Si la Edad de Plata está considerada como uno de los periodos de mayor brillantez en la historia de nuestro país, tanto a nivel intelectual como artístico, ello fue debido, entre otras razones, a la decidida incorporación de las mujeres como participantes y, en muchos casos, impulsoras de aquel extraordinario auge de la ciencia y la cultura en España. Sabíamos que existían. Nos habían enseñado que, desde el Romanticismo, la presencia de autoras en el ámbito periodístico y literario había comenzado a ser un hecho habitual, aunque con ciertas limitaciones.1 Podíamos ver como nombres ilustres, en especial Rosalía de Castro y Emilia Pardo Bazán, entraban a formar parte -a veces de manera sesgada- de los manuales de literatura española e incluso de algunos libros de texto. No éramos conscientes, sin embargo, de la amplísima nómina que, junto a aquellas figuras pioneras del XIX (además de las nombradas, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Concepción Arenal, Carolina Coronado...), conformaban las intelectuales y escritoras en el primer tercio del siglo XX ni del valor literario que atesoraban. Opacadas por sus colegas masculinos, ocultas ellas mismas con demasiada frecuencia, a veces bajo seudónimos -el caso de Caterina Albert o el de María Lejárraga son paradigmáticos-, muchas de sus obras y de sus nombres quedarían orillados tras la Guerra Civil por el sistema cultural del franquismo, cuya concepción social restituía a la mujer al ámbito tradicional del hogar frente a la modernidad alcanzada en la República. Así, en el canon literario de posguerra establecido por una crítica académica que institucionalizaba, tanto o más que el poder oficial, el olvido y la censura, además de la adscripción ideológica republicana que conllevaba, en la mayoría de los casos, la cárcel o el exilio -tanto exterior como interior-, la condición femenina de una escritora y su identidad sexual podían resultar asimismo motivo de discriminación en una sociedad con criterios predominantemente establecidos por hombres.
Y, sin embargo, porque creemos que hay procesos, como el despertar de la conciencia emancipadora en la mujer moderna, que, una vez iniciados, son irreversibles pese a cualquier condicionamiento posterior y posible involución temporal, siguió habiendo muchas mujeres escritoras durante el franquismo: todo un amplio ramillete de "chicas raras" (Martín Gaite, 1987) dispuestas a proseguir su labor literaria y a ocupar el vacío generacional sobrevenido en parte tras la contienda: desde autoras cultas como Ángela Figuera, Elisabeth Mulder, Carmen Conde, Mercedes Ballesteros, Carmen Laforet, Mercedes Formica, Dolores Medio, Ana María Matute, Elena Quiroga, Carmen Martín Gaite o Concha de Marco, entre otras, a escritoras de mercado como Carmen de Icaza, Concha Linares Becerra o Corín Tellado, de la literatura de quiosco como Marisa Villardefrancos o Ángeles Villarta, de literatura infantil y juvenil como Borita Casas o la también poeta Gloria Fuertes, de seriales en la radio como Luisa Alberca.. ,2 No obstante, y aun a pesar de tan extenso elenco, no es menos cierto que aquellos "rostros y voces" que encarnaron el modelo de la "mujer moderna" durante la Edad de Plata, aquellas autoras protagonistas de una auténtica irrupción femenina -y feminista- en la esfera pública española, parecían quedar definitivamente marginadas de la corriente historiográfica; deliberada elipsis de una "generación fantasma de mujeres exiliadas tras la guerra o condenadas a un exilio interior en unos tiempos marcados por la restauración de lo tradicional [...] fantasmas de una modernidad perdida y añorada", en palabras de Capdevila-Argüelles (2018: 9).
En su edición de Novelas breves de escritoras españolas (1900-1936), publicada en 1990 por Castalia en la emblemática colección Biblioteca de Escritoras, Ángela Ena Bordonada reflexionaba del modo siguiente, lanzando una pregunta al aire:
Sería largo hacer una relación de nombres de escritoras, que en un momento determinado gozaron de fama y prestigio, social y literario, pero hoy han caído en el más absoluto de los olvidos. ¿Quién recuerda a Carmen Abad, Angelina Alcaide de Zafra, Inés Alfaro, Mercedes Alonso, Rosa Arciniega, Rafaela Aroca, Ángela Barco, Adela Carbone, Teresa Claramunt, M.a Pilar Contreras, María Doménech, María de Echarri, Magdalena de Santiago Fuentes, Concepción Gimeno de Flaquer, Ángela Graupera, Soledad Gustavo, Sara Insúa, Gloria Laguna, María Lejárraga, Eva León, Sara Martí, M.a Luz Morales, Matilde Muñoz, Angélica Palma, Teresa Partagás, Pilar Pascual San Juan, Gloria de la Prada, Matilde Ras, Sofía Romero, Carmen Velacoracho, Ángeles Vicente, Pepita Vidal, etc.?
Sin embargo, sus nombres pueden resultar familiares al habituado a consultar las hemerotecas y los catálogos de las principales editoriales de esa época. (1990: 7-8)
Debemos confesar, a nivel estrictamente personal, que, en el momento de inscribir nuestra tesis doctoral en 2001, dirigida por la propia doctora Ena y focalizada en el periodismo literario de la Edad de Plata, al leer por primera vez esta nómina la inmensa mayoría de las autoras nos resultaban por completo desconocidas. Aun hoy día no podemos asegurar que, en muchos de los casos, conozcamos sus figuras con plena integridad, aunque sus nombres sí nos resultan ya familiares. La clave del porqué de su rescate y su necesaria recategorización y puesta en valor nos la daba, unas líneas más abajo, nuevamente Ángela Ena en aquel mismo texto introductorio:
Pero, si bien sus nombres -cuando menos algunos- pueden ser desconocidos para un amplio sector del público de hoy, al ahondar ligeramente en la biografía y en las actividades culturales, literarias, sociales o políticas, que estas escritoras llevaron a cabo, se descubre la importante función que muchas de ellas desempeñaron en su momento histórico, cuyas consecuencias nos conducen al terreno de lo próximo y lo conocido. (1990: 8)
Aquel legado excepcional tenía, antes o después, que ser restituido, investigado y nuevamente difundido y divulgado. Ya en plena transición democrática, una gran estudiosa autodidacta, Antonina Rodrigo, daba a luz en 1979 la varias veces reeditada Mujeres de España. Las silenciadas, con prólogo de Montserrat Roig,3 conjunto de semblanzas de mujeres de la Edad de Plata caracterizadas por su compromiso en diferentes campos de la vida pública e intelectual (María de Maeztu, M.a Teresa León, Zenobia Camprubí, M.a Luz Morales, Federica Montseny, Margarita Nelken, entre las escritoras). Veinte años después, Rodrigo ahondaría, en Mujer y exilio, 1939, en la gran pérdida que supuso la Guerra Civil en ese mundo femenino de singular riqueza construido durante el primer tercio del XX. A su afán divulgador se deben también otras diversas y espléndidas biografías individuales como las de María Lejárraga o Amparo Poch y Gascón. El velo poco a poco comenzaba a levantarse y, en 1989, la editorial Castalia, en colaboración con el Instituto de la Mujer, ponía en marcha la recordada colección Biblioteca de Escritoras, surgida en el seno de la Universidad Complutense de la mano de las doctoras Elena Catena y Marina Mayoral y en la que las autoras "silenciadas" de la Edad de Plata tendrían -no podía ser de otro modo- un destacado protagonismo, reeditándose obras de María Lejárraga, Carmen de Burgos, Sofía Casanova, Margarita Nelken, Magda Donato, Federica Montseny... y una antología de Poetisas del 27, las cuales (Concha Méndez, Rosa Chacel, Carmen Conde, Ernestina de Champourcin, Josefina de la Torre) serán renombradas popularmente como las Sinsombrero a raíz de este exitoso proyecto transmedia de rescate y puesta en valor de las intelectuales y artistas que también conformaron el denominado "27".4
Otro aldabonazo en los Estudios de Género en el ámbito del hispanismo, durante la década de los noventa, se produjo de la mano de la escritora, crítica y ensayista hispánica Iris M. Zavala con la publicación de su magna Historia feminista de la literatura española, primera de esta naturaleza y tan esclarecedora a la hora de abrir nuevas vías de estudio acerca de la presencia de la mujer en nuestras letras, cuyo quinto -y último- volumen venía dedicado a La literatura escrita por mujer (del XIX a la actualidad) (1998). "El feminismo -afirmaba Zavala- es plural, y es para mí como el desvelar del ciframiento del síntoma social" (2001, 107). Su condición de pionera se pone de manifiesto nuevamente en este 2022 al ser la primera presencia de una mujer dentro del portal "Figuras del Hispanismo" de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.5 Dentro todavía de los noventa, en el histórico año de 1992, el Instituto Universitario de Estudios Feministas y de Género fundaba la revista Asparkia. Investigació feminista, de carácter interdisciplinar; y tres años después iniciaba su andadura esta misma publicación que nos acoge, Lectora: revista de dones i textualitat, de obligada referencia para la crítica literaria feminista en nuestro país. La amplia y dilatada trayectoria de ambas cabeceras habla por sí misma, surgiendo después otras publicaciones periódicas en la misma línea como Feminismo/s, de 2003, Investigaciones feministas, de 2009, o Revista de escritoras ibéricas, de 2013. Entrábamos así en el siglo XXI, sucediéndose cada vez más la aparición de estudios monográficos sobre literatura y mujer; entre ellos, el emblemático Las modernas de Madrid. Las grandes intelectuales españolas de la vanguardia de Shirley Mangini (2001), donde la autora acertaba a acuñar el término "mujer moderna", tan revelador a la hora de señalar a aquellas figuras femeninas de la Edad de Plata iniciadoras de un cambio social histórico (Ena Bordonada, 2018; 2021), y que tanto se ha utilizado en la bibliografía posterior.6
Bajo el título "La mujer moderna (1900-1936): proyección cultural y legado digital", nuestro grupo de investigación de la UCM, La Otra Edad de Plata (LOEP), fundado en 2007 ante la necesidad de atender la obra de tantos creadores de mérito considerados secundarios ("raros y olvidados") de la Edad de Plata frente a los más canónicos, así como temas y géneros sobre los cuales no había análisis de conjunto, organizaba un congreso en tres jornadas donde se abordarían aspectos novedosos para la revisión de la identidad pública y privada de la mujer moderna del primer tercio del XX, reflexionando al mismo tiempo sobre los desafíos de la futura historiografía literaria reconducida hacia entornos digitales y redes de contacto interdisciplinares.7 Tenía lugar este congreso en un año, 2018, en el que asistimos a una eclosión sin precedentes -que permanece hasta hoy- de los Estudios de Género, del rescate de mujeres intelectuales y escritoras en el ámbito académico, editorial y cultural en clara conexión con la gran movilización feminista acontecida a raíz de movimientos, como el #MeToo, de carácter universal y transversal o las masivas manifestaciones del día de la mujer del 8-M. Como constataba M.a Jesús Fraga:
No hay duda de que el 2018 es un año clave en la interiorización del significado e importancia del feminismo y por extensión de la igualdad de género en un sector representativo de la sociedad española. [...] Paralelamente, el creciente número de investigaciones sobre la participación de las mujeres en la cultura literaria de la llamada Edad de Plata ha potenciado el progresivo rescate de una serie de creadoras enterradas hasta ahora en un pasado donde la figura masculina había acaparado los espacios culturales. [...] En todo caso, la feliz confluencia de estas dos trayectorias (explosiva una, pausada la otra) que ha tenido lugar en este año 2018 no es un acto casual y debemos estar atentos para recoger los frutos que sin duda producirá la sinergia del encuentro, como lo sugiere el interés de las jóvenes feministas que han encontrado en las biografías y en los textos recuperados testimonios en los que apoyarse para sostener sus actitudes en esta nueva situación cultural. (2018: 167168)
Esta eclosión continúa proyectándose y va a seguir haciéndolo en un futuro próximo, constituyendo aquellas "modernas" del primer tercio del siglo XX presencia cultural viva. Tal vez, la actual consideración de los Estudios de Género y el boom editorial de la literatura de mujeres de la Edad de Plata -cabe destacar en este sentido la labor de Renacimiento y Torremozas, además de la digitalización de fondos, hasta donde lo permiten los derechos de autor, por parte de Biblioteca Digital Hispánica (BNE)- responda hoy día a una plena demanda de nuestra sociedad, impulsada por un renovado movimiento feminista, frente lo que antes podía ser únicamente un empeño académico -aunque de igual modo con un trasfondo social en su raíz- con una menor repercusión.
Del mencionado congreso y sus distintas intervenciones parte en buena medida el presente monográfico, "Rostros y voces de mujeres de la Edad de Plata", que viene a conformar una visión de conjunto, necesariamente fragmentaria en cualquier caso, iniciada con la publicación de otros dos monográficos auspiciados a partir del mismo evento: "La mujer moderna de la Edad de Plata (1868-1936): disidencias, invenciones y utopías" (Feminismo/s, 37, 2021), coordinado por Dolores Romero López -directora del grupo LOEP- y "La mujer moderna en la Edad de Plata: cinematógrafo y escena" (Revista de Escritoras Ibéricas, 9, 2021), al cuidado de M.a del Mar Mañas (UCM). Tres monográficos de contenidos transversales y convergentes que, a modo de corte profundo en el tiempo, dejan a la vista el trabajo entrecruzado de un grupo diverso de escritoras y artistas, inevitablemente envueltas en el contexto cultural y social de su época.
María Lejárraga, Pilar Millán Astray, Mercedes Pinto, Rosa Arciniega, Carlota O'Neill, Delhy Tejero, María Zambrano, Josefina de la Torre, Rosa Chacel, Concha de Albornoz, Elena Fortún y Carmen Laforet configuran el muestrario de "rostros y voces" que se expone en el presente monográfico, además de una panorámica inicial de veinticinco mujeres, escritoras y periodistas, que intercambiaron correspondencia particular con Miguel de Unamuno, figura intelectual de máxima referencia en su época. A través de sus cartas, se nos revelan en buena medida los propios perfiles de estas autoras, sus inquietudes y preocupaciones intelectuales, en clara conexión con la situación por la que atravesaba la mujer en el primer tercio del siglo XX, tal y como observan M.a Isabel Rodríguez y Adriana Paíno-Ambrosio (USAL), utilizando como fuente documental el epistolario conservado en el archivo de la Casa Museo Unamuno. Con personalidades muy diferentes entre sí, la vinculación de las interlocutoras del rector salmantino podía ser de naturaleza periodística, literaria o afectiva según los casos, pero siempre partiendo de su condición profesional de escritoras o redactoras, gracias a la cual intercambian sus puntos de vista con el colega insigne. Se trata de mujeres "modernas" ejerciendo activamente el oficio periodístico o literario que solicitan de Unamuno una colaboración escrita, la respuesta a una encuesta, algún consejo o dedicatoria, su opinión sobre alguna de sus publicaciones, o bien le escriben para transmitirle la valoración que ellas mismas hacen de alguna obra del escritor vasco. Fueron muchas las autoras que surgieron dentro de la Edad de Plata, fruto de un mayor acceso a la educación y a los estudios superiores y a una conciencia emancipadora de la mujer, con ideologías muy diversas pero con un rasgo común de modernidad: su intervención como portavoces de la intelectualidad femenina y como ciudadanas de pleno derecho en la política, la cultura y la sociedad de su tiempo.
Representantes de distintas posturas ideológicas van a coincidir en su profesionalidad con respecto a la literatura. No escriben por un afán de protagonismo, ni como "un acto de rebeldía contra aquella sociedad que asignaba a las mujeres un espacio delimitado" y preestablecido dentro del hogar y la familia. Escriben guiadas por unas razones en las que no cabe hacer distingos de un sexo u otro. Manifiestan unas motivaciones de vocación cultural y literaria. Sienten una necesidad de comunicar, a través de la literatura, su pensamiento, inquietudes e ideología, o -simplemente- convierten en profesión lo que, en un principio, fue solo una marcada afición a escribir. Desarrollan, además, un trabajo o disfrutan de una situación económica, que les permite disponer de una autonomía imprescindible para el libre ejercicio de su vocación. (Ena Bordonada, 1990: 9)
Desde distintos sectores sociales, tanto conservadores como progresistas, surgirán muchas voces femeninas en pugna por su libertad personal, la expresión de sus ideas y por su equiparación con los hombres en base a sus propios méritos. Desde una perspectiva general se dejan entrever, no obstante, diferentes matices y personalidades dentro de este vasto campo femenino, más o menos rebeldes o sumisas, según los casos, frente al concepto de sociedad patriarcal y de supremacía del varón. El caso de María Lejárraga, autora de las obras que firmaba su marido Gregorio Martínez Sierra, es uno de los más dolorosos visto a ojos de hoy, por tratarse de un anonimato voluntario de quien divulgara mensajes feministas muy avanzados bajo el nombre de su cónyuge; y que, ya en tiempos de la República y separada de él, desarrollaría una intensa actividad como propagandista política, siendo diputada socialista en la segunda legislatura republicana. "Soy socialista -dirá- porque me espantó el drama de la clase media" (Lejárraga, 2019: 68). Solo tras su viudez en 1947 y por motivos económicos de derechos de autor, comenzará a firmar con su verdadero nombre y a reconocerse como autora casi única de la obra del matrimonio Martínez Sierra.8 Toda una "auto-ocultación" literaria en beneficio de su marido, e incluso una "triple invisibilidad" en lo referente a su labor como traductora, según analiza Assumpta Camps (UB): por el hecho de ser mujer, de ser traductora -faceta poco atendida en general y la menos conocida en su caso-, y de firmar sus traducciones, cuando lo hizo, con el seudónimo Gregorio Martínez Sierra. Rechazo familiar inicial, deseo de pasar desapercibida... Motivos aducidos para un ensombrecimiento personal que, intuyendo su propia encrucijada y dolor más íntimo, siempre nos hace anhelar que su decisión vital hubiese sido otra distinta a la que fue.
Si en la personalidad de Lejárraga se muestran contradicciones evidentes, como no querer acceder a la esfera pública como autora pero sí como política y activista, también en el caso de Pilar Millán Astray, hermana del fundador de la Legión y admiradora de José Antonio, se observa más de una discordancia, pues, desde su tradicionalismo casticista, fue sin embargo una decidida defensora de los derechos de la mujer. Iker González-Allende (UNL) analiza tres sainetes de esta prolífica autora teatral, El juramento de la Primorosa (1924), Mademoiselle Naná (1928) y Los amores de la Nati (1931), advirtiendo cómo, si bien por una parte exalta a través de sus protagonistas femeninas los valores considerados tradicionales en la mujer, igualmente se muestra partidaria de su independencia económica y de su incorporación al mundo laboral. En el primer tercio del siglo XX, el trabajo asalariado de la mujer fue un debate candente en la sociedad española, al implicar una divergencia respecto a su acostumbrado papel en la familia. ¿Debía una mujer trabajar por una remuneración y en qué clase de trabajo? ¿Cómo influía el trabajo asalariado en su capacidad para cumplir sus funciones maternales y familiares? Una autora muy próxima a Millán Astray en su evolución posterior hacia el falangismo, la novelista Concha Espina, se mostraría inicialmente muy favorable a los derechos femeninos conseguidos en la República; separada desde muy joven, se mostró siempre orgullosa de haber sostenido a sus hijos gracias exclusivamente a su labor con la pluma. Otra destacada autora filofalangista, Carmen de Icaza, antes de la Guerra Civil fue una firme defensora del trabajo extradoméstico de las mujeres de clase media, necesario en tiempos de crisis para sustentar el hogar y el camino más seguro para su emancipación; sin embargo, estas posiciones, cargadas de matices y -a veces- contradicciones entre la preocupación maternalista y la fascinación por la "mujer moderna", se resolverían a favor de la primera tras su entrada en el falangista Auxilio Social en 1937: al trabajo femenino había que ponerle límites cuando estaba en juego el bienestar de la prole y se debía, en cuanto se pudiera, retornar a la mujer al cuidado del hogar (Cenarro, 2011).
En el campo de las izquierdas (republicanas, socialistas, anarquistas, comunistas...), una autora felizmente recuperada en los últimos años del ostracismo bibliográfico como Luisa Carnés abordará en sus novelas Natacha (1931) y Tea Rooms. Mujeres obreras (1934) la cuestión del trabajo obrero femenino y focalizará su acción en la denuncia de la precaria situación de la mujer dentro del mundo laboral, aportando una perspectiva feminista de género a la llamada novela social de preguerra. El modelo de la mujer obrera, distante de la mujer moderna en ciertos términos materiales y de imagen, será el abordado asimismo por Carlota O'Neill, la autora analizada por Rocío González Naranjo (UCO), estableciendo un paralelismo con Carnés en Al rojo (1933), la primera obra de teatro proletario española. O'Neill nos sitúa en un taller de costura con obreras que trabajan de sol a sol, en condiciones insoportables; además de taller, el local es también una casa de lenocinio, por lo que marginalidad, miseria y prostitución van de la mano en una pieza con la que la autora tomaba partido en otro debate del momento, la abolición de la prostitución, que ella asocia, esencialmente, a una cuestión de índole económica, de falta de oportunidades laborales para la mujer, antes que de salubridad o de moral -como argumentaba, por ejemplo, la llamada Sociedad Abolicionista-. Su defensa de la abolición y denuncia de las condiciones de vida las podemos apreciar igualmente, apunta González Naranjo, en su producción memorial, así como en el relato Anagnorisis y en un cuento inédito titulado "Sinfonía incompleta", ambos textos fechados en 1939. Intelectual comprometida, Carlota O'Neill sufrió trágicas vivencias en la Guerra Civil a consecuencia del fusilamiento de su marido, el aviador Virgilio Leret; ya en la posguerra, siguió publicando como Laura de Noves hasta que pudo exiliarse a México.
Es así como, en la década de los treinta, un grupo significativo de escritoras se hacía eco de los problemas sociales efectuando obras de esta temática: además de Carnés y de O'Neill, Federica Montseny, Ángela Graupera, Margarita Nelken, Matilde de la Torre... siendo una de las más brillantes Rosa Arciniega, en quien Simón Palmer veía encarnado "el prototipo de 'mujer nueva', que con su profesión y forma de vida reclama la igualdad de oportunidades" (2015: 180). De origen peruano, tras establecerse en Madrid en 1930 Arciniega empezó a publicar una serie de novelas de contenido social y estilo vanguardista, como Engranajes (1931), una obra de ficción sobre el mundo industrial deshumanizado, que convierte a sus dos protagonistas en meras piezas del "engranaje" capitalista; o Mosko-Strom (1933), en la cual se centra el estudio de Richard Angelo Leonardo Loayza (UPC), novela de la gran urbe y de las consecuencias negativas, tanto sociales como personales, que conlleva la mecanización laboral y la aceleración del ritmo de vida. Una "distopía que alerta sobre las consecuencias de la modernolatría, sobre la fetichización de la máquina y la pretensión de que puede resolver los problemas del ser humano", en palabras de Loayza, quien la vincula asimismo con el género de ciencia ficción y con el movimiento de vanguardia del futurismo. También, de algún modo, constituye una novela de tesis, pues plantea su propia solución en volver al campo, a la naturaleza, "espacio [...] civilizado donde la existencia se desarrolla en plenitud", de acuerdo con López Parada (2014: 479), quien no deja de ver en ello cierto conservadurismo y un ejemplo de las contradicciones de la vanguardia. Arciniega proyecta su mirada de mujer sobre estas cuestiones aun sin recurrir al protagonismo femenino, pues en todas sus novelas los personajes centrales son hombres y los modelos de mujer que presenta no son reivindicativos ni se ajustan a un feminismo militante; sin embargo, siempre se reflexiona sobre las circunstancias vitals femeninas en un mundo de hombres.
Al estallar la Guerra Civil en 1936, Arciniega regresaría con su familia a Perú y ya no volvería más a España, residiendo en diferentes países de Hispanoamérica. Tampoco retornaría nunca de su temprano exilio, salvo en alguna ocasión puntual, otra sorprendente personalidad femenina de la Edad de Plata, la canaria Mercedes Pinto, olvidada hasta hace poco o solamente asociada, en el mejor de los casos, a la novela Él, llevada al cine por Luis Buñuel,9 a cuya figura y obra nos acerca Alicia Llarena (ULPGC). La razón de su destierro habría de ser una atrevida conferencia, pronunciada en la Universidad Central de Madrid en noviembre de 1923, sobre "El divorcio como medida higiénica", que indignó al régimen dictatorial instaurado por Primo de Rivera -un divorcio que, en 1932, promulgaría la Segunda República, siendo Concha Espina de las primeras mujeres en divorciarse-. Su vida transcurrió desde entonces por varios países sudamericanos, al igual que Arciniega, con quien coincidía asimismo en su origen aristocrático y en su evolución hacia posiciones ideológicamente avanzadas. En Hispanoamérica Mercedes Pinto ganó popularidad como pionera feminista y conferenciante de éxito. Para Llarena, personificó a la mujer moderna "tomando decisiones temerarias y traspasando fronteras no solo geográficas, sino las delimitadas por la moral de su tiempo y su clase social elevada". En su biografía, impactan algunas de sus circunstancias particulares, como la muerte de su hijo mayor a punto de tomar el barco del exilio y, dentro de él, dar a luz a otro hijo; o el encontrar un nuevo amor de pareja en el abogado a quien recurre como auxilio jurídico frente a su desgraciada situación matrimonial, con un marido dipsómano y maltratador...
Activista también, aunque más desde un plano abstracto de pensamiento -nunca llegó a declararse a sí misma feminista-, y que igualmente hubo de tomar el exilio tras la Guerra Civil, fue la escritora y filósofa María Zambrano, figura que apenas necesita presentación. Profesora ayudante de Historia de la Filosofía en la Universidad Central, creó el concepto "razón poética" que sintetiza el intento de aunar las distintas facultades del ser humano (poesía, filosofía, religión) para llegar a una percepción íntegra del mundo exterior, tanto por la vía intelectual como por la sentimental o emocional (Zambrano, 2013). De su interpretación como -también- teoría feminista nos habla Ana B. Verdugo González (UGR), con especial atención a la columna titulada "Mujeres", que a lo largo de 1928 sostuvo Zambrano en el diario El Liberal. Destaca Verdugo la cualidad metafórica en la escritura de la pensadora; la condición creativa del pensamiento femenino es la que la lleva a concebir las diferentes realidades de la existencia, desde un razonar poiético que, al dotarlas de un organismo, viene a materializar el conocimiento. "La elección del título genérico de 'Mujeres'" -afirma la autora- "junto con la nueva imagen que de estas proyecta a lo largo de esos artículos, es una manera de resignificar el término, desde el desplazamiento de esa 'verdad' entendida como modelo inmóvil, a una 'verdad' existencial, a través de la articulación metafórica".
Con la figura de la pintora, ilustradora y muralista Delhy Tejero, de las primeras mujeres en graduarse en Bellas Artes en la Escuela de San Fernando, entramos en el segundo apartado del monográfico, donde rastreamos a mujeres intelectuales que desarrollaron parte de su trayectoria bajo el franquismo, pero que se criaron, sin embargo, en el ambiente de modernidad previo a aquel, y su influencia en autoras de una generación posterior. El golpe militar de 1936 sorprendió a Tejero en Tetuán y, tras regresar a la Península, será detenida en Salamanca sospechosa de ser espía. Exiliada "interior" en su Toro natal, trabajará como profesora de dibujo además de pintar. Pilar Primo de Rivera le pidió que decorase el Castillo de la Mota, pero Tejero se negaría a trabajar para la Sección Femenina. A caballo, pues, entre la modernidad del tiempo republicano y la posguerra, de la mano de Dolores Romero López (UCM) revisamos sus primeras ilustraciones de cuentos en la revista gráfica Crónica y cómo uno de ellos, "Colasín", de Elena Fortún, publicado en dicha revista en 1932, le serviría de inspiración para componer su primera narración infantil, "Un niño al revés", pues Delhy Tejero fue autora asimismo de una estimable obra literaria. Cultivó esta faceta a partir de la Guerra Civil a través de sus Cuadernines. (Diarios 1936-1968), que no fueron publicados en vida de la autora al igual que el referido cuento, aunque sí aparecieron otros en los diarios Ya y ABC desde 1966 hasta su fallecimiento en 1968 (Tejero, 2020).
Josefina de la Torre, incluida en la conocida nómina de las Sinsombrero, comenzó a escribir poesía a los ocho años y a los trece a publicar en revistas. En 1927, con veinte años, sacará a la luz su ópera prima, Versos y estampas, con un prólogo encomiástico de Pedro Salinas, cuya influencia se advierte en su segundo libro, Poemas de la isla (1930), donde desarrolla el tema amoroso desde una incitante y explícita perspectiva de mujer. Además de escritora, De la Torre fue actriz y cantante, y junto a su hermano Claudio en 1939 estrenaría en su ciudad natal de Las Palmas -donde ambos habían pasado la guerra- El enigma, obra publicada en La Novela Ideal -editorial familiar- con el seudónimo de Laura de Cominges. Alejandro Coello (CSIC) y Alberto García-Aguilar (ULL) relatan los pormenores del estreno y su repercusión para los dos hermanos en la inmediata posguerra, de cara a su integración en las estructuras del Teatro Nacional. Así, regresarán a Madrid en 1940 y se amoldarán a los nuevos estándares de la cultura franquista, sobre todo en el cine; en el séptimo arte y en las tablas escénicas buscaría Josefina la manera de sobrevivirse a sí misma durante la Dictadura, sin demasiado éxito. Mientras, su tercer poemario, Marzo incompleto, no aparecería hasta 1968...
De palabras y de silencios y de idas y venidas se conformará la relación epistolar que Rosa Chacel y Concha de Albornoz sostuvieron en el exilio. Junto a Luis Cernuda, Albornoz -hija del ministro republicano Álvaro de Albornoz- constituyó una de las amistades más importantes y duraderas de la escritora vallisoletana: ambas habían coincidido ya como vecinas en un edificio en la plaza del Progreso de Madrid (hoy Tirso de Molina), donde también vivía el escritor Valle-Inclán, y juntas viajarían a Grecia al acabar la guerra antes de tener que separarse. Ana María Bande (UU) explora el corpus epistolar conformado por las cartas que Albornoz envió a Chacel desde 1936 hasta un año antes de morir, en 1972 -las respuestas de Chacel no están localizadas-, una correspondencia sostenida y, a la vez, frecuentemente interrumpida por largos periodos de silencio. Tras un deliberado retiro epistolar de Chacel en la primera década del exilio, a causa de un estado de profunda tristeza, el contacto se tornará más fluido a partir de 1947 y sobre todo cuando, gracias a su gran amiga, Rosa Chacel consigue una beca Guggenheim en Nueva York (1959-1961). Al cabo vendría otra época de silencio, esta vez por parte de Albornoz, y finalmente la correspondencia se mantendría, aunque con intermitencias. Concha de Albornoz, reflexiona Bande, "abandona poco a poco el duro compromiso de escribir cartas cuando la palabra escrita ya no garantiza la comunicación ni la posibilidad de acortar distancias con su amiga. Es, digámoslo así, la versión más dura del silencio, un silencio resignado". Deprimida en la vejez y con problemas de memoria, Concha enunciará una frase cifra y compendio de una relación tan especial: "No comprendo bien por qué no te he escrito. Quizá porque escribirte significa demasiado para mí".
Para Carmen Laforet, ganadora en 1945 del primer premio Nadal por Nada, declarada mejor novela española del siglo XX en una encuesta reciente de la Escuela de Escritores,10 también significó mucho el poder cartearse con Elena Fortún, la creadora de Celia, por quien sentía una profunda admiración ("mi maestra en el arte de escribir", llegaría a decir). Tras exiliarse inicialmente en Buenos Aires, Fortún había regresado a Madrid en noviembre de 1948 en una estancia de solo seis meses, marchándose de nuevo al conocer la trágica noticia del suicidio de su esposo (Dorao, 2001: 236). Un año después, instalada definitivamente en España, sostendrá desde Barcelona una abundante correspondencia con su joven colega, por entonces en la cresta de la ola. Sus conversaciones, siempre afectuosas, irán evolucionando de un intercambio fundamentalmente literario a un contenido cada vez más religioso, fruto, como señala M.a Jesús Fraga (UCM), de dos circunstancias que se producen en 1951: la enfermedad e ingreso en un sanatorio de Fortún, donde fallecerá en 1952, y el encuentro de Laforet con Lilí Álvarez, antigua estrella del tenis, mujer cosmopolita, separada y elegante que fascinará a Carmen, ejerciendo un influjo sobre ella que la arrastrará hacia una espiritualidad católica fervorosa y, de paso, a Elena Fortún: las lecturas místicas y religiosas se suceden y ambas comparten sus experiencias en esta especie de refugio emocional en la divinidad, en un momento vital para ambas de necesidad trascendental.
Con ellas se pone fin a este monográfico que, en suma, busca contribuir al ilusionante panorama actual de recuperación de "rostros y voces" de mujeres de la Edad de Plata, presentes hoy día con más fuerza que nunca en el panorama cultural de nuestro país tras varios años de olvido o semiolvido generalizado. De seguro van a aparecer más congresos y estudios específicos dedicados al rescate de mujeres escritoras en los próximos meses; y no van a faltar nuevos hallazgos editoriales que supongan una renovación significativa en el canon literario del periodo, como analiza Mascarell (2020). No sabemos cuánto durará este boom; lo que sí sabemos es que hay un gran número de especialistas trabajando con entusiasmo en esta línea y que se necesitan diversas plataformas en las que se divulguen y se preserven estas investigaciones. Desde luego, las cosas ya nunca van a ser igual a la hora de historiar nuestra literatura reciente y de establecer los programas académicos y universitarios, dada la importancia de su legado a lo largo del siglo XX y en lo que llevamos de XXI. Los grandes -se ha dicho siempre- lo son por algo; y cuando se lleva a cabo una relectura de autores clásicos de la Edad de Plata como Unamuno, Valle-Inclán, Pío Baroja o Azorín, la primera conclusión a la que se llega es lo magníficos escritores que son. Pero nuestra sensibilidad presente, los intereses de las nuevas generaciones, demandan igualmente otras lecturas; y voces femeninas como las de Carmen de Burgos, Elena Fortún, Carmen Conde o Luisa Carnés, por citar solo unos ejemplos -tal vez los más representativos, además de Emilia Pardo Bazán, a quien cada vez más estudiosos (Thion Soriano-Mollá, 2021) sitúan dentro de la Edad de Plata-, comienzan a ser imprescindibles. Seguiremos rescatando trayectorias, obras y mujeres fundamentales desatendidas durante mucho tiempo, pues seguimos en deuda con todas aquellas que abrieron camino y conformaron una genealogía oculta para la construcción de una sociedad más justa e igualitaria; y mucho más rica cultural y artísticamente.
José Miguel González Soriano
Universidad Complutense de Madrid
Universidad Internacional de La Rioja
González Soriano, José Miguel (2022), "Rostros y voces de mujeres de la Edad de Plata (Introducción)", Lectora, 28: 17-32. ISSN: 1136-5781 D.O.I.: 10.1344/Lectora2022.28.1
1Fundamentalmente, como apunta Raquel Sánchez, a causa de los prejuicios masculinos imperantes: "Los escritos costumbristas están plagados de burlas dirigidas a las literatas como mujeres que habían salido de los límites de su pequeño mundo doméstico. Se podía admitir, excepcionalmente, la presencia pública de alguna escritora (y bajo determinadas condiciones), pero tan solo porque suponía algo excepcional, no en el sentido de bueno, sino con el significado de único, extraño o extravagante. [...] La irrupción de estas mujeres [las románticas] en el panorama cultural español supuso, en cierto modo, una pequeña revolución en un ambiente fuertemente masculinizado" (2019: 101 y 104).
2Muchas de ellas fueron biografiadas y antologadas -no siempre con excesiva fortuna- en la Antología biográfica de escritoras españolas a cargo de Isabel Calvo de Aguilar (Madrid, Biblioteca Nueva, 1954), que incluía a ochenta y cinco de las escritoras más conocidas a comienzos de los años cincuenta en España.
3En el mismo podemos leer: "Mira Montserrat -me dijo Antonina al darme el original del libro que el lector tiene en sus manos-, si no hablamos nosotras de nosotras, ¿quién lo va a hacer? [...] Tiene razón Antonina Rodrigo cuando dice que es urgente recuperar la palabra de las mujeres que nos han precedido en eso tan abstracto y concreto a la vez que se llama existencia" (Roig, 2002: 10-11).
4 A raíz del éxito del documental Las Sinsombrero, producido y dirigido por Tania Balló junto a Serrana Torres y Manuel Jiménez-Núñez y emitido en TVE 2 en octubre de 2015, se desarrolló todo un proyecto transmedia con el término "sinsombrero" como leitmotiv central, tomado de la anécdota protagonizada por Maruja Mallo y Margarita Manso, junto a García Lorca y Salvador Dalí, de quitarse el sombrero en medio de la Puerta del Sol de Madrid. "Seguramente los cuatro jóvenes amigos, que protagonizarían, según contó Maruja Mallo, otras acciones transformistas, tuvieron el impulso de quitarse el sombrero y deambular por la no menos representativa Puerta del Sol, como un acto provocativo ante una sociedad castrante. [.] El sinsombrerismo es sobre todo asumido por la mujer moderna, aquella que en los años veinte se siente por fin liberada, independiente y por vez primera sujeto propio" (Balló, 2016: 33-34, 37).
5 Coordinado por Ángela Rico Cerezo, el portal Iris M. Zavala (https://www.cervantesvirtual.com/portales/iris_zavala/) recoge su perfil biográfico, bibliografía académica y literaria y una amplia muestra de sus trabajos críticos.
6 El listado sería muy amplio en lo que respecta al presente siglo. Citemos únicamente, sin afán de exhaustividad y por orden alfabético, algunos nombres ya considerados clásicos en los corpus bibliográficos sobre mujer y escritura en la Edad de Plata: Juan Aguilera Sastre, Nerea Aresti, Begoña Barrera, Marguerite Bernard, Nuria Capdevila-Argüelles, Rosa M.a Capel, Pilar Celma, Isabel Clúa, Ángela Ena Bordonada, Helena Establier, Ángeles Ezama, Pura Fernández, M.a Jesús Fraga, Mercedes Gómez Blesa, Susan Kirkpatrick, Pepa Merlo, Mary Nash, Pilar Nieva, Ivana Rota, Neus Samblancat, Carmen Servén, M.a del Carmen Simón Palmer, María Fca. Vilches.
7 Más información en la página web 1900-1936-proyeccion-cultural-y-legado-digital.html>.
8Como ella misma explica en sus memorias, publicadas en México en 1953 con el título elegido por la editorial Gregorio y yo. Medio siglo de colaboración, siendo el originario Horas serenas (Diálogo con el fantasma): "Ahora, anciana y viuda, véome obligada a proclamar mi maternidad para poder cobrar mis derechos de autora" (Lejárraga, 2000: 76).
9Tanto en su caso como en el de Rosa Arciniega, la editorial Renacimiento ha iniciado una colección de autor, Biblioteca Mercedes Pinto, que albergará su obra completa -o casi-, dirigida por Alicia Llarena, mientras que la colección de Arciniega está a cargo de Inmaculada Lergo Martín.
10La final en dicha encuesta online estuvo disputada entre Laforet y El árbol de la ciencia de Pío Baroja, pero finalmente fue Nada la ganadora. Ver: <https://escueladeescritores.com/boletines/nada-la-mejor-novela-espanola-del-siglo-xx/>.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Balló, Tania (2016), Las Sinsombrero. Sin ellas, la historia no está completa, Barcelona, Espasa.
Capdevila-Argüelles, Nuria (2018), El regreso de las modernas, pról. de Elvira Lindo, Valencia, La Caja Books.
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Lejárraga, María de la O (María Martínez Sierra) (2000), Gregorio y yo. Medio siglo de colaboración, Alda Blanco (ed.), Valencia, Pre-Textos.
-(2019), Una mujer por caminos de España. Recuerdos de propagandista, Juan Aguilera Sastre (ed.), Sevilla, Renacimiento.
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Tejero, Delhy (2020), Narraciones ilustradas/Ilustraciones narradas, Dolores Romero López (ed.), Burgos, Instituto Castellano y Leonés de la Lengua.
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Abstract
Si la Edad de Plata está considerada como uno de los periodos de mayor brillantez en la historia de nuestro país, tanto a nivel intelectual como artístico, ello fue debido, entre otras razones, a la decidida incorporación de las mujeres como participantes y, en muchos casos, impulsoras de aquel extraordinario auge de la ciencia y la cultura en España. Y, sin embargo, porque creemos que hay procesos, como el despertar de la conciencia emancipadora en la mujer moderna, que, una vez iniciados, son irreversibles pese a cualquier condicionamiento posterior y posible involución temporal, siguió habiendo muchas mujeres escritoras durante el franquismo. No obstante, y aun a pesar de tan extenso elenco, no es menos cierto que aquellos "rostros y voces" que encarnaron el modelo de la "mujer moderna" durante la Edad de Plata, aquellas autoras protagonistas de una auténtica irrupción femenina -y feminista- en la esfera pública española, parecían quedar definitivamente marginadas de la corriente historiográfica; deliberada elipsis de una "generación fantasma de mujeres exiliadas tras la guerra o condenadas a un exilio interior en unos tiempos marcados por la restauración de lo tradicional [...] fantasmas de una modernidad perdida y añorada", en palabras de Capdevila-Argüelles (2018: 9).