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Uno de nuestros grandes poetas de todos los tiempos observó que un sitio del litoral venezolano le rememora a Alejandro de Humboldt el paisaje donde Leonardo da Vinci pintó a la Gioconda. José Antonio Ramos-Sucre se sumergió en las páginas de Humboldt, como Humboldt en las profundidades de las grandes selvas de Venezuela y de sus ríos. El poeta descubrió en el viajero a otro poeta. Se rindió ante su imaginación, ante la aventura del hombre y la sed de saber, y en un ensayo admirable, Sobre las huellas de Humboldt, resume todos los capítulos que el gran naturalista escribió sobre Venezuela en su Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente.
Ramos-Sucre era natural de Cumaná, la tierra cuyos encantos fascinaron al científico apenas desembarcó. En pocas palabras, para el poeta venezolano leer a Humboldt era como un ejercicio de intimidad, algo que equivalía a la lectura de su paisaje personal. «La costa rocallosa de la península de Araya se dibuja en toda su longitud», escribió el viajero deslumbrado. «Una vasta cuenca, cercada de altos montes, se comunica con el golfo de Cariaco por un estrecho canal que sólo da paso a una nave. [...] Seguíamos con la vista las sinuosidades de este brazo de mar que, a semejanza de un río, se ha excavado un lecho entre las rocas acantiladas y desnudas de vegetación. Esta ojeada extraordinaria recuerda el fondo del paisaje fantástico con que adornó Leonardo da Vinci el famoso retrato de la Gioconda».
A Ramos-Sucre lo seduce Humboldt porque a cada paso ilustra sus escritos con la referencia de escritores y de artistas. Pero la fascinación no se detiene sólo en lo que personalmente pudiera identificar sus sensibilidades. Va más allá. Los alemanes del siglo XVIII, dice, «alucinados y magnánimos, celebran especialmente las invenciones de Juan Jacobo Rousseau. Ellos militan debajo de las banderas del sentimiento y de la originalidad, y censuran las culpas de la vida social, recreándose con el ejemplo de la naturaleza». Por eso en las páginas del viajero es frecuente encontrar los nombres de Bernardino de Saint Pierre y de Francisco Renato de Chateaubriand, a quienes el poeta venezolano considera «alumnos pendencieros» del ginebrino.
En su Discurso sobre la desigualdad, Rousseau se había aventurado a escribir...