Resumen
Se analiza la introducción de contenidos relacionados con la aceptación de la antigüedad del hombre en los manuales de Historia e Historia Natural utilizados en la segunda enseñanza española en la segunda mitad del siglo XIX. Se presta atención a aquellos textos que muestran una actitud de recelo hacia la Prehistoria y de rechazo hacia la aplicación de las teorías transformistas al origen de la humanidad. Se comprueba que estas posiciones son más radicales y frecuentes entre los manuales de Historia. Por último, se valoran las alternativas que estos manuales emplean para seguir manteniendo una explicación no prehistórica del pasado.
Palabras clave
Prehistoria; Paleolítico; Manuales de segunda enseñanza; Sociedades antediluvianas; Evolucionismo; Creacionismo.
Abstract
The introduction to contents related to the acceptance of the Fossil Man in the History and Natural History textbooks used in the Spanish Secondary Education during the second half of the 19th Century is analysed in this paper. Special attention is paid to those texts which show mistrust towards Prehistory and rejection to the application of the transmutation theories to the origin of humankind. It is proved that those positions are more radical and frequent in the History textbooks. Finally, the alternatives used by these textbooks in order to adhere to a non-prehistoric explanation of the past are assessed.
Key words
Prehistory; Palaeolithic; Secondary education textbooks; Antediluvian societies; Evolutionism; Creationism.
1. INTRODUCCIÓN
El presente artículo explora la entrada de la Prehistoria en los manuales de Historia y de Historia Natural (en adelante MH y MHN) utilizados en la segunda enseñanza en España en la segunda mitad del siglo XIX, su progresiva normalización en contenidos y la diversidad de posiciones fijadas por los distintos autores de los textos en sus explicaciones sobre el pasado inicial de la humanidad.
El proceso de incorporación de la Prehistoria a los MH y MHN no es simétrico. Mientras en los primeros se percibe una irrupción generalizada a partir de la fecha de 1880, en los segundos se detecta una entrada progresiva desde dos décadas antes. Hay diferencias también en el espacio y tono dedicado a la exposición crítica de los principales debates que se mantenían abiertos en una disciplina todavía en proceso de formación y consolidación; e incluso en la propia valoración que de ella se hace como ciencia dirigida a aportar conocimiento sobre el pasado más remoto. Bajo un sustrato creacionista, más o menos visible según los autores, la Prehistoria recibirá en algunos de estos textos, con mayor frecuencia MH, un tratamiento de recelo e incluso abierto rechazo. Entre la desconfianza o su valoración positiva, caben otros enfoques más difusos, generalmente limitados a una presentación de sus límites y objeto de estudio.
Este trabajo pretende contextualizar, en la investigación del Paleolítico en España y en la producción de textos para la segunda enseñanza en la segunda mitad del siglo XIX, los MH y MHN que se mantuvieron en una interpretación creacionista del pasado o abiertamente crítica hacia las principales interpretaciones que acerca del Paleolítico se generaron en el seno del evolucionismo cultural y biológico.
En primer lugar vamos a precisar los fundamentos de ambos modelos de aproximación. La base del creacionismo radica en la idea de que todo el pasado, tanto de la humanidad como de la Tierra, está relatado en la Biblia, y por tanto, afirma que el mundo y toda la vida que contiene fue creado tal y como hoy lo contemplamos (Vega 2001). Ciertos desarrollos teóricos permitieron mantener esta tesis incorporando la acumulación de evidencias geológicas y paleontológicas que parecían contradecirla a una interpretación armónica con la Biblia. Son ejemplo el catastrofismo geológico y el fijismo de las especies. Tal vez su aportación más visible sea la explicación propuesta para la aparición y renovación de la vida orgánica en la historia geológica del planeta a través de la teoría de las creaciones sucesivas desarrollada por Georges Cuvier (1769-1832). A lo largo de la segunda mitad del siglo XIX se construye una alternativa originada en el avance de las ciencias naturales, en particular de la Geología. Se caracteriza por un riguroso positivismo y tiene su principal aportación teórica en el uniformitarismo geológico de Charles Lyell (1797-1875). Su primer desarrollo en Prehistoria estuvo dirigido a probar la antigüedad de la humanidad. Podemos distinguir dos vías de expansión en esta aproximación: (i) la noción de la asociación de fósiles como método para datar depósitos (también utilizada por los creacionistas); y (ii) la incorporación del marco conceptual evolucionista proporcionado por Charles Darwin (1809-1882) y Alfred Russel Wallace (1823-1913), como alternativa a las creaciones sucesivas. La primera tiene sus aplicaciones en el desarrollo de modelos cronoestratigráficos como el paleontológico de Édouard Lartet (1801-1871) o el basado en la ampliación de la idea de fósil a los conjuntos industriales líticos y óseos del Paleolítico por Gabriel de Mortillet (1821-1898). La segunda fue aplicada a la etnología y a la biología con la intención de fijar las etapas culturales y biológicas por las que la humanidad había pasado hasta alcanzar la civilización. Algunos elementos del esquema evolucionista etnológico fueron incorporados a la secuencia paleolítica con intención de dotar a las diferentes etapas de un contenido social. Estos estadios, al igual que el Sistema de las Tres Edades ideado por Christian Jürgensen Thomsen (1788-1865), se conciben como etapas cronológicas universales (a la manera geológica) caracterizadas por un desarrollo social, tecnológico y cultural progresivo. No proporcionaba, sin embargo, una explicación satisfactoria al hecho de que existiesen sociedades en un grado desigual de desarrollo.
Nuestra intención es prestar atención a los manuales que se mantuvieron ajenos o críticos con esta aproximación teórica. Bajo el prisma creacionista las diferencias observadas entre grupos humanos en el pasado se interpretan como consecuencia de hechos circunstanciales que no afectaron a la totalidad de la humanidad entonces existente. La explicación más visible, porque permite salvar una interpretación literal de la Biblia, es relacionar los diferentes estados tecnológicos y sociales que existieron en el pasado con un proceso de pérdida de conocimientos sobrevenida por una intervención divina. El evento más señalado es la caída de la Torre de Babel que dio lugar a una diáspora desde el núcleo original de la creación. En esas migraciones muchos pueblos perdieron los conocimientos técnicos de sus antepasados y habrían sufrido una degeneración moral e intelectual que puede incluso trasladarse al plano anatómico. Desde la perspectiva de estos autores el estado original de la humanidad nunca fue el salvajismo (en el sentido que le da la antropología evolucionista del XIX), y las sociedades antediluvianas que describen en sus textos pueden considerarse primitivas pero no salvajes ni paleolíticas4.
2. MANUALES ANALIZADOS
Se ha elaborado un censo de manuales de ambas disciplinas destinados a la segunda enseñanza y otras asimiladas, fundamentalmente seminarios para la formación de sacerdotes, con el objetivo de lograr una muestra amplia y representativa de la producción total que pudo haber existido en el marco cronológico elegido. Se han fijado dos criterios dirigidos a delimitar las características de la población de manuales a analizar. En primer lugar la inclusión de diferentes ediciones de un mismo manual. La intención es detectar las posibles modificaciones introducidas en las lecciones analizadas. En segundo lugar, no nos hemos limitado a los manuales declarados como de texto en disposiciones oficiales. Entendemos que esta condición hubiera sido un lastre para la representatividad de la muestra, pues éstos no siempre fueron los más editados ni los más utilizados (García Puchol 1993: 12).
La selección final fue resultado de la aplicación de ambos criterios a dos vías. La primera, los repertorios bibliográficos recogidos en diferentes trabajos. Para MH los publicados por Joaquín García Puchol (1993) y Rafael Valls (2007). Para MHN los de María Ángeles Querol (2001) y Alberto Gomis (2004a). La segunda, las bases de datos MANES5, CEINCE6 y Catálogo General de la Biblioteca Nacional. La muestra obtenida se compone de 240 ediciones (171 pertenecen a 112 MH y 69 a 39 MHN) (Tab. 1 y 2).
La valoración progresiva de los manuales como herramienta didáctica es paralela al propio arranque y consolidación de la segunda enseñanza en España dentro del denominado sistema liberal de enseñanza (Lorenzo 1996: 53). Éste, cuya formulación original parte de las cortes constituyentes de Cádiz (Puelles 2007), la concibe como preparación para estudios universitarios destinada a las clases medias y altas. Su desarrollo en normas legales y su implantación a lo largo del período aquí revisado tratará de conciliar tres principios fundamentales: uniformidad7, libertad de enseñanza y secularización. Salvo el tiempo que corresponde al Sexenio Revolucionario los dos últimos quedarán debilitados frente al primero ante la voluntad de los distintos gobiernos, con independencia de su signo político, de ejercer un control sobre los contenidos de esta enseñanza, y el peso del sector privado controlado fundamentalmente por la Iglesia.
El principio de uniformidad incorpora a los manuales como parte esencial del sistema liberal de enseñanza (Montero y Holgado 2000: 68), y los contempla en las principales disposiciones legales que norman este nivel educativo en la segunda mitad del siglo XIX (Plan Pidal 1845, Ley Moyano 1857, Plan Ruiz Zorrilla 1868, Plan Lasaña 1880 y Plan Groizard 1894) como una herramienta pedagógica fundamental en las aulas y fuera de ellas (Puelles 1997). La política en torno al uso de estos textos se va a concretar en un control limitado a través de un sistema de listas cerradas aprobadas por el Estado, con excepción del Sexenio Revolucionario en el que la prevalencia del principio de libertad de enseñanza impondrá un sistema absoluto de libre elección en los manuales (Tab. 3).
Agustín Escolano (2002) ha analizado la implantación de este sistema liberal en España. Distingue en la segunda mitad del siglo XIX dos ciclos, el primero hasta la década de 1860 de expansión rápida tanto en el nivel de enseñanza elemental como en secundaria, y a partir de esa fecha una crisis y estancamiento en la primera y un crecimiento progresivo en el nivel que aquí analizamos. Los factores que explican en su opinión esa "onda expansiva" coincidente con la etapa de despegue del sistema liberal de enseñanza serían varios aunque viene a destacar algunos: valoración de la educación por los liberales como medio de formación del nuevo ciudadano, asentamiento del nuevo régimen político y estabilidad del orden social, estimación social de la instrucción como forma de progreso económico y una dinámica demográfica en crecimiento. Aporta datos sobre la rápida creación de Institutos entre 1845 y 1860 que vienen a demostrar que la enseñanza secundaria fue uno de los objetivos primeros de la política educativa liberal para satisfacer las aspiraciones de las clases medias y de una incipiente burguesía. A diferencia de lo que ocurre desde esa fecha en la enseñanza primaria, el número de matriculados en la secundaria (con un papel importante del sector privado, protagonizado fundamentalmente por las congregaciones religiosas) mantiene su progresión: entre 1878 y 1932 el número de alumnos se triplica; aumenta su tasa por cada 100 mil habitantes de 189 a 238, e incluso crece el porcentaje de representación femenina (Escolano 2002: 78). La explicación radica en que mientras la primera es una vía muerta sin más función que la alfabetizadora, la segunda se hallaba unida a las expectativas de mejora (social y económica) de las clases medias y altas, a la que irá destinada, por ser la antesala de los estudios universitarios.
La rápida implantación de este nivel de enseñanza tras la aparición del Plan Pidal (Escolano 2002: 37), explica también la aparición de una literatura de manuales destinada a cubrir un vacío casi absoluto. Sobre su papel como herramienta pedagógica y su utilidad como objeto de análisis historiográfico existen múltiples publicaciones (Montero y Holgado 2000; Maestro 2002; Calderero 2003; Sucarrats 2006; Valls 2007; Collados 2010; Tosi 2011). Algunos de los autores de nuestra muestra forman parte de ese proceso de construcción manualística. Eruditos de formación muy diversa como el archivero y bibliotecario Basilio Sebastián Castellanos de Losada (1807-1891) han sido citados como ejemplo de una primera producción de MH destinados a la enseñanza de la Historia en este segmento (Peiró 1993). La escasez de obras pensadas para la segunda enseñanza obligó, en particular en las ciencias naturales, al uso de traducciones de originales extranjeros en modo alguno pensados para el sistema educativo español. De hecho hasta 1848 no forma parte de las listas publicadas ningún manual español de ciencias naturales. Esta circunstancia se comprueba en nuestra muestra, donde los textos con fechas más antiguas pertenecen en efecto a traducciones de originales franceses de Apollinaire Bouchardat o Henri Milne-Edwards.
A partir de 1860 surge un grupo de periodistas, políticos, aficionados a la Historia, eruditos vinculados a la enseñanza, y posteriormente ya de catedráticos de universidad e institutos que se convierten en escritores especialistas en este tipo de literatura. En el campo de la Historia podemos citar a Manuel Ibo Alfaro (1828- 1885), Anselmo Arenas (1844-1928), Juan de la Gloria Artero (1834-?), Fernando de Castro (1814-1874), Juan Cortada y Sala (1805-1868), Francisco Díaz Carmona (1848- 1913), Joaquín Gaite (1820-1880), Manuel Góngora (1822-1884), Alejandro Gómez Ranera, Manuel Merelo (1827-1901), Policarpo Mingote (1847-?), Alfonso Moreno Espinosa (1840-1905), Joaquín Palacios (1815-1887) y Joaquín Federico Rivera (1801- ?). Todos ellos han sido reconocidos como autores decisivos por su contribución a la construcción de la disciplina en la enseñanza secundaria, y en la consolidación del manual de texto dentro de la misma y como género historiográfico (Pasamar y Peiró 2002). En el campo de la Historia Natural ese papel podría serle asignado a autores como Manuel María José de Galdo (1824-1895), Rafael García Álvarez (1828- 1894), Sandalio de Pereda (1822-1886), Luis Pérez Mínguez, Jacinto José Montells o Emilio Ribera (1853-1921) entre otros.
Para comprender y valorar los contenidos que aquí vamos a extraer es preciso tener en cuenta que estos textos son un producto editorial y educativo antes que científico. Se limitan a divulgar conocimientos consolidados sin pretensión de ofrecer resultados de las últimas investigaciones ni contribuir al progreso de la disciplina. Los aspectos científicos de sus contenidos se ven sometidos a un proceso de adaptación doble: ideológico y didáctico; pero también se ven afectados por la marcha del mercado editorial. Ignacio Peiró observa que, hacia 1875, se produce un incremento en la producción de manuales por parte de catedráticos y profesores de institutos que relaciona con la toma de conciencia por este colectivo de su valor administrativo (méritos) y económico (fuente de ingresos). Esta dinámica, junto a la alta vida media de algunos manuales escritos en las décadas precedentes, agravó en su opinión los problemas de falta de adecuación y/o desfase entre contenidos y rigor científico. La situación, que afectó a todas las asignaturas de la enseñanza secundaria, fue denunciada por autores contemporáneos como Rafael Altamira quien calificó a los MH como archivos de errores (Peiró 1993: 52-54). No obstante, Ignacio Peiró también subraya el esfuerzo en el terreno de los MH por modernizar enfoques y contenidos citando como ejemplo la producción de Severiano Doporto (1862-1923). En los MHN ese interés por la calidad de contenidos podría ejemplificarse en el texto que firmaron juntos Ignacio Bolívar (1850-1944), Salvador Calderón (1851-1911) y Francisco Quiroga (1853-1894). En todo caso es fácil concluir que estos problemas se verían acentuados en contenidos aún no consolidados ni consensuados en el ámbito científico como los relacionados con la antigüedad del género humano o la aplicación de las teorías transformistas a su origen, amplificados en ocasiones por polémicas ideológicas (religiosas).
Las tensiones en torno al origen del hombre y la entrada en escena de la Prehistoria se ven reflejadas en los programas de las asignaturas ajustados por los diferentes autores a los oficiales (Tab. 4), aunque hay que matizar su alcance real puesto que su desarrollo en lecciones y páginas es mínimo. Si tomamos como referencia los cinco planes principales que hemos destacado en las ediciones de MH solo en dos ocasiones se supera el promedio de una página por edición analizada (Plan Pidal 0,83; Ley Moyano 0,62; Plan Ruiz Zorrilla 1,01; Plan Lasaña 0,92 y Plan Groizard 1,12); existiendo además un porcentaje relevante de ediciones que no introducen contenido alguno sobre el pasado anterior al inicio de la Historia escrita (20,83% en el período del Plan Pidal; 4,16% en el de la Ley Moyano; 7,14% en el del Plan Lasaña y 3,84% en el del Plan Groizard). En el caso de los MHN el promedio es algo más elevado (Plan Pidal 0,95; Ley Moyano 1,33; Plan Ruiz Zorrilla 1,09; Plan Lasaña 1,42 y Plan Groizard 1,44). Los programas permiten comprobar por otra parte como la Prehistoria irrumpe en los manuales a finales de la década de los setenta, si bien en los MHN se detectan desde principios de 1860 referencias al hallazgo de huesos y piezas líticas en las lecciones destinadas a caracterizar los terrenos cuaternarios.
3. LA ANTIGÜEDAD DEL HOMBRE EN LOS MANUALES
Entre los elementos que sirven para describir la evolución histórica de la Arqueología española en la segunda mitad del siglo XIX se han señalado, entre otros, su progresiva profesionalización y el inicio de la Prehistoria. En la formación de profesionales de la arqueología se cita el papel jugado por una institución inspirada en precedentes italianos y franceses, la Escuela Superior de Diplomática, y el fallido intento de traslado de estos estudios a la Universidad en 1873 (Díaz Andreu et al. 2009: 25). En este periodo la Real Academia de la Historia (RAH) mantendrá un importante control sobre las actividades arqueológicas. Al mismo tiempo el perfil de los intelectuales atraídos por la Arqueología es muy variado: anticuarios, arquitectos, clérigos, médicos, ingenieros, a los que se añaden geólogos y naturalistas especialmente interesados por los períodos más remotos. La Prehistoria habría tenido un desarrollo inicial en los países escandinavos, según estos autores debido a la falta de restos clásicos lo que hacía conectar el mundo medieval con el prehistórico. Su inicio en España se produce a través de la influencia francesa y lo protagonizaron profesionales ajenos al campo de la Historia, principalmente geólogos como Casiano de Prado o Juan Vilanova. Concluyen que solo en el último tercio del siglo estos estudios tomaron cuerpo como consecuencia de la relevancia alcanzada por hallazgos como Altamira o la mandíbula de Bañolas (Díaz Andreu et al. 2009: 29).
La investigación del Paleolítico en España posee en nuestra opinión unos marcadores historiográficos diferentes a los del resto de períodos de la Prehistoria (Vega 2001) como ciencia nacida en el dominio de la Geología. Responde en sus planteamientos básicos a proyectos de investigación científica generados en otros países europeos y en cuya evolución teórica la participación de investigadores españoles ha sido reducida. Se produce además de forma ajena tanto a la irrupción del evolucionismo biológico como a la intervención de la Arqueología tradicional (Santonja y Vega 2002). La aplicación de esta última a todo lo relacionado con la antigüedad y origen de la humanidad se hizo desde las ciencias naturales donde la implantación del krausismo, elevado a doctrina intelectual e ideológica dominante con el triunfo revolucionario del 68, evitó el recelo y hostilidad con que estos estudios eran contemplados por los sectores más conservadores del catolicismo (Moure 1996: 19). Este es el contexto en el que se genera la construcción del Paleolítico español y el que proporciona los referentes de los que dispondrán los autores de los manuales para conformar sus contenidos.
Estos inicios están relacionados con la iniciativa privada de investigadores procedentes de diversos campos de las ciencias naturales, principalmente geólogos, e ingenieros, incentivados por sus contactos y relaciones personales con investigadores extranjeros, o la participación en congresos internacionales y exposiciones universales (Martínez Navarrete 1998: 321). Los hallazgos de instrumentos líticos en los depósitos cuaternarios del Cerro de San Isidro son el mejor ejemplo de esta coyuntura. Publicados por Casiano de Prado y Vallo (1797-1866) en 1864, y por los franceses Édouard Vernuil (1805-1873) y Édouard Lartet (1801-1871) un año antes, convierten al yacimiento en pieza clave del inicio oficial de la investigación del Paleolítico en España (Pelayo y Gozalo 2013). Casiano de Prado forma parte junto a Marcelino Sanz de Sautuola (1831-1888) y Louis Siret (1860-1934) del grupo de investigadores pioneros del Paleolítico en España. En un segundo plano habría también que tener presente la labor de investigadores locales como Ildefonso Zubia (1819-1891) figura importante en las intervenciones de Edouard Lartet y Louis Lartet (1840-1899) en Peña Miel en 1865 (Pelayo y Gozalo 2013); o Pere Alsius (1839- 1915) en los abrigos de Serinyá en 1871, entre otros. Resta mencionar un referente fundamental más en la difusión de la investigación de la Prehistoria como Juan Vilanova y Piera (1821-1893) a través de conferencias y obra escrita (Gozalo et al. 2004; Pelayo y Gozalo 2012). Este empuje personal se acompañó de cierta implicación oficial. Otra vez, el mejor ejemplo son los trabajos realizados en San Isidro desde mediados del siglo con participación de la Universidad Central, el Museo Nacional de Ciencias Naturales y la Comisión del Mapa Geológico de España (Santonja y Vega 2002). Las investigaciones también habrían sido promovidas y animadas desde el Museo Arqueológico Nacional (creado en 1867), la Sociedad Antropológica Española (1868), la Real Sociedad de Historia Natural (1871) e incluso la Institución Libre de Enseñanza (1876) (Moure 1990).
Los autores de manuales de segunda enseñanza elaboraron sus contenidos de forma paralela a este proceso de construcción de la Prehistoria tomando como referentes a sus principales investigadores y divulgadores. El uso de la cita a personalidades, y más excepcionalmente a bibliografía, como recurso de autoridad para conferir rigor científico a sus lecciones nos sirve para identificarlos. Sus nombres aparecen intercalados en el texto, en notas a pie de página e incluso en ocasiones como apéndices bibliográficos de la lección.
Una lectura de la lista de los diez autores más citados en MH permite comprobar que (con independencia de las menciones a Moisés) en el primer puesto se sitúa el principal divulgador de la Prehistoria en la historiografía española del XIX, Juan Vilanova y Piera. En esta clasificación no figura ningún otro autor español, mientras que de las seis referencias bibliográficas más citadas, cuatro son españolas (Tab. 5). Se detecta la presencia de un grupo de exégetas bíblicos implicados en cálculos cronológicos para el origen del mundo y de la humanidad a partir de los textos sagrados (Ussher, Petau, Bossuet). En posición destacada encontramos también al creador de la secuencia paleolítica francesa que fue utilizada por la mayoría de los paleolítistas europeos del último cuarto del XIX, Gabriel de Mortillet. El resto de autores están relacionados, a excepción de Lamarck, con el debate sobre el hombre terciario. Las alusiones a estos últimos así como las de Vilanova o Mortillet se concentran en ediciones fechadas en las dos últimas décadas del siglo. En cuanto a las citas bibliográficas cabe señalar que casi todas ellas se asocian a los inicios de la Prehistoria española. La más citada, un trabajo de Manuel Salés y Ferré (1843- 1910), corresponde al que puede considerarse el primer manual universitario en la materia, cuya publicación en 1883 tuvo que ser de gran utilidad para los autores de manuales. En esta lista encontramos también el libro más conocido de Juan Vilanova (1872). Un último dato a retener es la posición que ocupa San Isidro como el yacimiento más citado en el conjunto de las ediciones de MH corroborando así su importancia capital en la investigación del Paleolítico español.
Éste es también el yacimiento más citado en MHN encontrándose dispersas las menciones al mismo en un abanico de tiempo más amplio que en los MH: ediciones fechadas entre 1849-1900 en el caso de los MHN, y entre 1878-1900 en los segundos. Con independencia de las citas a Moisés, solo tres autores de la lista de MHN aparecen también en la de MH: Bourgeois, Quatrefages y con menor visibilidad de nuevo Juan Vilanova como único español. Aquí el primer puesto lo ocupa el teórico del catastrofismo Elie de Beaumont (1798-1874), quien acumula citas hasta el inicio de la última década del siglo. En una posición más atrasada aparece también otra gran figura de la paleontología francesa, Georges Cuvier, cuyas citas cubren el mismo abanico de tiempo que el anterior.
La primera referencia al hombre fósil se localiza en las ediciones de 1846 y 1849 del MHN firmado por el zoólogo Henri Milne Edwards (1800-1845) seguidor de Cuvier. La inclusión de la traducción de este original francés hasta nueve veces en las listas oficiales de textos para la segunda enseñanza (1846-1855) es un ejemplo de la falta de títulos de producción nacional adecuados para la misma tras su implantación (Plan Pidal 1845). Se menciona la existencia en algunas cavernas del Midi de huesos humanos e incluso industria (la traducción en el texto es "vidriados") mezclados con los de animales extintos que habrían perecido como consecuencia del Diluvio bíblico. Es una aparición un tanto anecdótica porque está aislada en el conjunto de las ediciones analizadas con fechas cercanas y se halla en un manual extranjero. Su relevancia radica en todo caso en que se produce en unos años en los que aún no se halla reconocida la existencia del hombre fósil8. Gozalo et al. (2004) apuntan, atendiendo a su presencia en la prensa de la época, que la repercusión del debate sobre la antigüedad del hombre ya existía en España en fechas similares a la de los países donde se había generado (Francia e Inglaterra). En 1840 aparece en Semanario Pintoresco Español un extracto traducido de un original publicado en 1838 en Francia que contiene la que se considera entre las primeras representaciones gráficas del hombre prehistórico. Poco después, este grabado vuelve a aparecer en otra publicación de divulgación, Museo de las Familias9 con el título de Hombre fósil en su sección de ciencias (tomo VII, 28, de 25 de octubre de 1849 en página 218). En líneas generales la publicación venía a ridiculizar un tanto la idea de un hombre antediluviano (Gozalo et al. 2004: 205).
Hasta la década de 1860 no volvemos a detectar nuevos MHN en los que se apunte la posible coexistencia del hombre con faunas extintas deducida del hallazgo de sus restos en las llamadas cavernas y brechas de huesos. Las alusiones vienen de la mano de discusiones relacionadas más con la posible antigüedad de la humanidad que sobre su origen. En la producción de MHN de esos años convive la idea de que el hombre hace su aparición en el último de los grandes períodos geológicos (por tanto reciente), con afirmaciones cada vez más frecuentes de una mayor antigüedad. Miguel Ramos y Lafuente (1859, 1862) evita pronunciarse sobre la antigüedad del hombre. Aunque introduce el término Cuaternario, afirma que la aparición del hombre en la tierra es reciente (al menos en sentido geológico), como cénit de la creación, cuando toda la vida del planeta ya ha sido creada. No hemos detectado en MHN referencias cronológicas numéricas para estimar la antigüedad de los terrenos cuaternarios (de aluvión antiguo, diluviales, clismeos, en la terminología empleada). Por otra parte, también es cierto que a diferencia de lo que ocurre en los MH tampoco hemos localizado una sola fecha de inspiración bíblica para aproximarse al origen del hombre.
Esta profunda antigüedad sí va a ser comentada por un grupo de naturalistas que si bien tienen en común su pertenencia al colectivo de catedráticos de instituto al que hemos adjudicado el mérito de la construcción de la asignatura en la enseñanza secundaria; parten en algún caso de planteamientos científicos diferentes. El primero es el catedrático del Instituto de Sevilla José Jacinto Montells y Nadal, de formación farmacéutico, quien cita otra vez el hallazgo de huesos humanos en cavernas del Midi como prueba de su existencia antes del Diluvio (1860, 1866).
Interesante es la trayectoria seguida por Rafael García Álvarez en diferentes ediciones de su manual (1859, 1867). En esos años es catedrático en el Instituto de Granada, próximo al krausismo y de ideas progresistas, se convertirá en un defensor decidido del darwinismo (Carpintero 2009: 66). En su edición de 1859 escribía que según el Génesis el hombre es la última especie de la creación, y que los hechos geológicos venían a demostrarlo puesto que sus restos fósiles solo se encontraban en formaciones posteriores al Diluvio; siguiendo por tanto la tesis de Cuvier. Sin embargo, en la edición de 1867 modifica el texto, (resulta significativo que sea en una fecha cercana a la revolución de 1868), para dar como hecho probado la existencia anterior del hombre deducida de la contemporaneidad de sus restos, y de su propia industria, con faunas extintas o emigradas de los lugares de hallazgo. Señala que este tipo de investigaciones corresponde a la Antehistoria destacando su novedad y carácter multidisciplinar como estudios que enlazan la Antropología con la Paleontología, y la Arqueología con la Geología.
El tercer catedrático que queremos destacar es Sandalio de Pereda, quien desempeñó su docencia en el Instituto de San Isidro en Madrid desde 1853. Presidente de la Academia de Historia Natural fue autor de uno de los MHN más utilizados en el período aquí analizado alcanzando diez ediciones entre 1858-1891 (Gomis 2004a: 89). De ideas creacionistas, admite en su edición de 1861 la asociación de hombre y faunas extintas, y añade en la de 1864 las industrias, entre las que destaca la presencia de hachas de pedernal. En las ediciones de 1870 y 1873 atribuye el protagonismo del empuje inicial de la Prehistoria a los geólogos (y naturalistas), quienes fueron los primeros en revisar cuevas en busca de indicios sobre la existencia del hombre antediluviano. Hace una relación de pioneros entre los que no figura ningún español, todos con trabajos que juzga decisivos para confirmar la antigüedad del hombre. Tres de ellos (Desnoyers, Quatrefages y Bourgeois) figuran entre los que más citas acumularon en el conjunto de ediciones de MHN en el período cronológico que analizamos (Tab. 5).
La primera afirmación positiva en MH sobre la antigüedad de la humanidad no aparece hasta 1873. Se encuentra en un texto de Fernando de Castro. Es uno los autores de MH destinados a la segunda enseñanza de mayor éxito y difusión. La edición a la que nos referimos aparece al final de su vida, pero tras su muerte en 1874, sucesivas ediciones preparadas por su discípulo Manuel Sales y Ferré, se continuaron utilizando hasta prácticamente el final de la década de 1890 (Peiró 1993: 48). Está incluido, y de forma destacada, en el grupo de catedráticos de Historia de instituto y universidad que desde mediados del XIX iniciaron su construcción como disciplina escolar, y sus textos se convirtieron en modelo a seguir al menos en su estructura formal (Pasamar y Peiró 2002). De su trayectoria personal y científica hay que destacar el viaje que realiza desde un catolicismo ortodoxo a figura principal del krausismo en España a la muerte de Julián Sanz del Río (1814-1869) del que fue discípulo. Su éxito como escritor de MH de segunda enseñanza puede relacionarse con su prestigio intelectual (el krausismo adquiere notaria relevancia en el Sexenio Revolucionario). Desde 1868 fue rector de la Universidad Central y ostentó la condición de académico de la RAH desde 1864. Instalado en un krausismo de inspiración católica fue ante todo un defensor de la libertad de la ciencia. Sus ediciones de 1873 y la ya póstuma de 1878 son las primeras entre los MH en las que la Prehistoria aparece definida como una ciencia novedosa para el conocimiento del pasado más remoto del hombre. En 1873 prologa su manual diciendo que ha preparado para la edición cuatro lecciones dedicadas a los tiempos prehistóricos, porque a su juicio son ya de absoluta necesidad en un curso de Historia General. Aún así, aparecen como una especie de lecciones preliminares. De hecho están diferenciadas formalmente pues se encuentran fuera de la paginación del manual y numeradas con el sistema latino. Este matiz se corrige en la edición de 1878 donde se califica de descuido indisculpable no dar a conocer siquiera sumariamente lo que con arreglo a la ciencia sabemos de los orígenes del género humano.
Pese al prestigio de sus textos lo cierto es que su posible influencia en autores contemporáneos a la hora de incorporar la Prehistoria a los manuales se retrasó hasta la década de 1880, cuando se observa, ahora sí una irrupción generalizada de la Prehistoria en los MH. La aceptación de una fase anterior a la Historia elaborada a partir del documento escrito, como parte de la misma bajo la denominación de Prehistoria o Protohistoria se irá imponiendo en los MH a partir de esta década y en la última del siglo XIX. En ese proceso habría tenido peso el reconocimiento que la RAH hace al incluir en la Historia General de España (1890-1894) dirigida por Antonio Cánovas del Castillo (1828-1897) un primer volumen dedicado a la misma. También cabe reseñar en este sentido el nombramiento del gran divulgador y defensor de la Prehistoria Juan Vilanova y Piera como académico en 1889. Recordamos aquí que Vilanova es el autor que mayor número de citas acumula en el conjunto de las ediciones de MH. La necesidad de incluir este período en la historia nacional impulsada por la RAH parece adivinarse en algunos textos como la edición póstuma (1890) del MH del catedrático de instituto Eduardo Orodea (1840-1875) a cargo de su hermano José María cuando se explica en el prólogo que la principal novedad de la misma es la incorporación de una lección de Prehistoria, indispensable ya hoy para la noción del origen de nuestra nacionalidad.
4. DESCONFIANZA HACIA LA PREHISTORIA
La incorporación de la Prehistoria a los MH coincide con un incremento significativo en el número de estos. Ya hemos comentado que puede establece en cierta manera una conexión entre este hecho y un descuido en el aspecto científico de algunos manuales ya que muchos catedráticos se aventuraron a realizar su propio texto motivados por expectativas administrativas y económicas (Peiró 1993: 45). En este contexto de nuevos manuales y reediciones de otros anteriores se detecta una posición de recelo, en ocasiones desprecio, hacia la Prehistoria en determinados autores. Se dirige tanto a su valor como disciplina que aporta conocimiento sobre el pasado, como a su consideración de primera etapa de la historia de la humanidad. Proviene en nuestra opinión de la disonancia que introduce en una interpretación literal de la Biblia.
Los programas de las asignaturas dan pistas de la tensión generada entre los avances en ciencias como la Geología, Paleontología y Prehistoria, y una visión creacionista del origen del mundo y de la humanidad (Tab. 4). La labor de defensa de la Prehistoria de investigadores abiertamente católicos como Juan Vilanova habría contribuido a suavizar esas tensiones. En el periódico La Dinastia10 (24 de noviembre de 1888) aparece recogida una crónica sobre el Congreso Católico de Madrid, que habría de tener lugar en abril de 1889, con las secciones constituidas. La destinada a los asuntos de carácter científico incluye la lista de temas sobre los que habrían de girar las intervenciones. De la misma nos llaman la atención dos: El hombre prehistórico y el transformismo y La cosmogonía de Moisés y los progresos científicos. El III Congreso Católico Nacional celebrado en Sevilla en el año 1892 concluía defendiendo la conformidad de las investigaciones prehistóricas con los textos sagrados.
Juan Ortega y Rubio (1845-1921) publica en 1878 un MH en el que si bien admite que este tipo de estudios han alcanzado ya un gran desarrollo considera que sus conclusiones aún no están bien definidas motivo por el que no va a tratarlas en su texto. Catedrático vinculado entonces a la docencia en la Universidad de Valladolid, forma parte del grupo de historiadores que introdujo la Historia en la disciplina escolar. De ideario político liberal, demócrata y republicano, su manual recibió la calificación de "perjudical a la sana doctrina" por el arzobispo de la ciudad, siendo eliminado de las listas de texto por RD de 28 de septiembre de 1880 (Pasamar y Peiró 2002: 455). En una tercera edición (1882) introduce y da desarrollo a la Prehistoria como primer periodo de la Historia, pero en nota a pie de página llama la atención (tal vez con cierto sentido irónico) sobre la conveniencia de que aquellos que desconozcan los once capítulos primeros del Génesis deben estudiarlos con gran atención. Ricardo Beltrán (1852-1928), considerado uno de los principales modernizadores de la Geografía e interesado en especial por la Geografía histórica, con un perfil político en este caso conservador, también admite (1884, 1889) que la Prehistoria es la primera etapa de la humanidad para a continuación introducir una lección donde ese pasado es una transliteración del Génesis. José Defís (1895) mantiene un discurso doble: una lección donde narra el origen del hombre desde la aproximación bíblica, seguido de otra en el que expone el asunto desde la perspectiva de la Prehistoria. La primera encuentra su justificación en el hecho de que ante la falta de fuentes históricas solo la Biblia aporta luz a la oscuridad de los hechos anteriores al Diluvio. Sin embargo, incorpora la Prehistoria de forma amable, destacando sus aportaciones como ciencia que permite conocer el lento progreso de la humanidad. Ambas lecciones se suceden sin ningún tipo de confrontación crítica. Cabe pensar que el autor ha pretendido de esta manera evitar posibles problemas de censura sobre su texto. En todo caso en su manual no hace constar que haya superado ningún tipo de dictamen en este sentido.
Algunos MH inciden en la afirmación de que únicamente la Biblia puede suministrar noticia histórica de ese período (Saz 1873) y que la incapacidad humana para investigar los tiempos prehistóricos no podrá ser superada nunca (Senante 1901). Son autores que prefieren omitir la Prehistoria de sus textos por este motivo o como en el caso del conservador, catedrático de instituto y pionero en la introducción de la Historia en la segunda enseñanza Joaquín Palacios (1815-1887) por considerar que resulta nociva para la formación de los alumnos.
En este contexto vamos a analizar qué autores y manuales participaron de una visión crítica hacia la Prehistoria, qué argumentos emplearon y hacia donde dirigieron su recelo. Después nos ocuparemos del reflejo que tuvo en los manuales la polémica generada con la introducción del origen del hombre en el campo de la Prehistoria; y el rechazo que va a despertar esta vez también visible en MHN cualquier acercamiento a la cuestión desde la perspectiva del transformismo biológico.
Los autores de MH que se posicionan en la desconfianza o el rechazo abierto a la Prehistoria representan porcentualmente un 19,17% sobre el conjunto total (n=73); valor que se reduce 0 en el caso de los autores de MHN (n=32). El tono más crítico se dirige a (i) cuestionar la calidad científica de la disciplina y (ii) dudar de la antigüedad que estos estudios apuntan para el origen de la humanidad. Las críticas se extienden a un último aspecto relacionado con el elemento más débil de la aproximación evolucionista gradualista a la Prehistoria: (iii) negar el valor universal de su sistematización en diferentes etapas a las que se atribuyen logros tecnológicos y sociales con un carácter progresivo.
Podemos identificar un primer grupo de autores que cubren en sus textos los tres puntos. El más destacado de ellos es Manuel Góngora (1822-1884). Abogado, catedrático de Historia en la Universidad de Granada, considerado uno de los pioneros de la Prehistoria e impulsor de la Historia en la segunda enseñanza, mantuvo un perfil político liberal conservador. Sus MH alcanzan la mayor difusión en los ochenta. En la siguiente década los autores de esta tendencia con mayor número de textos adoptados en institutos serán José Sanz Bremón, Juan del Cañizo, Mariano Laita y Antonio Vidal; mientras que otros como Isidro de Molina o Martiniano Martínez tienen escasa repercusión en este sentido. El segundo grupo estaría formado por dos autores que valoran los estudios prehistóricos pero discuten su sistematización en periodos de alcance universal. Alfonso Moreno Espinosa (1840- 1905) y Felipe Picatoste (1834-1892) comparten una orientación política progresista y éxito en su producción de textos escolares. Éste fue tal que sus herederos crearon empresas en torno a sus derechos y mantuvieron la publicación y uso de sus manuales hasta el primer tercio del siglo XX (Peiró 1993)11. Alfonso Moreno, catedrático de instituto, republicano y krausista, fue discípulo de Julián Sanz del Río y Fernando de Castro, y mantuvo amistad con Manuel Sales y Ferré. Sus manuales tienen una gran difusión en las dos décadas finales del XIX, y es incluido en el conjunto de profesionales de la docencia que contribuyeron a dar forma a la asignatura en la segunda enseñanza (Pasamar y Peiró 2002). Felipe Picatoste es el mejor ejemplo de escritor polifacético con éxito en el campo de los manuales de diferentes asignaturas. Liberal progresista, ocupó cargos de relevancia en el Sexenio Revolucionario a las órdenes de Ruiz Zorrilla, lo que le permitió colaborar activamente en aspectos de la política educativa como los relativos a la libertad de enseñanza.
Las reticencias a considerar la Prehistoria una ciencia radican en nuestra opinión en una motivación ideológica (religiosa) más que científica. Antonio Vidal (1871) tras reconocer que es uno de los descubrimientos más interesantes del momento, la acusa de haber dado lugar a concepciones absurdas y a afirmaciones demasiado absolutas en relación a la antigüedad del hombre y al estado de su civilización primitiva. Por eso, en esta edición se limita a una transliteración del Génesis bajo el título de Historia Sagrada. En la edición de 1885 su discurso es más radical. Considera que la Prehistoria es una más de las diferentes corrientes que se insertan dentro de lo que denomina falsa ciencia. Ésta última tiene su origen en la Ilustración con el objetivo (en vano) de desacreditar a la Biblia12. Insiste en su falta de rigor científico pues aventura hipótesis sobre hechos aislados e incompletos a los que da como verdades cuando solo alcanzan para conjeturas. Manuel Góngora (1878, 1882a) y Juan del Cañizo (1897), rechazan la denominación de ciencia para unos estudios basados en datos aislados que dan como resultado interpretaciones novelescas y de pura imaginación. El fundamentalismo católico del primero queda en evidencia cuando dice que frente a esta Prehistoria hay otra Prehistoria auténtica, aquella que sirve para demostrar las verdades de los libros sagrados. José María Fernández Sánchez en su MH de 1875, que cuenta con licencia eclesiástica, acusa a la Ciencia en general de realizar una crítica impía de los libros sagrados, e incluye en esta categoría a esa que en nuestros días han dado en llamar ciencia prehistórica. Este problema viene dado según Isidro de Molina (1889) por la escasa trayectoria de la disciplina, apenas medio siglo, lo que la convierte en la ciencia más insegura de las que se cultivan. En este sentido José Albiñana (1881) avanza que muchas de las dudas que plantea se solucionarán con el aumento del número de hallazgos ya que éstos contribuirán a rellenar lagunas y a reforzar hipótesis y deducciones, dando respuesta a sus detractores y a cuantos la reciben con desconfianza. Con fecha de 1900 encontramos un MH, recomendado para seminarios y con licencia eclesiástica, donde el rechazo mantiene este componente religioso. Martiniano Martínez critica en este texto que lo que él llama escuela prehistórica pretenda averiguar el origen del hombre prescindiendo de los datos que proporciona la Biblia. Entiende que la utilidad de estos estudios viene marcada por la obligación de confirmar los contenidos del capítulo once del Génesis sobre el origen de razas y pueblos y de la vida del hombre anterior a la Historia. En su opinión todo lo avanzado por la Prehistoria fuera de este marco merece el calificativo de problemático y aventurado.
La duda sobre una antigüedad del hombre superior a la manejada a partir de la lectura de la Biblia aparece en los textos de Antonio Vidal (1871), Manuel Góngora (1878, 1882a) o Mariano Laita (1887). Se fundamenta en que procede de datos aislados que pretenden tener carácter absoluto cuando aún no han sido plenamente confirmados por la Ciencia. Martiniano Martínez (1900) lo plantea incluso como una falta de ética científica. Afirma que existe mala intención (aviesa) y abuso, en el sentido de irresponsabilidad y falta de celo científico, en el empleo de los datos prehistóricos. Denuncia el uso de descubrimientos ficticios junto a otros de dudosa autenticidad para formular lo que denomina dogmas (por ejemplo sobre la pretendida muy remota antigüedad del género humano) a partir de datos puntuales. Los hallazgos que se denuncian en estos manuales eran ciertamente fruto de controversias y discusiones en el ámbito científico; pero se originaban en el debate sobre un posible hombre fósil del Terciario. No había dudas sobre su existencia en el Cuaternario ni de su profundidad en el tiempo. Aún así, cuando en estos textos se tiende a subrayar que éste es el último de los períodos geológicos, sin referencias cronológicas, se sugiere de alguna manera la aparición reciente del género humano como colofón a la Creación.
El argumento científico resulta más visible en la crítica a la aplicación del evolucionismo etnológico al pasado como herramienta para explicar las transformaciones tecnológicas, económicas y sociales. Las primeras secuencias que aparecen son las que se inspiran en la clásica división en tres edades marcada por el uso de la piedra y el metal. En 1867 Rafael García Álvarez hace hincapié en que las sociedades del pasado, al igual que las contemporáneas, alcanzaron grados de desarrollo muy diferente; y que del estudio de la industria humana antehistórica surgen tres edades: de la piedra, del bronce y del hierro. A partir de la década de 1870 vamos a encontrar referencias a la misma en múltiples manuales. En general no se hace un desarrollo de sus implicaciones tecnológicas o sociales y se limitan a su mención: piedra, bronce, hierro (Cánovas 1870), paleolítico, neolítico, bronce y hierro (Pereda 1873), piedra tallada, pulida y metales (Mingote 1880). Fernando de Castro ya diferencia en su edición de 1873 entre Paleolítico antiguo y superior, dentro de la sistematización paleontológica de Édouard Lartet. Ésta es la más visible, sobre todo en manuales fechados entre 1884 a 1896 (Artero 1884; Laita 1887, 1896; Merelo 1891; Albiñana 1889; Laplana 1892b). En general, lo que recogen estos manuales es una simplificación de la misma reducida a dos grandes períodos, edad del mamut (que se correlaciona con la raza de Canstadt) y del reno (la época del Cromañón). La de Mortillet la encontramos casi siempre en combinación con la anterior (Defís 1895; Vergara 1899; Zabala 1900).
Su validez se va a cuestionar con argumentos procedentes de la Arqueología, la Etnografía, la Filología e incluso desde la lectura de la Biblia. A la Arqueología se recurre para negar en primer lugar que la tecnología de la piedra preceda a la del metal, y en segundo la existencia de una edad de piedra universal. Para Juan del Cañizo (1897) la secuencia cronológica construida sobre la evolución progresiva de las materias y tecnologías de trabajo solo se basa en suposiciones. Antonio Vidal (1871) cita a Day, probablemente Robert Day (1836-1914) anticuario irlandés y aficionado a la arqueología, como recurso de autoridad para confirmar que el hierro y el acero fueron usados durante la antigüedad; y al egiptólogo François Chabas (1817-1882) o a Heinrich Schliemann, (1822-1890) para negar la existencia de una edad de piedra. A menudo se apela a la Arqueología clásica o la estratigrafía de yacimientos emblemáticos: los egipcios ya usaban el hierro, mientras que los griegos aún empleaban el bronce y los pueblos del norte de Europa la piedra (Sanz Bremón 1889), o en Troya hay niveles donde la piedra aparece por encima del bronce y del hierro (Martiniano Martínez 1900).
Felipe Picatoste (1890) puntualiza que el empleo de la piedra solo fue accidental y lo atribuye a grupos contemporáneos de otras civilizaciones más adelantadas. En su opinión no existió una edad de piedra universal, ni de su empleo pueden realizarse inferencias cronológicas. Alfonso Moreno Espinosa (1892: 18) argumenta que en determinadas regiones geográficas, en concreto hace referencia a Oriente, la cuna de la humanidad en estos manuales, aún no se han encontrado pruebas de la existencia de una edad de piedra anterior a la histórica como sí ocurre en Europa y América. Además, advierte de que no pueden hacerse deducciones cronológicas (antigüedad de una raza o cualquier grupo étnico) ni culturales (de un determinado estado de civilización) a partir de los restos arqueológicos (cultura material) porque la presencia de un determinado utillaje (está pensando en la secuencia clásica de las Tres Edades) puede explicarse en múltiples ocasiones simplemente por cuestiones funcionales y no por la permanencia de un grupo en un estado cultural determinado. Martiniano Martínez (1900) admite en todo caso que las secuencias pueden tener una validez relativa, local, aplicada solo a algunas tribus, pero nunca como ley universal. No debe hablarse por tanto de "edades" sino de diferentes estados de civilización. Concluye que la Prehistoria nunca podrá demostrar que todos los pueblos han tenido una edad de piedra desde la que han progresado a un estado de civilización más alto. Niega que en Asia (entendiendo aquí al igual que Alfonso Moreno el espacio geográfico donde se originan las primeras civilizaciones históricas) haya existido una edad de piedra porque los pueblos que permanecieron allí (en el foco original de la humanidad) mantuvieron la civilización (la heredada de Noé) que otros perdieron en su diáspora. Desde esta perspectiva el Paleolítico solo existió en la periferia de ese foco original, en la zona marginal del mundo, como un fenómeno coyuntural y exclusivo de una parte del continente europeo (Martínez 1900: 22).
La existencia de pueblos actuales en estado salvaje que emplean materiales y tecnologías semejantes a los de las gentes prehistóricas explica por sí mismo que tanto ahora, en el presente, como en la Prehistoria, existieron sociedades contemporáneas en distinto grado de civilización (Moreno 1892). Los aborígenes australianos, instalados aún en una tecnología lítica, son los más citados como ejemplo de grupo humano actual en estado de salvajismo (Sanz 1889; Cañizo 1897). Es también el grupo étnico más utilizado para establecer analogías físicas e intelectuales con la raza fósil de Canstadt (neandertales). El estudio de las tradiciones mitológicas que conocemos por narraciones escritas, apunta a la existencia de una edad de oro previa a una caída o degradación material y moral (Vidal 1871, 1885; Díaz Carmona 1890, 1897). Este hecho es citado como otra prueba añadida de que en su origen la humanidad fue primitiva, pero no salvaje. Por último, si admitimos que la Biblia ofrece una imagen exacta de las sociedades antediluvianas, y es así porque es una verdad revelada por Dios, es preciso reconocer que la agricultura y la metalurgia, junto a otros conocimientos tecnológicos, ya eran conocidas por la humanidad.
También hemos detectado dos manuales que aceptan sin reservas la validez y alcance universal de la sistematización gradualista. Es el caso del catedrático de instituto, de orientación política republicana y progresista, Severiano Doporto (1862-1923). Cabe destacarle como un autor implicado en el esfuerzo por renovar y modernizar la estructura y contenidos de los MH en la década de los noventa (Peiró 1993). En su edición de 1896, tras resaltar los fuertes vínculos de la Prehistoria con la Geología y la Paleontología, dice que en el pasado (y en cualquier lugar del mundo) los grupos humanos tuvieron que haber recorrido necesariamente cada uno de los periodos marcados por la Prehistoria; y que el desarrollo progresivo de estas fases o periodos no es uniforme en su progresión temporal, sino que se acelera de manera que cada etapa es más corta que la anterior, debido a que los avances tecnológicos y sociales son cada vez más rápidos. El segundo autor que defiende estos planteamientos es el darwinista José Gogorza y González quien asume en su MHN (1897) las ideas de Gabriel de Mortillet, subrayando que las industrias sirven para establecer grados de progreso en la civilización de los grupos del Paleolítico y son útiles para establecer divisiones (fases) protohistóricas.
5. EL RECHAZO AL ORIGEN SIMIO
La incorporación a los manuales de las propuestas transformistas en el entorno del origen del hombre también se hace en determinados textos desde la oposición. Es una temática menos visible que la relacionada con la Prehistoria, pero cuando aparece el tono de crítica hacia cualquier posibilidad de un origen animal (simio) de la humanidad, es decir a la aplicación de las teorías del evolucionismo biológico a nuestro origen, es más radical, sobre todo en MH (Puelles y Hernández 2009). Se sostiene también en factores ideológicos (religiosos) más que en cuestiones científicas, aunque estas últimas también están presentes al igual que ocurría en el caso de la aproximación evolucionista gradualista a la Prehistoria. En esta ocasión la argumentación científica antidarwinista se construye en torno a la defensa del fijismo de las especies (en el caso del hombre creado a imagen y semejanza de Dios), avalado por la ausencia en el registro paleontológico de especies (eslabones) intermedios.
El darwinismo penetra en España con la apertura ideológica de la revolución de 1868 (Pelayo 1996), de la mano de investigadores ajenos a la Arqueología, relacionados con la Medicina, la Fisiología y la Antropología física, de manera que cuando finalmente llega a la investigación del Paleolítico lo hace desde el campo de la Etnología y sobre todo a través de la obra del hiperevolucionista Ernst Haeckel (1834-1919) (Santonja y Vega 2002: 245). La influencia francesa, donde las ideas de Darwin tuvieron inicialmente escaso eco, en la Geología13 y Paleolítico español explicaría esta dinámica. Thomas Glick (1993) señala que en las décadas de 1870 y 1880 existió una voluntad política por promover la libertad de ciencia con la intención de modernizar el nivel científico y tecnológico del país. Sin embargo, llega a la conclusión de que en el caso del evolucionismo no fue posible alcanzar un compromiso de este tipo y las posiciones en torno al mismo se polarizaron de forma absoluta. Sirven de ejemplo las crisis universitarias como la motivada en 1875 por el ministro Orovio y las reacciones a la misma entre las que cabe citar la fundación de la Institución Libre de Enseñanza (ILE) (1876), o la prohibición de libros como los del catedrático de Historia Natural de la Universidad de Barcelona Odón del Buen y del Cos (1863-1945).
Esta fractura explica en parte la radicalidad de las opiniones vertidas en los MH y MHN. En principio el evolucionismo es mucho más visible en los programas de Historia Natural por el propio curriculum de la asignatura, pero las alusiones al mismo en MH también son frecuentes. En unos y otros comenzamos a detectarlas a partir de 1870, pero sobre todo de 1880. Lamarck, Darwin y Haeckel son los evolucionistas que más citas reciben. El índice de visibilidad de los tres en MH es muy similar (1,04; 0,9 y 0,95), mientras que en el caso de los MHN cobra ventaja Darwin (0,69) sobre Lamarck (0,47) y Haeckel (0,30).
Determinados manuales no van a aceptar un origen animal del hombre por entender que el paso siguiente es negar su origen divino, como tampoco cualquier sugerencia de proximidad a los grandes monos antropomorfos. Como contrapeso subrayan el carácter excepcional del hombre en el mundo natural, evidente en su anatomía (bipedismo), y sobre todo en sus facultades intelectuales y morales (inteligencia, alma, capacidad de razonamiento).
Alberto Gomis (2004b) analizó el debate sobre la naturaleza animal del hombre en el seno de la ciencia española del siglo XIX. En su opinión desde algunas instituciones como la Real Academia de Ciencias Naturales de Madrid se impulsó en la década de 1830 la creación de un reino específico bajo la denominación de hominal. Los argumentos tenían más carácter ideológico (religioso) que científico: su clasificación entre los animales suponía un grave deterioro para la dignidad humana. Frente a la defensa de un reino independiente la mayoría de los naturalistas españoles se habría posicionado a favor de incluir al ser humano en el reino animal. Entre los MH no hay rastro alguno de este debate, pero sí en los MHN. De hecho, este investigador detecta un repunte de este tipo de planteamientos en los MHN tras la reacción antidarwinista que siguió al Sexenio Revolucionario de 1868.
Entre los partidarios del reino hominal podemos destacar un grupo formado por catedráticos de instituto, algunos con manuales que alcanzaron un alto grado difusión como el ya citado Sandalio de Pereda o José Monlau (1832-1908); y otros con menor número de ediciones como José Albiñana, Demetrio Fidel Rubio o Serafín Casas y Abad (1829-1903). Junto a ellos hay religiosos como el agustino Fidel Faulín Ugarte (1829-1903) vinculado a la docencia en centros privados, o Ramón Martínez Vigil (1840-1904) teólogo y sacerdote dominico que fue nombrado obispo de Oviedo en 1884. Por último, escritores especializados en manuales como el ya mencionado Felipe Picatoste o Félix Sánchez Casado (1836-1896). Este último fue uno de los autores con mayor número de títulos y ediciones de MH y MHN destinados a la segunda enseñanza, que al igual que en el caso de Felipe Picatoste y Alfonso Moreno continuaron siendo introducidos en el mercado editorial de este nivel educativo por sus herederos hasta bien entrado el siglo XX. Formado en Filosofía y Letras y en Derecho civil y canónico, su ideología neocatólica le llevó a integrarse políticamente en Unión Católica. La mayoría de los MHN donde se apoya la creación de un reino independiente se fechan con posterioridad a 1895.
Hay también, en esas mismas fechas, autores, como Tomás Rico (1898) que muestran una postura un tanto ecléctica, subrayando las singularidades del hombre e incluso mencionando su posible ubicación en un reino independiente, pero advirtiendo que la mayoría de los naturalistas se inclinan por mantenerlo en el reino animal. Entre estos se encuentran los naturalistas más cercanos al evolucionismo. Es el caso de tres de los naturalistas españoles más ilustres de la segunda mitad del XIX, Ignacio Bolívar, Salvador Calderón y Francisco Quiroga, todos ellos vinculados al krausismo en sus etapas de formación y posteriormente a la docencia en la ILE, donde contribuyeron a la divulgación del evolucionismo. Rafael García Álvarez, quien en su texto de 1859 justifica la separación de los humanos del resto de los animales, se convierte unos años más tarde (1891) en el primer autor que nos incluye entre los primates. La defensa de la doctrina darwinista desde su cátedra de instituto le valió la reprobación del arzobispo de Granada y la prohibición de algunas de sus publicaciones a principios de la década de 1870 (Carpintero 2009: 66). Otro catedrático evolucionista que opta por esta clasificación entre los primates es José Gogorza (1897)14. Emilio Ribera, catedrático con un alto número de ediciones, señala al gorila como el simio más parecido al hombre (1880), aunque en ningún momento plantea posibles ancestros comunes entre ambas especies. Manuel María José de Galdo (1878) cita a las razas negra y americana como las más cercanas en apariencia a los cuadrumanos; mientras que José Albiñana (1881) dice que el distinto grado de desarrollo intelectual de las razas humanas se ha interpretado no solo como una evidencia de especiación, sino yendo más allá en un claro error a su juicio, como demostración de su origen simio. Desde la perspectiva de los catedráticos antievolucionistas como Luis Pérez Mínguez, cuyo MHN obtuvo éxito editorial (Gomis 2004a: 92), se insiste en que si bien son los animales más parecidos al hombre sus semejanzas han sido exageradas (1872). Francisco Cánovas (1820-1904), quien fue amigo de Juan Vilanova, argumenta que al ser creado a imagen y semejanza de Dios es necesario descartar la procedencia bestial que algunos apuntan a partir de semejanzas con antropomorfos como el gorila o el orangután (1870).
El rechazo a las teorías transformistas, y en particular al evolucionismo darwinista es más visceral en MH. Mariano Laita (1887, 1896) subraya que de la lectura del Génesis solo cabe concluir que el hombre procede de Dios por creación y no del mono por evolución. Califica el evolucionismo de falsa hipótesis porque hace llegar la ascendencia humana al mono, que es un ser irracional. En su opinión resulta imposible explicar ese paso de lo irracional a lo racional sin la intervención de Dios. Manuel Góngora roza el insulto en alguna de sus ediciones (1878, 1879, 1882b). Virey y Lamark (sic) son citados como pioneros de estas repugnantes teorías, y las ideas de Darwing (sic) y Haekel (sic) calificadas de delirios. A Julián-Joseph Virey (1775- 1846) le adjudica el mérito de haber apuntado la existencia de lazos de parentesco entre babuinos y negros hotentotes. A Jean Baptiste Lamarck (1744-1824) la idea de que la complejidad creciente de los organismos vivos se debe a transformaciones acaecidas de una clase inferior a otra superior a través de eslabones encadenados de manera que podemos entender que al mono sigue el hombre. Para ilustrar la teoría que denomina adaptacionista de Lamarck describe de forma irónica el posible origen del hombre a partir del orangután (Góngora 1878: 32-33). Todas estas teorías le merecen desprecio y lástima, son hipótesis groseras, propias de una filosofía degradante empeñada en negar al hombre su origen divino. A su juicio no hay un solo ejemplo de transformación semejante a la que estos autores proponen y argumenta que no hay evidencia histórica alguna de variación en ninguna especie. Esto incluye al hombre, quién no ha desarrollado ningún tipo de órgano nuevo (en el sentido lamarckista) desde que se tiene imagen del mismo. Cita como ejemplos los retratos de la antigüedad o las momias egipcias.
En su MHN de 1898 el religioso agustino Fidel Faulín Ugarte incluye una lección titulada Origen y descendencia del hombre donde aborda de manera crítica (pero no visceral) las ideas transformistas. En su opinión las semejanzas fisiológicas con los monos antropomorfos no pueden esgrimirse como un apoyo a la descendencia del hombre a partir de un simio transformado por evolución, porque las diferencias son más numerosas y significativas. En el empleo del recurso de autoridad hay cierto abuso pues cita a un antievolucionista como Quatrefages junto a uno de los primeros defensores del darwinismo, Thomas Henry Huxley (1825-1895) para rechazar esta ascendencia, motivo por el cual se ve obligado a aclarar que se refiere a los simios hoy conocidos.
Interesante es la exposición que hace Fernando de Castro en su MH de 1873 porque es uno de los escasos textos en los que se detecta un esfuerzo por conciliar transformismo y catolicismo. Admitida la causa primera, un Dios creador, nada impide reconocer que el origen del hombre pueda explicarse de forma parecida a la del resto de los seres vivientes. Califica las ideas de Lamarck y Darwin como elucubraciones por plantear que las especies hoy existentes son el resultado de transformaciones graduales sometidas a selección y renovación. Sin embargo, y aunque previamente ha vuelto a subrayar la singularidad del hombre frente al resto de los animales, admite que ese proceso gradual de transformación de los organismos a través de millones de años existe, si bien nunca se da a nivel específico o dentro de un mismo género. La Ciencia acepta progresión en las formas de vida (el registro paleontológico aportaba evidencia de ello), y una complejidad creciente en la organización de los seres vivos (que también podía reconocerse en la secuencia de la Creación narrada en el Génesis); pero rechaza que los animales procedan de un solo tipo que vaya perfeccionándose (siguiendo los mecanismos propuestos por los evolucionistas) en una progresión del tipo "orangután", "gorila", "hombre". La teoría que presenta como plausible es la de la existencia de un número limitado de tipos primordiales susceptibles de llegar a una perfección relativa.
Existe otro punto objeto de polémica que surge de los intentos por utilizar el registro fósil humano como evidencia de la evolución humana. Esta aplicación del evolucionismo a la Prehistoria se vio muy limitada por la escasez de hallazgos fósiles humanos y la falta de un contexto adecuado donde explicarlos (Vega 2001). Fernando de Castro apuntaba (1873) que sobre los restos neandertales algún autor había pretendido acercar el origen humano al de los simios, posibilidad que el inmediato hallazgo, también asociado a faunas extintas, de fósiles con caracteres modernos (Cro-Magnon) vino a desterrar. Tiempo después en el MHN de José Gogorza (1897) se retoma este asunto. En su opinión, del total (escaso) de restos fósiles humanos que pueden atribuirse al Paleolítico, el más interesante es el cráneo hallado en 1857 en Neander porque permite establecer una analogía formal entre el arco superciliar de la raza de Canstadt y algunos monos antropomorfos. En ese momento no había precedentes que permitiesen plantear la existencia de tipos humanos diferentes al actual. Solo los evolucionistas ingleses aceptaron esta interpretación porque suponía una prueba, la única hasta ese momento, de que el hombre formaba también parte de la evolución natural (Vega 2007: 74). Fidel Faulín Ugarte (1898) niega la existencia en el registro fósil de tipos humanos intermedios que permitan dudar del fijismo. No considera que tengan tal condición, y no ve ningún atisbo de origen animal en los fósiles entonces conocidos, el cráneo de Neanderthal y la mandíbula de la Naulette.
Dentro del debate sobre la posible existencia del hombre fósil en el Terciario se abre una vía con escasa visibilidad en la muestra, pero interesante para lo que aquí tratamos, que se pregunta si dicho ser puede ser considerado un precursor de la humanidad, una forma distinta a la actual. Es una cuestión que hemos detectado en algún MHN (Albiñana 1881) y MH (Moreno Espinosa 1881, 1888, 1892, 1897; Orodea y Orodea 1890). Quien más la desarrolla es Alfonso Moreno en su edición de 1892. En una discusión general destinada a rechazar el evolucionismo como teoría del origen de la humanidad (por ser humillante y presentar al hombre como un animal perfeccionado) viene a destacar como prueba concluyente la inexistencia de los tipos intermedios que exige la confirmación de la evolución por más que Mortiller (sic) y otros supongan que los sílex de la época terciaria fueron labrados por el imaginario precursor del hombre. Y dice imaginario porque la mayoría de los investigadores no reconocía ningún fósil humano que fuese morfológicamente diferente de los actuales, y menos aún en terrenos del Terciario, donde simplemente no admitían existiese fósil humano alguno. Los precursores humanos que Gabriel de Mortillet creó, a partir de las industrias líticas que admitía existían en el Terciario, eran construcciones hipotéticas sin apoyo fósil alguno (Catalá 2011: 380-381). Hay en este manual otro ejemplo. Ernst Haeckel defendió sin contar con ningún hallazgo fósil la existencia en el pasado de un ser intermedio entre el simio y el hombre, un eslabón perdido al que llegó a nombrar hacia 1870 como Pithecanthropus alalus. Alfonso Moreno alude al mismo cuando dice que Haeckel pretende colocar un ser intermedio en el hundido continente de Lemuria en el Océano Índico. En 1892 Eúgene Dubois (1858-1940) sí hallaría fósiles humanos en la isla de Java (Pithecanthropus erectus). Ignacio Bolívar, Salvador Calderón y Francisco Quiroga van a incluir una mención indirecta a estos hallazgos en su MHN de 1895 cuando afirman que resulta problemático atribuir a neandertales (a la raza de Canstadt) los restos fósiles humanos encontrados en Java.
6. SOCIEDADES ANTEDILUVIANAS
El Diluvio es una pieza importante dentro del creacionismo porque establece una conexión entre las sociedades antediluvianas y las primeras civilizaciones históricas (Vega 2001). Funciona también como cesura entre dos mundos. Uno anterior, de faunas hoy extintas y de una primera humanidad destruida por su acción, y otro posterior de regeneración que da paso al mundo al que pertenecemos. Esta primera historia (bíblica) de la humanidad es la que aparece en los programas de Historia bien como narración única hasta finales de la década de 1860, bien compartiendo lecciones a partir de esa fecha con la Prehistoria para explicar la vida de los primeros grupos humanos (Tab. 4). Tiene un escaso desarrollo cronológico en términos geológicos. Las cifras que se mencionan de forma repetida en los MH para delimitar su inicio (creación del mundo) y su final (Diluvio universal) conceden unos escasos 1656 años de duración a este período (Verdejo 1846, 1849, 1856; Levi-Alvarés 1850; Fernández Sánchez 1875).
Es un relato que utilizan muchos de los escritores y catedráticos que contribuyeron de forma decisiva a la construcción de la Historia como disciplina escolar: Joaquín Federico de la Rivera, Alejandro Gómez Ranera, Franciso Díaz Carmona, Manuel Góngora, Francisco Verdejo o Manuel Ibo Alfaro. Sus MH, con una alta vida media, van alcanzar la máxima difusión entre finales de 1850 y mediados de la década de 1870. Sirven de ejemplo la adopción como libro de texto en fecha de 1875 de los MH de Alejandro Gómez Ranera (editados desde 1837), o el empleo en la enseñanza todavía en 1912 del MH de Manuel Ibo Alfaro (publicado desde 1853) (Peiró 1993: 46). En estos textos el mundo antediluviano aparece como un período oscuro del que tenemos un conocimiento limitado dada: (i) la profundidad temporal que nos separa (la bíblica de diecisiete siglos), y (ii) la imposibilidad de fijar los hechos en un calendario o en un documento escrito. Así, de los pueblos que vivieron en las primeras edades del mundo solo tenemos algunas ideas vagas e inconexas, si exceptuamos las que los libros sagrados nos dan del pueblo de Israel y de las naciones con que tuvo relación. Joaquín Federico de la Rivera (1868) comenta que la historia de los pueblos antediluvianos, salvo la de los patriarcas de Noé (recogida en la Biblia), nos es completamente desconocida. Es decir, no sabemos nada de la humanidad ajena a la geografía bíblica, que admite se habría extendido a los continentes asiático, africano y europeo, los únicos habitados entonces.
Para describir estas sociedades antediluvianas introducen en las lecciones una transliteración de aquellos pasajes bíblicos que apuntan noticias sobre las mismas: el episodio de Abel y Caín, o aquellos donde se narran logros tecnológicos y culturales que se atribuyen a los descendientes de Adán y Caín, y que incluyen desde conocimientos astronómicos a metalúrgicos entre otros (Castro 1858, 1859, 1863, 1864; Gómez Ranera 1859, 1864; Verdejo 1859, 1865; Góngora 1878, 1879; Alfaro 1876; Vidal 1871; Díaz Carmona 1897). Estamos ante una humanidad creada en un estado de perfección física, intelectual y moral, con un incipiente grado de desarrollo en agricultura, ganadería y urbanismo, adquirido por revelación divina. José Defís (1895) aventura que la elección de un modelo u otro de subsistencia vino condicionada por el medio en el que se asentaron los diferentes grupos. En las zonas montañosas se adaptaron a la caza y el pastoreo, en las costas a la pesca, y en las zonas fértiles a la agricultura. Es la misma explicación que presenta Juan Pérez López (1899) quien además apunta que al modelo de pastoreo le correspondió un mayor grado de nomadismo. Monoteísmo, monogamia y organización patriarcal son la base de las sociedades humanas desde sus orígenes (Vidal 1871).
Este mundo desaparece con el Diluvio. Tiene dos dimensiones y ambas son destacadas en los manuales: es una intervención (castigo) de Dios, y es al mismo tiempo un suceso geológico de carácter universal científicamente demostrado (Góngora 1878; Díaz Carmona 1897). Como evento consignado en la Biblia es posible adjudicarle una fecha. De hecho la tiene en la práctica totalidad de los MH (año 1656 desde la creación o 2348 a.C.). De la inundación solo se salvó una pequeña parte de la humanidad (la familia de Noé) destinada a repoblar la tierra (Gaite 1874; García García 1878, 1880a). El autor de MH que más se aleja de esta interpretación es nuevamente Fernando de Castro (1873, 1878). El Diluvio se explica en la lección que corresponde al Neolítico como un hecho geológico constatado y recogido en múltiples tradiciones prueba de su universalidad. A partir de ahí en su opinión es difícil valorar sus causas y consecuencias. Utiliza argumentos bíblicos junto a otros científicos. Así, entre las causas menciona los pecados de los hombres, pero también cambios en el clima y procesos de deshielo. Entre las consecuencias, la práctica extinción de la especie humana salvada en la familia de Noé, pero se pregunta si fueron una o varias las familias supervivientes en distintas partes de la tierra las que dieron lugar a una nueva humanidad.
La herencia tecnológica y social de estas primeras sociedades no se perderá por completo con el Diluvio. Va a subsistir en los descendientes de Noé quienes a su vez lo transmitirán a las siguientes generaciones. O a parte de ellas, porque esas artes solo sobrevivieron en el punto geográfico cercano a la Creación, después centro de las primeras civilizaciones históricas. Juan Pérez López (1889) concluye su lección aseverando que desconocemos el proceso que dio lugar a los primeros estados, pero no duda de que su germen fue el modelo de vida de las sociedades antediluvianas.
Este relato bíblico del desarrollo cultural alcanzado por las sociedades antediluvianas, que no aparece en ningún MHN, pierde visibilidad en los MH a partir de la década de 1880, aunque nunca llega a desaparecer por completo (Góngora 1882a y b; de Molina 1883; Vidal 1885; Díaz Carmona 1890, 1897); en parte por el problema ya señalado de la prolongada vida de algunos manuales y en parte también porque sigue figurando en el programa de algunos catedráticos de instituto. Convive con la irrupción generalizada de la Prehistoria a partir de 1880, circunstancia que da lugar a una práctica curiosa, pero no infrecuente, a la que ya hemos aludido con anterioridad. Rufino Machiandiarena (1883), Policarpo Mingote (1887) o Luis Laplana (1892a) incluyen dos lecciones independientes para los orígenes de la humanidad: una introduce el relato bíblico y la siguiente presenta la alternativa prehistórica; y se hace sin ningún tipo de confrontación crítica. Cabe preguntarse otra vez si estamos ante una estrategia destinada a solventar problemas de censura o a un esfuerzo por mantener una actitud concordista.
La imagen de una humanidad primitiva pero ya civilizada convive con otra donde el hombre salvaje se ve obligado a progresar en todos los órdenes de manera lenta, gradual y solo a través del esfuerzo individual y colectivo. Ésta tiene sus precedentes en el evolucionismo cultural de la Ilustración. Es posible que las nociones de evolución y progreso cultural formasen parte del discurso de los pioneros de la Prehistoria como herencia no del evolucionismo biológico sino del concepto de Historia elaborado en la Ilustración (Vega 2001: 195). Una aproximación de este tipo ha sido detectada en la edición de 1844 del MH de Alberto Lista y Aragón donde se indica que salvo en las estirpes de Caín y Sem (que ya conocieron la agricultura y el pastoreo) el estado de los primeros pueblos fue el de cazadores. El paso de un modelo de subsistencia a otro viene determinado nuevamente por las condiciones del medio habitado. Mayor desarrollo alcanza este tema en el MHN de Apollinaire Bouchardat (1847 y 1848), donde el motor que habría llevado a los grupos humanos desde un estado inicial de cazadores al de agricultores habría sido la aparición de la propiedad privada. Es interesante la descripción que hace de las sociedades de cazadores recolectores por ser excepcional en los manuales que hemos manejado con esas fechas: subsistencia basada en la caza, pesca y recolección, necesidad de establecer un fuerte control demográfico para no destruir los recursos, dificultades para obtener alimento, y conocimientos tecnológicos escasos y limitados a los aspectos más básicos (construcción de chozas, fabricación de canoas, trabajo de pieles, elaboración de redes o flechas para las actividades de pesca y caza). No obstante, es una traducción de un original francés, incluido en las primeras listas oficiales de textos ante la falta de originales españoles adecuados, y por tanto podemos considerarlo ajeno a la línea historiográfica de los primeros autores de MHN nacionales.
La secuencia evolutiva gradualista de la Prehistoria que asumen una parte importante de prehistoriadores y paleolitistas contemporáneos influye en los contenidos de los manuales fundamentalmente desde la década de 1880. Desde esta perspectiva no hay rastro de los avances tecnológicos reseñados en los libros sagrados, y la idea que domina en los manuales que aceptan esta interpretación es que los grupos paleolíticos estuvieron sometidos a duras penalidades en competencia con los depredadores, siendo su historia la de la lucha por imponerse a la Naturaleza. En ese marco se explican los rasgos más destacados en los manuales, que son por otra parte los que acabarán identificando al Paleolítico en los mismos: la ocupación de cuevas como morada, la subsistencia basada en la recolección de frutos silvestres y en la caza con empleo de trampas, posesión de un utillaje elaborado en piedra tallada y hueso, el uso de pieles para cubrir el cuerpo, elaboración de indumentaria y curtido solo a partir del Paleolítico superior, o la práctica de antropofagia (Castro 1873, 1878; Ribera 1882, 1893; Artero 1884; Arenas 1886; Laplana 1892b). Las señales de progreso, aunque débiles, vienen anunciadas en los hallazgos de sepulturas acompañadas de ajuares en el Paleolítico superior que permiten aventurar la existencia de ritos y creencias y por tanto una progresión moral desde el estado salvaje original. Idéntico papel se atribuye al arte mueble, mientras que no hemos detectado referencia alguna al arte rupestre. En todo caso lo que define a estas sociedades es su permanencia en un estado de salvajismo asimilable al que define la antropología evolutiva del siglo XIX. Son sociedades paleolíticas y salvajes por oposición a las antediluvianas y civilizadas de los creacionistas, con un grado de desarrollo intelectual inferior al de los salvajes contemporáneos (Ribera 1882, 1893; Artero 1884).
7. LA EXPLICACIÓN CREACIONISTA AL CAMBIO CULTURAL
El relato bíblico de la caída del hombre era la base para admitir la existencia de pueblos en estado salvaje como consecuencia de la pérdida de un estado de perfección inicial tras un proceso de degradación del género humano. De esta manera, la existencia de estados de desarrollo diferentes en el pasado fue explicada como efecto de un proceso selectivo de degeneración.
La Biblia narra tres episodios de degradación de la humanidad: (i) el Pecado original y expulsión del Paraíso terrenal, (ii) la aniquilación por castigo divino mediante un Diluvio universal, y (iii) de nuevo por intervención divina el derribo de la Torre de Babel. Claude Blanckaert (1993: 35-36) apunta que el Antiguo Testamento sirvió para confirmar las tesis de la degradación en varios puntos:
* El hombre fue creado a imagen de Dios, por tanto en estado perfecto, y dado que el salvajismo es un estado imperfecto, éste no pudo ser el original de la humanidad.
* Los primeros conocimientos obtenidos por la humanidad se deben a una revelación de Dios. Desde este punto de vista la civilización es obra de la intervención divina.
* La rehabilitación que siguió a la pérdida del estado de perfección con el Pecado original es obra del Espíritu Santo a través de la revelación. Esta tesis se confirma en el hecho de que no existe ningún pueblo salvaje actual (sociedades a las que se consideraba entonces como ejemplos históricos de degradación) que haya logrado salir de ese estado por sí mismo. En estos años las principales potencias europeas se encuentran en expansión colonialista (y civilizadora).
* El progreso tecnológico y social es una regeneración progresiva del estado de perfección física, moral, intelectual y religiosa en que el hombre fue creado por Dios.
Francisco Verdejo, en sus diferentes ediciones (1846, 1849, 1853), Alejandro Gómez Ranera (1859, 1864) o Mariano Laita (1887, 1896) aluden a la pérdida de perfección primitiva que sucedió al Pecado original; mientras que Alberto Lista y Aragón (1844), Manuel Ibo Alfaro (1881, 1885) o Martiniano Martínez (1900) presentan la caída de la Torre de Babel como el acontecimiento que provocó la desaparición de la herencia cultural recibida de Noé. Sin recurrir a la Biblia, ni señalar directamente a la intervención divina, la pérdida del estado de perfección también aparece recogida en el MHN de Francisco Cánovas (1870). Los elementos fundamentales que singularizan al hombre dentro del reino animal, como poseer una idea de lo moral, lo divino, lo justo, entre otras, son innatas, esencias de su espíritu, están ahí desde su creación, son perfectas por haber sido creadas a imagen y semejanza de Dios, y por tanto no susceptibles de progreso o modificación. De ello se deduce que el estado salvaje observado en algunos pueblos actuales nunca pudo ser el original de la humanidad, sino por el contrario consecuencia de una degeneración moral e intelectual. Hay una última prueba en las tradiciones que todos los pueblos conservan de una edad de oro en los primeros tiempos a la que siguió un periodo de profunda degradación moral (Vidal 1871; Díaz Carmona 1897).
Estos autores coinciden en subrayar que no estamos ante un fenómeno de alcance universal, puesto que no afectó a toda la humanidad; ni isomorfo, en el sentido de que su intensidad fue mayor en los grupos que más se alejaron del foco geográfico original de la humanidad. Fue consecuencia de la lucha por la supervivencia en medios hostiles y desconocidos (Vidal 1871; Góngora 1878, 1882a; Díaz Carmona 1890). La inmediata confusión de las lenguas tras el episodio de Babel provocó una cadena de migraciones. Muchos pueblos se alejaron del centro primitivo de su cultura y en el camino perdieron conocimientos ya adquiridos. En ese viaje Martiniano Martínez (1900) enumera una serie de causas que explican la caída de algunos de estos grupos a la abyección de la barbarie o del salvajismo: (i) el desconocimiento de los nuevos territorios donde fueron asentándose, (ii) las continúas luchas entre tribus, y (iii) la pérdida de los principios religiosos confundidos en mitos. En este sentido el estado de atraso que pueda deducirse a partir de la cultura material de algunos pueblos debe interpretarse, de forma correcta, como una degradación (hacia lo animal) del estado original de la humanidad (racional) (Juan del Cañizo 1897). Es decir, para estos autores la Prehistoria solo puede contribuir a esclarecer el estado tecnológico en el que se encuentra un determinado pueblo, nunca deducir del mismo una etapa universal en el progreso de la humanidad.
Afectó a aquellos pueblos que tras emigrar del centro de la creación sufrieron penalidades y se vieron obligados a emplear la piedra y la madera. Otros grupos, contemporáneos de éstos, habrían evitado esa degradación, y de hecho, se afirma que todos los logros de la civilización pueden remontarse a los primeros pueblos asentados en el creciente fértil. Una lectura bien diferente de estas migraciones prehistóricas es la que hacen en su MHN Ignacio Bolívar, Salvador Calderón y Francisco Quiroga (1890, 1895, 1900) quienes sin aludir en ningún momento al episodio bíblico de Babel, sí subrayan la importancia de los movimientos de población desde época prehistórica, pero para destacar su gran capacidad de adaptación a medios muy diferentes.
8. CONCLUSIONES
La producción de manuales y la elaboración de los contenidos aquí analizados estuvo condicionada por diferentes factores: el proceso de construcción escolar de las disciplinas donde jugaron un papel relevante la propia consolidación de la Prehistoria como ciencia con múltiples debates todavía abiertos en la investigación del Paleolítico, o la polarización en temáticas polémicas como el origen de la humanidad o la introducción del evolucionismo en la enseñanza. Todo ello influyó en unos contenidos que debían dar respuesta a los objetivos marcados por las diferentes políticas educativas, cumplir con los programas de asignatura y adaptarse desde el punto de vista de la didáctica a sus destinatarios.
La Prehistoria hace su entrada en estos textos coincidiendo con la existencia de un conjunto de manuales ya instalados en el mercado desde tiempo atrás y una renovación con incremento en su número motivada en parte por aspiraciones personales del colectivo de catedráticos de instituto (carrera profesional e ingresos económicos). El resultado es la convivencia de diferentes aproximaciones teóricas al pasado en un entramado complejo donde se perfilan dos principales. La primera toma como referencia los textos bíblicos para ofrecer su interpretación de las sociedades antediluvianas, la segunda nos aproxima a las sociedades del Paleolítico desde la Prehistoria evolucionista. La ideología de los autores tiene un peso importante en la elección de uno u otro. El recelo hacia la Prehistoria y el evolucionismo se instala sobre todo en autores con un perfil integrista católico. Otros, más moderados o progresistas se inclinan por la conciliación, y en todo caso hacen más visibles argumentos de corte científico. El mejor ejemplo en este sentido es la crítica a la interpretación que la Prehistoria ofrecía sobre el cambio cultural. A finales del XIX el evolucionismo gradualista como programa de investigación aplicado al Paleolítico colapsará (Vega 2001) abriendo la puerta a las tesis particularistas y difusionistas. En los últimos años de ese siglo todavía en el MH de Alfonso Moreno (1897, 1898) se cita a Marcelino Menéndez Pelayo para dejar constancia de que en opinión de muchas personalidades relevantes de la cultura española la Prehistoria es simplemente una tentativa de poner historia donde no la hay.
4. Carmen Ortiz (2001: 274) subraya el paralelismo entre la secuencia formulada por Edward Burnett Tylor (1832-1917) y Lewis Henry Morgan (1818-1881) para la evolución cultural (salvajismo, barbarie y civilización), y la sistematización de la Prehistoria tripartita de Thomsen o desarrollos posteriores como el de Gabriel de Mortillet.
5. MANES (Manuales Escolares) es un proyecto de la Universidad Nacional de Educación a Distancia que tiene como objetivo la investigación de manuales escolares producidos en España, Portugal y América Latina durante el período de 1808 a 1990. Cuenta con un portal web que da acceso a bases de datos y repertorios bibliográficos. Gestiona una biblioteca de manuales escolares ubicada en la Biblioteca Central de Humanidades de la UNED. http://www.uned.es/manesvirtual/ProyectoManes/index.htm
6. CEINCE (Centro Internacional de la Cultura Escolar) es un centro integral de documentación, investigación e interpretación acerca de todos los aspectos relativos a la cultura de la escuela situado en Berlanga de Duero (Soria). Es una entidad promovida por la Asociación Schola Nostra en colaboración con la Consejería de Educación de la Junta de Castilla y León y de la Fundación Germán Sánchez Ruipérez, Cuenta con una base de datos relacionada con los fondos de manuales escolares que posee la biblioteca del centro. http://www.ceince.eu/catalogo.php
7. Se concreta en el derecho de todos los ciudadanos (en este contexto limitado como grupo a la elite social) a obtener una misma educación.
8. Se ha señalado la fecha de 1859 como la de la aceptación oficial por parte de la comunidad científica. Ese año Charles Lyell presentó un informe favorable ante el XIX Congreso de la Asociación Británica para el Avance de las Ciencias celebrado en Aberdeen (Groenen 1994: 64-66).
9. Publicación dedicada a temas de entretenimiento e ilustrada con excelentes grabados. Fundada por Francisco de Paula Mellado alcanzó gran difusión entre 1843 a 1870 (Fuente: Biblioteca Nacional).
10. Diario barcelonés, fundado en 1883, de corte conservador y monárquico, antirrepublicano y antianarquista (Fuente: Biblioteca Nacional de España).
11. Existe la posibilidad de que en ese proceso se introdujeran en los textos reeditados modificaciones ajustadas a valores ideológicos y religiosos ajenos e incluso contrarios a los del autor original (Peiró 1993: 47); si bien no hemos detectado diferencias significativas en este sentido entre primeras y posteriores ediciones en los contenidos que aquí analizamos.
12. Subraya que para algunos autores Prehistoria es sinónimo de Preadamítico y que por tanto hace referencia a edades quiméricas y soñadas. Cita al novelista y ensayista Francisco Navarro Villoslada (1819-1895) de ideología tradicionalista y carlista, y a su obra De la Prehistoria en las Provincias Vascongadas como recurso de autoridad para mantener esta interpretación.
13. Prueba de ello es la escasa repercusión en España del uniformitarismo geológico de Charles Lyell (1797-1875), pese a la temprana traducción de su obra por Joaquín Ezquerra del Bayo (1793-1857) en 1847 (Pelayo 1984).
14. Autor en 1897 de un escrito titulado Refutaciones a un antidarwinista
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Juan Antonio Martos Romero 1& Luis Gerardo Vega2 Toscano & Sergio Ripoll López3
Recibido: 7/05/2015 * Aceptado: 21/05/2015
DOI: http://dx.doi.org/10.5944/etfi.8.2015.1453
1. Dpto. de Prehistoria. Museo Arqueológico Nacional; [email protected]
2. Dpto. de Prehistoria. Facultad de Geografía e Historia. Universidad Complutense; [email protected]
3. Dpto. de Prehistoria y Arqueología. UNED; [email protected]
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