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A lo largo de su novela póstuma El zorro de arriba y el zorro de abajo1 José María Arguedas insiste en presentar su relato como una lucha frontal contra la muerte2. Esta insistencia, corroborada por el carácter tremendamente "lisiado y desigual" que se patentiza desde las primeras páginas, está presente en cada una de las instancias discursivas que se entretejen en la novela: los diarios personales (más las cartas y el epílogo), la materia narrada que tiene como escenario el puerto pesquero de Chimbote, y los diálogos de zorros. Por supuesto que es en los diarios donde se hace más explícita esta lucha: la modalidad confesional del género introduce a los lectores en la compleja trama del proceso creativo y los convierte en involuntarios voyeurs de las tribulaciones agónicas de un narrador que practica permanentemente aquello que Vargas Llosa ha llamado con parcial desatino "la introversión locuaz" (302). Hasta aquí no hay nada novedoso. Muchos escritores contemporáneos han creado instancias narrativas que revelan desde la ficción sus problemas expresivos. Por otra parte, muchos escritores han sabido construirse en autobiografías o diarios más o menos confesionales; pero en Los zorros el lector comprende inmediatamente que la distinción entre narrador y autor recomendada por el análisis estructural resulta poco menos que frívola. Las confesiones del narrador (que están allí, expresadas con toda la lucidez, la ternura y la desazón de la que un hombre en el límite de su existencia es capaz) son presentadas como las del autor mismo, cuya muerte termina convirtiéndose en el inapelable testimonio final.
No discutiré aquí si la identidad autor-narrador responde a una ilusión óptica debido a las excelencias de un novelista que supo, como pocos, trasgredir las barreras impuestas por la ficción. Esa identidad -por lo demás cultivada cuidadosamente por el mismo Arguedas- ha sido reconocida por lecturas tan inconciliables como la de Antonio Cornejo Polar y la de Mario Vargas Llosa. Sólo que si Arguedas fue para el primero un "héroe cultural" y "la conciencia portadora de la conciencia de todo un pueblo" (1991, 21-22), para el segundo se trataba de un escritor insatisfecho con una realidad que lo atormentaba, y que terminará recomponiendo a partir de su propia subjetividad (299). Las discrepancias son evidentes, pero coinciden en la necesidad...