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A los caídos en la masacre de Pulse, en Orlando
I
La pura verdad es que la perra se llama así: Quimbamba. Mi hermano llegó a la casa una tarde explicando que su ex-novia le había regalado la mascota. Lo miramos con incredulidad, pero en silencio. Desde hace un tiempo desconfiamos de las historias de mi hermano, por parecer inventadas, en especial aquellas que incluyen novias imaginarias. Pero por varias razones que no vienen al caso, ni decimos nada ni le llevamos la contraria. Reaccionamos con falso asombro, cosa que a él no le dé vergüenza ni pudor. Le tenemos pena y lo dejamos hacer, en especial después de la paliza que recibió en la escuela.
Ahora bien, yo sabía una verdad irrefutable que mis padres desconocían. La perra era realenga, callejera, sata. Mi antiguo grupo de amigos y yo le habíamos quemado el rabo no una, sino dos veces. Y aunque de eso había pasado algún tiempo, si se le miraba con cuidado todavía podía notarse la punta de la cola chamuscada de la pobre. Mi gemelo, tan distinto a mí en lo débil y humanitario, tan allegado a la poesía que le llaman palesiana, y tan fanático del culipandeo y de los sandungueros movimientos de cadera de Jennifer López-a quien cuando mis padres no miraban él imitaba,-anunció celebratorio que el nombre de la perra era Quimbamba. Yo por poco escupo por la nariz el refresco carbonatado que me bebía, pero ante esta, su nueva invención, no dije ni ji.
Papá y mamá, que ya coordinaban la mudanza criolla creativa, se opusieron en principio a que él tuviera mascota. Y digo lo de la mudanza como quien decide bautizar un proceso poco ordinario como aquel. Mudarse de la Isla debía ser en sí tarea fácil, pero mudarse de la manera en que tantos boricuas lo estaban haciendo, era otro cantar. Algunos le llamaban el proyectazo. El procedimiento debía seguirse de la siguiente manera: uno, empacar en cantidades mínimas ropa, calzado y tereques, como si fuéramos a regresar a la isla de unas largas vacaciones; dos, dejar de hacer los pagos de la hipoteca de la casa (mientras más meses, mejor); tres, dejar de hacer el pagaré del único auto que nos quedaba-luego de la...