO, Carriere e Clientele nella Roma Barocca, Roma-Bari, 1991.
4 Consulta, y resoluciones sobre el modo, con que el Rey se puede ingerir en la elección del Papa, en Apuntaciones y Memorias para un Señor Embaxador Secular de Su Magestad Catholica en Roma. Biblioteca de la Embajada de España ante la Santa Sede (BEESS), 64, ff. 44v-45r.
5 J. A. GONZÁLEZ ALCANTUD, El clientelismo político. Perspectiva socioantropológica, Barcelona, 1997, p. 23.
6 Renata Ago, Carriere e clientele..., pp. 86-87.
7 T. J. DANDELET, La Roma española. 1500-1700, Barcelona, 2002, pp. 154-176.
8 C. H. LANDE, «The Dyadic Basis of Clientelism», en S. W. SCHMIDT-J. C. SCOTT-C. H. LANDEL. GUASTI (eds.), Friends, Followers and Factions, Berkeley, 1977, p. XXXII. El «contrato diádico» es una relación contractual, que carece de base legal, con la que el adulto organiza sus relaciones fuera del hogar. El procedimiento recibe el calificativo diádico porque sólo se produce entre dos individuos, vinculados entre sí con obligaciones recíprocas que les permiten, en cambio, gozar de cierta seguridad económica y personal. G. FOSTER, «The Dyadic Contract: a Model for the Social Structure of a Mexican Peasant Village », American Anthropologist, 63 (6), 1961, pp 1173-1192. Si uno de los dos socios tiene más posibilidades de movilizar bienes y servicios a cambio de lealtad, información y apoyo político el contrato diádico puede ser considerado clientelar. Véase E. WOLF, Campesinos, Barcelona, 1987.
9 Carta de monseñor Molines a José de Grimaldo. Roma, 18 de febrero de 1716. Archivo General de Simancas (AGS), Estado (E), leg. 4768, sin foliar (s. f.).
10 En España el Diccionario de la Real Academia Española definió hasta 1884 la palabra nación como «la colección de los habitantes en alguna provincia, país o reino», en L. GARCÍA I SEVILLA, «Llengua, nació i estat al Diccionario de la Real Academia Española», L'Avenç, 16, 1979, pp. 50-55.
11 E. J. HOBSBAWM, Naciones y nacionalismo desde 1780, Crítica, Barcelona, 1991, p. 29.
12 M. BELARDINI, «Alberto Bolognetti, nuncio di Gregorio XIII. Riflessioni e spunti di ricerca sulla diplomacia pontificia in età post-tridentina», Cheiron, 30, 1999, p. 171.
13 S. TABACCHI, «Cardinali zelanti e fazioni cardinalizie tra fine Seicento e inizio Settecento», en M. A. VISCEGLIA-G. V. SIGNOROTTO La Corte di Roma..., pp. 140-141.
14 Hasta ahora, sólo Gianvittorio Signorotto ha abogado por una cierta distinción partiendo del Compendioso ragguaglio delle fattioni, escrito en época de Clemente XI, según el cual, «fattione vuol dire unitamente quelle creature essalate alla porpora da quel papa loro promotore. Partito vuol dire quei cardinali, che servono alcun príncipe, re o monarca». Nótese, no obstante, que según esta clasificación, un cardenal podría pertenecer a una facción por origen pero deberse a un partido. «Lo Squadrone Volante...», p. 113.
15 Un cronista de la época incluía en este grupo a 17 cardenales. F. VALESIO, Diario di Roma (1700- 1742), I, Milán, 1977, p. 205.
16 Juycio sobre el cónclave debía suceder a la muerte de Inocencio XII. Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores (AMAE), Santa Sede, leg. 84, f. 163r, no fechado (n. f.).
17 Generalmente, en las fuentes de la época el nombre de la facción se toma del nombre o del apellido del del pontífice que había creado a sus miembros. En este caso de Pietro Vito Ottoboni (Alejandro VIII).
18 Tal es así que al inicio del cónclave de 1700, las criaturas de Inocencio XII, reunidas en la residencia del cardenal Sebastiano Tanara al inicio del cónclave, decidieron no elegir un líder (capo-partito), no empeñarse con ninguna facción o partido y comunicarse entre sí cualquier acuerdo con embajadores u otros individuos. F. NICCOLINI, L'Europa durante la Guerra di Successione in Spagna. Con particolare riguardo al regno di Napoli, I, Nápoles, 1938, pp. 128-129.
19 Evidentemente, nadie ponía en duda que el otro cardenal, Luis Manuel Fernández de Portocarrero, permanecería en Madrid durante el cónclave, atento a los negocios de la Monarquía. No obstante, se creía que el cardenal Astalli estaba «attacato nella sostanza al partito spagnolo». Conclave tenutosi per la Morte d'Innocenzo XII in cui fù eletto la Santità di Nostro Signore Clemente XI li 23 Novembre 1700, Biblioteca Apostolica Vaticana (BAV), Vaticani Latini (Vat. Lat.), 10865, f. 669r.
20 El duque de Uceda, siguiendo las órdenes de Madrid, había hecho entrega de un pliego al cardenal con la «voz de España» antes de su entrada en el cónclave, según recoge una carta del embajador a la corte española. De ello se da cuenta en Despacho de Mariana de Neoburgo al duque de Uceda. Madrid, 10 de noviembre de 1700. Haus-, Hof- und Staatsarchiv (HHStA), Rom, Varia, 15, int. 3, f. 523.
21 Carta del duque de Uceda a Leopoldo I. Roma, 19 de diciembre de 1700. Ibidem, Rom, Korrespondenz, 79, int. 2, ff. 1-2.
22 G. HANOTAUX, Recueil des instructions dones aux ambassadeurs et ministres de France depuis les traités de Westphalie jusqu'à la Révolution française, Rome XVII, 2, París, 1911, pp. 179-180.
23 Aunque varios testimonios de la época incluyen a Albani en esta facción, su trayectoria política desmarca tales afirmaciones y sugiere cierta ambigüedad en sus movimientos con el objeto de no comprometerse con ningún grupo. Por ejemplo: F. VALESIO, Diario..., cit., I, p. 205.
24 Los datos sobre ambas facciones en base a Ibidem, I, p. 205; y Relatione della Corte Romana..., ff. 102v-103r. En ambos testimonios se incluye a Albani, erróneamente, entre los ottobonianos.
25 Sin hacer una distinción especial entre facciones y partidos en el estudio del Colegio Cardenalicio en los siglos XVI y XVII, M. A. VISCEGLIA defiende que los grupos cardenalicios no fueron ni realidades estáticas ni fuentes de perenne inestabilidad política, sino agregaciones dinámicas cuyo valor político dependía de la influencia y habilidad de poderes externos para trazar alianzas en la corte, y de las capacidades de las familias papales para crear alianzas matrimoniales e idear sistemas de patronazgo que les permitirían evitar el abismo político que suponía cada muerte de un pontífice. «Factions in the sacred college in the sixteenth and seventeenth centuries», en G. V. SIGNOROTTO-M. A. VISCEGLIA, Court and Politics in Papal Rome (1492-1700), Cambridge, 2002, pp. 102-103.
26 F. VALESIO, Diario..., I, p. 205.
27 Pignatelli es el apellido de Inocencio XII.
28 Relatione della Corte Romana..., f. 103v.
29 Conclave tenutosi per la Morte d'Innocenzo XII..., ff. 665r-703r.
30 Relatione della Corte Romana..., cit., BAV, Vat. Lat., 10859, f. 103r.
31 Conclave tenutosi per la Morte d'Innocenzo XII..., cit., f. 679v.
32 El Colegio Cardenalicio estaba formado por 66 purpurados. No asistieron al cónclave: Bonzi, Borja, Fürstenberg, Kollonitsch, Portocarrero, Radziejowski, Sacchetti, Salazar y Sousa.
33 Relatione della Corte Romana..., f. 101r.
34 Ibidem, f. 104r.
35 Relazione del nob. Uomo Nicolò Erizzo tornato da ambasciatore a Roma sotto il pontificato d'Innocenzo XII, e di Clemente XI, 4 de noviembre de 1702, B. CECCHETTI, La Repubblica di Venezia e la Corte di Roma, nei rapporti della religione, II, Venecia, 1874, p. 326.
36 En un informe sobre los cardenales papables enviado por el cardenal Bouillon a Luis XIV en 1698, se incluía a Altieri (26 años) y Delfino (45), y se consideraba que Albani (47) podría sumarse a la lista. Relation de la cour de Rome envoiée au Roy en 1698 pour le card. De Bouillon. Archives Nationales de Paris (AN), K, 1324, no 49.
37 Patria, nacimiento y vida de los Cardenales que se hallaron en el Conclave que fue electo Summo Pontifice Papa Clemente XI en 23 de noviembre del año 1700, BEESS, 402, f. 38v.
38 Relatione della Corte Romana..., f. 102r.
39 Conclave tenutosi per la Morte d'Innocenzo XII..., ff. 685r-685v.
40 R. RITZLER.-P. SEFRIN, Hierarchia Catholica medii et recentioris aevi, V (1667-1730), Padua, 1952, p. 220.
41 A esas objeciones se unían la de los españoles que no veían con buenos ojos que fuese hijo de una dama de Aviñón. «Vite di cardinali» cioè di quelli che erano viventi quando si faceva il penultimo conclave, in cui fu eletto Clemente XI e di altri sette, che erano morti poco prima. Archivio Segreto Vaticano (ASV), Fondo Bolognetti, 224, f. 113. En realidad, estas biografías forman parte de la Relatione del marqués de Vitelli.
42 Conclave tenutosi per la Morte d'Innocenzo XII..., ff. 686r-686v.
43 F. PETRUCCELLI DELLA GATTINA, Histoire diplomatique des conclaves III, París, 1865, III, p. 416.
44 Patria, nacimiento y vida de los Cardenales..., f. 30v.
45 Conclave tenutosi per la Morte d'Innocenzo XII..., f. 687r.
46 F. VALESIO, Diario..., I, p. 205.
47 Conclave tenutosi per la Morte d'Innocenzo XII..., ff. 684v-685r; y Discorso della morte d'Innocenzo XII e del Conclave e esaltazione del cardinal Albani, BAV, Ferraioli, 725, p. 612.
48 Conclave tenutosi per la Morte d'Innocenzo XII..., f. 682r.
49 Preocupaban de él sus posibles favores a familiares y amigos de hacerse con el pontificado pues su numerosa parentela «abraccia tutta Roma». Discorso della Morte d'Innocenzo XII..., p. 611.
50 Voz «Galeazzo Marescotti», en G. MORONI, Dizionario di erudizione storico ecclesiastica, XLII, Venecia, 1848, p. 291. Marescotti había sido además Inquisidor de Malta y fue nuncio en España tras concluir su misión en Polonia.
51 G. HANOTAUX, Recueil des instructions..., XVII, 2, p. 252.
52 Ibidem, p. 180.
53 F. BUAGNI, Distinta Relazione del nobilissimo catafalco eretto in S. Pietro per l'essequie della Santità di Nostro Signore Innocenzo XII, Roma, 1700.
54 Distinta relazione delle Ceremonie fatte dagl'Emin. Sig. Cardinali la mattina del Sabato 9. del Mese d'Ottobre prima d'entrare in Conclave, e della Processione fatta da Essi in simile congiuntura, Roma, 1700.
55 Avvisi Marescotti. Roma, 9 de octubre de 1700. Biblioteca Nazionale Centrale Vittorio Emmanuele (BNCVE), Fondo Vittorio Emmanuele (Vitt. Em.), 789, f. 521.
56 Sobre este tema, véanse J. GUTHLIN, Le conclave: origines, histoire, organisation, législation ancienne et moderne: avec un Appendice contenant le texte des «Bulles secrètes» de Pie IX , París, 1894; y las voces «accessus» y «conclave» en B. FORSHAW, New Catholic Enciclopedy, tomos 1 y 4, Whasington, D.C., 1967, pp. 72-73 y 114, respectivamente.
57 Papeles curiosos. Biblioteca Nacional (BN), ms. 10929, ff. 18r-19v.
58 J. COLOMER-I. McLEAN, «Electing Popes: Approval Balloting and Qualified-Majority Rules», Journal of Interdisciplinary History, 29, 1, 1998, p. 17.
59 Discorso della Morte d'Innocenzo XII..., p. 607.
60 Las investigaciones sobre los cónclaves de Época Moderna (y, en particular, las referencias al celebrado a la muerte de Inocencio XII) realizadas hasta el presente se basan exclusivamente en fuentes externas a esta institución. Así, suele ser habitual que se utilicen datos de cronistas u observadores, o avisos de embajadores a sus cortes sobre la evolución de los escrutinios. Sin embargo, estas aportaciones son a menudo inexactas y no proporcionan números fiables que permitan establecer el recorrido diario de las votaciones. En cambio, en este trabajo han sido utilizados los libros que contienen todas las sesiones de las votaciones que tuvieron lugar durante el cónclave. En ellos se recogen dos listas (mane die, vespere die) de cada jornada en las que aparecen impresos los nombres de todos los miembros del Colegio Cardenalicio y, al lado de cada uno de ellos, una raya escrita a mano por cada voto obtenido. Igualmente, se señala el número total de cardenales presentes en las sesiones cada día, quiénes ocupaban los cargos especiales del cónclave, si algún purpurado estaba enfermo en alguno de los escrutinios, el número de ausentes del cónclave y el número de ausentes de la Curia Romana. La documentación en Conclave di Clemente XI. Archivio di Stato di Roma (ASR), Camerale II, conclavi e possessi, 7.
61 F. VALESIO, Diario..., I, p. 85; G. V. GRAVINA, Curia Romana e regno di Napoli. Cronache politiche e religiose nelle lettere a F. Pignatelli, edición de A. Sarubbi, Nápoles, 1972, pp. 42-43.
62 En la primera noche, el cardenal Janson, el único de los franceses que había entrado al cónclave, solicitó la entrada inmediata de Coislin, d'Estrées y d'Arquien. F. PETRUCCELLI DELLA GATTINA, Histoire diplomatique..., III, p. 433.
63 G. V. GRAVINA, Curia Romana..., p. 43.
64 Ibidem, p. 48.
65 Diario de Agustín Nipho y otros oficiales de la Embajada sobre los sucesos políticos y eclesiásticos contemporáneos en la Corte de Roma. Roma, 30 de octubre de 1700. BEESS, 402, f. 389v.
66 Véanse Relazione del Fatto seguito in Roma il dí 5 Novembre 1700, ASV, Archivio Concistoriale, Conclavi, Morte Innocenzo XII, 1, ff. 461-463 y 474-476; y Fatto seguito nel Palazzo del Prencipe Vaini à di 5 Novembre 1700. ASV, Fondo Bolognetti, 199, ff. 252-278.
67 Vaini había recibido recientemente el Cordon Bleu que distinguía a los Caballeros del Espíritu Santo. F. PETRUCCELLI DELLA GATTINA, Histoire diplomatique..., III, p. 436.
68 Despacho del embajador veneciano en Roma Niccolò Erizzo. 6 de noviembre de 1700. F. NICOLINI, L'Europa durante la guerra..., I, p. 163; Carta escripta del Sacro Colegio al Rey de Francia sobre el suceso de su Embaxador no haviendo combenido en ajustarse literalmente a la presentada por los Cardenales franceses. Roma, 6 de noviembre de 1700. AGS, E, leg. 8708, s. f.
69 S. TABACCHI, Cardinali zelanti..., p. 148.
70 Conclave tenutosi per la Morte d'Innocenzo XII..., ff. 689v-690v.
71 Carta del cardenal Medici enviada a Madrid. Roma, 14 de noviembre de 1700. Archivo Histórico Nacional (AHN), E, leg. 1792, s. f.
72 Despacho del embajador veneciano en Roma Niccolò Erizzo. 13 de noviembre de 1700. F. NICOLINI, L'Europa durante la guerra..., I, pp. 174-175.
73 Ibidem, p. 185.
74 Despacho del embajador veneciano en Roma Niccolò Erizzo. 20 de noviembre de 1700. F. NICOLINI, L'Europa durante la guerra..., I, p. 185.
75 F. M. OTTIERI, Istoria delle guerre avvenute in Europa e particularmente in Italia paer la successione alla monarchia delle Spagne dall'anno 1696 all'anno 1725, I, Roma, 1728, pp. 425-426.
76 Despacho del embajador veneciano en Roma Niccolò Erizzo. 20 de noviembre de 1700. F. NICOLINI, L'Europa durante la guerra..., I, p. 186.
77 «Y por tanto biendo las cosas en estos terminos, no dejé de abocarme con los señores cardenales nacionales de nuestro partido para concertar lo que combiniese hacer: Y también escribí sobre esto a los señores embajadores Austriacos, a fin de saber su voluntad, y haviéndose conocido la necesidad que havía de hacer el Papa, y la gana ardiente que tenía de ello el Sacro Collegio, tomé a manejarme yo también con todo vigor para concluyr las negociaciones, haviendo tenido delante los ojos el mejor serbicio de Dios y de la Monarchia». Carta del cardenal Medici enviada a Madrid. Roma, 23 de noviembre de 1700. AHN, E, leg. 1792, s. f.
78 F. VALESIO, Diario..., I, p. 130.
79 Las dudas que asaltaron la conciencia de Albani tras saberse con grandes posibilidades de ser elegido pontífice, acompañadas de dolores y llanto, a las que hace mención la literatura oficialista que se ha ocupado de Clemente XI, parecen exageradas. Quizás fueron un medio empleado por Albani para difundir una imagen pía y devota de su persona. Su autenticidad ya ha sido puesta en entredicho en más de una ocasión. S. ANDRETTA, Clemente XI, en Enciclopedia dei Papi, III, Milán, 2000, p. 407.
80 El día 22 había abandonado el cónclave por enfermedad Giuseppe Archinto, arzobispo de Milán.
81 F. VALESIO, Diario..., I, p. 131.
DAVID MARTÍN MARCOS*
Centro de História de Além-Mar. Universidade Nova de Lisboa
* Programa de estancias de movilidad posdoctoral en centros extranjeros del Programa Nacional de Movilidad de Recursos Humanos de Investigación. MICINN. Convocatoria 2009.
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