RESUMEN: Este artículo profundiza en la categoría filosófica de «archivo»2, proponiéndola como un vector relevante en el análisis filosófico y político contemporáneo. Esto, fundamentalmente, a partir del trabajo de Jacques Derrida y al tratamiento que adquiere esta cuestión en el psicoanálisis, asumiendo que es desde las lecturas de Freud que Derrida le atribuye al archivo injerencia en el ámbito filosófico y político.
PALABRAS CLAVE: Derrida, archivo, política, memoria, psicoanálisis
ABSTRACT: This article delves into the philosophical category of «archive» and proposes that it is a relevant vector in the contemporary philosophical and political analysis. This is carried out, essentially made from Jacques Derrida's works and the way the psychoanalysis deals with this issue, under the assumption that Derrida assigns competency to the archive in a philosophical and political sphere, based on his readings of Freud.
KEYWORDS: Derrida, archive, politics, memory, psychoanalysis
1. Introducción3
La civilización es algo impuesto a una mayoría recalcitrante por una minoría que ha aprendido como apropiarse de los medios de poder y coerción (S. Freud)
Este trabajo persigue dar cuenta del rendimiento teórico y el alcance de aplicación que la noción de archivo derridiana -entendiendo, tal como Derrida lo señala, que es a Freud a quien le debe la preocupación por esta noción (1995: 2)- ofrece como categoría de análisis de acontecimientos y hechos sociopolíticos4. En esta dirección, es importante remarcar que Derrida no aplicó la idea de archivo para analizar hechos políticos ubicados en un tiempo y espacio concretos, sin embargo, este escrito asume que el tratamiento filosófico de este concepto por parte del filósofo habilita y proyecta el tratamiento del archivo propiamente tal como vector analítico de momentos sociopolíticos específicos. En esta perspectiva, entender al archivo como el agente fundacional central de una institucionalidad cualquiera (como se detallará) a partir de su semejanza con el funcionamiento del aparato psíquico y su construcción de la memoria, amplía el horizonte de comprensión y análisis filosófico que lo político mismo puede adquirir en la actualidad.
En relación al estado del arte sobre la cuestión del archivo, se entiende que esta temática no ha sido trabajada sistemáticamente ni alcanzado algún tipo de consenso en la comunidad filosófica. Si bien autores como Michel Foucault y Paul Ricoeur particularmente (como se muestra sintéticamente en las citas a pie de página 5 y 9), han desarrollado análisis sustantivos sobre la cuestión del archivo, es posible decir que es Derrida quien ha llevado su tratamiento a un plano de rendimiento filosófico más amplio y dedicado, además, una mayor cantidad de textos, entendiendo que toda comprensión sobre el archivo en la obra derridiana se desprende del psicoanálisis freudiano alcanzando zonas no observadas en los trabajos de los filósofos mencionados.
En la misma dirección y como se ha sostenido en la literatura actual sobre la noción de archivo, ésta habría adquirido recientemente su carácter singular: «el» archivo. En esta línea Pierre Macherey, por ejemplo, sostiene que es a partir de la obra de pensadores como Jacques Derrida y Michel Foucault5 que el archivo habría dejado su comprensión solamente plural y estrictamente física («los» archivos) para recuperar su singularidad y, al mismo tiempo, su relevancia analítica tanto en el plano filosófico como político (Macherey, 2007). Desde entonces y en adelante el archivo, antes materia fundamentalmente de historiadores, se dispone como una categoría que permitiría comprender filosóficamente procesos histórico-políticos particulares.
Deberíamos comenzar entonces por rastrear donde es que, en la obra de Derrida, el archivo comienza a insinuarse como un espacio y una exigencia para la deconstrucción.
2.La selección y el título (Guardar como...)
En L'Archéologie du frivole, Derrida sostiene en relación al signo que «[...] es lo congenital extremo: el arkhé, el comienzo, el mandato, la puesta en movimiento y la puesta en orden» (1973: 103). Si bien no es al archivo a lo que se refiere precisamente, es posible leer en su reflexión sobre el signo lo que posteriormente vendrá a constituir un análisis exhaustivo del archivo propiamente tal. En esta línea el signo, como lo entiende Derrida, es lo más congénito posible. La palabra congénito (del latín con-genitus; con: conjuntamente; genitus: engendrado, generado, hijo), podría traducirse como lo que se engendra conjuntamente con algo. La palabra da cuenta de un rasgo o identidad que se presenta en el nacimiento y, diríamos, de una cierta adherencia a aquello engendrado. El signo, al ser con-génito, se confunde y mimetiza con aquello que nace. Desde una perspectiva biológica lo congénito puede ser el resultado de factores hereditarios, físicos, químicos o infecciosos, no obstante, lo que nos interesa es esta condición consubstancial que implica lo congénito, este acompañamiento original y radical a la vez.
Al mismo tiempo, Derrida también apunta que el signo es el arkhé, el comienzo, el mandato, la puesta en movimiento y la puesta en orden. Esto indicaría que el signo es el principio y el mandato más original y es a él, precisamente, a quien debemos entender no solamente como lo que se adhiere a lo que nace -confundiéndosesino que, además, como lo que ordena y favorece el movimiento de lo creado. En otras palabras, el signo (antecedente del archivo en Derrida) es una fuerza mimética que está desde siempre impresa en lo que nace y que define, a partir de una violencia -también congénita-, el curso de esa vida organizando y gestionando sus posibilidades.
En este sentido Derrida escribe: «[...] máquina indestructible, únicamente transformable, comprometida en lo sucesivo con un movimiento sin ruptura» (1973: 88).
Lo que haría el archivo es reunir a los signos (con-signar), reproduciéndose en adelante como suplemento de un origen congénito, condenándonos a la repetición. Hay, en todo este nacer-con que implican los signos agrupados por una acción (quasi)6 maquinal del archivo, una sobrevida que persiste más allá de lo que nació o lo que se fundó en la consignación. Existe un mandato de reproductibilidad y de iterabilidad funcionando sin cesar en el cuerpo a cuya estructura le viene dado el archivo congénito7. Nos enfrentamos entonces a lo iterable (es decir a la independencia de la significación en relación al contexto) y de esta manera a una suerte de «prótesis del origen» (Derrida, 1996: 126). Como veremos, el archivo recoge, escoge y filtra lo que será congénito al nacimiento, ordenando de esta manera los signos y desestimando cualquier otro relato que no pertenezca al engranaje de su quasi máquina iterable: «Una obra que se sobrevive a su operación y a su operador supuestos [...] una suerte de independencia o de autonomía archival y quasi maquinal (no digo maquinal, digo quasi maquinal), un poder de repetición, de repetibilidad, de iterabilidad, de substitución serial y protética» (Derrida, 2001a: 111).
Ahora bien, así como consigna, al archivo le sería imperativo titular, abreviar en una palabra lo que se sabe tiene condición de archivo y que reúne los signos dispersos: «No hay archivo sin título» (Derrida, 2003: 226-227). No podemos sino archivar titulando, es decir, organizando los elementos en torno a una palabra que consigne y permita el despliegue de la quasi máquina archivística. Nos interesa particularmente esta idea de título en tanto nos deriva hacia esa dimensión histórica, presencial y específica tan necesaria que el archivo exige para reproducir su origen congénito. El título precisa, nombra y coordina los signos en un presente. Desde entonces los signos mismos pierden su condición dinámica, aleatoria si se quiere, instalándose ahora en el feudo del archivo, el cual los sedentariza e inmoviliza. Un archivo no es tal sino guarda, sino registra y clasifica todos los signos reunidos bajo el nombre de un título: Guardar como...
¿Cuál es el rendimiento filosófico-político de la noción de archivo y cómo podría derivar en una categoría relevante al momento de analizar acontecimientos sociopolíticos particulares?
3.Archivo, memoria y temporalidad
El archivo se vincula a una forma de olvido. En tanto selecciona, como hemos sostenido, el archivo olvida o, más bien, genera el escenario propicio para que el olvido mismo pueda germinar. En esta dirección, damos cuenta del olvido como algo menos «natural» y mucho más artificial, es decir, no olvidaríamos porque queremos sino porque nunca tuvimos la posibilidad de generar un recuerdo respecto de lo que el archivo desechó a-priori, antes de hacerse titular. El olvido deviene entonces un efecto de la decisión de archivar y es la consecuencia del trabajo de consignación8.
Sin embargo, en todo este proceso, pareciera que el archivo es concebido para sostener la memoria. ¿Cómo no tener memoria de lo que ha sido archivado? Pero, por otro lado: ¿podemos llamar memoria al stock de huellas y signos confiscados que el archivo nos propone como recuerdo? Por cierto que hay memoria, recuerdos, anamnesis, no obstante es una memoria que sirve al archivo ratificando su validez. La memoria, en esta línea, no dice relación necesariamente con el total de recuerdos posibles, sino más bien, y en tanto el archivo se ejecuta, con un conjunto específico de signos y huellas que han sido previamente depurados, ajustados, gestionados y clasificados como parte del archivo. Podríamos sostener entonces, que el archivo impulsa la memoria, pero una cierta memoria, una particular a la que no le está permitido sabotear la arquitectura del archivo propiamente tal. El archivo hace memoria, por lo tanto, cuando decimos memoria decimos, al mismo tiempo, olvido.
Extraña forma de memoria y de olvido. El archivo favorece que ambos se reúnan y confundan en una misma dimensión, otra vez, congénita; permitiendo que el olvido fuera consubstancial a la memoria y al revés. Nunca ambas nociones parecieron haber estado tan próximas como cuando el archivo gestiona el curso de un proceso cualquiera sea. El archivo entonces tiende a la destrucción y hay, en toda esta historia de memorias y olvidos, una pulsión, la pulsión de archivo. «En una sola persona, existe lo que la memoria, lo que la economía de la memoria guarda o no guarda, destruye o no destruye, reprime de una manera o de otra» (Derrida, 2014: 24).
Lo anterior permite considerar al archivo en su temporalidad; temporalidad compleja y alternante que tendría que ver con la prescindencia de un tipo de memoria y la instalación de otra, es decir, pasado, presente y porvenir se conjugan en el tiempo del archivo: «El archivo no es una cuestión de pasado, es una cuestión de porvenir» (Derrida, 2014: 25).
En esta misma línea, resulta relevante la noción de «exergo» que trabaja Derrida en Mal d"archive y sobre la que nos parece importante referirnos brevemente. Del griego eks -fuera de- y érgon -trabajo-, la palabra nos indica algo que está fuera de la obra. Sin embargo, esta figura del exergo como exterioridad, sólo es posible en la medida que existe la obra; sin obra, todo lo que le es externo no tiene posibilidad alguna. Enfatizamos esto porque el porvenir sería el exergo del archivo, y aunque comúnmente pensamos que el porvenir es algo que no se puede monitorear, es precisamente él quien se revela como el objetivo central del archivo en esta línea. Las huellas del pasado, la reunión de los signos y todo lo que tiende a explicar la existencia del archivo, no serían sino condiciones necesarias para que el archivo se despliegue en vistas al porvenir. «Un exergo viene a almacenar por anticipado y a pre-archivar un léxico que, a partir de entonces, debería hacer la ley y dar la/el orden» (Derrida, 1995: 19). Entonces, en todo el proceso de selección, lo que el archivo destruiría son otros potenciales archivos para los cuales no hay porvenir ni consignación que los avale. El archivo es destrucción tanto como es grabación, registro y clasificación. «[...] no habría mal de archivo sin la amenaza de esta pulsión de muerte, de agresión o de destrucción» (Derrida, 2014: 38). En esta perspectiva y en el plano político, lo que el archivo anula son potenciales historias a las que se les negó un porvenir, quedando presas dentro de una suerte de en potencia e imposibilitadas de actualización.
Sin embargo, y a pesar de lo que se ha señalado, si hay porvenir hay promesa, y si hay promesa hay acontecimiento, lo impensado o lo que no podemos calcular y que se nos revela, precisamente, como lo irrevelable: «Es preciso recordar que un acontecimiento supone la sorpresa, la exposición, lo inanticipable [...] Es evidente que, si hay acontecimiento, es necesario que nunca sea predicho, programado, ni siquiera verdaderamente decidido» (Derrida, 2001b: 81). Así, el archivo se dinamiza dando cuenta de una serie de aporías y complejos desplazamientos temporales que le son consubstanciales. Uno de estos desplazamientos, como hemos dicho, es hacia la dimensión de la promesa, la que estaría contenida en el porvenir. El archivo clasifica los signos pasados en un presente arbitrario en donde les da un rol y una función, pero al tiempo que organiza el pasado en este presente, es al porvenir a quien se dirige sin límites.
Se desprende de lo anterior, que toda vez que hay archivo es una historia la que se pretende crear. Sin embargo, hay riesgos que el archivo corre y que dicen relación con lo no previsto, con el acontecimiento que puede perturbar sus objetivos fundamentales y originarios. Esto es lo que haría del archivo, por defecto de su propia intencionalidad teleológica, un lugar para que lo no archivado esté insistentemente al acecho. Esto «[...] implica la historia del concepto, reorienta el deseo o el mal de archivo, su apertura al porvenir, su dependencia a la vista de lo que viene, en resumen, todo lo que vincula el saber y la memoria a la promesa» (Derrida, 1995: 52).
4.Archivo, política e institucionalidad
Consideremos esta cita de Derrida: «Nunca se renuncia, es el inconsciente mismo, a apropiarse de un poder sobre el documento, sobre su posesión, su retención o su interpretación. ¿Pero a quién le corresponde en última instancia la autoridad sobre la institución del archivo?» (1995: 1). Este nunca se renuncia es inquietante, sobre todo cuando Derrida le suma la palabra inconsciente. Es un nunca se renuncia inconsciente o una inconsciencia respecto al no renunciar, es decir, una suerte de propensión compulsiva y maquinal a siempre hacerse del documento, de aquello que certifica y funda a la vez. Entonces el archivo exige institucionalidad, y vale la pena preguntarse en este punto cuál es el estatuto de esta relación entre archivo e institución, quién determina a quién, por ejemplo, y hasta qué punto el archivo puede ser falsificado, plagiado, gestionado, mínima o máximamente alterado y, además, por quién. ¿Quién tiene esta facultad?, ¿la institución, el archivo, los archivistas, el Estado? «¡Qué es eso que se archiva! (...) algo suspendido porque es siempre difícil saber si aquello se archiva, lo que se archiva, cómo se archiva [...]» (Derrida, 1991b: 400).
Es por esta razón que es preciso volver siempre a la dimensión política del archivo. Con esto queremos decir que no es posible concebir un análisis del archivo mismo sin la tensión que implica el poder. Hablamos en este punto del poder político, de la gestión gubernamental, de los aparatos del Estado y de toda la maquinaria político-institucional que es consubstancial al archivo. Hablar de archivo es hablar de lo político en sentido amplio, asumiendo de antemano que referirse al archivo es hablar de violencia, de autoridad y del ejercicio de un poder que no puede, en esta línea, más que ser institucional. «La cuestión de los archivos es una cuestión política» (Derrida, 2014: 3).
Nos explicamos entonces por qué el archivo requiere de una exterioridad, de un afuera donde la consignación pueda, de alguna forma, objetivarse. El destino del archivo no puede estar para siempre amarrado a una suerte de adentro. Al archivo le es imperativo impulsar la generación de un espacio de constitución donde le sea posible su reproducción. Como escribe Derrida: «Exterioridad de un lugar, puesta en obra topográfica de una técnica de consignación, constitución de una instancia y de un lugar de autoridad [.] esta sería la condición del archivo» (1995: 2).
Ahora bien, es importante apuntar que pese a toda la violencia de apropiación política que caracterizaría al archivo, éste no sería únicamente una condición de los regímenes totalitarios. Por el contrario, el archivo se moviliza por encima de las formas políticas generando una estrategia de consignación autónoma que en nada depende de las características particulares de los sistemas. El archivo, si bien necesita y le es urgente una institucionalidad política, se despliega desestimando la organización y naturaleza de la forma política en esta línea, y no se resume en tal o cual formato específico. Más allá del bien o del mal, el archivo es condición sine qua non de lo político:
Incluso en países llamados democráticos, evidentemente, desde que existe una institución, existen personas que son pagadas y que tienen competencia reconocida para controlar el archivo, es decir, para decidir respecto de lo que se guarda y lo que no se guarda [...] (Derrida, 2014: 23-24).
Lo que se ha trabajado indica que el archivo desea un origen, un principio que lo valide en tanto condición congénita de un proceso cualquiera éste sea. Del mismo modo que el archivo desea este origen, igualmente le es preciso que creamos en él como comienzo absoluto. Así, el archivo se asume como principio, y es precisamente en esta violenta auto-proclamación desde donde pretende conseguir su legitimidad. Archivar, como lo hemos señalado, es resumir, escoger y titular de tal manera que seamos testigos de algo incuestionable, desde donde toda potencial significación se derive, se haga posible y favorezca la repetición del archivo mismo. Hay, en el archivo, una necesidad de différance, es decir, de aquella economía irreductible desde donde surgirían todos los antagonismos conceptuales, los discursos y las posibilidades del lenguaje; différance entendida aquí, también, como dilación, espaciamiento y como un diferir en el tiempo y en el espacio (cf. Derrida: 1968).
Las instituciones políticas asociadas al archivo reconocen este imperativo y la necesidad de proyectar el imaginario de différance. Lo que podría considerarse verdad, en esta línea, es una construcción y los relatos históricos nada más que signos sintetizados a partir de la violencia de una titulación. Es por esta razón que todo archivo es, a la vez, una construcción y una deuda; deuda con todos aquellos signos, huellas, memorias, anhelos, etc. que quedaron fuera por la acción implacable de la decisión archivante. No hay un archivo total, absoluto y que reúna a todos los signos. Esto es imposible porque los signos mismos son infinitos.
La intuición de que algo se adeuda no es, solamente, una exigencia ética y política frente a lo que el archivo ha instalado como verdad o relato histórico, sino que es en la deuda propiamente tal que la deconstrucción, también, vislumbra su posibilidad.
¿Cuánto de esto podemos trasladar a un momento político fundacional? Si resulta posible, desde el pensamiento de Jacques Derrida, hacer de la noción de «archivo» una nueva categoría filosófico-política central al momento de repensar la organización de una sociedad específica: ¿Cómo funciona el mecanismo que desplaza a los signos -reunidos por la gestión del archivo- a espacios de mayor formalidad institucional y, por tanto, política?
5.Archivo y psicoanálisis
Lo que se ha trabajado hasta aquí, indicaría que el archivo, en tanto dispositivo político y poseedor de una temporalidad compleja que mezcla pasado, presente y porvenir, podría ser entendido como una metáfora del aparato psíquico.
Como sostiene Elisabeth Roudinesco, toda la obra derridiana estaría atravesada por la herencia freudiana (Contreras; Agüero, 2017: 358). Así, el archivo aparece como uno de los momentos centrales en que Derrida recurre al psicoanálisis9. Desde Freud et la scéne de l'écriture hasta Mald'archive, es posible constatar en Derrida una permanente reflexión a propósito de esta noción. Lo anterior podría prestarse a confusión, dado que Freud no llevó adelante un trabajo sistemático respecto de la idea de archivo (entendido éste como metáfora de lo que se reprime), apareciendo una única vez en el texto escrito junto a Josef Breuer Estudios sobre la histeria, publicado en 1895 (1978: 294) y, posteriormente, en Sobre el mecanismo psíquico de la desmemoria de 1898 (Freud, 1981: 297). En este sentido, Derrida sostiene: «En cuanto al archivo, Freud no llegaría nunca a crear un concepto digno de ese nombre» (1995: 51-52). No obstante esto, Derrida plantea que sería únicamente el psicoanálisis el que podría responder a la problemática del archivo, en tanto privilegiaría más que ninguna otra corriente de pensamiento las nociones de impresión e inscripción en el inconsciente (cf. Derrida, 1995: 2).
Lo anterior es relevante para este texto, en tanto permite intuir por qué el archivo podría ser comprendido como una metáfora del aparato psíquico. Si el aparato psíquico produce un tipo de memoria, una por sobre otra, es porque se desplegaría como una máquina archivística; máquina al interior de la cual lo que se dinamizaría es la selección y la institución de los acontecimientos (signos, huellas) que definirán la organización de una memoria. No habría, en esta línea, diferencia entre lo que se escoge como archivo para crear una memoria social y aquello que el aparato psíquico mismo escoge para configurar su ideal de memoria psíquica. Este sería, al menos inicialmente, el gesto derridiano de recuperación de la noción de archivo en Freud, la cual -y desde ahora- pasa a tener relevancia en el plano filosófico y político.
En esta perspectiva, no se trataría de fijar a la memoria como un espacio simplemente de almacenamiento, menos como un dispositivo únicamente técnico que una vez registrada la información se desentiende de ella. Por el contrario, todo lo que tuvo lugar, lo que sucedió y se registró, implica para la memoria un trabajo activo y complejo de movimientos, reubicamientos, en fin, de sobreposiciones. La memoria debe hacerse responsable de las huellas que vinieron a instalarse, dinamizándolas y buscándoles un lugar en todo este proceso de archivación y jerarquización. La huella exige un trabajo para y en la memoria. «La huella como memoria no es un abrirse-paso puro que podríamos siempre recuperar como presencia simple, es la diferencia inatrapable e invisible entre los abrirse-paso» (Derrida, 1980: 299).
En esta dirección, si seguimos a Derrida lector de Freud en el texto La carte postale, nos daremos cuenta que una carta puede no llegar a destinación, es decir, una carta tiene siempre la posibilidad del desvío, de no encontrar finalmente el lugar que tenía por dirección (Derrida está pensando en el destino del significante)10. Esto se presenta como un tema de importancia, en la medida que el archivo puede errar y dar espacio a accidentes. Si todo lo que el archivo persigue es crear y autogenerarse la seguridad de un futuro ad-hoc a su propia constitución, pues bien, el riesgo de que eso no ocurra es siempre probable, atentando de esta manera contra su estabilidad y proyecto. Derrida, en esta perspectiva, abriría siempre la posibilidad de una ruta alterna en donde todo aquello que adquirió fuerza y certeza en su fundación, puede verse acechado por la acción siempre imprevisible del acontecimiento.
Macherey señala en esta línea que «cuando la regla del archivo es levantada, hablamos entonces de un dossier que ha sido desclasificado - o que ha cesado de ser respetado» (2007). Lo anterior nos indicaría que cuando se presiente la venida del acontecimiento -lo no archivado-, el archivo comienza a claudicar en su afán meta-explicativo de lo que es un orden social. Así, las voces silenciadas empezarían a penetrar en la fortaleza del archivo propiamente tal, desactivándolo en tanto fuerza explicativa y organizadora de un momento sociopolítico en esta dirección.
Se podría sostener, en relación a lo anterior, que el devenir del aparato psíquico y el de las sociedades respecto al archivo pueden compartir una dinámica común, encontrándose en un mismo espacio generado por el mismo «mal de archivo». De esta manera pasado, presente y porvenir se entrelazan en una cadena temporal, organizada y jerarquizada en donde lo que estaría operando es un archivo que no pretende dejarse permear por la venida de lo que está fuera de su ámbito consignativo.
La escritura psíquica en general no es el desplazamiento de significaciones en la claridad de un espacio inmóvil, dado de antemano, y la blanca neutralidad de un discurso. De un discurso que podría ser cifrado sin dejar de ser diáfano. Aquí la energía no se deja reducir y no se limita sino que produce el sentido (Derrida, 1967: 316).
Conclusión
Podríamos sostener, considerando lo que hasta aquí ha sido escrito, que la dinámica del archivo es de una radical inestabilidad. Nos referimos precisamente a la idea de pulsión inscrita en el archivo y su necesidad de futuro. El archivo se despliega siempre dejando tras de sí un desastre, una tragedia que tiene relación con la destrucción y con lo que no se tituló. Es una tragedia porque lo que el archivo pulveriza son potenciales historias a las que se les negó un futuro, una posibilidad, quedando presas dentro de una suerte de impotencia que nunca podrá saber de actualizaciones. Derrida escribe: «¿Cómo pensar esta repetición fatal, la repetición en general en su relación con la memoria y el archivo? [...] es del porvenir de lo que se trata aquí y del archivo como experiencia irreductible del porvenir» (1995: 109). La memoria sería entonces menos un esfuerzo de búsqueda hacia lo que pasó y más una urgencia del archivo por reproducirla hacia el porvenir. Por lo general entendemos que la memoria guarda marcas, impresiones y secretos que dicen relación con un antes, con la tradición o lo que se nos ha enseñado a comprender como tal. Pero la lectura derridiana nos indica que, en manos del archivo, la memoria busca ser confiscada y retenida en un presente para hacerla rendir en el futuro. En esta línea pensamos que la memoria es un efecto del archivo, una consecuencia o un artefacto de archivo que ha sido definida y escogida para proponer la consecución de un futuro específico y no otro. Así, la memoria pasa a tener un carácter instrumental, técnico si se quiere, cuando es monitoreada por el archivo. Lo que nos queda de la memoria es la repetición ajustada a las indicaciones del archivo. Al interior de la repetición la memoria corea los signos que fueron consignados y se transforma en retórica del mandato y de la autoridad del archivo nuevamente.
Pero, por otro lado, si la memoria es repetición por acción del archivo, entonces la memoria como tal debiera ser desarchivada, sacada del origen al cual la sometió la máquina quasi archival y devolverla a una suerte de a-priori del archivo, esto es, a ese tiempo y a ese espacio en donde se diseminaba como una fuerza autónoma lejos de la manipulación archivística. Sería necesario volver a una suerte de infancia de la memoria. Esto requiere, ciertamente, de una operación anti-política.
Se ha visto cómo al archivo le es inherente una dimensión imponderable, incalculable. Esto, particularmente porque el archivo es un asunto de futuro y toda su apuesta es a poder, finalmente, dominar ese futuro, gestionarlo, tener el control. En todo este juego de apuestas, y como se ha venido explicando, el archivo asume riesgos, incalculables riesgos que no tiene la más mínima posibilidad de prever y menos controlar. En su afán de hacer del porvenir su porvenir, el archivo se compromete sin quererlo con lo completamente desconocido y con aquello que, incluso, puede ser su propia destrucción.
Lo que es peligroso para el archivo, el porvenir, lo precipitado, lo loco y sin forma preestablecida, es lo que no es archivo. El porvenir desconocido, el acontecimiento siempre incalculable, la venida de lo otro como venida de cualquier cosa posible -e incluso imposible- es lo que no ha sido archivado. Esto es extremadamente relevante para la salud del archivo, en la medida que corre el riesgo de enfrentarse a lo que es radicalmente sin archivo, a lo que se resiste a cualquier archivación y que quedará suspendido en la indeterminación al tiempo que absolutamente irreductible a cualquier registro.
Aunque el archivo se haga repetición y no sea sino en ella que podría asegurarse un futuro, el porvenir como venida del acontecimiento es siempre algo ineludible y a lo cual, tarde o temprano, el archivo mismo deberá hacer frente. Es por esta razón que planteamos que el archivo -radicalmente planificado, organizado y arbitrario- es el porvenir mismo. Es sólo a través de él que podemos intuir que una alternativa incalculable está siempre al acecho; alternativa y venida de la justicia; relevancia política del archivo que abre a la emancipación.
Este es el trastrocamiento derridiano, aquello que estremece como una filosofía de la desarchivación (deconstrucción). Y es en este momento, además, que todo nuestro análisis sobre el archivo, su violencia, su autoridad y su histórica selección, se nos muestra ya no como un siniestro dispositivo constructor de la historia sino como una posibilidad; posibilidad de que la venida de lo inesperado y de lo imponderable hagan del archivo, ahora, una dimensión sensible a la emancipación, a la emergencia de todos aquellos signos, huellas, memorias, secretos y discursos que fueron violentamente marginados por el despliegue selectivo de la quasi máquina archival. Así, decir archivo es decir pasado y presente de una sola vez, pero, y como hemos visto, también decir archivo es decir porvenir.
La ley de la tradición que está en el corazón del archivo y desde la cual todo relato histórico y político fue titulado y organizado, se nos presenta ahora como lo que es susceptible de desarchivarse y como una extensión de lo político propiamente tal; desarchivación que implicaría, también, la proliferación de discursos ocultos, excluidos y en los cuales, por cierto, la memoria también comienza a asumir un rostro, quizás, su verdadero rostro.
El archivo es, después de todo este recorrido, una categoría filosófica que permite comprender la articulación de hechos sociopolíticos relevantes. La tarea, ahora, es leer estos hechos desde el archivo y su inherente desarchivación.
Recibido: 13/08/2020
Aceptado: 12/05/2021
Este trabajo se encuentra bajo una licencia de Creative Commons ReconocimientoN°Comercial-SinObraDerivada 4.0
1 Este artículo surge de un trabajo realizado al interior del Centro de Investigación en Religión y Sociedad (CIRS) de la Universidad Católica del Maule, Chile. Dirección: 5 poniente 1360, Talca, Chile. Dirección electrónica: [email protected]
2 Ponemos comillas por única vez para establecer una diferencia respecto del significado que viene del uso del vocablo archivo en el lenguaje ordinario. En adelante se asume un significado técnico que se explicará en el cuerpo del artículo.
3 Todas las citas referidas a autores de lengua francesa has sido traducidas al español por el autor de este artículo.
4 Respecto de una reflexión de la política en su dimensión activa y de una suerte de pensar lo político en la política, Derrida ha sido un autor, a nuestro juicio injustamente, pocas veces reivindicado. Las razones son múltiples. Sólo por indicar algunas: 1. Su no adherencia al pensamiento de la izquierda maoísta post-Mayo del 68, adoptando una posición más bien pesimista respecto del nuevo ideario, le significó no tener influencia en el espectro filosófico francés tan radicalizado de la época; 2. La importante recepción del pensamiento de la deconstrucción en Estados Unidos -en desmedro de su influencia en la órbita francesa- significó que Derrida fuera entendido como un pensador del posmodernismo, reivindicando su legado estético por sobre el político, siendo relevante, particularmente, en las escuelas de literatura y artes. Sin embargo, consideramos, para este escrito, que parte importante de la obra derridiana es de una inestimable valía para pensar la política y lo político en la actualidad. Pensamos en textos tan sustanciales como Spectres de Marx (1993); Politiques de l'amitié (1994); Moscou aller-retour (1995); Mal d'archive (1995); los seminarios: La bete et le souverain (2001-2004), entre varios otros textos y seminarios de gran alcance para la reflexión política contemporánea. Sobre Derrida pensador de lo político, este artículo recoge textos tales como: Beardsworth, R. Derrida and the Political (Thinking the Political). (1996). New York: Routledge; Ramond, Ch. « Derrida politique : La déconstruction de la souveraineté (puissance et droit) » (2007), en Cités n°30: Paris; Penchaszadeh, A. y Bizet, E. (comps.). Derrida Político (2013). Bs. Aires: Ediciones Colihue, entre muchos otros textos dedicados al pensamiento político de Jacques Derrida.
5Será interesante para futuras investigaciones, poder establecer un paralelo entre lo que señala Michel Foucault a lo largo de su obra, principalmente en L'archéologie du savoir, en torno al archivo y el planteamiento de Derrida. Si bien en Foucault el archivo funciona fundamentalmente a nivel de prácticas discursivas que se organizan como sistemas, es posible ver a priori cierta cercanía con Derrida, en el entendido que el archivo es un dispositivo de organización y funcionamiento. Al respecto Foucault sostiene: «[...] En vez de ver alinearse, sobre el gran libro mítico de la historia, palabras que traducen en caracteres visibles pensamientos constituidos antes y en otra parte, tenemos, en el espesor de las prácticas discursivas, sistemas que instauran enunciados como acontecimientos (con sus condiciones y su dominio de aparición) y cosas (comportando su posibilidad y su campo de utilización). Son todos esos sistemas de enunciados (acontecimientos, por una parte, y cosas por otra) que propongo llamar archivo» (1969: 169). https://philolarge.hypotheses.org/files/2017/09/14-11-2007.pdf
6 Quedaría por despejar qué es lo que Derrida quiere decir insistiendo y haciendo respetar el quasi. Sin embargo, entendemos que el archivo es una quasi máquina en tanto es desde cierta espectralidad (inmaterialidad) que se provocaría la repetición: «Aquello que todos llamamos una máquina. Pero una máquina espectral» (2001a: 147).
7 Es preciso señalar en este punto que otro de los acercamientos relevantes a la noción de archivo en Derrida, se deriva de la reflexión que lleva adelante respecto de su condición de judío, y de la marca radicalmente distintiva que implica la circuncisión como huella que se imprime en el cuerpo y que se registra a modo de archivo. Desde aquí, también, se comienza a intuir el paralelo entre lo que se archiva en el cuerpo -en tanto alianza con la cultura judía, en este caso- y una potencial interpretación del archivo como aquello que se imprime en la memoria social de una sociedad cualquiera, y que gestiona los tiempos de un acontecimiento político. «Circuncisión, nunca hablé más que de eso, considere los discursos sobre el límite, los márgenes, las marcas, los escalones, etc., la clausura, el anillo (alianza y don), el sacrificio, la escritura de cuerpos» (Derrida, 1991a: 70).
8En la segunda parte del libro La mémoire l'histoire l'oubli, Paul Ricœur desarrolla un exhaustivo análisis sobre la relación entre el archivo y la memoria. En esta línea, Ricœur indicará que la memoria individual tiende a ser absorbida por la memoria oficial, la cual la sedentariza y la archiva. Así, frente a la necesidad de construir un relato oficial con valor histórico y legitimado por el conjunto de una sociedad específica -operación historiográfica-, se impone un discurso normativo común (archivo) que prescinde de la memoria individual desplazándola. «Nadie consulta un archivo sin proyecto de explicación, sin hipótesis de comprensión». (2000: 170). Será importante, para futuros trabajos, poder contrastar la noción de archivo derridiana con la de archivo y memoria de Paul Ricœur.
9 Derrida concentra sus lecturas sobre Freud en textos tales como La inquietante extrañeza, Más allá del principio del placer y El malestar en la cultura, principalmente. Para profundizar en la herencia freudiana en la filosofía de Derrida véase, por ejemplo, Major, R. Lacan avec Derrida, analyse désistentielle (2001). Paris: Champs Flammarion.
10 Esta es una de las críticas que Derrida dirige a Lacan. En su seminario La Carta robada (La Lettre volée), Lacan sostendrá que una carta siempre llega a destinación y que no existirá entonces posibilidad para su desvío. Habría, en esta línea, una obligación de que las leyes de lo fundacional siempre se ejecuten y, de esta manera, que el archivo inaugural no se altere y logre su objetivo. Lacan se propone, a juicio de Derrida, como un guardián de este origen al no permitir que el acontecimiento irrumpa con su fuerza disruptiva (cf. 1980: 393-412).
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Abstract
Si bien autores como Michel Foucault y Paul Ricoeur particularmente (como se muestra sintéticamente en las citas a pie de página 5 y 9), han desarrollado análisis sustantivos sobre la cuestión del archivo, es posible decir que es Derrida quien ha llevado su tratamiento a un plano de rendimiento filosófico más amplio y dedicado, además, una mayor cantidad de textos, entendiendo que toda comprensión sobre el archivo en la obra derridiana se desprende del psicoanálisis freudiano alcanzando zonas no observadas en los trabajos de los filósofos mencionados. Desde una perspectiva biológica lo congénito puede ser el resultado de factores hereditarios, físicos, químicos o infecciosos, no obstante, lo que nos interesa es esta condición consubstancial que implica lo congénito, este acompañamiento original y radical a la vez. Nos enfrentamos entonces a lo iterable (es decir a la independencia de la significación en relación al contexto) y de esta manera a una suerte de «prótesis del origen» (Derrida, 1996: 126). Nos interesa particularmente esta idea de título en tanto nos deriva hacia esa dimensión histórica, presencial y específica tan necesaria que el archivo exige para reproducir su origen congénito. Pero, por otro lado: ¿podemos llamar memoria al stock de huellas y signos confiscados que el archivo nos propone como recuerdo? La memoria, en esta línea, no dice relación necesariamente con el total de recuerdos posibles, sino más bien, y en tanto el archivo se ejecuta, con un conjunto específico de signos y huellas que han sido previamente depurados, ajustados, gestionados y clasificados como parte del archivo.
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1 Universidad Católica del Maule, Chile