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Dal Masetto, Antonio. Hay unos tipos abajo. Buenos Aires: Editorial El Ateneo, 2012. 156 pp. ISBN 978-950-02-0664-8.
Una escena algo patética inicia la novela: un hombre que llega de la calle a su departamento, bebe un vaso de vino, el lugar está descuidado, los libros se amontonan desordenadamente por el suelo, sobre las sillas, en una máquina de escribir yace, inerte, una hoja con un texto a medio escribir. Se trata de un panorama desolador y falta un dato más: desde la calle, antes de haber entrado a lo que podríamos llamar "su hogar", el protagonista de la historia escucha que un grupo de jóvenes entona una canción patriótica: "Argentina campeón". Es así. Estamos en plenos años setenta en Argentina. Se está jugando el mundial de fútbol de 1978 y una multitud, tanto desde las calles como desde los balcones, celebre el desencanto de los perdedores, sus eventuales adversarios y, por contraste, vitorea a viva voz el triunfo de su equipo. Bien mirada, la escena que recurre es la de la orfandad. La del escritor fracasado, la de la casa devenida antro, la de el énfasis acusatorio y burlón sobre los extranjeros.
Los entretelones de este capítulo de la Historia argentina son conocidos. En plena dictadura militar (iniciada con el golpe de 1976), el Mundial de fútbol funcionó como la pieza perfecta que andaba faltando para encender los corazones de fervor patriótico. Las proezas de los jugadores de fütbol encubrían los desmanes y las torturas de los detenidos/desaparecidos y los militares eludían el castigo de la sociedad como los jugadores eludían a sus eventuales rivales. Entre las canchas de fütbol y sus arcos y las camillas de tortura, una opción dilemática pero cómplice era urdida desde el poder.
Al igual que en el fütbol, había en esta ingeniería social tanto dos bandos como dos ideologías, dos proyectos de Nación y en ambos la lógica que predominaba era la belicosa. No menos cierto es que, no obstante, el fútbol acataba normas y sanciones que los militares eludían. No obstante, véase que la analogía es legítima.
Un periodista, quien escribe columnas sociales en una revista, asiste a todo este histrionismo con incredulidad y con la certera mirada del que conoce los entretelones de una obra en fuga....