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Un llanero que se respete -de cualquier nivel social- tiene por lo menos dos sombreros. Uno es el sombrero de trabajo, ancho de ala, cuarteado por el sol en días de vaquería, y ajado por las lluvias que el sombrero ha ayudado a atajar.
Y otro es el sombrero de salir a fiestas. Ojalá sea un 'peloeguama' checo, o en su defecto un Stetson tejano, por el que seguramente han tenido que pagar todos sus ahorros. No es raro, pues, que un peón de hato llanero dedique los ingresos de dos o tres jornadas de vaquería, de las que aquí conocen como 'trabajo de llano', para comprarse su sombrero fino. De alpargata limpia, pero de sombrero caro, es aquí la consigna.
En los barcos que una vez remontaban el Orinoco y el mismo Meta hasta Orocué llegaban las cajas de sombreros checos, hechos -quién lo creyera- en fábricas como la de Hückel, en medio de las montaÑas del centro de Europa. Al tiempo que elaboran allí desde siempre los tradicionales sombreros negros que usan los judíos ortoxos, hacen también (cada vez menos, vale decirlo) este sombrero de fino fieltro, que aquí bautizaron 'peloeguama', y que tiene un destino único: los llanos de Colombia y Venezuela.
"Sobre mi caballo yo, y sobre yo mi sombrero" dice el Galerón llanero del maestro Alejando Wills. Y a su compaÑero de andanzas, el sombrero, le dedica una de sus mejores canciones...