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El protagonista de La vida privada de los árboles, la anterior novela de Alejandro Zambra, escribe una novela acerca de un hombre que se dedica a cuidar un bonsái. Y en algún momento de la historia, el narrador en tercera persona (tal como el narrador de Bonsái, la primera novela de Zambra), concluye lo siguiente: "Ahora piensa que el único libro que sería valioso escribir es un relato largo sobre aquellos días de 1984. Ése sería el único libro lícito, necesario". Y un par de páginas más adelante zanja: "En vez de hacer literatura, debería haberse hundido en los espejos familiares".
Formas de volver a casa -esta tercera novela, ya sin ramas ni arbustos en el título- es tal vez aquel único libro lícito, necesario, prefigurado en las páginas de La vida privada de los árboles, que a su vez brota de esa primera miniatura llamada Bonsái. Y si ahora asistimos a un relato en primera y no en tercera persona, acaso sea porque el narrador se ha hundido, o ha creído hundirse de una vez por todas, en los espejos familiares para iluminar ciertos rincones de la memoria. Los rincones de una generación que creció pensando que la novela, la historia, era la de los padres. Una generación que es también el susurro de una voz perdida; de un narrador que sabe poco, pero al menos sabe que nadie habla por los demás. Y que "aunque queramos...