Cristina RODRÍGUEZ MARCIEL: Nancytropías. Topografías de una filosofía por venir en Jean-Luc Nancy. Madrid: Dykinson (2011), 362 páginas
Una hermenéutica táctil del pensamiento de Jean-Luc Nancy. Quizás el más bello de los muchos neologismos que ha acuñado Jean-Luc Nancy (Cauderán, Burdeos, 1940) en sus obras y el que probablemente mejor condense el «sentido » de su filosofía, es el de expeausition. Imperceptible al oído, sólo la lectura descubre en este término una piel [peau] que se ofrece al tacto en una exposición [exposition -exposición-, palabra que sí recogen los diccionarios de la lengua francesa y que es fonéticamente idéntica a esa extraña expeausition] de ecos nítidamente heideggerianos. «Nancy ha hecho de la exposición -explica Cristina Rodríguez Marciel- una de las nociones claves de su pensamiento con la que tratar de romper la dialéctica entre interioridad y exterioridad, entre alma y cuerpo, dejando claro con ello que cualquier interioridad se expone en superficie, que cualquier supuesta "alma" se expone en el cuerpo» (pp. 59-60). Los cuerpos que se exponen sólo pueden ser tocados, acaso rozados, lo que imposibilita cualquier intento de aprehensión y de sujeción por parte de un sujeto, el de la metafísica, que despliega ante los objetos un manto de dominio. Así es como Heidegger nos ha enseñado que opera la metafísica sustancialista.
Valga lo anterior como pretexto para poder decir, tomando prestado el feliz hallazgo de Nancy, que Nancytropías es la mejor expeausition de la filosofía de este pensador aparecida en el ámbito hispano hasta la fecha. Pero antes de aclarar qué piel es ésa que expone y a la que se expone Cristina Rodríguez Marciel y qué resulta de ese contacto, dejaremos a un lado neologismos y homofonías para justificar por qué esta obra es, a nuestro modo de ver, la más completa, valiente y justa exposición del pensamiento de Jean-Luc Nancy. Primera constatación: resulta sorprendente que haya tardado tanto en aparecer una monografía como ésta, dedicada a un autor a quien en su país se le considera uno de los más importantes de la actualidad (Le magazine littéraire lo sitúa entre los 30 filósofos franceses vivos más destacados) y cuya obra ha sido traducida a varias lenguas, a lo que habría que añadir las decenas de congresos, jornadas y publicaciones internacionales que se dedican a analizar su trabajo. Sin embargo, pese a que en la última década la traducción al castellano de sus textos ha sido incesante -en buena medida gracias a ediciones sudamericanas-, en España, salvo unos pocos, aunque muy valiosos, estudios, la obra de Nancy es poco conocida en relación con el valor que posee, indiscutible allende nuestras fronteras, empero cuestionada en estos páramos. Sin ir más lejos, no son pocos los profesores que censuran sin argumento algunos trabajos de investigación de alumnos por haber decidido estudiar alguna faceta de la obra de Nancy, añadiendo que en ningún caso merece ser llamado «filósofo». Incluso cierto pensador de bien merecido renombre en el periódico español de mayor tirada despacha el pensamiento de Nancy caricaturizándolo como el de un «viejo filósofo francés" que cultiva el aforismo poético despreocupándose de asuntos humanos, políticos casi siempre, de mayor enjundia.
Este es, pues, el estado en que se encuentra el estudio de la obra de Nancy. Poca duda cabe de que la tradición de la que procede, en la que se dan la mano poetas como Hölderlin y filósofos como Kant, Hegel y, sobre todo, Heidegger, y los compañeros/amigos de viaje con los que le gusta dialogar -Derrida, Blanchot, entre otros- hace que reciba ataques que irían dirigidos a esos otros autores, a los que se censura bien por su tibieza hacia el nazismo (Heidegger), por aproximarse al siempre «peligroso» nihilismo posmoderno (Derrida) o por cultivar una prosa que pretende ser honda y que, en el mejor de los casos, sólo alcanza a ser oscura (Blanchot). Ahora bien, en lugar de adentrarse en un debate en el que los argumentos brillan por su ausencia, tal vez sea mejor rehuir estos extremismos y estas interpretaciones poco rigurosas para leer a Nancy como lo hace Cristina Rodríguez Marciel: sin prejuicios, sin forzar su pensamiento para que encaje en determinada hermenéutica, sin hacer de él un saco que reciba golpes dirigidos a otros y sin que por ello rehúya el diálogo, que en ocasiones deviene en polémica, con el propio autor. Todo eso se encuentra en Nancytropías. En esta obra quienes no conozcan a Nancy encontrarán un primer acercamiento que les permitirá situarlo en su tradición filosófica (Kant-Hegel-Nietzsche-Heidegger- Bataille-Blanchot-Derrida) y descubrir la originalidad de su pensamiento: «si hoy [...] un pensador como Jean-Luc Nancy se hace acreedor de toda nuestra admiración es porque él, inusitadamente, se atreve, tiene el arrojo de habérselas con los conceptos más grandes de toda la tradición occidental, aquellos cuya desmesura nos produce vértigo: ser, sentido, existencia, ontología, creación, mundo, comunidad, cuerpo, libertad...» (p. 25). En efecto, pocas obras hay como la de Nancy que profundicen en la ontología del «ser-con» o Mitsein atisbada por Heidegger y que prosigan con tanta determinación su tarea de «destrucción» de la onto-teología; o que ofrezcan nuevas lecturas de pilares del pensamiento occidental como el cogito cartesiano, la «infinitud» hegeliana o el imperativo categórico kantiano. Con estos pensadores Nancy mantiene un diálogo constante, pero disperso, en sus numerosísimos artículos, libros y conferencias, por lo que se venía siendo necesario recoger y sintetizar las líneas maestras de las lecturas que el filósofo francés hace de cada uno de esos autores, algo que persigue el primer capítulo de Nancytropías. Tampoco es ocioso subrayar, al igual que hace Cristina Rodríguez Marciel, cómo Nancy comparece sin ambages en algunos de los debates filosóficos más actuales, como el de la biopolítica (p. 98), la necesidad de volver a pensar la democracia (p. 154), la nostalgia de lo religioso de las sociedad occidentales (p. 275) o la discusión acerca de lo que puede entenderse por «nihilismo», concepto cuyo uso ha derivado en abuso, por lo que urge aclarar su sentido si se quiere seguir usándolo sin aumentar las oquedades (p. 343).
Bastaría lo anterior para considerar a Nancytropías la más completa exposición de la filosofía de Jean-Luc Nancy en castellano y referencia ineludible para los estudiosos de su obra. Pero, además, la obra de Cristina Rodríguez Marciel es, antes lo señalábamos, una lectura valiente y arriesgada del pensamiento de este autor. No en vano en el germen de Nancytropías está la tesis doctoral de quien firma el libro y que propone un acercamiento a Nancy desde la noción de espaciamiento del espacio: «si existe algo que pueda ser llamado un "hilo conductor" en la obra de Nancy sería precisamente cierto espaciamiento del espacio que él "expone al tacto"» y a partir del cual tiene lugar nuestra coexistencia del mundo » (p. 31). Cristina Rodríguez Marciel considera que la ontología «relacional» de Nancy -de raíces heideggerianas-, su concepto de lo político articulado a partir de un «comunismo sin comunidad», su tratamiento de «lo femenino» alejado de posturas esencialistas o su «deconstrucción del cristianismo» asentada en una declosión que libera a la religión de su carga onto-teológica, son operaciones «espaciosas», «espaciamientos» que revelan lo abierto de esos lugares pretendidamente cerrados y herméticos: el sujeto, la comunidad, la mujer, dios. Práctica cercana a la de la deconstrucción derridiana y que en no pocas ocasiones le ha valido a Nancy ser asimilado, cuando no subordinado, a Derrida, cuando su filosofía sigue un rumbo propio, alejado en muchas ocasiones del de éste, como bien explica Cristina Rodríguez Marciel en el capítulo que cierra el libro y que, creemos, hace justicia a Nancy liberándolo de la tutela derridiana.
A cada uno de los conceptos mencionados (sujeto, comunidad, mujer, dios) le está dedicado un capítulo de Nancytropías, que prácticamente se cierra con ese último capítulo que confronta a Derrida y Nancy a partir de la concepción que este último tiene de la muerte, o sea, de la finitud infinita (Hegel y Heidegger de fondo). Sobre el primer capítulo algo se ha comentado ya. En él la autora sitúa a Nancy en la estela de Heidegger por su común crítica al sujeto cartesiano. El segundo aborda la discusión por la que a buen seguro Nancy es más conocido en el panorama filosófico: la que mantuvo con Maurice Blanchot a cuenta de si es posible o no pensar una comunidad que no «produzca obra», esto es, que no incurra en la metafísica sustancialista, aunque para ello sea necesario que lo único que pueda unir a los miembros de dicha comunidad sea, paradójicamente, que nada poseen en común: ninguna identidad, ninguna propiedad, ninguna sustancia. Como es sabido, el debate entre ambos autores se produjo en la década de los ochenta del pasado siglo, si bien Nancy ha vuelto a él en varias ocasiones, incluso tras el fallecimiento de su interlocutor, para afirmar que queda pendiente por su parte una respuesta a la segunda parte del libro de Blanchot La communauté inavouable. Sin duda esta confrontación entre la comunidad désoeuvrée de Nancy y la inavouable de Blanchot ha generado un buen número de comentarios y de análisis, hasta tal punto que es difícil añadir algo original. Y, sin embargo, Cristina Rodríguez Marciel se atreve a hacerlo y sale airosa del envite con una propuesta que antes calificábamos de arriesgada: Nancy, según ella, sí habría contestado a Blanchot, no directamente, pero sí de manera implícita con su equiparación entre obra y sexo: esa comunidad que, según Blanchot, debe existir, pese a todo, y, por tanto, producir obra, es esa misma comunidad que Nancy se negaría a admitir aun cuando estaría presente, malgré lui, en la relación sexual, en la que hay comunidad sin obra: los amantes exponen y se exponen a la comunidad su muerte, su desobramiento, su imposibilidad de fusión (p. 177). Tesis ésta sin duda alguna discutible para quien conoce los textos objeto de discusión, pero cuya originalidad y capacidad de sugerencia son innegables.
Los dos capítulos restantes exponen respectivamente la deconstrucción del cristianismo y la concepción nancyniana de lo femenino. Respecto a lo primero cabe señalar que la autora presenta de forma esclarecedora la línea que ha seguido el pensamiento de Nancy en los últimos años, marcado por el intento de deconstruir desde el concepto de declosión (una deconstrucción muy particular y alejada de la puesta en juego por Derrida, según la ortodoxia derridiana) la onto-teología occidental. El otro capítulo es, a nuestro modo de ver, aquél en el que la autora se despega del pensamiento de Nancy para construir una propuesta filosófica novedosa, a caballo entre la deconstrucción de Derrida y la «ontología del ser-con» de Nancy que, sin ser propiamente feminista, esto es, sin que sea posible ubicarla en uno de los muchos discursos del feminismo, ofrece una vía alternativa que sigue la senda de la crítica de la posición sustancialista desde una reflexión sobre lo corporal. El desarrollo de esta cuestión, para la cual la autora no cesa de acuñar sorprendentes neologismos como perfumativo o pregnancyas, es, simplemente, tan evocador como hermoso: «no hay desnudez solitaria. La desnudez muestra la imposibilidad de poder decir "mi" cuerpo, puesto que una vez pronunciado es "otro" el que se levanta en ese cuerpo no-mío. Nada hay en él que poder retener como "mío" y nunca podrá ser de mi propiedad. Es por eso que un cuerpo nunca es "propio", al contrario de lo que una determinada fenomenología se empeña en querer demostrar» (p. 248).
Los lectores de Nancy, presentes y futuros, encontrarán en Nancytropías una completa visión de conjunto de la filosofía de este autor. Y, cuestión de ningún modo secundaria, con una prosa rica y poética que no renuncia a la precisión y a la claridad. Bien es cierto que pueden proponerse otras vías para aproximarse a su pensamiento. De hecho las hay, y, al igual que Nancytropías, toman algún concepto presente en toda su obra, como sentido o afuera, con resultados similares, pues también inciden en ese componente espacial de su pensamiento. Pero en el caso que nos ocupa, la idea del «espaciamiento del espacio» es, probablemente, una de las mejor abre a las vertientes ética, política, ontológica y estética de Nancy. Por eso esta obra es una excelente exposición del pensamiento de este autor francés, si bien sus trabajos más tempranos, los de los años setenta, y sus vínculos con Heidegger y Lacoue-Labarthe, dos pensadores clave en su trayectoria, merecen mayor desarrollo, tal vez en futuros trabajos. Pero es que Nancytropías no aspira a ser una monografía que, a modo de manual, pretendiese contarlo todo sobre este filósofo, aun cuando pueda asumir perfectamente tal cometido. Esta obra es algo más: es la mejor expeausition de la filosofía de Nancy. La autora se acerca a sus textos tal y cómo aquél describe la experiencia del tacto: un roce entre cuerpos que así entran en relación, sin que ninguno de ellos pueda apoderarse del otro, sometiéndolo, forzándolo. Uno y otro cuerpo, el pensamiento de Nancy y el de Cristina Rodríguez Marciel, entran en comunicación, ofreciéndose, ofrendándose, mutuamente su abertura, su «espaciamiento». De ello resulta una hermenéutica del tocar, de la lectura en cuanto tacto, de la que en alguna ocasión ha hablado Nancy y que la autora de Nancytropías lleva aquí a la práctica. Ella misma se encarga de describirla: «no leemos más que para experimentar el salto infinito y vertiginoso de abrir los ojos a la "otra" noche justo en el instante en el que, al caer en el sueño, la mirada ve la noche en la que entra. Queremos leer lo que no está escrito. Queremos escribir aquello que no se puede leer. Levantar la tapa de cualquier libro de Nancy, leer su escritura es dejarse conducir por él y con él hasta ese lugar en el que ya no sabemos qué nos espera, sí, qué "suerte temida", rozar "a cada instante" el instante en el que "sufrir puede gozar y gozar sufrir"» (p. 349).
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