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La primera vez que vi a Alejandro Obregón estaba desnudo y mojado, saliendo de un clóset en una fiesta burguesa en casa de Gino Facio, de la cintura de una glamurosa señora de Cúcuta, recién egresados de la piscina. Me guiñó un ojo mientras se calaban sus respectivos trajes de baño y salían. Me quedé lelo. Fue en junio de 1964, después de la presentación de la obra Marat-Sade, cuando los festivales de arte en Cali. Yo me había metido en un cuarto que vi vacío, en busca de un rinconcito, cuando la aparición del titán de la plástica en uso de sus facultades de seductor. Así era él, desafiante, frentero y desparpajado, como a mí me hubiera gustado ser. En el hall charlaban Marta Traba, Raquel Jodorowsky, Atahualpa Yupanqui y Gonzalo Arango. Alrededor de la piscina se desarrollaba la fiesta corrida. Y chumbulum. Fausto Panesso me informa que el día de mañana 4 de junio se cumplen 100 años del nacimiento de este pintor inmortal, más colombiano que el cóndor y la violencia, aunque nació en Barcelona, pues desde los 6 años se instaló en Barranquilla. Antes de dedicarse de...